Como siempre, los personajes son propiedad de sus autoras y editoriales: yo sólo me los cojo un ratito para escribir locuras basadas en ellos, sin ánimo de lucro alguno. Este fic es apto para todos los públicos. Quienes me han leído en FFnet saben que esto es raro en mí, jajajaja.

Universo alterno y moderno. Aquí no mueren ni Anthony ni mi Gafitas divino (a decir verdad, casi nunca muere en mis fics). Espero que sea de su agrado.

Gracias por leer y dejar un comentario.

Dedicado especialmente a mi mana Clau Agvel ;)


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CAPÍTULO 1

Siempre te dicen eso de que uno nunca sabe cuánto pueden cambiar las cosas en el instante más inesperado, y aunque escuches el consejo respetuosamente, cuando tienes veinte años tiendes a pensar que eres una especie de superhéroe, indestructible.

Pero realmente en cualquier momento, en un segundo tu vida puede dar un giro de ciento ochenta grados, haciendo añicos la cómoda rutina en la que vives.

Lo recuerdo bien. Habíamos salido en nuestros coches tras haber pasado la noche entera celebrando mi cumpleaños número veintiuno al mismo tiempo que mi primo Archie, aunque él es de octubre. ¡Teníamos toda la vida por delante!

Iba con mi guapa novia Eliza, su hermano Neal, mis primos Alistair y Archibald, más un montón de amigos de la universidad que se apuntaron gustosos a una velada de juerga y alcohol gratuitos en la discoteca más "in" del Chicago de aquellos tiempos. Estaba muy contento porque había llegado a la mayoría de edad. Por fin ya no tendría que sisarle el whisky a mi padrastro ni estar esperando a que llegaran las vacaciones para irme de springbreaker con mis primos para disfrutar de litros de alcohol, rodeado de chicas guapas en las espléndidas playas del Caribe mexicano.

No sé si era yo un borracho, pero un rebelde seguro que sí, a pesar de tenerlo todo: para empezar, unos padres que me quieren y un padrastro que siempre me ha tratado como hijo propio. Pertenezco a una familia unida, con una abuela que me adora, con un tío que casi era mi hermano, y los mejores primos que se puedan pedir. Además, he nacido en un clan que goza de muy buena posición económica, he sido buen estudiante y deportista de élite… pero sentía que faltaba algo de emoción en mi vida. Tal vez por eso me sentí atraído por la idea de dar la contra a mis padres constantemente.

Qué caro lo pagué.

Esa madrugada ciertamente todos íbamos entonados, pero algunos, como Neal, estaban completamente borrachos. Le vi discutir con su hermana a la salida de la discoteca, porque se negaba a pedir un taxi para volver a casa. Tuve que intervenir y apenas pude convencerlo de que lo mejor sería que Eliza condujera su coche. Hay gente que no sabe beber, y Neal es una de esas personas. Todavía se me puso necio y me dio un puñetazo que muy apenas pude esquivar.

Un par de horas antes había tenido un conato de bronca fuera de los lavabos, porque molestó a una chica y naturalmente a su novio no le hizo ni pizca de gracia. Archie tuvo que intervenir para calmar los ánimos y la cosa no pasó a mayores; aunque realmente no pude culpar del todo a Neal: esa chica era de verdad preciosa. De aspecto dulce y sexy a la vez, con una cara muy linda y unos ojos azules bellísimos. Creo que se llamaba Susana.

Como sea, apenas volvimos a nuestro reservado, la juerga continuó y nos olvidamos del incidente. Un rato después nos marchamos porque estaban cerrando el local. Apenas se fue mi novia con su hermano vomitando por todo el camino a través de la ventanilla del copiloto, y yo me monté rápidamente en mi Audi recién estrenado para ir pitando a la tienda y comprar más alcohol, porque habíamos quedado en seguir la fiesta en casa de mis primos Cornwell. Alistair y Archie fueron más prudentes e hicieron caso a sus novias: dejaron sus coches en el parking, pidieron un taxi y se marcharon. Nos sugirieron lo mismo a nosotros, pero yo estaba tan emocionado por mi cumpleaños y por mi coche, que no les hice caso. Mientras arrancaba el coche me detuve un rato a contemplar las nubes de la aurora, teñidas de rojo y de una extraña forma. No le di importancia y pisé el acelerador para alejarme con rapidez de la discoteca.

Y de repente, sucedió.

Hice una mala maniobra, producto del exceso de velocidad, mi estado etílico y mi inexperiencia al volante. En un segundo me estrellé contra un camión de mercancías estacionado, perdí la conciencia, y cuando la recuperé me vi atrapado en un amasijo de hierros retorcidos, aullando de dolor, sangrando aterrorizado. No supe quién llamó a la ambulancia, pero en unos segundos varios testigos me rodearon, preguntando por familiares o amigos. Naturalmente, no pude acordarme siquiera de mi nombre, porque el miedo y el dolor coparon todos mis pensamientos.

-Aguanta, amigo, ya vamos- apenas alcancé a oír cosas parecidas, entre el ruido de la cizalla que cortaba los hierros y mis propios alaridos de miedo y dolor. Creí que estaba agonizando ya, y mentalmente repasé todas las oraciones que me sabía, pidiendo perdón a Dios por mis malas acciones.

Fue muy duro, pero un rayo de esperanza me iluminó cuando uno de los paramédicos al fin pudo sacarme y entre varios me tendieron en la camilla para subir a la ambulancia. En ella, una enfermera llenita pero muy dulce cogió mi mano para darme seguridad y protección. Con su cálido toque me sentí más tranquilo, y mientras el médico y ella estabilizaban mis constantes vitales a toda prisa, volví a perder el conocimiento.

Supongo que revisando entre mis cosas dieron con mi familia, porque el siguiente recuerdo que me viene a la mente es estar en esa horrible habitación de hospital, rodeado por mis familiares que me observaban con genuina compasión, pero sin mirarme a los ojos. ¿Qué les pasa a las familias de accidentados que te evitan la mirada? ¡No fue culpa suya! ¡Tampoco me había convertido en un apestado, o en una especie de Medusa que los convertiría en piedra si me mirasen de frente! Pero así me sentí tratado por ellos. Peor aún, empezaron a dirigirse a mí como si no estuviera, hablándome en tercera persona. No sé qué era peor: ese trato u oír los sollozos de mi madre y mi tía abuela.

Con el paso de los días me sometieron a multitud de estudios y pruebas para determinar la gravedad de mi estado. El diagnóstico en principio no fue tan malo, a juzgar por el gesto de alivio que pusieron mis familiares, pero para mí fue la ruina.

-Has tenido suerte, muchacho, a pesar de todo no hay lesión medular; sin embargo, tienes algunas fracturas y contusiones que llevará su tiempo curar- escuché decir a uno de los médicos.

Lo que realmente me hundió fue mirar hacia mis piernas. De las rodillas para abajo, ya no estaban, unos muñones vendados ocupaban su lugar. Fue el momento más espantoso de mi vida, incluso peor que cuando me estampé contra el camión. ¿Qué iba a ser de mí? Quise ser el mismo tipo con carácter y optimista de siempre, pero la rabia, el miedo y la amargura me vencieron, y rompí a llorar desesperadamente. Para colmo, debido a las otras lesiones, tenía inmovilizados los dos brazos y un cuello ortopédico. Seguramente la visión que los demás tenían de mí era la de una piltrafa humana. Si me hubieran dado una jeringa, yo mismo me habría aplicado la eutanasia.

-Mi hijito, mi Tony...- mamá rompió a llorar histérica al ver mis lágrimas. No cayó desvanecida porque mi padrastro George la sostuvo amoroso en brazos, con el gesto compungido.

-Vamos, hijo, saldremos de ésta...- ese era mi padre, acompañado por su novia rubia oxigenada de turno, e intentando ir de nuevo de hakuna matata. Por eso lo dejó mamá, porque nunca iba en serio.

-¿Sí? ¿Saldremos de ésta? ¿Cómo? ¿Caminando? ¡No me jodas, Vincent!

-Perdón, hijo... yo...

-Tony, tu papá sólo quiere ayudarte... -la voz de mi tío Albert, siempre conciliadora, me calmó un poco. Pero sólo unos segundos.

-¡Pues si quiere ser útil mejor que cierre la boca! ¿Y ustedes qué me ven?- inquirí groseramente a mis primos Cornwell.

Desesperado, me revolví en la cama tratando de quitarme los vendajes, las escayolas, el cuello ortopédico. En mi furor de rabia no caí en que estaba partiendo el corazón de mi madre que contemplaba la escena rota de dolor. Y sólo porque entre Albert y mis primos me detuvieron, no me hice más daño. Aun así, todavía conservo la cicatriz que en mi mano derecha dejó el haberme arrancado el catéter que me suministraba suero.

Una enfermera joven y malencarada entró como tromba, y sin mediar palabra me administró un sedante. La inyección no me paralizó tanto como su fría mirada. Era una chica joven y muy guapa, pero tras sus gafas no se podía ver ni rastro de sentimientos. Para colmo, conforme pasaron los días me di cuenta de que ella era mi enfermera asignada. ¿Flammy? Sí, creo que así se llamaba.

Era desconsiderada y violenta conmigo, me movía sin preguntar si me dolía o no, como si fuera un muñeco de trapo. Jamás abrió las cortinas de la habitación alegando que no tenía sentido hacerlo, pues yo no podía alcanzar a mirar por la ventana, ni iba a poder acercarme a ella. Juraría que dijo eso con un deje burlón, el mismo que le vi cada vez que me metió en la bañera para lavarme el cuerpo. Nunca me saludaba y hasta parecía que yo le daba asco. ¡Yo! ¡El líder de mi fraternidad universitaria! ¡El galán que ostentaba el récord de haber ligado más chicas en un mes! ¡El campeón estatal de atletismo por cinco años consecutivos! ¿Carecer de pantorrillas y pies me convertía en un ser más repugnante que el Quasimodo de Notrê Dame?

Esa mujer daba por sentado que yo era un inútil total, y no me dejaba ni intentar cambiar de posición, pero al moverme ella siempre lo hacía de mala manera. Incluso cuando me retiraron el cuello ortopédico y una de las escayolas que me aprisionaban, siguió con su rutina de moverme y asearme con desprecio. Intenté convencer a mi familia de que pidieran cambiar a esa enfermera, pero quizás la forma tan agresiva en que lo pedí les impidió tomarme en serio. Supongo que habrán creído que era un capricho mío.

De cualquier forma, toda mi gente se mantuvo a mi lado a pesar de mi cada vez más agrio carácter. Todos los días recibí visitas. Mis primos dejaron de salir con sus amigos para quedarse un rato conmigo, aunque yo notaba que no sabían cómo dirigirse a mí.

-Maldita sea, ¿podrías dejar de mirar a la pared cuando me hablas, Archie?

Un silencio compasivo fue la única respuesta; lo que me enfureció aun más.

-¡Que soy un maldito inválido, pero sigo vivo!

-¡No puedo más!- Y Archie salió corriendo de mi habitación de hospital. Stear se disculpó encarecidamente conmigo, explicando que por algún retorcido mecanismo mental, Archie se sentía culpable de mi accidente; y fue tras su hermano. Mi primo menor no volvió a visitarme al hospital, de hecho, tuvo que visitar a un psicólogo durante bastantes meses, porque, según supe luego, él fue el primer familiar en llegar al sitio de mi accidente y la imagen que vio de mí herido dentro del coche lo traumatizó.

Extrañamente, mi "cuñado" Neal me visitaba a diario aunque sea cinco minutos. Al principio pensé que se debía a que tuviera cargo de conciencia, como Archie. Pero después de pillarle en una situación muy poco decorosa con Flammy en mi propia habitación -creían que estaba dormido- dejó de vernos. A ambos. Flammy se volvió aun más cruel conmigo, como si fuera mi culpa el que Neal sea un desgraciado.

Las visitas de mi novia Eliza al principio fueron diarias, y realmente estuvo muy pendiente de mí, pero con el paso de las semanas noté que reducía la frecuencia y duración de sus estadías a mi lado. Primero lo atribuyó a la carga de estudios, pero un día simplemente me dijo que la situación la desbordaba y que quería "darse un respiro". Claro, con Thomas Stevens, aquel zorro que llevaba años babeando por ella. Fui muy grosero con Eliza, tanto por su traición como por mi propio estado anímico. Salió de mi habitación dando voces llenas de palabras hirientes contra mí.

-¡Así te pudras ahí tirado, maldito inválido! Jajajaja... tullido inútil, ¿quién te querrá ahora, baldado? Entiéndelo: ya no vales nada, ¡ya no eres nadie!

En cuanto se largó, la ira y una profunda tristeza se apoderaron de mi ser. Así que esa noche fingí que me tomaba los potentes sedantes que se me administraban para dormir sin dolor, pero los escupí en el mismo vaso sin que la negligente enfermera reparase en ello. Cuando se fue, me arrastré como pude hasta el baño de mi lujosa habitación de hospital, con el negro propósito de arrancarme la vida con esa misma cuchilla que la enfermera empleaba para afeitarme la barba, y que siempre terminaba hiriéndome con su intencional dejadez.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano apoyé los muñones en el frío suelo del baño y los brazos en el lavabo, para alcanzar la estantería oculta tras el espejo, donde había visto a Flammy guardar las cuchillas de afeitar. Pero el destino quiso que el fino mueble de cerámica cediera ante mi peso, y ambos caímos al suelo causando un fuerte ruido que alarmó al personal del turno de noche.

CONTINUARÁ...

©MorenetaC/Stear's Girl


No me maten, Anthonyfans, jejejeje... les prometo que no morirá nadie en esta historia, y que las cosas serán buenas a partir de ahora.