Capítulo Uno

-Ahí va mi apetito…

-No estoy… dejando mi rutina… ni siquiera por ti, hermano mío.

Sherlock tomó asiento en uno de los sillones de cuero de la habitación; era en parte su culpa por haber caído de imprevisto en la casa de su hermano, ¿pero merecía sufrir con la imagen de Mycroft en spandex trotando en su caminadora? Eso iba directamente a la fila de recuerdos a borrar.

-Esta vez lo estás tomando en serio.- Comentó para sí mismo, reflexivo. El mayor lanzó uno de sus dramáticos suspiros de derrota y dejó su ejercicio. Tomó una toalla para secar su rostro enrojecido, y aceptó la botella de agua que Anthea le ofreció antes de tomar asiento justo frente a su hermano y despachar con un movimiento de mano a su asistente.

-Suficiente de eso. ¿Puedo saber a qué se debe el honor de tu visita?

La pregunta con el familiar e irritante sarcasmo, estaba de más. Mycroft sabía exactamente por qué tenía al detective en su sala, la manera en que sus dedos tamborileaban ansiosamente sobre el cuero, y la tensión alrededor de sus labios le decían a gritos de lo urgente que necesitaba un cigarrillo. La rigidez en su espalda y el claro dolor de cabeza que intentaba ocultar, le hablaban de algo más. Sherlock odiaba esa sonrisa presumida en el rostro del mayor.

-Sabes exactamente, ¿por qué insistes en gastar tiempo en obviedades?

- Me gustaría escucharlo directamente de ti. ¿Qué quieres, Sherlock?

El más joven hizo una mueca de fastidio antes de tomar aire y contestar con dolorosa lentitud.

- Un caso.- Era físicamente doloroso tener que ir a Mycroft por uno, una última medida, el recurso final al que pocas veces terminaba por recurrir.

- No, eso es lo que necesitas. ¿Qué quieres, Sherlock?

- Un cigarrillo, de hecho. – Contestó con otra mueca que intentaba ser sonrisa.

- Sí, pero ¿qué más?

- ¿De qué diablos estás hablando?

La sonrisa de superioridad de Mycroft se hizo más pronunciada.

-¿Cómo está John? No lo he visto en algún tiempo.- Preguntó casualmente. El cambio de tema tomó desprevenido a Sherlock, quien enseguida se encontraba estudiando los gestos del mayor, tratando de revelar sus verdaderas intenciones.

- Bien.

- ¿La felicidad doméstica le sienta bien? Ciertamente ha hecho mejoras en ti. ¿Dos kilos?

- Uno y medio.

- Oh pero yo creo que en realidad son dos.

Eran dos, en verdad. Sherlock se removió en su lugar, cruzando las piernas. Culpaba a John y sus trucos, había encontrado la manera de alimentarlo sin que el gran Sherlock Holmes lo notara, y tenía que admitir que las horas de sueño extra habían mejorado su aspecto, incluso Lestrade lo había comentado. Era difícil no querer meterse a la cama cuando tenía a John Watson ahí, y era imposible ocasionalmente no caer dormido cuando la calidez y la respiración acompasada del médico lo arrullaban hasta la inconciencia. Sonrió automáticamente con el recuerdo, gesto que ocultó en cuanto Mycroft rodó los ojos con burla.

-Está bien, ambos estamos bien. Ahora dame mi caso.

- Por supuesto que voy a darte algo, Dios sabe que tengo demasiado trabajo encima como para rechazar tu infrecuente, pero oportuna ayuda.

- Okay…- Entrecerró los ojos, mirándolo con desconfianza.- ¿Por qué quieres saber de John?- Inquirió tras un breve silencio.

- ¿No tengo derecho a preguntar por mi cuñado? Mummy ha estado queriendo saber cuándo van a ir a visitarla.

- Estamos ocupados.

- Aparentemente no tanto, si estás buscando un caso. ¿Está todo bien entre ustedes?

Aquello lo tomó desprevenido otra vez, la pregunta había sonado casi sincera. Y su expresión compartía la misma genuina preocupación. Era escalofriante cuando Mycroft se ponía en el rol de hermano mayor, se le hacía difícil continuar pensando en él como su archienemigo. Sherlock se permitió bajar la guardia un momento y sopesó la pregunta con cuidado antes de responder.

-Sí, estamos bien.

Lo estaban, los últimos meses habían sido una sorpresa maravillosa que todavía no perdía su novedad. De alguna manera su ridículo enamoramiento había sido correspondido por el hombre que fuera su mejor amigo de años. John Watson se había plantado frente a él, con su valiente expresión del soldado que nunca dejaría de ser, y contra todo pronóstico, con una dolorosa vulnerabilidad y miedo en sus ojos le confesó que lo amaba. A él, Sherlock Holmes.

No recordaba haber sido tan feliz en su vida, ni estar tan en paz consigo mismo. John lo completaba, era esa respuesta a la pregunta que lo había compungido desde que tuviera edad para recordar: ¿encajo en algún lugar? Aparentemente sí, había descubierto que encajaba perfecto entre los brazos de John Hamish Watson. Metafórica y literalmente.

-Y sin embargo todavía no han tenido sexo, ¿o me equivoco?- Otro vistazo a esa incomodidad permanente en los músculos de su hermano. – No, no estoy equivocado.

Ah, eso.

-¿Estamos hablando de eso ahora?- Preguntó, volviendo a levantar tus escudos, lleno de veneno.- ¿De eso se trata?- Señaló los aparatos de ejercicio.- ¿Estás poniéndote en forma para no avergonzar a tu pareja sexual al verte desnudo? Oh no… no has llegado a eso todavía… Mycroft… deberías habérmelo dicho, ¿un pez dorado, de verdad?- Ahora estaba divertido e intrigado, sobre todo cuando era el mayor quien se removía inquieto en su lugar, de pronto consiente de lo ajustado e incómodo de su atuendo. Mycroft probablemente moriría antes de dejar que lo vieran fuera de sus trajes de tres piezas, su armadura de batalla, aquella era una debilidad que solo Anthea y Sherlock tenían oportunidad de presenciar.

- Está bien, ¿eso es lo que quieres saber? Sí, tal vez haya tomado tu consejo. ¿Vamos a hablar como adultos alguna vez?

Probablemente no, pero tenía que admitir que seguro tomó bastante valor por parte de su hermano para admitir lo que acababa de revelar y no sentirse todavía más consciente del inminente rubor facial que portaba. De pronto se sintió un idiota. Maldito Mycroft, era el único que lo hacía sentirse así.

Sherlock se cruzó de brazos y tomó una dramática bocanada de aire antes de contestar.

-No.

No hacía falta elaborar más para que le comprendiera, Mycroft asintió lentamente.

-¿Han hablado de ello?

-¿Para qué? – Espetó defensivamente.

-Cosa de parejas, se supone que eres el experto de los dos, comunicación es la clave de una relación exitosa y todo eso.- Hizo un ademán en el aire.

- No esto, no. ¿Qué tiene que ver esto con todo? Estamos bien.

Él no estaba empezando a discutir sobre sexo con Mycroft, ni ahora ni nunca. Suficiente fue aquella primera charla sobre donde vienen los bebés treinta años atrás. No tenía que ver con nada, su relación estaba bien.

Y aunque Sherlock encontrase la confianza para hablar de ello, aquella confesión no tenía espacio en la relación pseudo-fraterna que habían construido con los años. Mycroft y él no eran así, su hermano mayor tenía el coeficiente intelectual más alto de los dos, y sin embargo no sería capaz de entender por qué Sherlock aceptaba cada cosa que John le diera sin cuestionar por más. Se había prometido, aquella primera noche tras la confesión, que jamás pediría más que esto. Aceptaría cualquier cosa que John tuviera para darle, aunque en la mañana se retractara de lo dicho, Sherlock había tenido una noche en los brazos de su amor imposible. Había probado y estudiado los labios que tantas miradas suyas se habían robado, lo había besado y sentido la sonrisa de John sobre su boca. La mirada de felicidad y alivio en su blogger casi lo dejaron catatónico, incapaz de respirar y procesar pensamientos coherentes.

Esto es todo. Puedo morir teniendo esto, pensó esa noche antes de dormirse en sus brazos, tras una larga sesión de besos y palabras cariñosas por parte del rubio.

Tú no sabes, quiso decirle a Mycroft. Ni con toda su inteligencia era capaz de entender lo que fue para él pasar dos años en el anonimato, descubriendo sus sentimientos románticos mientras veía a lo lejos a un hombre roto llorar por su muerte. No tenía idea lo que había sido poner todos esos sentimientos recién encontrados en el compartimiento más oculto de su Palacio Mental y seguir adelante, ser su padrino de bodas, y después el hombro para llorar cuando perdiera a su hija y esposa el mismo día. Mycroft no podría saber lo que se sintió morir a toda esperanza y después de que encontrara un ritmo parecido a la normalidad, John diera vuelta todo confesando su amor.

Y que importaba que no hubiera sexo. Todo lo demás estaba ahí, y sabía por una buena fuente que ninguna relación era perfecta, pero Sherlock estaba lejos de buscar la perfección. Tenía a John Watson y era todo lo que quería.

-Y sin embargo, tú lo deseas.

¡¿Cómo no hacerlo?! Él era John "Tres Continentes" Watson, Sherlock había estado fantaseando con ese aspecto de su amigo desde incluso antes de descubrir que tenía sentimientos por él. No es que ser célibe fuera fácil, rechazaba el sexo y todas las complicaciones que traían en orden de priorizar su claridad mental y enfoque en el trabajo. Pero eso no significara que no lo deseara a veces. Más que a veces, cuando veía al rubio salir de la ducha usando nada más que bata de baño, con el pelo húmedo despeinado en todas direcciones y le miraba con una sonrisa llena de seducción inconsciente, como si pudiera adivinar cada uno de los pensamientos que inspiraba en el detective.

-Eso no importa.- Negarlo e intentar ocultárselo a Mycroft era en vano.

- Sherlock…

-Termina este asunto, no importa.

-¿Por qué?- Preguntó exasperándose.

-¡Porque…! Porque él no me desea.

Ahí está, lo había dicho, y deseaba que su voz no hubiese sonado tan estrangulada y vulnerable como lo hizo, pero Mycroft de seguro había escuchado la pequeña desesperación en sus palabras. El silencio que se alzó entre ambos solo estaba volviendo más ridículamente dramática la situación, Sherlock buzó con molestia.

-Me voy, estoy seguro de que tu asistente es capaz de alcanzarme la información pertinente.- Se puso de pie y cuando se estaba marchando, el otro volvió a hablar a sus espaldas.

-¿Estás seguro?

Sherlock vaciló ante la puerta y sin decirlo, asintió con un gesto de cabeza.

-¿Cómo podrías?

- Él no es así… él…- suspiró con agotamiento.- John no se siente atraído por los hombres, no antes ni ahora, lo nuestro no es así.

-¿Y estás bien con eso?

Esta vez se giró para que Mycroft pudiera leer de primera mano la decisión en sus facciones.

-Sí, lo estoy.

-Estoy asumiendo, pero suena a que tu conclusión es algo producto de tus deducciones y no de una conversación con él.

-¿Cuál es el punto? Ridiculizarme a mí mismo y hacerlo sentir culpable de algo que en verdad no está afectándome no hará nada bien a nuestra relación. Y una vez que esté ahí, nada lo hará desaparecer, no es como si pudiera bórralo, John no sería capaz y para mí sería tedioso. Por eso te pregunto otra vez, ¿cuál es tu punto con todo esto, Mycroft?

- Tiene que ver con la comunicación, he sabido de una buena fuente que a las facultades deductivas pueden ser un error en esto de las relaciones; vas a preferir preguntar y tener una respuesta de la otra parte…- Sherlock sorprendió al mayor con una expresión pensativa, como si de pronto estuviera hablando de algo personal y no de John y él. Definitivamente estaba intrigado, pero no tanto como para no querer salir de esa habitación.- Después de todo, te equivocaste una vez, ¿no? Están juntos, contra toda deducción y pronóstico.

Sherlock se congeló una fracción de segundos frente a la puerta, pero recuperándose de aquella frase se marchó. Maldito Mycroft.