Capítulo 9

Christian fue el primero en despertarse a la mañana siguiente. Ana estaba aferrada a él como una madre a su hijo recién nacido. Christian la observó sonriendo e intentó despertarla.

—Ana —la movió un poco —. Despierta, nena. Tengo que irme a trabajar.

Ana se removió en la cama y le dio la espalda. Christian se echó a reír.

—Mujer tienes que despertar —siguió insistiendo —. Ya has dormido demasiado.

Un pequeño golpe en la puerta llamó su atención. Se puso una camiseta y una bermuda y abrió la puerta.

—Hola, mamá —la saludó Christian.

—Hola, hijo —le saludó él —. ¿Cómo amaneces? ¿Tuviste buena compañía anoche?

Christian quiso responder, pero solo consiguió balbucear un poco y prefirió quedarse callado.

—Supongo que eso es un si —prosiguió Grace con una sonrisa —. ¿Cómo está, Ana?

—Dormida, aún —repuso Christian sonrojado —. No logro que despierte.

—Tu hermano vino y trajo esta maleta con ropa para ella —dijo Grace tendiéndole la maleta—. Y me dijo que Teddy está un poco inquieto porque no vio a su mamá cuando despertó.

—De acuerdo —pasó saliva —. Voy a despertarla.

—No tarden —le ordenó —. El desayuno ya está servido.

—Claro.

Christian cerró la puerta y volvió a despertar a Ana.

—Ana —la movió —. Despierta, amor. Teddy quiere verte.

Ana movió la cabeza un poco y sus parpados comenzaron a temblar, señal de que ya estaba despertando.

—Eso es, nena —dijo sonriendo.

La chica abrió por completo sus ojos y Christian pudo observar con deleite sus enormes y hermosos ojos azules.

—Buenos días, dormilona —la saludó cuando Ana lo miró.

—Buenos días, Christian —repuso ella con una tierna sonrisa en el rostro.

—Parecía que no hubieras dormido en días —comentó él, pasando un dedo por la mejilla de Ana.

—Ayer fue un día pesado —respondió ella sin dejar de mirarlo —. Gracias por salvarme de Jack.

—Estaba poniendo sus manos en mi mujer, la madre de mi hijo —repuso Christian con amor —. Se salvó de que no lo matara a golpes.

—Me encanta que me defiendas, pero odio que pelees —repuso Ana.

—Mejor levántate, Ana —le pidió él —. Mi mamá sabe que estás aquí y me dijo que Ted está un poco inquieto porque no te ha visto.

—¡Ted! —exclamó Ana y se levantó de golpe para alistarse.

Christian se recostó en la cama y la observó moverse de un lado a otro, buscando ropa. De repente, ella se detuvo y se volvió para verlo.

—¿Dónde pusiste mi ropa? —preguntó.

—¿Dónde la pusiste tú? —le preguntó él a su vez.

—No juegues, Christian —reclamó ella —. Ted se pone muy nervioso cuando no sabe nada de mí.

—Es un niño algo grande y debe aprender a estar sin su mamá —comentó Christian sin dejar de sonreír.

—Nunca nos hemos separado, Christian —replicó ella, enfadada —. Que tú hayas aparecido en nuestras vidas no quiere decir que debamos abandonar nuestras costumbres.

—No te enojes, nena —le pidió Christian incorporándose —. En la silla hay una maleta con ropa para ti. La trajo Elliot. Apuesto que Kate la alisto.

—Gracias —dijo y cogió la maleta para meterse al baño.

Christian se levantó y arregló la cama. Alistó su ropa y fue a arreglarse al baño de la habitación de su hermana. Bajó al comedor unos diez minutos después para desayunar y encontró allí a su madre y a su hermana hablando.

—¿Dónde está Ana? —preguntó Grace a su hijo.

—Arreglándose para irse —repuso sentándose —. Se preocupó cuando le dije que Ted estaba preguntando por ella.

—Es obvio que se preocupe —dijo Grace, bebiendo de su café —. Imagino que es la primera vez que duerme lejos de su hijo.

Christian bajó la cabeza y sus manos comenzaron a doblar una servilleta.

—¿Te pasa algo? —le preguntó Grace.

—Es solo que quisiera entender a Anastasia —comentó algo frustrado —. Sé que solo quiso protegerme de su padre, pero no tenía que alejarme de ella y de nuestro hijo.

—¿De qué estás hablando? —Su madre lo miró con el ceño fruncido.

—De nada —dijo y se levantó —. Iré a llevarla a su casa. No me esperen para almorzar. Estaré en la academia.

Y se fue. Grace y Mia se quedaron sorprendidas por la actitud de Christian, pero no dijeron palabra alguna.

Anastasia y Christian iban en silencio en la camioneta del muchacho. Era un silencio incómodo y algo estresante para los dos.

—¿No piensas hablarme? —preguntó Anastasia, mirando a Christian —. No entiendo qué te pasa.

—Hoy me puse a pensar algo —dijo Christian con algo de ira.

—¿Qué cosa?

—No quiero ocultarle a Ted que soy su padre —dijo sin apartar su vista del camino.

Ana soltó un suspiro y cogió la mano que Christian mantenía en la palanca de cambios.

—Ninguno está listo para semejante noticia, Christian —dijo en tono conciliador —. Te dejé hace años y desde el momento en el que te mentí, me arrepentí de haberlo hecho. Me propusiste huir, pero éramos un par de niños inexpertos…

—No éramos niños —le interrumpió Christian —. Los niños no pueden hacer bebés.

Ana se rio ante el comentario de Christian y se apoyó la cabeza en el hombro de él.

—Necesito tiempo, Christian —dijo con la voz baja —. Igual que Teddy y tú. No es cualquier noticia la que debemos darle.

—Pero es mi hijo, Ana —dijo abrazándola —. ¿Cómo podré estar en la misma habitación con él sin sentir la necesidad de abrazarlo con fuerza y rogarle perdón por los años que no estuve con él?

—Eso fue mi culpa —dijo ella —. Te mentí y te obligué a olvidarnos.

—Dijiste que lo habías hecho por salvar mi vida —comentó él —. No te culpo. No era un ejemplo de ser humano cuando fui joven. Mi madre sufría mucho conmigo.

—Lo sé —le dio un beso en la mejilla.

Estuvieron en silencio hasta que llegaron a casa de Ana. Christian la acompañó hasta la puerta y espero hasta que alguien le abriera.

—¿Y qué vas a hacer con Jack? —preguntó Christian.

Ana levantó la cabeza.

—Mejor dime tú que vas a hacer con Elena —dijo algo incomoda por la pregunta —. No fue muy amable la noche del concierto.

—Quiso ayudarme cuando te fuiste —repuso él —. El caso es que Melanie apareció y se convirtió en una buena amiga para mí. Además, es mi psicóloga y no cree que pueda hacer llover mientras toco la canción.

—Nadie lo cree —repuso ella —. Y menos sabiendo que la canción sale de un video juego.

—Es un juego excelente—dijo sonriendo —. Conservo la consola en mi habitación y cuando no puedo dormir, la conecto para distraerme un rato.

La puerta se abrió y vieron a Teddy con el ceño fruncido mirando a su mamá.

—¿Dónde estabas? —le preguntó enojado.

Christian se sorprendió ante la actitud del pequeño y miró a Ana. Ella tenía una expresión algo indescifrable en su rostro, pero estaba sonriendo para disimular.

—Salí muy temprano para desayunar con Christian —dijo con tranquilidad —. No quise despertarte porque te veías muy cómodo durmiendo.

El niño se cruzó de brazos y miró a Christian. El muchacho iba a decir algo, pero en ese momento una motocicleta se detuvo junto el Audi de Christian. Jack Hyde bajó de la moto y se acercó caminando hacia la pareja y el niño. Teddy se ocultó detrás de su madre.

—¡Qué lindo! —comentó Jack mirando a los muchachos —. Entonces te acuestas con este imbécil.

—¡Cállate, Jack! —dijo Ana controlando su ira —. No vas a decir esas cosas frente a mi hijo.

Hyde la ignoro.

—¿Vas a recibir a una chica con un hijo, Grey? —preguntó a Christian —. ¿No quieres saber quién le hizo ese pequeño encarte a tu zorra?

Christian intentaba contenerse para no ir a romperle la cara a Hyde.

—Ve adentro con el niño, Ana —le ordenó —. No tiene que escuchar las cosas que dice este hombre.

—No voy dejarte solo, Christian —dijo ella con firmeza mientras se agachaba frente a Ted que miraba a Jack fijamente —. No lo mires, Ted —le ordenó a su hijo.

—Hola, pequeño —le saludó Jack —. ¿Te acuerdas de mí?

Teddy frunció el ceño y trató de correr hacia el hombre, pero Ana lo sostuvo.

—No, Ted —lo apretó contra ella —. Ya olvida lo que pasó.

—Le hubiera quedado de maravilla el uniforme del internado —comentó Jack sin dejar de mirar al niño —. Tienes un carácter algo indomable, Theodore.

—Suficiente —intervino Christian acercándose a Jack —. Mejor vete de aquí y deja de molestarlos.

—¿Quién te crees para darme órdenes? —preguntó Jack, enfrentándolo —. Solo eres un aparecido. Ella y yo tenemos historia. No fue un polvo ocasional lo que ocurrió entre los dos. No me extrañaría que mientras hace el amor contigo piense en lo bueno que soy…

Jack no lo vio venir. Solo sintió que caía al suelo y que un líquido caliente le salía por la nariz. Aturdido miró hacia arriba y vio a Christian frente a él con el puño apretado.

—No vuelvas a hablar así de ella —dijo Christian enojado —. O el próximo golpe va para tus pelotas.

Jack se levantó y miró a Christian mientras se limpiaba la sangre de la nariz. Sin previo aviso se lanzó contra Christian y en una tacleada perfecta, como de futbol americano, lo botó al suelo y comenzó la pelea.

Los golpes iban y venían y ambos hombres rodaban por el suelo con sus rostros sangrantes. Sin embargo, Christian llevaba la peor parte. Jack había conseguido encajar un par de golpes en sus costillas y se estaba parando para patearlo.

—No eres nadie para darme órdenes, Grey —dijo Jack y clavó un puntapié en el estómago de su adversario. Christian gimió adolorido —. Creíste que ibas a quitármela, ¿verdad? —le clavó otra patada —. Si quieres quédate con el bastardo que tiene como hijo. A mí el niño no me sirve.

Le dio un par de patadas más y se detuvo cuando vio que Christian dejaba de moverse. Escupió junto al cuerpo inmóvil de su adversario y miró a Anastasia.

—Te vienes conmigo ahora —le dijo a Ana con una sonrisa malévola en el rostro.

—Ella no va a ninguna parte.

Jack se dio la vuelta pensando que era Christian quien le hablaba, pero se sorprendió cuando vio a otro hombre. Ana sonrió aliviada cuando vio a Ethan con una escopeta, apuntándole a Jack.

—Largo de mi casa —le ordenó el muchacho a Jack —. La policía viene en camino. Nadie viene a insultar a mi hermana. Menos un patán agresivo como usted.

—Baja el arma, muchacho —dijo Jack en tono conciliador —. Ocurren muchos accidentes cuando no se saben manejar armas.

—Se perfectamente cómo usar una escopeta —la empuñó con más vigor —. Ahora… ¡Largo!

—Volveré por ella —dijo Jack caminando hacia su moto.

—La próxima halaré del gatillo —le advirtió Ethan.

Jack se subió a la moto y arrancó. Ethan arrojó la escopeta a un lado y se acercó a Christian. Lo movió hacia un lado para revisarlo.

—Ve adentro, Ted —le ordenó Ana a su hijo —. Busca a tu abuelo y dile que llame a emergencias.

El niño salió corriendo hacia el interior de la casa y Ana corrió revisar a Christian.

—Está muy mal —dijo Ethan pasándole las manos por las costillas —. Respira con dificultad. Es posible que tenga una costilla rota.

—¿Puedes hacer algo? —preguntó a su hermano, asustada.

—Necesita atención médica —dijo Ethan —. Le dieron una verdadera paliza.

—¿No te alegra?

—No, Ana —la miró con fijeza —. Con un golpe me basta para desahogar la furia que siento contra él. Esto es inhumano. Vi cómo te defendía y ahora entiendo que no es un mal hombre.

—¿Llamaste a la policía? —preguntó ella tratando de calmarse.

—No —repuso Ethan —. Le dije eso para que se fuera y la escopeta está descargada.

—Me alegra —repuso ella sonriendo —. No eres muy bueno con las armas.

En ese momento, Christian comenzó a mover un poco la cabeza.

—Anastasia —decía con voz débil.

—Aquí estoy, cariño —le cogió una mano —. Descansa. Ya viene una ambulancia por ti.

—¿Quién era ese tipo, Ana? —preguntó Ethan preocupado.

—Es Jack Hyde —relató ella —. Tuvimos una especie de relación mientras viví en Nueva York, pero trató de enviar a Ted a un internado en Alemania y rompí con él.

—Por lo visto quiere recuperarte —hizo una mueca de fastidio —. Tienes que aprender a elegir a los hombres con los que sales.

Ana trató de sonreír, pero solo podía concentrarse en el inconsciente hombre que tenía sobre sus piernas y que con sus delicadas manos de pianista solo intentó defender su honor.

La ambulancia llegó y se llevó a Christian. Ethan se fue con él en la ambulancia y Ana corrió a su casa para buscar a Ted. Lo encontró en las escaleras, llorando.

—No llores —lo levantó en sus brazos.

—¿Christian va a estar bien? —preguntó el niño.

—Va a estar muy bien —mintió para calmarlo —. Solo son unos golpes.

—Pero había mucha sangre en su cara —dijo Ted, sin dejar de llorar.

—Vamos a verlo, si quieres —le propuso para distraerlo.

—Quiero verlo —aceptó el pequeño —. Te quiere y eso me gusta. Quiero que sea mi papá.

Ana lo apretó y le dio un beso en la cabeza.

—¿Lo sabes? —preguntó a su hijo.

Ted movió la cabeza en señal de afirmación.

—No es difícil darse cuenta —contestó el pequeño —. Te mira como Elliot a la tía Kate.

Ana sonrió y salió con el pequeño para dirigirse al hospital.