Todo a GRRM.
Esta historia participa en el Calendario de Personajes de 2016 del foro Alas Negras Palabras Negras, con la condición de: "What if: ¿y si Arianne hubiese conseguido coronar a Myrcella?"
"«Somos siete —advirtió Arianne. No lo había pensado hasta entonces, pero parecía un buen presagio para su causa—. Siete jinetes de camino hacia la gloria. Algún día, los bardos nos inmortalizarán.» [...] Cuando corone a Myrcella y libere a las Serpientes de Arena, todo Dorne se reunirá bajo mi estandarte.»"
La Hacedora de Reinas
La corona relucía en la cabeza igual de dorada de Myrcella. Era solo una pequeña banda de oro perteneciente a algún antepasado Martell que Arianne pudo sacar de las bóvedas del castillo. Su padre no tenía tiempo para joyas y Arianne se contenta a con las que su madre dejó especialmente para ella, así que nadie extrañaría la pequeña corona. Myrcella no dejaba de jugar con la punta de sus cabellos, enrollando mechones una y otra vez de forma nerviosa. La sonrisa de Arianne iluminaba la habitación.
A los pies del improvisado trono de la nueva reinade los Siete Reinos, Arys Oakheart, Sylva Santagar, Andrey Dalt y Garin de los huérfanos del Sangreverde se inclinaron ante ella, y, luego de unos segundos, lo hizo Estrellaoscura. El trono de los Uller no era igual de grandioso que el Trono de Hierro, pero Arianne se figuró que cuando llegaran a la capital harían la coronación otra vez, a la vista de todos y en el Gran Septo de Baelor. Myrcella no estaría tan nerviosa, por supuesto.
El viejo Lord Uller se encontraba enfermo y solo unos cuantos miembros de su familia se encontraban en la sala para inclinarse en el momento apropiado. No lo hubieran hecho si Arianne no los convencía de que todo aquello venía con la aprobación del Príncipe de Dorne y que ella era su representante directa. «Yo, no Quentyn». Muy pronto, cuervos serían enviados con las noticias y un representante de cada casa dorniense sería enviado a postrarse ante Myrcella, reconociéndola como la legítima heredera de aquel cerdo de Robert Baratheon.
Myrcella trató de quitarse la corona, pero Arianne, quien la vigilaba muy de cerca desde su puesto detrás de la silla, le pegó en la mano ligeramente. La niña, con una expresión miserable, guardó las manos entre la tela de su falda, un bonito vestido que Arianne le había regalado como bienvenida a Dorne.
Después de varios minutos en los que Arianne supervisó a sus amigos (menos Garin) declarar su lealtad a la reina (en Piedrasviejas aquello no contaba, era más una acto, pero ahora con la corona todo cambiaba). El único que no lo hizo fue Estrellaoscura, quien solo era un caballero de su casa y no la cabeza o el heredero de los Dayne. Si hubiese sido otra situación, Arianne se hubiera reído sin parar al verle la cara roja de furia cuando se lo dijo. La reina aceptó su lealtad con gracia, casi con una sonrisa adornándole el rostro. «Cersei Lannister educó bien a sus hijos».
—Ahora, tu primer festín como reina de Poniente —le dijo cuando la ayudó a bajar de la silla, con cuidado para que no se tropezase con los escalones. Ser Arys era una sombra blanca a sus espaldas.
Con las provisiones de Lanza del Sol, el Limonar y Bosquepinto, la cocina de los Uller pudo hacer una comida bastante decente para una coronación apurada. Drey y Garin comieron con ganas, mientras que Sylva Pintas y Myrcella solo probaron un poco de su plato. Ser Gerold había decidido no entrar en absoluto a la habitación, alegando que no estaría un momento más en el mismo espacio que Ser Arys antes de que años de historia trataran de matar al Caballero Blanco.
Arianne no le creyó ni un poco y menos cuando la presencia de su Arys era tan invisible que uno se olvidaba que estaba allí. «Solo está haciendo un patán —pensó mientras bebía de su copa—. Lo hace para molestarme».
Y así fue. El caballero de Ermita Alta no se apareció hasta la mañana siguiente, cubierto de polvo hasta en las pestañas plateadas, detrás de ella y entre las sombras cuando acababa de darle las misivas al maestre de los Uller.
—¿Qué haces? Te he dicho miles de veces que no me gusta que me sorprendas de esa manera —le siseó cuando éste le agarró la cintura con una de sus grandes manos, caliente y polvorienta.
—Y yo te dije que esto no iba a funcionar —le respondió, sus manos sacudiendo el polvo de su cabello—, pero todos nos equivocamos alguna vez.
Arianne apretó los labios y Estrellaoscura sonrío con los suyos.
—Yo no, ser —remarcó para distanciarse. Sin el polvo, su cabello claro no hacía más que distraerla—. La reina Myrcella está lista para gobernar, solo necesitamos marchar hasta la capital.
Ser Gerold solo hizo un «hum» con la boca cerrada, haciendo que Arianne chirriase los dientes. Con los cuervos en camino, no había anda que aquel caballero pudiera dudar de ella. Su plan ya estaba en marcha y su padre no sabría que le vendría cuando Myrcella decretase que Quentyn estaría fuera de la línea de sucesión, y con Trystane prometido a la reina, solo quedaba ella como la legítima y real heredera de Dorne. Si le diera la gana, haría que Myrcella soltase a Ser Arys de sus votos y lo tendría como amante.
Arianne bajó las escaleras de la pajarera, los pasos más pesados de Dayne se escuchaban detrás de ella, pero cuando ella dobló hacia sus habitaciones, los otros pasos se perdieron hacia otro lado. Sylva y Garin jugaban al sitrang mientras que Drey escribía una carta, Arianne no pudo evitar la sonrisa en su rostro.
Lord Uller la recibió en su lecho días después, días en los que la ansiedad por no haber recibido ninguna respuesta aún, no bajaba. Harmen Uller era viejo, pero no estaba muriendo, o eso fue lo que le dijo el maestre. El olor del río Azufre se apreciaba especialmente en las habitaciones del señor y Arianne notó que cuando le habló al señor de Sotoinferno sobre la coronación, éste no dio muestras de entender lo que le dijo. Seguía repitiendo la palabra «Lannister» una y otra vez. «No está muriendo, pero está loco».
Pensaban permanecer en la ribera de aquel río tan maloliente solo unas cuantas semanas hasta que las cartas y representantes empezaran a venir, luego, seguirían su camino al norte con los ejércitos que los señores dornienses traerían consigo. Había pasado un mes en silencio.
Y luego otro. Y luego vino una carta sellada con el sol y la lanza.
Días después vino Areo Hotah.