Notas para antes de empezar: Future fic. Es decir, el grupo de primer año ya está en tercero. Riko, Hyuuga y companía ya se han graduado, lo cual quiere decir que no aparecerán aquí... Probablemente. Y si encuentro alguna forma de escribir bien a Izuki, será pronto.
Es todo.
Ah, sí, el grupo de Furihata, Fukuda y Kawahara aparecerá, más adelante.

Se puede leer con la intención de encontrar pairings, o no.

Hace mucho no escribía algo de más de dos capítulos. No creo que este vaya a ser muy largo, solo está inspirado en unos cuantos prompts de una tabla que tengo en LJ. La idea se plantó en mi cabeza después de leer algo vagamente similar, y decidir escribir mi punto de vista sobre el asunto.

Tema: #15 — Malas Noticias

Disclaimer: KnB no me pertenece. Sus personajes tampoco.

(Amablemente) Beteado por: Silenciosa

¡Nota! [18 Julio/2014]: Para los nuevos lectores y los antiguos, estoy en el proceso de re-subir una versión muy bien beteada y arreglada, para el placer de sus ojos. No hay cambios en el argumento, solo en un par de cosillas.

Es todo, sigan su lectura.


Capítulo I.
"Malas noticias."

En la mañana que anunciaba el primer día de su tercer año, Kagami Taiga se despertó tres horas antes de que su despertador sonara. Dio vueltas bajo las sábanas por un tiempo más. Una vez hubo puesto los pies fuera de la cama, decidió vagar por su apartamento, tomó un vaso de agua y leyó un par de revistas. Al no funcionar nada que le hiciera reconciliar el sueño decidió usar un método diferente: sin darle importancia al frío de la mañana, se encaminó hacia la cancha de baloncesto más cercana a su apartamento.

Hora y media después se le unía alguien al juego cuya complexión era superior a la de un hombre corriente, aunque ésta no distaba del físico de Kagami. El aspecto del recién llegado era inquietante. En su porte altivo se adivinaba un carácter capaz de imponerse bajo cualquier circunstancia. Una incalculable confianza en sí mismo estaba presente en su rostro, en la intensidad luciferina de su mirada; ojos poseedores de una intensa fuerza emocional que derramaban clarividencia.

Si se contemplaba atentamente a Aomine Daiki, podía advertirse el gesto desafiante en sus austeros labios y en las sombrías facciones fruncidas que enmarcaban su frente en dos líneas verticales de expresión.

—En serio, no hay peor manera de empezar el día —rezongó Kagami al verlo—. ¿Qué haces acá? Aomine se le aproximó a paso lento, acompañado por la emergente luz del día que hacía refulgir su labrada y oscura piel. Su cabeza quedó ladeada, adquiriendo una expresión ladina que, a ojos de Kagami, no pasó desapercibida.

—Me era imposible pasar otro día sin verte. —Aomine soltó una carcajada.

—No tengo ganas de escuchar tus chistes. ¿Qué haces acá?

—No podía dormir y quería caminar así que..., bueno, acabé en este lugar. ¿Tienes algún problema?

—Bastantes —replicó Kagami.

—Entonces juguemos.

Kagami negó con la cabeza al instante.

—Tengo que irme. Y tú también deberías irte, Aomine. ¿No tienes que estudiar?

—No quiero —le espetó Aomine para luego chasquear con la lengua.

Demostrando su fastidio, Kagami pasó por su lado sin hacerle el menor caso. Mientras se iba caminando, Kagami escuchó un gruñido que supo ignorar. Tampoco prestó atención al rápido trotar de pasos que se le aproximaban, así como la figura que finalmente se colocaba a su lado.

—¿Te gusto o algo así? Quiero decir..., ¿por qué me estás siguiendo? —le soltó Kagami. Trataba de sonar sarcástico, aunque en realidad estaba un poco asustado.

—¡Ja!, ¡eso quisieras tú! —Aomine resopló—. No, no te estoy siguiendo.

—Entonces dime eso cuando no me estés siguiendo.

—Cambiando de tema... Kagami, ¿estás en el tercer año al igual que yo, cierto?

—Ah, sí. ¿Y...?

—¿Qué vas a hacer?

—¡Te preocupa mi futuro! Ahora en serio, ¿acaso te gusto, Aomine?

—¡Que no! —respondió enérgico el aludido según gesticulaba con los brazos—. Me refiero si sabes qué harás con el baloncesto.

Kagami se demoró un minuto, pensando. Jamás se le había ocurrido pensar acerca de su futuro y en lo que haría después de la escuela. Sabía que iba a ser una decisión importante, que debía haberla tomado desde hacía un tiempo y que, al menos, debería haber explorado ya diferentes opciones y planes; sin embargo, no había pensado en nada. Usualmente, recurriría a Tatsuya para hablar de algo así, pero ninguna de los dos había sacado el tema a colación en las veces que habían hablado. Kagami no se atrevía a ser el primero en hacerlo.

—Pues voy a seguir jugando, idiota. —El tono de voz que había empleado para su respuesta le sonó un poco más conflictivo de lo usual.

—¿Estás seguro? ¿Cuántas veces has perdido un partido en los últimos dos años? —Aomine metió las manos en sus bolsillos, mirándolo con una expresión cercana al resentimiento.

Kagami no contestó, sabía a ciencia cierta a qué se estaba refiriendo su rival, aun así tampoco le quiso dar nombre al pensamiento que se estaba formando en su mente, deshaciéndose de él con un sacudir de cabeza y un bostezo.

—¡Ah! Ahora que lo recuerdo —intervino Aomine—, ¿todavía tienes mis zapatos?

—¿A qué viene eso? Y no, no los tengo. Las tiré después de que ganamos la Copa de Invierno.

—Sólo quería saber —contestó antes de soltar Aomine un leve carcajeo.

Alcanzaron el edificio donde vivía Kagami y ambos se detuvieron en la entrada. Un silencio incómodo invadió el espacio mientras que Kagami se encontraba inmerso en su propio mar de pensamientos. No sabía qué iba a pasar con el baloncesto. Probablemente seguiría jugando aunque no estaba seguro de si seguiría de manera profesional o como mero pasatiempo. Si escogía llevar el baloncesto hacia la vertiente profesional tenía la noción de que acabaría regresando a Estados Unidos; y, si lo dejaba como un hobby más, tendría que optar por una carrera universitaria y luego un trabajo. Teniendo en cuenta que sus notas habían mejorado considerablemente durante los últimos tres años, no eran lo suficiente altas como para entrar a una universidad de renombre. "No importa", pensó. "Siempre voy a tener el baloncesto conmigo, sea de la forma que sea."

Nada más hubo estado a punto de comunicarle sus pensamientos a Aomine, escuchó el inconfundible rugido de un estómago. Por un momento no supo si era el suyo propio o el de su acompañante hasta que éste último puso una mano sobre su estómago y bostezó sonoramente.

—¿Has desayunado? —preguntó Kagami sin poder evitar sentirse sorprendido. Había querido hacer un comentario gracioso, pero la pregunta simplemente se le había escapado.

—No he comido nada desde ayer.

—Ah... —Kagami suspiró. Debía de estar loco para pensar lo que estaba pensando, y mucho más para decidirse a decirlo—: Entra. Yo tampoco he desayunado.

—¡¿Qué?! ¿Me estás...? ¿Qué?

—¡Deja de creer en cosas que no son!

—Me estás invitando a desayunar en el apartamento donde vives solo.

—¡Ja! No tengo tan mal gusto. Asumí que ibas a desayunar algo que hiciera Momoi. ¿Recuerdas la vez que casi me mata con una de sus sopas? Incluso me perdí un partido... en fin, no le deseo ese mal a nadie, ni siquiera a ti. Pero, bueno..., si quieres arriesgarte, vete. —Se dio la vuelta, marchando rumbo a la puerta principal del edificio y con una sonrisa de satisfacción en el rostro.

—¡Oye! —Aomine resopló, rindiéndose.

Corrió tras Kagami maldiciendo cada paso que daba.

El desayuno transcurrió en relativa calma; ninguno de los dos habló mucho al estar ocupados comiendo todo lo que estaba a su alcance. En un par de intentos por aplacar el silencio, uno de ellos hablaba con la boca llena, expresando su disgusto con la compañía del otro; el otro, en cambio, no respondía. Aomine se marchó rato después, sin antes decirle a Kagami que "admitía que cocinaba bien". Kagami le había respondido que "se lo cobraría algún día", aunque no escuchó luego su consecuente respuesta.

Kagami llegó a una conclusión lo suficientemente clara: no le caía bien Aomine Daiki. Tan seguro como que el sol sale por el oriente y que el cielo es de color azul. No importaba que le hubiera prestado suszapatos —porque si no lo fueran, nunca aceptaría un regalo de "ese idiota"—. No le caía bien. Punto.

Tal vez dicha animadversión se reflejaba en que, al fin y al cabo, eran similares. O algo así le habían mencionado sus compañeros de equipo, porque Kagami jamás admitiría tener algo en común con "semejante personaje". Kagami tampoco se permitiría aburrirse de jugar baloncesto de la manera en que decayó Aomine. Ése era un pecado inconcebible, casi capital. No comprendía cómo aquel joven podría haber llegado hasta tal punto.

En el baloncesto siempre habría algo nuevo, algo interesante; un nuevo camino, un nuevo oponente; cada cancha sería diferente, al igual que la gente, los gritos...

Todo era siempre emocionante.

.

Y luego llegó el primer juego del año.

Para ese momento, Kagami era capaz de recibir los pases de Kuroko con los ojos cerrados —después de golpearse en la cara con el tablero, prometió no intentarlo de nuevo—. En el último cuarto ya llevaban una ventaja de diez puntos. El equipo de ese año era bastante bueno, pensaba Kagami.

El equipo contrario parecía cansado y a ninguno se le escapó la expresión de derrota que tenía cuando la última mitad del juego había iniciado, aun así, un par de ellos parecían tener cierta voluntad de jugar hasta el último momento, hecho que Kagami agradeció: estaba empezando a aburrirse. En el último minuto del partido, recibió el pase de Kuroko sin ninguna falla, realizó un mate a una sola mano y, cuando sus pies tocaron el suelo, sintió cómo algo hueco se le instalaba en el pecho.

Intentó sonreír pero no pudo mover ningún músculo; su compañero, su autodenominada sombra, se acercó a él. Cuando conectaron las miradas, Kuroko Tetsuya lo entendió todo.

Ninguno de los dos dijo nada.

Antes de las vacaciones de verano, Kagami recibió una visita de un rector deportivo de una universidad japonesa importante y poco después la del secretario de la JABBA —Japan Basketball Association— invitándole a unirse a la selección nacional de la categoría juvenil en el próximo torneo oficial. El joven no dio una respuesta definitiva ya que no sabía muy bien qué hacer. Desde el último partido, parecía como si algo en él se hubiese desprendido, como si la intensa luz que había brillado alguna vez en él estuviera apagándose lentamente y, cada vez que pensaba en ello, le sobrevenían unas acuciantes ganas de vomitar. Pensaba sin querer en Aomine, en lo que le había dicho el primer día de clase y ahora estaba temiendo que su respuesta fuera "No voy a volver a jugar".

Se suponía que eso no debía sucederle a él. No quería que ocurriera, no lo quería. Nunca.

Pero era un hecho inevitable como el cíclico paso de las estaciones.

.

Cuando la primera hoja del otoño cayó, Kuroko caminaba entre la gente leyendo un libro. Dicha hoja de color rojizo cayó justamente sobre la frase que estaba leyendo y el muchacho cerró el libro con un largo suspiro, sin molestarse en marcar la página, después de todo ni siquiera estaba concentrado en lo que leía. Levantó la vista y a lo lejos distinguió la larga figura de Kagami; andaba un poco encorvado, y arrastraba los pies. A veces bostezaba de manera muy pronunciada y casi nunca sacaba las manos de sus bolsillos a menos que fuese estrictamente necesario.

La luz, Kagami Taiga, se estaba apagando. Kuroko ya lo había visto una vez y conocía perfectamente lo que vendría luego. Quería hacer algo, sin embargo; el fracaso vivido con Aomine en Teikō hizo que se sintiera impotente. Por segunda vez, vería otra luz menguarse. Y una vez que ésta luz desapareciera...

—Kagami-kun —llamó en cuanto lo hubo alcanzado. El aludido entrecerró los ojos y gruñó como respuesta—. Kagami-kun.

—¿Qué quieres?

Kuroko lo recordaba con claridad: los pies de Kagami tocando el suelo y con los ojos fijos puestos en el tablero, sin reaccionar. La pelota había caído rodando y fueron los jugadores de primer año los que siguieron el juego. Cuando su mirada cruzó con la de Kagami, no vio nada. Sólo miedo. Kuroko había visto lo que Kagami ya sabía; había tocado fondo. Su luz había comenzado a apagarse.

Sentenció para sí que debía haber visto venir esta situación mucho antes. Siempre había una señal, similar a la calma que viene antes de la tormenta. Quizá había sido esa vez que le había dicho que no podía ir a entrenar porque estaba "muy enfermo" cuando no interceptó uno de sus pases, o cuando después de una práctica le soltase un seco e indiferente "Buen trabajo, Kuroko", o quizá mucho antes, cuando le había preguntado si podía llamarlo por su nombre, aunque no le gustaba que se refirieran a él por su nombre de pila.

Las señales habían estado ahí siempre y Kuroko había elegido no verlas. Estaba escogiendo de nuevo el camino de la sombra que desaparecía junto con su luz.

—¿Estás bien? —preguntó Kagami.

—Kagami-kun —repitió Kuroko—, ¿aún le gusta el baloncesto?

Cuando vio que Kagami enderezaba su espalda y tomaba aire abruptamente, supo que ya no habría vuelta atrás.