Nota de la autora: Recién volví a reencontrarme con este maravilloso anime de mi infancia, y la inquietud de escribir sobre el pairing Hyoga/Shun (que también recién descubrí :D) me rondó por semanas enteras hasta que, al fin, cedí. Soy primeriza en este fandom, así que estoy nerviosa porque no sé si les gustará esta historia… Como sea, muchas gracias a todos por darle una oportunidad al fic y leer.
Disclaimer: El manga de Saint Seiya y todos sus personajes son propiedad de Masami Kurumada, así como el respectivo anime (basado en dicho manga), mismo que también pertenece al estudio de Toei Animation . Este fic (desde la primera letra hasta la última), así como la idea "original" pertenecen a la ficker Dzeta (o sea, a mí); y es escrito con mucho gusto y sin ningún ánimo de lucro.
Warnings: Fanfiction yaoi (relación chico/chico). Si no te agrada este tipo de contenido o te sientes ofendido(a) en alguna forma, este es el momento de cerrar la página. De lo contrario, espero que disfrutes la lectura.
La liebre y el viajero
I
El sueño
(El fulgor de la luna es lo único que ilumina la inmensidad del cielo de media noche mientras Hyōga duerme, mientras sueña un sueño que no desea soñar pero que siempre aparece, que siempre está ahí, que siempre comienza igual... Siempre. Una noche sí, y otra, también).
Oscuridad. Silencio. Frío.
Ha soportado vientos helados, nevadas inmisericordes, tormentas de hielo interminables. Pero nunca antes había sentido un frío como este.
Un frío que le está helando la sangre poco a poco.
Ya no hay rastro de luz, sonido, calor o movimiento a su alrededor. Hace muchos minutos ya que ha dejado de sentir la poderosa y congelante vibración del cosmos de su maestro Camus, el Santo de Oro de Acuario. Su voz que, colmada de autoridad, le taladraba los oídos exigiéndole que dejara el sentimentalismo y las emociones vulgares atrás, retándolo a alcanzar el séptimo sentido y a dejar de ser un hombre ordinario para empezar a comportarse como lo que en realidad es: un auténtico Santo de Athena; esa voz ha dejado de resonar sobre las ancestrales paredes de la casa de Libra.
Y ahora, en la soledad del séptimo templo, su propio cosmos finalmente se apaga y él se vuelve uno con el perfecto ataúd de hielo en el que Camus le ha encerrado.
El hielo brilla como si de un enorme zafiro se tratara, y late al mismo ritmo que su helado corazón, cada vez más lento conforme pasan los minutos mientras él, completamente inconsciente, espera la muerte.
(Tras la ventana, la oscuridad de la noche empieza a disiparse y la luna se oculta lentamente dando paso al luminoso amanecer de un nuevo día. Es entonces que las imágenes del sueño cambian entre remolinos de luz y sombra hasta que la luz se impone sobre la oscuridad tiñéndose poco a poco de un hermoso y brillante tono magenta).
El ataúd de hielo ha sido destruido.
Los trozos sólidos y pétreos a los que ha sido reducido están esparcidos por todo el suelo. Él está tendido sobre las duras baldosas de la casa de Libra, inconsciente e incapaz de mover un solo músculo, y junto a él se encuentra Shun, cuyos grandes ojos verdes lo miran llenos de auténtica preocupación.
Suavemente, el joven Santo de Andrómeda coloca la mano derecha sobre su rostro, y la izquierda la posa cuidadosamente sobre su pecho mientras estira su cuerpo, mucho más pequeño y frágil que el de Hyōga, sobre él, cubriendo en toda su extensión el costado izquierdo. En ese momento todo a su alrededor comienza a iluminarse con un cálido e intenso resplandor magenta; el resplandor característico de su estrella guardiana, Andrómeda, y señal evidente de que Shun ha encendido su cosmos.
Los múltiples trozos de hielo esparcidos por todo el suelo van cediendo despacio, uno a uno, derritiéndose y evaporándose ante el calor que desprende el cosmos de Shun. En tanto, ambos jóvenes permanecen estirados sobre las ancestrales baldosas. El cuerpo entero de Hyōga es como otro trozo más de hielo, uno que se resiste a ceder ante el calor que lo rodea. Está tan frío, tenso e inmóvil que Shun teme que su energía no sea lo suficientemente poderosa para ayudar a su amigo, así que incrementa aún más su cosmos aún a sabiendas de lo fatal que puede resultar para él.
"La única manera de salvarlo –dice Shun, su gentil voz vibrando a través de toda esa cálida energía que emana lentamente de su cuerpo– es maximizando mi cosmos, y calentar a Hyōga con el calor de mi cuerpo y mi energía… Aunque esto pueda costarme la vida"
(Sumido en el sueño, Hyōga se agita entre sus sábanas en cuanto escucha estas palabras y mira a Shun agotarse un poco más cada vez ante el esfuerzo que el aumento de sus cosmos implica. Y es que él sabe muy bien que elevar el cosmos a su límite superior es como hacer estallar una bomba atómica; la energía y el poder que se alcanzan son máximos pero los deja arañando el borde de la muerte.
Sin embargo, su habitación está sola y nadie lo mira revolverse desesperado sobre su cama ni lo escucha musitar angustiado "¡No, no, Shun!… No te arriesgues así por mí" cuando en su mente el sueño sigue su inexorable curso).
En completo silencio transcurren muchos minutos hasta que, al fin, la helada piel, que estaba terriblemente amoratada a causa del poderoso frío, comienza a recuperar lentamente su natural tono bronceado, y las extremidades, que estaban tan duramente entumecidas que parecían trozos de hielo macizo, ya se muestran ligeramente más suaves y flexibles.
Al darse cuenta de ello, Shun sonríe levemente al tiempo que se incorpora despacio y, sosteniéndolo entre sus brazos cuidadosamente, hace que Hyōga quede sentado sobre el suelo duro, mientras su voz sigue vibrando a través de su cálido cosmos.
"El cosmos de Seiya es muy bajo a causa de las diversas batallas, al igual que el de Shiryū. El único que puede hacerlo ahora soy yo… Lo siento, hermano. No podré hacer lo que me pediste… No podré pelear hasta el final como un hombre, sin claudicar".
(Hyōga atrapa las sábanas entre sus tensos dedos y se agita aún más desesperadamente que antes cuando escucha la voz de su querido Shun, que luce cada vez más agotado, vibrar con un deje de profunda tristeza al hablar de la promesa hecha a su hermano mayor, Ikki).
"Mejor debo salvar la vida de mi amigo con el cosmos restante de mi ser –sigue diciendo Shun, al tiempo que aferra a Hyōga con más fuerza aún, envolviéndolo protectoramente cuando percibe que las pulsaciones de su congelado corazón son, todavía, bastante bajas– No quiero dejar que mi amigo muera. Aún cuando tenga que dar mi vida por ello, ya sea que Hyōga reviva primero o yo muera primero… ¡Ven a mí, mi cosmos! ¡Caliéntalo!"
Detrás de sus parpados fuertemente cerrados Hyōga ve cómo la energía que emana de Shun se expande hasta llenar cada rincón de la casa de Libra, y la escucha zumbar cada vez más intensa y poderosa.
Quiere gritarle que no lo haga, que él no merece su sacrificio porque no fue capaz de mantener su juramento de proteger a Athena.
"Tú perdiste a Ikki en la casa de Virgo –grita desesperado en su mente, mientras sus crispados puños aprietan las arrugadas sábanas– y aún así no te rendiste como yo, no, tú te levantaste y seguiste valientemente adelante, Shun. Y sé que no te importa dar tu vida por salvar la mía –las lagrimas brotan de sus ojos cerrados como si fueran perlas rotas y comienzan a caer una tras otra sobre la almohada– pero yo no lo merezco… ¡No lo hagas, por favor, no lo hagas, Shun!".
Envuelto en angustia y sudor frío no deja de agitarse y sollozar. Y más aún cuando ve que el cosmos de Shun explota al fin en toda su potencia e intensidad, y él escucha su gentil voz musitar débilmente "Fue un honor pertenecer a los caballeros del zodiaco" mientras se desploma mortalmente agotado junto al Hyōga que aún yace sobre las duras baldosas.
En ese momento siente que se ahoga de pura desesperación.
Quiere gritar, quiere despertar y que el sueño termine ya porque tiene el corazón destrozado y no se siente con la fuerza suficiente para seguir soñando más. No cuando sabe que el sueño se convertirá en una terrible pesadilla que terminará como siempre ha terminado: con él recobrando la consciencia e incorporándose sobre el frío y duro suelo de la casa de Libra solo para descubrir que Shun yace muerto a su lado.
–Nononononononononono… porfavor, nopuedeser… ¡Shun! ¡NO!
–No funcionará. Si quieres que reaccione pronto tendrás que cruzarle la cara.
–Él ya está sufriendo mucho en el sueño. No voy a lastimarlo más abofeteándolo… Despierta, por favor, amigo –insiste Shun zarandeando suavemente por los hombros desnudos a un Hyōga que, con las sábanas hechas girones a sus pies, sigue agitándose incansablemente mojando su almohada, ya de por sí bastante húmeda, con sudor frío y lágrimas.
–Sí, sé que tú no lo harás. No sé por qué me molesto en sugerirlo –bufa levemente Ikki. A continuación una sonrisa torcida se dibuja en su rostro y añade: –Yo lo haré con mucho gusto.
Fiel a su carácter noble y gentil, Shun no responde a la provocación de su hermano mayor, simplemente se gira para mirarlo sin soltar a su amigo y niega suavemente con la cabeza, reprobando completamente su sugerencia.
–También–insiste Ikki–sería muy interesante que lo dejáramos así para saber si dirá algo más.
Shun está por negarse nuevamente pero en ese preciso instante Hyōga, aún conmocionado y asustado, abre los ojos repentinamente y entonces Shun vuelve toda su atención hacia él.
–¡Hyōga! ¿Estás bien, amigo?
Sin pensar, e ignorando el fuerte mareo que lo ataca al incorporarse tan rápidamente sobre el colchón, el joven ruso se aferra con ímpetu al sorprendido Shun envolviéndolo en un fuerte abrazo lleno de alivio.
–¡Shun!… –exclama, enterrando la nariz entre la melena esmeralda y aspirando con fuerza. Sus tensos dedos se clavan en la espalda de su amigo y luego se apuñan sobre ella arrugando la tela de la chaqueta deportiva roja que Shun lleva puesta– E-estás b-bi-en, es-tás…
–Tranquilo –murmura conmovido Shun, envolviéndolo compasivamente entre sus brazos al notar su acelerada respiración y escuchar sus leves sollozos. Acariciándole la dorada cabellera con suma calma trata de serenarlo– Fue un mal sueño. Ya pasó.
Shun, sintiéndose consternado, no detiene la tierna caricia sobre su cabeza pues Hyōga, sin poder evitarlo, sigue llorando e hipando quedamente con el rostro aún enterrado en la suave cabellera esmeralda.
Hyōga no quiere apartarse de él, de su calidez y su ternura, pero después de un par de minutos sabe que tiene que alejarse.
–¿Cómo es que… estás... aquí?–pregunta, aun demasiado cerca.
–Acompañaba a mi hermano a la puerta principal de la mansión para despedirlo –dice Shun, deslizando ahora, una y otra vez, su cálida mano sobre su espalda para confortarlo– Al pasar frente a tu habitación, te escuchamos sollozar así que entramos.
–¿Acompañabas a... tu hermano?
Muy a su pesar, se aparta un poco de Shun y cuando levanta los ojos puede ver a Ikki de pie, alejado de la cama, esperando tranquilamente mientras hace gala de ese aire arrogante que siempre manifiesta. Está cómodamente recargado contra el marco de la puerta con los brazos cruzados. Lleva una pequeña mochila de viaje al hombro y lo mira muy fijamente, con ese característico gesto rudo tan suyo y esa sonrisa de autosuficiencia que el rubio tanto detesta pintada en su rostro.
–Así que se marcha de nuevo, eh.
Antes de que Shun pueda decir que su hermano viajará a la Isla de la Reina Muerte para visitar la tumba de su querida Esmeralda, Ikki se adelanta.
–Será solo por unos días –dice, apartándose del umbral de la puerta sin despegar su penetrante y agresiva mirada de los ojos celestes del Cisne. "¿Crees que soy estúpido, Hyōga?, ¿acaso piensas que no me he dado cuenta? Sí, hace mucho tiempo que sé lo que realmente sientes por mi hermano, y ambos sabemos que él no lo sabe" –apunta Ikki, hablando directamente al cosmos de Hyōga, mientras camina hacia el sofá sobre el que cuelga descuidadamente la camisa de pijama del rubio– "No quieras jugar con fuego, Cisne, porque si lo intentas te voy a rostizar, ¿entiendes?... Es más seguro para ti que él siga sin saberlo cuando yo vuelva, o te juro que haré realidad la más horrible de tus pesadillas. Ahora, ¡quítale las manos de encima!"–, advierte lanzándole la camisa a las manos, logrando con ello que se aparte completamente de Shun.
–Deberías vestirte, exhibicionista.
Hyōga aprieta los dientes ante las palabras y el tono burlón mientras atrapa la prenda al vuelo.
–Gracias, Ikki –dice, muy educadamente, pero sus ojos celestes lo miran retadoramente.
De un manotazo limpia su rostro marcado por las lágrimas medio secas y después, mientras se pone la camisa y ajusta un botón tras otro, su cosmos, helado de indignación, responde: "No te metas en esto, Fénix. Mis sentimientos por Shun no te incumben en lo absoluto. Y, por cierto, si supieras cuál es mi peor pesadilla, te aseguro que no te atreverías a hacerla realidad".
–Basta ya, hermano, por favor. No lo hagas más –pide Shun con suave calma cuando siente que el cosmos de Ikki vuelve a vibrar agresivamente en respuesta a la vibración emitida por el cosmos de Hyōga.
Ikki aprieta los labios en señal de inconformidad. Sin embargo, porque Shun se lo pide, controla su cosmos y se contiene de seguir amenazando al ruso. Pero no da ni un paso atrás y, en vez de disculparse por su comportamiento, su sonrisa sarcástica vuelve a su rostro. Sabe que, aunque Hyōga diga lo que diga, el mensaje le ha llegado alto y claro pues lo mira apretar la mandíbula con coraje y ve los ojos celestes refulgir con rabia. Su sonrisa torcida se acentúa porque sabe que el ruso está frustrado.
"Te conozco, Cisne" piensa el Fénix para sí "Y después de esta advertencia sé que no te atreverás a nada con Shun. Con eso me basta por ahora".
Shun, por su parte, solo musita un suave Gracias hacia su hermano mayor sin imaginar siquiera por dónde van sus cavilaciones. Luego, poniéndose de pie entre éste y Hyōga, le sonríe al rubio e inclina la cabeza levemente hacia él en señal de disculpa.
–Perdonale, por favor.
Hyōga asiente levemente mientras hace una mueca con los labios que da a entender que está más que acostumbrado a los arranques de Ikki y que no le importa demasiado (cosa que no es del todo cierta pero lo finge bastante bien). Shun, ajeno a todo ello, sonríe. Luego, sacando un pañuelo del bolsillo de su pantalón deportivo rojo, vuelve a acercarse a su amigo y seca cuidadosamente los restos de lágrimas que están atrapadas en forma de perlitas de agua entre sus oscuras y espesas pestañas.
Hyōga, perdido en el verde intenso (que brilla cálido y amable) de la mirada de su amigo y en su sonrisa tierna, se deja hacer en silencio olvidándose por completo de que Ikki les está mirando con su habitual gesto hosco acentuado a su máxima expresión.
Al final, ofreciéndole la pequeña prenda de tela lisa, Shun lo mira largamente con los ojos verdes borbotando preocupación.
–¿Estarás bien?
–Sí, no te preocupes más –responde y, mirando el pañuelo blanco, agrega:– No puedo acep…
–Por favor, consérvalo –se apresura a decir Shun, poniéndolo sobre la palma derecha de Hyōga y haciendo que lo envuelva entre sus dedos.
–De acuerdo –acepta el rubio sin dejar de mirarlo a los ojos, deseando intensamente que Ikki no estuviera ahí porque el anhelo que siente de querer extender ese cálido contacto con su querido amigo lo más posible es demasiado fuerte como para ignorarlo. Pero, para su desgracia, no puede evaporar a Ikki con solo desearlo y todo su anhelo se queda solo en eso cuando, contento, Shun vuelve a sonreír y retira las manos de las suyas, girándose para marcharse con su hermano.
–Te veré en el desayuno.
–Claro… y, Shun, gracias.
–No ha sido nada, amigo –responde Shun mirándolo, su sonrisa extendiéndose hasta sus amables ojos verdes– Vámonos, hermano.
Ikki asiente y en silencio coloca su brazo derecho sobre los hombros de su hermano pequeño para llevarlo consigo fuera de la habitación, pero antes de cerrar la puerta lanza una última mirada de advertencia que Hyōga corresponde con su más fría expresión.
Cuando al fin el suave sonido de pasos se ha dejado de escuchar, el joven ruso lleva el pañuelo a su rostro y aspira profundamente durante varios minutos al cabo de los cuales, embriagado en el delicado aroma a menta fresca, freesia y un toque a madera de cerezo, sonríe y lo contempla con afecto.
Luego lo coloca debajo de su almohada y enseguida se pone en pie. Camina descalzo hacia la enorme ventana y desde esa altura puede ver los extensos jardines y la reja principal de la mansión Kido, donde Shun se está despidiendo de su hermano. Lo mira agitar el brazo derecho en el aire hacia la dirección en la que Ikki ha desaparecido, y después lo ve encaminarse de vuelta a los jardines e iniciar a trotar alrededor de la mansión, fiel a su costumbre de ejercitarse de esa forma cada mañana.
Por un segundo, lo tienta muchísimo la idea de salir y acompañar a Shun en su rutina de ejercicio tal como ha hecho otras veces pero, cuando pasa frente al espejo en su camino hacia el armario, nota las lagrimas secas en su rostro y el nido de pájaro que se ha vuelto su larga cabellera rubia. Es entonces que se detiene y se queda mirando su reflejo. Sus ojos celestes están enrojecidos y tienen un par de pronunciadas y oscuras ojeras alrededor, su cabello es un desastre, y su bronceada piel luce mortecina. Siempre termina igual después de pasar la noche atormentado por esa pesadilla que apareció desde que volvieron de la batalla contra Arles y el Santuario, y que no ha tenido otro propósito que revelarle que ahora, no solo el amado recuerdo de su madre muerta es su debilidad y fortaleza, sino también lo es su querido amigo Shun y todo lo que siente por él.
–Me pregunto por qué la pesadilla no deja de repetirse… –se dice a sí mismo, mientras sigue mirando su rostro demacrado en el espejo– De alguna extraña manera no puedo evitar relacionarla con aquella fábula que Shiryū le contó a Seiya, acerca de los tres animales y el viajero moribundo. Seiya dijo que Shiryū pensó en esa historia cuando Shun se quedó en la casa de Libra para salvarme y, más tarde, ellos sintieron estallar su cosmos.
"Yo soy como ese viajero, y Shun, él es como esa pequeña liebre que… ¡no, eso no!".
Ese solo pensamiento de muerte provoca que sus ojos celestes se tiñan de un miedo horrendo, y que sus puños se aprieten fuertemente alrededor del marco metálico de la luna de vidrio.
–No, no, eso no tiene ningún sentido… Esa pesadilla no puede ser un presagio de muerte para Shun–murmura, tratando de auto convencerse de ello, mientras su mente frenética busca motivos racionales– ¿Será que, si yo le confieso lo que siento por él, esa pesadilla dejará de atormentarme?... No, olvidaba que no puedo decírselo –se burla ahora, sonriendo torcidamente mientras deja escapar una risotada irónica– Ikki ha amenazado con rostizarme si Shun se entera de mis sentimientos… ¡Maldición, como si no tuviera ya suficientes líos en la cabeza para, además, tener que lidiar con las amenazas del sobreprotector hermano mayor!
Hyōga maldice pero en su interior sabe bien que no puede culpar a Ikki por ser así porque él también ha sentido ese fuerte impulso protector hacia Shun, aún a pesar de saber muy bien que en realidad Andrómeda no es ninguna florecita.
De hecho, el rubio sabe muy bien que lo suyo por Shun es mucho más que un impulso pues hace meses que ha aceptado que está perdidamente enamorado del chico, y por eso no le extraña nada que esa pesadilla en la que lo pierde lo atormente tanto. Y es que cómo no va a atormentarlo si ama esa sonrisa de ángel, y esa hermosa mirada llena de inocente ternura.
Debido a su carácter noble, pacífico y sensible, muchos han tachado a Shun de "débil", de no ser más que un "lindo niño", de "no tener lo necesario para ser un caballero de Athena", sin embargo, él les ha demostrado todo lo contrario en cada batalla que ha librado.
Hyōga ha sido testigo de todo eso, y es por eso que se ha enamorado de él con una fuerza descomunal. Ama y admira su coraje, su temple, su valor para no rendirse ante la adversidad y seguir luchando hasta el final; adora, incluso, esa ternura y sensibilidad tan suyas que lo hacen ser tan noble, y la dulce y gentil disposición que Shun siempre muestra para sacrificarse a sí mismo y así ayudar a los demás.
Eso último es, de hecho, lo que más ama y admira de su amigo y, sin embargo, es también lo que más detesta porque la posibilidad y el riesgo de perderlo por eso es muy alta.
Y él, amandolo como lo ama, no está dispuesto a perderlo por nada.
–¡Maldita sea!, ¿por qué mis sentimientos tienen que ser tan complicados? Lo que siento por Shun es tan fuerte e intenso que la idea de perderlo es insoportable. Si tan solo esa maldita pesadilla dejara de repetirse…
Con un suspiro profundo, Hyōga agita la cabeza buscando despejarse, pero al no conseguirlo termina golpeándose la frente vez tras vez contra el espejo duro. Cuando al fin levanta la cara y sus ojos celestes le devuelven una mirada agotada, desiste con pesar del anterior impulso de cambiarse el pijama y bajar a buscar a Shun, y comienza a rebuscar entre sus cajones.
–Estoy hecho un desastre. Necesito una ducha urgente.