Hooooooolo mundo 8'D He vuelto. Hace muuuuucho que no publicaba una historia y este es como mi regreso o:

Bueno, he de decir que esto lo tenía listo hace un par de días, pero estaba luchando por crearle un buen título, al final salió esta cosa(?)

Aquí la pareja principal serán Hipo y Astrid, ambos tienen 20 años y si, es cinco años después de la película y siguen siendo amigos, oh(?) xD Veamos como le va a esta idea loca que nació de un extracto del supuesto, no sé si era real, guión de la segunda película oooo:

Como ya saben, los personajes no me pertenecen (Algún día *-*), pertenecen a Dreamworks. Y le doy créditos al autor de la imagen, la encontré en tumblr y me gustó ;-;

Espero que les guste para ver si la continúo :33 Perdonen mi redacción, aún no es muy buena :c


The promise that keeps me alive

Cap. 1 El inicio.

Era ese momento de la mañana en el que el frío reinaba hasta en el más oculto lugar, los colores en el cielo recién comenzaban a tomar forma y el pueblo estaba completamente desierto. Ni un alma vagaba por esos desolados caminos…ningún alma excepto una.

Una joven de cabellos rubios atados en una trenza corría a toda velocidad por el silencioso pueblo de Berk con un solo objetivo en mente, llegar hasta el cielo antes de que el sol se posicionara en él y, claro está, no hacerlo sola.

Astrid, quién hace mucho ya había dejado de ser la pequeña niña que se aferraba a su hacha todo el tiempo y buscaba peleas con quién fuera que se le cruzara por delante, ahora tenía veinte años. Había cambiado, sí, tanto psicológica como físicamente, era más madura y pensaba dos veces antes de actuar, su cuerpo había desarrollado más curvas y atributos convirtiéndose así en una mujer. Pero en esencia, seguía siendo la misma, valiente, ruda, fuerte, terca como nadie y aún amaba competir por lo que fuera y con quien fuera, a decir verdad, solo había una persona con la que le gustaba competir por sobre el resto. Y eso último era lo que la tenía despierta a esas horas de la mañana, cuando la mayoría de los vikingos preferían quedarse durmiendo hasta el medio día para protegerse del horrible frío invernal. Lo único que ocupaba la mente de Astrid en esos momentos, era la carrera que tendría con Hipo cuando amaneciera, llegar lo más alto y lejos posible era algo que deseaba con todas sus ganas.

El camino hacia la casa del vikingo se le hizo muy corto, hace menos de dos minutos que había salido de su cálida y segura casa para encontrarse ahora frente a la de Hipo. Astrid tenía la emoción y la adrenalina corriendo desenfrenadas por sus venas y era por eso que el horrible frío no lograba afectarla, por eso mismo fue que ni cuenta se dio cuando una fugaz sombra pasó a sus espaldas, solo la brisa que sintió después de esto logró alertarla. Aunque eso no era en lo que habían quedado, no debía adivinar para saber de quién se trataba. La rubia vikinga dio una rápida vuelta para encontrarse con un sonriente Furia Nocturna que la miraba expectante, él sabía de qué trataba esta madrugadora visita y estaba igual o más emocionado que ella.

—Bien Chimuelo, ¿Listo para un paseo?

El dragón comenzó a rugir y a dar pequeños saltitos a su alrededor. Astrid tomó todo aquello como un sí y sin perder un segundo más, se encaminó, junto a Chimuelo, a hurtadillas al interior de la casa.

En realidad no habría sido necesario tanto misterio y silencio en extremo para no ser descubiertos por Estoico, ya que, como recordó luego Astrid, Estoico el Vasto, padre de Hipo y jefe de la tribu de los Hooligans Peludos, se encontraba fuera por asuntos de negocios con otras tribus vecinas. La habitación de Hipo, y el objetivo principal de ambos bromistas, se encontraba en la segunda planta de la casa, por lo que lentamente subieron la escalera que les conducía a esta; en silencio, dragón y vikinga, avanzaron uno a uno los escalones para no despertar al muchacho que dormía tranquilamente arriba. Al momento de llegar a su destino, ambos tomaron una posición, Chimuelo se situó a uno de los lados de la cama, Astrid al lado contrario. Ellos solo querían darle un pequeño susto a Hipo en cuanto despertara, luego podrían ir felizmente a volar con sus dragones, fin de la historia.

Hipo, quién al igual que Astrid había dejado su niñez y todo lo que implicaba eso atrás, tenía veinte años y parecía mucho más cambiado de lo que la rubia vikinga recordaba. ¿Quién no pensaría eso? Antes era un vikingo flacucho y débil que apenas podía sostener un arma y ahora, bueno, era todo lo contrario. Sus facciones se habían desarrollado hasta transformase en las de un hombre, su cuerpo estaba mucho más formado, su complexión seguía siendo delgada, pero eso era algo que en vez de perjudicar, favorecía a su apariencia; tenía músculos mucho más notorios ahora en comparación a como lo eran hace cinco años, todo eso gracias al entrenamiento con los dragones y también a sus trabajos en la herrería. Contaba con un par de centímetros más que Astrid, lo que automáticamente lo hacía más alto que ella, cosa que a Astrid realmente no le agradaba ya que a veces la diferencia de altura la ponía en desventaja, unas desventajas muy incómodas. Fuera como fuera, lo bueno, y lo que podía rescatar de esto, era que el viejo Hipo seguía allí, con cambios en él o no.

Astrid le dirigió una última mirada al tranquilo Hipo que veía dormir, hasta llegó a sentir un poco de culpa por lo que iba a hacer, ¿tener que despertarlo de esa manera solo para divertirse un poco? Claro que sí y además de despertarlo para hacer una broma debían ir a volar, si no era en ese momento, en que el alba comenzaba a asomarse, tendría que ser al día siguiente y Astrid no era de las personas a las que les gustara esperar demasiado. La joven se quedó de su lado de la cama y prosiguiendo con su plan inicial, posó ambas manos sobre uno de los costados de la cama de Hipo, mientras tanto, Chimuelo comenzaría con lo suyo.

—Uno, dos, tres.

Al llegar al último número, Chimuelo empujó con todas sus fuerzas a su jinete con el hocico, haciéndolo rodar por la cama hasta el lugar donde se encontraba Astrid esperándolo. No hubo pasado ni medio segundo desde que Astrid lo tuvo a centímetros de ella cuando un grito que vino desde el interior de su pecho salió.

—¡Hipo, es hora de despertar! —

Tanto el movimiento, como el volumen y sumado el hecho de que una voz le gritara cuando se suponía que estaba solo en casa le causaron una gran impresión, por no decir un gran susto de muerte, al pobre Hipo. Él estaba confundido, tanto, que no notó que la joven vikinga aún permanecía en su posición apoyada en la cama al momento en que siguió rodando por el lugar, gracias a su querido amigo Chimuelo, para finalmente terminar cayendo y llevándose todo a su paso, y ese todo, incluía a Astrid. Producto de lo que comenzó como una broma, ambos vikingos cayeron al suelo sin que aquello estuviera en el plan de ninguno.

¡Vamos, Astrid solo quería darle un susto a Hipo y terminó en el suelo, justo debajo de él!

En un principio, ninguno de los dos logró reaccionar. Astrid estaba aún desconcertada con el giro que los hechos habían dado e Hipo apenas estaba tomando conciencia del hecho que ya no estaba durmiendo, ni en su cama, y que lo habían despertado de una forma nada agradable. En el momento en que sus ojos se adaptaron a la luz, y bueno, a estar abiertos, advirtió que estaba en el suelo…o algo parecido, no era el suelo exactamente, el suelo no era tan suave y…cómodo. El cerebro de Hipo hizo un "Clic" que lo trajo inmediatamente a la realidad, no era el suelo donde se encontraba ¡Estaba sobre Astrid! Desde el momento en que estuvo plácidamente dormido en su cama hasta, bueno eso, debió de haber pasado algo, de lo que aún Hipo no tomaba conciencia y tal vez no lo haría en un buen rato.

Los brazos de Hipo se encontraban uno a cada lado del cuerpo de Astrid, encerrándola, mas eso había sido como un acto reflejo para no golpearse de lleno en la cara con el piso, al final, las cosas habían resultado de esa manera. Él estaba apoyando todo su peso en el cuerpo de Astrid, quién parecía momentáneamente congelada en su lugar, sus rostros estaban a centímetros de distancia del otro, sus respiraciones, completamente agitadas, se mezclaban formando una sola. Hipo no pudo mover un músculo pese a que ya se encontraba completamente despierto y consiente, fuera como fuera, sus brazos no respondían y no podía hacer mucho en lo que a levantarse se refería pues no tenía la prótesis de su pierna. Los nervios aquí, jugaron un papel fundamental. No era solo Hipo el que estaba nervioso, por supuesto que no, Astrid también lo estaba y mucho.

Si bien ambos vikingos llevaban varios años de conocerse, en los cuales habían formado lentamente una muy buena y sólida amistad, incluso mucho antes del fin de la guerra con los dragones, nunca lograron superar eso, no pudieron, incluso con el paso del tiempo y todos sus cambios, llegar a ser algo más. Entre ellos existía una relación que no tenía nombre, pero que muchas veces sobrepasaba lo que el concepto de amistad significaba, eran besos y abrazos furtivos cubiertos por esa palabra llamada amistad, pero nunca nada más, por mucho que ambos lo desearan. Ese constante miedo al rechazo del contrario o a perder eso que con tanto esfuerzo habían construido y que en un principio los había unido era un obstáculo para que su relación avanzara. En cinco años, y quién sabe cuántos más, ninguno de los dos había podido expresar lo que sus corazones con tantas ansias deseaban decir, ese amor que otros claramente podían ver con apenas fijar su atención en ellos y que ellos negaban tan firmemente en el exterior.

Los gruñidos ansiosos del dragón que llegaron desde el otro lado de la habitación lograron traer de vuelta a la realidad a Astrid. Sus músculos estaban tensos y sentía una presión sobre todo el cuerpo, parpadeó varias veces y en el último parpadeo reparó en que el peso que sentía sobre ella no era nada menos que el cuerpo de Hipo y que la cara de este se encontraba a centímetros de la suya, quizás menos, con sus labios a punto de tocarse por la cercanía. Qué no habría dado Astrid para que ese impulso que siempre la invadía lo hiciera ahora para probar, aunque fuera de manera breve, los labios del castaño vikingo. No negaba que se encontrara nerviosa, ¡Por supuesto que lo estaba! Su corazón no dejaba de latir como un loco, ninguna parte de su cuerpo respondía a las órdenes que le daba su cerebro y comenzaba a sentir como el calor subía velozmente a sus mejillas. Eso no formaba parte de sus planes, no, nunca pensó que del susto Hipo cayera de la cama y con él, cayera ella también.

Para sorpresa de Astrid, quién rompió el silencio no fue otro que Hipo.

—A-Astrid…que sorpresa verte por aquí, en…en este lugar, en este…momento— dijo antes de dejar escapar una tonta y nerviosa risita. Pasados o no los años, Hipo seguía siendo el mismo, Astrid estaba segura de eso.

—¡Hipo!

—¡Astrid! — exclamó él al no saber que más decir.

—¿Ya…— la voz de Astrid apenas podía salir por culpa de sus nervios. — ¿Ya te diste cuenta de…de bueno, esto?

No era que le molestara…al contrario, pero… era algo complicado de explicar en ese preciso momento.

—Esto…esto…— Hipo observó el sonrojado rostro de la vikinga, nuevamente sus cuerpos juntos y esa distancia mínima que separaba sus labios en ese momento. —¡Si, claro, esto!

Con movimientos algo torpes, Hipo se hizo a un lado liberando a Astrid de la prisión que había creado. Esta no se levantó de inmediato, pero si tomó asiento en el lugar, se sentía igual o peor de cómo estaba momentos atrás; necesitaba respirar y aclarar su mente. Hipo imitó las acciones de su acompañante, se sentó con el rostro ardiendo, la situación no había sido del todo mala, le hubiera gustado que se pudiesen haberse quedado así por un buen tiempo, total, no había mucho que hacer en la aldea, pero también, era extraño, nunca podía predecir que es lo que pensaba Astrid, ¿Y si a ella le molestaba eso? La observó de reojo y se encontró con esta observándolo de la misma manera, espontáneamente, ambos sonrieron. Tal vez, a ella no le molestara tanto.

Chimuelo, que los contemplaba desde hace un buen rato desde su acomodada posición con las patas sobre la cama, ladeó la cabeza confuso, hasta el dragón podía observar lo que pasaba entre ellos hasta el más mínimo tacto y se preguntaba, en lo más profundo, por qué era que ellos intentaban negar algo que ciertamente estaba allí.

Astrid se aclaró la garganta y de un solo salto se levantó del suelo, no sin antes dejar un fuerte golpe en el brazo derecho del vikingo.

—Espero…espero que no hayas olvidado la carrera, te espero abajo y no pienses en demorar.

Dicho esto, Astrid corrió escalera abajo sin volverse a ver una última vez a Hipo o sin quedarse a escuchar los reproches por el golpe. En la puerta la esperaba su querida dragona, una Nadder Mortal nombrada por ella misma Tormenta. La dragona estaba más que feliz por ver a su jinete y mejor amiga, agitaba su cola y se movía inquieta en su lugar, en todos esos años habían formado un lazo casi tan inquebrantable como el de Hipo y su amigo Chimuelo. La mano de Astrid se dirigió hasta la cabeza de Tormenta donde le dio un par de caricias distraídamente, el asunto recién pasado aún daba vueltas en su cabeza y si no ocupaba su mente en otros asuntos, lo tendría rondando por sus pensamientos el resto del día. La Nadder no lo pasó por alto y comenzó a emitir ruidos para llamar la atención de la vikinga.

—Tormenta…lo siento, yo…ah, estaba distraída.

El dragón agitó su cabeza y la acercó a Astrid en gesto de cariño, ella sonrió.

No pasó mucho tiempo hasta que ambos vikingos estuvieran surcando esos cielos azules en sus respectivos dragones, riendo, jugando y gritando emocionados igual que dos niños pequeños. El sol ya había comenzado a hacer su aparición en el horizonte cuando llegaron, pero eso no les impidió el intentar llegar lo más cerca de este para alcanzarlo. Era increíble la sensación de tranquilidad y libertad que producía eso de volar sobre los dragones, era algo a lo que Astrid e Hipo, y también el resto de los jinetes en Berk, ya se habían acostumbrado, mas no dejaban de impresionarse cada vez que pasaban entre las nubes o caían en picada hacia el mar.

La luz del sol naciente se reflejaba directamente sobre los rubios cabellos de Astrid, que iba metros delante de Hipo, le daba un toque y un brillo especial que el jinete nunca se cansaría de admirar, mucho menos cuanto estos parecían danzar gracias al viento de las alturas. La mirada del vikingo se quedó sobre ella unos momentos más, para él era imposible dejar de admirar la belleza de Astrid, era como una especie de hechizo para él, Astrid lo había hechizado, allí, en lo más profundo de su corazón. Aunque era evidente que él no era la única persona del pueblo que pensaba en eso sabía que ella no estaba interesada en ninguno de ellos, o al menos eso era lo que pensaba y esperaba.

Una bendición y una maldición, pensó Hipo mientras sobrevolaba sobre el Nadder, con sus castaños y alborotados cabellos cayendo sobre sus ojos.

—¡Astrid! — la llamó. —¿Qué tal una última carrera antes de volver?

Se escuchó la risa de la vikinga desde abajo.

—¡Creí que nunca lo pedirías!

Usaron la saliente de una de las rocas cercanas como punto de partida para la carrera. Los dragones se alistaron totalmente emocionados, nada mejor para ellos que volar contra el viento, mostrando su máximo potencial y por sobre todo, haciendo lo que más amaban, volar libremente y con las mejores compañías. Hipo dio la partida y de inmediato Tormenta junto a Astrid partieron a toda velocidad, Chimuelo e Hipo hicieron lo mismo y no tardaron mucho en alcanzarlas y además sobrepasarlas. He ahí donde el espíritu competitivo de Astrid hizo su aparición, le dijo a Tormenta que aumentara la velocidad y esta así lo hizo, estuvo a centímetros de alcanzar a Hipo, no le faltaba nada, incluso así, no lo logró y se detuvo en el acto.

La vista de Astrid se quedó en las lejanías, donde a lo lejos, una fragata con un dragón pintado en la vela, dragón que la vikinga no pudo reconocer desde su lugar, apareció de entre un par de rocas y una espesa bruma, seguida de esta embarcación, muchas más aparecieron. Astrid se les quedó mirando, no eran solo unas cuantas, eran muchas más de las que ella pensaba y no parecían amigables, hasta parecía…que se estuviera alistando para una gran guerra. ¿Quiénes serían? ¿Y qué querrían? Fueron las preguntas que se hizo la rubia vikinga; tenía un mal presentimiento que no quedó solo como eso, sino que se extendió por el resto de su cuerpo causándole un horrible escalofrío. Algo no iba bien, nada bien.

—Hipo…¡Hipo! — Los gritos de Astrid se alzaron sobre el fuerte viento que corría allí arriba.

Él en un principio no le prestó la mayor atención, pues pensaba que se trataba de un truco para hacer que se detuviera y así ella pudiera ganar la carrera, pero no era así. Al momento de girar la cabeza para comprobar la distancia que llevaba con su contrincante, notó que ella ya no lo seguía, es más, se había detenido varios metros allá y su vista estaba perdida en cierto punto del mar. Sin pensarlo dos veces, detuvo a Chimuelo y le ordenó que volviera, no era usual que Astrid se detuviera en medio de una carrera, no, nunca había ocurrido algo parecido, así que algo debía de ir mal. Hipo se detuvo al lado de Astrid y al ver que ella no había cambiado su posición, ni había dejado de mirar en dirección al mar, siguió su mirada y lo que vio, lo dejó pasmado. Una flota de naves, la más grande que había visto en su vida, avanzaban lentamente a través del mar, al parecer, y debido a su formación, no venían en son pacífica y su objetivo era nada más y nada menos que Berk.

—Esto no es bueno— dijo Astrid, quitándole las palabras de la boca a Hipo. —Algo malo se aproxima.

—¿Astrid? — ella parecía fuera de sí, lo que le pareció extraño a Hipo.

—¿Qué? Lo siento…— desvió la mirada hacia el pueblo, no era tiempo de charlar.

—No te preocupes, solo debemos irnos, ¡vamos amigo!

Astrid asintió.

—¡Rápido tormenta!

Sin quedarse a meditar más sobre el extraño comportamiento de Astrid, Hipo rápidamente se dirigió a la aldea, seguido muy de cerca por la muchacha. Estaba seguro de que sus intrigantes visitantes no llegarían antes que ellos, pero no estaba de más llegar antes y esperarlos en el mismo puerto, debía estar listo para todo y si eso era la guerra…pues tendría que afrontarlo. Su padre no se encontraba, así que automáticamente Hipo estaba a cargo, no podía defraudar a nadie y ahora que estaba por convertirse en el nuevo jefe, mucho menos.

En la aldea, a pesar de aun no ser medio día o que el sol no diera con tanta fuerza, los habitantes ya comenzaban a despertar movidos por un extraño presentimiento, quizás no tan fuerte como el que Astrid había tenido, pero tuvieron uno que logró sacarlos de sus cálidas casas para afrontar el frío del invierno en Berk. Ya comenzaba a haber movimiento en cuanto Hipo y Astrid aterrizaron en tierra firme lo que a ellos les pareció algo curioso, todos iban en dirección al puerto, donde se supondría que llegarían los visitantes. Demasiado público tampoco sería algo bueno, pensó Hipo.

—Astrid, necesito la menor cantidad de personas en el puerto…quiero que me ayudes a alejarlos de allí, si es necesario, busca a los demás y tengan a los dragones listos, por si acaso.

—Hipo…— la voz de Astrid estaba llena de duda. — ¿Todo…todo estará bien? Me refiero a que, ¿Podrás manejar todo esto? ¿Y si se te escapa de las manos? ¿Y si…?

—Tranquila…— dijo Hipo interrumpiéndola, mientras le regalaba una sonrisa. —Todo irá bien, debo manejarlo como lo haría mi padre, tengo que convertirme en el jefe algún día, ¿No?

Astrid lo observó durante unos segundos, no quería dejarlo solo, mucho menos con un asunto que podría convertirse en algo grande. Tampoco es como si no confiara en Hipo, confiaba en él, era solo que…presentía que nada bueno saldría de todo eso y aquello no dejaba de inquietarla. O quizás, solo se estaba imaginando cosas.

—Entiendo…pero si pasa algo, si tienes algún problema, no dudes en llamarme.

—No te preocupes, todo saldrá bien, lo prometo, lo arreglaré.

Hipo esperó hasta que la figura de Astrid desapareció nuevamente en el cielo para dirigirse junto a su amigo Chimuelo hasta el puerto. Al menos al momento de llegar al lugar este no estaba tan lleno como lo había pensado, pudo haber sido gracias a la vikinga y al resto de los jinetes o gracias a su amigo Bocón, quien también se encontraba en el puerto y al parecer no dejaba que nadie se acerca hasta que se supiera con exactitud lo que estaba ocurriendo allí. Hipo desmontó de su dragón y se acercó al robusto vikingo quién al tenerlo cerca lo envolvió en un gran abrazo, no se habían visto por un par de días, Bocón había estado muy ocupado en la herrería esos días e Hipo estaba cubriendo un par de tareas que su padre le asignó justo antes de partir, así que el tiempo no había estado de su lado.

—Estaba esperando que llegaras muchacho, el pueblo está como loco y creo que eres el único que puede arreglarlo.

—Creo que tienes razón, pero primero deberíamos saber qué es lo que quieren estos vikingos.

—Espero que nada malo— dijo Bocón dándole un suave golpe en el hombro y mostrando una divertida sonrisa. Al menos alguien sonreía.

—Yo también lo espero…— murmuró Hipo.

Los navíos cada vez estaban más cerca del puerto, los nervios y las ansias de todos los presentes crecían con cada segundo que pasaba y una especie de tensión podía sentirse en el aire, algo que indicaba que fuera lo que fuera que se acercara a la tribu tendría una gran repercusión en ella. Prontamente las fragatas se ubicaron a metros del puerto, desde su posición Hipo pudo observar mejor la vela de los barcos, allí estaba estampado la figura de un dragón, pero ese dragón no era uno cualquiera, era un Skrill, un dragón sumamente poderoso y extraño, que sacaba su energía de los rayos y truenos, nunca era bueno estar cerca de uno, menos cuando tenías un objeto de metal cerca, Hipo ya lo sabía muy bien. Esa cimera provocó una sensación desagradable en todos los que la observaron, el joven vikingo ya la había visto un par de veces y le había causado más de algún problema. Chimuelo a su lado gruñó y se removió nervioso, él también sabía de quienes se trataba y ahora ambos, jinete y dragón, sabían que Astrid tenía la razón, algo realmente malo se estaba acercando.

En esos tiempos y luego de pasados tantos años, la visita inesperada de los Berserkers no significaba nada bueno y mucho menos si ellos venían liderados por Dagur, un completo demente sediento de poder y venganza. Si este venía por el asunto de los dragones, que habían dejado inconcluso años atrás, había que estar listos para todo.

Seguramente, ese sería el inicio de muchos problemas. Hipo observó al cielo, esperando que de alguna manera, algo o alguien los ayudara, rogó en silencio a los dioses que se apiadaran de él y que lo ayudaran. Sabía que prometió a Astrid que todo iría bien, pero con Dagur cerca, los problemas estaban a la vuelta de la esquina.


¿Y bien? ¿Qué les pareció? ¿Debería seguir? Esto es más o menos la intro, espero sus comentarios n.n

StupidNefilim fuera :33