Esta es la segunda vez que la espero en una estación, sólo que lo hago con mayor emoción, apenas puedo esperar para que salga, para verla. Quince días y me parecieron una eternidad.

Llueve, pero estoy resguardada; no la espero sentada, me quedo de pie viendo hacia la dirección de donde se supone, debe de llegar el tren. Ya camino unos pasos hacia allá y otros hacia acá, con el paraguas en mi mano y un ramo de rosas en la otra.

Miro hacia el frente donde un par de adolescentes, hombre y mujer, se dan un beso. Sonrío, ya quiero que esté aquí para besarla del mismo modo. Subo la mirada, al letrero azul y al reloj, el primero dice: Salzburg Hauptbahnhof. Y el segundo anuncia que faltan dos minutos para que llegue Rachel.

Lo bueno de esto, de vivir aquí, es la puntualidad de casi todo, algo que le hace bien a mi impaciencia.

Entonces pues, al cabo de unos minutos veo el tren color rojo que se acerca por fin; en lo que se detiene puedo ver a Rachel en su asiento y ella también me ve a mí, sonríe, se le ilumina la cara en cuanto me mira; cuando sale, no corre a mí como lo hubiera hecho aquella vez en New Haven, pero la sonrisa no se le ha borrado y cuando observa lo que llevo en la mano, sonríe aún más.

Al encontrarnos nos abrazamos fuerte, muy fuerte. Se separa de mí y me besa en los labios, primero es un pico, luego me toma la cara en sus manos y me besa como si no me hubiera visto en muchísimo tiempo.

Me limpia el labial que se me ha quedado en los labios y me da otro pico.

-Flores- Dice como una niña entusiasmada, se las doy y cuando las toma le beso la mejilla.
-No vayas a comerlas- Nos echamos a reír.
-¿Cómo dices flores en… Alemán? ¿Eso se habla aquí no?- Asiento mientras damos media vuelta y entrelazo su mano con la mía. Vamos rumbo a las escaleras.
-Blumen- Lo repite con facilidad.

Al salir abro el paraguas y caminamos hacia el auto.

No vivo lejos de la estación, en realidad el centro me queda bastante cerca, si hubiésemos caminado a casa, en veinte minutos estaríamos ahí, pero sé que está cansada, que el vuelo no ha sido lindo porque se retrasó el que tomó en Munich y que la comida no fue para nada buena.

-¿Tienes hambre?- Se ríe -¿Qué?- Pregunto curiosa, frunciendo el ceño.
-Eso me preguntaste la vez que nos vimos en New Haven- Soy yo quien ríe ahora.
-¿En serio? No lo recuerdo. A mí me da mucha hambre viajar, por eso te lo pregunto-.
-¿Qué podríamos comer?-.
-A esta hora, no lo sé, voy a prepararte algo en casa-.
-¿Pasta?-.
-Puedo preparar pasta- Me toma la mano cuando estamos en el coche y no nos soltamos sino hasta que llegamos.

-¿Todas las casas son iguales?-.
-Sí-.
-¿Y dúplex?- Me río.
-Éstas sí, yo vivo abajo, ven- Ya no llueve, así que tomo su maleta y el paraguas con una mano y la suya con la otra. Las casas no son pequeñas, y, hasta tenemos jardín, cada una, aunque yo vivo abajo no escucho el ir y venir de los vecinos y es más, creo que ni tengo; alguna vez los escuché pelear, él no dejaba de decir Scheisse y ella no dejaba de decir Schlampe. Fuera de eso, no los he vuelto a escuchar y jamás los he visto salir o entrar.

Hay unos tres escalones antes de la puerta, abro y la dejo pasar primero, se detiene cuando no ve más allá de su nariz y yo enciendo la luz. Cierro la puerta y me acerco a ella, meto mis manos a su abrigo y las poso en su cintura, la veo directamente a los ojos.

Qué ganas tengo de hacerle todo en este instante.

-Estás aquí-.
-Contigo- Lo dice quedo y sexy. La beso en los labios cuando escucho que le ruge el estómago. Sonrío con los ojos cerrados y me alejo dos pasos.
-A tu izquierda el comedor y en seguida la sala- Es un comedor de seis sillas y una sala de tres sillones, el librero y en una esquina el televisor. Una pared es de vidrio, puertas corredizas para salir al jardín –Aquí- Me hago a la derecha y abro una puerta –Un baño- Le tomo la mano y caminamos hacia adelante, enciendo la luz –Mi estudio y allá, a la derecha, la cocina, por este pasillo, a la izquierda las habitaciones y otro baño- Sonríe.
-¿Y Charlotte?-.
-Charlotte lo pasará con una amiga suya-.
-¿Está molesta?- Me detengo y me giro para verla.
-No, no está molesta. Resignada tal vez-.

Paramos el tema. Sabemos que no tiene caso hablar de eso porque lo que existe entre Charlotte y yo es amistad y lo de antaño, esa compañía en la cama, ha quedado atrás ahora que estoy con Rachel.

Charlotte no dice mucho; los primeros días estuvo pensativa, ausente, alejada de mí, evitaba encontrarme. Aprovechando que los proyectos del mes nos tienen separadas, llega a la media noche y si de casualidad estoy en la sala leyendo, se sigue de largo después de darme las buenas noches y no volvemos a decir más.

La entiendo, comprendo aquello. Y es probable que si esto no se supera, terminaremos por alejarnos, cosa que no quiero, porque Charlotte estuvo conmigo en los cinco años en los que nadie más pudo estar, al menos no presente. La amo, como amiga, y mucho. Así que sí, me dolería que en determinado tiempo decidiera alejarse de mí, pedirnos un espacio.

Es sano, yo lo hice con Rach cuando me rechazó. Sólo espero que no nos tome tanto tiempo estar bien con la situación y volver a vernos como antes, convivir, ser esas amigas que solíamos ser.

-¿Sabes? Creo que no tengo hambre- Frunzo el ceño y me giro a verla.
-¿No?-.
-Tengo Jetlag, me siento cansada, pero no hambrienta, y, tampoco tengo mucho sueño- Me río.
-Ok ¿Quieres hacer algo?- Me mira pícara y vuelvo a reír.
-Es una opción- Me encojo de hombros –Pero me refería más bien a… no sé, darte una ducha, ver una película, quizás caminar por el vecindario-.
-La ducha me suena bien, y luego puedes enseñarme algo de la televisión Austriaca-.
-La televisión la tengo para ver películas, no recibe señal-.
-¿Y por qué no?-.
-Bueno- Me acerco a ella y vuelvo a abrazarla por la cintura –Hay que pagar un impuesto por la televisión y el radio-.
-Bromeas-.
-No- La empujo poco a poco hacia el baño, ella va dando de pasos hacia atrás mientras que yo la pego más a mí; la abrazo fuerte, poniendo mi mentón en su hombro, aspiro su ropa, no huele a perfume ni suavizante, huele a persona que ha tenido un viaje largo.

Cierro los ojos, me dejo sentir el momento: nuestras respiraciones que son casi sincronizadas (ella respira más rápido que yo), lo tibio de su mejilla, que, al estar lejos del fresco de allá afuera, comienza a estar en su temperatura normal.

Siento sus manos en mi espalda y cómo su abrazo se vuelve más fuerte. Como que ella también está disfrutando de esto.

Son las pequeñas cosas de la vida, esas que te gustan mucho, las que te hacen agradecer que estás vivo. Es como un atardecer de tonalidades rojas, o una estrella fugaz, como la melodía que te eriza la piel, el olor a la lluvia. Algo que puede parecer insignificante y sin embargo te llena el alma de calma y felicidad.

Así es estar con Rachel ahora, sintiéndola; hay algo mágico en esto, es… como ese abrazo que nos dimos cuando apareció en mi puerta para decirme que no me fuera, sólo que esta vez ninguna de las dos está tan nerviosa, ni indecisa.

Lo único que se escucha son las gotas repiqueteando en las ventanas y nuestra ropa que roza la de la otra. Todo está tan calmo que apenas puedo creer que estemos en este punto de nuestras vidas.

Que después de haberla dado por perdida, de pensar que quizás nunca tendría otra oportunidad de tenerla así… bueno, estamos juntas. Sin dañar a terceros, sin nada que nos estorbe.

La dejo bañarse, sus músculos necesitan relajarse y el agua caliente le hará mucho bien. La espero en la habitación, me echo sobre la cama y recargo la cabeza sobre mis manos que entrelazo en la nuca, miro el techo.

Estamos tan lejos de casa, pero sé, que estando con ella, cualquier lugar funcionará como hogar, incluso si ella no está en ella. Es saberla en mi vida lo que me da sosiego.

Miro el reloj, es la una de la mañana con treinta minutos y, siento que el sueño me vence. Se me cierran los ojos por sí solos.

Estoy entrando al sopor cuando me despierta su peso sobre la cama; abro los ojos y el corazón me late fuerte. Ella está mirándome, con el cabello mojado que se le paga a la cara y la bata blanca cubriéndole el cuerpo. Sonríe.

-Deberías dormir, yo puedo ver esa película que propusiste, o leer. Tienes bastante de ambos así que dudo que vaya a aburrirme en lo que me da sueño-.
-A ti va a darte sueño al medio día. Tenemos que reajustarte el reloj-.
-¿Cómo?-.
-Habrá que cansarte-.

Me acerco lento a ella y la beso en los labios; creo que una de mis cosas favoritas es besarla, sentir sus labios sobre los míos, no se describir cómo me siento cuando estamos así de cerca, cuando siento su lengua, su aliento contra el mío.

He de confesar que besar me gusta sobremanera. Me encanta si es con ella.

La llevo al medio de la cama y se acuesta, le acaricio las piernas, suave, sin prisa, una de mis manos se entrelaza con la suya, la otra viaja por su cuerpo. Le beso la línea de la quijada, la sien, le beso la nariz, los pómulos, la frente. Le beso el pulso en el cuello y bajo hasta ese hueco que se nos hace a casi todos y le muerdo el hombro.

La escucho respirar rápido, aprieta sus piernas en mi cintura y le desato la bata, lento, quiero disfrutarlo todo, creo que nunca dejaré de disfrutar esto de tocar a Rachel.

Estamos frente a frente, yo tengo un brazo debajo de la almohada y ella ambas manos. El reloj nos da las cinco de la mañana.

-Tengo hambre- Me dice. Le sonrío.
-¿Vas a hacer que me levante a hacer algo a las cinco de la mañana? A esta hora por lo general estoy durmiendo-.
-Por lo general no estoy aquí con un jetlag de siete horas-.
-Allá es medio día, debió darte hambre hace tres horas- Se ríe y se pega a mí, roza sus labios con los míos y pasa la punta de su lengua por la comisura. Se me eriza la piel.
-Hace tres horas te estaba comiendo a ti-.
-Vulgar-.
-Creí que te gustaba que te hablaran sucio-.
-Me gusta; sólo te fastidio- Me levanto sin cubrirme con nada –Sólo puedo ofrecerte galletas y leche de soya-.
-Servirán, por el momento-.

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-Este es el Palacio de Mirabell- Se queda asombrada con su enorme jardín lleno de flores, la fuente en el medio y las figuras rojas y blancas que forman dichas flores. En verano es lindo, es invierno tiene una belleza distinta, lúgubre pero no deja de enamorar.

La tomo de la mano, entrelazamos nuestros dedos y seguimos el recorrido.

-En invierno, el sol se oculta a las cuatro de la tarde y, esa torre que ves allá- Le señalo la torre de la iglesia que sobresale por detrás de la pared del palacio –Brilla como si sólo el sol se dedicara a ella, es hermoso porque cuando todo está gris, que incluso las fuentes no se encienden, lo único que se ve es eso, es la única luz- Voltea a verla, el reloj marca las tres y media de la tarde.

Vamos hacia la Catedral, paseamos un rato por su interior, observando las estatuas, los vitrales, los techos altos de los que cuelgan grandes candelabros.

Al salir, veo al mismo hombre que lleva años tocando el violín en los arcos que están entre "el atrio" y la escultura de un niño sobre un mundo color dorado, nos sentamos en las bancas que están alrededor y descansamos la espalda.

Visitamos la casa donde nació Mozart y en la que vivió, paseamos al lado del río y la llevo a conocer las callecillas que me enamoraron al punto de saber que tenía que vivir aquí. Son calles tan angostas que los transeúntes (gente del lugar y turistas) se aglomeran y el paso se vuelve lento.

Hay tienditas de recuerdos, venden postales, llaveros, tazas, tarros, chocolates al por mayor. Se venden los trajes típicos…

-¡Ja! Que ropa más curiosa ¿Cómo los llaman?-.
-Dirndl para las mujeres, Lederhosen para los hombres; y falta un pinoccio en la vitrina-.
-Mientes- Me río.
-Lo hago-.

Seguimos a ratos en silencio y a veces platicando de esto y aquello, me pregunta qué comprar y cómo.

-Esto chocolates… vas a adorarlos- Son de envoltura dorada con un Mozart vestido de rojo –Mozart está retorciéndose en su tumba mientras ve cómo lucran con su imagen- Ríe.
-Es el precio de la fama- Me dice. Se lleva un chocolate a la boca y lo saborea, yo le robo uno, aunque no lo disfruto tanto como ella porque los he comido hasta el cansancio.

Regresamos a casa con bolsas y bolsas de recuerdos, ropa típica, postales, llaveros, tazas y tarros, vasos grabados.

No sé a quién le vaya a regalar todo esto pero creo que tendrá que pagar extra en el aeropuerto.

Los siguientes días paseamos, vamos a Viena, a Linz, pasemos en bote y tranvía, nos hospedamos en hostales sólo para integrarnos a la aventura.

Nos toca una compañera de cuarto que ronca como poseída y apenas y podemos dormir. Rachel se pone de mal humor y maldice a las diosas. Yo me río, no de ella, sino de la experiencia, me da ternura. Porque, en otro momento yo sería la que estuviera furiosa, deseando matar a la que duerme en la litera de arriba.

Pero me gusta la experiencia, nunca la había vivido así y, aunque estoy cansada, amo esto de compartir baño con los que duermen en los demás cuartos.

Dos días después vamos a Praga y nos transportamos a otra época, donde todo es más hermoso, parece como que los magos de la antigüedad hubieran hecho la ciudad, que la hubieran forjado con polvo de estrella. Nos quedamos boquiabiertas con el reloj y nos sentimos pequeñitas.

-Parece que lo vivieras por primera vez y te apuesto que ya lo conocías-.
-Yo estando contigo todo lo voy a vivir por primera vez- No responde nada, se abraza a mí y recarga su cabeza en mi hombro.
-Te amo- Sonrío.
-Y yo a ti, vida de mi vida-.

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La vida a veces pasa tan rápido que no sabes en qué momento te volviste más viejo de lo que de por sí te sentías, aunque, no es que estés viejo, sólo has crecido.

Te has convertido en adulto, has tenido experiencias, has roto el corazón y te lo han roto, has llorado hasta quedarte dormido, te has emborrachado hasta vomitar. Te has desecho de amigos que no valían la pena y has hecho otros que pensaste que no llegarían nunca a ser como de tu familia.

Cuando me encontraba sin Rachel estaba resignada al hecho de pasar mis días sola, y no me refiero a estar lejos de todo y de todos, desdichada, aburrida. Me refiero a que yo sentía que si no era con ella, no iba a ser con nadie. Podía sentir que no iba a funcionar con nadie más. No sé si estaba siendo irracional, si estaba forzando mi vida a ser algo que no debía ser.

Sin embargo, prefería seguir sola y conocer el mundo de ese modo, a hacerlo acompañada de alguien que no fuera ella. Es por eso que con ella, todo lo vivo como si no lo hubiera vivido nunca.

El camino recorrido fue largo y fue doloroso. Tuvimos que destrozarnos más de un par de veces, pero la verdad es que ella y yo así funcionábamos, desde la preparatoria, si no había un poco de dolor, no estábamos realmente poniéndonos atención.

Los años lejos nos sirvieron a ambas. Tuvimos la oportunidad de crecer, de madurar, de aprender, de reconstruirnos para nosotras mismas y luego para otras personas. Era un proceso que debíamos seguir; quizás de la forma más cruel, pero agradezco que tuviera que pasar de ese modo.

Pudimos tomar rumbos distintos, no volver a vernos, hablarnos, a no saber mucho de la otra.

Sin embargo, en el fondo creía que la vida no podía ser tan mala, que el cosmos no me quería sola, pensaba que ella y yo nos reuniríamos cuando fuera el momento. Sabía que ella era la única persona capaz de hacerme sentir mejor con todo lo que lograba, hacía, e incluso con lo que no hacía.

El simple hecho de platicarlo con ella lo hacía más válido, importante.

No sé si los amores de la vida son reales, que si no es con ellos no funcionamos del todo, no estamos tan felices como se supone. No sé si sólo haya una persona para nosotros. Lo que es real es que, aunque conocimos gente, lo intentamos, nos acostamos, etc. Nunca nada fue como estar con ella, hacerlo todo con ella a mi lado.

Estoy más que agradecida de tenerla conmigo, de haber cagado las cosas, de haberla herido, de haberme destrozado, de haber huido, llorado. Estoy agradecida de haber pensado en morir y de haberme alejado de mucho, incluso de mí. Agradezco los golpes imaginarios y los que me di contra la pared.

Sonrío por Paolo y por Hanna y por esos días eternos de tristeza en Trieste, donde el invierno parecía que se iba a quedar en mi alma y nunca se iba a ir.

Todo, absolutamente todo lo que sucedió entonces y cómo sucedió hizo de mí lo que soy ahora, una mujer ansiosa de vivir y de ir de aquí para allá con gusto, no sólo porque tiene que.

Qué gusto que casi me muero, que se me rompió el corazón, que me quedé sin alma. Porque al tener esas ganas de vivir, me renové todo y con ello tuve algo mejor que ofrecerle a Rachel, una Quinn que la ama como se debe de amar, sin las defensas arriba, sin golpes.

Y así, con todas las experiencias, con el camino recorrido, con mis casi treinta, sé, que nunca es demasiado tarde para ser feliz.

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Fue una historia corta; suelo escribir fics de más de 30 caps, pero este ameritaba que fuera de este modo.

Lamento que muchos se desesperaran a lo largo de la misma. Que creyeran que ya no valía la pena seguir leyendo, sé que muchos otros dejaron de leer y que no volvieron. Es válido, hay lecturas que no son para todos y creo que ésta fue una de ellas.

Hay mucho de mí en Quinn, en Rachel, en Charlotte, en Paolo incluso. Hay mucho de mis recuerdos en la habitación que describí en Trieste y también hay mucho de mí en Salzburgo. Bueno sí, en todo este fic hay mucho de Aidan.

Quise plasmar una historia distinta porque me cansé de leer lo mismo de siempre y con ello, quise que ustedes leyeran algo diferente. Se ha leído tanto de las historias felices, casi de fantasía que pretendí con esta historia un poco de realidad.

Algunas se sintieron incluso identificadas. Y, aunque la historia en sí no me pasó a mí, la esencia que existe en él tiene mucho de mi corazón que en algún momento estuvo más que roto, de una Aidan que pensó en matarse a diario por al menos un par de meses.

Igual, no sé si existen los amores de la vida, pero hay algunos que se acercan demasiado y, qué difícil es estar lejos de ellos, más cuando se sabe que no queda mas que estar aún más lejos.

Sin mucho sentimentalismo, esto va para quien fue en algún momento la vida de mi vida; ojalá pueda conservarte en la siguiente.

Para las que tienen el corazón roto en estos momentos, sólo les digo que en algún punto se pega y deja de doler. Sólo sean pacientes. Trabajen en ustedes, no brinquen de corazón en corazón sin haber terminado el duelo. No siempre un clavo saca a otro clavo, es más, te entierra lo doble.

Esta historia tuvo final feliz, no todo en la vida es como un fanfiction (algunas veces sí es demasiado tarde). Y estar lejos de la vida de nuestras vidas no significa que nada tiene sentido (aunque duela como su puta madre), al contrario, es cuando más se lo encuentras porque lo vives contigo.

Nunca se va a amar tanto como a la persona especial, pero se puede ser feliz con alguien más. Disfruten (las que están más para allá que para acá) y hagan caso de lo que le dijo Paolo a Quinn: beban, fumen, bailen, cojan, lean mil libros, prueben muchas cosas (con responsabilidad, por fas, no se pongan locas). Y las que ya están más para acá y no han disfrutado ¿Qué esperan?

Les agradezco la paciencia, de nuevo. Que brinden su tiempo a su servidora para leer lo que escribe, las que se dieron el tiempo de dejar un review. Las que volvieron después de semanas para terminar de leer la historia, dándome el beneficio de la duda.

Un abrazo y todo mi cariño.

Aidan.