Era la quinta, no, la sexta, ¿o séptima? Lo dejaría en la novena, por aquello del redondeo, que Remus recogía la habitación, que sacaba calcetines sucios y malolientes de debajo de las camas, que usaba toda clase de hechizos limpiadores y aromatizantes en el baño, que ordenaba los roperos y libraba su propia cama de camisas, suéteres y pantalones que no le pertenecían. ¿Y todo para qué? Para que a los cinco minutos todo volviera a ser el caos reinante de unos minutos atrás y de los últimos 7 años de su vida.

Sabe que no debería preocuparse o molestarse siquiera pero no soporta la idea de vivir en ese desastre de habitación. Desde pequeño, su madre le enseñó que debía hacerse responsable y ordenado de sus cosas, que una habitación limpia era una clara muestra de que su dueño era una persona confiable, motivo por el cual, él, Remus, no podía estar tranquilo hasta que la habitación reflejara lo que era él y no el desastre que tenía por compañero.

Después de un cuarto de hora de limpiar y dejar el cuarto en buenas y habitables condiciones, Remus por fin pudo sentarse en su escritorio y comenzar los deberes de ese día, se sentía tan satisfecho de sí mismo que hasta se permitió un pequeño gusto: una barrera del mejor y más exquisito chocolate de Honeydukes. Pero su alegría no se extendió tanto como a él le hubiera gustado.

45 minutos después, la puerta de la habitación se abrió de golpe y el huracán Sirius hizo su aparición. Una bota salió volando y terminó debajo del armario de James, otra paso peligrosamente cerca de su oreja izquierda, los calcetines terminaron sobre el baúl de Peter; la capa derramó la jarra con agua que había en la mesita de noche, la camisa fue a parar al alfiler de la ventana y el pantalón se convirtió en un feo y desagradable bulto lodoso justo en medio de las camas.

Remus estaba estupefacto: la perfecta y ordenada habitación de unos momentos atrás, había quedado convertida en un pozo mohoso y desagradable.

Una ira muy parecida a la del lobo se apoderó de él mientras intentaba controlarse y no terminar destruyendo todo a su paso o asesinar a Sirius, cualquiera que resultara más satisfactorio, aunque incorrecto.

-Soy yo ¿o los elfos son cada vez más eficientes? – preguntó al salir de la ducha.

Esa fue la gota que derramo el vaso. Remus aún tenía el pantalón sucio en las manos cuando las palabras de Sirius lo abofetearon en la cara, fue ese momento en el que la ira se apoderó por completo de él y seguro gritó algunas cosas que a oídos de Sirius no tuvieron sentido pero nada lo dejó más perplejo que el golpe que recibió en la cara con su lodoso pantalón.

-¡Remus! ¿Qué demonios…?

Remus en verdad quería a su amigo pero en ocasiones podía ser un maldito desordenado sin cerebro y sentimientos. Y en esos momentos no podía soportar la idea de verlo, así que salió de ese lugar dando un portazo.