NOTA: Esta historia está exclusivamente publicada en FF .net, si la están leyendo en otra página es porque ha sido plagiada.


Ya ésta aquí ¡al fin! el capítulo 10, pero antes, un pequeño aviso: éste episodio está lleno de flashbacks y retrocesos en la historia, varios personajes tienen memorias con detalles relevantes. Todo lo escrito en cursiva, forma parte de algún recuerdo o flashback, lo demás está escrito con letra normal, para que no se me confundan.

Ahora sí… ¡A leer, a leer, a leer!


"La Familia del Oeste"

CAPITULO X "RECUERDOS Y DOLOR"

Hartazgo. Eso era justamente lo que sentía Yasura. Estaba harta de que en su corazón sólo hubiera espacio para la tristeza, el rencor, el dolor y la rabia. Mucha rabia. A veces, realmente consideraba mandar todo al demonio y huir lejos, a un lugar donde el pasado no la atormentara, pero entonces aparecía en su mente la imagen pálida y agonizante del rostro sin vida de aquel yōkai a quien le había entregado todo su amor, su alma, su vida; y era ahí cuando Yasura avivaba todo el odio que tenía por el maldito demonio que le había arrebatado de tajo todo aquello, que la había destrozado por dentro junto con esa felicidad, esperanzas y sueños hermosos que su amado le había prometido, y que además, la había condenado a la más amplia soledad y amargura que cualquier ser podría soportar.

Sí, Sesshōmaru debía pagar. Pagar con sangre, con lágrimas, tal y como ella misma lo había hecho durante décadas. Ya no había marcha atrás.

Una respiración profunda la distrajo de sus cavilaciones. Giró la cabeza y colocó un gesto de fastidio al ver a Satoshi durmiendo despreocupadamente junto a ella, en su cama. Resopló resignada una vez más y se dijo mentalmente que ya no podía caer más bajo, pues como tantas otras veces, se había dejado vencer por las pasiones carnales con el Dragón del Este. Era como un consuelo, como una distracción mediocre y vacía, porque a pesar de que al inicio se sintiera inundada de placer, al terminar, ya lúcida de nuevo, no hacía más despreciarse a sí misma. Ser tocada por otras manos, ser besada por otros labios, la llenaba de culpa y de vergüenza.

Llevaba ya años así, en esa exacta situación, teniendo sexo con su aliado únicamente para mantenerlo bajo control. Algunos hombres eran tan idiotas, tan simples y vanos, que con sólo una mirada lujuriosa y un par de caricias, ya creían ser el eje central del mundo. Así era Satoshi del Este. Un pobre infeliz con aires de grandeza, carente de verdadero carácter, ambicioso y ahogado en envidia, con la sola ventaja de tener bajo su dominio un heredado territorio importante. Y eso era por lo único por lo que valía la pena tener que soportarlo, pues ella debía admitir que no podría lograr sus propósitos por su propia cuenta.

Yasura suspiró resignada una vez más al ver a Satoshi dormido, para después, sin ninguna delicadeza, levantarse del amplio y suave futón. Se colocó una bata de seda sobre su hermoso y desnudo cuerpo, y caminó descalza hasta estar cerca de uno de los ventanales de su elegante dormitorio. El sol no tardaba en salir, trayendo consigo un nuevo día, acercándola inevitablemente hacia su meta final.

Estaba cerca, mucho. Según lo que su aliado le comunicó antes de comenzar a quitarle la ropa, fue que el reino del Sur estaba punto de caer, que Lord Kentaro no resistiría mucho y que pronto tendrían bajo su poder una frontera más. No le cayó nada mal escuchar eso, pues de esa forma, sería mucho más sencillo conquistar el Oeste; y más importante aún, ver a Sesshōmaru destrozado por completo. Konoye ya tenía a los cachorros, y seguramente estaba a punto de desaparecerlos para siempre, ella en persona se los había entregado la noche anterior después de haber estado en el mismísimo bosque del Oeste, y sólo los dioses sabían todo lo que Yasura había disfrutado al ver a Sesshōmaru con ese notable gesto de frustración en su mirada al no poder hacer nada por sus hijos, y mucho más gusto le dio al comprobar con sus propios ojos, que efectivamente el veneno de esa vieja bruja, para debilitar a su enemigo, estaba funcionando de maravilla. Sólo faltaba un cabo suelto por atar. La humana.

Una filosa sonrisa apareció en su rostro, y de no ser porque la helada brisa de la aurora le dio escalofríos, hubiera soltado una pequeña carcajada. Por un momento respiró profundo, y sin saber por qué, la imagen de su padre le vino a la mente. ¿Qué pensaría él si la viera actuando de esa manera, sólo por una venganza?, él nunca planeó lanzarse a una guerra de tal magnitud, ni siquiera considerando que nunca llegó a ganarse la amistad de Inu no Taishō, a pesar de siempre estar en igualdad de circunstancias. Y ahora, sin importarle los principios de su progenitor, Yasura no tenía otra cosa en la cabeza más que ver derrotado al hijo del pasado Lord del Oeste, sin ni siquiera tener una razón que valiera suficientemente la pena…o eso consideraría su padre.

Yasura inhaló profundo y miró a la nada.

–Nunca quisiste comprender lo que yo sentía por Daisuke, papá.

...

¿Realmente tienes que ser tan testaruda, hija mía? dijo el daiyōkai, levantándose de su asiento frente al escritorio, para después acercarse a la joven y colocarle suavemente una mano en su mejilla. Yasura levantó la mirada, y observó la profundidad de los ojos rubíes de su padre, exactamente iguales a los de ella.

Lord Hideki del Norte era un demonio imponente, alto, fornido, cuya corta cabellera rubia pasaba ya a ser cana, mezclándose así perfectamente con la piel blanca de su rostro ya también marcada por los años, y siempre vestido exquisitamente en un haori dorado adornado con sutiles bordados de flamas y plumas rojas de fénix. Un monarca digno de su nombre, con una mirada afilada y tendenciosa, que favorecía sin dudar un instante, a quien él custodiaba como su más grande y valioso tesoro. Su única y adorada hija.

Si eso significa que debo defender el amor que siento por un hombre, sí padre respondió ella, desafiante, retirando la mano masculina de su rostro Seré testaruda, al igual que tú.

El daiyōkai cerró sus ojos con paciencia y luego echó la cabeza hacia atrás. Desde hacía meses que veía a Yasura en ese plan, aferrada a la disparatada idea de estar enamorada de un simple soldado miembro de su propio ejército. Alguien que en definitiva no le gustaba para su hija, y que además, podía jurar y perjurar que ese hombre no tenía buenas intenciones con ella. Sólo había que ver la forma en que descaradamente él se le había insinuado, insistido sin descanso hasta convencerla de un supuesto amor que para Lord Hideki, no eran más que patrañas, una forma de elevar su estatus de guerrero para conseguir prestigio y poder.

Yasura, mi preciosa niña se le aceró e intentó razonar de nuevo Tu eres lo único que tengo, lo único que me queda desde que perdimos a tu madre, por eso quiero lo mejor para ti.

Daisuke lo es, papá. Créeme, él me ama.

No, querida mía, no es así suspiró resignado, decidido a abrirle los ojos a su hija, aun si eso significaba una discusión fuerte entre ambos Entiende Yasura, tú eres una yōkai de gran alcurnia, sangre pura, poderosa, hermosa, con carácter, heredera única de la Dinastía de las Aves de Fuego del Norte, que tiene el mundo a sus pies, tú mereces a alguien que esté a tu altura, a alguien digno de tu linaje, y me temo, que ese soldado es muy poca cosa para ti.

Papá, por favor, ya hemos hablado de esto antes y mi opinión no va a cambiar por más que te opongas la joven frunció el ceño. No entendía a su padre, ¿qué acaso no quería su felicidad?, ella lo veía todo tan simple y claro, que no necesitaba dar más explicaciones Daisuke es un buen hombre, valiente, fuerte, un gran guerrero, y tal vez su posición no es tan favorecida como la mía, pero…

Exactamente jovencita, él jamás podrá tener la mínima idea de lo que conlleva gobernar un territorio, no tiene ni la clase, ni la educación, ni la formación necesaria para ello la interrumpió tajante, endureciendo su semblante y su tono de voz Tú fuiste criada para la grandeza, para el dominio, en cambio él no podría si quiera imaginar lo que eso significa, por más méritos en batalla que haya conseguido. Además hay algo en él, independientemente de su evidente falta de sangre real, que no me agrada, su mirada no me inspira ni un ápice de confianza.

Tenía que decírselo en algún momento. Esa era la verdad, más allá de la clase social, el daiyōkai sabía el tipo de demonio que tanto acosaba a su hija. A su ingenua hija. A veces creía que la ausencia de una figura maternal había perjudicado tanto a Yasura al grado de aceptar a cualquiera y creer en lo que fuera con tal de amortiguar esa carencia de afecto que surgió desde que a su madre la mató la enfermedad. Eso, sumado a su impetuoso carácter, la hicieron un blanco fácil para ese yōkai oportunista.

Padre… susurró ella, mirándolo con esos ojos hermosos tan llenos de desilusión. Lord Hideki no pudo evitarlo y la besó en la frente, acunándola entre sus brazos tal y como si fuese una niña pequeña, ella le devolvió el abrazo y sintió las dulces caricias de su padre sobre su rizado cabello, mientras lo escuchaba hablar con voz suave.

Mi niña, yo te adoro, eres lo más importante para mí, la joya más hermosa que poseo, no voy a permitir que alguien te lastime, por eso quiero que tomes las mejores decisiones. Ahí afuera hay muchos partidos excelentes para ti, yōkais que sí son dignos de gobernar a tu lado, que al igual que tú, han crecido con ideales y principios parecidos a los nuestros, hombres con quienes podrías formar grandes alianzas y que te sabrían tratar como la princesa que eres la separó un poco de sí y le alzó el rostro por la barbilla Yasura, sólo imagina el imperio que…

No papá, comprendo lo que quieres decir pero no estoy de acuerdo en absoluto dijo ella zafándose bruscamente del agarre de su padre, y nuevamente hablando con decisión Yo estoy completamente enamorada de Daisuke, y si no soy su esposa, no me interesa la gran dinastía que pudiera formar con otro… Padre, yo lo amo, lo amo.

El Lord del Norte estaba perdiendo la paciencia, el ver a Yasura tan convencida de esa tontería, lo preocupaba en demasía. No, lo de ella era un capricho más de niña consentida, tenía que ser eso. No era posible que su hija fuera tan ciega.

Eso es porque ha manipulado tu mente y tu corazón de algún modo, lo sé, no me preguntes cómo, pero lo sé por supuesto que lo sabía, no había que ser un genio para darse cuenta. Bastaba con percatarse de la forma tan ensayada en que le hablaba, las miradas lambisconas que le dedicaba a él mismo cuando estaba presente, todo era tan evidente. No quiso discutir más, por eso sacó la última carta que le quedaba Además estoy seguro de que si te dieras la oportunidad de conocer a los candidatos que he seleccionado para ti, y los compararas con ese soldado insignificante, cambiarías de opinión.

¿Candidatos que has seleccionado? los ojos de Yasura se llenaron inmediatamente de indignación, ¿era tan difícil para su padre comprender que no quería a ningún otro?. Sin más, su gesto cambió y una sonrisa irónica se dibujó en sus labios Déjame adivinar, el príncipe Yoshiro y el príncipe Takeshi, los hijos mayores de Lord Kentaro, ¿cierto?... o mejor aún, el príncipe Satoshi del Este, ¿tal vez él fue tu primera opción?

No le faltes al respeto a tu padre, Yasura, no toleraré una sola burla todo temple se desvaneció, y avanzó un paso hasta tenerla cara a cara Los hijos de Kentaro sí son una excelente alternativa, no te lo negaré, sin embargo, Satoshi no es alguien con quien me gustaría verte casada, ese joven es un tanto mediocre, claro que si me pusieras a escoger entre tu soldadito y el futuro Lord del Este, la respuesta es obvia… Pero para ser sincero, quien sí considero que está a tu nivel y sería un gobernante por demás digno, es sin duda el hijo de Inu no Taishō y Lady Irasue, Sesshōmaru del Oeste.

Yasura abrió sus ojos sin mesura y se alejó un paso, sobresaltada por lo que acababa de escuchar. Si bien su padre jamás tuvo una buena relación con el Lord del Oeste, sí había entre ellos una considerable tolerancia, ambos eran poderosos, valientes y contaban con la máxima lealtad de los suyos, razones suficientes para sentir el bastante respeto el uno por el otro. Pero aún así, jamás creyó que ese respeto fuera suficiente como para considerar relacionarla con el futuro heredero de las tierras occidentales.

¿Sesshōmaru?, ¿Ese yōkai arrogante y soberbio que cree que todos deben adorar el suelo por donde camina? dijo asqueada al formar en su mente el recuerdo del demonio perro. Se cruzó de brazos y levantó el mentón Hmmph, preferiría desposarme con un humano cualquiera.

Me preocupas hija mía, no estás siendo sensata dijo Hideki, con un deje de decepción en sus palabras Si no controlas ese carácter pasional que tienes, te puede traer grandes desdichas, si es que no te las trae antes ese yōkai Daisuke, a quien jamás, escúchalo bien Yasura, jamás consideraré digno de ocupar mi trono, y mucho menos al lado tuyo.

Sin más, dando la conversación por terminada, Lord Hideki se aproximó a la salida del despacho dejando a Yasura atrás. Ella no respondió nada, simplemente bajó la mirada teniendo el ceño fruncido, manifestándole toda la frustración que no se atrevía a decirle en palabras. El Tori yōkai odiaba ver a Yasura así, pero tenía que hacerla entrar en razón de una forma o de otra, no iba a rendirse, seguiría insistiendo importándole muy poco la necedad y obstinación de ella, pues no permitiría que alguien, fuese quien fuese, se atreviera a aprovecharse de su hija. Primero tendrían que pasar por sobre su cadáver.

...

Yasura sintió su corazón latir fuerte al recordar aquella conversación con su querido padre, fue una de muchas discusiones que tuvo con él en sus últimos años de vida. Se arrepentía, pues hubiera preferido mil veces convivir con su progenitor de una mejor manera antes de que la muerte se lo llevara.

Había pasado de una forma tan repentina que aún, después de siglos, aún no había sido capaz de superar esa pérdida. Lo único que recordaba con claridad era que había sucedido exactamente una década después del mismo deceso del Comandante Inu no Taishō del Oeste. Aquella noticia sí que había sido inesperada, y se había esparcido como la pólvora a lo largo y ancho de los cuatro reinos. El propio Lord Hideki no fue capaz de comprender en su momento, cómo un daiyōkai tan poderoso, con una pareja supuestamente estable y un heredero por demás digno, había encontrado su muerte defendiendo a una humana con quien además había tenido un segundo vástago.

En ese tiempo, Sesshōmaru se había convertido en Lord pasando a ocupar el lugar de su difunto padre, cosa que el Tori yōkai no dudó en seguir utilizando como argumento para que Yasura desistiera de su compromiso con Daisuke y se dispusiera a socializar con un demonio que realmente estuviera a su altura. Tal vez eso resultó contraproducente pues, la joven se empecinó aún más en sostener esa absurda relación con el soldado.

No habían logrado contraer nupcias debido a que Hideki se negaba rotundamente a bendecir ese enlace, a pesar de costarle grandes discusiones con su hija e incluso amenazas de huidas. Yasura era muy joven en ese entonces, obstinada y caprichosa, y lo más que pudo lograr, aun desafiando la autoridad de su padre, fue proporcionarle una lujosa habitación a Daisuke dentro del palacio, e incluso ordenó que se pintara su retrato como si ya fuera un hecho que ese yōkai gobernaría el Norte en un futuro cercano.

Aun así, a pesar de todos los altercados con él, Yasura echaba de menos a su padre como el primer día. Extrañaba tanto sus abrazos, sus palabras de consuelo, sus miradas dulces. Lo había querido tanto, con todo su corazón. Y no había día en que no pensara en él y no deseara que las cosas hubiesen sido diferentes.

...

Todo estará bien, amor mío. escuchó la voz masculina de Daisuke a sus espaldas y enseguida sintió su mano tocándole el hombro. Yasura no dudó, dio media vuelta y se lanzó a los brazos de su amado para llorar desconsolada sobre su pecho.

Daisuke, me siento tan miserable decía entre sollozos, sin entender aún cómo habían pasado las cosas. Mi padre… cómo me hubiera gustado decirle cuánto lo amaba una vez más, que perdonara todas mis faltas…soy una mala hija, una ingrata… Cuando vi su cuerpo inmóvil, incluso llegué a pensar que fueron los disgustos que le di los que ocasionaron su muerte. Sí, mi padre murió de decepción, fue mi culpa.

Todo había sido tan extraño. Lo recordaba perfectamente, a pesar de haber pasado dos semanas ya del trágico hecho. Esa noche había discutido una vez más con él y como siempre lo había desafiado con largarse del reino del Norte para siempre, le dijo que estaba harta de sus estúpidos prejuicios, que se avergonzaba de ser su hija y que tarde o temprano, con o sin su consentimiento, terminaría casada con Daisuke, le gustara o no. Esas habían sido sus últimas palabras, pero a la mañana siguiente, cuando fue directa a sus habitaciones, arrepentida de lo que había dicho, encontró a su padre tumbado a la mitad de su enorme futón, con su habitual taza de té quebrada a un lado en el tatami, con su corazón sin emitir palpitaciones y sus ojos cerrados para siempre.

Sí, todo debía ser su culpa, todo lo provocó ella. Yasura había asesinado a su padre, no había duda. Y al pensar en ello, se afianzó al torso de Daisuke como si su vida dependiera de ello.

No Yasura, no digas eso apretó el abrazo y acarició su cabello rubio Es cierto que Lord Hideki nunca fue capaz de aceptar que el amor y la adoración que siento por ti son verdaderos, pero eso no quiere decir que eso provocara su partida. Simplemente se trata del ciclo de la vida la separó de sí y la vio a los ojos con un brillo extraño en los propios Nadie puede vivir para siempre.

Yasura se tranquilizó un poco al escucharlo, se limpió las lágrimas y le regresó la mirada. No sabía exactamente por qué, pero los orbes grises de Daisuke siempre lograban transportarla a un mundo distinto, como si la hipnotizaran y la convencieran de que todo lo que él dijera no era más que la verdad absoluta. Y no pudo más que aferrarse nuevamente a él, pues después de todo, él era todo lo que le quedaba.

Ya no sé qué creer, ni qué hacer. musitó Yasura frente al escritorio de su padre, en su despacho, justo en la habitación en donde tantas veces habían discutido.

Debes ser fuerte, ahora eres tú la gobernante de las tierras del Norte le levantó el rostro por la barbilla y luego se alejó un poco, hablándole seriamente mientras le daba la espalda Y yo estaré junto a ti, al fin.

¿De verdad estarás conmigo? preguntó Yasura con un tono de reproche, obligándolo a verla nuevamente a la cara. La joven se limpió las lágrimas y lo observó pasarse una mano por su cabello negro, para luego acercarse a ella y sujetarla por los hombros.

Claro que sí, mi amor, es por eso que he esperado tanto tiempo, ¿Por qué lo dudas?

La Tori yōkai bajó la mirada y se quedó callada por unos momentos. Su corazón se rompía al pensar en su padre muerto y a veces se sentía en la más profunda soledad a pesar de que todo el día estaba rodeada de sirvientes. No tenía idea de cómo reaccionar, al principio pensó que Daisuke permanecería con ella todo el tiempo, acompañándola, consolándola, haciéndole el amor, pero él repentinamente se había alejado. La miraba distinto, la besaba distinto, e incluso, ahora salía del palacio sin decir a dónde y sin que ella tuviera idea alguna sobre la fecha de su regreso.

Has estado ausente estos días, no sé a dónde vas, ni lo que haces, ni siquiera sé con quien…

Yasura por favor, ya te lo dicho, lo más importante para mí eres tú y el bienestar del reino respondió el yōkai con tono de hartazgo Por supuesto que la muerte de tu padre ha sido un hecho trágico, pero era algo que pasaría tarde o temprano, por eso tomé la decisión de prevenir cualquier posición desfavorable para el Norte Daisuke se le acercó, frunció el ceño y hablo con los aires de alguien que sabía exactamente lo que estaba haciendo ¿Quieres saber a dónde he ido?... A las fronteras, al Oeste, al Sur, al Este, quiero saber cómo se ha manejado la situación ahora que ha muerto uno más de los cuatro grandes líderes.

La mirada grisácea del hombre frente a ella, sumado a su voz varonil y segura, volvieron a surtir efecto, y entonces todas las dudas y acusaciones que pasaban por la mente de Yasura, se disiparon por completo. Haciéndola incluso, sentirse culpable por pensar tan mal de él, cuando Daisuke no hacía más que protegerla. Estaba siendo injusta.

Daisuke yo no sabía…

Lo único que me importa es proteger nuestros intereses una vez más se aproximó hacia ella y sostuvo su rostro, carraspeando las últimas palabras Tus intereses.

Lo lamento tanto, perdóname por favor, la muerte de mi padre ha sido un golpe terrible para mí, y a veces no puedo evitar que las dudas y la incertidumbre me invadan.

Lo entiendo, y aunque tu padre nunca me haya dado su bendición para estar contigo, yo he jurado cuidarte, no importa lo que pase.

Al escuchar esas palabras, Yasura sintió que el alma le regresaba al cuerpo, y la felicidad más pura invadió su corazón.

Te amo tanto, Daisuke tanto o más que a sí misma, lo amaba tanto que dolía. Daisuke no dijo nada, sólo emitió una sonrisa torcida y se dejó besar ardientemente por aquella joven que no hacía más que idolatrarlo.

Así se fundieron ambos, en un beso largo, húmedo y caliente. Yasura se aferraba al cuerpo de él, tratando siempre de proporcionarle placer y de inundarlo en el más grande amor pasional, pero algo no estaba bien. Daisuke no respondía como de costumbre, estaba quieto, tenso, con un pronunciado ceño fruncido que no podía ser indicio de algo bueno.

¿Qué te pasa? preguntó asustada, separándose casi por completo.

Hay cosas que me preocupan dijo el soldado sin cambiar su gesto Pude observar mucho cuando estuve fuera.

¿Sobre los cuatro reinos? Yasura alzó las cejas también y sintió su corazón latir fuerte. Su nombramiento como Lady de las Tierras del Norte había sido hacía poco, no quería tener problemas políticos graves aún, todavía era inexperta, sin la experiencia suficiente, y no podía evitar sentir incertidumbre ante aquellas dificultades ¿Acaso el Norte tiene algún enemigo?, a mi padre jamás le interesó entrar en guerra a pesar de que muchos clanes intentaron invadirnos.

Si, las Aves de Fuego siempre hemos sido parte de uno de los reinos más poderosos, nunca hemos tenido un rival lo suficientemente fuerte como para someternos Daisuke levantó el rostro A excepción de uno.

El Oeste concluyó ella, sintiendo un escalofrío Pero no hay de qué preocuparse, Inu no Taishō y mi padre jamás fueron buenos amigos, pero se respetaban, sus enfrentamientos nunca pasaron a mayores.

Eso era cuando el Gran Comandante aún vivía. El Oeste ahora es gobernado por…

Sesshōmaru. completó ella una vez más, con la mirada perdida, reconstruyendo en su mente el recuerdo del daiyōkai con quien su padre no paraba de insistir en comprometerla. Daisuke asintió y luego comenzó a caminar en círculos, dando pasos amplios y lentos por toda la habitación.

Lo ví en persona y te puedo asegurar que no es un daiyōkai con quien se tenga bajar la guardia se detuvo y la miró desde el extremo opuesto del cuarto Es un demonio ambicioso, peligroso, cuya sed de conquista podría alcanzarnos en cualquier momento, no nos podemos arriesgar.

Yasura no supo descifrar de manera exacta lo que el rostro del joven soldado estaba reflejando. Tenía un gesto extraño, demasiado serio, demasiado decidido. En ese momento no lo quiso admitir, pero pudo distinguir un pequeño destello de crueldad y codicia en los ojos de su amado.

Daisuke, no entiendo musitó incrédula ¿Acaso me estás diciendo que inicie una guerra en contra de Sesshōmaru del Oeste?

Al escucharla tan desconcertada, Daisuke cambió sus maneras y el tono jovial y comprensivo volvió a su voz. Su mirada regresó a ser suave y no dudó en aproximarse, la tomó de ambas manos, las acercó a su rostro y besó los nudillos con increíble devoción.

Amor mío, yo sólo te digo lo que mi experiencia en batalla me permitió ver ahora que estuve en las fronteras le acariciaba las manos Pero aquí tú eres la Lady, la monarca, quien toma todas y cada una de las decisiones, sólo te pido que me permitas sugerirte lo que, desde mi perspectiva, creo que es mejor para el reino.

La preocupación seguía sin abandonar el rostro de Yasura, a pesar de estar siendo hipnotizada por las maravillosas perlas grises de los ojos de Daisuke y por la suavidad de sus labios al sentirlo besar una y otra vez los dorsos y las palmas de sus manos por igual. Sin más, supo lo que tenía que hacer.

Atacar antes de que nos ataquen. susurró aún sin creerlo.

Precisamente exclamó él, deteniendo sus movimientos y sujetándola del rostro, sonriendo abiertamente con emoción Sólo imagínalo, si vencemos, el Norte sería el territorio más grande y poderoso de todos, no habrá oponente que no podamos vencer, o que si quiera se atreva a enfrentarnos… no habrá nadie que nos haga daño alguno y entonces, sólo entonces... la besó intensamente, sacándole un suspiro Nosotros podremos estar juntos sin ningún temor, tranquilos, viviendo plenamente el amor que por tanto tiempo se nos ha negado.

Yasura asintió dócilmente, sin ninguna duda ya.

Tienes razón…sí, tienes razón repitió Eso es lo mejor, la única alternativa lo vio a los ojos y luego lo abrazó con fuerza. Lo haré, lo haremos.

Daisuke volvió a sonreír mientras apoyaba su barbilla sobre el cabello rubio, y ese destello de perversidad apareció de nuevo sin que ella lo pudiera ver.

...

La Tori yōkai suspiró, abrazándose a sí misma mientras esperaba a que el sol saliera por completo.

–Y casi lo logramos, mi amor –el nudo en su garganta se endureció y no pudo evitar apretar los puños –Si no hubiera sido por ese maldito, ahora mismo estarías conmigo.

...

Su ejército avanzaba, los primeros choques habían sido productivos; tenían varias bajas, sí, pero por lo que Daisuke le decía, pronto el Oeste sería de ellos. No había objeción en cuanto a que las tropas occidentales, sin el mando justo y experimentado del gran Comandante Inu no Taishō, estaba siendo un oponente más fácil de lo que recordaba. Sesshōmaru no se preocupaba por sus soldados, él simplemente peleaba por sí mismo, casi como si fuera un simple entrenamiento o menos, como un juego, y eso de cierta forma había indignado a Yasura en los combates, pues creía que no era tomada en serio.

Pero entonces, algo ocurrió. Algo que en un inicio no supo si simplemente la asustaba o si también la mantenía en alerta constante. El Inu daiyōkai había transformado por completo su estilo de pelea en la últimas semanas; se había vuelto más agresivo, más contundente, más salvaje, como si hubiera despertado en él una rabia que anteriormente, en los primeros enfrentamientos, no tenía. No entendía por qué, o qué se debía el cambio, pero lo que sí sabía, era que pronto la guerra terminaría con algún territorio conquistado.

Daisuke estaba impaciente, e incluso se mostraba ambicioso por ganar, desesperado al tomar decisiones súbitas, eso era más que evidente, pero Yasura lo atribuía al enorme deseo que decía tener por vivir en paz su amor con ella, por contraer matrimonio por fin y juntos gobernar como siempre lo habían soñado. Y al pensar en ello, el anhelo de la joven Lady no hacía más que crecer también inconmensurablemente. Pero ya estaban cerca, esa batalla era la definitiva, su ejército combatía con fiereza, Sesshōmaru no podría resistir más y acabaría rindiéndose. Estaba segura de que todo terminaría esa tarde.

Y efectivamente, todo terminó ahí.

¡No! gritó Yasura en pleno desespero, con gruesas lágrimas a punto de salir de sus ojos rojizos ¡No por favor, Sesshōmaru! repitió y corrió sin dudar hasta donde el demonio perro tenía levantado a Daisuke por el cuello, clavándole sus garras envenenadas en la garganta sin piedad alguna ¡Detente, no lo hagas!

Todo fue tan rápido que ni siquiera se percató del momento justo en el que el Lord del Oeste había acorralado a su prometido y lo había sometido tan fácilmente.

No des un paso más dijo Sesshōmaru con voz grave, mirándola de reojo, advirtiéndole que si se atrevía a intentar algo estúpido, acabaría con la vida de Daisuke y con la suya en menos de un segundo. A ella se le detuvo el corazón y soltó su espada de oro.

Y-Yas…Y-Yasura pronunció su amado, sangrando por la boca a borbotones.

Tenía que hacer algo, el pánico comenzó a invadirla, sentía su alma saliéndosele del cuerpo y no podía pensar con claridad. Lo único que se le ocurrió en su desesperación, fue rendirse.

¡Nos iremos, nos marcharemos de inmediato y te doy mi palabra de que no volveremos al Oeste! gritó exasperada, viendo con horror a Daisuke jadeando por la falta de aire, tratando inútilmente de zafarse del agarre del otro demonio ¡Por favor, suéltalo, te lo suplico!, ¡Te lo suplico!

¿Suplicar? el Inu yōkai levantó una ceja y sus ojos dorados reflejaron una fría crueldad ¿Me estas suplicando por la vida esta miserable escoria, Yasura? Patético.

Fue en ese instante cuando Sesshōmaru abrió su mano, dejando caer al soldado bruscamente al suelo lodoso. Yasura respiró con alivio por un instante, pues creyó que se trataba de un acto de misericordia al declarar que volverían al Norte, pero entonces el Lord del Oeste se acercó de nuevo y sin previo aviso, hundió sus garras en el pecho de Daisuke, abriéndole la piel, atravesándole el corazón, destrozando sus tejidos y bañando la tierra de sangre fresca, arrebatándole así la vida de forma tan humillante como definitiva, todo sin quitar nunca la expresión de estoicismo de su rostro.

¡Sesshōmaru, no! Yasura gimió y se dejó caer de rodillas ante el asesino, sollozando en voz de agonía al ver los ojos grises que tanto amaba sin rastro alguno de luz ¡NOOO!

...

Esos recuerdos la atormentaban a diario, tanto que la obligaban a derramar más lágrimas de las que hubiera querido. Las muertes de las dos personas que más había logrado amar, la perseguirían por el resto de sus centenarios días. Su querido padre, su amado Daisuke, ambos se habían ido para siempre. Esas memorias la hacían sentir impotente, deshonrada y humillada a más no poder, teniendo en la venganza el único consuelo que le era posible alcanzar.

El sol por fin brillaba en lo alto, colándose la luz entre las cortinas de su gran habitación. En ese momento se limpió los restos de agua salada que pudieran quedar en su pálido rostro y se giró para ver a Satoshi. El reptil seguía profundamente sumido en su letargo, estaba recostado boca abajo con una sábana blanca cubriéndole la mitad del cuerpo, mientras que el resto era iluminado por los tenues rayos mañaneros. Yasura entrecerró sus ojos al ver la imagen, la piel bronceada y escamosa del Lord del Este resplandecía ligeramente en tonos cobrizos haciendo resaltar los músculos de la espalda, mostrando un perfil sumamente varonil y atractivo. Ella torció la boca y respiró profundo, si tan sólo Satoshi no fuera tan imbécil…

–¡Despierta de una vez, Satoshi! –le gritó fuertemente, sin importarle sacarlo de su sueño de una manera tan brusca.

–¡¿Pero qué demonios te pasa?! –él se levantó de golpe y la maldijo.

–Debo terminar con la mujer de Sesshōmaru, necesito hacerlo ya –dijo ella evidenciando en sus ojos una desesperación que no podía expresarse en palabras.

El dragón frunció el ceño con frustración, él no era tan estúpido como su aliada creía; formular tantos planes, diseñar tantas formas de causar daño y tener tanta paciencia aguardando todo ese tiempo, no podía ser únicamente para conquistar las tierras del Oeste. No, Satoshi sabía muy bien por qué Yasura odiaba tanto a Sesshōmaru, al principio sólo lo sospechaba, pero después de hacer conjeturas e investigar por su cuenta, lo averiguó todo. Claro que jamás lo había hablado directamente con ella, no tenía intenciones de hacerlo y sabía que ella mucho menos estaría dispuesta a compartirlo. De cualquier forma a él le daba igual, cada quién tenía sus motivos para querer ver muerto a Sesshōmaru, y los de él eran una envidia y un rencor que le corroían el cuerpo desde pequeño por culpa de su progenitor y sus malditas comparaciones. Pero todo terminaría pronto, eso era lo importante, para eso necesitaba a Yasura y a la alianza que habían establecido siglos atrás, para eso y de paso para saciar su apetito sexual.

–¿Qué estás esperando para hacer lo que te dije? –habló ella mientras se vestía. Maldita, odiaba que le diera órdenes como si fuera su sirviente –Me informaron que Sesshōmaru ha mandado a su mensajero a buscar algún remedio para recuperar su fuerza, encárgate de eso.


En el Oeste reinaba una tranquilidad demencial, la misma calma que florecía antes de cada tormenta. El olor a sal de lágrimas humanas inundaba el palacio, al igual que un pesado silencio que sólo era quebrado por las largas zancadas que emitían los guardias en cada puerta, caminando de un lado para otro haciendo tintinear las espadas. Todo sin atreverse a pronunciar palabra alguna, algo que para muchos podría resultar casi insoportable.

La noche anterior jamás la olvidarían, pues había sido el momento en el que los tres cachorros del amo, los tres príncipes del Oeste, habían sido secuestrados junto con sus primos sin que nada ni nadie pudiera evitarlo, ni siquiera el Lord de esas tierras.

Rin se encontraba junto con Kagome, ambas esperando impacientemente a que sus respectivos esposos cruzaran nuevamente por la puerta principal trayendo consigo a los cinco pequeños. Aun no podían resignarse a creer lo que había ocurrido, en especial la sacerdotisa, quien permanecía en un estado de nerviosismo notable, mordiéndose los labios, tronándose los dedos de las manos y soportando un doloroso y enorme nudo en su garganta al intentar inútilmente que una que otra lágrima saliera de vez en cuando de sus ojos. Desde que Rin había entrado como loca a sus habitaciones exclamando que los chicos habían sido vistos fuera del palacio con dirección al bosque, Kagome supo que el infierno acababa de entrar a sus vidas nuevamente.

Inuyasha, aún en su estado como humano, ni siquiera lo había pensado, simplemente lo vio tomar a Tessaiga y salir corriendo detrás de Sesshōmaru y de Kenshi, importándole muy poco que apenas y se podía mover sin sentir un dolor punzante recorriéndole las venas, y eso no hizo más que Kagome aumentara sus palpitaciones.

Y así permaneció con Rin y con Sora durante unos largos y torturantes minutos, las tres encerradas en las habitaciones de los señores del castillo, con la orden de no salir pasara lo que pasara, sintiendo la desesperación ahogándolas hasta el cuello, ella en especial con la impotencia de no poder hacer más que aferrarse a su arco firmemente, preparando sus flechas sagradas para cuando hicieran falta, porque Kagome definitivamente no iba a dudar en atravesar con ellas el pecho del enemigo si eso significaba recuperar a sus hijos.

Pero todo empeoró cuando escucharon a las tropas marchar en medio de la madrugada. Eso significaba que el ejército rival estaba cerca del Oeste y que pronto muy seguramente comenzarían los ataques al palacio, todo sin que ninguno de los hijos de Inu no Taishō estuviera presente.

No entendieron qué había pasado en ese momento, pero de la nada escucharon gritos, explosiones y cuerpos cayendo al suelo. El sonido fue tan fuerte que Kagome pensó que los adversarios habían incluso alcanzado a penetrar en uno de los grandes jardines del palacio. No fue así, lo confirmó al asomar su cuerpo ligeramente por unos de los ventanales. No vio nada claro, el cielo estaba negro y apenas y pudo distinguir las siluetas de los árboles moviéndose a lo lejos con el viento; eso hasta que una figura alada, enorme y escarlata, surgió en el firmamento envuelta en una nube de humo; y fue ahí cuando su corazón se encogió al distinguir los cuerpos frágiles de los cinco cachorros, todos atrapados en dicha humareda y siendo llevados muy lejos por los aires.

No dijo nada en ese instante, pues quiso creer que no había sido cierta aquella visión, que eran sus nervios la que la traicionaban en el peor momento posible, o que en todo caso, no era más que otra alucinación provocada por la misma bruja que tanto hacía agonizar a Rin. En cualquier momento Inuyasha y Sesshōmaru regresarían trayendo consigo a sus queridos niños.

No fue así.

Al poco rato, horas antes del amanecer, ambos hermanos habían arribado al palacio, tan mal o peor que cuando se habían ido. Inuyasha llegó inconsciente, su cuerpo todavía humano, no había podido dar para más, y aunque respiraba, sus ojos permanecían cerrados a causa del suplicio causado por las severas heridas. El general Kenshi también había resultado con el hombro lastimado, teniendo la evidencia de que una katana lo había atravesado ahí. Y Sesshōmaru, a él se le notaba la derrota en el rostro, en el orgullo; tenía ligeros cortes sangrantes en sus brazos y cojeaba un poco de la pierna izquierda, claros indicios de su esfuerzo al terminar con la pequeña e insignificante compañía enemiga que amenazaba con irrumpir en sus dominios, lo que había resultado en otra vil distracción una vez más, todo para que no pudiera seguir a quien había secuestrado a los príncipes.

Rin se cubrió la cara con ambas manos al verlos llegar así, y sobretodo, al confirmar que sus tres tesoros les habían sido arrebatados así como así. Kagome tampoco lo pudo evitar y cayó de rodillas al piso, con las lágrimas escurriéndole por las mejillas, más aún al ver a Inuyasha en tan deplorable estado.

Todo estaba mal, absolutamente todo.

–Mi señora, por favor, le ruego que se tranquilice. –dijo Sora, ofreciéndole nuevamente un pañuelo de seda a Rin. Ella lo ignoró y siguió sin decir nada, con su gesto ausente y la mirada perdida en algún punto de los enromes portones de entrada.

Apenas amaneció, Inuyasha recobró sus poderes y abrió los ojos, haciendo que una parte del alma de Kagome le regresara al cuerpo. Fue entonces cuando, sin importarle su estado de salud, se levantó del futón en donde estaba recostado, buscó a Sesshōmaru y le exigió salir de nuevo para buscar a los cachorros. El daiyōkai ni siquiera lo dejó terminar la frase cuando ya se estaba dirigiendo hacia la salida, sin considerar, al igual que su hermano menor, el pesar constante que el venenoso lirio rojo causaba en su organismo.

Así se habían ido, ordenándoles a sus respectivas mujeres quedarse en el palacio y aguardar, a pesar de que las dos exigieron entre llantos desesperados ir con ellos. Kenshi se quedó de igual forma, comandando decenas de centinelas y guardias para estar preparados y defender a las jóvenes señoras con sus vidas en caso de algún otro ataque, el cual afortunadamente no se había presentado…todavía.

Pero la espera y la sensación de intranquilidad las estaba matando. El tiempo se volvió algo pegajoso y sofocante, restregándoles en la cara una pequeña tortura de la que era imposible zafarse, pues por más que quisieran, los pensamientos negativos se acumulaban en sus mentes haciéndoles imaginar lo peor.

–En cualquier momento el amo volverá con los chicos, lo sé –volvió a hablar la anciana yōkai, tomando las manos de las dos jóvenes –Ambos lo harán.

Kagome asintió apenas, elevando su mirada marrón al techo, percatándose de que ya pasaba de medio día. El atardecer estaba próximo y ellos no aparecían.

Ninguna quería moverse de ahí por más Sora les había insistido. No habían comido ni dormido nada, únicamente les preocupaba una cosa, y eso no eran ellas mismas. Tampoco hablaban, se mantenían en silencio, aumentando así el ambiente tenso y la incertidumbre. ¿Dónde estaban?, ¿Por qué no llegaban?, ¿Y los cachorros?, ¿Ellos estarían bien?. No podían con tanta carga, con tanta angustia, y estaban seguras de que terminarían por enloquecer si no recibían noticias pronto.

–¡Inuyasha! –gritó Kagome al verlos por fin cruzar los portones, pero su rostro se deformó en pleno delirio al darse cuenta de que los niños no venían con ellos, y que además su esposo ni siquiera era capaz de sostenerse en pie por sí mismo. Kagome corrió en su ayuda junto con un par de soldados, quienes alzaron el cuerpo del hanyō y lo encaminaron a sus habitaciones.

–Perdóname, Kagome –musitó él, con una voz cargada de frustración. –Los…los enanos…. ¡Argg maldita sea, no pude hacer nada!

Kagome no pudo más y lloró con fuerza, recostándose con él en futón en cuanto los dejaron solos en la recámara. Inuyasha de igual forma la abrazó, sintiendo las lágrimas de ella cayendo sobre su pecho, dándole la sensación de que le quemaban la piel. En ese momento, un odio latente comenzó a formarse en su interior, uno que no había sentido más que una vez en su vida por el demonio que lo había separado de la primera mujer a la que amó. Ésta vez, el odio iba dirigido hacia dos individuos en particular, dos miserables cobardes que no se atrevían a dar la cara, a pelear de frente, y que por el contrario, utilizaban recursos bajos como lo era el manipular al enemigo utilizando a sus seres queridos como herramientas. Inuyasha jamás se sintió tan impotente, e incluso una parte de ese rencor tan grande lo dirigió también hacia sí mismo, por no ser más fuerte, por no haber resistido un poco más, por no poder ponerle fin a aquel asunto de una vez por todas. Fue cuando juró en silencio, mientras escuchaba a Kagome llorar, que esos malditos iban a pagar muy caro todo ese sufrimiento, iban a pagar el haberse atrevido a meterse con su familia.

–Tranquilo, todo va a estar bien, ¿verdad que si? –Kagome hablaba con voz ahogada, no hacía más que repetir una y otra vez las mismas frases como un mantra de desconsuelo. Eso a Inuyasha le partía el alma –Vamos a recuperarlos, ¿verdad que si?

El hanyō asintió y la apretó más contra sí con las pocas fuerzas que le quedaban. Por supuesto que iban a recuperarlos, él iba a ir por sus cachorros aunque le costara la vida.


Al igual que la sacerdotisa, Rin no había dudado en apresurarse hacia la puerta en cuanto vio la característica figura de su señor. Su corazón dio un brinco e inmediatamente sus ojos se movieron de forma frenética, buscando sin descanso a los tres príncipes, sus hijos. Pero cuando sus pupilas se posaron en las doradas de Sesshōmaru, supo que Yasura era quien justo en ese momento los tenía bajo su poder.

Rin palideció aún más, haciendo evidentes sus labios cuarteados por la falta de hidratación y sus ojeras purpúreas. No se acercó más, se quedó quieta unos segundos, observando al daiyōkai mientras respiraba de forma entrecortada, luego dio media vuelta y se fue arrastrando los pies con dirección a las habitaciones de Yorumaru.

Sesshōmaru jamás había sentido un hueco tan grande en el corazón como en aquel instante. Había fallado, le había fallado a Rin. Verla así, tan destrozada, tan demacrada, tan irreconocible, -porque en definitiva, esa mujer tan falta de vida y sin su hermosa sonrisa dulce, no era su Rin- era algo que no toleraba, que infringía en su alma una carga excesivamente pesada, una que, por primera vez en su larguísima vida, no estaba seguro de poder sobrellevar. El odio que sentía, las ganas de matar a los causantes de esos malditos días, eran algo casi tangible.

Lo habían atacado por ambos flancos. Tropas enemigas habían llegado a sus territorios y amenazaron con filtrarse al castillo. Rin estaba ahí, sola, desprotegida y vulnerable; no podía dejar que se la llevaran a ella también, simplemente era inconcebible esa opción, después de todo, su mujer era el blanco principal. Yasura se lo había advertido, la muy cobarde. Así que, no dudó en correr de vuelta y atacar, todo sin poder apartar de su mente la voz de su pequeña hija pidiendo ayuda mientras era llevada junto con sus otros cachorros en contra de su voluntad.

Maldita sea, todo lo afectaba. El dolor intenso que sentía en sus músculos al moverse no le permitía ni siquiera elevarse con suficiente rapidez, no lo dejó ser contundente y acabar con todos de un solo tajo; incluso, el ver a Inuyasha tan mal o peor que él, debilitaba su confianza, haciendo que su estado anímico jugara en su contra. La desesperación lo manejaba, tal y como la infeliz ave de fuego tenía planeado, pero si de algo estaba seguro Sesshōmaru, era que jamás descansaría, jamás se daría por vencido hasta bañarse en la sangre y vísceras de esa asquerosa mujer que tenía el descaro de hacerse llamar Lady del Norte.

–Rin –pronunció su nombre con profundidad al darle alcance. Ella se encontraba en la alcoba de su cachorro mayor, sentada en el filo del amplio futón, dándole la espalda. Pudo escuchar un tenue maullido, así como observar tres colas negras y peludas que se movían entre el regazo de su mujer. El pequeño animalito había sido rescatado del bosque después de la pelea con Konoye y Yasura, después de todo, era imperdonable dejar a su suerte a la mascota del príncipe Teishi. Riuky chilló una vez más, frotándose contra las palmas frías de la joven señora, claramente era visible que la diminuta pantera también estaba herida y sobretodo afligida por el hecho de que su dueño no estuviese presente.

–Mi señor… –Rin finalmente se volvió hacia él, evidenciando unos ojos rojos y cansados de tanto llorar. El daiyōkai no pudo evitar sentir una fuerte puñalada en su espíritu al verla así.

–Los cachorros van a volver, Rin –Sesshōmaru se acercó a ella, la tomó de las manos y la jaló delicadamente hacia arriba, envolviéndola en un abrazo protector. Ella no dudó en aferrarse a él, apretando el haori y la estola con sus puños. El demonio le acarició el cabello tratando de que se calmara, brindándole matices de consuelo que no eran más que promesas firmes –Yo los traeré de vuelta, te doy mi palabra –la separó un poco de sí y la observó fijamente. Frunció el ceño. –No has dormido nada, ¿cierto?

–No puedo, las pesadillas me invaden con mayor fuerza que antes. Aunque ya no consigo distinguir lo que es real y lo que no, pues esto que está pasando es una pesadilla misma.

Nuevas lágrimas brotaron, incluso sin que ella parpadeara. Gruesas gotas de agua salada que atravesaban su rostro hermoso tan falto de color.

–No llores, no me agrada verte llorar, lo sabes. –le dijo con voz suave, deteniendo las lágrimas con sus propios dedos. Rin cerró los ojos ante el contacto y luego volvió a sus brazos, escondiéndose entre su pecho.

–No puedo evitarlo. No soporto pensar que mis niños están sufriendo… que tal vez ellos…

No pudo terminar la frase, su voz se quebró, haciendo el llanto más profundo aún. No podía imaginar no volver a ver a ver a sus tres pequeños otra vez, saberlos muertos, tal como en las terribles pesadillas que todas las noches estaba teniendo. Desde pequeña había lidiado con el sufrimiento, ya había perdido a su familia completa a los ocho años, no estaba dispuesta a soportar el martirio de otras muertes tan importantes de nuevo. Era una tortura, una tan grande que llegaba a creer que si en verdad eso sucedía, lo mejor para ella era morir también.

–Confía en mí, los tres volverán –pronunció con seguridad, recargando su barbilla sobre la cabeza de Rin, afianzado el agarre. –Además nuestros cachorros son fuertes, no se dejarán vencer, estarán bien.

–¿Y usted está bien? –se alejó unos centímetros y alzó la mirada, pues por si fuera poco, otro asunto no la dejaba respirar en paz –El señor Jaken no ha vuelto.

Sesshōmaru negó, restándole importancia para que ella no se angustiara más, y volvió a estrecharla. Logró disimular perfectamente, pues a pesar de que su rostro reflejara el estoicismo de siempre, por dentro sentía un ácido caliente corriendo por su sangre, quemándole sus órganos, desgarrándole sus músculos de a poco. Era urgente que Jaken y Saris se apresuraran y llegaran al palacio lo más pronto posible con el antídoto. De eso dependía la supervivencia de los cachorros.

–Necesito que te tranquilices, yo me encargaré de todo –mencionó por último, antes de besarla en la frente y separarse por completo. Se encaminó a la puerta y llamó a Sora. Una vez con la anciana yōkai enfrente, le ordenó que inmediatamente preparara algo de comer para Rin y que no se separa de ella. Después, se retiró con rumbo a su despacho, precisaba idear el plan con el cual proceder.

Inuyasha se recuperaba lentamente en compañía de su mujer, al igual que Kenshi a quien había visto deambular por los pasillos dirigiendo a los guardias a pesar de que la venda que llevaba en el hombro se hubiese vuelto a manchar de sangre. A él por su parte, le importaban poco sus heridas físicas, tenía que poner su mente en orden. No contaba con mucho tiempo. Si Yasura estaba tomando venganza y armando todo ese maldito embrollo sólo por la muerte de un miserable demonio que no valía nada, entonces no tenía ni la más mínima idea de lo que Sesshōmaru del Oeste era capaz. Si creía que eso era el dolor, no podía si quiera imaginarse lo que el daiyōkai haría para que ella verdaderamente conociera el infierno. Quería venganza, bien, que se atuviera a las consecuencias.

–Así que de verdad pretendes quebrarme, Yasura –se dijo así mismo una vez que cerró la puerta de su estudio detrás de sí, admitiendo por fin que realmente estaba resintiendo aquel odio que se acumuló con los años. –Como yo te quebré a ti.

...

Será mejor que te rindas, Sesshōmaru Daisuke hablaba con demasiada confianza mientras veía al demonio perro desde las alturas, montado en un gran fénix que graznaba de forma amenazante. A su lado estaba Yasura, la recientemente nombrada Lady de las tierras del Norte, de igual forma sobre el lomo de una bestia alada. El Oeste pronto será parte de nuestro territorio.

Sesshōmaru resopló con superioridad y se elevó al cielo para verlos de frente, derramando todo su desprecio con una simple mirada. En tierra, los soldados peleaban ferozmente, defendiendo con sus vidas los territorios occidentales. Llevaban varias semanas así, meses enteros, y esas malditas aves de fuego no desistían en querer proclamar un derecho que no les correspondía. Al principio se divertía de lo lindo desollando cuerpos, arrancando cabezas enemigas y pensando que no era más que cuestión de tiempo para que los Tori yōkais se largaran despavoridos, ¿O qué creían?, ¿Qué por simple el hecho de no vivir más su padre, el Oeste le iba a ser fácilmente arrebatado?, estaban vilmente equivocados. Por eso no pudo más que hartarse ante la descarada insistencia de ellos, y mucho más aún después de enterarse de un infame y deshonroso asunto que involucraba al insulso demonio que Yasura decía amar. A partir de entonces, las peleas dejaron de ser un juego y comenzó a combatir de manera más tajante, sorprendiendo y hasta asustando a los soldados de Yasura, haciéndola a ella incluso temer por su propia vida. Primero muerto antes de que esos miserables osaran en profanar sus dominios con sus asquerosas presencias. Mucho menos Daisuke, él no tenía derecho alguno de siquiera mirarlo a los ojos.

¿En serio crees que me voy a amedrentar por las ridículas palabras de un yōkai inferior como tu?, ¿Un simple soldado sin sangre real, con patéticos delirios de grandeza?, no seas ridículo. pronunció Sesshōmaru, arrastrando las palabras con asco.

Al escuchar eso, Yasura no dudó en avanzar y colocarse ligeramente por delante de su prometido. La mirada tan llena de resentimiento que el Inu daiyōkai le dirigía y su tono altamente arrogante, no logró más que indignarla sobremanera.

Daisuke será el próximo Lord de las tierras del Norte, no te permito que le hables de esa manera.

¿Lord de las tierras del Norte?, que repugnante me resultaría compartir el mismo título con éste miserable Sesshōmaru gruñó y luego le dirigió un vistazo que denotaba claramente un deje de burlaY tú Yasura, qué ilusa eres al estar y creer en él.

Yasura no lo soportó más, la rabia se apoderó de ella. Maldito Sesshōmaru, ¿Quién se creía que era?, si ni siquiera toleró a su propio padre hablando mal del hombre que adoraba, mucho menos iba a consentirlo por parte de ese perro soberbio. Sólo lo pensó por unos segundos antes de sonreír y escupir palabras venenosas que a cualquiera hubieran podido desarmar.

El iluso aquí eres tú Sesshōmaru, ¿de verdad piensas que puedes competir contra el poderoso daiyōkai que fue tu padre?, ¿crees que eres capaz de superar su grandeza?, ¡JA! No existe comparación, nunca podrías llegarle ni a los talones, no eres ni su sombra.

Sesshōmaru se quedó quieto unos instantes mientras estaba suspendido en el aire. Sus ojos dorados se abrieron un par de milímetros más de lo que normalmente encuadraba su expresión estoica, y no pudo evitar que sus cejas se juntaran y sus labios se apretaran. Maldita escoria. Yasura sonrió aún más, satisfecha, en efecto había tocado una fibra sensible que el daiyōkai fue incapaz de esconder.

Yo jamás querré ser como mi padre dijo con voz grave, cargada de unos deseos enormes de hacerla tragarse sus palabras. Desde su muerte y las razones que lo llevaron a ésta, Inu no Taishō se volvió un tema delicado e intocable para él, además si le tenía o no rencor o la ambición de superarlo algún día, eso no le incumbía de ninguna forma a Yasura. Sesshōmaru resopló, recuperando por un segundo la compostura, luego contraatacó con el mismo tono ácido y una mirada aún más amenazante Él al igual que tú, se dejaron cegar por un inútil sentimiento, en tu caso dirigido a alguien que ni siquiera se digna a mostrarte la mínima lealtad.

¡¿Cómo te atreves?!

Yasura explotó otra vez, invadida en frustración y confusión al procesar aquellas palabras. Daisuke igualmente comenzó a arremeter contra su enemigo, lanzando ataques uno tras otro que inevitablemente resultaban inútiles. Sesshōmaru era ágil, rápido, poderoso, ni siquiera hacía uso de algún arma, a pesar de tener una sola espada ajustada a su obi; él simplemente utilizaba sus garras y el látigo venenoso que emanaba de éstas con cierta frecuencia.

Los soldados continuaban el combate en tierra, lugar a dónde los tres demonios finalmente bajaron después de una buena ronda de zarpazos, explosiones y persecuciones. Se notaba a leguas que la Lady del Norte no tenía suficiente experiencia en batalla, supuso que Lord Hideki no había instruido a su única hija para que saliera al combate, pues sus ataques eran torpes y predecibles, y si Sesshōmaru lo hubiera querido, hubiera terminado con ella desde el primer enfrentamiento. Quien sí lograba escabullírsele como una repugnante rata era Daisuke, ese era un maldito cobarde que atacaba por la espalda.

Kenshi se lo había advertido, ese fastidioso yōkai, general de las tropas del Oeste y tan buen amigo de Inu no Taishō, le había dicho a su nuevo Lord más de una vez, que lo más conveniente era comenzar a forjar alianzas para evitar que tanta sangre se derramara, pero Sesshōmaru lo había ignorado, tal y como ignoraba a todos los sirvientes más fieles de su progenitor. Tal vez por eso Myōga había decidido seguir y ser sirviente del híbrido que su padre había procreado con una insignificante humana.

Como fuera, Sesshōmaru no se iba a dejar vencer, no mientras ese soldado de quinta siguiera respirando. Con que lo eliminara a él, se daría por bien servido.

¡Ríndete ya, Sesshōmaru! le gritó Daisuke mientras lanzaba una estocada fallida al demonio perro. Él entrecerró los ojos y rápidamente estudió el panorama, a esas alturas de la pelea, Yasura estaba lejos, peleando directamente con las tropas de Kenshi, dejándolos a ellos dos combatiendo cuerpo a cuerpo ¡Pudimos haber terminado esto por las buenas, pero tú y sobretodo Irasue, nunca me lo permitieron!

Deja de decir estupideces escupió Sesshōmaru, sintiendo que la sangre le hervía al escuchar el nombre de su madre pronunciado por tan despreciables labios. Sin pensar, le atestó un punzante golpe con su látigo luminoso.

¡Mis intenciones eran sinceras, pero tú te entrometiste, sé que tu tuviste la culpa de todo! le respondió el soldado esquivando apenas el ataque ¡Ahora mismo podríamos llegar a mejores términos!

No tienes el más mínimo honor la paciencia no era la cualidad de Sesshōmaru y mucho menos iba a conservarla escuchando a ese imbécil. Llegó a su límite. Se dejó de tonterías y lo acorraló contra uno de los muros de su propio palacio, y como tantas veces lo había querido hacer, le atestó un bestial golpe en la quijada que le rompió la nariz de forma escandalosa cuando cayó al suelo, al estar ahí, a sus pies, el Inu daiyōkai no vaciló en patearle el brazo brutalmente, desarmándolo de forma definitiva, luego se acercó y lo alzó del cuello con una mano, colocándolo casi a la altura de su rostro. Mi madre te rechazó por su propia voluntad desde el primer momento, no tuve que ver en eso, lo que no voy a tolerar jamás es tu maldita insistencia en querer formar parte de mi dinastía incrustó más sus garras en el cuello de Daisuke Tú, asqueroso insolente.

¡No! el llanto desesperado de Yasura lo detuvo por un momento, la miró de soslayó y luego afianzó más el agarre. ¡No por favor, Sesshōmaru! ¡Detente, no lo hagas!

No des un paso más le advirtió, ella soltó su propia espada.

Y-Yas…Y-Yasura Sesshōmaru le regresó la mirada. Así que el muy cobarde todavía tenía aliento para un último acto de cinismo. Basura, eso era.

¡Nos iremos, nos marcharemos de inmediato y te doy mi palabra de que no volveremos al Oeste! ¡Pero por favor, suéltalo, te lo suplico!, ¡Te lo suplico!

¿Suplicar? preguntó con genuina incredulidad, le resultaba casi inconcebible que Yasura fue tan estúpida como para seguir creyendo en Daisuke, al grado de rogarle de rodillas por una vida que no valía absolutamente nada. Obviamente ella no había escuchado su última conversación ¿Me estas suplicando por la vida esta miserable escoria, Yasura? Patético.

¡Sesshōmaru, no! ¡NOOO!

Fue ahí cuando la vió desplomarse por completo. Evidentemente no iba a tener piedad por más que la Lady del Norte le implorara, él simplemente le quitó la vida como tenía ya planeado hacerlo, sin sentir ninguna culpa y mucho menos remordimiento.

Fue algo en verdad tedioso de ver. Al caer el cadáver del Daisuke a la tierra, con sus ojos grises abiertos y carentes ya de algún rastro de luz, mientras su repulsiva sangre se impregnaba en el césped, fue como si el mundo se hubiese detenido en aquel momento. Los soldados de ambos bandos habían dejado de pelear, todos quedaron petrificados al ver a Yasura arrastrándose hacia el cuerpo de su prometido, gimiendo y llorando como nunca antes la habían visto, manchándose sus delicadas manos de rojo mientras sujetaba la cabeza de Daisuke y le acariciaba el cabello…como si con eso pudiera revivirlo.

Lárgate…ahora Sesshōmaru se acercó a ella y la observó desde arriba, la imagen de ella, con sus orbes rojizos inundados en lágrimas, no le provocó más que náuseas. Que diera gracias porque a ella sí le estaba perdonando la vida. La guerra había terminado ya, no tenía nada más que hacer en sus tierras, y ya no tenía intenciones de seguir siendo indulgente.

Eres un maldito musitó ella desde el suelo, apretando los dientes y cerrando los puños ¡Eres un maldito asesino, Sesshōmaru! le gritó después, con el odio más puro reflejado en su mirada Mataste a Daisuke… Mataste al ser que yo más amaba en el mundo.

Te hice un favor, deberías agradecer que eliminé a esa lacra de la faz de la tierra.

¡Cállate! el eco de sus alaridos resonaba entre los solados, todos preparados por si había que combatir de nuevo, aunque siendo sinceros, dudaban que el sanguinario Lord del Oeste permitiera una segunda batalla, al menos no sin que más de la mitad terminara como Daisuke. Sin embargo, Yasura no se detuvo, se puso de pie a duras penas y lo señaló con sus manos ensangrentadas. ¡Te juro que esto no se va a quedar así!...Te prometo sobre el cadáver de Daisuke que tú, Sesshōmaru, vas a pagar muy…muy caro por esto algún día… Nunca lo olvides, yo voy a ser quien destruya tu corazón…Ojo por ojo, recuérdalo siempre.

...

Y realmente nunca lo olvidó, sólo que jamás lo pudo tomar en cuenta. Incluso llegó a pensar que la amenaza de Yasura no había sido más que palabras vacías que surgieron para intentar intimidarlo, para descargar la furia que tenía de ver a ese miserable muerto, pero ahora, como estaban las cosas, Sesshōmaru verdaderamente comenzaba a tomarse en serio aquellas frases.

Ojo por ojo, había dicho. Él le había arrebatado a la persona amada, y supuso que ella había esperado pacientemente a que él tuviera a alguien a quien realmente quisiera para poder, por fin, hacerle probar un poco de su sufrimiento. Y tenía sentido. Sesshōmaru jamás se había molestado en preocuparse por amar a alguien que no fuese él mismo, ni siquiera a su madre, mucho menos a su medio hermano, él únicamente estaba obsesionado con el poder, con la supremacía y con obtener la singular espada Tessaiga. No tenía caso amenazarlo con hacer daño a Irasue o a ese híbrido, a él seguramente le daría igual, y el punto era hacerlo sufrir de verdad.

Por eso cuando Rin apareció en su vida y trasformó por completo su perspectiva del mundo, finalmente pudo experimentar en carne propia el miedo y el dolor que causaba perder a un ser querido, o esas habían sido las exactas palabras que había dicho su madre el día en que la joven humana había muerto por segunda vez. Yasura se había dado cuenta de ello también, porque ya podía llevar a cabo su venganza, ya podía hacerle sentir a Sesshōmaru ese miedo y ese dolor, más aun tomando en cuenta lo mucho que él amaba a esa humana y ahora a sus cachorros.

El demonio suspiró con impotencia. Aun así no se arrepentía ni un ápice de haber asesinado al prometido de la Tori yōkai. Ese infeliz se lo había buscado. Desde el primer día en que lo había visto llegando al Oeste con grandes caravanas cual Lord, supo que ese soldado jamás podría ser alguien digno de pisar su palacio, por mucho que se hubiera presentado con tanta ceremonia, alegando asistir a nombre de Yasura para formar alianzas y establecer tratados de paz por motivo de la muerte de Lord Hideki. Su madre había sido quien lo había atendido, pues en ese tiempo, ella aún residía en el Oeste con él, antes de que decidiera partir hacia su propio castillo. Sesshōmaru lo supo desde el primer momento, desde el primer instante en el que se percató en la manera descarada en que Daisuke miraba a su madre. No estuvo seguro en un principio, pero cuando escuchó aquella conversación entre el soldado e Irasue, ya no le quedó la menor duda.

...

Mi señora Irasue, le pido que me dé una oportunidad, una sola, y le prometo que…

Dime Daisuke, ¿Cuántas veces más vas a pisotear tu dignidad? la voz de su madre resonó en la estancia que se convertiría en su despacho. Esa era la octava ocasión en que el supuesto prometido de Yasura se había presentado en el Oeste.

Sesshōmaru estaba más que molesto con la presencia de ese demonio insulso, quien no sabía hacer otra cosa más que poner pretextos absurdos para acudir a su palacio, hablando con palabras rebuscadas para tratar de impresionar, y observando a Irasue siempre con una patética sonrisa ladina impresa en su despreciable rostro. Su madre parecía no tomarlo en cuenta, ni siquiera cuando él solicitaba tener audiencias a solas con ella para plantearle, según él, soluciones que podrían beneficiar a ambos reinos. El Inu daiyōkai evidentemente demandaba estar presente en dichas reuniones, y lo estuvo en las primeras, hasta que su madre le pidió retirarse. A él en definitiva le extrañó, pero salió del despacho con parsimonia y con ceño evidentemente fruncido.

Justo entonces se encontraba afuera, lo suficientemente cerca para poder escuchar la conversación. Ciertamente a él le importaba poco lo que su madre hiciera, pero eso era sospechoso e involucraba a su reino, a las tierras que había heredado y que lo harían situarse como uno de los grandes líderes yōkais de la época. No podía arriesgarse a una traición o a una emboscada, mucho menos por parte de su propia madre, pero cuando puso atención a las palabras que Daisuke pronunciaba, entendió que se trataba de un asunto por completo diferente.

Por usted… las veces que sean necesarias volvió a hablar el soldado, acentuando su voz grave. Pudo escucharlo avanzar unos pasos hacia el escritorio donde suponía se encontraba Irasue.

Qué patético dijo ella, y casi pudo verla resoplando con marcado hastío Retírate de una vez, tu sola presencia me aburre en demasía

Mi Lady, la adoración que yo siento por usted es real, créame insistió, haciendo que la indignación creciera en el temple de Sesshōmaru, llenándolo además de un claro sentimiento de repugnancia Nunca en mi vida había experimentado éste sentimiento con nadie más, mi corazón le perteneció desde el primer instante en que la vi.

Imagino que esas mismas palabras ya las ha escuchado Yasura también, ¿no es cierto?

Con ella todo es simple apariencia, jamás la he amado Sesshōmaru e Irasue parecieron coordinar su gesto de burla sarcástica al oír tal cosa, y más gracia les provocó el tono de voz que empleaba, aparentando tanta devoción, tanta sinceridad, que realmente casi le creyeron…casi Comparada con usted, Yasura es nada.

Y supongo que mi posición como viuda del Lord daiyōkai monarca del territorio más poderoso, es mi principal atractivo.

Eso es irrelevante el soldado se le acercó y tuvo el atrevimiento de tomar una de las manos de Irasue entre las suyas. El daiyōkai al verlo, pudo sentir una punzada desagradable en sus adentros al ver que ese demonio inferior tocaba a su madre, pero más se enfureció aun cuando puso atención a lo que dijo después No puedo entender como Inu no Taishō se atrevió a dejar a alguien como usted por ir tras de una simple y vulgar humana.

Lo que haya hecho él o no, no es de tu incumbencia la Inu Kimi se tensó y liberó su mano bruscamente del agarre del yōkai. Independiente de si ella nunca logró amar al padre de su hijo y ni él encontró en ella el cariño que la humana Izayoi abiertamente le demostraba, no tenía por qué mencionarlo, el hecho de que él decidiera dejarla, jamás le importó mucho realmente, después de todo, ellos se habían unido por mero compromiso; aún así eso no borraba el respeto y hasta la admiración que llegó a sentir por el que hasta hacía pocos años, había sido su pareja, por ello, nadie tenía el derecho de querer inmiscuirse en asuntos que no le importaban en lo absoluto, mucho menos ese demonio insignificante e iluso que creía poder enamorarla con frases baratas y miradas lascivas. Irasue lo vio fijo, clavando sus orbes de oro profundamente sobre los grises de él Vivo o muerto, Inu no Taishō es y seguirá siendo mi marido, el único hombre que ha podido estar a mi altura lo observó de arriba abajo con superioridad Algo que jamás podrías lograr, puesto que yo nunca me involucraría con un demonio tan poca cosa como tú, Daisuke.

El joven Sesshōmaru sonrió muy ligeramente desde su escondite, satisfecho de la forma tan tajante en que su madre había puesto en su lugar a ese soldado de pacotilla. Ya suficiente humillación había recibido al enterarse de que su padre, el gran Comandante Lord del Oeste, se había involucrado con una humana y le hubiese dado un hermano híbrido, como para todavía soportar a otro pelele queriéndose meter con su madre.

Es por tu hijo ¿no es verdad?, él es el que te impide aceptarme. espetó Daisuke frustrado y molesto, negándose a recibir la negativa y rompiendo con toda formalidad en su forma de dirigirse a ella. Sí, estaba seguro, el daiyōkai estaba detrás de todo.

¿Sesshōmaru impedirme algo a mí, a su madre?, qué ridiculez. Irasue levantó una ceja y emitió una ligera risa.

Irasue, por favor, sólo por ti he hecho cosas que no imaginas volvió a insistir, reflejando en su mirada un aire de malicia y misterio que en ese momento la Inu Kimi no supo interpretar del todo Yo te amo

Irasue rodó los ojos con fastidio, pasó de largo y abrió la puerta para que Daisuke se largara. En ese momento, Sesshōmaru se alejó rápidamente sin que los demás se dieran cuenta, no sin antes alcanzar a oír la última frase que pronunció su madre.

Pues yo no, y sinceramente no me interesa lo que dices que has hecho, por ti yo únicamente puedo sentir lástima.

...

Sesshōmaru bufó molesto al recordar aquella repugnante conversación, una de muchas, pues Daisuke no se daba por vencido y cada semana se presentaba en el palacio demandando tener reuniones con su madre, por ello no lamentaba el haberlo mandando al otro mundo, aunque hasta la fecha, no podía terminar de descifrar el significado de aquel brillo maligno en la mirada gris del yōkai. Su temple no daba para mucho en ese entonces, y no tardó en iniciar los enfrentamientos. Era sólo un pobre diablo, no tenía sentido seguir desperdiciando su tiempo pensando en él. Además, Irasue sabía perfectamente que su hijo estaba enterado de los fastidiosos acosos que llegó a recibir por parte del soldado, era como si todo el mundo se hubiese percatado menos la ingenua Yasura.

El daiyōkai volvió a respirar profundo, maldiciendo el pasado y los culpables de que Rin, quien estaba libre de culpa alguna, estuviera pagando tan caro, y todo por verlo destrozado a él. Dudó un poco de esa posibilidad, sólo unos segundos, pues realmente sentía, con todo lo que estaba pasando, viendo a Rin tan mal y sabiendo a sus cachorros en manos de esa maldita, que en cualquier momento su espíritu en efecto llegaría a quebrarse. No podía permitir tal cosa, simplemente era impensable.

Sin más y sintiendo su cuerpo drenarse de energía, se inclinó hacia enfrente y sacó de entre sus ropas la daga de plata que le había obsequiado a Teishi el día de su cumpleaños y que sus guardias habían encontrado y recuperado de entre la yerba del bosque la noche anterior; jugueteó con ella un rato, pasándola una y otra vez por sus dedos, repasando los rostros de sus cachorros una y otra vez por su mente.

De repente, la puerta de su despacho se deslizó bruscamente, sobresaltándolo ligeramente y haciéndolo maldecir por ya ni siquiera poder prestar atención a lo que pasaba fuera de la habitación, por tener sus desarrollados sentidos adormilados.

–No te atrevas a entrar de esa manera a mi despacho otra vez, Inuyasha –Sesshōmaru se puso de pie golpe y observó a su hermano con ojos fríos. El hanyō, aún maltrecho y adolorido, había entrado sin ningún reparo al estudio del daiyōkai acompañado del general Kenshi.

–En estos momentos me importan un carajo tus estúpidas reglas –dijo Inuyasha, mirándolo con desafío –Sólo vengo a decirte que saldré de nuevo a buscar a los cachorros, con o sin ti.

–Inuyasha-sama, sé que es una situación terrible, desesperante, pero por favor, lo mejor es esperar un poco más. –Kenshi intentó razonar a pesar de que sabía que sus esfuerzos serían en vano, pero por cómo veía la situación, lo mejor era ser prudentes. Ya habían pasado cosas malas por precipitarse, no había por qué duplicar las desgracias, además sólo bastaba ver a los dos hijos de su antiguo Lord para darse cuenta de que no soportarían mucho

–¡¿Esperar un poco más?! –Inuyasha explotó, denotando impotencia en cada nota de sus palabras –¡¿Esperar a que esos asquerosos cobardes lastimen a mis cachorros?!, ¡Tiene que ser una jodida broma, Kenshi!

–Mis señores, escúchenme, estamos vulnerables, debemos tomar las cosas con calma, hay un veneno muy poderoso que todavía corre por sus venas, lo mejor es esperar a que Jaken vuelva con el antídoto

–¡Me importa una mierda ese veneno!, con o sin antídoto, yo saldré otra vez, los buscaré hasta por debajo de las piedras –la mirada dorada del hanyō, tan desesperada como determinante, fue algo con lo que Kenshi no pudo discutir más. Y después de unos instantes, giró su cuerpo y encaró de nuevo a su hermano mayor, quien para su ansiedad, no se había dignado a pronunciar palabra. –¡¿Y tu, Sesshōmaru?!, ¡Habla, di algo, maldita sea!

El aludido no hizo gesto alguno, por fuera desprendía tranquilidad, estoicismo y casi hasta indiferencia, pero por dentro, estaba igual o peor de exaltado que Inuyasha, y por primera vez, estuvo por completo de acuerdo con él.

–Andando –decretó de tajo, comenzando a dirigirse a la salida de su despacho. Inuyasha echó la cabeza hacia atrás y liberó el aire que retenía por la satisfacción.

–¡Al fin!

–Pero amo, ¿Qué hay de Lady Rin? –volvió a insistir el general, mirándolos ambos –¿Y la señora Kagome?... es peligroso que se queden desprotegidas en el palacio

Sesshōmaru estuvo a punto de darle nuevas órdenes, Kenshi se quedaría en el castillo y se encargaría de tener bien resguardadas y cuidadas a su mujer y a la de Inuyasha, con la obvia encomienda de asesinar a sangre limpia a todo aquel no fuera parte de los territorios del Oeste y hacer lo que fuera por protegerlas, sacrificar su vida incluso, todo mientras los cachorros regresaban sanos y salvos. Pero no pudo terminar de explicar la última parte porque de nueva cuenta la puerta del despacho se abrió abruptamente, ésta vez revelando al cachorro de Kenshi, quien ingresó en la estancia mientras hiperventilaba como loco.

–¡Padre, amo Sesshōmaru, Inuyasha-sama! –gritó Kirei sin siquiera hacer una reverencia. Los tres lo miraron sin aspavientos –Vengan rápido, Jaken está de vuelta, pero me temo que… hay malas, muy malas noticias.


Yorumaru inhaló profundo por décima vez, tratando con todas sus fuerzas de conservar la calma, pero a cómo veía las cosas, le estaba costando demasiado, sin mencionar que el sofocante olor a humedad y a hierbas secas, y la notable oscuridad de la cueva a donde los habían llevado, no ayudaban a mantenerse tranquilo.

Los cinco estaba ahí, todos sentados unos junto a los otros sin poder moverse mucho. Llevaban horas en la misma posición, atados fuertemente de pies y manos con una especie de liana gruesa y verde. Al principio creyeron que sería fácil desatarse, que sólo bastaría imprimir un poco de fuerza extra para que la extraña planta se rasgara, pero ni siquiera cuando recuperaron sus poderes de yōkai –indicio claro de que a pesar de la penumbra en la que estaban sumergidos, había amanecido finalmente –lograron hacer que sus ataduras se debilitaran.

La desesperación comenzaba a aflorar entre ellos, en especial entre los más pequeños, quienes no paraban de retorcerse y lanzarle varios improperios a la grotesca figura que los había secuestrado y que ahora los miraba con ojos hambrientos e impacientes mientras consumía uno que otro brebaje maloliente sin dejar de avivar el fuego.

Las chicas en cambio, parecía que lograban conservar mejor la calma o eso le parecía a Yorumaru. Unmei, al igual que él, respiraba hondo constantemente y no dejaba de observar hasta el más remoto rincón de la cueva con la esperanza de poder encontrar algo que les sirviera de herramienta para tratar de escapar. Y Mayumi por el contrario, permanecía impávida, con la mirada perdida y el gesto frío, ciertamente a su hermano mayor no le gustaba verla así, con los ojos rojos al tratar de controlar el llanto que de ninguna forma dejaría salir, simplemente se quedaba quieta, tensa, y mortalmente callada, con su cabeza recargada del hombro de él, a quien únicamente apenas y respondía con monosílabos casi inaudibles.

Yorumaru frunció el ceño, forzando los ojos para ver claramente entre tanta negrura. Tenía que sacarlos de ahí a todos y pronto, la culpa que cargaba a causa de su impertinencia era demasiado pesada. Se sentía responsable de aquello, pues en su afán de probarle a su padre que era capaz de hacer también las cosas que él hacía, ahora sus hermanos, sus primos y él mismo, se hallaban en un peligro inminente, ocasionando más problemas de los que ya había en el Oeste, como si no fuera suficiente estar en medio de una guerra. Su progenitor se lo había advertido en más de una ocasión. Si tan sólo fuera más fuerte y tuviera más experiencia…

El crujir de los leños podridos de la pequeña fogata que había prendido Konoye, lo distrajo de sus cavilaciones. La bruja había sido clara al llegar a la cueva, lo que quería de ellos no era su carne, sino más bien sus almas, eso para poder adquirir más años de vida, los mismos que les correspondían a ellos. Al parecer, así había logrado sobrevivir por tantos siglos sin tener la fuerza necesaria, robando espíritus, absorbiendo auras y vidas para su propia conveniencia, y por lo que había entendido, los cinco no habían sido más que la retribución que Lady Yasura y Lord Satoshi habían acordado con la anciana hechicera a cambio de la fabricación de las opciones y conjuros que estaban debilitando a sus padres.

...

Ahí está el pago que te prometí, Konoye había dicho la Tori yōkai al transportarlos a todos hasta la caverna, mientras que entre forcejeos y gritos, los chicos eran arrastrados salvajemente por la tierra y atados con rudeza por los soldados del Norte, algo relativamente fácil, pues aún presentaban la débil apariencia humana. Ahora más te vale cumplir con la última parte del trato

Le agradezco mi lady, y por supuesto, no se preocupe, ya está lista esa situación, todo saldrá como usted lo quiere, le aseguro que pronto Lord Sesshōmaru estará suplicando por su vida.

El cachorro mayor no pudo evitar escuchar con claridad la última parte, aquella en la que se mencionó el nombre de su padre y que además, terminó por aclararle ciertas cuestiones y confundirlo en otras tantas. ¿Qué quería decir con suplicar por "su" vida?, ¿La vida de quién, exactamente?. Yorumaru no lo entendió del todo, de lo único que estuvo seguro y que además logró que un gran escalofrío recorriera su espina, fue que alguien importante para ellos, para su padre, iba a morir. Ahora le quedaba tan claro como el agua.

Bien, me largo de aquí volvió a hablar Yasura, mirando a los cachorros con asco No soporto más ese repugnante olor a humano

Puedo disponer por completo de todos ellos… ¿cierto? dijo Konoye, relamiéndose los labios.

Por mí devóralos, despelléjalos, ahógalos en agua hirviendo, córtales la cabeza, haz lo que te plazca, esas criaturas híbridas no me interesan en lo absoluto.

...

Después de eso, Yasura se había ido para no volver de nuevo, se habían quedado a completa merced de aquella bruja, sin la mínima idea de lo que estaba pasando afuera con sus padres, con su hogar y con todo lo que formaba parte de su mundo. Ni siquiera lograban tener noción del tiempo, pues las horas se estiraban en medio de esa pesada obscuridad, y de no haber sido por la recuperación de sus poderes, jamás se hubieran enterado de que un día nuevo comenzaba. Lo único que les restaba era esperar, al menos por el momento.

–¡Libéranos ahora, bruja asquerosa! –un grito más de Teishi los alertó a todos. El pequeño hanyō se retorcía entre el polvo de la cueva, mordiendo y arañando las irrompibles cuerdas que lo ataban, todo sin dejar de reñir y vociferar amenazas tan infantiles como contundentes.

–¡No tienes idea de con quiénes estás tratando, te vas a arrepentir! –el hijo de Inuyasha no se quedaba atrás, y junto con su primo, no paraba de retar a la bruja sin ser conscientes de lo que podrían provocar.

–¡Mi padre vendrá y te hará pedazos! –Teishi le gruñó, mostrándole los colmillos, expresando sin temor alguno la confianza que tenía en que su progenitor iría a rescatarlos.

–¡Ya verás cuando te pongamos las manos encima!

–¡Bruja repugnante, me das asco!

–¡Tu cara es horripilante, eres la cosa más fea que haya visto en toda mi vida!

–¡Eres más fea que el trasero de un ogro!

–¡Más fea aún que eso!

–¡Basta ya, malditos engendros o les cortaré la lengua! –Konoye no lo resistió más y dio un escandaloso manotazo a una apolillada mesa de madera, haciendo temblar varios frascos de contenido dudoso que había sobre ésta. Esos mocosos eran insoportables y no veía la hora de que el conjuro estuviera listo para poder comenzar con el ritual que les arrancaría el alma. Observó a cada uno con la muerte impresa en sus ojos, pero para su frustración, esos chiquillos malnacidos no se amedrentaron.

–¡Inténtalo si te atreves, bruja del demonio! –exclamó Teishi, moviendo sus orejas caninas al escucharla gruñir de nuevo.

–¡Te vamos a…!

–¡Taki, Teishi, ya cállense! –rugió Unmei con una voz extraña, casi ahogada, tomando en serio la situación, pues a diferencia de los pequeños, ella sabía que las amenazas que hacía la hechicera, no eran en vano –¡Van a empeorar las cosas!...¡Además están a punto de destrozarnos los nervios a todos!, ¡Guarden silencio!

–¡¿Cómo rayos quieres que nos callemos cuando estamos atrapados en ésta cueva pestilente con esa bruja que quiere…?!

–Teishi, cállate de una buena vez. –Yorumaru acabó por poner fin al asunto. Miró a su hermano con ojos gélidos, exigiéndole que obedeciera y mantuviera la boca cerrada. Unmei tenía razón, no faltaba mucho para que Konoye llegara su límite y arremetiera en contra de los más pequeños en un ataque salvaje en donde no iba a poder defenderlos, además su prima no mentía cuando decía que los alaridos de Teishi y de Taki no hacían más que evidenciar el propio temor que sentían, contagiando de paso a todos los demás.

–¡Aarrgg! ¡A veces no te soporto, Yorumaru! –se quejó el pequeño, frunciendo el ceño a más poder y girando en sí mismo hasta darles la espalda. Sí, tenía miedo, pero no por eso iba a dejar que todos se percataran.

El mayor rodó los ojos ante la actitud de su hermano, luego observó a Taki acurrucarse junto a Unmei y por fin pudo respirar por un instante, sentía un terrible dolor de cabeza, al grado de creer que en cualquier momento le explotaría. Ninguno había dormido y ni probado alimento, pero al menos podía decir que la calma había vuelto de a poco, dentro de lo que cabía; eso, hasta que percibió que el cuerpo de su hermana temblaba ligeramente junto a él.

–Mayumi –dijo, sin todavía obtener respuesta, ni siquiera una mirada, ni siquiera una lágrima. Se comenzaba a angustiar en serio por ella, así que sin poder hacer gran cosa, acercó lo más que pudo sus manos atadas a las de ella –Tranquila, no te preocupes, yo te voy a proteger ¿recuerdas?

Ella apenas asintió, aumentando la zozobra de Yorumaru. Tenía que mantenerse fuerte, no podía permitir que Mayumi en especial lo viera flaquear, además no deseaba decepcionar aún más a su padre, aún si éste no estuviera presente en ese preciso momento. El nudo en su garganta se acrecentaba, volviéndose cada vez más doloroso, al igual que el peso que sentía cargando en sus hombros desde hacía tiempo, desde que había caído en cuenta de la responsabilidad que recaía en él como el mayor de los hijos del Lord del Oeste. A veces se sentía tan débil, tan impotente, que no estaba seguro de tener la suficiente entereza como para cumplir con las expectativas de su progenitor.

Había tantas cosas que le restaban por aprender, tantas experiencias por adquirir, por fin la realidad del mundo lo golpeaba de manera brutal y cruel. Se llegó a sentir tan pequeño e insignificante, como una pequeña hormiga entre montañas colosales. Finalmente las muchas charlas que había tenido con Sesshōmaru, comenzaban a tener sentido, una en particular, que por una razón poderosa, su memoria no dejaba de evocar desde hacía un par de años.

...

Los intensos rayos del sol lo deslumbraban, obligándolo a fruncir el ceño hasta casi cerrar sus ojos, estaba cansado, mucho, no recordaba haberse fatigado tanto antes como en ese entrenamiento. Su padre lo miraba impasible, con la exigencia reflejada en su mirada dorada, exigiéndole de manera silenciosa que no se detuviera.

Levántate, Yorumaru le ordenó tajante al ver al cachorro tambalearse por la fatiga y clavar una rodilla al piso. El niño lo miró desde su altura y tardó en obedecer Ahora, vuelve a atacarme y no te contengas ¿me entiendes?

Sí, padre Yorumaru apenas tenía doce años, y a pesar de ello, contaba con una condición formidable, era dedicado, astuto y disciplinado, pero ciertamente esa práctica estaba agotando todas sus energías de a poco.

Se encontraban ambos en pleno bosque del Oeste, cosa extraña, pues sus clases siempre solían ser en los jardines del palacio, por eso se sorprendió cuando el daiyōkai le informó que ese día tendrían un entrenamiento diferente únicamente ellos dos, a solas.

Con fuerza, muéstrame todo tu poder exclamó el adulto, esquivando el ataque de su hijo con relativa facilidad, para luego, sin ninguna vacilación, propinarle un golpe en el torso con la suficiente inercia para derribarlo en el césped Otra vez, arriba.

Pero…pero, padre… el cachorro titubeó con algo de temor, pues en sus pasados adiestramientos, su padre jamás lo había embestido de esa forma, simplemente se limitaba a probar su rapidez y destreza con las simuladas espadas de madera, así como a corregirle posturas y movimientos de defensa. En ese momento en cambio, parecía pelear en serio, como si lo estuviera provocando, retándolo a enfrentársele de alguna forma más allá de la práctica.

No tolero la debilidad, mucho menos el miedo, ya te lo he dicho le exigió, lanzándole un zarpazo que estuvo a nada de rozarle el rostro.

No puedo hacerlo dijo el niño con desesperación, corriendo hacia él en un inútil intento de imitar el ataque. Era evidente que jamás podría ni de chiste, someter a alguien como su padre.

No te permito que digas esas palabras, tienes la capacidad, Yorumaru –exclamó, haciéndolo caer nuevamente. Enseguida se acercó a él y lo miró desde arriba Ahora hazlo, atácame como si tu vida dependiera de ello.

En ese instante, Sesshōmaru lanzó un golpe tajante hacia la tierra, como si quisiera aplastar a su cachorro caído. El pequeño hanyō rodó por el césped y comenzó a correr en dirección opuesta, esquivando los ataques de su padre con esfuerzo, sin querer darse por vencido sin importarle que sus fuerzas no fuesen a durar mucho más. El daiyōkai se percató de ello, pero no por eso detuvo sus movimientos, claramente sus ataques no eran mortales, cada uno de ellos lo calculaba con precisión, sólo quería que resultaran lo suficientemente realistas y rotundos para que el cachorro los sintiera como amenazantes y peligrosos. No pararía hasta llevarlo al límite, ese era el plan.

Y entonces, ocurrió. Justo cuando Sesshōmaru saltaba por encima de su hijo y lo envolvía firmemente con su látigo luminoso, la respiración de Yorumaru comenzó a entrecortarse. Su gesto infantil cambió totalmente a uno cien por ciento bestial, las marcas en sus mejillas se ensancharon irregularmente, sus colmillos se alargaron, sus garras se afilaron y sus ojos, antes dorados iguales a los de su progenitor, se difuminaron en un tono rojizo que hacía resaltar lo verde brillante de sus pupilas.

Inesperadamente, Yorumaru gruño, un rugido grave y feroz que estuvo seguro, le rasgó sus cuerdas vocales; el daiyōkai mantuvo la calma en todo momento mientras lo veía retorcerse entre su amarre, hasta que con una violenta zarpada el hanyō logró liberarse del látigo que lo aprisionaba, lanzándose al ataque salvajemente contra su propio padre.

Suficiente exclamó Sesshōmaru al verlo hacerse daño al querer penetrar con sus garras la fuerte armadura Suficiente, he dicho repitió, logrando someterlo nuevamente. Lo tomó por ambos brazos, se los dobló hacia su espalda y así lo colocó contra un árbol. Luego le habló fuerte Contrólate Yorumaru, escúchame, concéntrate en tu energía demoníaca, siéntela fluir por tus venas y contrólate el hanyō continuó forcejeando y gruñendo durante unos minutos más, todo sin que su padre lo soltara y se apartara de él. Así se mantuvo, respirando profundo poco a poco, hasta que finalmente, Yorumaru fue volviendo en síDomina tu aura, aplácala, disciplina tu ímpetu… eso es.

Sesshōmaru aflojó el agarre hasta que estuvo completamente seguro de que su cachorro hubiera vuelto a ser él mismo, y cuando sintió el pequeño cuerpo desplomarse por el gaste tan grande de energía, no dudó en sostenerlo en sus brazos una vez más, recargándole la cabeza en la suave estola.

No…no entiendo. dijo el niño, llenado ampliamente de aire sus pulmones, apenas y miraba a su padre desde arriba con ojos entreabiertos, aspirando su característico aroma y preguntándose con genuino desconcierto qué era lo que recién le había ocurridoPor un momento mi mente…se nubló…No pude…no pude reconocerte, padre. ¿Q-Qué me sucedió?

El daiyōkai suavizó su semblante al ver la notable preocupación en el rostro infantil. Después procedió a incorporarlo y a ayudarlo a mantenerse de pie para poder verlo de frente y explicarle con claridad la situación, después de todo, él ya sabía que eso pasaría de una forma u otra.

Sucedió exactamente lo que yo esperaba que sucediera. Tu sangre yōkai acaba de salir a relucir por encima de tu energía humana.

Yorumaru abrió mucho sus ojos, sorprendido de lo que acaba de escuchar. Entonces ¿su padre lo había planeado todo?, ¿era por eso que lo atacaba con tal ferocidad?, ¿para llevarlo al tope de sus energías?. El demonio asintió, tal como si pudiera leer los pensamientos del cachorro. En efecto, así había sido.

Los príncipes del Oeste eran guerreros por sangre, en su destino estaba la gloria y la supremacía, debían demostrar ser superiores y ser dignos de su linaje, para eso debían pelear, enfrentarse a enemigos mortales durante el resto de sus días, así como lo había hecho él, como lo había hecho Inu no Taishō, incluso, como lo había hecho Inuyasha, por ello y tarde o temprano, debían enfrentarse a las consecuencias de su propia naturaleza. Sesshōmaru estaba consciente de aquello, y aunque a veces no lo aparentaban, sus tres hijos eran híbridos, y él tenía que evitar que fueran víctimas de sí mismos. No iba a permitir que esas dificultades los tomaran por sorpresa, que de repente, sus cachorros se vieran perdiendo el control y sin saber qué era lo que les esperaba. No, y si eso era inevitable, entonces él quería ser el primero en estar ahí con ellos para protegerlos de su propio salvajismo, y además, entre más jóvenes comprendieran, asimilaran y controlaran la ineludible situación, mejor sería su calidad de vida y más fuertes se volverían.

¿Mi sangre yōkai?, pero creí que…

Escucha muy bien lo que voy a decirte y nunca lo olvides, Yorumaru se acercó a él y lo sujetó por los hombros Al igual que tu trasformación en las noches de luna nueva, tu naturaleza misma es la que provoca ésta condición comenzó a explicar, observando cómo el rostro del menor se tornaba tan serio como el suyo Cuando te veas en una situación de peligro mortal, una descarga de adrenalina obligará a tu sangre de Inu yōkai a tomar control total de tu cuerpo, te transformarás en un demonio completo y tu conciencia humana se perderá.

¿Un…demonio completo? sus ojos dorados se iluminaron por una fracción de segundo ¿Cómo tú, padre?

No, no como yo Sesshōmaru se incorporó y emitió una profunda inhalación, pues las palabras que estaba por pronunciar, se clavaban en su espíritu como dagas filosas, aun así, era necesario que el cachorro supiera y entendiera todo de forma minuciosa Serás como un animal salvaje, un ser inconsciente, sin razonamiento, y sediento de sangre, igual a cualquier monstruo inferior.

No…no puede ser Yorumaru dio un paso hacia atrás, asustado y perturbado por esa información, incapaz de saberse a sí mismo una criatura de esa índole ¿Por qué?

A todos los hanyō les ocurre algo semejante, tus hermanos pasarán por esto también, tarde o temprano.

¿Y cómo puedo evitarlo?

Dependerá por completo ti lo miró con seguridad, teniendo plena confianza en que sus hijos lograrían estar a la altura de esas nimiedadesTe enseñaré a mantener el control en todo momento, a dominar por completo tu aura y tu energía sin importar qué pase, quiero que aprendas eso luego bajó la mirada y se tensó nuevamente, reflejando un gesto molesto, desazonado Yo mismo he visto a Inuyasha convertido en una bestia, un ser miserable sin alma y sin corazón, no estoy dispuesto a ver así a mi primer heredero, ni a ninguno de mis hijos.

Pero, el tío Inuyasha, ¿él cómo logra…? interrumpió sus palabras, creyendo que ya tenía una respuesta, una esperanza a su problema Tal vez él pueda ayudarme a…

No lo frenó su padre de tajo Inuyasha no es capaz de controlarse a sí mismo, no sin Tessaiga… esa espada logra equilibrar su flujo de energía demoniaca, esa fue una de las razones por las que mi padre se la heredó, pero si él llega a perderla, o a separarse de ella en batalla, no habrá forma de evitar su transformación de nueva cuenta apaciguó su expresión, arrodillándose súbitamente a la altura de Yorumaru para poder observarlo cara a cara y que el niño se diera cuenta de lo importante que era para su padre que él entendiera todo perfectamente. Yo no deseo que tú dependas de algo así, yo quiero que seas tú mismo, por tu propia fuerza, el que sea capaz de contener, frenar y someter su sangre.

Padre…

Escúchame Yorumaru, si en verdad ansías conseguir el verdadero poder: lucha, crece, fortalécete, desarrolla tus habilidades teniendo total conciencia de tus acciones, jamás debes dejarte cegar y dominar por una fuerza inestable que te quiera devorar el alma, no te rebajes a transformarte en una simple bestia salvaje... Eres un hanyō Yorumaru, así que debes comportarte como tal. con esas palabras, el daiyōkai se irguió y comenzó a caminar con parsimonia de vuelta hacia el palacio. El niño se quedó ahí, quieto durante unos segundos, asimilando lo ocurrido, dando por hecho que esa conversación jamás la podría ignorar. Él debía ser fuerte, a su corta edad, no estaba seguro si podría tener el vigor para enfrentarse a sí mismo algún día, pero si algo sabía, era que su padre estaría con él para guiarlo en el camino.

...

Yorumaru cerró los ojos al finalizar el recuerdo, recapitulando aquella última frase que había pronunciado su progenitor, esa a la que hasta la fecha no paraba de darle vueltas. Desde ese día no había vuelto a transformarse en aquel monstruo que sabía que muy en el fondo era, quería creer que se debía a que sus habilidades y autocontrol se habían incrementado con los entrenamientos y con la edad, pero la verdad era que jamás se había visto en una situación que ameritara dicho desfalco de energía. A decir verdad, en esos momentos, con sus hermanos y sus primos atrapados en una cueva repugnante, llegaba a tener ciertos deseos de que su lado salvaje aflorara para que así surgiera su verdadera fuerza y pudiera liberarlos, y destrozar de paso, a los responsables de su captura y del sufrimiento que de su querida madre, pero luego, al recordar que permaneciendo en ese estado era capaz no sólo de matar a sus enemigos sino a toda su familia, no dudaba en retractarse, pues el miedo a llegar al límite, lo hacía frustrarse en demasía.

–Yoru, ¿todo va a estar bien? –la voz trémula de Mayumi lo hizo volver a la oscura realidad que lo envolvía en esos momentos. Se acercó más ella y le respondió afirmativamente. No tenía oportunidad de flaquear, su deber, tal y como le había ordenado su padre, era proteger a sus hermanos costara lo que le costara.


Rin seguía sumergida en la melancolía, con Riuky como única compañía, continuaba sin querer probar bocado y mucho menos animarse a dormir, estaba completamente segura de que si lo hacía, no iba a ser capaz de soportar las terribles imágenes que muy seguramente la harían desfallecer de dolor. Por eso se mantenía ahí, en las habitaciones de su hijo mayor, sin querer que ni siquiera Sora permaneciera con ella por mucho tiempo, a pesar de que Sesshōmaru así lo había ordenado.

No quería ver a nadie, simplemente se consolaba entre el silencio mientras en su mente desfilaban pensamientos referentes a sus queridos pequeños. ¿Estarían bien?, ¿estarían lastimados?, su corazón palpitaba fuerte de sólo imaginarlo. Ya no lloraba, seguramente había ya quedado seca, sólo se mantenía con su ojerosa mirada perdida en el espacio, acariciando sutilmente el pelaje negro del felino. Por un momento, levantó la vista y observó detenidamente aquel cuarto semi obscuro, con una decoración sobria, casi la misma que siempre había tenido desde hacía años, pues Yorumaru jamás había tomado demasiada importancia en redecorar su alcoba, como estaba decía gustarle.

Rin siguió contemplando el panorama minuciosamente, tal y como si fuese la primera vez que estuviera ahí. Fue entonces cuando varios recuerdos llegaron a su mente de repente, los cuales guardaba con tanto amor en su corazón, que en esos instantes la ayudaron a sobrellevar las peores horas que había soportado en su vida.

...

Adelante, mi señor, yo sé que quiere cargarlo la voz de Rin lo sobresaltó por una milésima de segundo, juraba que estaba dormida, ahí acurrucada en una silla junto a la pequeña cuna de madera fina, velando el sueño del pequeño cachorro de apenas un mes de vida. Su primer heredero.

La joven señora ya se había dado cuenta de lo que sucedía diariamente al anochecer, aunque jamás había interferido hasta esa ocasión. Sesshōmaru solía entrar todas las noches a la habitación de Yorumaru para observarlos dormir a él y a su madre durante unos minutos, antes de retirarse sin hacer ruido alguno. Rin ya lo había descubierto varias veces; siempre se acercaba al moisés, y clavaba su mirada dorada en el pequeño, tal y como si éste lo hipnotizara, como si el parecido que tenían lo magnetizara. Cada vez que eso sucedía, ella se emocionaba pensando que su marido por fin se animaría a sostener en sus brazos a Yorumaru, pues no lo había hecho desde su nacimiento, pero cuando apenas y estiraba sus brazos hacia la pequeña criatura, algo lo hacía frenarse y arrepentirse, para después salir por donde había llegado.

Rin dijo Sesshōmaru, viéndola ponerse de pie y acercarse a él, sonriéndole con la dulzura que sólo su mujer podía emanar.

Hágalo, vamos lo animó de nuevo mientras ambos sujetaban el borde de la cuna. El daiyōkai frunció el ceño ligeramente, por supuesto que deseaba sostener a su hijo, el problema era que, odiaba admitirlo, no sabía cómo. Para Rin era fácil claro, pues poseía manos pequeñas y delicadas, en cambio él, con sus garras tan filosas, sentía cierta incertidumbre por la posibilidad de herir al diminuto cachorro. No podía entender cómo era que incluso su madre, Irasue, era perfectamente capaz de realizar dicha hazaña.

No es tan difícil como parece, ¿lo ve? Rin nuevamente lo sacó de sus pensamientos, sólo para sorprenderlo aún más. Su mujer sostenía al pequeño y hacía el ademán de pasárselo a él Sólo debe sostenerlo así, de ésta manera sin oportunidad de oponerse, Rin se lo entregó suavemente, acomodando las manos masculinas en los lugares y posiciones adecuadas Eso es, con ambos brazos, sujete la cabeza delicadamente Sesshōmaru-sama, ahora apóyelo en su pecho.

Rin sonrió enternecida al verlo sosteniendo a Yorumaru, emitiendo una risita baja al ver que su señor tenía ligeros inconvenientes con la tarea, aun así, le alegró el corazón ver que lo intentaba. Sesshōmaru se llegó a sentir extraño, jamás creyó que viviría una experiencia parecida, el cuerpo del cachorro era extremadamente liviano, tibio y frágil, pero lo contagiaba de un sentimiento tan agradable como estresante, más aún cuando se percató de que el pequeño, todavía adormilado, se removía incómodo entre sus brazos. Por un momento creyó que comenzaría el llanto, pero fue Rin quien evitó la situación, haciendo que le devolviera al niño para acunarlo como era debido.

Y cuando tuvo la extraordinaria imagen de su mujer, meciendo con delicadeza al fruto de los sentimientos que todos los días se profesaban, ahí con la luz de la luna entrando por el ventanal, iluminando su maternal silueta de forma exquisita, no pudo más que, como una magnifica excepción, expresar lo que pensaba.

Eres muy bella. dijo, haciendo que ella lo mirara y se sonrojara, tornándola aún más hermosa. Entonces, Rin pensó que la vida no podía ser más maravillosa.

...

Sí, su vida era maravillosa, y tal vez por eso le resultaba tan cruel saber que todo lo que tenía le estaba siendo arrebatado, destruido. Al fin más lágrimas brotaron de sus ojos cansados, cada una cargada de un angustioso dolor que pocos se atreverían a sobrellevar.

–¿Rin-chan? –escuchó la voz de Kagome –¿Estás bien?

–No Kagome-sama, estoy destrozada –respondió como era obvio, girando su cuerpo estando aún sentada y percatándose de que Sora también estaba ahí, observándola con gran preocupación.

–Debemos ser fuertes –la sacerdotisa trató de resistir pero, contagiada por el aura melancólica de la otra humana, no pudo evitar que la voz se le quebrara. Se sentó con ella y se abrazaron por unos minutos, ambas compartiendo la misma pena.

–No pierdan las esperanzas por favor, Lady Rin, Kagome-san –Sora se acercó a las jóvenes mujeres, realmente alarmada por sus estados anímicos –Lord Sesshōmaru y el Príncipe Inuyasha jamás se rendirán, jamás se dejarán vencer, y ustedes tampoco deben hacerlo. Los cachorros tampoco se van a amedrentar tan fácil, no los subestimemos, yo tengo la completa seguridad de que pronto estarán aquí nuevamente, les suplico que confíen en que así sea.

Al escuchar esas palabras, hicieron un esfuerzo gigantesco por calmarse, Sora tenía razón, si alguien era capaz de resolver la situación, esos eran sus respectivos maridos, debían confiar en ellos, debían apoyarlos mostrándose tranquilas, nada se resolvía llorando y lamentando su miseria, tenían que actuar, por más complicado y agonizante que resultara.

Estuvieron a punto de levantarse y dirigirse hacia el despacho de Sesshōmaru, cuando de repente, una chiquilla sirvienta del palacio, entró corriendo y gritando a las habitaciones.

–¡Mis señoras, Sora-san, vengan pronto, Jaken ha vuelto!

Por fin una buena noticia entre tantas desgracias, por fin el antídoto tan esperado había llegado, ese que ayudaría a recobrar los organismos envenenados de los hermanos perro. Kagome y Rin no dudaron un instante y junto con la anciana yōkai salieron a toda prisa detrás de la joven moza por el amplio pasillo hasta llegar al vestíbulo. Ahí pudieron ver con claridad que se encontraban Inuyasha, Sesshōmaru, el general Kenshi y su hijo Kirei, todos rodeando a un recién llegado y fatigado Jaken, que ingresaba acompañado de un grupo de guardias.

–¡Señor Jaken! –resonó el alarido de Rin, haciendo que todos los presentes voltearan a verla a ella y a la sacerdotisa –¡Señor Jaken, me alegra tanto que por fin hayan…!

Se frenó en seco al estar demasiado cerca, lo suficiente como para distinguir que los soldados que rodeaban al pequeño sapo, no hacían más que cargar el cuerpo inerte del cuervo Saris. Al entender, Rin se cubrió la cara con una mano y con la otra se sujetó firme de uno de los brazos de Sesshōmaru, él la rodeó con el mismo, sintiendo cómo la joven sollozaba sobre su pecho.

–Inuyasha, ¿qué…qué fue lo que pasó?... Saris… –Kagome no daba crédito al hecho de que estaba viendo el cadáver de aquel jovial y servicial cuervo.

–Amo bonito, no sé ni cómo empezar a explicarle… –Jaken estaba pálido, con un gesto que ni su propio amo, aun después de décadas de servicio, era capaz de reconocer. El pánico y la desesperación brotaban de sus gigantescos ojos y no dudaba que en cualquier instante cayera presa de sus nervios destrozados.

–Más vale que te tranquilices Jaken, y me digas cómo pasaron las cosas exactamente –demandó el Lord con la mirada y el temple fríos de siempre, aunque por dentro, la indignación por la muerte del cuervo, lo estaba carcomiendo.

–Fueron los hombres de Satoshi, ellos nos atacaron cuando veníamos de regreso –respondió tratando de parecer solemne, pero cuando sus orbes se posaron en su antiguo compañero, no pudo soportar mas la presión de su pecho –Saris no merecía esto, ¡no!

–¡Arrggh ya deja de lloriquear y sigue hablando! –Inuyasha perdió la paciencia, entendía perfectamente la gravedad de una pérdida tan lamentable, incluso él había desarrollado cierto afecto y simpatía por el mensajero del Oeste, pero no podían perder la cabeza, Jaken tenía información importante y era vital que la compartiera sin omitir detalles.

–¡Amo Inuyasha!...¡Yo puedo explicar todo si me lo permiten!

–Myōga, ¿tu aquí?

La pequeña pulga saltó del hombro del sirviente de Sesshōmaru para posarse en el de su propio amo. Llevaban tiempo sin saber de él desde que supieron que se había mudado con Tōtōsai, por eso se extrañaron de que apareciera precisamente cuando las cosas estaban tan críticas, más aún tomando en cuenta que ese insecto huía de los problemas con la mayor cobardía del mundo. De cualquier forma, ahí estaba y podría brindarles datos útiles y necesarios.

–No sabe cómo lamento la muerte de Saris –Myōga inclinó la cabeza en señal de respeto cuando vio que el cuerpo de otro más de sus antiguos camaradas, estaba siendo cubierto por una manta blanca. Después, comenzó. –Yo estaba de visita con Jinenji cuando Jaken y Saris llegaron buscando la semilla de la planta milenaria…ambos me lo han contado todo, sabía ya que la guerra estaba a punto de dar comienzo, pero esto… –dijo, refiriéndose a los enfrentamientos, al envenenamiento de los hermanos y al secuestro de los cinco cachorros –...jamás imaginé pasaría, que Yasura y Satoshi fueran a llegar tan lejos. Por eso decidí volver con ambos, pero cuando cruzamos la frontera Este…

–¡Nos abandonaste pulga cobarde! –le reclamó Jaken, haciendo un intento fallido por aplastarlo.

–¡Sólo me adelanté un poco!

–¿Y qué pasó entonces? –continuó Kagome, sin querer perder el hilo de la conversación. Myōga retomó la seriedad, pero Jaken le ganó la palabra.

–Varios soldados nos rodearon, querían robarnos el antídoto para evitar que usted se recuperara, amo bonito. De no haber sido por Ah-Un, seguramente ya estaríamos muertos todos, pero Saris… a él lo alcanzó una flecha… después, huimos de ahí simplemente.

–¡Eso no es todo! –la pulga volvió a exclamar, saltando frente al rostro de su maestro –Amo Inuyasha, Lord Sesshōmaru, de igual forma, en mi camino hasta aquí, me enteré de algo más

–¿Y bien? –Sesshōmaru no cabía en sí mismo de la rabia. Todo, absolutamente todo lo que hacían esos malditos bastardos no eran más que pruebas de su evidente y asquerosa cobardía.

–Lord Kentaro del Sur –dijo Myōga, bajando la cabeza nuevamente –Ha muerto también… el Este está logrando invadir sus territorios, y Lord Kentaro fue asesinado en batalla, su hijo mayor ahora ha tomado su lugar.

Eso fue la gota que derramó el vaso. Sesshōmaru no iba a esperar más, con Kentaro muerto, era cuestión de tiempo para que las tropas del Norte y del Este se presentaran con la firme intención de invadir sus tierras de forma definitiva, y además, podía estar seguro de que Rin ya no estaba a salvo ni en su propia alcoba. El momento de acabar con ellos, de tajo y para siempre, había llegado.

–¡Hey Sesshōmaru!, ¿A dónde demonios vas ahora? –Inuyasha le gritó, alarmado de ver a su hermano encaminarse con demasiada prisa hacia la salida del recinto. Con su mano izquierda sujetaba fijamente a Bakusaiga, mientras que su rostro, normalmente inexpresivo y arrogante, no denotaba más que una ira genuina y determinante.

–Ustedes encárguense de darle a Saris una sepultura digna –pronunció el daiyōkai ignorando a su medio hermano, dirigiéndose a los soldados que habían estado cargando el cuerpo del cuervo, ellos de inmediato obedecieron. Luego observó a sus más fieles sirvientes. –Sora, Jaken, vayan y háganse cargo de tener listo ese antídoto lo más pronto posible… y tu Kenshi, prepara el ejército porque vamos a avanzar, no me sorprenderán con la guardia abaja una vez más.

Los aludidos asintieron de forma automática, pero Inuyasha juntó las cejas con marcada molestia al oír lo último. Sesshōmaru era un idiota si creía que no lo iba a tomar en cuenta.

–¿Estás diciendo que tú vas a atacar ahora? –le preguntó el hanyō plantándosele enfrente, negándose a ser ignorado una vez más, al contrario, lo miraba con ojos impávidos y llenos de incredulidad. –¿Vas a perder el tiempo combatiendo sus ejércitos en lugar de ir a buscar a ese par de imbéciles en persona?

Sesshōmaru gruñó ante la duda y le respondió terminante.

–Yo lucharé y no descansaré hasta aniquilar a cada uno de sus hombres, hasta encontrar a Yasura y a Satoshi y cortarles el cuello con mis propias manos, de eso, que no te quede la menor duda –sus ojos reflejaban su puro instinto asesino –Ellos son mis presas.

Aún así, Inuyasha no estaba conforme.

–¡¿Y los cachorros?!, ¡¿En qué momento iremos por ellos?!

–De ellos te encargarás tú, Inuyasha –el daiyōkai habló claro, mirando al joven híbrido con firmeza, quien a pesar de la consternación, sintió un gran pinchazo de adrenalina y convicción corriendo por su adolorido cuerpo. –Llévate a Ah-Un.

–Bien –Inuyasha asintió con voz grave, adquiriendo con gusto la responsabilidad que le había sido asignada. Por primera vez en su vida sintió que era tomado en serio, que pertenecía a la misma familia que el daiyōkai. Kagome respiró profundo, y miró a su esposo con seguridad, sabiendo que confiaba en él plenamente.

Rin también se permitió emitir una diminuta sonrisa, otorgándole el mismo empuje al hermano de su señor, de quien se sentía orgullosa por verlo dar un paso positivo en la relación que tenía con el que anteriormente no bajaba de ser alguien indigno e insignificante.

Sesshōmaru lo miró de nuevo, sin suavizar ni quitar su pose estricta, ordenándole, exigiéndole con una simple la mirada, la misma dorada de ambos, que le demostrara lo que era capaz de hacer, que sacara a relucir su verdadera fuerza.

–Presta mucha atención, hermano, acaba con quien sea necesario, haz lo que tengas que hacer, pero no te atrevas a regresar sin tus hijos, y los míos, ¿me entiendes?

–¡Feh! No tienes que repetírmelo.

–Más te vale no hacer que me arrepienta por depositar mi confianza en alguien como tu –lo señaló con una mano y se le acercó un paso, sin quitarle sus profundos orbes de encima –No hagas que el sacrificio que hizo nuestro padre por ti al nacer, sea en vano, nuestra sangre es valiosa, así que no permitas que ningún ser insignificante tenga el honor de arrebatártela, recuerda que el único que tendrá el privilegio de acabar contigo soy yo.

–¿Tú?, Yo soy quien te aniquilará algún día, Sesshōmaru.

Después de esa frase, todo el ambiente se tornó aún más pesado. Las espadas y los escudos resonaban por doquier, así como las órdenes de formación y los pasos de los sirvientes corriendo de un lado para otro apresurados. El ejército del Oeste iba a avanzar, el perímetro del palacio sería ampliado y todos los soldados tenía órdenes estrictas de matar sin excusa a cualquier individuo sospechoso que se atreviera a acercarse al castillo.

Lo único que restaba, era esperar a que el antídoto estuviese listo, de ésta forma Inuyasha y Sesshōmaru podrían pelear a su máxima capacidad. Kagome había indicado que la planta milenaria se debía hervir para duplicar su efecto sanador, y aunque la hierba no era capaz de liberarlos del veneno de tajo, sí aceleraría la eliminación de éste de sus organismos, aún habría dolencias, pero la sensación del ácido caliente desgarrándoles los músculos a cada movimiento, iba a desaparecer. Sólo un poco más, un poco de tiempo más para que las cosas volvieran a ser como eran antes, y que los culpables pagaran sus acciones, porque ni Inuyasha ni Sesshōmaru se iban a detener hasta que Yasura y Satoshi pagaran con sangre lo que habían ocasionado.

–Por favor Kagome-sama, déjenme ayudar –Rin estaba un poco, y sólo un poco, más animada. Lo que había dicho su señor la tranquilizaba y le daba esperanza, aunque todavía no dejaba de sentir miedo a que algo saliera mal.

–Pero mi señora, ¿no será mejor que usted descanse? –Sora intervino, viendo lo pálida y enfermiza que lucía la humana, pero ella insistió.

–No, necesito distraerme, además yo…

–¿Rin?, ¿Rin-chan? –Kagome fue la primera en percatarse. Una sombra negra acechaba a Rin, y sin que nadie pudiera evitarlo, la sacerdotisa vio claramente como esa bruma era absorbida por el cuerpo de la jovencita. Sus brazos y piernas se tensaron, al igual que su gesto, que de momento se tornó vacío y sin luz alguna en sus ojos; de repente, Rin se dejó caer al suelo pesadamente, haciendo que la taza de té que finalmente había aceptado beber, se quebrara inevitablemente.

–¡Lady Rin, ¿qué le sucede?! ¡Lord Sesshōmaru! –la anciana yōkai se llenó de pánico de nuevo, pues la señora del palacio parecía muerta. Sesshōmaru e Inuyasha se acercaron de inmediato, abriéndose paso entre los restos de porcelana rota. El primero no tardó ni diez segundos en estar junto a su mujer, sin dudarlo la levantó en brazos y la recostó sobre el mismo sillón donde se había desmayado la primera vez.

–Rin, responde –la sacudió un poco, esperando con ansiedad a que despertara como la última ocasión en que había perdido el conocimiento, aquella vez en que había tenido su primera pesadilla. –Rin

Estaba viva, Sesshōmaru se concentró en escuchar los débiles latidos de su corazón y el ligero sube y baja de su pecho a causa de su respiración entrecortada. Pero aún no respondía ni reaccionaba.

–¡¿Qué le sucede?! –demandó saber Inuyasha, compartiendo la preocupación de todos los que presenciaban el suceso. Kagome lloró de nueva cuenta, pues ella sabía la verdad.

–Su cuerpo –dijo –Está invadido por energía negativa, no lo entiendo, su aura se contaminó de la nada.

–No –Sesshōmaru observó a la sacerdotisa, confirmando que no había nada ya que pudiera hacer para reanimar a su mujer, el purificar su cuerpo ya no serviría. Luego regresó la mirada y observó el rostro pálido e inconsciente de la única mujer que había aprendido a amar, y aunque su rostro permaneció impávido, sintió claramente cómo su corazón se comenzaba a romper. Despacio se acercó y le habló en susurros. –Rin, escúchame, quédate conmigo… quédate conmigo.

FIN DEL CAPÍTULO 10


Que suenen las fanfarrias porque un ya hubo nuevo capítulo. Ay dios, lo juro, éste ha sido el episodio más largo, agotador y desgastante que he escrito hasta ahora, sentía que nunca iba a terminarlo, me pasé tardes enteras encerrada en mi habitación escribiendo cual ratona de biblioteca, pero créanme que ver que la historia les gusta y leer sus hermosos comentarios es la mejor retribución del mundo.

No saben lo feliz que fui al ver que la Familia del Oeste ya tenía más de 100 comentarios y 91 favoritos sin siquiera haber superado aún los 10 capítulos, wow eso es algo grande para mí, sé que hay muchas historias fabulosas que incluso con cinco episodios ya van por los 200 reviews jeje pero me siento orgullosa de que mi trabajo no pase inadvertido, después de todo, me voy dando cuenta de que ya vamos para cuatro años con ésta narración.

A propósito les quiero agradecer también por participar en mi dinámica del capítulo pasado sobre cuál era su cachorro favorito…ganó Teishi inevitablemente, si quieren pueden ir a mis Inudrabbles para leer la viñeta que redacté sobre él, inclusive, un poco más de un par de personitas me sugirieron la idea de hacer una especie de spin off de ésta historia contando en drabbles las aventuras de los príncipes del Oeste, pero aún no estoy segura de hacerlo, tengo otro proyecto en mente para el fandom de Inuyasha…o ¿ustedes qué opinan? ¿Será buena idea hacer los spin off?

En fin, ahora pasando al capítulo…¡Madre mía! Ha pasado de todo un poco, apuesto que no se esperaban estas revelaciones ¿o sí?, fue un episodio algo largo y casi no sucedió gran cosa en el presente, éste capítulo más bien fue esencial para entender los motivos de los personajes y el porqué de sus acciones, en especial las de Yasura, díganme, ahora que saben su historia ¿la siguen viendo igual o es válido justificarla?, yo ya no sé ni qué pensar jaja… Pero esperen, no se confíen, aún falta por revelarse otro secreto importante.

Bueno me voy por ahora, ya saben que lo que más les pido es su paciencia, como ya lo han visto, la historia se sigue actualizando, me tardo, sí, pero no los abandono. Así que confíen en mí por favor y no se desesperen, al contrario, aliméntenme con sus comentarios, AMO leerlos.

Por cierto, hace tiempo que estoy "A favor de la campaña con voz y voto, porque leer un fic sin dejar review es como agarrarme una nalga y salir corriendo"

Hasta la próxima…