Disclaimer: Los personajes de la saga Crepúsculo son propiedad de Stephenie Meyer y su casa editorial.

Advertencia: Posee contenido adulto y lenguaje explícito. Solo para mayores de 18 años.

Historia original. Se prohíbe su copia parcial o total sin permiso del autor.

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Capítulo 6 - Índigo

"Dentro de una misma gama cromática, hay colores que se transmutan, como la evolución de una contusión" Alimar

"Índigo deriva del latín indĭcus, 'de la India', debido a que este colorante se importaba desde allí. Probablemente haya ingresado al idioma castellano por vía del genovés o del veneciano. Aparece en nuestro idioma en 1555, bajo la forma índico"

Cuando algo nos golpea con la suficiente fuerza como para dejar señales, se observa una formación debajo de la piel que evoluciona en distintos colores sobre la base del morado. Es la sangre y el tiempo los que determinan ese cambio y mientras que muchos solo se preocupan de los colores, olvidan que son solo señales de que están curando.

Hechos pequeños y aislados como el de escoger un vestido se vuelven eventuales encrucijadas en donde el destino se revelará quieras o no atender su designio. Es así que mientras una Rosalie Cullen vestía su corazón al entierro del amor, el Laird Edward d´Masen se le daba la oportunidad de comenzar a sanar el suyo.

Las mujeres gritaron con histeria y se creó un revuelo general cuando Lady Cullen cayó desvanecida en los brazos del Laird. Incapacitado de reaccionar ante la debilidad de la dama se vió en la necesidad de acunar su cuerpo hasta que ésta volvió en sí y le dijo:

—¿Me habéis traído dulces, padre?

Edward creyó haber escuchado mal, pero que había respondido con la misma urgencia que él en recoger a la dama, le miró con la misma extrañeza y ambos supieron que algo estaba mal.

—Claro que sí. Buscaré en mis alforjas y os llevaré. Ahora dejadme levantaros. — Se apresuró a contestar.

—Dejádme cargarla. — Pidió Emmett que ya había deslizado sus fuertes brazos bajo las piernas de la dama. — Permiso mi Señora.

Sin esperar respuesta la levantó como si fuera la carga más delicada y la llevó escaleras arriba con el mayor cuidado. Edward dio un par de órdenes para acallar el revuelo que el desmayo había provocado mientras que por adentro comenzaba a hacerse una triste idea de quién era el amor no correspondido de su amigo.

—¿Dónde está Demetri? — Preguntó al cabo de unos minutos.

—Ya le estamos buscando mi Laird. — Se apresuró a contestar una de las criadas justo en el momento en que éste apreció por el corredor superior.

—Mis disculpas, Laird. Estaba…

—Luego dirás. Ahora ve a ver que le ocurre a vuestra esposa. Se ha desmayado apenas verme. — Le interrumpió Edward.

Demetri temió que el desvanecimiento fuera consecuencia de su rudeza y casi corrió hacia el aposento de su esposa. Mientras tanto Lady Rosalie había sido depositada en su cama y comenzaba a recuperar la conciencia en medio del cotilleó de la servidumbre y la mirada profunda del gigante que la observaba.

—¿Estás mejor, mi Señora? — Susurró el hombre con una aflicción tan marcada en su rostro que Lady Cullen se olvidó de su propia miseria para devolverle una sonrisa tranquilizadora.

—Si. Por favor no os preocupéis. Fue un incidente sin importancia. — Contestó con amabilidad al hombre de su medio hermano.

No había cruzado nunca más de una palabra con el montañés y aunque al principio lo consideró de una rusticidad muy por debajo de su persona, reconocía y le alagaba la intensa mirada con que solía observarla. Su admiración era respetuosa y aunque ella nunca le hubiese alentado a mayor cumplido, en ese momento sentía que a alguien le importaba ella por ella misma y eso la conmovió hasta los huesos.

Sin poder remediarlo, las lágrimas se colaron por su armadura de apatía y rompió a llorar. Mc. Carty quiso refugiarla en sus brazos pero la idea era tan imprudente como su presencia en el dormitorio de la dama e hizo el ademán de irse justo cuando la ama de llaves apareció en el lugar y se apresuró a abrazar a la joven.

—Calma mi Señora. Os prepararé una buena bebida para recobrar el color de tus mejillas y procurad calmaos. — Dijo la mujer mientras la mecía.

—No sé qué me ha pasado. — Susurró Rosalie sabiendo que había colapsado ante todo lo vivido.

—Puede ser haya un niño en camino. — Agregó Senna con una sonrisa comprensiva.

—Un hijo. — Balbuceó Rosalie llevándose instintivamente la mano al vientre.

El intercambio había dejado inmóvil a Mc. Carty que aún de espaldas a las mujeres había oído todo y solo atinaba a apretar los puños a semejanza de su corazón estrujado en esas palabras "Un hijo".

Salió del aposento en el momento en que Demetri llegaba arriba.

—¿Mi esposa? — Preguntó con cautela.

—Adentro. — Gruñó Emmett. Luego agregó con tono rudo. — Felicitaciones.

—¿Felicitaciones? ¿Por qué? — Consultó Demetri sorprendido.

—Por el primogénito. Es una bendición. — Exclamó el gigante antes de perderse por el pasillo que daba a las almenas.

Esta noticia aun desmentida a las pocas horas, dio razón a la permanencia de Lady Cullen en su dormitorio por varios días y en ella, Edward pudo justificar en algo el cambio de actitud de su media hermana. De repente le había llamado y pedido disculpas por la equivocación. Le buscaba para almorzar o cenar y en cuanto podía, se hacía contra a toda idea expresada por su esposo. Era amable y graciosa y el Laird comenzó a disfrutar de su compañía tanto como ella manifestaba su desagrado por la de Demetri. Tal era su necesidad de espacio que hasta le había pedido que apostara un guerrero en su puerta para asegurar su descanso en tanto se reponía con la orden de no dejar entrar a nadie, inclusive a su marido.

Edward leía entre líneas y le hubiese gustado compartir sus ideas con Emmett pero éste había iniciado un decadente camino de consecutivas borracheras hasta que perdió el sentido y estuvo pronto a caer desde un torreón.

Estos asuntos y otros le impidieron volver en los meses siguientes a Tongue y por primera vez desde que le dejara en la cabaña de su tío; Isabella se sintió olvidada.

No ocultaba su desánimo y buscando una manera de alegrarla es que a Charlie se le ocurrió asistir a le feria de Inverness. Los preparativos le llevaron todo un mes.

Preparativos que conllevaban acondicionarle dos vestidos viejos de su prima. No importa cuán modestos fueran. Para ella eran perfectos. Su tía ayudó a ajustárselos y a alargarlos pues Bella era mucho más delgada y alta que Jessica.

—Es difícil que la tela coja algo de gracia en unas carnes tan flacas. — Había expresado con disgusto Renatta al verse obligada a hacer los arreglos, sin embargo se había esmerado para que la chica quedara bien.

Era una oportunidad única de que la muchacha conociera alguien y que se libraran de ella. Ciertamente apreciaba los chelines que Masen gastaba en su mantención pero cada vez que volvía era un recordatorio de cuanto se jugaban al mantener su identidad escondida.

Cuando ya hacían siete meses de la última visita del Laird de los Cullen, los Swan partieron hacia el este.

A pocos días ya estaban instalados en la feria, montando su pequeño comercio de orfebrería en la misma carreta. Bella había organizado su propio negocio recolectando pequeños atados de especias y hierbas que fueron bien recibidos. Con lo ganado había comprado un corte de tela y un par de escarpines de cuero de becerro.

Cientos de personas habían viajado de los más lejanos parajes y haciendo diferencias al lado, aprovechaban a intercambiar bienes y disfrutar de los artistas itinerantes. Proliferaban aquí y allá músicos, malabaristas, narradores y hasta un joven con un perro que hacia trucos. Un muchacho le había pedido que bailara con él, e Isabella se había turbado tan profundamente porque la reconociera como mujer que acabó por no contestar y su prima Jessica aceptó la invitación. Eso no menguó su alegría y se entretuvo mirando danzar a las parejas alrededor de un palo de mayo, mientras movía rítmicamente su falda.

El trueque era la mayor moneda de cambio, pero también se hacían buenos negocios en metálico, razón por la cual los nobles también acudían a estas reuniones, no solo para comerciar sino para dialogar solapadamente sobre los intereses comunes.

Rosalie había insistido a su hermanastro para que adquiriera nuevos mobiliarios y que se contratara artesanos para reparar varias partes de la fortaleza. La oposición de Demetri solo hizo que Lady Cullen se empecinara más en ello, por lo que acabó llevándosela a la dichosa feria.

Paseaban del brazo por las tiendas, mirando las telas y artesanías cuando Isabella le vio.

Su corazoncito bailó de alegría al reconocerlo entre el gentío y luego se volvió mustio de tristeza al verlo acompañado de tan única belleza.

Lo observó acercársele y pasar la mirada por encima como si no existiese.

Corrió al carromato envuelta en llanto y no quiso salir de allí hasta la mañana siguiente. Para su desgracia el mismo Laird los descubrió al segundo día y se presentó para invitarlos a que comieran con ellos. Charlie había comenzado a decir que tenía algo importante que confesarle cuando Rennata le interrumpió y aceptando la invitación, combino que pronto estarían allí.

Tras una gran discusión, Isabella fue obligada a vestir las ropas de varón una vez más sin que mediara una palabra de su boca. Cayó por tristeza, por coraje y porque no podía pensar en otra cosa que la agonía de tener que conocer a la que creía esposa de su amado Laird. Fue llevada a casi trompicones hasta la tienda de los Cullen y obligada a sentarse a un costado mientras los mayores hablaban de negocios y hacían las presentaciones de rigor.

—Lady Cullen; éste es Charlie Swan del condado de Tongue, su esposa Renatta y su hija Jessica. — Dijo Edward d´Masen al presentar a su media hermana.

—Un placer mi Lady. — Respondió Rennata encantada, mientras su esposo agachó la cabeza en señal de respeto.

—Es un placer. — Contestó Rosalie que ya conocía la historia de Ish.

Masen se volvió hacia Isabella y la tomó de los hombros para acercarla a su hermana. Vio como enrojecía totalmente y lo atribuyó a la turbación propia de un imberbe ante una hermosa dama y debía reconocer que Rosalie lo era.

—Y éste es Ish de quién tanto te he hablado. — Prosiguió el Laird como buen anfitrión, pero el muchacho no abrió la boca y solo asintió torpemente con la cabeza para rápidamente ir a sentarse lo más lejos que pudiera de la pareja.

Edward procuró mantener una conversación amena e incluyó en la misma a Ish, pero éste le respondía con monosílabos y sin mirarlo directamente, por lo que acabó dándole espacio, pensando que su actitud era parte de los humores de la juventud.

La cena fue copiosa y animada, aunque solo Jasper intuía las razones del decaído ánimo de la muchacha. La gran ausencia fue del gigante que apenas arribado a Inverness huyó a las tabernas con la intención de perder la conciencia. Si bien la muchacha notó su falta, apenas cruzó una palabra sobre ello con el irlandés y apenas tocó la comida.

Edward no dejó de notar como jugueteaba con su plato y se puso como meta hablar si o si con el muchacho. "Tal vez mañana a la mañana, en las competencias de setrería".

—¿Qué os parece si mañana me acompañas a la caza con halcón? — Consultó a Ish inclinando su enorme cuerpo en su dirección para que no hubiese duda que la pregunta iba dirigida a él.

—No me gusta esas cosas. — Contestó secamente Isabella.

—Pero si aspiráis a ser un verdadero escudero, debéis aprender sobre la noble tradición de la setreria.— Adujo Masen con una sonrisa que derritió el corazón de la muchacha.

—No veo la razón.— Respondió después de un largo suspiro. — Ya no espero convertirme en un vasallo. Con suerte terminaré matrimoniado y cuidando los hijos de alguien. — Agregó en un murmullo sin levantar la cabeza.

Rennata estaba atenta al intercambio y le dio un puntapié bajo la mesa, lo que hizo dar un respingo a la pobre chica.

Nadie dejó de notar las mandíbulas tensas de Ish y la mirada de rabia que le dirigió a su tía. Edward más se preocupó por el bienestar del muchacho, sobre todo porque ya había advertido que Charlie Swan se desentendía de lo que pasaba a su alrededor cuando había un poco de alé caliente corriendo por ahí. Estaba más que decidido a que esta vez se marchara con él si o si.

—Pues es una lástima porque había buscado unas muñequeras estupendas para ti. — Y se apresuró a sacar un par de muñequeras de grueso cuero oscuro con remaches en metal. Se levantó de su asiento y se arrodilló frente a él con toda la intención de colocárselas.

El gesto le estaba desarmando el corazón, sobre todo porque al mirar por el rabillo del ojo, percibió la sonrisa amplia y sincera de la hermosa mujer que acompañaba al Laird.

—Gracias Laird. — Las atesoraré por el resto de mi vida. — Respondió controladamente a la vez que se las arrebató de las manos. No resistiría el menor roce de su amado sin que ya corriera el riesgo de largarse a llorar allí mismo.

—Sería más adecuado que las usarais mañana. ¿Me acompañarás? — Preguntó Edward con su sonrisa más encantadora.

Isabella por fín alzó su rostro hacia el Laird y lo observó con sus enormes ojos oscuros. Asintió con la cabeza y algo en Masen se turbó. Ahora que lo observaba a juego de las luces de la noche, podía advertir la tersura de su piel y el rostro fino, sin vello. Agitó la cabeza imperceptiblemente, como quitándose un mal pensamiento. "Vaya, es un muchacho apuesto que robará corazones." Musitó para si.

—¿Y a mí no me habéis comprado nada? — Interrumpió Jessica.

—Niña. — Le retó Rennatta.

—Por favor. Si esta damita sabe que siempre tengo unos dulces escondidos para ella. — Contestó Edward entregándole un recipiente con fruta confitada.

La jovencita rió complacida y con mucha coquetería convidó a todos los presentes, Rosalie incluida.

—No debería pero son mi debilidad. — Confesó Lady Cullen tapándose la boca mientras se deleitaba con su dulzura. — No más. Si me disculpáis, me retiro. Estoy cansada.

—Os acompaño. — Dijo Masen.

—No hace falta. La tienda está al lado y tengo a mi Angela para que me ayude. — Con una grácil reverencia saludó a los presentes y se marchó con su doncella.

—Nosotros también deberíamos marcharnos. — Concluyó Rennata.

—Un último brindis. Por los buenos trueques y la cerveza aguada. — Saltó Charlie Swan rellenando su vaso.

Por no desairarlo, el Laird imitó a su invitado. Además era temprano y el bullicio indicaba que la feria aún tenía divertimentos a los que avenirse. De todos modos Masen no tenía deseos de enredarse en ninguna fiesta. Demasiado tenía que lidiar con la borrachera de Emmett. Por cierto que el vaso, se hizo una jarra entera y luego apareció otro obre de un vino añejado al que no podían dejar de catar y así los ánimos de los hombres se aflojaron al calor de la buena bebida.

En medio de la conversación, el Laird le hizo un cumplido a Jessica diciéndole que tenía un hermoso cabello a la vez que tomaba un mechón de pelo y lo deslizaba entre sus dedos. Estaba ligeramente bebido y lo hizo sin malicia pero Isabella solo pudo discernir que el descarado estaba aprovechando que su esposa se había retirado para ponerse a coquetear con su prima.

Y allí estaba ella. Queriéndole como le quería, Vestida como un mozo de cuadra con ropa vieja y enorme. Invisible para él.

Se levantó y salió corriendo hacia los pastizales. Tras ella salió su tía, disculpándose por el exabrupto y persiguió a Bella hasta el carromato donde la arrinconó.

—Vais a volver allí. Pediréis disculpas y mañana mismos nos iremos,

—No. — Respondió Isabella sacándose el chaleco y el jubón con que le habían vestido.

—No hay discusión. Y vístete por el amor del cielo. — Gritó la mujer al ver que seguía quitándose la ropa.

—No voy a volver y no voy a vestirme de hombre nunca más. Quiero usar vestidos y voy a dejarme el cabello largo. — Dijo la muchacha con determinación.

—Tonta. Como si un par de vestidos hicieran diferencia. ¿No habrás cometido el error de enamorarte de un hombre como el Laird Masen?

Por respuesta… sendos ríos de lágrimas desbordaron los ojos de la muchacha. Rennata sofocó una carcajada.

—Al demonio con él. Al demonio con todos. — Farfulló la muchacha al percibir como se burlaba de ella.

Las palabras sacadas de la frustración y el dolor, desencadenaron la reacción más violenta de la mujer que descargó su enojo golpeándola con la fusta una y otra vez. El cuero silbó en el aire y los pedazos de la camisa se desgarraron incrustándosele en la carne. Aunque el dolor de los golpes le estaban llevando a la inconciencia, hizo un último esfuerzo para resguardarse la cabeza.

Isabella se hizo un ovillo en una esquina hasta que su tía se libró de su furia y jadeó al ver la espalda ensangrentada y la tela de la camisa rasgada sobre los delgados brazos.

—No, no, no. No quise Ish.— Su temor al descubrir el alcance de su ataque menguó por unos segundos hasta que volvió a recurrir a la furia para acallar su conciencia. — Tú me obligaste. Tú pequeña necia que nos has obligado a vivir con engaños y hasta casi le cuestas la vida a tu propio tío. Si hubieses dicho la verdad en un principio, nada de esto hubiese pasado.

Se marchó dejándola sola por mucho tiempo. Luego apareció su prima que aunque venía encomendada para curarle, no pudo reprimir su reacción ante las heridas. Lavó con cuidado las lastimaduras, retirando los pedazos de tela que se habían adherido a la piel y colocó unas vendas de lino sobre todo el torso.

Isabella soportó estoicamente. El último tiempo, siempre usaba las vendas para disimular los pechos que comenzaban a crecerle pero hoy agravado por los golpes, se le hacía insoportable y casi no podía respirar.

Por toda excusa, a Charlie se le dijo que la muchacha prefería esconderse por miedo a que el Laird la descubriera y éste cómodamente les creyó. Pasó todo el día sola acostada boca abajo en el carromato y solo a mitad de la tarde se apareció Renatta con un cuenco de gachas y le dijo:

—Perdeos antes de que vuelva tu tío y no regreséis hasta entrada la noche. Y cuidáis muy bien de abrir la boca. Sino …

Isabella ni pensaba en volver. Si tres años antes había cruzado dos países solo con su abuelo, ahora no necesitaba a nadie que cuidara de ella. Era la primera vez que su tía le pegaba pero intuía que no sería la última. Ya no estaba dispuesta a seguir manteniendo esa mentira y no veía otra solución que escapar. Además Charlie por más que le quisiera, se había vuelto un ser voluble, al que su mujer y la bebida podían manejar. Y por otro lado estaba el Laird y en esa balanza no equilibraba ni siquiera la amistad que había entablado con la cabra Whitlock. Sabía que con los Cullen tendría refugio pero como soportaría su corazón el verlo con otra mujer.

Nadie le vio irse. A nadie le extrañó que un muchacho se uniera a las carabanas que partían y así pasó casi un día y medio hasta que Charle saliera del estupor de la bebida y desesperado pidiera ayuda al Laird Masen.

Edward encomendó a varios de sus hombres con ayuda de otros que se ofrecieron de clanes amigos para recorrer la zona. Estaba furioso por no haberse adelantado a los hechos. Si bien Rennata no había relato todo lo que había pasado, no pudo ocultar que habían discutido con tal gravedad que esto pudiera provocar la huida de Ish. Jasper y él preguntaron a un lado y otro del camino y cabalgaron a ciegas por dos días hasta que al tercero dieron alcance a un grupo de feriantes que marchaban hacia el sur.

El Laird estaba tan enfurecido que Jasper temió que asustara a Isabella y se anticipó a desmontar mientras el resto de los hombres hacia detener la caravana. El despliegue de los guerreros había hecho entrar en pánico a la gente que pronto esgrimieron armas para defenderse. Tras una que otra corrida, el Laird pudo decirles sobre el fugitivo y no tardaron en darles las señas de un muchacho alto y delgado que se les había unido en Inverness y allí lo encontrarlo acurrucado en una de las últimas carretas.

Jasper subió y al verla tan dormida, le sacudió de las ropas. Era muy consciente de los cambios en el cuerpo de la muchacha y trató de importunarla lo menos posible, pero no lograba despertarla.

—Ish, Ish. Despertaos pequeño. — Dijo el irlandés a la vez que le tocaba la frente que parecía estar bañada en sudor.

Allí fue cuando se dio cuenta del sopor del cuerpo afiebrado. El miedo de saberla enferma hizo que sin precaución la volteara sobre las bolsas de grano y comenzara a revisarla. Estaba en ello cuando el Laird apartó la manta y entró a la carreta bufando como un buey embravecido.

—Por San Niniam, muchacho. ¿Qué os ha pasado para huir así? — Pero todo su enojo se esfumó al darse cuenta de la situación. — Por los huesos sagrados. ¿Qué le ha pasado?

—No lo sé. Arde en fiebre. — Contestó Jasper abriendo de inmediato su morral de hierbas. — Girémoslo para sacarle la capa y poder ver si tiene alguna lastimadura. — Sugirió el irlandés.

No fue hasta que retiraron la oscura prenda que quedó expuesta la camisa blanca toda ensangrentada. De un tirón sacó la tela de los pantalones y acabó abriéndola por el costado exponiendo las vendas que ajustaban el torso totalmente empapadas de rojo.

—Maldición, Maldición. Los voy a matar con mis propias manos. — Gruñó el Laird Masen y Rennata Swan debió haber escuchado la maldición a esa distancia porque el cielo tronó al mismo tiempo y un aguacero se desplomó sobre sus cabezas.

—Hay que acampar. Necesito un lugar para atender sus heridas. — Explicó Jasper.

—Condenación Jasper no vamos a moverlo de aquí. Dile a Uley que de las ordenes y que hable con el dueño del carromato. Nos lo vamos a quedar. — Rugió Mansen.

Whitlock dudó un instante en dejarlo solo con ella pero la situación apremiaba y debía recoger agua para curarle, así que se bajó de un saltó y comenzó a ladrar ordenes aquí y allá.

Mientras tanto el Laird acariciaba la cara afiebrada de Ish. Era increíblemente suave al tacto. "Tan pequeña y delicada…". Había visto muchos jóvenes incluso más jóvenes que Ish perecer en la guerra pero la sola idea que éste faltara le hería mortalmente.

—Ish, Ish, pequeño diablillo. No te atrevas a hacerme esta jugarreta. Despierta Ish. Despierta. — Pidió el Laird con un tono de inusual ternura.

Y fue esa voz amada que le llamaba entre la oscuridad la que guió a Isabella a la conciencia.

Abrió sus ojos y aún con la mirada desenfocada, fue capaz de reconocerlo.

—Mi Laird. — Susurró alzando su brazo hacia él.

Edward le tomó de la mano e intentó sentarle para acurrucarle contra sí, pero el movimiento le arrancó un alarido de dolor y se desvaneció nuevamente.

Temiendo haberle hecho más daño, se apuró a aflojar las vendas que le sujetaban para examinar el grado de las heridas mientras rogaba que el irlandés se apresurará a curarle. Fue entonces cuando….

—Pero… ¿Qué demonios? Es … Es una muchacha.


"La belleza de las cosas existe en el espíritu de quien las contempla."
―David Hume

Miles de gracias por sus palabras de aliento y el trabajo increible de mi beta Vhica y no dejen de disfrutar de la música que se detalla por capítulo en la parte superior de mi perfil.

Pronto... más colores.