Estaba amaneciendo. Ángela miró hacia el instituto y supo que era hora de volver. No quería separarse de Dani, pero intuía que quedaba mucho por hacer el día que estaba empezando. El Día del Fundador.

- ¿Ya te vas? – se quejó él.

- Aún me quedan cosas que hacer – dijo, sonriéndole mientras recordaba cierta carta que llevaba todo aquel tiempo en su taquilla – Y a ti también.

El suspiró. Había llegado la hora de enfrentarse a la situación.

- ¿Qué han dicho los demás?

Seguía preocupado y asustado: no dejaría de estarlo hasta el final. Ella le acarició el pelo.

- Están esperando a que vuelvas. Volverás, ¿verdad?

Dani asintió.

- Lo haré.

- Estaré esperándote. No tardes, ¿vale? – dijo mientras lo abrazaba y se besaban de nuevo. – Todo va a salir bien, ya lo verás. – Ángela se puso las gafas y cogió la goma del pelo, confiando en que le diera tiempo de hacerse la trenza antes de que la vieran sus compañeros. Se levantó y se miraron de nuevo, mientras el sol empezaba a salir; tenía que darse prisa.

- Iré – dijo él, seguro de qué era lo que le quedaba por hacer, y de que lo haría, por mucho que le costara – Te lo prometo.

Ella supo que lo haría. Sonrió, se dio la vuelta y echó a correr de vuelta a la biblioteca.