Capítulo 5: Aprender no es cambiar

Parecía que alguien había embrujado el reloj. Lo cual, se dijo Ryoma para sus adentros, era totalmente absurdo y sin sentido, porque alguien que se pasa acostado en su cama todo el día mirando nada más que el techo no puede pretender que las horas pasen rápido. Sin embargo, y para su alarmante sorpresa, el viernes había llegado tan rápido como un pestañeo. El jueves había sido un día absolutamente molesto, ya que todo el colegio quería sonsacarle su versión sobre qué había ocurrido el día en que fue atacado, de modo que tuvo que ir de aquí para allá, escabulléndose de todos y escondiéndose en los lugares más impensados de la escuela. Cuando ese día terminó, Ryoma dejó escapar un suspiro de alivio mientras se entregaba a los brazos de su cama. De forma que el viernes se alzaba como el día perfecto para finiquitar el maldito asunto de una vez por todas.

Sin embargo, y a pesar de que había estado varios días en cama sin mover los músculos apropiadamente, el cuerpo no le dolía ni lo sentía agarrotado. Lo que lo mantenía en alerta permanente era ese picor incontrolable en las manos y en la nuca, un signo inequívoco de que estaba ansioso por volver a jugar tenis. Un picor que aseguraba que ese día podría, por fin, darle su merecido a esos tipos por lo que le habían hecho. Porque Ryoma no era tan descerebrado ni tenía tan poca dignidad como para golpearlos hasta dejarlos inconscientes. No, y para ser honestos —y no modestos—, las personas como Ryoma actuaban con clase. Y él les daría una clase de tenis.

Así que, apenas el timbre sonó a las cuatro y cuarto de la tarde, dando por terminada la jornada escolar, Ryoma y los demás regulares se dirigieron, con una mezcla de entusiasmo e impaciencia, hacia las canchas callejeras de tenis, ya cambiados con el uniforme deportivo. Era temprano, por supuesto, pero llegar a hacer un calentamiento no les vendría mal. No dejó pasar el hecho de que muchas personas del colegio ajenas al club los acompañaban. No tuvo que esforzarse mucho en identificar a Osakada: esa mujer era reconocible incluso si uno se ponía tapones en los oídos. Ryuzaki, fiel a sus costumbres, iba callada y asintiendo a cada palabra que su amiga decía.

Ryoma miró de soslayo a su capitán, y comprobó con satisfacción que su semblante se erguía lleno de concentración y seguridad. Si él se estaba tomando esto tan en serio, no cabían dudas de que harían un buen partido —y de paso se ahorrarían el incordio de ser golpeados como lo habían hecho con él—. Mientras caminaba en silencio junto a ellos, reparó por primera vez en el firmamento que se alzaba sobre sus hombros. La forma y el color de las nubes hacían del cielo un hermoso paisaje, confirmándole que hoy iba a ser un día lleno de emociones.

No obstante, al llegar a lugar acordado, Ryoma no se sorprendió de ver a tantas personas apostadas en las gradas. Ann y la gente del Fudomine ya se encontraban ahí, al igual que Hiyoshi y Otori del Hyotei, Yuuta y Mizuki de la escuela St. Rudolph, y Kirihara del Rikkaidai —y uno que otro curioso—.

Comenzaron el calentamiento de inmediato. Dieron vueltas a la cancha las veces que su capitán le pidió y, cuando terminaron, continuaron con un peloteo en parejas. A Ryoma esto le sentaba muy bien para volver a retomar su condición física. Estaban tan concentrados en lo que hacían que no se dieron cuenta de que los regulares del Kakinoki llegaron hasta que escucharon abucheos.

—Qué calurosa bienvenida —se mofó Kiichi Kuki.

Su mirada y la de Ryoma chocaron, y el ambarino vio en sus ojos una impaciencia espantosa. De seguro esa pobre alma creía que él y sus compañeros iban a ganar.

—Kiichi —dijo inmediatamente Tezuka, al tiempo que se acercaba a él—, serán tres partidos individuales y de tres sets.

Kiichi Kuki iba a replicar, pero se lo pensó mejor y no dijo nada. Después de todo, quienes habían organizado esto eran los del Seigaku, así que ellos no podían poner condiciones al respecto —aunque, por supuesto, nadie le quitaba las ganas de reclamar—.

Tezuka, por su parte, se reunió con sus compañeros y discutió brevemente con ellos sobre quiénes serían los más idóneos para jugar los partidos.

—Déjame a mí, capitán —imploró Momoshiro—. Quiero demostrarles que se metieron con las personas equivocadas.

Kaoru lo miró con recelo, pero luego de unos segundos de profunda concentración asintió.

—Está bien —dijo finalmente el capitán. Momoshiro hizo un gesto de victoria con los puños—. Quiero que Fuji también juegue. —El aludido asintió de inmediato—. Echizen, supongo que no tengo que decirte lo que tienes que hacer.

Ryoma alzó sus ojos gatunos hacia su capitán, y asintió de la misma forma que sus compañeros. Comenzaba a sentir esas ansias enormes por jugar de una vez.

El primer turno era de Momoshiro. Se acercó hacia su oponente, un gorila gigante que daba toda la impresión de ser tieso y lento, y se estrecharon la mano, aunque no supo si esa era la palabra correcta: más bien parecía una lucha ardua por ver quién dejaba al otro sin huesos primero. Sin embargo, la voz grave de Hiyoshi los hizo separarse de inmediato.

—Creo —comenzó el jugador del Hyotei— que necesitan un árbitro. —El castaño miró primero a Tezuka, quien asintió en aprobación, y luego a Kiichi, que apenas movió su cabeza—. Bien, será un partido de tres sets. Quiero un juego limpio —añadió, mirando con desconfianza al grandulón del equipo de la escuela Kakinoki.

Ambos se situaron en la línea de la cancha, y el partido comenzó cuando el silbato de Hiyoshi sonó. En efecto, el gorila, que se llamaba Aoki, era tan tosco que Momoshiro no podía creer que estuviera en el equipo de tenis, y el Dunk Smash estaba resultando una técnica especialmente eficiente contra este oponente. No obstante, y a medida que avanzaba el partido, su forma de jugar fue mejorando.

—4-1, arriba Momoshiro.

Momoshiro comenzaba a entender por qué Kiichi Kuki estaba tan enojado ese día del torneo del distrito. No solo estaba molesto porque el equipo de Fudomine los eliminó, sino porque ni siquiera tenía jugadores capacitados para jugar en instancias importantes. No solo sentía envidia, sino también una tremenda y creciente ira, debilidades que parecía tener muy arraigadas.

Momo se decepcionó bastante: ni siquiera usó su técnica de alto nivel, el Jack Knife, porque simplemente no fue necesario. Aoki era tan tieso y, al parecer, tan estúpido que ni siquiera sabía hacer trampa de manera apropiada. Entre Momoshiro, que le devolvía todo, y Hiyoshi, que no paraba de pitarle las faltas, eran capaces de repelerlo por completo.

—6-1, fin del partido. Momoshiro gana —recitó Hiyoshi de forma lacónica. Las gradas estallaron en vítores. Al parecer, y por mucho que todas las escuelas secundarias fueran rivales en los torneos, a ninguno de ellos les gustaba cuando su oponente actuaba de forma deshonesta y sucia.

Kiichi Kuki estaba tan furioso que sus orejas estaban rojas como la sangre, pero se calmó y envió a su segundo jugador a la cancha, Yamanashi. Éste se acercó al centro de la cancha, donde se encontraba la red, y Fuji llegó a él en un momento. Estrecharon sus manos, y ambos se miraron con un brillo especial en los ojos.

Apenas sonó el silbato, Yamanashi hizo su saque, pero Fuji no se impresionó nada al verlo.

—Disculpa —le dijo en tono sereno, devolviéndole el saque—, pero el Twist Serve me lo conozco de memoria. Vas a tener que hacer algo mejor que eso para ganarme.

Yamanashi sonrió con burla y devolvió la pelota tan rápido que Fuji solo pudo verla pasar.

—15-0, punto para Yamanashi.

—¿Decías? —preguntó desafiante, intentando desestabilizarlo.

Pero el genio del Seigaku lucía realmente tranquilo y sereno, y cuando su oponente volvió a sacar, él devolvió la pelota y ésta aterrizo justo en la línea, dejando a Yamanashi con el brazo estirado y la raqueta en el suelo.

Pronto, su oponente comenzó a arrepentirse de haberse vanagloriado de sus habilidades. Fuji era tan hábil con la raqueta y la pelota, y tan inteligente para pensar en los contraataques, que Yamanashi pronto terminó exhausto.

—Fuji-senpai está ocupando una técnica muy sencilla pero eficaz: está lazándole la bola muy cerca de la línea, lo que obliga a su oponente a doblar constantemente las rodillas. De seguro no lo notó porque estaba muy preocupado de recalcarle al mundo su Twist Serve —comentó Momo en tono burlón.

—2-0, arriba Fuji —comentó Hiyoshi con tono aburrido. Los oponentes del Kakinoki ni siquiera eran rivales dignos para el equipo del Seigaku, se dijo el castaño.

Yamanashi respiró hondo, repasó sus posibilidades y entonces cambió su estrategia. Ahora intentaba, con todas sus fuerzas, seguirle el ritmo a Fuji. Le devolvía todas las pelotas, esperando a que él se equivocara. Pero el castaño estaba totalmente concentrado, por lo que no había atisbos de que su plan resultara. Sin embargo, su siguiente estrategia sí funcionó: había empleado tantas técnicas, y todas de forma tan desordenada, que Fuji no podía predecir la siguiente, no podía encontrar un patrón de comportamiento, por lo que su Drop Shot finalmente le hizo ganar puntos.

—40-15, arriba Fuji.

Pero esa fue la última gran victoria de Yamanashi. El castaño empleó el Tsubame Gaeshi y toda la galería contuvo el aliento.

—4-0, arriba Fuji.

Y así comenzó el desfile de los contraataques: Higuma Otoshi, Hakugei, Kagero Zutsumi y Kirin Otoshi fueron los encargados de darle el triunfo al genio del Seigaku.

—6-0, juego para Fuji.

Ann aplaudió con todas sus fuerzas, y Osakada Tomoka gritó tan fuerte que algunas personas en las graderías se taparon los oídos. Mientras el castaño y Yamanashi se daban la mano amistosamente, Kiichi se acercó con ímpetu hacia la red, rojo de ira, y apartó a su jugador de inmediato.

—¡El supernovato del Este! —gritó con los ojos desorbitados—. ¡Es hora de que te enfrentes a mí!

Pese a que el capitán del equipo Kakinoki sabía que ya habían perdido, no iba a permitir que le quitaran la oportunidad de enfrentarse a una de las personas que más detestaba.

Ryoma se acercó con paso decidido hacia la cancha, sin mostrar ningún signo de preocupación. De hecho, el muchacho se encontraba tan tranquilo (y con una sonrisa ladina tan burlona en su rostro), que Kiichi explotó de ira. Él ni siquiera le dio la mano al ambarino; se dirigió hacia la línea y se puso en posición.

—Como quieras… —dijo Ryoma mientras se miraba las uñas, totalmente despreocupado, y retornaba a su sitio.

Era el partido más rápido que la audiencia hubiera visto jamás. Primero, Ryoma había hecho galantería de su Twist Serve, que Kiichi Kuki no pudo devolver en ninguna ocasión. Era claro que él no era muy habilidoso y sí muy creído, por eso le servía tener a Yamanashi en el equipo, porque su compañero sí podía realizar esa técnica. Luego, Ryoma fue capaz de devolverle todas las pelotas que el muchacho le envió utilizando las distintas voleas: Drive A, Drive B, Drive C y Drive D. Y para finalizar, y hacer aún más humillante su derrota, el ambarino usó el Muga no Kyochi, abriendo las tres puertas. Cuando terminó, escuchó un ruido que le hizo vibrar la mano izquierda.

Kiichi Kuki, en el suelo y lleno de tierra, abrió desmesuradamente los ojos. Aquello no era de este mundo. ¡Ni siquiera había podido devolverle un solo tiro! ¿Cómo era posible que un chiquillo asqueroso de trece años tuviera ese nivel de juego? Como contraste a esa situación, las gradas explotaron en gritos de algarabía.

—¿De verdad pensaste —preguntó Ryoma con la raqueta en el hombro y una expresión de suficiencia— que tú y tu equipo tenían alguna posibilidad contra nosotros? Mada mada dane.

Sakuno se tapó la boca con las manos y Tomoka gritó: "¡Por supuesto que no!". Pero Sakuno pensaba igual a su amiga; después de todo, el equipo del Seigaku había ganado el Torneo Nacional, y el pequeño equipo de tenis de Kakinoki ni siquiera había podido clasificar al torneo por prefecturas.

—¡Maldito enano del demonio, te voy a destrozar!

El capitán del Kakinoki hizo el intento de levantarse para golpear a Ryoma, pero Hiyoshi, Fuji Yuuta y el mismísimo Kirihara Akaya, aquél que destrozaba a sus oponentes en el tenis, lo detuvieron de inmediato.

—Acepta tu derrota —le espetó Hiyoshi en un tono que denotaba una profunda vergüenza.

—Ellos han ganado en buena ley —dijo Yuuta mientras le sostenía los brazos.

—Odio admitirlo, ¿sabes? Pero ellos —dijo Kirihara, apuntando a los dos chicos— tienen razón.

El muchacho intentó decir algo, pero tenía tanta rabia que las palabras no le salieron. Esos inmundos del Seigaku los habían humillado frente a decenas de personas, y estaba seguro de que serían el chismorreo de las escuelas secundarias por semanas.

—Capitán —dijo Aoki con su torpe voz de gorila—, vámonos.

—Ellos ya ganaron, aceptemos nuestra derrota —le dijo Yamanashi con los párpados caídos.

Ryoma los vio alejarse entre abucheos, y pudo apreciar cómo su capitán alzaba levemente la comisura de sus labios. Claramente, y aunque no lo dijera, estaba orgulloso de sus jugadores. Todos habían demostrado mucho profesionalismo hoy en la cancha.

Mientras la gente se retiraba, cuchicheando emocionada por el espectáculo presenciado, Ryoma miró su raqueta. No se equivocaba en lo que había escuchado y sentido en su mano: su raqueta, efectivamente, se había roto. Miró de soslayo a Ryuzaki y luego a sus senpais, y les dijo:

—Mi raqueta se ha roto.

—¡Eh, Echizen! Vamos a ir a celebrar a la tienda de Kawamura-senpai, ¿te unes? —le preguntó entusiasmado Momoshiro, ignorando lo que Ryoma le había dicho hace solo un momento.

—Te he dicho —dijo con evidente molestia— que mi raqueta se ha roto. Iré ahora a la tienda de deportes para que me la arreglen.

—Oh —dejó escapar, y luego miró hacia las gradas, donde solo quedaban Sakuno y Tomoka—, sí, claro, anda.

Su tono de voz había sonado pícaro, y luego de un momento, Ryoma entendió por qué.

—Eh, Osakada —gritó Kaidoh, intentando que no se le notara el nerviosismo—, vamos a ir a comer sushi ahora.

Tomoka llegó al lugar de Kaoru en un santiamén, y él dio un leve respingo.

—¡Qué rico! ¿Puedo unirme, senpais?

Kaoru miró a Kawamura, como pidiéndole su aprobación, y él asintió con una sonrisa en el rostro.

—Claro, vamos.

Y mientras los titulares se alejaban, y Tomoka se despedía de Sakuno agitando la mano vigorosamente, Ryoma pudo jurar que Eiji le susurraba un emocionado "suerte". Apretó los dientes, molesto por el comentario de su compañero, y se acercó a Sakuno.

—Ryuzaki —le dijo a modo de saludo.

—Hola, Ryoma-kun. —Su rostro, nervioso y ruborizado, contrastaba con el tono energético de su voz—. ¡Jugaste increíble! Sí que le diste su merecido a ese tipo.

—Por supuesto —replicó, aunque agradecía internamente las palabras de la chica—, esto es lo que tenía que hacer al respecto —le dijo, evocando aquel cruce de palabras que tuvieron cuando ella fue a visitarlo por primera vez a su casa.

Sakuno sonrió ampliamente y el estómago de Ryoma se agitó.

—¿Qué le pasó a tu raqueta? —preguntó ella de pronto, dirigiendo sus ojos hacia su mano izquierda.

—Ah —dejó escapar Ryoma—, se rompió al final del juego. Voy a ir a arreglarla ahora, ¿quieres venir? —preguntó en tono impersonal.

Los ojos rojos de Sakuno centellearon de emoción brevemente.

—Claro, vamos.

Ryoma guardó su raqueta en el bolso y se lo colgó en el hombro, y él y Sakuno caminaron hacia la tienda. El pensamiento de ella y las distintas sensaciones que le causaba no habían abandonado su mente todavía. Evocaba con mucha nitidez las sacudidas de su pecho y su estómago, y se encontraba, sin explicación aparente, pensando en ella por las noches, antes de dormir.

Porque me importas, es lo que ella le había dicho el lunes de esa misma semana. Y entonces, como si fuera una revelación, comprendió que a él también le importaba Ryuzaki. Porque ella siempre había estado ahí con él, desinteresadamente; porque ella lo había salvado cuando él ya perdía las esperanzas.

Caminaban sin prisa, disfrutando de la trayectoria del sol y hablando de tanto en tanto, cuando Ryoma se decidió a hacerlo. Echó un rápido vistazo a la calle y comprobó que no había demasiada gente. Y todo ocurrió muy rápido: estampó sus labios sobre los de Sakuno con premura y torpeza, y se quedó ahí, sintiendo el contacto de sus suaves y cálidos labios. Sintió unas leves cosquillas que fueron creciendo en la boca de su estómago. Cuando pasaron unos segundos se separó lentamente de ella, y al abrir sus ojos notó, no sin algo de ternura empalagosa, que ella tenía los suyos todavía cerrados, con sus mejillas azoradas por el acto inesperado que acababa de ocurrir.

Hizo un amago de sonrisa y retomó el andar —ocultando las manos en los bolsillos de su pantalón—, esperando a que Sakuno lo acompañara. Cuando ella salió de su ensoñación, un momento después, lo siguió por el camino recto que los conducía a la tienda de deportes.

—Papá no debe enterarse de que eres mi novia —dijo de pronto, atropelladamente—; si lo hace no va a dejar de perseguirte y de acosarme para que te lleve a cenar con él y con mamá. Se pondrá insoportable, más de lo que es ahora.

Ryoma iba a seguir hablando pero se detuvo al ver que ella ya no seguía a su lado. Sakuno se había parado en seco, y su boca estaba tan abierta que podrían haber metido un puño en ella sin problemas.

—¿Q-q-qué dijiste?

—Que papá me acosará y no me dejará en paz...

—No —lo interrumpió ella, aún con los labios muy separados—, antes de eso.

Ryoma estiró sus labios en una sonrisa socarrona y llena de suficiencia, y le susurró de costado:

—Que ahora eres mi novia.

Tal parecía que el rostro de Sakuno no podía estar más rojo por la impresión. Las manos le temblaban cuando les echó un rápido vistazo. Inhaló aire fuertemente para continuar; si no lo hacía, sentía que ningún sonido saldría de su boca.

—N-no me lo h-has pedido —murmuró ella, y al principio su frase sonó tímida, pero cuando terminó había adquirido la robusteza necesaria.

Ryoma amplió aún más su sonrisa, una que Sakuno solo veía cuando él se enfrentaba a rivales y los sacaba de quicio —tal como hoy—, y despegó sus labios para responder:

—No necesito pedírtelo, sé que quieres ser mi novia.

Su tono de voz había sonado tan arrogante, que el ambarino se asustó al ver el cambio de expresión en el rostro de Sakuno, antes tímido y abochornado, y ahora sin rastro de dudas o miedo. Sus ojos se entornaron y su mirada adquirió una severidad que él no había visto antes.

—Si no lo haces me iré de aquí sin decir una sola palabra —dijo Sakuno en tono casi amenazante. Ryoma dio un leve respingo; claramente, ella estaba hablando muy en serio, y él no podía perder esa oportunidad.

Ryoma se acercó tanto a ella que la punta de sus narices estuvo separada por escasos centímetros, de modo que el turno de dar un respingo fue de la muchacha.

—¿Quieres —preguntó con voz ronca, en un susurro peligroso— ser mi novia?

Entonces Ryoma lo vio. Y supo de inmediato que era algo por lo que valía la pena luchar, por lo que levantarse día a día y continuar. Supo que por eso podría dejar su arrogancia y su avaricia de lado, o al menos disminuirla. Sakuno le regaló la sonrisa más pura y sincera que jamás había visto en su corta vida.

—Claro que sí —respondió ella, radiante de felicidad, con los pómulos todavía teñidos de rojo.

El ambarino esbozó una sonrisa ladina y volvió a hacerlo: posó sus labios sobre los de ella, esta vez sin tanto apuro, y comprobó con deleite que Sakuno lo estaba esperando. Intentó hacer algo diferente, así que abrió levemente sus labios y los movió con lentitud. Ryoma estaba obnubilado, y no se había dado cuenta de que había deseado mucho este momento hasta que ocurrió realmente. Puso una mano sobre su rostro suave —y muy cálido por la vergüenza— y la acercó más hacia él. Ambos seguían siendo inocentes, así que continuaron de esa forma solo unos segundos más, y luego se separaron.

—L-lo siento —se disculpó Ryoma de inmediato. No era común, ni tampoco bien visto, que los adolescentes se besuquearan en público. Pero Sakuno estaba tan ensimismada que apenas pudo asentir con la cabeza, por lo que Ryoma interpretó ese gesto de forma afirmativa.

Aquella tarde, mientras ambos entraban y se perdían en las maravillas que les ofrecía la tienda de deportes, fue el inicio de su relación. Y Ryoma, con el tiempo, comenzó a entender ciertas cosas que antes no entendía, o cosas de las que simplemente no se había preocupado en el pasado. Mientras las semanas pasaban, se dio cuenta de que el incidente ocurrido con los matones marcó un antes y un después en su personalidad. Ahí acababa un Ryoma pero comenzaba otro, no con diferencias tan sustanciales, pero que, al fin y al cabo, eran importantes.

El tiempo, en efecto, le confirmó que haber dejado entrever sus emociones no fue un error. El tiempo que pasaba con Sakuno era tan sencillo pero enriquecedor para él que no podía pedir más. No le importaba si el colegio estaba al tanto de su relación o no, lo único que le interesaba era disfrutar con ella los pequeños momentos que vivían juntos: hablar de tenis, almorzar en la azotea y pasear de vez en cuando por el parque, a veces, tomados de las manos. Esos pequeños arrebatos que le daban confirmaban que Sakuno era más importante que lo que nunca pensó que sería.

Cuando cumplieron tres meses como pareja, Ryoma la invitó —tratando de sonar impersonal, como si fuera otra cita común y corriente— a pasear al lago Yamanaka, localizado en las cercanías del Monte Fuji. Después de pedir el permiso correspondiente a sus padres para ir, ambos tomaron el autobús esa fría mañana de sábado. Después de viajar tres horas y media, por fin llegaron a su destino. Ryoma miró al cielo y notó lo despejado que se encontraba, cosa que lo animó bastante.

Después de pasear y conocer los lugares culturales más importantes de ese sector, hicieron un picnic a la hora de almuerzo. Sakuno había preparado todo tipo de manjares, y el peliverde se entusiasmó probando cada uno de ellos. Cuando terminaron de almorzar, y las primeras nubes blancas se posaron en el cielo, Ryoma carraspeó para llamar la atención de Sakuno. Acercó su bolso y, cuando lo abrió, Sakuno casi se cayó de espalda por la impresión.

Sacó tres hermosas rosas blancas amarradas en un lazo, que representaban los tres meses que llevaban juntos.

—Felices tres meses, Ryuzaki.

Ryoma jamás iba a admitir abiertamente que había aceptado un consejo de Momoshiro, pero lo que sí debía aceptar era que el muchacho tenía buen gusto y había dado en el clavo. Momo le contó que las rosas blancas eran perfectas para regalar, ya que representaban pureza, inocencia y unidad.

Ryoma miró a Sakuno a los ojos, esperando una respuesta. Lo que nunca esperó es que sus ojos se humedecieran de tal forma que soltaran gruesas lágrimas, y que se abalanzara sobre él para abrazarlo con fuerza.

—¡Ryuzaki! —exclamó apenas.

—Ryoma-kun, soy t-tan f-feliz… —sollozó ella sobre su hombro, incapaz de poder decir nada más.

El muchacho dejó escapar una risita y rodeó la espalda de Sakuno con su mano libre; la otra aún sostenía las rosas.

Y así, mientras ambos se despojaban de sus zapatos y se mojaban los pies en el lago, Ryoma lo entendió. Supo reconocer que todo lo que le había ocurrido le había hecho aprender muchas cosas. Y que aprender no era cambiar, por supuesto. Aprender es crecer.


Notas de autora:

Y así llegamos al final de esta historia. Últimamente, escribir fics se ha vuelto parte de mi vida, y por ende ustedes también. Por lo mismo es que quiero tomarme este espacio para darle las gracias a todas aquellas personas que se dieron el tiempo de leerme y de aportar con sus comentarios, porque de esa forma me animaron mucho, y la inspiración para terminar esta historia llegó. Gracias, de verdad, de todo corazón. Quisiera nombrarlos a todos, pero no quiero dejar a ningún lector afuera (sobre todo a los anónimos), así que doy un gracias general, un gracias lleno de afecto. Espero que el final esté a la altura de sus expectativas.

Saludos, espero que nos leamos en otra historia.