A ver que les parece esto.

Si alguien sigue con dudas: no, los personajes no son míos o todo poniente ya estaría repoblándose con altísimos rubios de ojos verdes y azules =).

Si les gusta y quieren que continúe no olviden dejar su review. Si no les gusta no hagan nada y no los torturaré más.

Las cualidades necesarias

El amor es un cuento para niños


Brienne había crecido acostumbrada a los cuchicheos malintencionados a su paso; con el tiempo había aprendido a pasar a un lado de ellos como lo haría con un gran charco de lodo. Durante lo más crudo de la guerra, los susurros a su espalada parecieron cesar totalmente, pero claro, nunca supo si aquello fue debido a que ella estaba demasiado concentrada en salvar la vida de alguien como para prestarles atención, o bien porque los demás ocupaban toda su energía en sobrevivir y el chismorreo era un lujo que nadie podía darse.

Pero un buen día la guerra terminó e increíblemente ella y Jaime se encontraron vivos y libres de cualquier juramento que los obligara a evadir la vida a la que estaban destinados por nacimiento. El resto del mundo tuvo tiempo libre y los cuchicheos regresaron, siendo su extraña y cercana relación con Jaime uno de los blancos favoritos.

Cuando llegaron a Roca Casterly, ella fue tomada como una especie de mascota. Un perro fiel que seguía a su amo a todas partes y mostraba los dientes a quien se atreviera a amenazarlo. Bastaron unas semanas para que todos entendieran que Jaime Lannister era sumamente protector con su mascota y tras un par de amenazas cumplidas todos se mostraron ansiosos por dar premios y palmaditas a la fea compañera de su señor, por lo menos mientras se sentían observados por éste.

A nadie le extrañaba ya verla cabalgar siempre a lado de Jaime, y cuando alguna vez su señor los sorprendía con una opinión fuera de lo común, ni el más sagaz pudo imaginar que la influencia proviniera de la mascota. Ella era, después de todo, sólo un animal de compañía o de protección. Cualquiera de los privilegios con que Jaime la honraba no eran más que excentricidades propias de un Lannister, pero, todos parecían acordar en eso, ni el más excéntrico de ellos se atrevería a meter en su cama a tal aberración.

Por primera vez en su vida, Brienne dio gracias por ser considerada un monstruo.

Además, en realidad, aquello sólo había pasado un par de veces, tres si contaba aquella vez que los habían interrumpido en una posada rumbo a la Roca. Por supuesto, una vez ahí ella se empeñó en mantener una sana distancia, estaban juntos la mayor parte del tiempo, pero Brienne se había negado a tener cualquier tipo de contacto físico. En la medida de lo posible evitaba incluso el patio de prácticas en su compañía porque no confiaba en que su voluntad fuera lo suficientemente fuerte para resistir los roces accidentales o sus labios susurrándole alguna impertinencia al oído; después de todo, la primera vez que estuvieron juntos fue como resultado de una acalorada sesión de prácticas.

Tan pronto como Jaime se presentó como señor de la Roca, uno de las solicitudes que con más insistencia le hacían sus consejeros era la de contraer matrimonio y para tal fin ponían a su disposición a más doncellas que caballos en su establo. Sin importar lo mucho que él dilatara la decisión, ese momento tendría que llegar tarde o temprano, al igual que el momento en que Brienne se enfrentara a su padre para explicar la razón por la que ya no existía posibilidad alguna de que ella contrajera matrimonio y le brindara el heredero que tanto necesitaba Tarth.

Originalmente su estancia en la Roca solamente sería de unos cuantos días, los suficientes para terminar de curar sus heridas y descansar antes de volver a Tarth; sin embargo, el tiempo pasaba y ella no había encontrado un motivo lo suficientemente poderoso para marcharse; no hasta que la presión para que Lord Jaime Lannister eligiera a su prometida se hizo insostenible.

Ese momento se presentó cuando ya llevaba casi seis lunas en la Roca y coincidió con la llegada de un mensaje de Lord Selwyn pidiendo la presencia de su hija en Tarth. Brienne leyó veinte veces el mensaje y pasó toda la mañana cabalgando sola, tratando de reconciliarse con la idea de su inminente partida. Cuando finalmente lo hizo, o por lo menos se halló más tranquila, buscó a Jaime, y al no ser capaz de encontrar las palabras adecuadas optó por entregarle la carta de su padre.

Él la leyó sin levantar la vista y la colocó en la mesa de prisa, antes de continuar leyendo el resto de papeles que estaban sobre su mesa.

—Bien gruñó, cuando finalmente entendió que los brazos cruzados de Brienne eran señal de que esperaba una respuesta de su parte . Le escribiré a tu padre diciéndole que de momento tu presencia aquí resulta de vital importancia, o le pediré a Tyrion que lo haga o a la misma reina si eso te hace feliz...

—Mi padre me necesita —declaró, consciente de pronto de la dolorosa verdad.

En algún momento tendría que marcharse, y prolongar su estadía en la Roca no tenía sentido. Jaime la miró fijamente a los ojos hasta que aparentemente también lo comprendió.

—Dile que en cuatro o cinco lunas podremos viajar...

—¿Podremos? —Lo interrumpió sin comprender.

—Quiero conocer Tarth —dijo como si fuera lo más natural del mundo; ella tenía el ceño fruncido— ¿Qué? Has vivido en la Roca gracias a mi generosidad por todo este tiempo y no estás dispuesta a devolverme la cortesía? ¡Moza ingrata!

Deseó correr a besarlo. Estuvo a punto hacerlo; pero logró controlarse y en lugar de eso se cruzó de brazos y con gesto altanero se dio la vuelta.

—¡Dos lunas! —Declaró abriendo la puerta y antes de salir añadió—: De lo contrario, me marcharé sola, he visto como beben los Lannister y preferiría no vaciar las cavas de mi padre.

Jaime giró los ojos con fingida indignación y cuándo ella estaba a punto de marcharse la detuvo.

—Prepara tus cosas tenemos que ir a Lannisport hoy mismo. Necesitamos… ¿Qué pasa? —le preguntó al verla dudar.

Generalmente ella siempre estaba más que dispuesta a alejarse de la gente y cabalgar por días enteros cerca de él. Pero en esa ocasión el deber le imponía otras obligaciones.

—Un buen amigo de mi padre trajo el mensaje en persona y me parece poco cortés no atenderlo personalmente.

—Si no hay más remedio— bufó Jaime de mal humor, con el gesto torcido— . Yo tengo que partir en un rato, pero calculo que en un par de días estaré de vuelta. Trata de no meterte en problemas mientras no estoy. Recuerda que sólo rescato doncellas y tú ya no lo eres —le susurró la última frase al oído.

Fue el turno de ella para girar los ojos mientras le daba un golpe en el brazo. Por lo menos, en esa ocasión, estaban solos. Como despedida Jaime se acercó a ella y le dio un suave beso en la mejilla mutilada. Por regla, la gente desviaba la mirada de esa cicatriz, les resultaba tan repulsiva que preferían ignorarla. Jaime, en cambio, la tomaba como su lugar favorito para besar. Y cada vez que lo hacia ella sentía quererlo un poco más. Incluso sabiendo que ese amor pronto se convertiría en una enorme roca sobre su pecho que no la dejaría respirar.

Una vez que Jaime y su pequeña comitiva estuvieron en camino fuera de las murallas del castillo Brienne se dedicó de lleno a atender a Ser Darryn Ashley, el enviado y amigo de su padre. Vagamente recordaba haberlo visto una vez quizás a los trece o catorce años y no habían cruzado más que un saludo formal.

Amablemente se había ofrecido a entregar la carta de Lord Selwyn en su camino a Colmillo Dorado. El primer encuentro había sido algo incómodo, a Brienne no le gustaba sentirse observada y el hombre la había estudiado por un largo momento como si se tratara de un caballo y estuviera tratando de decidir si el precio a pagar era justo o no. Después de un rato, ambos parecieron relajarse y, a pesar de que ella no era proclive a la charla trivial, pronto se encontró haciendo decenas de preguntas sobre su padre y algunos otros conocidos. Hasta ese momento no había entendido lo mucho que echaba de menos su hogar, no hasta que se encontró sonriendo con nostalgia cada vez que alguna palabra de Ser Darryn evocaba recuerdos de su querida isla.

Durante los siguientes dos días Brienne se encontró conversando con el caballero varias horas al día y pudo enterrase de su reciente viudez y de que tenía tres hijos, dos chicos colocados ya como escuderos y una pequeña de sólo seis años que lo esperaba en casa. El hombre no parecía demasiado apesadumbrado por la perdida de su esposa ni por la lejanía de sus hijos, pero ella asumió que sólo trataba de disimularlo.

Al tercer día, mientras daban un paseo por los jardines y después de dirigirle otra de esas miradas de estudio que tanto la incomodaban, nuevamente con el mismo tono que emplearía para negociar la compra de un caballo, le dijo:

—Creo que es hora de confesar el verdadero motivo de mi presencia aquí, mi señora. Como seguramente recordará la conocí hace algunos años. Mis recuerdos no eran nada halagüeños: una chiquilla, enorme para su edad que no despegaba los ojos del suelo, tartamudeaba y se ponía como un tomate cuando la obligaban a hablar.

Brienne sin poder evitarlo tuvo una reminiscencia de sus trece años y clavó la vista en el césped mientras sus mejillas enrojecían furiosamente. Guardó silencio pensando salvar algo de dignidad si, por lo menos, evitaba el tartamudeo.

—Desgraciadamente el tiempo no ha sido benevolente con su apariencia, Lady Brienne —continuó, mirando sin esconder su desagrado por la cicatriz en su mejilla— , pero ha mejorado notablemente su conversación. He disfrutado nuestras charlas. Soy un hombre práctico —añadió tras suspirar largamente— , considero el amor un cuento para niños y sé que la belleza es un bien cuyo valor se evapora con rapidez. Estimo, en cambio, una buena conversación al compartir la mesa. Si está de acuerdo, a mi regresó a Tarth pediré su mano. Me considero capaz de cumplir con mis deberes de alcoba cuando sea necesario hasta engendrar el heredero que tanto nos beneficiaría a ambos y después mantener una relación cordial y afable.

Brienne se detuvo al instante, pero su compañero dio varios pasos más antes de notar que ella se había quedado detrás. Cuando finalmente lo notó, se giró hacia ella aunque sin volverse sobre sus pasos. Estuvieron observándose a distancia mientras ella ganaba tiempo para ordenar sus pensamientos.

Seguramente el caballero contaba con la aprobación de su padre, si bien era algo mayor para ella calculaba que el hombre estaría ya cerca de los cincuenta, parecía decente, de buenos modales y le ofrecía lo máximo a lo que ella podía aspirar: cordialidad. El amor no era más que un sueño para mujeres como ella.

Contra todo pronóstico, su parte más tonta e ingenua la alentaba a aferrarse a ese sueño; su sentido del deber por el contrario, la instaba a tomar la oportunidad que se le presentaba. Sin embargo, por encima de todo ello, fue su honor lo que le indicó el camino a seguir.

—Agradezco su oferta, pero me temo que es mi deber rechazarla —declaró, acercándose un par de pasos hacia el caballero y deseando que eso zanjara el asunto.

—Si teme que su padre desapruebe el compromiso le aseguro que puede estar tranquila al respecto —también él se acercó.

—No, no es por eso que debo rechazarlo. No puedo aceptar su oferta… ni ninguna otra. Yo… —sintió que las mejillas le ardían, pero se obligó a levantar el rostro y mirarlo a la cara— ya no soy digna de ellas.

Esperó una rabieta, indignación, un insultó. Esperó muchas cosas menos que Ser Darryn tras unos segundos soltara una carcajada.

—Mi señora, créame, no soy tan ingenuo para confiar en que los dioses serían tan benevolentes para permitirle a una dama conservar su doncellez después de haber vivido meses en los caminos, entre ejércitos y vándalos. Ni siquiera a una dama como usted. Valoro su honestidad, mi señora; mi oferta sigue en pie. No voy a presionarla para obtener una respuesta, me marcho en tres días, hágame saber su decisión antes de mi partida.

Besó su mano con cortesía y sin esperar otra respuesta de su parte giró sobre sus talones y desapareció por el camino hacia el castillo. Brienne ocupó una de las bancas cerca de ella y se dejó acariciar por el sol del atardecer mientras contemplaba las flores a su alrededor. Eran rosas.

Brienne detestaba las rosas.