He aquí, finalmente, el final de esta historia.
Besos a Van, que le dio el visto bueno a esta locura. I luv u bby *3*
Misa: También creo que les espera un absurdo, en general porque toda la historia lo es xD
Sayuri Uchicha: FrAus for the win! :_D Sí, va por allí, por el RusUSA... muajajajaja MUAJAJAJAJA. El surrealismo no es tan loco... creo. No todo, al menos ;) aquí tienes la continuación, ya verás lo que ocurre con el corazón y Alfred.
Escribo sin fin de lucro, sólo para demostrarle mi afecto a alguien.
Disclaimer: Hetalia Axis Powers y todos sus personajes -todos los que tienen un hogar- pertenecen a Hidekaz Himaruya.
Nota atrasada: La tienda de los objetos perdidos la saqué del cortometraje "the lost and found shop", si bien más allá de la función de guardar objetos perdidos no tienen una mayor similitud. Habría puesto la nota antes, pero la vez que la vi sólo vi el último minuto y pedazos en Séptimo Vicio y no fue hasta hoy que, por casualidad, llegué a una nota que escribí hace como un año y medio con el título y la palabra "cortometraje" a un lado.
PD: Si algo no lo entienden, pregunten, porque este fic fue particularmente difícil de escribir y debe ser difícil de entender también.
Junto al alba y entre hilos: Capítulo final.
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—¿Iván, cuándo te llevarás tu corazón? —miró detrás suyo, hacia la puerta de la cocina, temeroso de ver su propia sombra.
—Todavía no lo sé, pero estoy buscando el modo —le respondió Iván, tejiendo—, ¿cuánto me has dicho que mides de hombros?
—Cincuenta centímetros. Verás, mi sombra y él... no se llevan bien —explicó, intentando sonar sincero. Del otro lado, Iván mantuvo el silencio un momento.
—¿Tu sombra? Es una fea forma de decir que no te llevas bien con mi corazón. Si quieres decirme que no te gusta que te hable, dilo de frente.
—¡Es en serio! —Alfred se palmó la frente—. Ya sé, no te lo he dicho, ¿verdad? Miento, sí te lo mencioné en alguna ocasión.
—¿Que hablas el idioma de los doble cara? Sí.
—No, dude —el de lentes rió—, hablo de mi sombra. Espera, ¿doble cara?
—Me has dicho que tu sombra se lleva mal con mi corazón —Iván dejó de tejer un momento y tomó el teléfono con la mano para descansar el cuello.
—Pero tú no sabes quién es mi sombra —Alfred miró su mano, y la levantó, buscando sobre la mesa una sombra que sabía no encontraría—. Mi sombra se llama Matthew, tiene todos mis rasgos y me sigue a donde voy... o lo hacía antes al menos. Me ha acompañado desde hace tanto tiempo que la siento como a un hermano.
—Todos tenemos una sombra que nos acompaña a todas partes —apuntó Iván a lo obvio—. ¿Por qué le pusiste un nombre? Eso es de niños.
—Porque mi sombra es diferente.
—¿Por?
—Porque ella no es una silueta oscura en la pared. Ahora mismo está en mi cama, durmiendo.
—¿Te despegaste de tu sombra? Eso es imposible —se sorprendió Iván.
—Dude, tú te arrancaste el corazón y yo no te he dicho nada al respecto —rió Alfred—. Pero sí, en algún punto de nuestra vida nos separamos. Es genial porque nunca estoy solo y, sin sombra, soy un perfecto espía.
Escuchándolo, Iván se levantó de su sillón y caminó hacia la ventana.
—¿Y no te sientes raro? ¿Qué es un hombre sin sombra? Las sombras distinguen lo existente de lo imaginario —dijo, mirando por un lado de la cortina—. ¿Cómo sabes que no eres un ser imaginario?
—Los corazones distinguen a la gente viva de la muerta, ¿no estarás tú muerto? Estoy hablando contigo, no puedes estar muerto si estoy hablando contigo. Es lo mismo —Alfred tamborileó con los dedos, poniéndose repentinamente nervioso—. A menos que seas un fantasma.
—Net, no soy un fantasma hasta donde sé —Iván buscó con la mirada a Gilbert. Afuera había una mujer parada frente a la puerta de entrada—. Pero yo puedo estarte imaginando. Un amigo imaginario... no sería la primera vez. Eres dispuesto, noble y naturalmente inclinado hacia el bien. Es la perfecta descripción de mi amigo imaginario ideal.
—¡No soy imaginario! —Alfred frunció el ceño—. ¿Por qué no me crees?
—Si fueras imaginario dirías exactamente eso. Háblame de esa sombra tuya, así quizá te crea —le pidió Iván, mirando a la mujer con atención, casi conteniendo el aliento.
—Está débil y es el ser al que más quiero en el mundo. Antes vivíamos en el edificio más alto de la ciudad, lo más cercanos al cielo posible. En ese entonces no sabíamos mucho sobre el mundo al nivel del suelo. Creo que eso fue lo que enfermó a Matty. Aún así —Alfred titubeó—, lo traje a nivel del suelo y se está estabilizando.
—¿Es una sombra, no? Quizá se sintió nostálgico de la tierra, de estar pegado a ella corriendo a la par tuya.
—¿Tú crees? —Alfred caminó hacia la ventana. El sol, atravesándolo como siempre, iluminaba regularmente la habitación. Iván, en lugar de responder y aún mirando por la ventana, quiso saciar sus dudas. En los brazos de Matthew, el corazón de Iván palpitó con fuerzas.
—¿Qué se siente amarlo? Saber que en cualquier momento podría deslizarse de entre tus manos.
—Fatal, ¿tenías que ponerlo en esas palabras? —se quejó Alfred.
—No me estás respondiendo. ¿Se siente como un calor en el pecho al verlo, y un nudo en la garganta al anticipar que se irá en algún momento?
Alfred no respondió inmediatamente.
—Sí, ¿cómo lo sabes?
—Porque estoy viendo a mi hermana en la puerta y es lo que estoy sintiendo.
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Ocurre una mañana, con la quietud y el silencio que caracterizan a Matthew. Alfred ha salido a trotar, siguiendo uno de los tantos hilos de colores que ve cuando se quita los lentes. Los deja sobre la mesa, baja a la calle y elige uno que pasa por enfrente suyo, de color morado. Alfred sabe (lo ha sabido siempre, no puede ni siquiera determinar desde cuando) que cada hilo representa el camino recorrido por una persona.
El mundo, sin sus lentes, es maravilloso. Maravilloso, pero complicado.
En un principio, cuando aún era muy niño, no sabía para qué eran los hilos, ni en dónde empezaba cada uno, salvo el suyo propio, que siempre empezó en Matthew (o el de Matthew, que siempre empezó en Alfred).
Con el tiempo, sin embargo, llegó a comprenderlo a cabalidad.
El hilo morado empieza al otro lado de la puerta de sus vecinos del piso de abajo. Es el de Roderich, que aún no ha regresado. François llora a veces, Alfred lo sabe porque Matthew se lo ha susurrado. El hombre que habla el idioma de los románticos teme que su compañero no regrese, y ante esa idea irrazonable, Alfred se frustra, porque el hilo sigue empezando allí, y él sabe, como un axioma, que el hilo siempre empezará en el hogar.
El hilo morado lleva hasta la avenida que sale de la ciudad y se pierde en la lejanía, junto a miles de otros hilos de colores innumerables. Al regreso, a Alfred le basta con tomar cualquier camino y seguir el hilo que lo une a Matthew.
—¿No unirá a la gente que se ama? —le sugirió una vez su sombra, cuando aún eran niños.
—Hay algunos que empiezan en lugares —le respondió Alfred en aquella ocasión—. He visto hilos que empiezan en el centro de la ciudad, en casa ajenas e incluso en colegios y edificios de oficinas.
—Suenas horrorizado.
—No es para menos, ¡quién querría estar unido a un colegio!
Hoy por hoy, muchos años después, el significado de aquellos hilos era obvio. Eran la conexión al hogar. Alfred estaba orgulloso de su capacidad, ¡la cantidad de gente perdida a la que había ayudado a volver a casa! No por nada le llaman un héroe.
Aquella mañana, al regresar, su propio hilo se desvía del camino usual y lo lleva hasta una plaza. Es extraño, se dice Alfred a sí mismo, pero confía. En un banco, sentado y con el corazón de Iván en su regazo, Matthew mira los destellos de sol que se reflejan entre el follaje. Sus mejillas están saludablemente sonrosadas por el viento, la caminata y el frío, y se ve feliz. Junto a él, alimentando a las palomas, Arthur le habla a intervalos, a veces gritando regaños hacia el otro extremo de la plaza, a los niños que juegan.
—Estás aquí —sonríe Alfred, aprobando el abrigo que su sombra lleva puesto.
—Primero saluda, Alfred, no seas maleducado —le regaña Arthur, y arroja otro puñado de pan desmenuzado a las palomas.
—Buenos días, Arthur y Matthew —caricaturiza el aludido, demasiado feliz por ver a su sombra fuera de casa como para enfadarse—, ¿sobre qué conversaban?
—Matthew me preguntó por el nombre del idioma que hablas.
El mencionado asintió con la cabeza.
—Creo haberte escuchado hablar de eso por teléfono con Iván —se explicó suavemente, un poco culpable.
Alfred, con las manos en los bolsillos, le hizo un gesto a Matthew con la cadera para que se hiciera a un lado y le dejara un sitio.
—¿Y? ¿Tiene un nombre?
—Se llama «inglés». Es el idioma de los técnicos, de la literatura y de los que hablan de manera literal —Arthur hizo una pausa y agregó—. También es el idioma de los aventureros y exploradores.
Alfred se recargó en el respaldo de la banca y Matthew recargó su cabeza en su hombro, en la misma posición que tendría de ser una sombra común y corriente.
—Nunca está de más saber una curiosidad —Alfred sonrió hacia Matthew—. Inglés. Es una palabra bonita, ¿de dónde me suena?
—Es algo más que una palabra bonita, muchachito —le reprendió Arthur, inclinado—. Posiblemente la recuerdes de algún libro de Historia... ¿o ya no leen libros de Historia? En mis tiempos aún se hacía.
Alfred y Matthew contuvieron unas risillas.
—Hoy en día es más un pasatiempo que algo importante de aprender, viejito. Como el nombre de los idiomas, o el de los antiguos... ¿cuál era la palabra? ¿Países? —Matthew asintió—. Eso. Ya no son más que curiosidades.
—Curiosidades —escupió Arthur, arrojando con fuerza las últimas migajas de pan—. Escúchenme bien, los dos. Una vez que aprendan lo importantes que son las palabras que salen de sus bocas, podrán hacer con ellas tales cosas, que no las creerían si se las dijera.
—¿Cosas como qué? —preguntó Alfred, ignorando lo último y siguiéndole, jugando, la conversación a Arthur.
—Una palabra mal dicha y pueden cambiar el curso de una vida.
—O puedes hacer llover sobre la ciudad —bromeó Alfred. Arthur frunció el ceño y bufó.
—Eso también.
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—¿Katiuska? —Iván levantó la cabeza del regazo de su hermana. Ella, con suavidad, quitó las manos de su cabello.
—Estoy muy feliz de verte, Vanya.
Él se detuvo un segundo antes de, lentamente, bajar su cabeza. Las manos de su hermana se posaron sobre su cabello, pesadas y ligeras a la vez, y blancas, muy blancas.
—¿Has venido para quedarte? —preguntó a su hermana mayor con inocencia.
—Quizá. No está en mis manos.
Iván hizo un sonido como respuesta.
—Todo aquí es tan blanco y diáfano —comentó ella—, allá en donde se pierde el camino, el cielo en el horizonte, incluso tú y tu amigo, ¡y yo! —Katiuska se llevó una mano a la mejilla, sorprendida—. ¿No extrañas un poco de color?
—Hay color. Los objetos de la tienda son todos diferentes.
—¿Pero no extrañas el color vivo? —reformuló Katiuska. Iván enterrando más el rostro en la falda de ella.
—Ella tenía el cabello muy claro y estaba viva.
Las uñas de Katiuska rasguñaron suavemente entre el cabello del menor, y casi en seguida, pero sin quitarle la palabra, rebatió:
—Pero ella te quitó el corazón, Vanya —se inclinó sobre él, bajando su propio rostro—. Mírame a los ojos.
El se negó a obedecerle, apegado a sus faldas.
—Tengo a los girasoles.
—¿Y eres feliz con ellos?
—Sí —respondió, atreviéndose a mirarla de reojo. Luego lo hizo fijamente, como si los irises de Katiuska fueran todo un mundo.
—Mira mis ojos, Vanya. No olvides entre tanta luz y blanco cómo son los colores vivos.
—¿Volveré a verlos?
—Tal vez no en mis ojos, Vanya.
Iván no dijo nada ante los lagrimones de su hermana. Ella no parecía triste, sino solamente emocionada. Guardaría sus lágrimas en un frasco. Katiuska lloraba por casi todo, no debía ser difícil llenar uno.
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Alfred imitaba los sonidos de un avión a chorro, haciendo reír a Iván al otro lado de la línea. Luego imitó el sonido del motor de un automóvil, de una lancha a motor y el de las pisadas de un caballo. Cuando Matthew entró a la cocina, Alfred iba en el «chucu chucu chucu» de un tren.
—Va corriendo, va corriendo el tren, va corriendo, va corriendo el tren, con su chiqui chiqui cha, con su chiqui chiqui cha —comenzó a canturrear la sombra, sacando un vaso de la alacena.
—¡Hermano! —le llamó Alfred, alegre—. Ven, únete, pondré el altavoz.
—No es necesario, muchas gracias —contestó Matthew mordiéndose el labio—. Es Iván, me imagino, dale mis saludos como siempre, no los molestaré mientras coquetean.
—¡No coqueteamos! —desmintió Alfred, tapando el teléfono.
—Te has puesto rooojooo —canturreó su sombra, y se rió bajito. Alfred sonreía, realmente feliz. Matthew se recuperaba e Iván... Iván no hacía mucho realmente, sólo contestaba el teléfono y le llamaba.
No era la gran cosa. Sólo se sentía como algo importante.
—No es cierto —finiquitó Alfred, volviendo al teléfono y explicándole a Iván por qué él tenía suerte de tener una hermana que no se burlaba a costa suya.
—Pero llora siempre —le explicó Iván—, y muchas veces no sé ni la razón.
—¿Y eso te molesta?
—La verdad, no.
—Bueno... —concedió Alfred—, siempre nos quejamos mucho de nuestros hermanos, pero sin ellos nos sentiríamos más solos.
—Da, eso es muy cierto —Iván asintió con la cabeza, incluso aunque Alfred no pudiera verlo. Gilbert, que estaba limpiando los soldaditos de plomo que adornaban una repisa, preguntó:
—¿Hablan de hermanos? ¡Porque hace siglos que no veo al mío! Pregúntale al chico si no lo conocerá, es rubio y de ojos azules, muy musculoso, pertenece al ejército.
—¿No conocerás a un joven rubio y de ojos azules, del ejército?
—No —respondió Alfred, sin que la pregunta salida de la nada le sorprendiera—. Pero si me muestran el lugar que él considera su hogar, podría encontrarlo —ofreció.
Iván le transmitió la respuesta a Gilbert, que arrugó la nariz.
—Qué lugar considerará su hogar hoy en día —bufó—. Dile al muchacho que muchas gracias. Ya esperaré a que se sienta perdido sin mí y venga acá él mismo.
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Matthew se paseaba arriba y abajo con el corazón de Iván. Conversaban como sólo una sombra y un corazón son capaces de hacer. A veces, Matthew llevaba al corazón de Iván a dar paseos por la ciudad, siempre a lugares cercanos. Alfred lo permitía, porque si Matthew era feliz, él era feliz, y si el corazón de Iván era feliz, entonces Iván era feliz.
Alfred, por su parte, se encontró a sí mismo una persona a su nivel. Antes de darse cuenta, había discutido con Iván una docena de autores, habían descubierto que ambos creían en las capacidades del ser humano, y estaba pasando las noches en vela para ver las constelaciones mientras Iván le hablaba desde la Tienda de los Objetos Perdidos.
—Son hermosas, pero con las luces de la ciudad muchas no se ven. Antes las tenía al alcance de mi mano, ¿sabes?
—Algún día iremos al campo, tú y yo, y tu sombra, si así lo quieres, y podremos verlas todas. Gilbert tiene un montón de piezas de telescopios en la tienda, estoy seguro que podremos construir uno.
Alfred, sentado en el marco de la ventana con las piernas colgando, se preocupaba de hablar en voz baja. Matthew estaba dormido, muy bien arropado, mientras el corazón de Iván escuchaba la música del piano de Roderich, que sonaba desde los recuerdos y anhelos de François.
—¿Has pensado en cómo será el momento? —le preguntó a Iván—. Cuando nos encontremos y te entregue tu corazón, ¿has pensado sobre qué hablaremos o si nos separaremos enseguida?
—Yo no —Iván miró alrededor—, pero Gilbert sí, ya tiene preparado todo un horario y una lista de tópicos de conversación. Esperable de alguien que habla el idioma de los organizados, por suerte no entiendo lo que quieren decir sus letras extrañas.
—Sinceramente, no creo que la necesitemos —el tono de orgullo hizo sonreír a Iván.
—Claro que... ¡mira, una estrella fugaz!
—¡La vi! ¿A qué altura crees que se haya desintegrado, Iván?
—Dime «Vanya».
—Lo olvidé, je, no estoy acostumbrado a hablar tu idioma.
—Es sólo un apodo. Llámame Vanya y yo te llamaré «Fredka». Es lo que hacen los amigos, lo leí en un libro que llegó a la tienda.
Alfred negó con la cabeza, acostumbrado. Le estaba enseñando a Iván, paso a paso, lo que era la amistad y el cariño. Incluso le había enseñado lo que, en teoría, era el amor.
—Entonces, Vanya —se detuvo un segundo, permitiéndole a ambos aceptar el apodo—, ¿a qué altitud crees que se desintegró completamente?
A pesar de su pensamiento inicial (que Iván realmente no sabía nada del tema) había descubierto que éste sí conocía tanto la amistad como el afecto, sin saberlo. Gilbert y Katiuska, incluso una tal Ella, le habían adelantado parte del trabajo, y los resultados se sentían.
Cada vez Iván quería más a Alfred, y cada vez, Alfred quería más a Iván.
Siendo así, y dado que ellos sí podían verse, era lógico y esperable que la sombra de uno y el corazón del otro terminaran enamorados.
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La ilusión no duró mucho tiempo.
Poco después de darle un nombre a lo que sentía, Matthew supo que sería separado del corazón de Iván. Se encerró en sí mismo, sin querer ser separado del corazón, y vio en su propio hermano a un terrible enemigo.
Al mismo tiempo, sabía que Alfred sólo era razonable, que debía regresarle el corazón a Iván, porque el corazón resentía la falta de su dueño, y por más que amara a Matthew, no estaba completo sin su usuario.
Matthew se preguntaba, mientras veía a su hermano sonreirle inconscientemente a su celular, si cuando el corazón e Iván se uniesen, Iván le amaría, y si sería capaz de corresponderle. Las razones por las que su hermano quería a Iván se correspondían con el área intelectual, mientras que sus razones se acercaban más a la dependencia emocional.
Matthew le confió al corazón sus dudas, y ambos concordaron en que, siendo ellos una parte extirpada de Alfred e Iván, sí existía una forma de permanecer unidos una vez que el corazón regresara a Iván.
Tuvieron un problema, sin embargo. Mientras el corazón de Iván se moría por regresar al pecho de éste, Matthew había vivido una vida completa sin ser una silueta en la pared. Amaba mucho a su hermano y era muy unido a él, pero siendo iguales. La sola idea de convertirse en una sombra sin conciencia propia, muda y amarrada le causaba claustrofobia. Ambos, la sombra y el corazón, se contradecían, y si uno hallaba la felicidad, el otro la perdía.
Planearon cuidadosamente lo que tendrían que hacer para ser felices. Les costaría un sacrificio, pero estarían juntos, y ya de por sí el corazón de Iván no tenía la capacidad para amar físicamente a la sombra. Matthew temió en un principio, cuando aún estaban planificando, puesto que a quien él amaba era al corazón, y no a Iván, mas el primero lo tranquilizó y le dijo que siempre sentiría un gran cariño hacia él, y que si todo salía bien, estaría a su lado para siempre.
Alfred, quien miraba con condescendencia el romance como si él mismo no estuviese pasando por lo mismo, cambió totalmente de opinión al enterarse del plan.
—Me niego rotundamente —declaró tajante y miró duramente a su sombra.
—¿Entonces los mantendrás apartados para siempre? —le preguntó Matthew, intentando razonar con él—. El corazón de Iván se resiente por no estar con él, ¿no quieres ver a Iván completo, capaz de sentir en toda su capacidad?
Alfred suspiró, suavizó su mirada y la dirigió, preocupada, a su hermano.
—¿Y si sale mal?
—Siempre estaré junto a ti, tocando tus pies, dando tus mismos pasos.
—¡No quiero una silueta! —aclaró Alfred—. Te quiero a ti.
—¿Y a Iván, no lo quieres?
—¡Sí! Digo, ¡no! Digo, ¡no sé! Matt, no...
—No puedes conocer a Iván si no le llevas su corazón —le recordó Matthew—, ¿qué pensaría de ti si se lo negaras? ¿Si le mintieras y lo ocultaras?
Alfred le miró dolido.
—Quizá realmente me deshaga de ese corazón si así puedo mantenerte a salvo, Matthew. Si Iván me perdona o no —se encogió de hombros—. ¿Qué sería yo sin ti? Hemos estado juntos toda nuestra vida.
—Confía en nosotros, saldrá bien.
—No.
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—¿Confías en nosotros?
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—No me rendiré con esto, Alfred. Pienso que es lo mejor para todos. Piénsalo al menos.
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—Hermano, si me permites preguntar, ¿mi hilo en dónde empieza?
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—¿Has visto el corazón, Al? No lo encuentro.
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—Todavía no he olvidado el plan del que te hablé, y sé que tú tampoco.
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—¿Cuándo aceptarás que estás enamorado de Iván?
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—Está bien: no confíes en el corazón. Confía en mí.
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—Tutúm, tutúm, tutúm.
—Cállate.
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—Alfred, por favor...
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A pesar de no estar de acuerdo con el horrendo plan, Alfred no se lo contó a Iván. Si su corazón lo había creado, debía estar enterado de él.
Por otra parte, el plan no funcionaría si Iván sabía sobre él.
Nuevamente el corazón de Iván le pareció un ser peligroso para su hermano, y decidió requisarlo durante algunas horas cada día, pensando que así le quitaría esas ideas a su sombra. Si el corazón moría, ¿qué más daba? No conocía a Iván todavía. Aún podía dar marcha atrás, aunque fuese a extrañar su voz, y sus conversaciones.
Con lo que no contó fue conque Matthew empezase a perder su vitalidad sin su compañero habitual. Sintió celos, innegablemente, puesto que antes él había sido el compañero indiscutible de Matthew, y aunque le había fallado al dejarlo mermarse, el corazón no dejaba de parecerle un intruso. Los tiempos de tranquilidad, aceptación y alegría alrededor del corazón habían acabado.
Intentó disimular ante Iván, pero éste notó el cambio en su voz. En desmedro de Iván, Alfred sólo esquivó sus preguntas, y el de habla ruso concluyó que había perdido el afecto de su amigo, y que a éste ya no le interesaba.
Como una reacción en cadena, el corazón de Iván sufrió la pena de éste, ralentizando sus latidos. Matthew lo notó, y se decidió a actuar. Si Alfred quería ser terco y pasivo, él sería el lógico y activo. Y si las cosas salían mal... esperaba, al menos, que su hermano fuese feliz.
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—Dime, Alfred, ¿qué soy yo? ¿Tu sombra, tu hermano, tu compañero de juegos, tu carga?
—Eres mi otra mitad, Matty.
—¿Pero cómo? Soy igual a ti, ¿soy tu gemelo? ¿Por qué entonces soy tu sombra? ¿Soy tu gemelo no nato? ¿Tu reflejo en el espejo?
—Tranquilo, tranquilo. ¿Por qué necesitas saberlo?
—Porque... es una buena pregunta, Al, creo que está bien querer saber qué se es.
—Eres la persona más importante para mí.
—No sé si esa respuesta sea válida.
—La es.
—No creo que lo sea.
—Pues la es. No me mires así.
—De entre nosotros. De entre él, tú y yo, ¿quién está vivo y quién está muerto? ¿Quién es la ilusión del otro? ¿Cómo sé que no soy sólo una ilusión tuya, hermano, y que Iván no está muerto?
—Eso no suena a algo que dirías tú.
—Quizá alguien me dio la idea.
—Ese corazón, ¿verdad? No. No es así. Tú no eres una ilusión, eres de carne y hueso como yo.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? Y no le digas «ese corazón», como si no te importara.
—Porque es así y punto, y yo le digo como quiero.
—Alfred...
—¡No, Matthew! No me... no empieces, ¿sí? No empieces. Estás sanando, God, estás mucho más sano de lo que nadie esperaba, ¡ya hasta sales y ríes! Siempre hemos estado juntos y no me dejarás. Yo no te dejaré, ¿entendido? Diga lo que digan Iván y su corazón. Estás cada vez mejor y dentro de poco, antes de lo que te imaginas...
—Alfred.
—¡Antes de lo que te imaginas!, antes de lo que te imaginas, irás de viaje a recorrer el mundo, conmigo, e iremos a esquiar y te mostraré las playas y haremos fogatas en la arena y...
—¡Alfred!
—No...
—Alfred, ya no más. Llevas años esperando eso -llevamos años esperando eso-, no ocurrirá. Siempre hemos estado encerrados en casa, o porque eramos muy pequeños, o porque estaba enfermo. Estoy mucho mejor que en meses, es verdad, ¿pero por cuánto tiempo? En cualquier momento volveré a perder la salud.
—Matty...
—No llores, no llores. Abrázame fuerte, aún estoy aquí, shhh, shhh.
—No estoy llorando.
—Lo que tú digas, hermano.
—Hablo en serio. No estoy llorando, ni lo haré. Sólo me da rabia que lo escuches a él antes que a mí... No quiero perderte.
—Existe un lugar al que debes ir a buscar las cosas que se te pierden...
—Lo sé, me lo ha dicho Iván. Su corazón te ha hablado de eso, ¿no?
—Sí, y me ha dicho una forma en la que estaré sano por siempre, y entonces podremos hacer todo lo que queramos, hermano.
—No quiero.
—Je, tienes tantos mocos que apenas te entiendo.
—Bro!
—Está bien, sólo quería animarte un poco. Cuando ya no esté a tu lado, búscame allí.
—No voy a perderte.
—No vas a perderme, te lo concedo. ¿Me acompañas al piso de abajo? Quiero darle las buenas noches a François. Y a Arthur. Y a Lovino, y agradecerle a Roderich por las melodías en el piano. Valió la pena pasar frío por escucharlas.
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Fue más tranquilo de lo que esperaba, y mucho menos dramático. Fue nada más abrir los ojos. La luz amarilleaba la habitación, y un rayo de sol entraba por los centímetros entre las cortinas, chocando con la cama y con los bultos.
Abrió los ojos y lo primero que vio fue la pared y la sombra que hacía la cama en ella. Supo, o sintió, o presintió lo que ocurriría antes de sentarse lentamente, sin quitar la mirada de la superficie, viendo que, tal como había adivinado sin querer, su silueta seguía sus movimientos.
No volteó a comprobar la falta de compañía. Le bastaba con sus latidos sobrecogidos, el aire que parecía sólo ir de sus pulmones a su nariz, y la ausencia total del hilo que lo llevaba a su hogar.
Cuando se descubrió a sí mismo gritando, tenía las palmas enterradas en sus ojos, obligándose a no ver la evidencia. El corazón de Iván, con un estremecimiento indecente, bombeaba el aire por su vena cava. No quedaba nada que proteger. Alfred sólo reconoció al corazón como el empujón final que necesitó Matthew. Como un demonio que con su voz se introduce en los sueños.
Supo que Matthew le había empujado, alentado por el corazón de Iván.
Iracundo, sin registrar sus acciones, se puso sus lentes y atravesó el salón hacia la cocina. Tomó el primer cuchillo que halló, y en menos de un minuto, tuvo a Iván tosiendo, desangrándose por la boca, tan lejano como la realidad lo permitía. El corazón de Iván chorreaba la sangre de sus tejidos cardiacos sobre su lecho blanco, manchando cada hebra del tejido, abandonado en la misma habitación en que había sido encontrado.
Alfred tembló debido a la adrenalina, respirando fuertemente. Luego cerró los ojos suavemente y se dio cuenta que, con esa acción impulsiva, había quedado completamente solo.
—Matthew, qué me hiciste —murmuró.
Salió de la habitación, corriendo a buscar su celular sobre la mesa del living, con el vello de la nuca erizado al notar por el rabillo del ojo que la habitación estaba más oscura de lo que debía estar. Era el momento de decidir un curso de acción, y por el momento sólo se planteaba uno, ignorando las demás posibilidades.
Con el celular en la mano, Alfred marcó el número de Iván. Su sombra, enorme a su lado, cubriendo la pared, esperaba sólo su señal para engullirlo y llevarlo a conocer su dimensión. En el mundo de las sombras, Alfred sería la sombra de Matthew. Era fuerte y sano, y podría vivir en el mundo al cual Matthew pertenecía si daba los pasos en esa dirección.
El corazón, en sus últimos esfuerzos, se ahogaba con la sangre que quedaba dentro suyo. En el momento en que Iván contestó, las sombras alrededor de Alfred dejaban sólo las puertas sin cubrir. Matthew, silencioso, batallaba para que Alfred pudiese tomar una salida, fuese cual fuese la que quisiera elegir.
—No puedo vivir sin Matthew —dijo sin esperar a que Iván hablara—. Está a mi lado, pero no está conmigo. Me siento partido a la mitad. Tú estás muerto, tu corazón está muerto, ¡Matty está muerto! Maldito Iván —le recriminó, poniendo todo en sus palabras, confiando desesperádamente en que funcionaría—: Me has hecho perder a mi hermano, me has hecho perder mi motivación. ¿Sabes qué haré? ¿Sabes qué he hecho? —«¿siquiera tú mismo sabes qué estás haciendo, Alfred?»—. Apuñalé tu corazón.
El sonido de ahogo proveniente de la línea le dijo que Iván había comprendido. Alfred apretó los ojo, habiendo llegado demasiado lejos para volver atrás.
—Has perdido tu corazón, ¿qué será de ti ahora? No respondas, no me importa. Me has perdido, Iván, ya no soy tu amigo, ni nada, ¿he sido claro?
—Alfre... —Alfred no esperó a que terminara la frase. Dudaba incluso que Iván pudiese hablar, o siquiera respirar. Cortó la llamada y, para evitar la tentación de llamar nuevamente, arrojó con fuerza el celular hacia una esquina antes de correr en la otra dirección, hacia la puerta de su cuarto. Desde afuera, a través de la ventana, se escuchó el grito de Arthur:
—¡Debiste escuchar a tu hermano cuando aún podías!
El sonido entró, quedando a su espalda. La puerta. Cerró con violencia nada más traspasarla, y el sonido de la calle, la voz de Arthur, los olores de la panadería de François y las sombras quedaron afuera, separados de él como por una cuchilla.
Recogió el bulto ensangrentado del suelo y se abrazó a él, apretando con la bufanda el corte que él mismo le había hecho al corazón, intentando retener la sangre que le quedaba. Apoyado contra la puerta y separado del resto, con Iván lejos, el corazón de éste moribundo en sus manos, y Matthew nuevamente en el mundo de las sombras, se sintió perdido.
Tal como supo que debía ser.
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Era distinta, la luz que llenaba el cuarto. Distinta a la del sol en la ciudad. La sintió como debió sentirse la luz del inicio de los tiempos, diáfana, infinita, parte conformante de la materia sólida. Primero supo que todo era luz, y luego, que el bulto que tenía en sus manos ya no sangraba. Sostenía una bufanda teñida con sangre, pero nada más.
No supo cuánto tiempo llevaba allí, aunque sentía el cansancio de muchas horas. Sólo a fuerza de voluntad se quitó los lentes e intentó vislumbrar, a pesar del encandilamiento, el hilo que lo unía a un hogar.
De no haberse considerado un pilar para los demás, habría llorado.
Entonces oyó una voz áspera y desconocida amortiguada por la madera de la puerta y la distancia, como si proviniese desde un pasillo.
—¿Cómo has llegado aquí, muchacho? Pensé que Peter Pan sí había recuperado su sombra —y una risa—. Me agradas. Pronto te acostumbrarás y dejarás de sentirte mareado. ¿En dónde está tu compañero? Puedo sentir que hay alguien más aquí.
—¿Alguien más? —preguntó la voz de Iván, y Alfred sintió nerviosismo y euforia. La voz de Iván era más lenta, con los jadeos provocados por un peso extra sobre sus pulmones.
—Una habitación, diría más bien... —se oyeron pasos—, por aquí, en esta dirección.
Momentos antes de que la puerta se abriera, Alfred sonreía, sin miedo. Unas partículas de polvo, suspendidas en el aire, dejaban surcos de sombras.
Alfred no tenía ninguna.
La puerta se abrió y él, agotado como estaba, cayó de espaldas, sonriendo a las tres personas entrelazadas con los hilos de colores que sólo el podía ver, y estiró los brazos para que le ayudasen a levantarse y no sólo se quedaran mirándolo.
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¿Quién está vivo, quién es imaginado, quién es una sombra?
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Aceite, te prometí que haría lo posible por no matar a Matty. Tengo mis limitaciones, pero hice lo posible. ¡Y no le busques la lógica a esta historia, porque ni yo misma la entiendo completamente xD! Bueno, sí la entiendo, pero me da algo de vergüenza. No recuerdo cuándo fue la última vez que escribí tantos párrafos con tantas palabras cada uno, ¡muchas descripciones! Sentí que eran necesarias. En cuanto a las parejas, al final todo parece una gran mezcla: RusUSA, RusCan, CanUS, insinuaciones de PruCan, Germancest... me gusta dejar abiertas un montón de posibilidades en ese sentido en mis fics "especiales", sólo por el placer del multishipping. Sé que los muchachos no son para nada como los pintan ustedes, ¿pero te ha gustado conocer el final?