El mundo y los personajes de Digimon no me pertenecen. Este fic es para el reto de Takari95 en el foro Proyecto 1-8


CROSSFIRE
—Fuego cruzado—

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Prólogo

"Choice"
-Elección-

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¿No es increíble como una pequeña elección puede cambiarlo todo? Siempre había escuchado hablar sobre las decisiones que marcan el futuro y el destino predestinado, como elementos opuestos de la ecuación de la vida. En realidad, creía que existía algo a medio camino entre ellas y que cada elección repercutía en el resto de nuestra existencia. Entonces, una elección tan simple como responder un mensaje de texto podía actuar como una pieza que cae sobre otras y las empuja en una cadena sucesiva.

Ya había tenido que pasar por algo así. Quizá la experiencia me había dado seguridad para hablar sobre ese tema. Un 'sí' puede cambiar las cosas y un 'no', quizás, lo deje todo igual. Por otra parte, puede cambiar algo también.

Por ejemplo, y por mencionar algo, durante el día de hoy, en realidad, no estaba pensando en salir de casa.

Quería tener toda la tarde libre y esperaba disfrutar de mis últimos días de vacaciones antes de que se inicie el ajetreo habitual del ciclo escolar. Mi padre había pedido que le prepare rissotto en la noche, con una receta que había perfeccionado en el mi último viaje hacia el país que había sido mi hogar durante años y él, junto a mi madre, salió de nuestra casa para comprar las cosas que hiciesen falta, que no eran demasiadas.

Me tocaba preparar la cena, pero jamás tengo demasiados reparos en eso: desde siempre me ha gustado cocinar.

No añoraba vivir allí, en Italia quiero decir, pero sus paisajes producían ecos de nostalgia al resonar con mis recuerdos cada vez que viajaba por sus rutas y admiraba la bella Toscana, en una visita corta que nos podíamos permitir de vez en cuando. No podía decir que vivir en Japón resultaba trágico, las costumbres se instalaban con más facilidad de la que se pensaba. Y yo había aprendido a dejar mi vida en la bella città donde había crecido.

Realmente, me había encariñado con mi hogar japonés contra todo lo que había creído en un comienzo, cuando llegué a la tierra del sol naciente. Regresaba a mis raíces. Era algo bastante apropiado en este caso particular ya que había nacido cuando mis padres vivían en Japón, pese a que ambos me comentaron que la idea original era que hubiese nacido en Italia. Por tradición familiar.

Apenas había despedido a mis padres desde la entrada, quiénes me dijeron que tardarían porque tenían unos recados pendientes, cuando el teléfono sonó. No tengo hermanas, soy hija única y, por supuesto, estaba sola en casa en ese momento.

Quizás porque me había detenido a pensar en detalle las cosas ocurrieron de forma aun más sorpresiva. Porque todo lo que sucedió a partir de allí, después de que atendiese la llamada telefónica, fue algo que no podía definir con claridad absoluta.

Ya lo había vivido antes.

En verdad, de todas mis acciones, sólo podía precisar que había dejado mi labor y me había dirigido hacia mi celular, tomándolo con pereza y buscando en la pantalla el remitente del mensaje que lo había obligado a sonar.

Desconocido.

No debería haberle dado importancia. Muchas veces llegaban mensajes equivocados que no deberían estar allí pero, igualmente, no fue eso lo que me llamó la atención de aquella nota enviada.

'¿Quieres comenzar? ¿O no quieres?'

Lo leí tres veces, para estar segura de lo que veía.

Había sido una gran sorpresa, en realidad, leer las palabras que resaltaban en el monitor del móvil. Un regreso a viejas memorias, el retorno de miles de sensaciones y un ligero escozor en los ojos producto de una emoción sin nombre. Fue reconocer cierta electricidad impulsando mis movimientos, el nerviosismo y la ansiedad entremezclándose en mi interior mientras tomaba conciencia de la realidad que implicaba ese mensaje. El corazón que se sentía intranquilo ante la novedad que se presentaba ahora delante de mis ojos.

Inesperado, podría ser una buena definición para describir la situación. Abrumador. Cualquiera de esos términos afines resultaba bien para mí.

Una brisa suave mecía las cortinas de color violeta. A mí madre le gustaba mucho ese color y había insistido en tenerlas dentro del living de la casa, para admirarlas. A veces, cuando pasaba tiempo contemplándolas, creía ver un poco de Fairymon dentro de sus pliegues, un destello.

¿Sonaba a locura, cierto? Parecía un marco incoherente luego de que las palabras tomasen sentido.

Después de ese breve instante de incertidumbre, las cosas habían comenzado a ser menos claras. Tomé mi bolso, mi celular y salí de casa en un arrebato. Ni siquiera pensé que fuese necesario dejar una nota sobre la mesa o cambiarme de ropa. Antes no había importado, las cosas no deberían de ser diferentes.

Lo que más me preocupaba era el contenido que había llegado a mi celular enviado por un desconocido que, en realidad, conocía muy bien.

Mientras corría a través de las calles de la ciudad, en un impulso más profundo y ciego de lo que podía llegar a aceptar alguna vez, aun seguía sin poder creer lo que había ocurrido…

Otra vez.

Evocaba memorias lejanas, casi tan perdidas como los otros eventos de una infancia que se tornaba antigua y fantasiosa.

Por favor, toma el siguiente tren a la estación Shibuya.

Shibuya. La estación Shibuya… el sitio donde todo comenzó.

La vez primera que había recibido esa llamada, era apenas una niña de once años. La curiosidad me había empujado en esa oportunidad a aceptar una propuesta nada común y que había sido en un momento aun menos especial.

De todo lo demás, podía asegurar que aquella aventura había resultado traducirse en una experiencia sorprendente y que la recordaba con una mezcla de nostalgia impregnada de ternura. Como una especie de cierre para las ilusiones de la niñez, ese fin necesario para madurar y continuar creciendo, abriéndonos paso hacia la adolescencia.

Creía que eso había quedado atrás, hacia tiempo.

Después de todo, el avance de nuestras vidas había dejado que el pasado fuese sepultado a la luz del presente. Ni siquiera estaba segura que era lo que me había impulsado a salir de mi casa después de leer aquel mensaje. Tal vez eran muchas las causas de mi decisión, pero igual no podía precisarlas correctamente. ¿Era la certeza de que el Mundo Digital necesitaba de mi... De nuestra ayuda lo que me había impulsado a dejar de lado mis quehaceres? ¿El recuerdo tierno y removido en mi corazón? ¿Lo aburrida que me hallaba en ese momento, durante las vacaciones de verano? ¿El hecho particular de que no tenía otra cosa que hacer? Temía que se tratase de un conjunto de todas esas cosas.

Porque indicaban cuanto había cambiado respecto a la vez anterior. La verdad, ya no era la misma niña curiosa que esperaba que las cosas fuesen divertidas. Había cambiado.

Tal vez más de lo que podía llegar a aceptar.

Estaba segura que no había sido la única en recibir la llamada de Ofanimon, instándome a que acuda a la estación de Shibuya, el mismo sitio que nos había visto marchar la primera vez con un rumbo —para nosotros— desconocido.

El mismo sitio donde mi destino se había cruzado con el de otros cinco niños.

De hecho, estaba segura que Takuya, Junpei, Tomoki, Kouji y Kouichi también deberían estar inmersos en un caos similar a las emociones encontradas que atenazaban mi pecho. Esas que no me dejaban respirar, esas que volvían tóxico todo lo que tocaban.

No podía creer la idea de que algo estuviese ocurriendo en el Mundo Digital; ese mismo lugar que una vez habíamos considerado nuestro segundo hogar y que había quedado sepultado en el tiempo, entre la niñez que perdimos y el florecimiento de nuestra adolescencia.

El Mundo Digital, que se sentía ahora tan lejano y difuso.

Durante años, habíamos compartido la utópica idea que desde nuestra intervención, todo estaría bien en ese lugar y que los digimon habrían superado las guerras y conflictos que marcaron su historia desde el más primario de sus orígenes. Pensábamos en que Patamon, ya convertido en el ángel poderoso que era realmente, gobernaba con sabiduría y que las disputas pasadas con sus dos compañeros, habían sido olvidadas de manera total. Confiábamos en que Bokomon y Neemon les habían dado las enseñanzas correctas, les habían marcado el camino que debían continuar para no caer en viejos errores.

Que el Mundo Digital estaba en paz. Para siempre.

Habíamos pensado en ello a menudo durante los primeros meses, recreando anécdotas y reviviendo los lazos que nos hicieron crecer poco a poco. Reír con los chicos sobre esos eventos fue bueno, le trajo menos dolor y más alegría a mis memorias pero, sin aviso alguno, las historias del mundo fantástico se sustituyeron por nuestro día a día, por nuevas amistades y compromisos.

Ya no teníamos once años, ya no teníamos a los Guerreros Legendarios, ya no teníamos los D-scan. Ni siquiera teníamos alguna prueba de que el Mundo Digital siguiese su curso con normalidad. O, para el caso, de que había sido real. O casi ninguna. Sólo la existencia del lazo entre Kouji y Kouichi nos indicaba su veracidad.

Todo lo que podíamos hacer era olvidar. O, tal vez, no. Pero eso fue lo que ocurrió. En gran parte.

Casi me avergonzaba de recordar que la última vez que Takuya había insistido en que nos veamos todos juntos... No había podido asistir por otros compromisos menos urgentes, de los que había descrito al disculparme con él.

Las reuniones entre nosotros habían sido cada vez más espaciadas en el tiempo y jamás lográbamos estar los seis presentes, lo cual resultaba muy frustrante. ¿Qué sería de nosotros sí fuésemos más? Sí siendo tan pocos no podíamos hacer coincidir nuestros horarios, realmente dudaba de hallar equilibrio en un grupo más amplio. Junpei a menudo se disculpaba por su trabajo de medio tiempo, Tomoki tenía amigos de su edad con los que se comprometía demasiado y no podíamos culparlo. Kouichi asistió mucho menos desde que su madre enfermó y Kouji rápidamente dejó de asistir también. Los dos estaban muy unidos como para no afrontar ese momento delicado, juntos.

Con todo, solíamos ser Takuya y yo los únicos que terminaban asistiendo a los encuentros. No eran incómodos los momentos que compartíamos pero sentíamos la extraña ausencia de todos los restantes. Ruki, una chica que se había vuelto mi amiga después de mis aventuras y que se contaba dentro de las personas que más cosas conocía de mí, solía bromear con que estaba enamorada de él. Fue curioso que ella mencionase eso, especialmente porque hubo un tiempo en que fue verdad.

Pero Takuya y yo siempre habíamos sido diferentes, de discutir entre nosotros y llevarnos la contraria.

—Parecen un viejo matrimonio —Kimura nos regañó una vez, en medio de una disputa que había nacido cuando le recordé que yo era la mayor. Claro, sin Junpei presente.

Takuya y yo habíamos hecho silencio ipso facto.

Era notorio el calor en mi rostro, sentía arder mi cara a niveles insospechados. Podía ser una persona que bromeaba con esas cosas pero no me gustaba que mis sentimientos quedasen expuestos y aquello trajo recuerdos a mi cabeza. Era verdad, una vez Takuya me gustó.

Y mucho.

—¡Cállate, Kouichi!

Él se rió de nosotros sin mucho preámbulo. Incluso Kouji tuvo el descaro de sonreír ante la coincidencia de nuestras voces. Me había cruzado de brazos y le di la espalda a Takuya, ignorando si hizo lo mismo. Tal vez sí, nunca fue muy maduro. Tampoco lo era yo, pero eso no debía ser mencionado.

Los gemelos se sumaban a nosotros cuando podían pero Kouichi siempre se marchaba demasiado pronto, inquieto por la frágil salud de su madre y preocupado por conseguir algo con lo que ayudar en su hogar. Mi pobre Kouichi. Era gracioso verlo sonreírnos y asegurarnos que estaba bien cuando la realidad era otra. Desalentador, era un mejor decir. Incluso, le insistía a Kouji para que se quedara con nosotros y era algo poco visto. Por todos nosotros era sabido que la única persona que podía ganarle al joven Minamoto, una discusión, era su hermano. Y Kouichi se aprovechaba de ello con más frecuencia de la debida. Verlos discutir era una experiencia reveladora. Los echaba mucho de menos a los dos. Solía decírselos en pocas oportunidades.

Junpei intentaba no desairarnos con frecuencia, solía llenarnos de cuentos y magia cuando nos encontrábamos por casualidad pero se mostraba menos amigable de lo que solía ser si estaba apurado o con los horarios justos. Alabándome si le quedaba tiempo como si los años no pasasen y sonriendo cuando tenía que despedirse, Junpei era quien menos había cambiado de todos. Sin embargo, era quien se mostraba más como era realmente, sin ocultarse más detrás de una fachada que resguardaba su ser.

Tomoki era otra historia. El más pequeño de nosotros había aprendido a valerse por si mismo y ya no nos necesitaba como antes. Creo que fue quien más cambió durante nuestro viaje, creciendo mucho más de lo que otros preveían. De hecho, excluyendo a los gemelos y su complicada historia familiar, Tomoki había sido quien más complicaciones tuvo para hablar con su familia de su cambio drástico. Pero seguía llamándome onee-chan, cuando nos veíamos. Un pequeño recuerdo de que me consideraba como una hermana mayor, justo como debía ser. Y de pequeño ya sólo le quedaba el título por la edad. Había crecido bastante en los últimos dos años.

Takuya… Takuya no había cambiado… mucho. Tampoco fue como si siguiese siendo el mismo pero era difícil describir las cosas distintas que había en él. Eran pequeñas aunque notorias, o al menos así era para mí. Probablemente lo que menos había cambiado era su sonrisa, esa que nos enseñaba a todos cuando las cosas estaban bien. Siempre había sido el motor del grupo y eso tampoco había dejado de ser así. Nuestras reuniones y encuentros eran impulsados por él. Quien nos llamaba recordándonos nuestro segundo cumpleaños o esos detalles que nos habían llevado a conocernos.

Era él, siempre era él.

Takuya

—¡Izumi-chan! —De todas las personas, sólo había una que continuaba llamándome así pese a que había pasado tiempo. Aunque no lo hacia siempre, si debía ser sincera. Me detuve de forma inmediata y busqué al dueño de la voz con la mirada.

Fue difícil.

La estación siempre era un sitio concurrido. Personas, personas y más personas eran todo lo que podía ver. Algunos llevaban trajes, otros tenían uniformes escolares y los más pequeños llenaban la distancia más próxima. Los transeúntes caminaban con prisa, guiados por horarios personales y trabajos a destiempo, chocándose en pequeñas fracciones de segundo y siguiendo su camino si el encuentro no ameritaba disculpas.

Curioso era que, para mí, el tiempo haya comenzado a fluir de forma distinta. Quizás, como antaño, cuando no había demasiada diferencia cuando me marché hacia el Mundo Digital y regresé a casa.

¿Ese que ese mundo lo volvía todo más irreal? Era probable que sí.

—¡Izumi-chan! —repitió la voz y supe donde debía buscar.

La sonrisa se extendió en mi cara de forma inmediata. Una sonrisa que hacia tiempo había estado esperando para abrirse paso por mis labios.

La figura corría hacia mí con rapidez y cuando se detuvo delante del ascensor que yo misma aguardaba, me permití rodearlo con mis brazos en un saludo perdido.

Kouichi-kun —musité. No importaba que utilizásemos los honoríficos, hacia tiempo que le había permitido llamarme por mi nombre. Él sólo lo utilizaba cuando nos reencontrábamos, como si aun estuviese acostumbrándose a ese hecho. No era raro en realidad. Simplemente, Kouichi no era alguien del común de la gente—. Me da gusto verte.

—Lo mismo digo —declaró, con una sonrisa amplia—. Hacia mucho tiempo que no nos veíamos.

—Unos meses —aseguré.

—Te llegó el mensaje a ti también—anunció mi amigo. Le di un pequeño asentimiento porque no se trataba de una pregunta sino, más bien, la constatación de un hecho.

Kouichi tenía el rostro delgado, pálido y grandes ojos oscuros. Kouji sonreía mucho menos que él y sus rasgos parecían más afilados que los del gemelo mayor. Cuando no los veían juntos, sin embargo, era fácil olvidar los detalles que los diferenciaban.

Y hablando de Kouji

Kouichi era el único que había gritado mi nombre y, apartando a desconocidos, quien había ido a mi encuentro. No había nadie a su alrededor. Y con eso, en ese preciso instante, me percaté de que Kouji no estaba allí... Aún.

Me aparté unos pasos de Kouichi y busqué a su gemelo en los alrededores.

Él se rió. —Kouji no está conmigo ahora. No olvides que nosotros no vivimos juntos, Izumi. Supongo que llegará pronto. No pude llamarlo para confirmar, mi teléfono dejó de funcionar...

Llamarlos. No se me había ocurrido en ningún instante y me sentí avergonzada por un minuto. No había pensado en llamar, a ninguno.

Confiaba en que todos irían a responder el mensaje.

También me sorprendió que él supiese exactamente lo que quería preguntar. Me di cuenta que no era necesario demasiado análisis.

—Oh.

—Creo que los demás llegaran pronto, ¿los esperamos aquí?

Como respuesta a sus dudas, las puertas del elevador que aguardábamos —que yo aguardaba, en realidad— se abrieron. Algunas personas salieron de su interior, obligándonos a corrernos mientras se abrían paso dentro del lugar, que se abarrotaba de personas.

Kouichi y yo intercambiamos una única mirada antes de subir al pequeño ascensor. Nos reímos suavemente y nos adentramos en el cubículo metálico.

Mejor no desaprovechar la oportunidad. Además estaríamos más cómodos donde no hubiese otros oídos curiosos. Las cosas que hablásemos quizás no le importaban realmente a nadie pero siempre habíamos sido, más bien, precavidos con la información.

Fui vagamente conciente de que Kouichi me miraba con curiosidad y sus ojos buscaron el tablero que marcaba nuestro recorrido. Tardé sólo un segundo en descubrir por qué.

—La primera vez, los Trailmon estaban en el subsuelo. Tuvimos que bajar mucho más de lo normal —expliqué. Siempre hablaba en voz baja cuando se trataba de recordar ciertos aspectos particulares de nuestra aventura.

Me sonrió, como si no importase lo que dije aunque yo sentía que debía molestarse conmigo —Ha pasado mucho tiempo de eso, Izumi. No te inquietes por mí.

Le devolví el gesto, animada.

Kouichi era ese tipo de personas que siempre logra que te sientas cómoda a su lado, sí eso era lo que deseaba. No sabía como lo lograba, a veces pensaba que tenía que ver con su elemento y otras veces que mi mente volaba demasiado por atribuirlo sólo a ese hecho fortuito. Después de todo, en realidad, ¿no buscamos a la oscuridad cuando necesitamos consuelo? Supongo que era una forma de retratarlo. También sabíamos que no queríamos estar del lado contrario a él cuando se enojaba. Era peor de lo que Kouji llegaba a ser, y eso era decir mucho. Afortunadamente, no solía enfadarse con facilidad. No era tan sencillo acabar con el límite de su paciencia.

Las puertas se cerraron delante de nosotros y el parpadeo del tablero nos indicó que comenzábamos a descender. No importa mucho lo que platicábamos, era tan trivial que sonreímos por no saber que comentarnos.

Kouichi y yo hablábamos seguido, por teléfono más bien y no exagero al decir que él era —aparte de Takuya— con quien mayor relación tenía de nuestro viejo grupo.

Él siempre vio en mí a una amiga cercana, me confesó una vez, porque yo lo alenté a hablarle a Kouji durante nuestras aventuras, justo después de que ellos se conocieron. ¿Cómo no iba a hacerlo? Los dos se estaban comportando realmente torpe el uno alrededor del otro. Animarlo a él me pareció lo más apropiado. Notaba a leguas que quería, por fin, hablar con su hermano menor. ¿Quién iba a decir que esa simple acción cambió su percepción?

Una prueba más de la forma en la que pequeñas elecciones alteran muchas cosas.

Cuando las puertas volvieron a abrirse, era evidente que esto no era como la primera vez.

Kouichi no tenía por qué saberlo pero yo fui conciente plenamente de ese hecho. La realidad de aquello fue devastadora. No había más niños, no había Trailmon.

Sólo nosotros dos en medio de la terminal desierta…

Espera.

Había alguien más.

—¿Takuya? —cuestionó Kouichi, mientras se movía unos pasos fuera del elevador. Me giré hacia donde sus ojos se habían dirigido y allí estaba nuestro amigo.

Y esa enorme sonrisa que siempre nos regalaba, aunque vacilante en un principio, apareció reflejada en todo su rostro —Veo que decidieron venir. Por un momento, lo dudé.

No parecía sorprendido pero era lógico pensar que lo había estado. Se veía relajado, o eso podía suponer por su postura tranquila y una de sus manos escondidas en el bolsillo de su pantalón. Y su sonrisa. Por instinto, mis ojos buscaron las googles que él había portado con orgullo la primera vez.

Me extrañó ver que no estaban allí. ¿Era curioso decir que las echaba de menos?

Kouichi sonrió levemente y yo me ruboricé al recordar exactamente lo sucedido la última vez que había platicado con él. Fue como si nos estuviese preguntando si estábamos dispuestos a seguir negando nuestras aventuras. O quizás, sólo para mí.

—¿Qué otra cosa podíamos hacer? —preguntó un recién llegado. Era Junpei quien hablaba con esa seguridad que, a veces, podía ser engañosa.

Las puertas del otro ascensor —uno de tantos— se habían abierto para dejar paso a las figuras familiares de los otros miembros de nuestro grupo. Ignoraba si se habían encontrado de forma fortuita o, simplemente, habían coincidido al azar en la puerta como había ocurrido con Kouichi y conmigo. Quizás se habían esperado, algo que nosotros no hicimos.

Junpei caminó tranquilamente hacia donde nos encontrábamos. Era el más alto de nosotros y el más corpulento. Sus ojos se entrecerraron con la sonrisa que nos regaló y casi quise abrazarlo por volver a verlo. A él hacia tiempo que no lo encontraba, que lo había perdido. Nos enviábamos mensajes de vez en cuando pero nunca algo tan seguido como debería.

Detrás de él, estaba Tomoki. Y su aspecto fue aun más sorprendente que antes. Había crecido más desde la última vez y de los rasgos infantiles con los que lo había conocido, sólo quedaban vestigios. Claro, tenía ya doce años. Su viejo sombrero olvidado y la sonrisa pícara que le contagió —quizás— Takuya.

Curiosamente, pensé, la suya era la edad que Junpei había tenido cuando se nos llamó al Mundo Digital la primera vez.

A Kouji no lo vi hasta unos minutos después, cuando los seis nos integramos en un círculo.

O algo así.

Y es que no había dicho ninguna palabra que alertase de su presencia. Su expresión era de indiferencia al comienzo pero le arrancamos una sonrisa instantánea cuando comenzamos a saludarnos. Nos acercamos a Takuya con vacilación. Al menos, de mi parte había vacilación. Quise abrazarlos a todos pero, a la vez, no me sentía del todo segura para hacerlo.

Kanbara y Minamoto intercambiaron una pequeña sonrisa cómplice —jamás había logrado comprenderlos muy bien en su dinámica— y Tomoki se rió al vernos a todos juntos.

¡Que bella riunione!

No podía negar que estaba realmente feliz de verlos a todos. Con los cinco muchachos frente a mí, podía creer que nada había cambiado.

—Te ves bien, Izumi —Junpei aseguró, con una sonrisa de oreja a oreja.

Le devolví el gesto con satisfacción.

La verdad, me gustaba verme bien. Y, más, que me lo reconociesen. ¿A quién no le gustaba eso? Quizás era un poco vanidosa en ese sentido, pero jamás lo admitiría en voz alta.

Grazie. Tú también —sonreí. Cualquiera pensaría que tantos años en Japón habían logrado que me hubiese adaptado a su vocabulario y así era. Sin embargo, me gustaba mucho como sonaban las palabras en italiano.

—Sí, sí. Estás muy bonita… Ya sabemos que te gusta escuchar eso. Aunque te hace falta tu sombrero. Y tú falda…

¿Con todo lo que me había costado llevar falda en mis primeras aventuras? No iba a caer dos veces en el mismo error. Mi sombrero había perdido color y tampoco podía estar segura de que quería arriesgarme a perderlo.

Sin embargo, esas palabras trajeron a mi memoria otro tema que tratar.

Levanté la barbilla y lo miré con los ojos entornados —¿Y tú por qué no traes los googles?

Parpadeó con mi pregunta y sonrió, mientras rebuscaba algo dentro de su bolsillo. Levantó su mano y allí estaban las gafas cuadradas que había portado en nuestras primeras aventuras —Se vería raro si los trajese puestos, ¿no?

—Lo raro es ver a Kouji sin su pañuelo junto a Kouichi —apostó Junpei, riendo con fuerza —Si no fuese por su cabello, no los reconocería a ustedes dos.

Kouji frunció el ceño y Kouichi negó con la cabeza, sonriendo suavemente. Allí estaba la diferencia. Además, Kouji era más alto que su hermano mayor y Kouichi tenía las facciones más suaves. Juntos, como dije, no resultaban idénticos. Se parecían más cuando no podías compararlos.

—Hay una manera —comentó Kimura, mientras una expresión sarcástica se extendía por su rostro— Sólo dile Kouichia Kouji. Sabrás exactamente quien es quien…

—Y no volverás a confundirnos nunca más —concluyó Minamoto, con una sonrisa que pocas veces nos enseñaba.

Kouji había cambiado, sí. Antes me quejaba de lo poco que hablaba. Bueno... quizás eso no había dejado de ser así, pero ahora podía asegurar, con toda certeza, que ya nos consideraba como sus grandes amigos. Y, con todo lo que nos costó llegar hasta él, era un alivio.

Takuya, Tomoki y yo no pudimos hacer nada más que reírnos. Junpei se nos unió poco después pero nuestras carcajadas se detuvieron en seco cuando oímos un sonido familiar. Las vías se estremecieron y el sonido, de pronto, llenó todo el lugar con su retumbar.

Un Tren.

No.

Trailmon.

Si antes me había sentido emocionada por aquel mensaje, mi corazón volvió a agitarse cuando la imagen de Worm se solidificó delante de nosotros. No sólo era un Trailmon... era el mismo que me había llevado —junto a Takuya, Junpei y Tomoki— al Mundo Digital la vez anterior.

Verlo correr hacia nosotros era algo inexplicable, aunque también algo que ya había estado esperando.

Los seis nos quedamos inmóviles ante la presencia de Worm. Sus pequeños ojos amarillos nos inspeccionaron con algo parecido a la indiferencia pero tuve la súbita idea de que era sorpresa lo que se leía en su mirada.

Claro. Nosotros ya no éramos los niños que recordaba. Junpei tenía dieciséis años pero se encaminaba a sumar uno más. Yo había contado ese número en mayo. Takuya los cumpliría en agosto y los gemelos en noviembre.

Por supuesto, que no éramos ya los niños que recordaba.

La puerta lateral se abrió con un susurro extraño y una nube de vapor emergió desde el interior del vagón de forma instantánea. Los pasos pequeños apenas fueron percibidos por los oídos humanos pero una voz inconfundible resonó por todo el lugar.

—¿Ya llegamos? —había cuestionado, torpemente.

La respuesta segura no se hizo esperar. —Claro que sí, tonto. ¿Por qué no llegaríamos?

Entre los vestigios de la nube de vapor, dos figuras se delinearon con lentitud pasmosa. Uno de ellos, de color amarillo, tenía dos grandes orejas y vestía pantalones rojos. El otro, de aspecto de gnomo, llevaba como signo distintivo una banda rosa en su vientre.

Parpadeé dos veces y entonces, encontré mi voz. —¿Bokomon? ¿Neemon?

La reacción de nuestros amigos digimon fue espontánea.

Levantaron la vista en dirección a nosotros —como si nunca antes nos hubiesen visto— y, sin analizarlo siquiera, se arrojaron a nuestros pies. O, en realidad, Bokomon se aferró a las piernas Takuya con fuerza. Podía jurar que casi lo derribaba. Y Neemon no soltó el pie de Junpei ni siquiera cuando él lo sacudió, para obligarlo a hacerlo.

El primero tenía la mirada llena de lágrimas, el segundo solo podía repetir que estaba feliz de vernos.

—¡Mis niños! —sollozó el pequeño digimon de color blanco. No soltó el agarre alrededor de Takuya ni siquiera cuando levantó la mirada. Sus ojos negros como el carbón, nos contemplaban con cariño— ¡Hace tantos años que nos los veía! ¡Pensé que ya no responderían al mensaje de Ofanimon-sama! ¡Pensé que se habían olvidado de nosotros!

Takuya le acarició, con torpeza, la cabeza al digimon lloroso y una sonrisa confiada se extendió por su rostro —Eso nunca, Bokomon. No nos olvidamos de ustedes... Eso nunca.

Detrás de él, que hablaba con la seguridad de siempre, los chicos y yo intercambiamos miradas de arrepentimiento. Casi sonaba a mentira... pero era la verdad.

No, realmente, no habíamos olvidado. Al menos, no del todo.

Aquel que había sido como una especie de guía en nuestras aventuras, comenzó a llorar de nuevo, emocionado por volver a vernos. Neemon recibió el consuelo de Junpei cuando nos las arreglamos para no parecer tan conmocionados.

Pero, ¿qué estaban haciendo ellos aquí? ¿Por qué habían ido al Mundo Real? ¿Que había ocurrido en el Mundo Digital?

Sólo ahora, cuando estábamos en la estación, con el recuerdo aflorando en el presente y envolviéndonos en la antigua adrenalina, la decisión de salir corriendo y dirigirme hacia este lugar se me antojaba demasiado precipitada. Pero no había vuelta atrás.

¿No es increíble como una pequeña elección puede cambiarlo todo? Realmente, podía decir que sí.

(***)


N/A:¡Hola a todos de nuevo!

Me sorprendí cuando terminé este capítulo porque solamente tuve que sentarme delante de la hoja y empezar a escribir. Espero que te haya gustado Takari95, aunque todavía todo es muy vago. La idea llegó desde que leí la descripción del reto y aquí está, finalmente. Solamente es el prólogo pero no creo tardar demasiado en subir el siguiente capítulo. Tampoco se que extensión tendrá, no serán muchos pero no quiero decir ningún número por si acaso.

Lo revisé, pero temo que haya algún verbo mal conjugado o algo por el estilo. Cualquier duda, corrección, sugerencia, comentario es bienvenido.

¡Muchas gracias por entrar a leer!