Prólogo

Peeta Mellark se sentía completamente atrapado, como un león enjaulado, rodeado de tanta gente famosa e influyente.

Estaba en la fiesta de compromiso que le había organizado su bisabuela, una mujer conocida por no tener pelos en la lengua y decir lo que pensaba con total sinceridad.

Peeta estaba seguro de que su bisabuela no dudaría en hacer gala de aquella famosa sinceridad para decirle lo que opinaba de su prometida.

Aquello le hacía gracia.

Era uno de los hombres más ricos del mundo y había aprendido a apreciar la sinceridad, un bien muy escaso.

Effie Mellark miró a su bisnieto a los ojos desde su corta estatura.

—Delly es una mujer preciosa. Todos los hombres de la fiesta te envidian.

Peeta inclinó la cabeza ante lo obvio y esperó a que cayera el hacha.

—Pero me pregunto qué tipo de madre será —continuó su bisabuela.

Peeta estuvo a punto de hacer una mueca de disgusto, ya que ni Peeta ni él habían pensado en tener hijos todavía. Jamás se le había pasado por la cabeza valorar el instinto maternal de su prometida. Tal vez, en unos cuantos años, tuviera descendencia, pero no le parecía de máxima importancia. De hecho, si no tenía hijos, elegiría a un sucesor y heredero de entre su extensa familia y punto.

Lo cierto era que no tenía especial interés en ser padre.

—Crees que no tiene importancia, crees que soy una anticuada —adivinó su bisabuela—, pero Delly es presumida y egoísta.

Peeta apretó los dientes. No le estaba haciendo ninguna gracia que censurara de aquella manera a la mujer que había elegido como esposa. Tampoco fue muy buena suerte que, justo en aquellos momentos, Delly estuviera buscando ser el centro de atención de nuevo. Lo cierto era que, en cuanto pasaba ante un espejo o ante una cámara, no podía evitar posar. Bendecida con unos ojos de color azul turquesa y pelo rubio platino, Delly, que era de una belleza impresionante, había sido el centro de atención desde que había saltado a la palestra pública siendo una adolescente. Al ser la heredera del imperio electrónico Cartwright e hija única, había crecido teniéndolo todo.

¿Cómo iba su bisabuela a entenderla?

Aquellas dos mujeres no tenían absolutamente nada en común. El padre de Effie había sido pescador, así su bisabuela había crecido siendo muy pobre y con una escala de valores muy rígida que no había cambiado con el paso de los años ni con el cambio de clase social. De hecho, siempre había estado muy orgullosa de no caer en los estándares esnobs de su descendencia, para la que se había convertido en fuente de vergüenza social por su lengua afilada.

A pesar de todo ello, el vínculo que existía entre Effie y Peeta era muy fuerte y se había forjado siendo él un adolescente rebelde sumido en un proceso de autodestrucción.

—No dices nada. La pregunta es: Si vendieras tus estupendas casas y te deshicieras de tu dinero, de tus coches y tus aviones mañana mismo, ¿seguiría Delly a tu lado? —Insistió su bisabuela—. ¡Claro que no! ¡Saldría corriendo como alma que lleva el diablo!

Mientras se ponía en pie, Peeta estuvo a punto de reírse al imaginarse la escena, pues, en aquella situación, Delly no sería más que una carga, ya que estaría todo el día auto-compadeciéndose y recriminándolo.

Sin duda, era el producto innegable de un entorno demasiado lujoso. ¿De verdad creía su bisabuela que iba a poder encontrar a una mujer que permaneciera impertérrita ante su fabulosa fortuna?

En cualquier caso, la implicación de que Delly, que tenía muchísimo dinero propio, tuviera un ojo echado a su fortuna le había tocado el ego.

Tras hacerle una señal, con la cabeza a Boggs, su jefe de seguridad, Peeta abandonó la terraza. Le había sentado bien tomar el fresco y había tenido oportunidad de calmarse y de preguntarse a sí mismo por qué había reaccionado así. ¿Tenía dudas sobre su matrimonio con Delly Cartwright?

No, a todo el mundo le parecía que era la pareja perfecta para él, pues tenía clase y habilidad para organizar las mejores fiestas. Pertenecían al mismo mundo de exclusividad. Delly entendía perfectamente las reglas. Pasará lo que pasara, jamás se divorciarían. Así, la fortuna y la influencia de los Mellark estarían protegidas durante otra generación.

Aun así, Peeta no debía olvidar que a los diecinueve años había salido con ella y, para horror de su familia, la había dejado. Sí, era cierto que era la chica más guapa del mundo, pero pronto había descubierto que tenía poco más que ofrecer aparte de belleza. Lo cierto era que le había parecido más fría que el hielo… tanto en la cama como fuera de ella.

Su falta de pasión lo había destrozado de adolescente, pues tenía la esperanza, alentada por su bisabuela, de que en algún lugar del mundo existía la mujer perfecta para él.

Desde luego, la había buscado. Había estado más de diez años pasando de una mujer a otra hasta que, al final, se había dado cuenta de que la mujer perfecta no existía.

Y ahora le parecía que Delly podía ser su esposa, pues se conocían bien y su manera de ser no afectaría a su estilo de vida.

A Peeta le gustaba hacer lo que le daba la gana como le daba la gana y cuando le daba la gana y estaba seguro que, casándose con Delly, aquello no iba a cambiar, pues Delly no era mujer de colgarse de su cuello ni de tener expectativas fuera de tono. Jamás se le pasaría por la cabeza hacer una escena ni demandar atención, amor ni fidelidad. No lo haría porque le importaría muy poco no tenerlo.

Era perfecta.

¿Qué más podía pedir un adicto al trabajo que una esposa a la que no le importara que tuviera otras relaciones sexuales con las que dar rienda suelta a su tensión laboral?

Delly estaría demasiado ocupada cuidándose y yendo de compras para vestir su precioso cuerpo como para sentirse abandonada por su maravilloso y millonario marido.

En cuanto Peeta volvió a la fiesta, Delly corrió a su lado para rogarle que la acompañara a hacerse una fotografía. Aunque a Peeta no le gustaba nada la publicidad, posó a su lado. Era su fiesta de pedida y quería hacerla feliz.

Agradecida, su prometida le puso la mano en el brazo y se inclinó hacia él.

—¿Esa arpía del rincón es de tu tribu o de la mía? —le preguntó riéndose.

Peeta se giró hacia donde le indicaba Delly y vio a una mujer mayor vestida toda de negro y sentada con la espalda muy recta. ¿Arpía? Como Effie apenas abandonaba la isla de Libos, poca gente la conocía.

—¿Por qué lo dices? —le preguntó a Delly.

—Me ha preguntado que sí sé cocinar —se burló su prometida poniendo los ojos en blanco—. ¡Y, luego, me ha preguntado también si te voy a esperar todas las noches cuando vuelvas del despacho! —añadió—. Ya se podía haber quedado en su casa. Qué vergüenza de mujer. Espero que no venga a la boda.

—Si ella no va, yo tampoco —contestó Peeta.

A continuación, observó cómo su prometida palidecía. Compungida, Delly lo miró lívida y le clavó las uñas en la manga de la chaqueta.

—Peeta, yo…

—Esa señora es mi bisabuela y le debes un profundo respeto —le advirtió con frialdad.

Apesadumbrada por haberlo ofendido, Delly dio un paso atrás y se humilló. Además de todos los defectos que Peeta ya conocía de ella, añadió el de la vulgaridad y la falta de sinceridad a la lista.

Hola:) les traigo otra historia adaptada de Lynne Graham Disfrutenla!

Nos leemos pronto :D