Sangre de demonio
Nadeshiko miko
Prólogo
Kagome apretó la fina tela que cubría su nariz y su boca. Odiaba ese olor tan intenso a hierbas medicinales que Miroku agitaba con el abanico con vehemencia.
Después de dos duros días de viaje habían llegado a una aldea donde se decía que residía un poderoso demonio en forma de serpiente; el mismo demonio que aseguraban había destruido la aldea vecina. Cuando atravesaron esa aldea no había ni un solo superviviente, lo más extraño es que no había ni sangre ni cadáveres, pero el fino olfato de Inuyasha había captado el aroma metálico que dejaba la sangre humana. Habían seguido ese olor hasta dar con él.
Una presencia maligna se escondía en algún lugar de esa cabaña.
Ahora su hanyou yacía mareado en el suelo, tapándose su nariz contra las mangas de su haori. Pobre, los aromas le afectaban mucho.
No hacía mucho que había vuelto de su mundo, tan sólo cuatro meses y habían sido los más bonitos de su vida. Después de tres largos años había logrado volver al mundo donde quería estar, junto a Inuyasha, el amor de su vida. Al salir del pozo que tantas veces había cruzado él la tomó de la mano y la ayudó a salir. Aunque quinientos años les separaba, ella sabía que Inuyasha la esperaba. Poco después, Sango le contó que cada tres días él iba al pozo con la esperanza de que regresase. Ahora era su esposa, la había marcado como los demonios marcaban a sus hembras. En la noche que poseyó su cuerpo clavó sus afilados colmillos en su cuello. Esa marca que lo adornaba indicaba que era suya.
Su cuerpo se tensó al percibir la presencia maligna. No era como antes, ahora se había hecho más poderosa. Del interior de la cabaña salió una serpiente, de no más de veinte centímetros.
—¿Ese es el poderoso youkai? —preguntó.
Miroku lo cogió de la cola y éste se agitó.
—Es una serpiente diminuta; no obstante, percibo un poder muy intenso.
De pronto, la serpiente se retorció y mordió la mano de Miroku. Los aldeanos gritaron asustados mientras la serpiente se hacía más y más grande. Tan grande como el árbol sagrado.
El caos invadió la aldea. Los humanos corrían de aquí para allá huyendo aterrados, chocándose unos con otros y empujándose.
El demonio fijó sus fríos ojos en Miroku, movió la cola y lo golpeó con ella con fuerza.
Kagome cogió una de sus flechas y la lanzó contra el demonio, el cual se movió con la velocidad de un parpadeo y la esquivó.
Inuyasha sacudió la cabeza obligando a su mente a despejarse. Sus amigos estaban en peligro, aquel estúpido demonio había osado atacar a su mujer y lo iba a pagar con creces. Dio un salto hacia él y usando sus garras arañó la escamosa piel de la serpiente. Nada más poner un pie en el suelo, la piel de la serpiente se había recuperado.
Intentando ayudar a Inuyasha, Kagome disparó otra de sus flechas, y luego otra, pero el demonio las esquivaba como si de un juego se tratara. Maldita sea, ¿qué podía hacer?
El hanyou desenfundó su espada y corrió hacia la serpiente gritando de rabia, su espada cortó la cola de la serpiente, pero ésta volvió a regenerarse. Él no se detuvo, volvió a cortar cada parte del cuerpo gordo y escamoso del demonio. Con un gruñido, usó el viento cortante y el demonio fue cortado en muchos trozos. Con una media sonrisa que mostraba uno de sus colmillos, el interior del hanyou gritó de júbilo por la victoria.
Las partes troceadas del demonio empezaron a moverse y se juntaron, volviendo a formar al demonio que se agitó enfurecido.
Kagome se apartó. ¿Estorbaba? Quizás, como siempre, en cada lucha ella permanecía la mayor parte del tiempo de espectadora, pocas veces intervenía con unas de sus flechas sagradas. Esta vez, en la lucha contra aquel poderoso demonio, Kagome había gastado todas su flechas en vano. Lo sabía: debería haberse quedado con Sango cuidando de los niños así no sería una distracción para Inuyasha que luchaba por mantener al demonio alejado de ella.
Desde que había regresado se sentía que ya no era la misma, su habilidad con el arco había mejorado pero sus poderes espirituales seguían en el mismo nivel que hace tres años, no era fácil entrenarlos cuando ni siquiera sabía como exteriorizarlos. En un mundo como el suyo esos poderes no se necesitaban.
Miroku se encargaba de viajar junto a Inuyasha por las aldeas para exorcizar casas o enfrentarse a demonios que molestaban a los aldeanos y ella había querido acompañarles para mejorar sus poderes.
Inuyasha utilizaba a Colmillo de Hierro contra el demonio, lo atacaba una y otra vez sin cesar y aunque lo hiriese, su poder de regeneración era sorprendemente rápido. Miroku estaba inconsciente en el suelo, a su lado y ella observaba la escena impotente. Su corazón martilleaba contra su pecho lleno de preocupación.
Aquel oponente no sería tan fuerte si no sus heridas no sanaran a ese ritmo, tenía que darle justo en el corazón si quería vencerlo, los golpes a cualquier otra parte del cuerpo era energía perdida, y él ya estaba bastante cansado. Kagome estaba apartada del campo de batalla y eso le tranquilizaba, no podía concentrarse al cien por cien con ella ahí. El mínimo fallo supondría una oportunidad para la serpiente gigante de atacarle. Retrocedió dando grandes saltos esquivando los colmillos afilados del reptil. Su respiración era agitada y su cuerpo le pedía un descanso, no sabía cuanto tiempo llevaba luchando pero aunque reduciese al demonio a mil trozos, éste volvía a su forma como si nada. El corazón era la clave, pero el maldito no le daba oportunidad para aproximarse.
Un golpe. Sólo fue un golpe de la enorme cabeza escamosa contra él y salió disparado hacia una cabaña, cayó sobre el tejado, el cual venció y la cabaña se derrumbó enterrándole. Tessaiga voló lejos de él. Malherido y casi con la consciencia perdida, escuchó el grito de Kagome y vio entre la neblina que se cernía ante él como el demonio se acercaba reptando hacia ella.
Kagome...
No, no podía permitir que le ocurriera nada malo. Tenía que protegerla. Ése era su deber, su obligación. La sangre de sus venas empezó a hervir y cada célula de su cuerpo latió con violencia...
Miró con los ojos abiertos de par en par como la serpiente se acercaba a ella. Maldición, Miroku estaba herido y tenía que hacer algo para protegerlo. Buscó en el suelo algo que le sirviera de ayuda mas lo único que encontró era el báculo del monje. Lo alzó para protegerse del ataque del demonio y un haz de luz violáceo emergió de él. La cara del demonio se quemó y este emitió un rugido de dolor. Kagome miró sorprendida su nueva arma, suponía que no importaba cual era el conductor para sus poderes. Un fuerte viento azotó sus cabellos y miró hacia la serpiente. El demonio formaba en su boca una bola de energía.
Tenía que proteger a Miroku. Huyó hacia la derecha, centrando la atención del demonio en ella. Oh, Kami, había vuelto después de tres años y su presencia en la edad medieval iba a ser muy corta.
Preparada para recibir el golpe cerró los ojos y esperó.
Esperó.
Confundida, abrió un ojo y luego el otro, en la cara de la serpiente se reflejaba sufrimiento y miedo.
Kagome frunció el ceño. Presentía una poderosa aura demoníaca que no provenía de aquel demonio.
Inuyasha estaba detrás de la serpiente y su mano había atravesado al reptil agarrando su corazón y arrancándolo del pecho. Unas líneas moradas cursaban sus mejillas, los colmillos se hicieron más prominentes, sus ojos eran de color rojo y su pupila alargada y brillante, sus garras eran más afiladas...Su sangre demoníaca había tomado control de su cuerpo otra vez.
El cuerpo inerte del demonio cayó al suelo e Inuyasha observó el cadáver con una sonrisa de satisfacción en sus labios. Su pecho bajaba y subía por la ira que sentía en su cuerpo y clavó sus diabólicos ojos en Kagome.
—Inu...yasha...
No, ya no era Inuyasha y no le gustaba la forma en que la estaba mirando. Cuando él dio un paso hacia ella se tensó.
—¡Siéntate!.
Continuará...
Supongo que soy adicta al lado malo de los chicos, aquí tenéis el prólogo de esta historia y espero que os haya gustado, es algo cortito, pero es una pequeña introducción ^^
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