Demon Girlfriend


Capítulo 1

Demon Hellow

A mí me dan miedo las mujeres, es una fobia que desarrollé a muy temprana edad por causa a una mala experiencia que viví en mi infancia. He ido a psicólogos para tratar de controlar mi aversión hacia el género femenino, pero no ha funcionado; haga lo que haga, no hay nada para curar mi miedo.

Nunca conocí a mi madre. Un día cuando le pregunté a mi papá que donde demonios estaba mi mamá, me respondió que ella era una actriz porno y que ella era tan maldita que él mismo le tuvo que pedir que no me abortara. Me contó que me dio a luz y a los cinco días se largó del hospital. Jamás la volvió a ver, así que es posible que jamás la conozca, y no es que a estas alturas de la vida me importe conocerla.

Mi papá también está bien jodido. Está gratamente consiente de que el cáncer a carcomido la mayor parte de sus pulmones y aun así sigue inundando la casa con el humo de su cigarrillo. Bebe ginebra caliente como si le pagaran por ello, y es tan vago que le cuesta trabajo levantarse del maldito sofá y por eso escupe el chimó en la alfombra.

No soy gay, de hecho me dan grimas los gais. Soy homofóbico y ginefóbico, sí, mi vida apesta. Si me gustaran los hombres quizás no me sentiría tan solo, pero no puedo ver a un chico como algo más que un amigo. Tampoco me gustan las mujeres, simplemente no me gustan, me dan mido, de hecho, cuando estoy cerca de una mujer empiezo a temblar como un perfecto idiota. Las razones son muchas y necesitan cierto nivel de entendimiento. El 95% de la población no entendería y al otro 5% les valdría un pimiento morrón.

Bien se podría decir que yo también estoy jodido, mi vida está jodida, mi mundo social está jodido y mis estudios, por cierto, también están bien jodidos. La peor parte es que no me importa, por eso me río de repente y la gente se me queda mirando.

Creo que si fallezco nadie me lloraría, y no culpo a nadie, la verdad no he hecho casi nada productivo desde el principio de mi existencia, incluso dudo que a alguien le importe. Akaito y Kaito, ellos son mis únicos amigos, quizás ellos me lloren.

Derramé una lágrima sin darme cuenta. Maldición, parezco una nena llorando de la nada. Duele sentirse así como si no hubiese nada que me ligara a este mundo. A veces pienso seriamente en rendirme, ya sabes, suicidarme de una vez.

—Oye, ¿Estás bien? —Escuché de repente.

Levanté la vista y miré un despampanante cielo azul.

Yo estaba en el parque, ese era un día bastante hermoso. Me estaba preparando mentalmente para saltar al extenso lago cristalino que estaba enfrente de mí, para intentar ahogarme en paz, pero una voz me paralizó por completo.

Científicamente está comprobado que el rugido del tigre o de cualquier otro felino está diseñado para paralizar completamente a su presa, pues de esa manera me sucede a mí con la voz de una mujer, ¿me entienden?

—¿Te sientes bien? —Volvió a preguntarme la misma chica que repentinamente se sentó al lado de mí. No comprendí quién demonios le dio permiso para sentarse allí. Una completa desconocida me estaba hablando como si nada. Eso me tensó completamente—. Hola… ¿Te sientes bien?

—Vete. —Le dije.

—¿Te sientes mal?

—No me pasa nada, vete. —Le dije sin mirarla. De repente me tocó el hombro. Yo no soporto que me toquen. Sentí miedo cuando me tocó el hombro. Juro que sin conocerla la odié profundamente, sin embargo no hice nada porque estaba muy nervioso.

—¿Por qué estabas llorando? —me preguntó.

—No te importa. Vete, me molestas. —Volví a recalcar sin evitar sorprenderme por su tolerancia. La gente de hoy en día tiende a ser sumamente sensible, en la actualidad debes cuidar inclusive la manera en como miras a alguien, ya que a ciertas persona les ofende incluso una mirada. Sin embargo esa chica seguía allí a mi lado, aunque yo le había hablado de esa forma tan grosera.

La miré de soslayo y ella sonrió. Sonrió de una manera que no puedo explicar con palabras. No supe lo que sentí realmente, asco o miedo, o desconfianza, o cualquier otra cosa.

—Está bien que hables conmigo. —me dijo.

Yo sólo guardé silencio, no quería hablar con nadie. Ambos miramos fijamente la laguna al frente de nosotros y nos rodeó una atmósfera pacífica, de esas que son extrañas porque sientes que es un momento incomodo pero en realidad no quieres que nada lo interrumpa. Finalmente fue ella la que habló primero.

—Vaya, que calor hace por aquí —comentó con tono amable para luego mirarme—. Entonces… ¿Me vas a contar que te sucede? Porque no es normal ver a un hombre llorando en pleno parque público.

—El motivo por el cual yo esté llorando no es de tu incumbencia, chismosa. —respondí maleducadamente. Esa chica me estaba sacando de quicio—. Tampoco es normal que una chica se acerque a un desconocido y le hable tan confianzudamente. Es desagradable.

—¡Mou! Que malo eres… —dijo ella con una melosidad que no supe deducir. Juro por Dios que pensé que sufriría un infarto del susto que me dio—. Y si yo soy chismosa, tú eres un marica.

—¿Qué? —pregunté asombrado. De inmediato me pregunte como esa atrevida tenía el descaro de llegar sin ser invitada, usurpar mi momento de reflexión existencial, y por encima llamarme "marica".

—Marica. —Me repitió cínicamente—. Si me dices chismosa, pues tú eres un marica por ser un hombre que llora.

—Los hombres también lloran, ¿Sabías?

—Pero no lo hacen en medio de un parque. —Objetó como si se tratara de lo más obvio del mundo—. Además, cuando un hombre llora es porque su vida está verdaderamente jodida y necesitan ayuda.

—¿Eh? — Me sobresalté ligeramente al escucharla.

Vaya, tanto se me notaba lo jodido, me pregunté con ironía. Su comentario hizo que yo virara a verla. En todo el rato no me había atrevido a mirarla, no era fea. Sus ojos eran tan azules como un par de zafiros resguardados tras una gruesa capa de pestañas y su piel era nívea-rosa-pastel, su cabello corto era de un amarillo tan brillante como lingotes de oro y su sonrisa no tenía una descripción. Estuvo a punto de tocarme pero yo me levante antes, con el ceño fruncido y mirada tétrica. Creo que la asusté con mi gesto porque su sonrisa se desvaneció lentamente. Se levantó y, para mi desgracia, otra vez se acercó.

—Dime tu nombre. —Me ordenó aun teniendo la moral de siquiera hablarme. Pero yo estaba demasiado nervioso así que se lo dije, pensé que de esa manera se largaría.

—Len. —respondí.

—Qué lindo. —Comentó sonriendo—. Yo soy Rin. —Ella me extendió la mano pretendiendo que yo la tocara. Ni loco la tocaría. Es muy riesgoso tocar una chica, ellas son muy higiénicas y a mí no me gusta la higiene—. Mucho gusto, Len. —dijo nombrándome de manera confianzuda, sin ni siquiera agregar un kun o san.

—S-sí. —La dejé con la mano extendida.

—Entonces… —ella bajó la mano y se acercó un paso hacia mí, y a su vez yo me alejé un paso de ella—. ¿Quisieras ir a pasear por aquí? Conozco un lugar donde venden unos buenos helados. —indicó sonriendo.

—¿Acaso hablo francés? ¿Eres idiota? ¡¿No entiendes que quiero que me dejes tranquilo?! —exclamé sulfurado.

Y… ¿En qué momento perdí los estribos? Ni yo mismo me doy cuenta de mis actos. Yo soy de ese tipo de personas que actúan (sin pensar) y luego se arrepienten, para cagar un poquito más mi patética personalidad.

Demonios, esa rubia sólo quería ayudarme y yo le acababa de gritar como todo un miserable bastardo. Todo a mí alrededor se detuvo y los transeúntes nos miraron fijamente. Me sentí como si quisiera que la tierra se abriera (y me masticara dolorosamente) y me tragara de una vez por todas para desaparecer finalmente, pero los milagros no llegan tan fácil (incluso dudo que existan).

En el silencio pretendí que la chica fastidiosa me dejaría en paz de una vez por todas, pero no, ella no se movió ni un centímetro, más bien ensanchó su sonrisa. Todo a mí alrededor volvió a su curso natural.

Ella me tomó del brazo y (en contra de mi voluntad) me lanzó hacia el césped.

—Cuéntame, ¿Cuál es tu problema?

—Tú eres mi problema. —contesté de mala gana, sentándome.

—Mou, pero antes de que yo apareciera tú tenías un problema más grande. —contraatacó.

Esa chica no era normal, definitivamente. Es que nadie en su sano juicio es tan idiota como para quedarse junto a un desconocido mal educado y grosero, y por encima seguir siendo tan amable.

—¿Cómo te hago entender que quiero que te desaparezcas de mi vista?

—Si tanto me quieres fuera de tu vista, entonces levántate y vete tú. —dijo ella sonrientemente. Descarada.

—¿Por qué haces esto? —respondí enojado antes de levantarme. Era una buena idea, yo estaba dispuesto a irme pero tenía curiosidad por saber el porqué de su importuna amabilidad.

—Es que… —La rubia desvió su mirada y se sonrojó de una manera extraña. Eso sí, sería un descaro negar que ese color en sus mejillas era tierno, pero por alguna razón, me preocupé. Parecía que esa chica en cualquier momento sufriría un ataque de ansiedad. Yo la miré interrogante cuando la vi abrir la boca y cerrarla para abrirla de nuevo y volverla a cerrar. Momentos después finalmente me dijo: —. Es que tú… me gustas.

Pensé escuchar mal, así que verifiqué.

—¿Qué?

—Me gustas. —dijo esa chica sonrojándose aún más.

Quedé en shock.

—¿P-pero cómo puedo gustarte si me acabas de conocer?

—No, llevo varios días viéndote pasear por aquí pero jamás me había atrevido a hablarte, sin embargo cuando te vi llorar me preocupé —indicó nerviosa, empezando a jugar con sus dedos—. Yo... cuando te vi por primera vez, me enamoré.

Miedo. Cuando esa desconocida se confesó no pude sentir otra cosa más que miedo, pero no el tipo de miedo que sientes cuando experimentas las "mariposas en el estómago", no, era más a un miedo como el que siente un infante cuando ve por primera vez EL Exorcista y llega el momento de ir a la cama; quería salir corriendo, pero estaba completamente entumecido. ¡Era un idiota! Como es que una simple chica me causaba tanto pánico.

—E-e-eso es ilógico. —tartamudeé—. Una persona no puede enamorarse de otra sólo con mirarla.

—Sí, si puede. A mí pasó contigo. —dijo ella sonriendo. Era como si esa maldita sonrisa fuese infinita. Era molesta porque se veía que era una sonrisa espontánea y sincera. Era molesta porque yo jamás he podido sonreír así, de hecho, sonreír en ocasiones me cuesta mucho trabajo y ella lo hacía ver tan fácilmente que molestaba.

Me levanté y corrí como todo un cobarde. Me alejé de esa rubia lo más rápido que pude, creo que corrí como jamás había corrido en mi vida, como si un batallón de zombis hambrientos (de esos que corren como atleta olímpico) me estuviese persiguiendo.

Me llevé a unas cuantas personas en mi trayecto, escuché unas cuantas maldiciones y mentadas a la madre que nunca conocí, pero no me importó. Me dirigí hacia el estacionamiento, cogí mi motocicleta y la encendí dispuesto a irme. Por alguna razón mis planes suicidas habían sido saboteados por esa rubia infernal, así que estaba enojado. Cuando estoy enojado tiendo a desquitármela con el acelerador y la carretera. No me vendría mal morirme estrellado un día de estos. No obstante jamás he tenido un accidente de tránsito, a pesar de que me enojo unas tres veces al día, siete días a la semana. Es irónico. La jodida suerte actúa en los momentos menos necesarios.