No volvió a verla en una semana.

Era finales de febrero, y el sol había decidido darles un pequeño avance de la primavera que se acercaba. En cuanto salió de casa aquella mañana, Anna sonrió e inmediatamente se quitó la chaqueta para notar el sol en su piel. Entró al coche de un salto y bajó las ventanillas del coche para el viaje de media hora al asilo, deleitándose en la calidez y luminosidad del sol.

Saludó con la mano a los celadores que se iba cruzando mientras iba a la sala de visitas, todos y cada uno de ellos felices de verla. Siempre era un placer tener a Anna en el asilo; su amable sonrisa podía animar a casi cada uno de los otros pacientes, sorprendidos de recibir tanta amabilidad de un extraño. Muchos de los pacientes se acercaban a Anna simplemente para conversar o, en uno de los casos (el de un pequeño niño de ojos oscuros y distraídos), abrazos calentitos.

Pero sólo cuando su hermano no estaba cerca.

Cuando Hans estaba con Anna, los otros pacientes e incluso los celadores les rehuían. Anna nunca se daba cuenta, pero los ojos verdes de su hermano se reducían a finas rendijas y lanzaban miradas asesinas a cualquiera que se les acercaba. El mensaje estaba claro: nadie sino Hans podía disfrutar de la compañía de Anna.

Ella, como ya hemos dicho, no se daba cuenta de nada.

Cuando llegó, él ya estaba esperándola en la sala, y una sonrisa se extendió por su rostro mientras se acercaba a ella, envolviéndola en un abrazo de oso que la levantó del suelo.

-¡Hola, hermanita!

-¡Hans! -exclamó ella entre risas -¡Bájame!

Él la hizo girar y después la dejó sana y salva en el suelo. Anna le dio un leve puñetazo en el hombro, echándose a reír de nuevo cuando Hans fingió que le había hecho daño.

-¡Bueno! -sonrió ella -Por si no te has dado cuenta, hoy hace un día precioso. ¿Te apetece dar un paseo?

A Hans se le iluminaron los ojos.

-¿Bromeas? ¡Joder, y tanto que quiero salir, llevo metido aquí respirando este aire rancio demasiado tiempo!

Anna dio un respingo al oír la palabrota (no soportaba que la gente las dijera), pero la sonrisa no desapareció de su rostro cuando fue a hablar con el señor Oaken, el celador que estaba de servicio.

El señor Oaken era el hombre perfecto para dirigir la sala de visitantes. Por un lado, era un tipo inmenso, así que incluso los pacientes más agresivos se comportaban de forma impecable cuando él estaba cerca. Pero también era un auténtico trozo de pan, así que aunque podría cogerte con una mano y lanzarte por los aires sin ningún esfuerzo, generalmente era demasiado bueno para dar miedo.

-¡Yuju! ¡Qué bien verte de nuevo, Anna! Visitando a tu hermano de nuevo, ¿ja?

-¡Sip! Me estaba preguntando si podría sacarle fuera. Quiero decir, hace un día precioso y, ya sabes, no quiero meter la pata ni nada pero creí que algo de aire fresco le podría sentar bien y…

El señor Oaken hizo un gesto con la mano al oírla desvariar.

-Pues claro, querida. Simplemente firma aquí y sigue el camino por el que has venido. Hay un sendero cerca de la entrada que lleva al jardín. Desgraciadamente no habrá muchas flores ahora, pero tienes razón, puede hacerle bien, ¿ja?

Anna suspiró aliviada. Escribió su nombre y el de su hermano en la hoja de papel que le dio el hombre, y después miró la hora en su teléfono para escribirla.

Tras dedicarle una última sonrisa al señor Oaken, la cual él le devolvió, se giró y levantó los pulgares mirando a su hermano.

Él sonrió y se acercó rápidamente a ella, ofreciéndole el brazo para que se agarrase. Anna rió y le hizo una reverencia, entrelazando su brazo con el de él.

Antes de irse, la joven echó un rápido vistazo a la sala de visitantes. Había una paciente, una mujer alta de pelo oscuro y bello rostro que estaba de pie frente a la ventana, mascullándole a su reflejo. Algunos otros pacientes también andaban por allí, hablando con personas que claramente eran del mundo exterior. Amigos, familia, seres queridos.

Anna se sintió un poco decepcionada cuando no vio entre ellos una cabellera rubia pálida.

Fuera, el sol aún brillaba con fuerza.

Anna podía ver que su hermano estaba disfrutando. Seguía con la cabeza a cualquier pájaro que volase cerca, y de vez en cuando respiraba profundamente, soltando el aire con un exagerado suspiro.

-Dios, cómo he echado de menos el aire fresco.

-Me lo imagino.

Hans se giró hacia ella y le sonrió.

-Gracias por esto, Anna.

-¿Por qué? -preguntó ella, ladeando la cabeza.

-Por visitarme siempre. Realmente ayuda, aunque sé que no debe ser fácil. Hay otras cosas que podrías estar haciendo.

-¿Como qué? -resopló la pelirroja- ¿Cotillear con las "princesas" del instituto sobre todos y cada uno de los chicos a diez metros a la redonda? Te lo juro, si Ariel vuelve a decirme una vez más que va a fugarse con su novio Eric, en su próximo entrenamiento de natación me aseguraré de que se queda bajo el agua. Aunque, considerando que es prácticamente un pez, seguramente lo disfrutaría.

Hans se echó a reír.

-Hablando de chicos, ¿estás ya saliendo con Kristoff? ¿Tengo que darle la charla de hermano mayor la próxima vez que le vea?

Anna se sonrojó violentamente, quedándose plantada en el suelo y haciendo que su hermano perdiese el equilibrio cuando intentó seguir andando.

-¡Kristoff y yo no estamos saliendo! ¡Y nunca lo haremos! ¡Dios, Kristoff es mi mejor amigo! ¡Hemos crecido juntos! ¡Le he visto hurgarse la nariz y comerse los mocos!

Hans alzó una ceja.

-¿Y? Todos los hombres lo hacemos.

Anna quiso gritar de exasperación, y se cubrió el rostro con las manos.

-Eso es asqueroso. Hans, Kristoff y yo no vamos a salir juntos nunca. Si lo hacemos, eso significará que tengo un serio problema y que me puedes reservar un hueco en tus sesiones de terapia de grupo.

Hans puso los ojos en blanco y arrastró a su hermana a un banco un poco apartado del camino que recorrían. La hizo sentarse a su lado y echó la cabeza hacia atrás, dejando que le diera el sol en la cara.

-Niégalo todo lo que quieras, pero Kristoff es el único con el que te veo. No te sorprendas cuando pase.

Anna resopló y cruzó los brazos, apoyando la espalda en el banco. Los dos hermanos se quedaron un rato en silencio, únicamente roto por el ocasional canto de un pájaro. La joven se fue relajando poco a poco, dejando a sus ojos vagar por los alrededores. Por mera curiosidad, comenzó a contar las ventanas en el edificio del asilo, empezando por abajo y subiendo.

Sus ojos color turquesa se pararon cuando llegaron a las catorce ventanas.

Había encontrado la cabellera rubia que faltaba en la sala de visitantes.

En el segundo piso, la tercera ventana empezando por la derecha, estaba ella. La hermosa chica que había conocido el día anterior en la sala estaba mirando por la ventana, con las manos pegadas al cristal. Tenía los ojos muy abiertos, y Anna podía ver desde donde estaba que su aliento estaba empañando la ventana. Parecía como si estuviese viendo el sol por primera vez, y eso le hizo reír.

Casi como si la hubiese escuchado, la rubia clavó sus ojos azules en ella y la chica se quedó paralizada.

Se quedaron mirándose por un rato, hasta que Anna sonrió y la saludó con la mano. La chica dio un saltito, abriendo aún más los ojos. Tras un rato, con una mano aún contra el cristal y la otra en su boca, probablemente mordiendo una de sus perfectas uñas, la chica rubia la saludó tímidamente.

-¿Hans, quién es ésa?

-¿Hm? -Hans abrió un ojo, mirándola. Cuando vio que miraba hacia arriba se enderezó y siguió su mirada, pero cuando vio a la chica rubia entrecerró los ojos, algo que hizo que la chica se apartase inmediatamente de la ventana y desapareciese de nuevo en la habitación en la que estuviera. -Ésa es la Reina del Hielo.

-¿La qué?

-La Reina del Hielo. Es lo que todos la llaman. Nunca habla, ignora a casi todo el mundo, y según la Comadreja lleva aquí mucho tiempo -el chico se recostó de nuevo contra el respaldo del bando. -Mantente alejada de ella. No quiero que te contagie su rareza.

Ignorando el mote de Hans para su terapeuta, Anna frunció el ceño ante su odio sin razón hacia la rubia. Su rechazo hacia ella y los problemas que la chica claramente tenía hicieron que Anna se enfadase con su hermano, tanto como era posible sin querer recurrir a la violencia. Pero se quedó callada, sin querer arruinar el momento. Después de todo, estaba acostumbrada a que su hermano fuese grosero e insensible con otras personas. Incluso antes de su crisis nerviosa, ya había sido así.

Volvió a mirar a la ventana, decepcionada al ver que la chica no había vuelto.

La Reina del Hielo, ¿eh? pensó Anna durante un rato. No le pega para nada. Es demasiado adorable.