Disclaimer: Los personajes de la saga Crepúsculo le pertenecen a la inigualable Stephenie Meyer, yo sólo me divierto junto a ellos ubicándolos en un mundo paralelamente imaginario que brota de mi alocada cabecita soñadora.

.

Trato Hecho

.

Beteado por Isa :)

.

Capítulo uno: La loca del parque

Mantuve mi vista fija en el rostro de mi mejor amiga. ¿Había dicho lo que creí que dijo?

—Ya… deja de poner esa cara, Bella —rodó sus ojos—. Lo que he dicho no es nada más que la verdad. ¿Sabes? Muchas veces no te comprendo; te quejas porque no tienes novio, pero andas esperando un milagro todos los días. ¡Un hombre no aparece por arte de magia o algo así! ¿Dónde se vio eso? Tendrías que dejar de leer tanto, esos libros te meten basura en la cabeza.

—¿Me estás diciendo todo esto porque rechacé mi cita con Mike Newton? —Mi voz sonó rara. Estaba disgustada, muy disgustada.

—A Mike Newton, a Quil Ateara, a Eric Yorkie… podría seguir —bufó—. ¿Cuándo entenderás que los príncipes azules no existen? ¿Que sólo son patrañas inventadas para ilusionar a pobres chicas como tú?

—¿Pobres chicas como yo? —pregunté perpleja. ¿Cómo rayos habíamos llegado a este grado de discusión?—. Discúlpame, Alice, pero es mi manera de pensar y actuar. Si a ti te viene bien cualquier persona de tu sexo opuesto… perfecto, pero a mí no.

—¿Me estás llamando fácil? —Sus ojos se abrieron, sorprendidos.

«Yo diría puta».

Sacudí mi cabeza despejando la vocecita de mi conciencia.

—No —negué con la cabeza—. Pero sabes cómo soy, sabes que esperaré al indicado y que…

—¡Tienes veintitrés años y jamás has tenido un novio!

—¡¿Y eso qué?! —bufé—. ¿Acaso es tu puto problema? ¡Déjame vivir mi vida!

—¡Me preocupo por ti, por eso te digo todo esto! —siguió gritando.

Jalé mis cabellos fuertemente, tratando de encontrar paciencia en donde no había.

Este era siempre nuestro punto de inflexión: mi vida sentimental. Por ahí, muchos se preguntarán por qué tanto rollo con esto, bueno… tienen toda la razón, pero mi mejor amiga —aunque en estos momentos sólo quería estrangularla hasta hacerla callar—, no podía mantener el pico cerrado, criticando el estilo de vida que quería mantener.

Está bien, tengo veintitrés años y jamás he tenido una relación estable con ningún hombre; era virgen en todo el sentido de la palabra; aunque quise cambiar esa condición, ya que había tenido algunos encuentros con hombres en busca de mi chico ideal, pero todas fueron desastrosas. Sólo me arrepentí de idealizar el amor con la desesperación de poder sentirme enamorada por primera vez. Aunque luego comprendí, que sólo lo hice siguiendo la corriente de los demás. Había sido una estúpida, ahora lo reconocía, pero me alegraba por no haberme entregado a cualquiera, eso no me lo perdonaría nunca.

—Ya te hablé del amigo de Jasp…

—¡Ya basta con tus jueguitos de Cupido! —estallé—. Alice, me tienes hasta el cuello con tus citas, ¿no entiendes que no quiero, que siento que no estoy hecha para el amor?

—¿Quieres que comience a comprarte los gatos? —preguntó irónica—. Serás la típica vieja loca dueña de muchos gatos, toda zaparrastrosa y con olor a popó felino.

—Problema mío si quiero terminar como una solterona. —Crucé mis brazos sobre mi pecho—. No estaré junto a nadie sólo para no sentirme sola. Lo intenté, no pude y punto final.

Alice mantenía sus ojos fijos y enojados en los míos. Si hubiese sido otro momento me hubiese reído de ella; pero si ahora lo hacía, mi cuerpito volaría por la ventana y no sería una agradable caída.

No, gracias. Quiero vivir.

Ambas éramos muy tercas y no dábamos nuestro brazo a torcer; aunque esta vez, ella era la que se ensañaba conmigo. Hasta me animaría a decir que sus palabras tenían un cierto grado de maldad.

—No has intentado lo suficiente.

Exclamé una carcajada falsa.

—¿Qué no intenté lo suficiente?

—No, Bella. Riley era un buen chico, sin embargo lo dejaste solo a dos míseros meses que anduvieron juntos. ¿Qué es lo que te pasa? Prácticamente toda tu familia piensa que eres lesbiana porque no conocieron un puto novio de tu parte.

Eso era verdad, me lo habían dado a entender… pero, ¿qué más da? Que piensen lo que quieran, era mi vida y yo me sentía tranquila esperando al hombre indicado para mí, yo creía en eso y me afianzaba a ese ideal con uñas y dientes.

—Pues, que piensen lo que quieran —bufé, rascando mis sienes—. Tampoco es que me quitan una noche de sueño.

—Estás todo el día encerrada, tu rutina es: Universidad, departamento y la cabeza metida en tu computadora escribiendo historias. No haces otra cosa, ¿qué clase de vida es esa? —Soltó un suspiro—. Ve de fiesta, emborráchate, acuéstate con desconocidos, vive la vida, Bella.

—¿Eso es vida para ti, Alice?

—Es lo que gente de hoy en día hace —suspiró resignada—. Eres tan aburrida, Bella. Deberías replantearte varias cosas.

Enarqué una ceja.

—¡No me jodas, Alice! —grité—. ¿Qué tiene de malo cambiar un fin de semana por quedarme leyendo o escribiendo hasta altas horas de la madrugada?

—¡Muchas! —Extendió sus manos hacia el techo—. No tienes vida social, los únicos que te hablan somos yo y tus estúpidos personajes de libros.

—¡No te metas con los personajes de los libros! —siseé, completamente cabreada.

—¿Ves? Estás completamente loca.

—Qué bueno es saber que piensas todas estas cosas de mí, Alice. Al fin y al cabo con amigas como tú, ¿quién necesita enemigos?

—¡Ah, no, no, no, no y no! —dijo rápidamente—. No a la parte melodramática, si te digo esto es porque te quiero y porque quiero verte feliz. Pero no dejas que nadie se te acerque, ¿le tienes fobia a la gente o algo así? Podríamos hablar con especialistas y…

—¡¿Puedes dejar de hablar?! —rugí—. Mira, te diré tres cosas: primero, sé lo que hago y sé lo que quiero. Segundo, me importa un bledo lo que la gente hable de mí y, tercero, ¡ya déjame en paz con ese tema!

—Pero… Bella, todas en nuestro grupo de amigas hemos tenido novio o, al menos, coquetear con chicos. ¡Tú ni eso! Hasta la frígida de Tanya tiene un chico para ella.

¿Qué tenía que ver la pobre de Tanya con todo esto?

—Es lo que me tocó, ¿de acuerdo? No es mi culpa que los hombres se asusten porque encuentran a una mujer seria que no se presta para jueguitos. ¿Es un pecado capital querer esperar al indicado?

—Te terminarás casando con un esqueleto. —Rodé los ojos—. No te digo que esté mal, pero puedes pasar el rato mientras esperas hasta que llegue, ¿qué dices?

Silencio, ya ni gasté saliva en responderle.

—Hoy en la noche habrá una fiesta, puedo hablar con los chicos para que se te dé por fin y…

—¡Vete al carajo, Alice!

Cabreada, tomé mi chaqueta del perchero y salí echa una furia del departamento. Siquiera me detuve a esperar el elevador, bajé a grandes zancadas por las escaleras. No tenía que bajar muchos pisos igualmente, sólo vivíamos en el segundo.

Gracias a Dios.

—¿Estás bien, Bella? —preguntó Peter, el conserje del edificio.

Sólo asentí con la cabeza y me dirigí rápidamente hacia la acera, deteniéndome allí para mirar a ambos lados y poder atravesar la avenida.

Apenas pisé el suelo del Central Park, me adentré hacia él y me senté en una banca —maravillosamente libre—. Este parque era mi sitio de refugio, en el cual podía pensar tranquilamente sin vocecitas a mi alrededor que me molestasen; últimamente eran muy seguidas.

Miré a las personas que me rodeaban y me sentí peor al ver numerosas parejas desbordando amor por todos sus poros. Quise vomitar arcoíris de colores, en serio. Mi humor decayó todavía más puntos.

¿Por qué había nacido con tanta mala suerte? Sin lugar a dudas, estaba segura que el amor no estaba hecho para mí o yo no estaba hecha para el amor, no había otra explicación.

Mi vida era patéticamente aburrida, siempre he sido la muchacha ejemplar, la cual toman de ejemplo para cada cosa. ¿Qué tenía eso de bueno? Nada, joder.

Me consideraba una persona tranquila, de bajo perfil, soñadora… ¡oh, sí! Muy soñadora, pero… ¿eso estaba mal? Yo vivía en mi propio mundo, imaginando lo que me gustaría que me pasase e inmortalizando esas historias en mi computador. Para muchas chicas de mi edad, estaba desperdiciando claramente la vida. Pero… ¿Qué sabían ellas de la vida?

Lógicamente cada uno tenía un punto distinto de ver las cosas, por supuesto. Pero… si yo respetaba su punto de vista, ¿por qué ellas no respetaban el mío?

Las palabras que más me hirieron fueron las de Alice —mi mejor amiga—. Prácticamente nos conocíamos de toda la vida, nos habíamos criado juntas, yendo al mismo instituto y aventurándonos a perseguir nuestros sueños a la ajetreada cuidad de New York. Si ella me conocía desde los cinco años… ¿Por qué seguía insistiendo en lo mismo?

Había nacido en Tacoma, una hermosa ciudad en el estado de Washington, pero sólo a los cinco años de edad me había mudado a Jacksonville junto a mi madre cuando ella se separó de mi padre. Desde ese momento, suponía, que había quedado algo traumada por la separación de ellos. Había sufrido mucho con esa decisión de su parte, aunque ahora entendía que fue lo mejor que pudieron haber hecho.

Mi gran secuela de todo ese episodio fue, sin poder evitarlo, tenerle terror a las separaciones. Por esa razón, había decidido que el día que entregase mi corazón por completo tomaría todos los recaudos para entender que era el indicado; si en un futuro deseaba tener hijos, no me gustaría que tuviesen que sufrir una separación de sus padres, como lo había sufrido yo.

¿Estaba mal pensar de esa manera? ¿Era malo esperar el tiempo que fuese suficiente por el hombre indicado?

Absolutamente toda mi familia me tenía harta con ese tema. Cuando llamaba a mi madre, antes que el típico «hola» como saludo estaba su pregunta: «¿Ya tienes novio?». Muchas veces no creían cuando desmentía cualquier posibilidad de relación alguna, daban a entender que yo tenía algún «ligue» oculto por ahí. Lo más vergonzoso de decir, era que hasta mi padre preguntaba si ya tenía un yerno o no. ¿No era que los padres jamás querían un novio para su hija?

Mi familia era tan normal como yo, por supuesto.

En mi grupo de amigas, el tema que siempre se sacaba a debatir era el de los hombres. Cuando me preguntaban algo a mí no sabía qué responder, me sentía muy incómoda con ese tema; después de todo no tenía ni idea de cómo funcionaba una relación. Al fin y al cabo, las únicas relaciones que conocía estaban en hermosos rectángulos con numerosas páginas que me transportaban a un mundo de sueños y me hacían desear ser alguna protagonista de ellos.

Suspiré y traté de serenarme, aún temblaba por el enojo que sentía conmigo misma.

Varias veces me había planteado si algo andaba mal conmigo, es decir… quizás no era algo normal que ningún chico lograra llamar mi atención o, si lo hacían, siempre era la simpática amiga que hacía reír a la gente, pero nunca la chica en la que alguien se fijaría. ¡Oh, sí! La friendzone, yo la conocía muy bien. Me pasó con dos chicos y fue realmente frustrante.

Váyanse a la mierda, cabrones.

El último paso que me faltaba para sentirme más sola y peor conmigo misma era el que Alice se pusiera de novia. Dicho y hecho, hacía más de cuatro meses salía con un chico y estaba idiotizada con él. Jasper era un buen muchacho, claro que sí, pero… escuchar las veinticuatro horas del día hablar de él era realmente fastidioso. Con mi mejor amiga de novia y hablando sin parar de su perfecto chico, el sentimiento de soledad me golpeaba fuerte y duro.

No voy a negar y decir que no quería a nadie conmigo porque sería una total mentira. Por supuesto que quería tener a alguien a mi lado, que me abrazara, que me apoyara, que me hiciera sentir bien. Pero no quería que lo hiciera cualquiera, quería que lo hiciera el indicado.

Más de una vez Alice me había dicho que el amor era un constante ensayo de prueba y error, que era prácticamente imposible encontrar al indicado a la primera opción. Logró convencerme y fue la única vez que tuve un… «Chico».

Riley era una muy buena persona, pero lo veía más como amigo que como otra cosa. Si bien llegué a pensar que estaba enamorada de él —una gran equivocación de mi parte—, sólo duramos unos dos meses. Aunque tampoco es que hayamos sido algo… sólo andábamos; ya saben, besitos de acá, besitos de allá. Sin embargo, no me arrepentía por haber estado con él, pero sí lo hacía por no haber esperado más tiempo.

Ahora ya no había nada que hacer, pero aprendí de eso y decidí que esperaría a que el amor tocase mi puerta. Mientras tanto, me concentraría en mis estudios e historias por acabar.

Estaba cursando el último año en la Universidad, me graduaría este año de licenciada en Literatura y estaba más que feliz. Aunque en este último tiempo me había animado a comenzar a escribir mis propias historias, aún nadie las había leído porque era muy recelosa con ellas, pero esperaba que algún día pudieran ver la luz y les llegara a varias personas, sea para bien o para mal.

Mi vida se resumía a eso: Universidad, escritura y lectura, no había nada más. Yo me sentía bien de esa forma y eso era lo que importaba, ¿o no?

—¿Mal día? —preguntó una voz a mi costado. No pude evitarlo y me sobresalté—. Lo siento, no era mi intención asustarte.

Giré mi rostro y, justo al lado mío, sentado en la misma banca que yo, había un hombre muy guapo. Sus ojos eran de un intenso color verde, que con la luz del sol se veían luminosos y expresivos. Su cabello era de un color castaño cobrizo con ligeros reflejos claros, por la claridad del día. Sus pómulos estaban bien marcados y su nariz recta. Definitivamente, su rostro tenía las características perfectas para describirlas en un libro. Lo anoté mentalmente.

«Hola, guapo.»

Escuché un silbido en mi mente y lo ignoré completamente. Sacudí mi cabeza alejando la molesta vocecita, no estaba de humor ni siquiera para pelear con mi conciencia, y me concentré en el hombre que tenía a mi lado. ¿De dónde había salido?

—Creo que sí —encogí mis hombros, respondiéndole la pregunta anterior—. No quiero sonar maleducada ni nada por estilo pero… ¿De dónde rayos saliste?

El muchacho enarcó la ceja y me miró algo sorprendido por mi pregunta. Pero ¡oigan!, era algo extraño que apareciera como por arte de magia, era lógico que preguntara eso… creo.

—¿Te molesto aquí? —su ceño se frunció más y se arremangó un poco las mangas de su camisa blanca, acomodando su saco en el regazo.

—No, no, no es eso —le resté importancia haciendo un gesto con la mano—. Es sólo que me has tomado por sorpresa apareciendo tan de repente… ¿te abdujeron los ovnis? —¿Qué acababa de decir? ¡Tonta, debes aprender a cerrar esa boca! ¡No puedes decir todo lo que pasa por tu cabeza!

—¿Cómo? —Creí haber visto un atisbo de sonrisa en sus labios.

—Nada —murmuré rápidamente—. Sólo me preguntaba de dónde habías aparecido.

—Oh, eso.—Se acomodó mejor en la banca y me miró—. Acabo de salir de mi trabajo. Si no hubieses estado tan concentrada en lo que sea que pensabas, me hubieses visto —musitó y volvió a mirarme, pero esta vez con una mirada divertida—. Y, no, no me abdujeron los ovnis.

Mis mejillas se enrojecieron y agaché mi cabeza, muerta de la vergüenza y con unas enormes ganas de que se hiciera un agujero en el suelo y me tragase enterita; debía aprender a cerrar el pico. El sonido de su risa hizo que me elevara mi vista. Al volver a mirarme, negó con su cabeza y su ceño se volvió a fruncir. Creo que lo noté un poco confundido, pero no estoy segura.

Estiró sus piernas y volvió a clavar sus ojos verdes en mí.

—¿Sabes lo bueno que tienen los días malos? —Negué, sacudiendo mi cabeza, aliviada de que hubiese dejado a los ovnis de lado—. Que sólo duran veinticuatro horas —se encogió de hombros.

—Creo que tienes razón, aunque lo mío me viene persiguiendo por más de veinticuatro horas —dije, soltando un suspiro.

—Quizás no eres la única —comentó—. Prácticamente tuve que salir corriendo de mi trabajo, mis padres lograrán volverme loco.

—Algo parecido me ocurrió a mí.

—¿En serio? —Asentí—. Quizás la vida nos juntó para ahogar las penas, juntos. ¿Qué dices?

Me reí.

—No lo creo —rodé los ojos—. Lo único claro que es que tuviste que sentarte aquí porque todas las demás bancas están ocupadas, por ende… sólo ésta está vacía o con espacio para sentarte —contesté divertida.

—Touché —sonrió, dejando entrever algunas arrugas a los costados de sus ojos—. No quiero ser un metiche ni nada parecido, pero cuando estoy mal, contrariado, o sólo necesito desahogarme, me gusta que me escuchen. Si quieres, puedo escucharte, por ahí dicen que muchas veces uno le tiene más confianza a un desconocido que a un íntimo amigo.

Lo miré pestañando más de lo normal.

—¿Tienes algún complejo psicológico o algo así?

Sonrió.

—Para nada, pero en serio, me gusta escuchar a las personas.

—Es algo… complicado y quizás te parezca infantil.

—Quizás pueda seguirte el hilo. —Desaflojó su corbata y me miró—. No voy a juzgarte ni nada parecido.

Suspiré pesadamente y sonreí divertida. Quizás este sujeto tendría razón y charlar con alguien desconocido me ayudaría, después de todo jamás lo volvería a ver y, si quedaba como una loca, no me conocería lo suficiente y no pasaría vergüenza.Sólo quedaría como una chistosa anécdota: «la loca del parque», era un gran título.

—Acabo de pelear con mi mejor amiga. —Encogí mis hombros.

—¡Ouch! —respondió el muchacho. No pude evitarlo y me reí—. ¿Por qué discutieron?

—Alice piensa que me volveré la vieja loca de los gatos, una solterona sin remedio. —Volví a encoger mis hombros; era un gesto que hacía cuando mis nervios estaban de punta—. No es que la culpe, pero sus palabras me lastimaron, sé que lo hace sin intención… pero…

—… te duelen por provenir de ella —continuó por mí, y asentí—. Te sientes mal porque ella es la persona en que más confías y, al decirte esas palabras, te hiere por darte cuenta de las cosas que piensa de ti y que no te dice.

Abrí mis ojos asombrada por sus palabras. ¡Vaya!, el tipo sabía de estos temas.

—Exactamente —respondí, aún asombrada—. No entiende mi forma de vida y sólo piensa que la que ella vive es la correcta, aunque no es así. Si yo respeto su forma de ver las cosas, ¿por qué no puede hacer lo mismo conmigo?

—Es lo que siempre me pregunto —sonrió de lado—. ¿Le has dicho todo esto a ella?

—Trato de decírselo pero es inútil. —Enrollé un mechón de mi cabello en mi dedo índice—. No me entiende y cree que las fiestas y los chicos lo son todo.

Mi acompañante frunció el ceño.

—¿No es eso lo que les gusta a las chicas?

—No lo sé —respondí sinceramente—, a mí no.

Vi que se sorprendió por mi respuesta. ¡Vamos! No era la única chica que pensaba así, debían haber más repartidas por todos lados, estaba segura.

—Déjame decirte que eres la primera muchacha que me dice algo así. —Elevó sus cejas—. Las mujeres que conozco y frecuento no dicen eso. Es más; sin fiestas ni un buen polvo no viven.

Me quedé en silencio una vez más. ¿Qué andaba mal conmigo?

—¿Crees que estoy chiflada? —sacudí mi cabeza. ¿Qué estoy diciendo?—. Lamento esa pregunta, a veces no pienso lo que digo.

Escuché sus risitas.

—No creo que estés chiflada, sólo no compartes algunos pensamientos con tu amiga, eso le pasa a todas las personas. Por suerte, no todos pensamos igual.

—Creo que hoy llegué a mi límite —suspiré derrotada, las palabras salían con naturalidad—. Todos los días me planteo lo mismo: ¿Qué está mal conmigo? No sé qué hacer ni cómo actuar, me siento como si fuera una mujer del siglo XIX perdida en el siglo XXI. Siento que no concuerdo con mis amigas, que soy la oveja negra del grupo, de la ciudad, de mi familia. ¿Por qué no puedo ser como las demás? Tengo el don de pensar y repensar todo, no hago nada loco o arriesgado, siempre fui el ejemplo a seguir en todo, la mejor alumna, el promedio más elevado. ¡Siquiera pude perder mi virginidad estando borracha! Llego hasta ese punto, ¿puedes creer?

Me tapé la boca con ambas manos y sólo escuché las carcajadas del hombre sentado a mi lado. ¡Puta madre! ¡Maldita manía de soltar la boca cuando me cabreaba!

—Lo siento, cuando me enfado o enojo no manejo mi boca y hablo sin cesar. Haz de cuenta como que no escuchaste nada, ¿de acuerdo?

—Eres muy graciosa —dijo, y luego que se calmó—. Jamás había escuchado a nadie hablar tan rápido. Con lo que entendí, te sientes fuera de lugar, como si lo que te rodea no es precisamente lo que esperas o lo que te hace sentir cómoda. ¿Voy bien?

—¿Eres psicólogo? —Negó con la cabeza—. ¿Psiquiatra?

—Tampoco, sólo soy observador, ya te lo dije —respondió con una sonrisa—. Sé de lo que hablas, porque últimamente me estoy sintiendo igual.

—¿Todos los ojos se posan en ti?

—Exactamente, robaste las palabras de mi boca. —Sonreí, y él hizo lo mismo—. Todos, absolutamente todos, viven pendiente de mí y mi vida, me siento ahogado, agobiado y no sé qué hacer para que me dejen de joder.

—Bienvenido a mi vida, amigo. —Chocamos puños como dos hombres, él se dio cuenta de lo que hicimos y volvió a carcajearse—. Jamás pensé que un extraño me entendería tan bien, de verdad… eres genial.

—Yo jamás pensé reírme tanto con una mujer. —Fruncí el ceño.

—¿Acaso eres un machista empedernido?

—¿Qué? —Abrió sus ojos—. Oh, por supuesto que no. Sólo que… las chicas que conozco no tienen buen sentido del humor, siquiera piensan lo que hablan.

—No me digas que frecuentas a las «chicas del bisturí».

—¿Chicas del bisturí? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Ya sabes… aquellas que es difícil diferenciarles pedazos de piel con tanto plástico encima.

Largó una fuerte carcajada que tuvo que atajarse la panza, yo lo miré con una ceja levantada. ¿Acaso había dicho un chiste bueno?

—Eres increíble —dijo, cuando se hubo calmado—. ¿Sabes cuánto tiempo llevo sin reírme de esta manera?

Pobrecillo, quizás era un tipo amargado. No había peor cosa que desperdiciar un día sin reír; yo siquiera podría imaginarlo.

—¿Te sientes mejor? —preguntó, luego de un rato. Quité mi vista de las copas de los árboles y me volteé hacia su dirección—. Al menos el ceño fruncido ya no lo tienes más —añadió, sonriendo de lado.

—Estoy mejor, gracias —le sonreí—. Necesitaba hablar con alguien que, al menos, me escuchara. No es fácil convivir con mi mejor amiga pero, sin embargo, hacemos lo posible por intentarlo. Cada una tenemos nuestras mañas y, a veces, se vuelve algo frustrante no ponerse de acuerdo en cosas pequeñas como quién lava los platos sucios y quién limpia el baño. Son pequeñeces que van formando una gran pelota y, en algún momento, tiene que explotar.

—Y siempre explotan de la manera más dolorosa y con algo que no tiene nada que ver con los quehaceres de la casa.

Asentí.

—Es fácil perder el control de las palabras, difícil sería aguantarse las cosas y seguir como si nada —suspiré—. Entiendo a Alice, realmente lo hago. No soy el prototipo ideal de mejor amiga, muy seguido la dejo de la lado o me olvido que ella también necesita ser escuchada y acompañada. A veces, más mucho que poco, no está bueno vivir en mi mundo de fantasía; sé que vuelo alto, pero no debo olvidarme de poner mis pies sobre la tierra.

El muchacho me miró con entendimiento y desvió su vista hacia los árboles, con los hombros hundidos.

—Parece que yo no soy la única que tiene un mal día —susurré, subiendo mis piernas a la banca y enrollándolas con mis brazos; apoyé mi mejilla en mi rodilla y lo miré—. ¿Qué va mal?

Clavó sus verdes ojos en los míos y suspiró con pesar.

—Mi familia quiere volverme loco y no es el título de una película por si lo preguntas —sonrió de lado—. Nadie entiende mi forma de vida, siquiera mi hermano mayor, y eso que somos muy unidos y sabemos todo del otro.

¿Sería gay? Me mordí la lengua para no preguntar; aunque si en realidad lo fuese… sería una gran decepción para el público femenino. El tipo estaba bueno, no podía negarlo.

—Mi madre quiere casarme con cualquier mujer diciendo que ya estoy en edad para hacerlo. Mi padre sólo piensa en un nieto —suspiró, mirando un punto fijo por encima de mi cabeza—. No entienden que no quiero eso, que no quiero casarme ni tampoco se me cruza por la cabeza tener hijos; no comprenden.

—¿Eres algo así como un alma libre? —fruncí el ceño; él rió.

—Para nada —le restó importancia con un movimiento de manos—. No soy de esos tipos que van en busca de la mujer especial, aquella que le jure amor eterno. Sé como son y ninguna se muestra diferente. Antes de verlas, ya sé lo que buscan.

—Seguro son las palabras S y D.

—¿Eh?

—Sexo y dinero —respondí.

Volvió a reír y no pude evitar imitar su gesto.

Ambos nos quedamos en silencio y mi cabeza comenzó a trabajar a la velocidad de la luz. No era una chica muy social, es decir, tampoco era antisocial o algo parecido. Si me preguntabas alguna cosa y no te conocía, respondía igual… no era que le huía a la gente; claro que no. Pero jamás me había pasado esto antes.

¿Quién iba imaginar que le contaría todos mis problemas a un completo extraño? Definitivamente, tendría que estar muy saturada para hacer algo así. A diferencia de cuando llegué aquí, ahora me sentía mucho mejor, era como si hablar con este hombre desconocido me ayudó a tranquilizarme y canalizar lo que había pasado.

Volví a mi vista a mi compañero, parecía ser un hombre de dinero. ¡Qué digo! Se notaba que tenía dinero, pues con el traje gris oscuro que traía puesto, estaba segura que comería por el mes entero. De acuerdo, quizás exageraba, pero se notaba que era costoso y eso que yo no entendía de moda.

Tal vez por eso se sentía tan agobiado, quizás su familia le obligaba a tener alguna descendencia para no perder el legado de la familia y, en consecuencia, la empresa familiar. Era entendible después de todo, ¿no es que eso hacían las familias adineradas?

Pobrecillo, a veces era mejor ser pobre. ¡Viva la pobreza, señores!

—Edward.

Parpadeé varias veces seguidas y clavé mis ojos en los suyos.

—Edward —repitió—. Mi nombre es Edward.

—¡Oh! —exclamé, entendiendo lo que decía.

Dibujó una divertida sonrisa en sus labios.

—Este es el momento en que me dices el tuyo —dijo.

Cerré mis ojos y sentí mi cara arder de pura vergüenza.

«Eres idiota, Isabella».

Gracias conciencia, ya lo sabía.

—Isabella… Bella —sacudí la cabeza—. Sólo Bella.

—Bien, sólo Bella… mucho gusto.

—Lo mismo digo, Edward —respondí.

Me sonrió e hice lo mismo. ¿Cuántas veces ya había reído hoy?

—¿Vives por aquí? —preguntó.

—Uhm… ¿sí? —respondí, encogiéndome de hombros, aunque sonó más a pregunta—, por allí, cerca de aquí.

Aunque se había mostrado amable durante todo este rato, no dejaba de ser un desconocido. Y yo no confiaba en desconocidos, ¿quién me aseguraba que no era un asesino en serie o algo por estilo?

—Me cuentas todos tus problemas y no quieres decirme por dónde vives —murmuró divertido—. Increíble.

—¡Oye! —me defendí—. No dejas de ser un desconocido a fin de cuentas. Podrías hacerte el amable para sacarme información personal y luego matarme o… no sé.

—Tienes razón —curvó sus hombros—. Muy inteligente.

Mordí mi labio y disimulé mi sonrisa.

—¿Puedo preguntarte algo? —solté. Había algo que venía dando vueltas en mi cabeza y muy pocas veces podía callar lo que pensaba. Hoy no sería la excepción, por supuesto—. Pero prométeme que serás sincero.

—Dime —murmuró intrigado.

—¿Crees que estoy loca? —Él me miró con las cejas alzadas—. O sea, ¿sientes la necesidad de salir huyendo de mí?

—Estoy aquí, ¿no? —respondió—. No me he ido.

Cierto. No lo había hecho.

«¡Bien por ti, tarada! Ahora sí has quedado como loca, duh».

Ugh. Mi consciencia siempre tan buena conmigo, ¡cierra el pico!

—Aunque, pensándolo bien… —Sus labios comenzaron a curvarse, y volví mi atención a mi divertido amigo extraño—. Muy cuerda no estás.

Bufé y crucé mis brazos sobre mi pecho.

—Tú estás hablando con la loca, no lo olvides —retruqué.

Nos quedamos en silencio algo de tiempo. Yo tenía mi vista clavada en los niños que daban de comer a los patitos del lago, y en el señor que vendía los copos de nieve. Quizás iría a comprar algunos, necesitaba un poco de azúcar en mi cuerpo.

—Gracias, Bella. —Volteé mi cuello con brusquedad, temí habérmelo roto o que me agarrara tortícolis; por suerte no pasó nada de ello.

—¿Por qué?

—Por hacer de un día de mierda algo divertido —encogió sus hombros—. Vine aquí con la intensión de calmarme para no agarrar a mi padre, madre y hermano en un costal y tirarlos por el arroyo más cercano que hubiese.

—Lindos pensamientos hacia tu familia —fingí que me horrorizaba.

Él rió.

—En serio, yo también llegué a mi límite hoy —volvió a decir—. Si tan sólo hubiese alguna manera de hacer que me dejen en paz por algún tiempo…

—Créeme, estuve buscando la solución, pero no he encontrado nada aún. —Enrollé un mechón de mi cabello en mi dedo índice—. El día que lo haga, seré la persona más feliz del mundo.

El tipo se quedó un momento mirando hacia las copas de los árboles y, luego, su verde mirada se encontró con mis ojos. Al sentir sus ojos sobre mí, sentí un escalofrío recorrerme de la cabeza a los pies. Y su sonrisa maquiavélica no ayudaba en nada.

Oh, oh.

En mi cabeza comenzó a resonar algo como: ¡Peligro, peligro, danger, sal de aquí! Pero, como siempre sucedía, no hice caso y me quedé allí. ¡Bravo, Bella, punto para partido!

—Tú me dijiste que te han hecho la vida imposible por seguir soltera. —Asentí, con precaución—. Hoy has llegado a tu límite y buscas cualquier solución para que no te jodan más con ese tema.

—¿Qué intentas decir?

—Espera… —levantó una mano y siguió hablando—: Mi familia está detrás de mí como si fueran un maldito perro faldero, controlan todo lo que hago y lo que no hago, ofreciéndome a muchachas como si estuviese en un jodido catálogo.

Algo en mí me decía que no estaba bueno que siguiera pensando tan concentradamente. Mi sexto sentido me intentaba prevenir de esta situación. La alarma en mi cabeza volvió a sonar; sí, justo como aquella que lleva el Minion de Gru. Igualita, diría yo.

—Si tú tuvieses un novio y yo una novia, nos dejarían de romper las bolas. ¿Entiendes?

—Uhm… creo que debo irme —sonreí tiernamente e hice como si mirara un reloj en mi muñeca—. ¡Mira lo tarde que es! —fingí preocuparme—. Debo ver los Simpson, seguro ya comenzó.

Él enarcó una ceja.

—Bella, tú no tienes reloj.

Sonreí inocentemente. Maldito, se había dado cuenta.

—¿Dejas solamente que te diga lo que se me ocurrió? —preguntó, sonando casi desesperado—. Te prometo que a los dos nos ayudará mucho.

—Okay, okay —puse los ojos en blanco—. ¿Qué se te ocurrió, chico listo?

Suspiró y revolvió sus cabellos, antes de hablar.

—Tú necesitas un novio, yo necesito una novia —dijo con naturalidad—. Si nos unimos, podremos hacer que todo el mundo nos deje en paz y continuar con nuestra hermosa vida sin que hayan pesados que rompan nuestra tranquilidad.

Un momento… ¿Qué carajos intentaba decirme?

—¿Tú estás queriendo decir que…?

—Sí —afirmó sin titubear—. Si nos unimos, podemos ser un gran equipo. Piénsalo, Bella… no pelearás más con tu mejor amiga, podrás cerrar la boca de tus padres y amigos y no volverán a preguntarte más por tu vida sentimental, pues tendrás a alguien a quien presentar.

—Realmente tú no estás queriendo decir esto.

—¿Crees que estoy mintiendo? —me miró fijamente a los ojos.

Mi hombro comenzó a moverse por cuenta propia. ¡Maldito tic nervioso!

—¿D-De qué h-hablas? —No pensé que tartamudearía tanto.

—Creo que sabes muy bien de qué hablo, Bella —habló con voz calma.

Mi pie comenzó a dar pequeños golpes en el suelo, mis manos comenzaron a sudar y jalé mis cabellos una y otra y otra vez.

No estaba nerviosa, para nada, que se entienda.

—¡¿Qué?! —mis nervios gritaron por mí y me importó poco que prácticamente todos los ojos de nuestro alrededor se posaran en mí—. No me conoces, no sabes quién soy, no sabes lo que estás diciendo, estás drogado y éste es un efecto secundario —dije, precipitadamente con desespero—. Puedo ser una loca que se escapó del manicomio, puedo ser un hombre disfrazado de mujer. ¡Por Dios!

Uno, dos, tres… intenta calmarte. Respiración profunda, inhalo y exhalo. Bien, Bella, sigue así…

—Estoy desesperado, es la única idea que se me ocurre —casi rogó—. ¿No quieres que todos dejen de opinar de tu vida como si las de ellos fueran un ejemplo? ¿No quieres que todo el mundo deje de posar sus ojos en ti?

Me quedé mirándolo fijamente, sus palabras estaban haciendo que comenzara a dudar y eso no era bueno, no era nada bueno.

—Será un trato simple —murmuró—. Fingiremos que estamos enamorados por un lapso determinado de tiempo, nadie se tiene por qué enterar que todo esto es una farsa. ¿Qué me dices?

Vacilé; ya olía mi derrota.

—Los dos salimos ganando, Bella —siguió con su monólogo—. Esto será sólo una cosa de los dos, nada saldrá mal. Podremos salvarnos de las presiones de nuestras familias, por favor, piénsalo.

Sólo una persona desesperada podría aceptar algo así de un completo desconocido que sólo lo había visto desde hacía un par de horas.

—¿Qué dices?

Y mierda… yo estaba desesperada.

El trato era muy tentador, sólo debíamos fingir ser una pareja normal y enamorada por un límite de tiempo, no sería tan difícil y nada podía salir mal. Es decir, él no parecía ser el hombre del que alguna vez me fijaría o enamoraría y, estoy completamente segura, que yo no sería su prototipo de mujer ideal.

No habría presiones, no habría comentarios molestos acerca de mi vida sentimental y mi familia al fin dejaría de molestarme con el tema del novio y, además, podría cerrar más de una boca cuando me vieran llegar de la mano de un hombre de verdad.

Un hombre de carne y hueso; y debía admitir, bastante bueno.

Lo miré a los ojos.

—¿Trato? —preguntó, extendiendo su mano hacia mí.

Suspiré derrotadamente. Estaba segura que luego me arrepentiría, pero ya no había vuelta atrás.

—Trato hecho —respondí y estrechamos nuestras manos.

Ambos miramos nuestras manos unidas y largamos un fuerte suspiro. Nos estábamos metiendo en un lío grande, eso ambos lo sabíamos.

La aventura recién estaba comenzando.

Mierda.

.

.

.


¡Hooola! Después de unas pequeñas vacaciones estoy de regreso. Esta vez, me estoy animando a escribir algo nuevo como lo es el humor, dejando un poco de lado el drama, así que pido un poco de paciencia porque estoy descubriendo mi lado divertido (?) jajajajaja.

De corazón, deseo que les guste tanto como me está gustando a mí. Tienen el grupo de Facebook a su entera disposición para más información sobre la historia; dejaré adelantos e imágenes de los capítulos, todos son bienvenidos :)

Isa, como siempre, gracias por tu ayuda, eres increíble (L)

Antes de olvidarme, ¡feliz día de la Mujer! :3

Nos leemos prontito, muchos besos :*

Alie~