EL LADO OBSCURO DE TU CORAZÓN
Se suele escuchar a menudo que cuando estás al borde de la muerte puedes ver el pasar de tu vida frente a tus ojos. Si así fuera ¿Qué cosas verías tú?... ¿Verías a tu familia? ¿A tus amigos? ¿A las personas que has amado a lo largo de los años?
¿Verías como una presentación de diapositivas, como una colección de fotografías los momentos felices congelados? Esa vez que reíste hasta que te dolió el estómago, cuando lloraste a mares en el regazo de un amigo, la primera vez que te rompieron el corazón, la primera vez que besaste a alguien hasta quedarte sin aliento. ¿Serías capaz de recordar la manera en que tu corazón latió con tremenda fuerza cuando tus padres te descubrieron una fechoría? Cuando un problema fue tan grande que pensaste jamás volverías a ser feliz… ¿Podrías ser capaz de visualizar frente a ti hasta el más insignificante instante de tu vida? ¿Podrías ver con precisión cuando eras pequeño te divertías soplando a las flores de Diente de León y veías como esas esporas brillaban contra luz mientras el viento se las llevaba?
¿Y si no fueras capaz de ver nada?... Si solo pudieras escuchar…
Lovino en ese momento solo escuchaba, escuchaba la voz de mamá llamando su nombre, la voz de papá felicitándolo, la voz de Feliciano que le hablaba en susurros como cada vez que se escabullía en su cama cuando eran niños… escuchaba todo tipo de matices de voces que alguna vez llegaron hasta sus oídos; el sonido del llanto, el sonido de las risas, el sonido de un suspiro lejano, de un gruñido… tantos sonidos que a su vez eran un archivo auditivo de toda su vida. Hasta que finalmente llegaba una voz en especial, una voz con acento español que le decía que lo quería…
Pero lentamente se iba apagando, se iba escuchando cada vez más lejana y pronto era devorada por el silencio… no quería, no quería dejar de escuchar. Si Dios fuera bondadoso, si fuera benevolente por al menos una vez en su vida le cumpliría un capricho, le dejaría escuchar esa voz pero esta lentamente se convertía en un murmullo hasta enmudecer.
Y Lovino también su sumergió en el silencio.
La gente curiosa que rodeaba el lugar del accidente veía como el castaño era puesto en la camilla y subido a la ambulancia. Entre la sangre, los raspones y los moretones podía alcanzarse a ver como lagrimas surcaban sus mejillas como si este fuera un efecto reflejo de su cuerpo.
Además del cumulo de personas y policías también había un gatito que no se había movido del lugar, se había quedado fielmente sentado en el mismo sitio donde segundos antes Lovino yacía, permanecía la marca de los neumáticos en el pavimento, un charco de sangre y el animal se mantenía en una pose solemne mirando con sus penetrantes ojos azules como la ambulancia se alejaba prendiendo la sirena partiendo a toda velocidad.
Y no muy lejos de ahí Antonio estaba en casa, ignorante de todo aquello que acababa de acontecer, tirado en su cama mirando a la nada, por unos segundos había sentido como el aire se escapaba de sus pulmones pero lo había adjudicado a su pésimo estado anímico.
Él, al igual que Lovino estaba cotizando muy seriamente el solo quedarse en su habitación para terminar muerto por inanición o algo parecido… había perdido en cuestión de instantes toda fuerza para seguir luchando, para enfrentar otro día a día y seguir con la vida. Ya no podía hacerlo pues bastaron minutos para haber perdido el único motivo por el que se había decidido a seguir vivo. Bastó con su sola cobardía para ver como todo se desmoronaba como lodo seco en sus manos.
Se mantuvo por horas en su colchón con su mano colgando pesadamente de este, percibiendo el aroma de Lovino que se había impregnado en su almohada y recordó en automático las noches en las que el italiano se quedaba ahí, recordaba la espalda de este perlada por el sudor, y recordaba su cuerpo temblar, recordaba los gestos de torpeza y alguna otra reacción inocentona por parte del castaño. Rememoraba la manera en como sus cuerpos se amoldaban a la perfección a la hora de abrazarse para caer profundamente dormidos y entonces se preguntaba por cuantas noches Lovino pudo haber estado escuchando sus pensamientos, cuantos secretos le pudo haber descubierto y aun con ello no dijo nada y se quedó a su lado.
Entonces se dio cuenta de que Lovino ya lo sabía todo, lo que él había intentando con tanto ahínco esconder del resto de las personas tras una sonrisa, el italiano ya lo sabía de antemano y no vio ningún reparo a la hora de permanecer con él. Lovino había visto el lado más obscuro de su corazón y decidió quedarse.
Un lengüetazo en su dedo medio hizo a Antonio reaccionar, vio a Tortuga llamando su atención a base de lamerle los dedos con su lengua áspera, el ojiverde lo tomó en brazos y lo llevó a hasta la cama para abrazarlo fuerte.
-Soy un idiota- dijo Antonio queriendo esconder su rostro en el pelaje del animal como ya tantas otras veces había hecho y por muy raro que pareciera el animal se quedó quieto solo maullando en el momento en que las lágrimas comenzaron a empapar su pelo.
Al día siguiente Antonio no fue a trabajar, su teléfono sonó incontables veces pero no se dignó a atenderlo sabiendo que no se trataría de otra cosa más que los reproches de su jefe, tal vez también alguno de sus amigos sin embargo no estaba en condiciones de fingir estar bien, ya ni siquiera para eso se sentía capaz por lo tanto se quedó en su cama sin cambiar ni un milímetro su posición, Tortuga se había movido varias veces para finalmente encontrar su lugar en una esquina.
No era exageración decir que lo único que había hecho Antonio en todo ese día había sido el convertir el oxígeno en dióxido de carbono, mirando a un punto fijo en su habitación intentando no pensar en nada pero cualquier cosa que rondaba en su cabeza parecía atormentarle logrando con ello que sintiera la fuerza de gravedad duplicarse y por tanto su cuerpo se convertía en un enorme pedazo de plomo del que no podía mover un solo músculo. Aquel día más que ningún otro solo deseaba con todas sus fuerzas el poder desaparecer de la faz de la tierra.
La luz de la ventana le indicaba que las horas corrían, veía las sombras proyectadas por la luz del sol moverse, como si estas fueran un improvisado reloj de sol aunque sinceramente a él ya no le importaba si era de día, de noche o sencillamente nunca jamás volvía a amanecer, solo estaba ahí viendo con sus ojos ausentes las motas de polvo que se paseaban contra luz e iban a caer a cualquier lugar entre las sombras.
Pronto el color rojo del crepúsculo comenzó a inundar toda su habitación dándole una apariencia algo surreal a todo, o al menos para Antonio lo parecía ya que el cielo estaba más rojo que de costumbre tiñendo de un color sangre las paredes. Aunque el apreciar el color carmín llenando por completo su cuarto no duró mucho tiempo ya que escuchó a alguien llamar a su timbre, por supuesto el ojiverde no hizo gesto alguno de querer levantarse de su cama y dejó que quien fuera que llamara a su puerta siguiera haciéndolo, pero entonces escuchó que lanzaban piedras a su ventana y solo había dos personas que solían hacer eso cuando tenían quince años y querían escaparse a alguna fiesta.
Gilbert y Francis estaban aplicando el truco de años atrás de llamar al español desde su ventana, como si fueran muchachos cortejando a una joven.
El castaño tardó minutos enteros en incorporarse en la cama, se pasó las manos varias veces por la cara tratando de espabilarse y con la misma desgana caminó hasta el pasillo, bajó las escaleras una a una dejando caer sus pies pesadamente por cada escalón que descendía; el hombre bien pudo ser la perfecta representación de un cadáver caminante. Llegó por fin hasta el vestíbulo y abrió la puerta, al hacerlo Francis y Gilbert soltaron una exclamación y dieron un paso atrás al ver al desaliñado Antonio que tenía unas increíbles ojeras bajo sus ojos, sus ojos estaban opacos, su rostro regalaba un aspecto horrible y por primera vez, no estaba sonriendo.
-Dios mío, Antonio ¿Qué te pasó?- preguntó Francis pero el muchacho no respondió dejó la puerta abierta después de voltearse para entrar de nuevo a su casa esta vez seguido por sus dos amigos que tan solo lo vieron desplomarse en el sillón, adoptando de nuevo esa apariencia todavía más demacrada de la que ya tenía.
-¿Estás bien?- le preguntó esta vez Gilbert cerrando la puerta tras de sí.
Y ahí estaba, la pregunta del millón de dólares, la que siempre tenía la misma respuesta y la que sus amigos ya podían anticipar con seguridad porque por muy mal que Antonio se viera sabían que estaba bien. Era Antonio, por el amor de Dios, tenía que estar bien.
En cambio el español paseó sus ojos casi moribundos de Francis a Gilbert y se mantenía mirándolos a ambos respectivamente sin hacer ademán de forzarse a sonreír.
Antonio en ese momento estaba tan cansado, maltrecho, adolorido, roto. El pilar de fortaleza estaba cuarteado hasta sus cimientos, la máscara estaba abollada y se desmoronaba como la piedra erosionada por el pasar del tiempo. Todo en él estaba herido hasta un punto en que el ardor, el escozor de las heridas… la putrefacción misma que las infectaba se había metido tan adentro de su sistema que habían llegado incluso hasta las sonrisas huecas. Estaba harto… estaba enfermo y en ese momento, ya no le importaba un comino si el mundo entero, su mundo, se venía abajo de una vez por todas. Basta.
Así que dijo lo impronunciable:
-No estoy bien- el español respondió con una voz tranquila que fue como vomitar todo el veneno consumido por años enteros.
Un frío congelante recorrió las espaldas tanto de Francis como de Gilbert que se quedaron algo extrañados e incluso Gilbert sintió por un momento la extraña necesidad de reír para romper con la tensión, para que en cualquier momento alguien dijera "¡Es una broma, tonto!"… pero esto no pasó. Sus dos mejores amigos se enfrentaban por vez primera a un Antonio que no estaba bien, a uno que no les estaba sonriendo y ellos de pronto se encontraron sin saber que hacer o que decir.
Tras procesar por segundos la inusual respuesta, Francis se hizo el cabello hacía atrás y se sentó en la mesita de centro frente a Antonio que solo lo miraba de una manera extraña, el solo ver sus ojos le provocaba cierto escalofrío.
-¿Qué fue lo que sucedió? ¿Por qué no estás bien?- le preguntó el rubio como si buscara de manera desesperada a su viejo y conocido amigo, entre esos vestigios de un tipo desaliñado con esa apariencia desastrosa intentaba encontrar al menos un atisbo de sonrisa.
-¿Te refieres a por qué no estoy bien desde que soy niño o a porqué no estoy bien ahora?... Espera, nunca he estado bien en toda mi vida- respondió Antonio a lo que Francis miró a Gilbert como si ahora pidiera que este le explicara que le pasaba al desconocido con la cara de Antonio tirado en el sillón.
-Antonio, no hables de esa manera, tú no eres así- dijo Gilbert y esta vez los ojos verdes del castaño se clavaron en él.
-Oh… lo siento, no me acordaba que ustedes estaban acostumbrados a verme sonriendo todo el tiempo mientras me estoy muriendo por dentro. Disculpen, la próxima vez que esté deseando morirme procuraré sonreírles justo como la última vez- dijo llevándose los brazos a la cara cruzando sus brazos sobre esta para al menos cubrir la mitad de su rostro.
-¿Cómo que "como la última vez"?... Antonio, creo que no estamos entendiendo lo que nos quieres decir- dijo Francis y el amigo de toda su vida, el que pensaba conocer como a la palma de su mano… resultó ser un completo desconocido.
-Francis… ¿Nunca te ha pasado que un día dices una mentirita blanca para que todos estén bien? No lo haces con mala intención, es solo eso, una mentira blanca… pero cuando te das cuenta se hace más y más grande y más gente comienza a creerla y cuando te das cuenta ya no puedes parar de mentir. Algo así pasó conmigo, empecé con decirle a mamá un sencillo "estoy bien" y le sonreí… y luego lo hice contigo y con el resto de mi familia, en la escuela, con otros amigos, con Gilbert, en el trabajo, en todos lados todo el tiempo, la mentira se hizo tan grande que tuve comenzar a vivir con ella a pesar de que mi realidad es completamente diferente- el ojiverde hizo una pausa para tragar saliva.
-No estoy bien, nunca estoy bien, cada día que pasa es peor que el anterior y yo tengo que estarme ahogando en risas y sonrisas… y me cansé Francis. Me harté de todo eso así que un buen día después de haberle sonreído a todo el maldito mundo, me fui a casa y me quise matar ¿Recuerdan la fuga de gas?... bueno, no fue un accidente- soltó sin más, con un tono tan casual que parecía mentira que estuviera diciendo aquello con tanta facilidad.
A Francis se le escapó algo parecido a un grito ahogado y su rostro palideció como la cera en cuanto escuchó lo último, solo atinó a recargar sus codos sobre sus rodillas intentando recuperar el aliento. Gilbert por su parte se quedó hecho una piedra, estaba inmóvil en su lugar tratando de imaginar al increíblemente alegre Antonio decidiéndose a terminar con su propia vida… era una imagen que no lograba concebir de ninguna manera.
Un poco más recuperado de la conmoción Francis levantó su rostro el cual ahora estaba rojo pero de la ira, se disponía a gritarle y de ser necesario golpear a Antonio pero antes de siquiera hacerlo, Gilbert se le adelantó y le cubrió la boca desde atrás, deteniéndole una de las manos que ya se alzaba lista para atestar un buen puñetazo al castaño. Cuando Francis volteó hacía Gilbert, el albino negó con su cabeza dándole a entender que no era la mejor manera de actuar en ese momento.
-Todavía recuerdo lo nauseabundo que estaba ese día, en serio estaba tan exhausto de toda esa mentira que solo quería descansar y no tener que saber nada mas de todo lo que me rodeaba… pero Lovino me salvó… y a Lovino le bastó con mirarme para saber todo lo que me estaba matando; Lovino sabía cada detalle de lo que me pasaba por la cabeza, del pedazo patético de humano que soy y un aun así… aun con ello…- proseguía Antonio y de pronto vieron como de debajo de sus brazos que cubrían sus ojos comenzaban a salir gruesos lagrimones.
-Aun con eso, se quedó a mi lado ¡Y la única vez que él contó conmigo, la única ocasión en la que él confió en mí, yo terminé por lastimarlo profundamente solo para protegerme a mí mismo!... Lovino ya no está conmigo y ahora ya no sé qué hacer… ya no quiero tener que volver a lo mismo de antes ¡Ya no lo soporto!- decía comenzando a hipar y llorar con todavía más fuerza mientras apretaba muy fuerte con sus puños e intentaba esconder su cara llorosa.
Gilbert soltó a Francis que parecía ya se había tranquilizado un poco, sin embargo apenas lo liberó el galo se paró de pronto y le arrebató a Antonio las manos que le cubrían la cara con violencia.
-¡¿Y nosotros?! ¿Por qué nosotros no podíamos saber lo mal que la estabas pasando? ¿¡De qué carajos querías protegernos tú sonriéndonos como si todo estuviera bien?!- el espetaba Francis a lo que Gilbert rodaba los ojos, sabía que no debía soltar al galo.
Antonio lo miraba con sus ojos inundados en lágrimas aun sollozando y convulsionando su pecho pues respiraba de manera entrecortada por el llanto.
-¡No somos niños, Antonio! Ya no somos los chiquillos que nos asustábamos cuando te veíamos llorar al caerte, somos hombres y por encima de todo, somos tus amigos. Carajo, estamos para que nos digas, si es necesario, mil veces lo mal que estás pero juntos podemos encontrar una solución- le regañó Francis soltándolo con la misma violencia y haciéndose hacia atrás dejando que Antonio siguiera llorando.
Entonces comenzó a sonar el teléfono del español que estaba abandonado en la mesa del comedor, nadie tuvo la intención de contestarlo hasta que este sonó por tercera vez y Gilbert fue a contestar, era un número desconocido del que ya había muchísimas llamadas perdidas.
-¿Diga?- Gilbert contestó al tiempo que volteaba a ver al desconsolado Antonio y a Francis que parecía no saber si abrazarlo o agarrarlo a puñetazos así que se limitaba a dar vueltas por la sala.
-Oye, no sé quién eres pero este no es un buen momento para hablar con él, hazlo más tarde- le decía el albino a la persona al otro lado del teléfono y cuando se disponía a colgar, el ojirrojo se detuvo.
-¿Qué dices?... muy bien, dime la dirección- y después de unos momentos terminó la llamada apresurándose hasta donde estaban sus dos amigos.
El francés volteó a verlo pues le pareció extraña la expresión preocupada del alemán que por reflejo volteó a ver a Antonio el cual estaba deshecho en lágrimas. Se quedó en silencio unos segundos hasta que se decidió a hablar.
-Creo que debemos pausar el momento de las confesiones y los deseos suicidas… Lovino está en el hospital- soltó sin pizca de delicadeza Glbert, aunque bueno, se trataba del albino, no podían esperar algo de tacto de su parte.
A los otros dos les tomó un momento procesar esto y Antonio se incorporó de pronto aun escurriendo lágrimas de su cara.
-¡¿Qué?!- preguntó con la voz quebrada y casi sin aliento.
-El tipo que llamó me dijo que lo atropellaron y está en el hospital ahora mismo- dijo Gilbert y Antonio se llevó una mano a la boca intentando recuperar el aire que se le había escapado y sus ojos comenzaron a drenar el doble de lágrimas mientras parecía estar respirando con tremenda dificultad, quedándose en su lugar pasmado.
Fue solo hasta que Francis se acercó hasta él y lo tomó del brazo con tal fuerza que lo levantó de un solo movimiento descolocando por completo al castaño que no se esperaba esto.
-No te quedes ahí, si Lovino tanto te importa cómo estás llorando entonces deja de esconderte y vamos, muéstrale que eres este pedazo de humano patético como acabas de decir, pero aun con ello estás dispuesto a estar con él como él se quedó contigo. Arregla lo que hiciste y en el camino danos una buena explicación a nosotros.- le ordenó Francis haciendo medio sonreír a Gilbert mientras arrastraban al todavía desencajado Antonio.
En todo el camino Antonio no dejaba de pensar que todo eso había sido su culpa ¿Cómo es que Lovino había sido atropellado si el hombre no salía de su casa aunque su vida dependiera de ello? ¿Qué lo había orillado a salir y de paso a ser arrollado por un auto? No sabía pero solo sentía un tremendo remordimiento en todo él, estaba entrando en pánico porque no sabía cómo enfrentar al castaño, no sabía que en condiciones lo encontraría. Tenía tanto miedo pero a la vez sentía un deseo imparable de ir hasta donde estaba él y abrazarlo hasta la asfixia de ser necesario.
El camino que les pareció eterno por fin llegó a su final cuando vieron las grandes letras del hospital, Antonio salió disparado hasta la recepción y preguntó por Lovino Vargas, la enfermera en turno le dijo el número de la habitación pero advirtió que el muchacho seguía en terapia intensiva, bajo observación. Antonio no escuchó esto último y solo echó a correr como alma que persigue el diablo.
Paso por los laberinticos pasillos hasta llegar al cuarto de Lovino, que como era aun de terapia intensiva no lo dejaban pasar así que se pegó al cristal de la gran ventana que dejaba ver al moreno en la cama.
A Antonio le fallaron las rodillas y casi cae al piso por la chocante impresión de ver a Lovino lleno de tubos postrado en esa cama. Su cara tenía raspones por todos lados, una de sus piernas estaba envuelta en un yeso con clavos y había un respirador conectado a su boca, el castaño parecía estar profundamente dormido.
-Lovino…- alcanzó a murmurar el ojiverde sintiendo que de nuevo todo en él se rompía; acarició el cristal como si con ello quisiera atravesarlo para acariciar a Lovino… no pudo soportar el horror de ver a la persona que más quería en tal estado.
-Qué bueno que viniste- dijo una voz extra que Antonio ya conocía así que volteó para ver a Feliciano que estaba sentado en una de las sillas, sus ojos estaban hinchados y rojos de tanto llorar, en sus mejillas aún se notaban restos de lágrimas.
-No creí que fuera una buena idea llamar a mis padres porque Lovino últimamente no se lleva bien con ellos así que decidí llamarte a ti. Ahora mismo no me importa que pasó entre mi hermanito y tú pero creo que de todas las personas que conocemos, tú eres el único al que le gustaría ver- explicó Feliciano viendo una expresión culpable en el rostro de Antonio.
El menor de los mellizos ladeó ligeramente su cabeza para ver desde la ventana a su hermano y la pantallita que marcaba sus signos vitales que les hacía a todos cerciorarse de que su corazón seguía latiendo.
-El doctor me dijo…- comenzó a decir Feliciano y sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas -…que no están muy seguros de si Lovino volverá a despertar- concluyó por decir el muchacho y el corazón de Antonio dio un vuelco de manera tan dolorosa que tuvo que ir a tomar asiento o de lo contrario esta vez de verdad sus rodillas no alcanzarían a soportar su peso.
El respirar le fue doloroso, encorvó su cuerpo porque incluso se había mareado por esto, a su lado Feliciano parecía haber llorado tanto que ya no podía hacerlo más, miraba a su hermano de una manera enigmática, como si pudiera compartir los pensamientos que el inconsciente Lovino tenía en ese momento ¿Qué podría estar pensando en ese instante Lovino mientras se debatía entre la vida y la muerte? ¿El muchacho querría regresar a la vida después de todo?
Pues muy dentro de Lovino, una parte de él mismo que estaba flotando en medio de una nada silenciosa… se sentía tan tranquilo, una tranquilidad que nunca llegó a sentir en toda su vida y que lo adormecía cada vez más, lo llenaba de paz pero al mismo tiempo de completa soledad… no… ya no quería estar solo.
En medio de ese paisaje inmaculadamente blanco en el que estaba flotando a la deriva pensaba, si pudiera escuchar una vez más las voces de las personas que él tanto quería; no quería escuchar el llanto de Feliciano, mucho menos el de Antonio… quería escucharlos reír, deseaba tanto poder oír su nombre pronunciado en esas voces felices. Quería quedarse con ellos. Ya no quería estar solo, ya no quería que doliera. Quería volver.
-Hermanito… ¿Es difícil para ti?- preguntó Feliciano cuando se hubo levantado y acercado hasta el cristal de la ventana apoyando su mano en este mientras una lagrima le escurría por el rabillo del ojo.
-Tienes que esforzarte para volver con nosotros, no te voy a perdonar si te atreves a dejarme aquí solo… yo tampoco soy fuerte- le decía empañando el vidrio mientras veía a Lovino todavía sumido en su profundo sueño.
Una semana entera transcurrió y nada había cambiado, Feliciano y Antonio se quedaban días enteros sin moverse un ápice de sus lugares, los doctores iban a y venían, las enfermeras también pero nunca había novedades, tampoco pronósticos optimistas, aun con ello tanto el mellizo menor como el ojiverde se quedaban al pie del cañón como si estuvieran custodiando al italiano.
-Oigan, deberían ir a descansar aunque sea un poco- Francis había intentado convencer a los muchachos un Sábado pero estos se negaron rotundamente a abandonar sus puestos, convencerlos era imposible, incluso algunas enfermeras se los habían pedido pero estos también rechazaron la idea de irse de ahí.
Francis soltó un suspiro, y se recargó en una de las paredes cruzándose de brazos viendo a Lovino que seguía como el mismo día en el que se enteraron del accidente. Para ser sincero, él tampoco era muy optimista en cuanto a la condición del moreno.
-Francis…- Antonio por fin pronunció palabra y el aludido de inmediato puso su atención en él. El ojiverde alzó su rostro y no solo se veía desnutrido, cansado y demacrado, parecía estar pasando por la misma agonía que el chico en la cama.
-¿Qué voy a hacer si Lovino no despierta?- le cuestionó entonces y no era una pregunta retórica, realmente le estaba preguntando como tendría que seguir con su vida si Lovino ya no estaba con él, no tenía ni idea de cómo hacerle frente a un mundo en donde el italiano no estuviera.
Antonio se mostraba tan asustado al hacer esta sencilla pregunta que su cuerpo temblaba de pies a cabeza y miraba a Francis de manera expectante buscando en él su respuesta, por supuesto Francis no la sabía, mejor dicho, nadie nunca podría saber la respuesta a esto.
Sin embargo antes de que el español entrara en alguna especie de crisis, Feliciano estiró su mano y tomó la de Antonio para apretarla fuerte. El tacto de la mano de Feliciano era muy parecido al de Lovino y se sintió un tanto reconfortante. Parecía ser que con ese gesto Feliciano estaba limando todas las asperezas que alguna vez tuvo con el ojiverde, y ahora solo intentaba sostenerlo para que este no terminara por derrumbarse, no tenía el permiso de hacerlo… al menos no mientras Lovino siguiera vivo.
Finalmente diez días se cumplieron y el ambiente se había tornado todavía más pesimista, Feliciano había decidido que era hora de llamar a sus padres y hacerles saber todo, Francis y Gilbert que de vez en cuando pasaban al hospital se dedicaban miradas que se decían que ya estaban perdiendo la esperanza, pero Antonio seguía ahí, ya no sabían si porque de verdad esperaba a que el chico despertara o porque sencillamente no lograba resignarse ante algo que ya estaba resultando más que evidente.
La mañana del onceavo día, con apenas un par de tragos de café en el estómago, Antonio estaba otra vez frente a la ventana; estaba exhausto, no había dormido bien, ya casi no sentía hambre y lentamente su energía se agotaba.
-Lovino… entiendo si ya no quieres volver a despertar, ¿Qué sentido tiene vivir en un mundo tan mierda como este? Sobre todo cuando tienes que vivir como lo has hecho todos estos años, créeme cuando te digo que de verdad sé cómo es querer abandonarlo todo y solo desaparecer, si te vas lo voy a entender pero no quiero que lo hagas.- dijo finalmente apoyando su frente en el vidrio tomando aire para continuar.
-Soy tonto, egoísta, posesivo y envidioso con la gente que quiero por eso no quiero que te vayas con Dios, no quiero que te vayas a ninguna parte, quiero que te quedes solo conmigo… así que despierta de una vez. Ya no me hagas esto, yo también estoy cansado ¿sabes? Quiero ir a casa contigo, que nos demos un baño y durmamos juntos. No te quedes en esta cama para siempre, tienes que estar en la mía, conmigo… tienes que despertar a mi lado y tienes que cuidar también de Tortuga, tienes que regañarme por ser estúpido y hacer siempre las cosas mal y luego yo tengo que darte un beso para solucionar todo… ¡Lovino, tienes que despertar ya!- le gritó golpeando el cristal que retumbó pero dentro no pasó nada.
La parte todavía medio consciente que yacía en Lovino también estaba cansada… estaba debilitada y exhausta… pero aun con ello no podía darse por vencido, no era tiempo de eso… todavía quería hacer muchas cosas. Tenía muchos besos que dar, abrazos que recibir, caricias que sentir: todavía había un millón de noches más en las que quería hacer el amor, otro millón de cosas que quería escuchar, tal vez mentiras que descubrir y falsedades, máscaras que arrancar pero quería hacerlo… había tanto por lo que quería seguir viviendo así tuviera que rebelarse contra su propio cuerpo, contra su propio destino, incluso contra Dios.
Así que mientras Antonio estaba apoyado contra el cristal regañando a Lovino, ordenándole que despertara, este internamente estaba luchando con todas sus fuerzas intentando forzar a su cuerpo a que se moviera pero este se negaba rotundamente a hacerlo.
Dentro de sí se gritaba ¡Muévete! ¡Muévete maldita sea, abre los ojos! Sin embargo ni un solo musculo hacía caso. Comenzaba a frustrarse pues sus parpados no se abrían, porque ni un dedo lo obedecía, quiso entonces gritar que estaba consciente pero su labios no se movieron su garganta no emitió sonido ¡Qué frustración! Pero sobre todo que impotencia por el solo hecho de que su mismo cuerpo no quisiera moverse en absoluto, que rabia, tenía que moverse. ¡YA!
Fue así como lentamente comenzaba a abrir sus ojos que se cegaron por un momento pero que luego fueron acostumbrándose a la luz blanca de la habitación, sintiéndose ahogar por él tubo en su boca que lo hizo toser y moverse violentamente, cosa que llamó la atención del castaño que estaba afuera de la habitación.
Antonio no lo creía, veía a Lovino moviéndose, tosiendo e intentando ubicarse en el lugar en el que estaba, el español abrió varias veces su boca hasta que solo alcanzó a llamar a gritos al doctor.
El doctor y una fila de enfermeras corrieron hasta la habitación, también lo hizo Feliciano que casi iba dando traspiés al intentar detenerse; tanto el italiano como el español quisieron entrar al cuarto tras el doctor pero se los impidieron así que solo pudieron ver desde el otro lado del vidrio como atendían a Lovino y le hacían toda serie de chequeos, el italiano apenas y sabía qué diablos estaba pasando, le costaba trabajo seguir el hilo de las explicaciones del doctor que le hacía un breve resumen de su accidente y la razón por la que estaba en el hospital.
Fue solo hasta varias horas después y muchos estudios más, que trasladaron a Lovino a otro cuarto y pudo recibir visitas. Feliciano y Antonio llegaron con él tan aprisa que casi se van de boca en la cama pero se detuvieron cuando al querer arrojarse a él en abrazos y besos repararon en el montón de sueros que Lovino aún tenía conectado a él además de su pierna enyesada y todavía con clavos.
-¡Lovino!- solo atinó a decir Antonio cuando ya no se resistió más y rodeó al italiano por el cuello procurando no lastimar a este que sintió de inmediato la húmeda cara del español pegada a su cuello.
-¡Perdóname, perdóname ¡Perdóname por todo lo que dije y por todo lo que pensé! Perdóname pero no me vuelvas a hacer esto- exclamaba desesperadamente Antonio contagiando un poco a Feliciano que también desde el otro lado fue a hacer lo mismo y se enredó a su hermano en un abrazo.
-¡Hermanito, estaba tan asustado! Pensé que no despertarías jamás, tenía mucho miedo ve~- Feliciano lloriqueaba y berreaba y ahora Lovino tenía a dos tipos empapándolo de lágrimas y mocos.
-Oigan…- intentó llamarles Lovino pero los otros dos estaban muy ocupados llorando encima de él. –Oigan…- les intentó llamar de nuevo.
-¡Par de imbéciles, quítense de encima que me están lastimando!- les gritó finalmente pues ellos no sabían que el moreno aparte de todo también tenía un par de costillas rotas. Feliciano y Antonio se separaron de él entonces de un salto pero para cerciorarse de que Lovino estaba ahí, completamente consciente cada uno le tomó de una mano.
Los tres se quedaron en silencio limpiándose la cara e intentando recuperarse un poco, ni Feliciano ni Antonio le soltaban las manos y Lovino nunca se sintió mejor por el hecho de que alguien más lo tocara. Siempre había evitado todo tipo de contacto físico, lo repudiaba y lo odiaba, pero ahora el tener a las dos personas más importantes en su vida sin soltarlo lo hacía sentir seguro… aunque… había algo diferente.
Feliciano y Antonio estaban ahí, esnifándose la nariz y pasándose la mano libre por la cara, no habían dicho nada en todo ese rato y cuando Lovino se refería a nada, incluía también sus pensamientos. Pasó su mirada de sospecha por ambos morenos y apretó sus manos como si estas fueran un conducto a sus mentes y sus pensamientos… pero seguía sin escuchar nada.
-¿Por qué están tan silenciosos?- les preguntó entonces a ambos, por supuesto Antonio no captó el significado de la frase enseguida, pero Feliciano si, por lo cual lo miró con extrañeza.
-¿Silenciosos?...- repitió Feliciano quedándose mirando largo rato a Lovino que solo alcanzó a fruncir el entrecejo y tras unos minutos más, el menor pareció asustado.
-Hermano ¿No me escuchas?- preguntó a su mellizo que solo hizo más profunda la arruga entre sus cejas.
-Pero si no estás pensando nada- repuso Lovino que luego volteó a ver a Antonio el cual no sabía realmente que decir.
-Tú tampoco estás pensando algo… ¿Cierto?- le preguntó al español que pasó sus ojos de Lovino a su hermano y viceversa.
-S… si, lo estoy haciendo- contestó el ojiverde y el mayor de los Vargas abrió muchos sus ojos, tanto que no pudo más, de nuevo sus pupilas pasaban de Antonio a Feliciano respectivamente los miraba, se quedaba atento a ellos pero no podía escuchar ni un solo sonido, nada que no fuera solo las respiraciones de los dos muchachos ahí presentes.
Veía a las personas que frente a su habitación caminaban por el pasillo, ningún sonido emitían estas que no fuera el de sus palabras pronunciadas por su propia boca y nada más. Solo eso, no había otra cosa
Y de la nada, un torrente de sentimientos golpeó a Lovino, no sabía si era miedo, ansiedad, alivio o qué diablos pero este golpe de emociones no lo dejó respirar por un momento y solo terminó por soltar un extraño jadeo que vino acompañado por una explosión de lágrimas y su corazón palpitando con tremenda fuerza.
-No escucho…. ¡No puedo escucharlos! Ya no puedo escucharlos- comenzó a decir al tiempo que respiraba con dificultad, lloraba y por ultimo… reía, risas que lentamente se convirtieron en carcajadas que se mezclaban con sus lágrimas.
¡Ya no oía, ya no escuchaba! Apretaba todavía con más fuerza la mano de los dos morenos y entre sus risas los miraba pero nada, no escuchaba nada, no podía saber que pensamientos se escondían tras las expresiones descolocadas de ambos muchachos. Ya no podía… ya no escuchaba…
Entonces sus risas que se alzaron tanto que terminaron de nuevo por convertirse en llanto porque estaba tan aliviado que solo podía hacer eso, todo él estaba por fin liberado de una terrible maldición. Solo atinaba a seguir y seguir llorando porque estaba tan malditamente feliz que no podía ni siquiera controlar todo ese regocijo. Sus oídos, su cabeza, todo él… por fin eran libres.
Antonio y Feliciano comenzaron a pensar que el accidente y la fuerte contusión que dejó a Lovino en coma durante diez días fue al mismo tiempo la cura de esa extraña condición que padecía el muchacho de poder escuchar los pensamientos. Era la explicación más coherente que tenían, los doctores decían hasta el cansancio que su cerebro siempre había estado bien sin embargo el español y el menor de los italianos sabían que no era así, por lo tanto se convencieron de que un trágico accidente después de todo había sido la cura para el mal que había acosado a Lovino durante toda su vida.
Pero había otra y verdadera razón por la cual había sucedido esto.
El día siguiente que Lovino despertó, el italiano prácticamente mandó a su hermano y a Antonio a descansar a sus casas y darse un merecido baño, les aseguró que no iba a morirse en el transcurso de la noche así que estos muy renuentes terminaron por irse antes de que Lovino fuera arrojarles el florero y todo lo que encontrara a su paso para sacarlos de su habitación.
Por supuesto Antonio se había quedado con algo de remordimiento por dejar solo a Lovino en el hospital sin embargo se apresuró a ir a casa para descansar y estar bien al día siguiente para el castaño.
Cuando entró a su hogar lo primero que hizo fue llamar a su gato, sabía que Francis había estado cuidando del felino mientras él pasaba los días en el hospital por lo tanto se le hizo raro que el gato no apareciera, supuso que este estaría vagando como tanto le gustaba… aunque no parecía sentirse cómodo con esa explicación, de hecho su sola casa al apenas poner un pie dentro tenía un ambiente pesado.
Adjudicó esto al cansancio así que subió las escaleras para ir hasta su habitación y sintió un gran alivio al ver ahí a Tortuga.
-Así que aquí estabas, pequeño- le dijo al gato que estaba recostado en el centro de su cama hecho una bolita con todo su cuerpo enroscado.
-Ya estoy en casa, salúdame como se debe- le dijo al gato sentándose a su lado en la cama, pero incluso el movimiento que hizo el colchón al tomar asiento, no logró hacer que el gato despertara.
-Tortuga…- le llamó al animal pasando su mano por la cabeza de este que ni siquiera movió las orejas… es más, Tortuga no estaba respirando.
-Hey, Tortuga- dijo asustado Antonio tomando al animal en brazos y este parecía solo un muñeco, con sus patitas flácidas y sus ojos cerrados, sin maullar o ronronear…
-¡Tortuga!- volvía a llamarle Antonio poniéndolo entre sus brazos viendo como su cola colgaba sin gracia, sin moverse cual péndulo como solía hacer. El gato solo parecía estar profundamente dormido.
-No juegues así, vamos… despierta- le decía en voz baja al animal pasándole los dedos en una suave caricia por la cara y su frente pero aun con ello no había respuesta.
Antonio se quedó con el felino en brazos como si lo estuviera arrullando, esperando a que este abriera perezosamente sus ojos y se lamiera los bigotes aunque era obvio que eso ya no pasaría. El gato no tenía señales de haberse enfermado o de estar herido, daba la impresión que una tarde solo había trepado a la cama de Antonio, se había acomodado para dormir y sencillamente no despertó. Sin dolor, sin agonía, solo un profundo e interminable sueño.
Un sueño que se había convertido en un trueque, una vida a cambio del deseo de un amigo al que escuchó llorar bajo las frazadas, al que lo acariciaba escondido bajo una cama, con el que compartía la cama cuando estaba feliz, el que depositó en él confesiones, inquietudes e intimidades. Una de sus siete vidas fue el precio por ver cumplido el anhelo más grande del amigo al que tanto quiso. Un precio justo.
Y cuando Lovino supo la noticia, se quedó un largo rato callado, volteó a ver a Antonio que estaba sentado a un lado de él en su cama pues quería estar lo más cerca posible del italiano, pensando que este se entristecería pues sabía lo encariñado que el castaño estaba con el gato. Pero como si Lovino supiera algo que el resto no, solo atinó a medio sonreírse, apoyó su cabeza en el pecho del ojiverde y agradeció en silencio el sacrificio, o mejor dicho, el regalo de esa pequeña vida.
Ahora estando en esa habitación podía escuchar solamente el corazón de Antonio latir, le inquietaba un poco el no saber que estaba pensando el español en ese momento, de hecho, le inquietaba el ahora no saber lo que toda la gente que le rodeaba pensaba ¿Cómo sabría si le mentían? ¿Cómo podría estar seguro de quien era real y quién no? Tenía miedo de hacerle frente a un mundo del que no todo era lo que aparentaba y ahora no tenía manera de saberlo.
No tenía idea de cómo lo lograba el resto de la gente normal, sobrevivir a las mentiras, falsedades e hipocresías, trataba de hacerse una idea pero Feliciano llegó un día con la respuesta. Solamente se trataba de intentar confiar.
Confiar en alguien más es como jugar ruleta rusa, como arrojarte al vacío sin saber si tu paracaídas va a abrirse o fallar a último momento. Confiar no es fácil, la mayoría de las personas nos vemos orilladas a dibujar sonrisas, a soltar una mentira diminuta que podría ser un sencillo "estoy bien" pero que a su vez se va convirtiendo en una bola de nieve que avanza y avanza hasta volverse una avalancha que arrasa con nosotros mismos.
Vivimos bajo la presión constante de una sociedad que siempre espera lo mejor de nosotros, escondidos en máscaras, con heridas vendadas por mentiras… todo se reduce a apariencias y falsedades pero a veces entre todo ese cúmulo de dobles caras e hipocresías, entre los pensamientos fatídicos y pesimistas puede que encontremos alguien por quien arriesgarnos a confiar.
Y Lovino había hallado a ese alguien, así que en los días subsecuentes hacía que Antonio se sentara a su lado comenzando a contarle con lujo de detalle toda su vida. Su infancia que transcurrió escondido bajo la cama y los armarios, su pubertad y adolescencia que no fueron más que peleas con otros compañeros, reportes de conducta, mas migrañas y un aislamiento total, finalmente su adultez y otros cuantos detalles que hacían que se quedaran por noches enteras platicando.
Antonio lo escuchaba con toda la atención y aunque aún le era increíble creer todo lo que escuchaba no hacía interrupción alguna, asentía con la cabeza y seguía escuchando cada relato de Lovino.
Aunque también el español no pudo salir airoso de su propia situación y el día antes de que Lovino fuera dado de alta, Francis y Gilbert aparecieron, por supuesto acompañados de los primos de estos, todos lo miraban con la misma cara de reproche.
-Ahora si Antoine tú nos debes una larga explicación con respecto a cierto asunto- dijo Francis cruzándose de brazos al igual que Emma, Vincent, Guillermo y Gilbert. El ojiverde pareció de pronto asustado y quiso esconderse tras Lovino pero este se lo impidió.
-Deja de ser tan marica, y ve a hablar con ellos, sino esto nunca va a terminar- le reprendió Lovino como siempre con su tono de regaño y el entrecejo fruncido mientras le daba de golpes con la almohada obligando a Antonio a dar la cara.
-¡Pero…!- quiso discutir Antonio aunque se ganó por ello una mirada asesina por parte de Lovino.
-Ve con ellos ahora mismo- le ordenó el italiano señalando al grupo que esperaba al español y este los vio temeroso. El de ojos achocolatados terminó por dar un suspiro y suavizar su tono.
-Nadie va a juzgarte- agregó haciendo que el ojiverde diera un saltito.
-¡Dijiste que ya no puedes escuchar nada! ¿Cómo sabes…?-
-No necesito escucharte para saber lo que estás pensando así que ve o me saco el catéter y te lo entierro a ti en la cara- amenazó con esa poca delicadeza Lovino.
De nuevo todo otra vez se trataba de confianza, de mirar a la cara a la gente que te importa y confesar algo que has llevado enterrado toda la vida, de hablar acerca de esa horrible parte de ti, esas cosas dolorosas esperando que sean aceptadas y curadas o sencillamente ver cómo te dan la espalda y se alejan de ti. Nada está asegurado en esta vida, ni siquiera la presencia de alguien a lo largo de tu existencia.
Sin embargo en el caso de Antonio, este contaba con gente que era capaz de tragarse un regaño, de gritarle mil y un cosas y a cambio sostenerle la mano para ayudarlo… excepto por Vincent, él si le dio un buen puñetazo en la cara que hizo al ojiverde caer al piso y llamar a la seguridad del hospital.
Por supuesto los problemas que alguien carga desde que se tiene memoria no son cosas que se solucionan de un día para otro. Lovino podía seguir asegurando que no confiaba en nadie, que aun temía a la gente y los lugares atestados de ella, incluso su inseguridad había aumentado un poco más al ahora verse incapaz de saber lo que su interlocutor pensaba, pero aun con ello tenía en quien apoyarse, alguien que no lo dejaría solo caer o irse a encerrar a un armario o bajo la cama.
Y claro, ahora Feliciano también era libre de mantenerse en silencio, de guardarse tantos secretos como quisiera como cualquier persona normal, aunque por supuesto esto tampoco pasó. El habito estaba tan arraigado en el menor de los mellizos que para él, Lovino seguía siendo básicamente un confesionario, su vínculo no había cambiado en lo mínimo.
Por su parte Antonio trataba de deshacerse del mal habito de sonreír, tal vez ya era un rasgo de sus personalidad el preocuparse por todo mundo e intentar verlos bien, así que de vez en cuando Lovino lo atrapaba forzándose una sonrisa o guardándose alguna cosa. Era algo que intentaban superar poco a poco. Entre ambos trataban de curar las heridas del contrario.
Era una tarde de primavera, un mes ya había transcurrido desde el accidente y Lovino intentaba recuperarse del todo pues seguía usando un bastón ya que su pierna todavía estaba en proceso de rehabilitación.
El italiano iba a casa de Antonio, en realidad ya pasaba ahí toda la semana y solos domingos se acordaba que él tenía una casa propia, llamó a la puerta pero el español no atendió aunque le gritó desde el patio de atrás para que fuera a encontrarlo.
Maldiciendo por hacerlo caminar todavía más, Lovino iba cojeando apoyándose en el bastón hasta donde estaba Antonio sonriéndose con las mejillas sonrosadas viendo una caja de cartón que estaba en el jardín trasero.
-¿Qué es eso?- preguntó Lovino al escuchar un montón de sonidos chillones que asemejaban maullidos.
-Gatitos, creo que alguien los dejó aquí. Ven a verlos son lindísimos ¿Podemos adoptarlos?- preguntaba emocionado Antonio que metía su mano a la caja jugando con los mininos que buscaban desesperados a su madre para que los alimentara.
-Si te crees capaz de cuidar a tantas criaturas hazlo, yo no me hago responsable- dijo Lovino acercándose y agachándose un poco para ver a la camada de cinco gatos que apenas si lograban sostenerse en sus torpes patitas.
-Claro que puedo ¿Por quién me tomas?- preguntó el ojiverde haciendo pucheros por el comentario anterior y levantándose dándole un beso rápido en los labios a Lovino.
-Espera aquí, voy por leche- dijo entrando a su casa apresuradamente.
Lovino se quedó un momento más admirando a los gatos hasta que uno en especial captó su atención, uno que se lamía de manera vanidosa sin hacer caso a sus hermanos, se recostaba pasando su lengua áspera por toda la extensión de su patita de una forma bastante familiar hasta que finalmente levantó su carita peluda dejando ver unas grandes pupilas azules que Lovino identificó de inmediato así que no pudo evitar levantar al gato en sus manos haciendo a este maullar repetidas veces.
-Bienvenido otra vez. Creo que la última vez no te lo dije, pero gracias por todo- le dijo pegándolo a él acariciándolo dulcemente.
-¡Te dije que te encariñarías con ellos!- dijo Antonio que regresaba con un cartón de leche.
-Cállate idiota, este es mío. Los demás los cuidas tú- y con esto dicho decidieron adoptar a una nueva camada de gatos y de paso a un viejo y querido amigo.
FIN.
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Sip, con esto le doy fin a esta historia ¿Les gustó el final? Raro en mí que ahora, a pesar de ser una historia angustiosa tuvo un merecido final feliz.
Amen a su salvador y señor Tortuga XDDD ok no, espero alguna vez hayan notado que Tortuga fue un personaje que estuvo presente en todos los momentos críticos de Lovino y quise recalcar el toque sobrenatural de la historia con ese bonito mito de los gatos y sus siete vidas, siempre he tenido esta idea de que los gatos tienen un aura muy mágica y romántica, igual que esta historia (entre todo el drama y la angustia) así que espero hayan disfrutado de esta conclusión.
Ahora gracias infinitas a todos y cada uno de ustedes que comentan este fic, a los lectores silenciosos que se manifestaron por medio de favs y por otras de mis redes sociales. Un trillón de gracias por todo, de verdad el que se dieran el tiempo entre sus ocupadas vidas para abrir esta historia cada semana es increíble. En serio si supiera más sinónimos de gracias se los diría pero no puedo así que de nuevo GRACIAS
Yo sin más me despido esperando que nos leamos pronto (ideas ya burbujean en mi cabezota). Pásenlo bien y pues… nos leemos entre fics.