Shingeki no es mío, duh. Y mira que me gustaría tenerlo todito para mi...


Hoy contestaré todos los rewiews anónimos al principio... por una razón que podrán conocer al final del episodio.

Guest (1): ¡Hola, querida! Lo siento mucho por tardar tanto en actualizar ;u;, ¡pero aquí está el nuevo capítulo! Gracias por seguir la historia y comentar. Es un placer escribirla y no la dejaré. Lo prometo. De verdad.

Guest (2): Jopetas, mujer, ¡no me tires esos piropos o me pondré rojísima! ¡Y no hay que desesperarse! Aquí me tenéis con nuevos episodios ;)

Nana19: (Me suena un montón tu nombre... ¿tienes cuenta, verdad?) ¡Y yo mucho más feliz de que te haya gustado! (envía un corazón virtual) ¡No demoro en publicar, lo prometo! Sin embargo, no creo que en este capítulo se desvelen demasiadas cosas, la verdad... ¡Gracias por ser tan comprensiva con el tema de la desconexión! En algún momento, si soy sincera, pensé en eliminar la historia, ¡pero Rivaille estuvo a punto de matarme y no lo hice! Aquí lo tienes, ¡y espero que te guste!

Novenuatra: ¡Ésa es la idea, querida! Me gusta mencionaros en los comentarios, se me hace muy divertido poder hablar con vosotras ya sea vía PM o vía rewiews. Sois tod s un cielo, de verdad. ¡Os comeré a todos cuando acabe la historia! (saca la red del armario y se pone un casco verde en la cabeza.) ¡Si tienes un tumblr (y ésto va para tod s) dímelo y te seguiré! Intentaré disfrutar de las vacaciones tanto como pueda, ¡y siento que las tuyas estén acabando! Esto de ser estudiante es una caca... ¡Aquí tienes el nuevo capítulo! ;)


¡A lo mejor cuelgo una sorpresita Rivamika durante estos días! (llenemos el fandom hispano de Rivamika.)


―¡Mikasa!

El desgarro en su voz es descomunal y, en algún momento, Eren cree que su garganta ha acabado dañada a causa de los continuos gritos y respiraciones agitadas que sufre. La desesperación es tanta que convierten a Eren en un completo lunático recorriendo las largas calles que rodean su casa. Con el cabello totalmente despeinado y la ropa echa un asco, Eren llega hasta la explanada de margaritas que bordea el mercado de la ciudad. Allí, sentada frente a un nervioso Jean, Mikasa se encuentra atenta a cada uno de los movimientos de su prometido sin tener en cuenta qué ocurre a su alrededor. La pamela, el gorro que todavía conservaba de su madre, se encuentra perfectamente ajustado a su cabeza y, además, ésta es capaz de ocultar parte de su rostro, cosa que atormenta al joven Jeagger. Jean, algo más sonrojado, tantea con sus dedos hasta conseguir entrelazar una de sus manos con la de su hermana sin dejar de hablar ni quitarle los ojos de encima a la muchacha durante toda la casta acción.

―¡Mikasa! ―Con la respiración agitada, Eren vuelve a insistir y consigue, por fin, captar la atención de Mikasa y, por ende, la de Jean.

―¡Eren! ―grita conmocionada. La chica se levanta y Jean la sigue con una mirada inestable en la mirada. Eren le observa de arriba a abajo y vuelve su atención a la morena―. ¿Qué haces aquí? Creí que estarías con Armin, mientras yo…

Eren asiente, pero no la deja terminar. Sus manos se aferran alrededor de los hombros de Mikasa y ésta alza la mirada algo sorprendida por la repentina tensión en su hermano. Sus ojos se entrecierran y busca en los verdes de él una razón visible en su mirar. Inspecciona su rostro innumerables veces en silencio, mas la causa de su sosiego no aparece escrita por él ni en sus acciones. Aquello, sin lugar a dudas, inquieta a la adolescente, quien no duda en murmurar su nombre y pedirle explicaciones en un tono calmado, casi sumiso, pero Eren parece sumido en sus propios pensamientos, intentando descubrir la manera de transmitirle a su hermana todo lo que sabe y, además, no provocar más daño del recibido. Sin embargo, y aquello se convierte en un pensamiento interiorizado del moreno, cómo no hacerle daño cuando la chica se había convertido en un saco de arena dispuesto a recibir cualquier golpe. Eren aprieta los dientes y frunce el ceño. Se siente inútil, un mal hermano por no ayudar a su hermana en momentos como aquel, por no haber descubierto la verdadera faceta de Levi Rivaille a tiempo, antes de que su madre cayera a sus pies y su hermana la siguiera. Antes de que él mismo se refiriera a él como un salvador cuando, al final, él era el verdadero verdugo.

Mikasa vuelve a insistir y Eren, al parecer, escucha la temblorosa voz de su hermana a tiempo. Mikasa suelta un gemido al ver los ojos de Eren abrirse de golpe y, más tarde, adentrarse en los suyos con una facilidad sublime.

―¡Escúchame…! ―murmura entre dientes. Mikasa traga saliva―. ¡Sólo escúchame! ―insiste, desesperado. Mikasa asiente con las manos sobre los antebrazos de su hermano y con un Jean revoltoso a su espalda―. Es sobre Rivaille.

Auch. Ese es un golpe bajo, y Mikasa es capaz de sentir todo el dolor de éste recorriendo cada parte de su cuerpo sin excepción. Los labios femeninos se aprietan y los ojos de la misma se entrecierran con un deje de dolor en ellos. Entonces, cuando decide abrir los labios y hablar, la melancolía llega a su corazón y lo golpea por la espalda, mientras éste retumba con fuerza y le transmite una serie de recuerdos que ella ignoraba. Los dientes rechinan en silencio y el agarre que la mantiene unida a su hermano se aprieta de forma descomunal.

Al final, piensa Mikasa, nunca ha estado preparada para una segunda despedida.

―Eren, yo… ―intenta responder, pero el nudo en su garganta es demasiado profundo.

Jean, consciente del dolor en su prometida, avanza y entra en la escena de una embestida.

―Eh, Jeagger ―gruñe―. Mikasa pasará la mañana conmigo, así que, por favor, nos gustaría que dieras media vuelta y volvieras por dónde has venido. ―Eren coge aire e intenta no distinguir la sonrisa socarrona en los labios de su contrincante. Eso, sin dudas, será lo que le hará soltar a Mikasa y propinarle un buen golpe al inmaduro Kirschstein, pero se contiene. Devuelve su atención a Mikasa y persiste en volver a tener esos grises ojos fijamente unidos a los suyos, aunque ella parezca no quererlo.― ¿Es que no me has entendido? ―repite el más alto con los puños bien cerrados y con un objetivo muy claro.

Eren suelta a su hermana y se enfrenta a la burla del otro muchacho. Su madre no está presente…, y un buen golpe no le vendría nada mal a un rostro como el de Jean.

―Te he entendido perfectamente, pero tengo que hablar con Mikasa ―recuerda, mientras se arremanga las mangas y chasquea la lengua con elegancia.

Jean sonríe de nuevo y limpia sus labios con el dorso de su mano.

―Estás tentándome a que te rompa la cara ―advierte colocándose muy cerca de Mikasa.

Eren, al percibir la acción, empuja el cuerpo de Jean.

―Estaré encantado de ver cómo lo intentas.

El gruñido de Jean es gutural, pero no más sonoros que los del más bajo.

―No te burles de mi, Jeagger.

―No te metas dónde no te llaman, entonces.

Unas sonoras palmas resuenan por el lugar y, más tarde, se convierten en sarcásticos aplausos creados para disipar la tensión en la que se ha sumergido el lugar a causa de una primeriza discusión. Los pasos de una tercera persona, además, no tardan en adentrarse en los oídos de las tres personas implicadas.

―Creí haber escuchado que no volverías a pelearte con el prometido de tu hermana.

Una desdeñable figura se suma a la diversión acompañada por aquel mirar frío que tanto le ha caracterizado y que tantos seudónimos le ha otorgado. Eren es el primero en tensarse, al reconocer a la persona y rememorar todo lo que ha podido descubrir en menos de tres días, Jean le observa con una mirada tranquila y, a lo mejor, un tanto adorada. A diferencia de los dos hombres, Mikasa traga saliva y queda estática en su posición, muy impresionada por la sorpresiva aparición de la última persona con la que deseaba encontrarse aquella mañana. Sus ojos se esconden detrás de la sombra que crea su pamela y Rivaille, al encontrarse rodeados de más personas, decide ser incapaz de contemplar a la adolescente y regalarle una escueta caricia.

―Rivaille… ―"saluda" la morena.

Jean avanza unos pasos y se coloca al lado de Mikasa. Con cuidado, y sonriendo al sentir la aceptación de la chica, enlaza su mano izquierda con la derecha femenina y carraspea:

―Perdone, señor Rivaille, pero Mikasa y yo debemos marchar.

Rivaille arquea una ceja y cruza los brazos contra su pecho.

―¿Puedo saber adónde? ―tienta, y Mikasa es la única que puede ver la cola demoníaca que se enrosca tras su espalda.

―No.

Es ella misma la que contesta. Jean ni tan siquiera tiene tiempo para abrir los labios o pensar una respuesta adecuada. Con una mirada desafiante, tras levantar el rostro y dejar sus ojos iluminarse por la luz del sol, la morena aprieta la mano de su prometido y ambos abandonan el lugar sin mirar atrás. Jean se acostumbra al rápido paso de Mikasa instantes después de abandonar el descampado, pero no pregunta qué ha ocurrido. De alguna u otra manera, el chico comprende que ella debe ser la que decida hacerlo.

―¡¿Se puede saber...?!

Desconcertado y anonadado, Eren deja caer los brazos y parpadea sin creerse lo que acaba de ocurrir. Antes de actuar contra el hombre, Eren siente una gran presión contra su pecho y, segundos después, ser jalado hacia delante sin poder respirar. Los pequeños ojos de Levi brillan de una manera extraña, con un deje rojizo en ellos, que llega a consternar al joven, quien no deja de tragar saliva y apretar los dientes.

―¿A qué estás jugando, eh? ¿Crees que conseguirás algo tratando a Kirschstein de esa manera delante de tu hermana? ―demanda Levi sin aflojar la presión contra la tela o la cercanía que mantiene con el chico―. Tu madre se pondrá como loca.

No obstante, Eren no tiene pensado desaprovechar una oportunidad como ésta, mucho menos cuando puede hablar libremente y sin preocuparse por tener cerca oídos frágiles como los de su madre o hermana. Por ello, cuando una malévola sonrisa se forma en sus labios, Levi sabe que el chico tiene un as en la manga que el desconoce por completo.

Entonces, el chico lo suelta:

―¿Y sus juegos, Rivaille? ¿Cuándo acabarán sus juegos? ―ríe con sarcasmo, y Levi presiente que las preguntas no han acabado ahí―. ¿Cuándo nos dirá a todos quién es realmente? ―Las palabras del joven caen sobre él. Levi entrecierra los ojos y frunce el ceño sin comprender cuáles han sido los límites sopesados por el mayor de los hermanos Jeagger. Aún así, lo único que Levi sí sabe es que, indudablemente, se encuentra en problemas (menores) que debe de solucionar cuanto antes.― Sé lo de su hija ―susurra―. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que Mikasa lo sepa?

A lo mejor, después de todos, no son problemas menores.


Mikasa deja de correr en cuanto escucha la respiración entrecortada de Jean contra su nuca. El chico está cansado y Mikasa no desea romper la confianza ganada entre ambos por un energúmeno como Levi Rivaille, mucho menos en un momento tan crucial como aquel donde su futuro pendía de un hilo con nombre y apellido. Para en seco, con la mirada perdida en el suelo y la pamela ocultando su rostro. Jean, como Mikasa espera, golpea a la muchacha ligeramente al encontrarse con el repentino frenazo. Sin embargo, y favoreciendo a Jean, la cercanía es tal que, aunque Mikasa no lo desee, Jean tienta a los demonios y la abraza por detrás en un intento de transmitir sus sentimientos, sus miedos y sus deseos. La muchacha no se remueve, así que Jean entiende que el gesto no es una molestia para ella y consigue apretarla un poco más contra él. En silencio. Siempre en silencio. Mikasa se queda ahí. No tiene nada qué decir, pero mucho que escuchar y pensar. Traga muchísima saliva y cierra los ojos cuando la voz de Jean vuelve a batallar hasta llegar a sus oídos, y Mikasa no sabe qué contestar.

―No quiero obligarte a nada, Mikasa ―habla Jean. Mikasa asiente y Jean continua con su pequeño discurso―. Yo... aceptaré tu decisión, ¡hasta si decides romper el compromiso! Simplemente, necesito saberlo antes de mañana.

¡Mañana! ¡Qué pronto debe tomar una decisión! Mikasa parpadea con los ojos bien abiertos y deja de respirar. El rostro de Eren se dibuja fugazmente entre sus pensamientos y tiene muchas ganas de llorar. Separarse de su hermano será doloroso, una cruel tortura y una vida en el infierno. No saber de él será la ponzoña más efectiva y no poder comunicarse con él un golpe tan bajo que la dejara inconsciente durante días.

No obstante, el problema llega cuando el rostro y la voz de Levi retumban alrededor de su mente y su corazón se encoge de pronto. ¿Cómo será volver a separarse de Levi Rivaille? ¿Cuánto dolor tendrá que soportar de nuevo?

―Es…

Mikasa cierra los labios y suspira. No puede seguir hablando sin dejar de pensar en Rivaille, y eso le molesta.

Jean aspira su perfume y apoya su barbilla sobre su hombro derecho. Desea ver el rostro destruido de Mikasa, abrazarla y decirle que pase lo pase… él no va a olvidar su angelical figura.

―Es poco tiempo, lo sé, pero no sabía cómo decírtelo. ―Es honesto. Mikasa lo sabe, pero reconoce que, a lo mejor, Jean esconde otras razones que ella no puede descubrir. Por ello, y por otras tantas razones más, Mikasa decide no decir nada y asentir.

Coge mucho aire antes de contestar. El corazón le duele mucho, tanto que no puede respirar.

―Lo comprendo, Jean ―dice, e intenta ser dulce―. Sólo..., necesito unas horas de reflexión.

Jean sonríe y se separa lentamente de ella. Mikasa gira sobre sus talones y observa la gran curva en los labios de su prometido. Ella también sonríe al reconocer la capacidad de ésta para poder iluminar tanto o más que el mismo Sol.

―¡Sí! ¡Claro que sí!

La insistencia de Jean se hace algo pesada.

―Bien ―corta, seca―. Marcharé a casa, entonces ―anuncia y acomoda la pamela sobre su cabeza.

Jean se remueve en su lugar y la contempla sin abrir los labios. No sabe si es adecuado o no, pero la curiosidad le puede y decide hablar con ella.

―¿Quieres...?

El amago no sirve para nada, ya que Mikasa lo declina antes de poder formular la oración completa.

―No ―zanja el tema con una pasmosa facilidad―. Prefiero ir sola y... pensar.

Pensar. Jean sabe a lo que se refiera y, en aquellos momentos, eso es lo más importante. Él quiere que ella no se separe de él. Jean, realmente, desea que Mikasa le elija a él por encima de Eren.

―Mikasa ―susurra con amor. Mikasa detiene su caminar y le mira desde su posición. Jean sonríe nervioso, pero no se sonroja―, te quiero.

Y su corazón vuelve a encogerse.


―¿Mikasa? ―La susodicha alza el rostro y se encuentra con su mejor amigo frente a ella. Con la melena rubia alzada al viento, Armin sonríe y se acerca a ella con una de sus más vistosas sonrisas.― ¿Cómo has estado?

La pelinegra no tarda en contestar con un simple «Bien, gracias» que ha Armin no le convence demasiado, pero ya tendrá tiempo más adelante para saber qué esconde las secas palabras de su amiga. Mikasa reduce la velocidad de sus zancadas y decide caminar al lado de su mejor amigo hasta llegar a su casa. Armin siempre ha sido una muy buena compañía, mucho más en momentos como el actual donde, a causa de la información recibida, Mikasa se encontraba hecha un manojo de dudas y nervios. La tranquilidad de Armin, de alguna manera, llegaba a reducir el estrés en la morena y a dejarla respirar como ella deseaba.

Antes de continuar hablando, Mikasa abre los ojos y recuerda las palabras de su hermano la noche anterior.

―Armin, ¿no estabas con Eren? ―cuestiona, preocupada por la no aparición de su hermano. Armin sonríe―. Creí que hoy os encontraríais…

Mikasa no desea sonar sobreprotectora, mas Armin no necesita saber nada más.

―Sí, yo también, pero no ha venido ―ríe, aunque Mikasa reconoce que su rubio compañero se encuentra ligeramente enfadado por el plantón―. Así que he decidido pasear por el mercado, y parece que tú también.

―Hm.

La aludida asiente y decide que estará con Armin durante todo el trayecto hacia su casa. La idea le gusta, y a Armin también.

Mikasa alza la mirada al cielo y suspira. «No te separes de mí, entonces. Soy tu hermano, ¿no? Estoy aquí para protegerte y para quererte.» Dolió y todavía duele saber que Eren ni tan siquiera puede verla como ella ha estado deseando durante tanto tiempo. Hubiera dado tanto por poder rodear su cuello con sus brazos y rozar con sus labios aquellos labios que siempre han estado a su lado y han vocalizado su nombre una y otra vez.

Mikasa cierra los ojos y frunce los labios con un deje de acidez en la garganta. Los ojos le arden y el nudo en su garganta aprieta tanto que cree haber dejado de respirar. «¡Mikasa, corre, huye! Ellos te encerrarán, pequeño pájaro, ellos te encerrarán en su jaula de cristal», había dicho su padre en su lecho de muerte. Sin embargo, ¿cuándo ha podido huir de aquella jaula? ¿En qué momento las puertas de aquel oscuro lugar se han abierto para ella? ¿Quién la ha salvado de tan tenebroso lugar?

―Estás... ¿Serás feliz, Mikasa?

«Sigo encerrada, padre. Tan encerrada que ni tan siquiera puede reconocerme a mí misma», piensa, y sabe que tiene toda la razón. «Aquí están tus alas. Es tu libertad, vamos, ¡cógelas y no te desprendas de ellas!», había canturreado su padre días atrás. ¿Casarse con Jean era su libertad? Entonces, ¿porqué la libertad tenía que dolor tanto y ser capaz de desgarrar su corazón? ¿Porqué la libertad le impedía ser verdaderamente feliz?

¿Porqué no podía sostener la mano que realmente deseaba sostener?

Armin esperó la respuesta sin presiones, y Mikasa rememoró el día en que él, aquel que le había entregado las alas, se las arrancó con sus propias manos. Aún sin escuchar sus súplicas, sin desear ver sus lágrimas o mirarla por última vez a los ojos, Levi Rivaille dejó que la puerta se cerrara para siempre y que el vínculo que ambos compartían se partiera en trozos que Mikasa más tarde intentó recolectar, mas nunca fue capaz de juntar.

«¡El señor Levi es un mentiroso!», había llorado desconsolada. «¡El señor Levi me prometió que nunca se iría de mi lado y que podría quedarme con él para siempre!» Los recuerdos habían asaltado a ambos y la despedida se había convertido en un reproche por parte de la pequeña. Levi, sentado en la mesa y esperando terminar su taza de té, había querido renunciar a sus ideales y quedarse con ella, dejar la milicia y disfrutar de la mujercita. «¡Te odio, Levi!»

Mikasa no detesta a Levi Rivaille, simplemente, odia que se haya casado con su madre y no con ella.

Antes de poder añadir nada más, Mikasa gruñe incómoda y Armin alza la mirada para encontrarse, inesperadamente, con la figura del padre de familia. Ocupado con la leña que dará calor a la casa durante una semana más, Levi se percata de la presencia de los dos jóvenes instantes después de cortar la última porción de leña que Eren le ha traído esa misma mañana tras los reclamos de su madre al enterarse de la trifulca que ha estado a punto de llevar a cabo en contra del prometido de su hermana.

Levi se acerca a los chicos con las manos en los bolsillos de su pantalón y la mirada totalmente fijada en la chica del dúo. Más tarde, y con una áspera mirada, los grises ojos del ex-combatiente caen sobre el menudo cuerpo de Armin Arlet, el mejor amigo de sus hijastros. El rubio sonríe como puede y saluda con cordialidad al hombre frente a él:

―Señor Rivaille, un gusto volverlo a ver.

Rivaille no tarda en asentir.

―Gracias por acompañarla hasta aquí, Armin.

El susodicho se rasca la nuca con despreocupación.

―Oh, no se preocupe ―sonríe de nuevo. Las sonrisas del rubio empiezan a molestar al varón―. Ha sido un placer.

Mikasa asiente al escucharle y acaricia su mano con cariño. Armin comprende el gesto y asiente sin despegar la sonrisa de sus labios.

―Hasta mañana, Armin ―se despide Mikasa avanzando hacia su casa.

―Hasta mañana, Mikasa ―murmura Armin―. Adiós, señor Rivaille. ―Y tras una corta reverencia, el muchacha marcha hacia su casa sumergido en un incómodo silencio hasta para él mismo.

―Mikasa…

Levi no puede finalizar su discurso, ya que Mikasa acaricia su boca con una de sus yemas roza su borde queriendo limitarla al pensar que ésta desea escapar de su alcance, como si por primera vez su boca fuera acariciada y, con tan sólo cerrar los ojos, pudiera sentir la calidez de unos labios que todavía nunca había probado. Levi contempla a la mujer que se refleja en sus oscuros ojos, de cerca, cada vez más cerca y, entonces, ambos empiezan un juego sin fin, mirándose cada vez más cerca y observando cómo sus ojos se dilatan a cada centímetro eliminado y respiran confundidos hasta que sus labios se encuentran y luchan en una batalla sin ganador, mordiéndose entre ahogados suspiros, apoyando apenas la lengua entre los dientes.

Entonces, las manos de Mikasa buscan perderse entre la cabellera de Levi, acariciando lentamente la frondosidad de sus cabellos, mientras se besan como si tuvieran la boca llena de manjares irreconocibles para un ser no perteneciente al abanico divino, a las manos de Dios.

Si sus labios llegan a morderse entre ellos, no hay dolor, y si se pierden en una breve y terrible falta de aire, esa pérdida es hermosa. Y un único sabor se esparce en ambas bocas, y Levi siente a Mikasa temblar contra él como la luna lo hace reflejada en la inquieta marea.

―Marchemos lejos de aquí, dejándome estar siempre a tu lado y pudiendo pasar cada una de mis noches contigo ―aclama entre suspiros y mordiscos, sin despegar sus labios de los de Levi ni sus ojos de los del mismo.

Levi no contesta, pero sigue besando sus labios con más gula. Convirtiéndose, de aquel modo, en aquello que su padre nunca hubiera deseado: un pecador fuera de la mano de Dios.

―Levi, marchemos.

―No podemos marchar, Mikasa ―murmuró el menos joven, ahora pegando su frente con la de la muchacha e intentando no mirarla a los ojos y caer a sus pies como hombre enamorado que es. Mikasa deja de respirar―. Aquí están aquellos a los que denominas familia y, como tú, no podemos dejarlos atrás. Aun después de todo, no puedes abandonar a tu familia a su merced.

Un último beso les mantiene unidos durante unos minutos más, y Levi puede sentir el miedo en la otra, pero no dice nada. ¿Qué más podía decir?

―Te espero esta noche, Levi.

Mikasa no necesitó respuesta del viejo varón, ya conocía su respuesta. Siempre la había conocido.


Su madre se encuentra curiosa. Mikasa lo ha podido notar desde su entrada a la casa. Eren, sin embargo, se encuentra más distante de lo normal. No ha dicho nada durante el tiempo que ambos se han encontrado encerrados en la habitación que comparten, así que Mikasa supone que se encuentra enfadado por lo ocurrido aquella mañana. Decide no decir nada, ya que tener a su hermano enfurecido no es una buena idea, mucho menos en un día como aquel.

Algo nerviosa, Mikasa enreda sus dedos alrededor de la rojiza tela de su bufanda hasta que su madre les llama para reunirse todos alrededor de la mesa y cenar en familia. Eren es el primero en salir de la habitación sin decir nada, y el corazón de Mikasa se encoge.

―¿Y? ¿Cómo han ido las cosas con Jean? ―se interesa su madre cuando todos los platos están sobre la mesa y todos han empezado a comer en silencio.

Eren se tensa en su asiento. Tocar temas recurrentes es una de las características más llamativas de su madre y, además, algo que Eren detesta desde los principios de su adolescencia, mucho más desde el compromiso de su hermana con aquel… chico. Carla es, sin duda, la seguidora número uno de la pareja y, a lo mejor, la única.

―Bien, mamá ―asiente sin mirar a nadie a los ojos―. Quería verme durante unas horas, nada más.

Carla, al escuchar las palabras de su hija, suelta un pequeño grito de alegría y se lleva las manos a las mejillas. Mikasa la observa y asiente. Está feliz de ver a su madre en aquel estado de alegre plenitud, aunque ella no se encuentre experimentando una verdadera felicidad como prometió a tantas personas.

Un pie roza la espinilla de Mikasa por debajo de la mesa. Mikasa aprieta los labios con fuerza y abre los ojos totalmente sorprendida. Reconoce el dueño del pie que desea llamar su atención y, en un momento de confusión, alza la mirada para encontrarse con los desinteresados ojos de Levi contemplándola de reojo.

―Es un romántico y un buen chico, Mikasa ―dice su madre con el pecho hinchado de orgullo―. Estoy muy contenta por ti.

―Hm. ―Mikasa la observa y asiente con cautela.

Eren mira a su hermana sobrecogido. Los cubiertos entre sus manos se convierten en simples títeres capaces de deformarse entre éstas si la furia no se reduce momentáneamente. Nadie parece percibir el cambio de actitud en el adolescente, mas Eren no necesita captar la atención de nadie para decir lo que realmente piensa y sabe. El tembleque que ejercen sus dientes alerta a su madre: el olor a pólvora se eleva y sucumbe a todos los presentes. La guerra está a punto de empezar. Sólo faltan encender la mecha.

―Sigo pensando que es demasiado pronto.

Claro y sentenciador. Eren es egoísta, pero no le importa. Tiene que ayudar a su hermana, debe defender a Mikasa. Por una vez, como hombre, es él quién debe de hacerlo. ¡No puede esconderse durante más tiempo detrás de ella! Es hora de que él también comparta el dolor que su corazón alberga. Es momento de que Eren conozca la oscuridad que sumerge a Mikasa durante las noches y la tortura durante las mañanas.

Enfurecida, su madre abre los ojos y golpea la mesa con las palmas de sus manos. Desencantada de su afán de villano, Carla decide que hoy es el día para finiquitar los continuos ataques de su hijo.

―¡Eren! ―advierte.

Eren aprieta todavía más los dientes y frunce el ceño sin los cubiertos en la mano. Éstos caen estrepitosamente contra el suelo y es el único sonido que se escucha antes de caer dentro de un indefinido silencio torturador.

Levi se mantiene al margen, apartado de la escena. Sabe que es una disputa entre madre e hijo, y él no tiene cabida en tal relación. Sin embargo, el antiguo soldado se da el placer de observar a su hijastra de reojo y sorprenderse al encontrarla mirándole fijamente con los ojos abiertos, las manos escondidas entre sus piernas y los labios firmemente cerrados.

Algo no va bien, y Levi no sabe qué es.

―¿Qué? ―espeta el adolescente levantándose de la silla y enfrentando a su madre. El banco cae―. ¡Es verdad, mamá! ―insiste.

A diferencia de Levi, Mikasa sí sabe qué es.

Carla coge aire y alza el dedo índice contra su hijo. Se encuentra casi desatada, contra sus límites y muy cerca de propinarle una buena bufa, pero se contiene. Eren se encuentra fuera de sí y envolverse en una pelea demasiado calurosa podría traer consecuencias desagradables para todos los presentes en la sala.

—¡No me hables así, Eren! ―demanda la mujer con los ojos cerrados. Vuelve a coger una nueva bocanada de aire y abre los ojos―. ¡Es el prometido de tu hermana, tienes que respetarle!

Es una demanda y Eren la interpreta como tal, pero no le gusta. No le gusta en absoluto tener que respetar a un hombre como aquel. Jean Kirschstein no merece ningún tipo de respeto, mucho menos después de haber conseguido arrebatarle a su hermana.

—¡Basta con el tener que respetarle! ―ruge como un animal―. ¡Él ni tan siquiera ha respetado la decisión de su hermano! ―enfatiza la última palabra―. Mikasa ni tan siquiera quiere casarse, ¡lo está haciendo por...!

Es un ardor horrible sobre una de sus mejillas el que le hace detener su discurso. La mano de Mikasa, sumida en una serie de interminables temblores, se encuentra suspendida en el aire con el mismo ardor repartida por toda su palma. La mirada de Mikasa es dura, fría y detonadora, mas Eren es incapaz de razonar y comprender la sumisa actitud de su hermana.

Lo entenderá antes de despedirse, sin embargo.

—Mikasa...

Carla se lleva las manos a los labios y suelta un gemido de sorpresa al encontrarse con la escena ante ella, mientras Levi se tensa en su asiento y se prepara para interponerse entre ambos adolescentes y tranquilizar a su mujer más tarde, mas Eren se queda inmóvil en su lugar y Mikasa baja su mano y se acomoda la rojiza bufanda antes de hablar.

—Jean se ha alistado a las Tropas —pronuncia—. Y yo iré con él.

El olor a pólvora ha desaparecido; no hay más pólvora, no existe más mecha. La guerra ha empezado y, con ella, sólo aparece sangre…

…y un corazón roto.


¿Les he dicho nunca que las(os) quiero? Pues hoy los quiero más (coge el ordenador y sale corriendo para que no la maten.).