ONLY MISS THE SUN WHEN IT STARTS TO SNOW 3

La puerta estaba cerrada, nadie entraría a su oficina durante algún rato. Era tarde, la gran mayoría del personal se había ido a casa y la guardia trabajaba en un par de casos que no podían esperar al día siguiente. Habían disfrutado de días relativamente tranquilos, era mitad del verano y parecía que ni el calor ni las vacaciones escolares habían influenciado en el número de crímenes. Lo agradecía, de verdad se cansaba de los homicidios y crímenes violentos. Sobretodo ahora que no estaba Sherlock, pero eso jamás lo diría en voz alta, admitir que de verdad necesitaba a aquel molesto y prepotente hombre. Tenían un par de casos que se estaban enfriando y le preocupaban, pero no quedaba otra que esperar a que apareciera alguna pista que pudiera guiarlos en la dirección correcta.

Se recostó en su silla y cerró los ojos. Podía decir hasta las horas que habían pasado desde aquel día, bueno no, la verdad no, pero si sabía que nueve días atrás había conocido una especie de felicidad que hasta el momento le era un misterio. Era extraño, pero por supuesto que jamás pensó que su vida tomara ese camino y ahora que lo había hecho, no podía más que maravillarse. Años atrás cuando su matrimonio se fue al demonio no fue porque no quisiera a su ex esposa, si no porque jamás se entendieron en lo más mínimo. Lo único que era motivo de arrepentimiento eran por supuesto sus dos hijas, quienes ahora eran dos desconocidas para él.

Se arrepentía por eso, porque había dejado de verlas, porque eran dos años sin siquiera escuchar sus voces, habiéndose perdido de todos y cada uno de los momentos que para ellas fueron importantes.

Nueve días antes había aparecido en la puerta de la casa de Mycroft, ese lugar siempre en orden con personal dispuesto a cumplir cualquiera de sus deseos. Ahora tenía llave, aunque la mayoría de las veces no la usaba, sin embargo era la una de la mañana y sentía un poco de vergüenza que su presencia despertara a alguien. Mycroft no era ese alguien, había estado trabajando por horas y estaba estirando los músculos, tratando de espantar el cansancio. Greg pensaba que se esforzaba demasiado, que en algún momento debía mandar todo al demonio y esperar que alguien más se ocupara. Claro que nadie más podía tomar sus responsabilidades por lo que siempre tendría algo que hacer, algo que terminar, algo tan exageradamente importante que si no lo hacía, el mundo entraría en crisis.

O algo así.

Cuando por fin los ojos de Mycroft se posaron en él no pudo ocultar la sorpresa de verlo ahí. Generalmente Greg le enviaba un mensaje avisándole que pasaría a su casa y respetaba los deseos de Mycroft si le pedía que no fuera en caso de tener demasiado trabajo. Como sucedía justamente en ese día. Sin embargo, Greg pensaba que debía relajarse, que si seguía trabajando a tal ritmo iba a tener una crisis o iba a colapsar, o un infarto, o lo que fuera, realmente no quería pensar mucho en eso. No era propio de él no comer y justo por la mañana le confesó por mensaje que había olvidado cenar el día anterior. No, no era normal que se le olvidara cenar, estaba dejándose llevar por el estrés y no era nada bueno. Por eso estaba ahí, sin anunciar y sin saber muy bien qué hacer a continuación.

Acostumbrarse a la idea de la relación que llevaban no había sido fácil. Sinceramente había sido una de las cosas más difíciles de su vida. Aquel día que tomó su mano y lo besó (o se besaron, como fuera) fue el principio y aunque pareciera otra cosa, había sido lo sencillo. Después de eso tomaron la decisión de no hacer su relación "oficial". Greg pensaba que eso significaba que no habría un comunicado informando a todos los medios pertinentes, lo cual estaba bien por él, no quería que todo Scotland Yard hablara sobre su vida. Aunque por el otro lado, tampoco era como si pensara que nadie se debía enterar, no iba a esconder a Mycroft, en el momento en que él quisiera, podrían informarle a todos. Y después de eso entonces salir a cenar, al cine, a pasear a los perros, a comprar cosas para la casa…

OK, se había adelantado un poco, no se estaba casando.

-Gregory –dijo saliendo de su sorpresa Mycroft- no quedamos en vernos.

-No, no lo hicimos –respondió Greg. En cierta manera siempre se sentía que caminaba sobre hielo muy fino, el siguiente paso podría romperlo y caería, se congelaría y se moriría. Bueno, no era lo que quería expresar, pero con Mycroft siempre las cosas estaban planeadas y controladas y él a veces prefería ser espontaneo. No era que no compaginaran en aquello, Greg sabía que no debía romper la rutina de su pareja (novio Greg, di novio, no es tan difícil) pero tampoco iba a dejar que lo absorbiera el trabajo a tal grado. Así que se había arriesgado y ahí estaba, esperando poder convencer a aquel hombre de mandar, de verdad, todo al demonio.

-¿Qué haces aquí? –preguntó entonces Mycroft y si Greg no hubiera sido una persona persistente que no se dejaba desanimar a la primera, tal vez habría dado media vuelta y se dirigiría a su casa, a descansar por aproximadamente tres horas antes de que algo sucediera. Siempre sucedía algo cuando llegaba a su casa y se disponía a descansar. Por eso era mejor venir a casa de Mycroft, aquí donde el tiempo se detenía, por lo menos para él y de vez en cuando se podía relajar. Como aquella primera vez, cuando conoció a una persona diferente al político siempre listo para reunirse con algún líder mundial.

-Es bueno que te alegres al verme, digo, que me recibas de una manera tan cálida –bromeó y se movió por fin del rellano, dejando en uno de los sillones su abrigo de manera descuidada, en otro quedó medio arrumbado su portafolios, donde estaba la laptop que le había regalado Mycroft para sustituir la suya, porque un día simplemente no encendió. Greg sabía que esa falta de pulcritud no le agradaba a Mycroft y que conseguiría distraerlo al hacer esto, miraría las cosas mal acomodadas pensando en arreglarlas. Era una especie de trastorno, Greg no recordaba el nombre y en general Mycroft no evidenciaba que tuviera una necesidad obsesiva en arreglar las cosas a su alrededor, pero en su casa era otra historia. Todo tenía su lugar y las cosas se debían hacer de cierta manera para que las considerara bien hechas. Por lo cual, no era sencillo estar a su alrededor, uno podía acabar gritando porque dejara de poner en orden todo, que si la cuchara no estaba a medio centímetro del plato no cambiaba al sabor de la comida.

Mycroft estaba a punto de tomar el abrigo de Greg para colocarlo en dónde debía estar, que era el armario junto a la puerta principal, cuando sintió los brazos de Greg rodeándolo. La cercanía entre ambos era diferente, por decirlo de alguna manera. Tomarlo de la mano y besarlo estaba bien, era algo que Mycroft también quería y que sabía como manejar, lo demás era territorio desconocido y de verdad que Greg se sorprendió a si mismo cuando resultó que él era quién tomaba la iniciativa, quién de hecho, tenía exageradas ganas de compartir más cosas con Mycroft. Y es que, aunque al principio lo hubiera seducido (después de todo despertó en su casa, en una cama desconocida y vestido con una pijama que no era suya. De hecho el caso de la pijama era aun motivo de largas sesiones de preguntas sin respuestas con un Mycroft saliéndose por la tangente cada vez de manera más descarada), la iniciativa la seguía tomando Greg.

Y no le molestaba, no era eso.

-Greg –dijo al sentir sus brazos y la inesperada presencia de su aliento en su cuello.- No es el mejor momento.

Era algo definitivo, si Greg fuera otro tipo de persona se habría desanimado y olvidado la determinación que guiaba sus acciones, pero no podía simplemente darse por vencido. Y bueno, también en asunto de la hora y que de hecho, ya era domingo, tenía cierta ventaja. Mycroft no estaba enfundado en su tradicional traje hecho a la medida, listo para salir corriendo a las cuatro de la mañana como si fuera algo normal trabajar de madrugada. Bueno, para muchos sí, pero no era eso lo que quería expresar. Más bien se refería al hecho de no detenerse ni un momento, no darse siquiera un día de su semana para no hacer lo que siempre. Se concedía instantes, donde trataba de hacer ejercicio por ejemplo, y ya, lo demás era lo de siempre. Así que sí, Greg sabía que no era el mejor momento y sin embargo no se iba a dar por vencido.

-¿El mejor momento para qué? –preguntó Greg con la decisión de no escuchar lo que Mycroft dijera con palabras, más bien, hacer caso a su lenguaje corporal. Aunque pareciera que lo quería alejar, no se había despegado de él, permitía que Greg pegara su cuerpo a su espalda y descansara su cabeza sobre su hombro derecho, totalmente relajado. Se permitió un poco más, deslizar sus manos para abrir la bata de dormir y dejar que sus dedos caminaran explorando la sensación de la suave tela de su pijama (¿seda? Podría ser, no era de mucha importancia) hasta encontrar el borde y levantarlo para entonces sentir la piel de su abdomen bajo la punta de sus dedos y el escalofrío que lo recorrió fue enteramente placentero.

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-Inspector Lestrade –dijo la voz de Sally. Greg dio un pequeño salto y se puso de pie. Había sido un buen momento para que ella lo interrumpiera, antes de que comenzara a recordar las otras cosas que sucedieron ese día.

-Donovan –respondió él, se arregló la ropa y se cerró el saco antes de caminar hacia ella con mucha naturalidad, podía perfectamente dejar que pensara que se estaba echando una siesta en su oficina.

-Reportan la desaparición de una adolescente, la familia vive en Londres pero al parecer sucedió en Irlanda –dijo y Greg sabía que la posibilidad de terminar rápido con ese tipo de casos eran imposible. Tomó su celular, su abrigo, cerró su laptop y se permitió tres segundos para respirar profundo antes de seguir a Sally. Había visto a Mycroft nueve días antes y no habían tenido la posibilidad de repetir lo que pasó entre ambos y al parecer, no iban a tener la posibilidad a corto plazo.

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Habían estado interrogando a la familia e intentando hacer el contacto con la policía de Irlanda, de preferencia antes de que amaneciera, pero había sido casi imposible. Hasta Sally lo había apoyado cuando Greg les gritó por el teléfono que los casos de niños y adolescentes desaparecidos tenían prioridad y que le venía valiendo muy poco que fueran las 4 de la mañana. Tendría que tomar un avión, ir directamente hasta allá y comenzar la investigación porque la policía local no estaba cooperando, iba a poner su jurisdicción sobre la de ellos porque simplemente no entendía la razón de que no tomaran la debida importancia. Sobretodo porque durante la madrugada, llegaron dos reportes más.

El caso era simple. Las tres adolescente de quince años habían ido de viaje a Irlanda, un curso de verano. Habían sido seis semanas donde estuvieron viviendo en las instalaciones debidamente aprobadas para ese tipo de actividades y los padres habían recibido comunicación regular durante todo el tiempo. Lo usual, llamadas cortas (mamá estoy bien, todo es muy divertido), mensajes al celular, fotos y las actualizaciones de sus redes sociales; todo lo que se podía esperar de las adolescentes actualmente. Sin embargo, por lo menos en el caso de las tres chicas que se reportaron, no abordaron el avión de regreso a Londres y los padres, en cuanto confirmaron que no estaban entre los pasajeros, llamaron a la policía.

-Ojalá estuvieras aquí Sherlock –dijo casi en susurro pero Sally lo escuchó, no pudo más que encogerse de hombros, él sabía que ella podría haber hablado pestes del más pequeño de los Holmes, a pesar de que pudiera ayudarlos en este momento. Los casos de desapariciones o secuestros de menores de edad le revolvían el estómago, no podía más que ponerse en el lugar de los padres e imaginar lo horrendo que sería vivir algo así.

Para cuando dieron las 6 de la mañana estaban listos para hacer el viaje hasta Irlanda, no era algo que quisiera hacer, pero no quedaba de otra. Simplemente no se sabía nada de las tres chicas y era probable que conforme pasaran las horas hubiera otros reportes que fueran llegando de las oficinas de policía locales. Así que lo mejor era apersonarse en el lugar y tratar de obtener algunas explicaciones. Tal vez era algo sencillo, tal vez los padres no fueron sinceros al decir sobre la relación de sus hijas con ellos, tal vez tuvieron algún problema y alguna de ellas tuvo la genial idea de no tomar el vuelo de regreso. El punto es que estaba sentado en clase turista al lado de Sally y no le quedó más que cerrar los ojos tratando de verdad de dormir aunque fuera una hora antes de enfrentarse a más caos.

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Nueve días atrás comenzó a besar el cuello de Mycroft de una manera que sólo podía significar algo y esperaba ser muy claro porque no creía poder verbalizar algo coherente. Sus manos habían encontrado finalmente el elástico de sus pantalón y estaba jugando con él, temiendo dar el siguiente paso y queriendo dar el siguiente paso. Todo al mismo tiempo, un mar de sentimientos, pensamientos y deseos todos traducidos en la manera en que sus manos dieron vuelta a Mycroft para poder mirarlo, absorber la manera en que su respiración acelerada hacía que su pecho subiera y bajara con rapidez, como sus pupilas estaban dilatadas y no podía quitarle los ojos de encima, y su erección clamaba por ser atendida… a la brevedad posible.

Greg tenía que calmarse, aquello era algo inesperado, que Mycroft respondiera de esa manera, tan complaciente. Y si se quería dejar hacer, Greg lo haría. No tenía idea de qué tan lejos podría llegar, no demasiado para ser su primera vez con él y la primera vez de hecho con un hombres. Además no era un tema que platicaran con anterioridad, jamás le podría haber preguntado "bueno Mycroft, ¿con cuántos hombres has estado? Lo único que sabía era que no había otra relación "estable" de la que hablar, lo que ellos tenían era todo. Así que pues, tomó un poco de valor, y se hincó frente a Mycroft bajando con delicadeza el pantalón de su pijama y su costosa ropa interior.

El momento de pensar había pasado. Sonrió y vio los hermosos ojos que ahora se encontraban por completo concentrados en su persona. Le gustaba el tipo de atención que le ponía, como si él, Greg Lestrade, fuera lo más importante en el mundo entero. Y sabía que había dejado de pensar en el trabajo, que de esa manera él y sólo él, podía alejarlo de sus obligaciones y poner, espera que así fuera, su mente en blanco. Después de esa sonrisa privada, una que sólo existía entre Mycroft y él, lo lamió desde la punta hasta la base, tomándose su tiempo, sintiendo cada estremecimiento que le dedicaba su perfecto y adorado novio.

Cuando lo tomó con su boca no pensó que fuera extraño, no consideró que sentir su erección con toda su esplendida dureza llegando hasta lo más profundo de su garganta no estuviera entre las experiencias que esperaba vivir. No, aquello no estaba planeado, pero era lo que quería y lo estaba haciendo feliz. Y en algún punto tuvo que dejar de pensar porque no le era posible, lo único que podía hacer era dejarse llevar por el movimiento, tanto de su cabeza como de las caderas de Mycroft que de manera suave pero rítmica se movían adelante y hacia atrás. Y los gemidos, oh dioses, los gemidos eran indescriptibles y lo único que conseguían era que buscara escucharlos una y otra vez y haría lo que fuera por provocarlos.

Se sentía en un lugar muy cercano al cielo y sabía que lo que estaban viviendo era lo menos que podrían sentir juntos y por lo mismo, se dio el tiempo de imaginar lo que sería avanzar un poco, tan sólo un poco más. No se dio cuenta en qué momento sus dedos buscaron y encontraron el camino hacia los glúteos de Mycroft, los cuales apretaron con mucha fuerza hasta abrirse paso entre ambos y tocar su entrada. Sólo la tocó, de verdad sólo fue eso, pero la respuesta de Mycroft fue increíble. Sus caderas se movieron con rapidez haciendo que entrara en la boca de Greg lo más profundo que pudo, causando un poco de reflejo nauseoso que luchó por interrumpir, de ninguna manera nada se iba a interponer en su momento.

Mycroft se tensó, fue cosa de un momento y después la boca de Greg se llenó de líquido salado que tuvo que tragar rápidamente para no sentir que se ahogaba. Salió de su boca con un movimiento lento, dejando que la lengua de Greg lamiera los restos de su eyaculación y lo miró de nuevo como nunca pensó mirar a nadie, porque era algo especial, lo que tenían entre ambos.

Greg recibió a Mycroft entre sus brazos cuando sus rodillas fallaron y se quedaron abrazados sobre una de esas alfombras mullidas y confortables que tenía en su casa.

/

Se encontraba en camino a la prefectura local en Dublín, era un viaje de coche de unos 20 minutos. El celular de Sally sonó y ella leyó el mensaje que había recibido. La sintió removerse en el asiento y poner derecha su espalda.

-¿Más malas noticias? –preguntó Greg.

-Señor –dijo ella tratando de encontrar las palabras adecuadas, de pronto Greg sintió que lo que fuera a decir iba a causar un impacto en su vida, simplemente lo supo.- Durante el tiempo que estuvimos en el aeropuerto se recibió un reporte más, otra chica más de quince años residente de Londres.

Sally no lo miraba, veía el camino frente a ellos pero no a él.

-Abigail Lestrade.

Only know you love her when you let her go…

And you let her go


Gracias por leer y perdón por la espera, el PotterLock me consumió.

Si ven algún error me lo dicen por favor! Es que no me dio tiempo de releer la última parte.

Comentarios por favor! Los necesito.

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