Artemisa.

El Olimpo, hogar de los dioses. Maravilloso, despampanante, mágico, celestial y muchos otros adjetivos más que pudieras nombrar pero para ella solo se definía como "aburrido" y en ese momento "agobiante". Incluso la luna le parecía deprimente, aunque no le dirigió un segundo pensamiento.

La Diosa de la Sabiduría caminaba con actitud ausente y el ceño fruncido por el amplio pasillo central del palacio, su peplo celeste ondeaban a sus suaves pasos, acariciando su figura mientras que su larga cabellera negra se encontraba recogida en un moño alto que su muy querida Partita se encargara de realizarle al levantarse.

No estaba del mejor humor. Su porte casi siempre tranquilo y sereno se delataba por los pequeños gestos mostraba, sus labios en una línea, su mirada indiferente y que llevara fruncido el ceño. Dionisio alegre y tal vez un poco ebrio se cruzo en su camino, a pesar de su estado tenía aun pleno uso de sus facultades como para considerar mal momento para molestar a su hermana, recordó convenientemente que tenía algo que hacer y se despidió con una sonrisa nerviosa.

Hebe y Heracles decidieron que lo mejor sería llevar sus amores a un sitio más privado que la esquina de una de las habitaciones que permanecía abierta.

-Sí, no se sabe que ocurrió pero… -Escucho una voz femenina proveniente de una de las salas de té y decidió asomarse, se encontró con un grupo de ninfas que cotilleaban emocionadas, reconoció varias de las acompañantes de Deméter, Hera y una que otra de sus propias ninfas.

-Señora Athena. –Attie de contextura menuda pero atlética se acerco al sentir su presencia, con su mirada dulce y serena se apresuro hacer una reverencia al mismo tiempo que las demás. –Espero que su reunión con el Señor Zeus haya terminado bien. ¿Necesita que la acompañemos? –Cuestiono servicial haciendo un gesto a otra de las ninfas, Naia de apariencia de una dulce niña expectante. Se dio cuenta de que ambas estaban emocionadas por el chisme que contaban las otras.

-No es necesario. Attie, Naia, solo no olviden cumplir con sus deberes después. –Cedió a darle tiempo libre a sus compañeras, las dos mostraron una sonrisa alegre antes de reverenciarla nuevamente y regresarse al grupo que se inclino respetuosamente.

En un momento transitaba tranquilamente por el estrecho pasillo que daba a los jardines y al otro estaba contra una de las paredes acorralada por el musculoso cuerpo de su hermano menor, sus ojos rojos se clavaron en los suyos y su cabello negro chorreaba agua fría que le salpico.

-No sé qué clase de conversación tuviste con nuestro padre pero no pareciera que tuvo un final feliz. –Comento divertido.

-No ha sido precisamente como lo esperaba. –Reconoció un tanto alegre de poder decirlo en el tono que deseaba; hosco. Coloco sus manos en su pecho húmedo para apartarlo. –Un poco de espacio, hermano.

-¿Por qué? ¿Te pongo nerviosa, querida hermana? –Arrastro las últimas dos palabras, coloco ambas manos a los lados de su cabeza con una sonrisa ladeada y feroz. –Deberías dejar de pensar y preocuparte tanto, por nuestro padre, por esos humanos y mejor prestar más atención a lo que tienes delante.

-Lo que tengo enfrente puedo verlo en cualquier momento del próximo milenio. –Dijo con voz neutral un poco hastiada de los continuos intentos de seducirla de Ares, no mostro el menor atisbo de incomodidad porque le daría terreno al hombre. –En cambio la vida de los humanos es muy efímera pasa en un parpadeo. Me gusta ser parte de su vida.

-¡No entiendo tu afán por esos mortales! –Y muchos de los otros dioses tampoco lo hacen, pensó la diosa al ver su arranque de furia. –Aracné no te importaba tanto. –Saco con la intención de herirla, su rostro a centímetros del de ella que solo pudo mirarlo impasible.

Le costó controlarse el tiempo suficiente para no mostrar ninguna emoción, no le gustaba que le sacaran el tema de la muchacha en cara porque a duras penas se reconocía a si misma que había actuado en un impulso de malcriadez y de orgullo, o peor aun de perder el control de su rabia. Su consuelo fue darse cuenta de que si Aracné hubiera tejido algo que no fuera ofensivo para los dioses le habría concedido la victoria, justamente.

-Ella nos insulto. –Dijo.

-Ciertamente. –La miro con intensidad, tanto que Athena fue capaz de reconocer la lujuria y el deseo en su iris, por lo que se puso alerta al instante. –Sabes, hermana. Lo que necesitas para sacar toda esa energía que guardas cuando no estamos en el campo de batalla es un hombre que te ayude. –Susurro al acercarse peligrosamente hasta sus labios que quedaron a centímetros de tocarse, Athena sentía su respiración en el rostro. –Uno de verdad.

Lo siguiente que supo el dios fue que su cuerpo se estampo con brutalidad contra la pared al ser lanzado por el cosmos violento de la diosa, se rió regocijado de haber logrado hacerla perder el control, la miro en su pose molesta: Manos en la cadera, cuerpo tenso –su perfecto cuerpo –y sus ojos del color del hierro imperturbables pero duros.

Athena se giro en un movimiento elegante con muchas emociones dentro de su pecho: Indignación, rabia, dolor y una creciente soledad, no le gustaba sentirse alterada, no sabía manejarlo.

Por otro lado acababa de recordar con mucha fuerza del porqué de su voto de castidad.

-Un día vendrás a buscarme. –Lo escucho grito al marcharse por lo visto no entendió su clara negativa–No somos tan diferentes. –Las últimas palabras si se quedaron en su mente un rato.

Athena le dedico una mirada fría que no supo si llego a ver. Por el repentino brote de ira ni siquiera se acordaba del porque caminaba en esa dirección por lo que sus pasos regresaron sobre lo ya andado, no se fijo por su mirada gacha de las ninfas que se metieron rápidamente a su salón después de haber estado asomadas ni que al pasar le lanzaron miradas curiosas y algunas maliciosas.

Peligroso caer en la lengua de las ninfas.

Attie y Naia que permanecieron en el marco de la puerta cruzaron miradas ante las expresiones de regocijo de sus compañeras, su primer impulso hubiera sido seguir a su señora para evaluar su bienestar pero su mayor preocupación ahora era tratar de detener la información que seguramente no tardaría en llegar hasta los oídos de Zeus, y entonces tendría que preocuparse por la integridad del Olimpo.

Alcanzo la parte más externa del castillo gracias a sus pasos agigantados, detestaba perder la compostura pero la furia la dominaba, tres pasos atrás recordó que estaba buscando a Niké al cruzarse con Ares y en ese momento se dio cuenta de que la necesitaba, su compañera era la única con la cual podría descargar la frustración que cargaba.

Pasaba por las habitaciones externas del castillo cuando escucho unos sollozos apenas audibles, se detuvo con gesto contrariado, aquella zona estaba generalmente vacía y se reservaba para las festividades cuando ser reunía casi por completo la familia,deformo la palabra en su mente.

Se llevo una gran sorpresa al sentir el abrumador cosmos de Artemisa, se encontraba alterado en una amalgama de sentimientos: Tristeza, rabia, dolor, traición pero el que predominaba era la pena. Dudo frente a la puerta, sin poder imaginar que había llevado a la doncella hasta ese estado pero finalmente decidió actuar.

-¿Artemisa? –llamo con suavidad al tiempo que abría la puerta chirriante. Repaso la estancia con la mirada hasta encontrarla, la visión la sobrecogió. Artemisa, la eternamente alegre, segura y un tanto altanera de su hermana se encontraba resumida a una doncella como cualquiera, tirada en una pose incomoda sobre la cama llorando silenciosamente, su cabello castaño estaba enmarañado mezclado con hojas y ramas cayendo sobre su espalda, su vestido aunque usualmente lleno de sucio se veía descuidado, lleno de barro y con humedad.

-No te di permiso para entrar. –Murmuro entrecortada por los sollozos con una voz tan dolida que Athena sintió el dolor en sí misma. Vacilando sobre si dejarla o no avanzo sin darse cuenta.

La luna a la que no había dedicado un segundo pensamiento volvió a su mente, ya sabía porque le parecía deprimente; estaba incompleta y con un brillo de tristeza rodeándola.

-Tienes razón. –Admitió percatándose que sin querer dejo la puerta abierta. Permitió que su cosmos ahora más tranquilo se extendiera para encubrir el de Artemisa, no necesitaban más testigos. –Pero no puedo irme después de ver que estas sufriendo tanto. –Permaneció de pie lo que le parecieron largos minutos sin tener en claro que hacer. No tenía experiencia ni se consideraba buena consolando a los demás, sus pensamientos siempre se encaminaban por la lógica del asunto y tendía a dejar de lado la parte emocional pero Niké siempre lograba dar con las palabras para hacerla sentir mejor, quizás podría lograr lo mismo.

-No necesito de tu ayuda. Se me pasara. –replico orgullosa alejándose de la mano que Athena extendía hacia ella, sus bucles castaños se pegaban a su rostro por la humedad de las lágrimas, sabía de sobra con su tiara lunar tirada en la cama que su estado era lamentable. Ver a su impecable hermana mayor no la ayudaba mucho y por eso no la necesitaba compadeciéndola.

-Preferiría asegurarme con mis propios ojos. –Dijo con amabilidad al arrodillarse a su lado, su mano a medio camino a su rostro descendió hasta su espalda para darle pequeñas caricias constantes, un gesto que Niké solía tener con ella misma. Comprendía mejor que nadie el orgullo pero también aprendió que a veces se necesita que la otra persona fuera terca y se mantuviera allí aun contra los deseos de uno. –Lo que sea que haya sucedido mejorara. –Se sintió torpe al usar una frase tan impersonal. – ¿Debería buscar a Apolo? –Pregunto con duda. No se sentía en terreno conocido y quizás lo que Artemisa necesitaba era a su gemelo.

-¡No! –Grito sobresaltándola –No quiero verlo por lo pronto. –Esa declaración sí que sorprendió a la Diosa de la Guerra que ladeo el rostro confundida, desde su nacimiento los gemelos habían sido unidos, tal vez no físicamente porque sus deberes solían separarlos por periodos de tiempo pero si lo eran emocionalmente, se necesitaban el uno al otro. Si el problema había sido una discusión entre ellos considero que quizás debería llamar a Leto.

-No, no quiero verlo por lo pronto. –Esa declaración sí que sorprendió a la Diosa de la Guerra. Los gemelos habían sido desde su nacimiento muy unidos, quizás no físicamente por sus deberes que los separaban pero si lo eran emocionalmente, se necesitaban el uno al otro. ¿Quizás debía llamar a Leto?

-¿Tu tristeza tiene que ver con algo que te haya hecho tu hermano? –Cuestiono directamente sin mucho tacto como pudo notar, su mente procesaba todos los escenarios posibles y algunos eran más perturbadores que otros. Artemisa paro su llanto casi al instante, hipando mientras pensaba una respuesta, la Diosa de la Luna levanto la cabeza chocando su mirada gris con la suya del mismo color, en eso se parecían.

-Sí. –Dijo cortante sin saber porque continuaba respondiendo las preguntas, ni porque la fría Athena se interesaba tanto en su malestar. Pudo ver que su preocupación era sincera, Athena no tenía talento para mentir y decía lo que pensaba, en un gesto que no repetiría en mucho tiempo –esperaba nunca –se permitió abrazarse al cuerpo de la otra mujer y continuar con su llanto en su hombro. La Diosa de la Sabiduría no quería imaginar que la peor de sus conjeturas era real, pero las reacciones de Artemisa lograban que fuera ganando terreno.

-¿Sí pregunto qué fue lo que hizo me lo dirás? –Pregunto. No se le daba bien consolar a los demás pero si podía llegar a las conclusiones correctas que permitiría a las personas entender lo sucedido y así llegar al entendimiento. Además necesitaba urgentemente una confirmación.

-Lo mato, no peor aun me hizo matarlo. –Expreso con dolor y mucha ira en sus palabras confundiendo y desorientando por completo a su compañera, por lo menos podía descartar la perdida de castidad de su hermana. –No tenía ningún derecho de decidir sobre mi vida, la que le pidió a nuestro padre permanecer casta fui yo, si quería romper el voto es mi decisión.

-¿A qué te refieres? –Inquirió desorientada. Solo tres deidades tenían votos de castidad: Hestia, Artemisa y ella misma, que una quisiera romperlo la confundía, recordando su encuentro con Ares un escalofrió le recorrió la espalda. Ella como deidad nunca sintió interés alguno en ningún pretendiente divino que intentaba cortejarla, su aversión aumento con el incidente de Hefestos y los intentos de Ares solo la agotaban, que Afrodita le diera charlas sobre el amor tampoco ayudaba. Lo más cercano que estaba de ese tipo de amor era el que le profesaba a sus protegidos mortales.

-Orión. –Pronuncio el nombre en una mezcla de ternura y pena. –Se llamaba Orión, era un cazador con el que había pasado muy buenos tiempos, tenía un excelente tiro. Nos divertíamos mucho juntos y él me adoraba, me rendía culto. –Conto con la mirada perdida. –Y yo… me enamore de él. –Apretó sus brazos alrededor del cuerpo de su hermana que solo pudo responder acariciando sus cabellos, ninguna de las dos lo esperaba. Artemisa hasta ese momento no se había atrevido a decirlo en voz alta. –No pensaba hacer nada más de momento, solo quería disfrutar de su compañía, de sus gestos, de su cariño pero Apolo se entero y me engaño. Logro que lo matara con una de mis flechas y después solo dijo que lo hacía por mi bien. –Su voz fue aumentando de volumen y de rabia. – ¡¿Quién se lo pidió?! ¿Qué sabe él de lo que es mejor para mí? –Se separo bruscamente del abrazo colocándose de pie y caminando de un lado a otro. – Yo no me meto con sus amantes. ¡Yo lo amaba! ¿Qué derecho tiene?

-Artemis. –No era común que la Diosa de la Sabiduría se quedara sin palabras pero esta era una de esas raras ocasiones donde permaneció en silencio mientras que la menor se desahogaba.

-Se que no lo entenderás. –Declaro de pronto para observarla. –Apolo tampoco lo hizo, lo entiendo más de tu parte que de la de él porque antes de esta noche no lo habría entendido. –Medito mas para sí misma, se restregó con rudeza la humedad de sus mejillas para tenderle una mano a la otra diosa. –Por favor olvida todo lo que viste hoy. Quiero estar sola. –Declaro con firmeza al levantarla. –Déjenme pasar mi luto como mejor me parezca al menos denme eso. –Casi suplico, la escolto hasta la puerta donde de un pequeño empujón la saco para después encerrarse.

La de Ojos Grises parpadeo con una expresión de duda en su hermoso rostro. No esperaba la confesión de Artemisa aunque la prefería a su propia idea y como ella dijo se sentía incapaz de comprenderla. Su vida era solitaria pero hasta ese momento con quien más se identificaba era con ella, ambas disfrutaban de los deportes, de los juegos de lógica y de sentirse libres de los efectos de Afrodita. El vació de su corazón aumentaba y solo podía sentirse traicionada de una forma compleja, Artemisa tenía libertad como ella misma decía de decidir qué hacer con su vida pero de alguna manera sentía que la abandonaba.

-Athena, te estaba buscando. –Niké con su largo y revoltoso cabello castaño cobrizo caminaba presurosa con una expresión que cambio de la preocupación al alivio.

-Yo también te buscaba, hermana. –Le regreso el abrazo aun preocupada por la menor pero prefirió respetar su deseo y darle espacio.

-Vamos a tomar una buena copa de néctar en las terrazas para que conversemos. –Propuso preocupada con sus ojos dorados instándola a seguirla. –Sabes lo mucho que me gusta disfrutar de tu compañía. –Athena sonrío contenta de tener a su lado a su amiga. Sus relaciones con los demás dioses se basaban en la tensión con algunos, con otros eran meramente corteses y solo podía confiar en Niké.

El primer tema que tocó Niké altero a la diosa de cabellos negros. Attie y Naia la estaban buscando pero al no encontrarla le comentaron preocupadas lo que vieron sucedió entre Ares y su señora, adicionando la conversación que mantuvieron las demás ninfas quedando ellas aparte por respeto pero temían que el chisme llegara –aumentando y exagerado –a oídos del Dios Zeus y que hubiera una reprimenda contra Athena.

Athena medito unos momentos que hacer al respeto ante la mirada expectante de Niké. Sonrío percatándose de que no estaba tan sola como pensaba, si Zeus llegaba a decirle algo aclararía las dudas con sus siempre – o casi siempre –certeras palabras. Niké estuvo de acuerdo, de todas formas lo más seguro es que el reproche cayera directamente en su hijo antes que en su hija predilecta.

Una vez zanjado el asunto conversaron mas animadamente en la terraza, rodeados de la brisa celestial y a lo lejos de la luna menguante iluminaba tenuemente. De pronto unos gritos provenientes de abajo las distrajeron, al asomarse pudieron ver el momento en que Artemisa le daba una cachetada a su gemelo tan fuerte que lo obligo a retroceder y a soltarla, sus palabras cargas de rabia se dejaron escuchar con tono elevado al tiempo que Apolo de cabellos dorados intentaba apaciguarla con dulces palabras que caían en oídos sordos. La Diosa de la Luna se giro enfurecida para marcharse a grandes zancadas.

Momentos después el Dios del Sol hizo su aparición frente a ellas, sobándose la mejilla y con una expresión de estar sin duda contrariado y herido en su amor propio.

-Buenas noches. –Dijo educadamente.

-Buenas noches. –Respondieron a coro.

-Lo que le hayas hecho Artemisa seguro se le olvidara pronto. –comento Niké intentando animarlo, por supuesto ella no sabía que sucedía.

-Dudo mucho que se le olvide en algún momento. –Declaro Athena con tono tosco, sorprendiendo a sus oyentes. Se lamento no poder explicarle a Niké pero no podía pasar sobre la voluntad de Artemisa. –No has debido hacerlo, le has hecho daño a tu hermana por tus celos. –Durante su charla con la diosa de la victoria no pudo evitar darle vueltas a lo dicho por Artemisa hasta llegar a la conclusión visiblemente acertada por la expresión de Apolo que todo sucedió por un arranque de celos.

-Ella le pidió a nuestro padre ser siempre casta. –Exclamo ofendido para justificarse.

-Exactamente, ella lo pidió y dudo mucho que tú la influenciaras en esa decisión. ¿Entonces, porque te tomaste la libertad de intervenir en esta situación? ¿No ves que lastimaste a tu hermana con tus acciones? –Pregunto con el ceño fruncido.

-¡Ella es una diosa y él un simple mortal! ¡No debió poner sus ojos en ella, ni siquiera debió soñar con estar con ella! ¡Mi hermana no tiene porque sufrir por un hombre! –Apolo contesto furioso casi sin respirar. – ¡No tenía derecho de corromperla!

-¿Y si hubiera sido feliz con él? ¿Lo pensaste? –Replico. –Tú que has tenido varios amantes entre deidades y mortales no tienes derecho de privarla de lo que ella amaba.

-¡Es diferente!

-¿De qué forma? Ilumíname, por favor. –su mente proceso lo gracioso que se escuchaba decirle eso al Dios del Sol.

-Mi hermana tiene que ser siempre casta porque de esa forma ningún hombre podrá quitarla de mi lado, ella es mía. ¡Mi otra mitad! ¡No tiene porque sufrir por amor! –Dijo con toda la frustración de su corazón –Si fueras tú la que quisiera a un mortal no sería tan importante, nunca le has tenido tanto cariño a alguno de tus parientes divinos como a esos mortales que te adoran, no me importaría si Afrodita se burlara de ti. No eres tan valiosa para mí. –sus palabras hirieron en lo más profundo en el corazón de Palas, Apolo pareció darse cuenta de ese detalle después de decirlo por la expresión dura de Athena pero no pudo retractarse.

-Lo comprendo. Espero que Artemisa te pueda perdonar. –Sentencio ignorando dese ese momento a su hermano menor que bajo el rostro avergonzado apretando los labios, pronto lo vieron marcharse.

-Athena… -Empezó Niké aturdida por todo el intercambio de palabras pero lo suficientemente clara como para notar el dolor en la mirada de su hermana se levanto con la intención de consolarla pero esta negó con la cabeza.

-Estoy bien.

Observo la luna que estaba justo a la mitad y no supo si lloraba por la mitad de su alma o por su amor perdido. Su aura seguía siendo desolador y su brillo triste.

Cuando Apolo ilumino el cielo al amanecer, Athena decidió bajar a su templo para compartir con las sacerdotisas que tanto quería y así poder pasar el trago amargo que le dejaran las palabras de su hermano la noche anterior, paso la tarde alegremente hasta que cerca del atardecer una de las sacerdotisas anunció que pedían una audiencia.

-Señora Athena. –La que hablaba como reconoció era una de sus antiguas sacerdotisas, su nombre: Aricia. No muchas veces sus siervas dejaban el culto para casarse pero ella le había pedido permiso porque amaba al hombre que se convirtió en su esposo.

-Aricia. –Reconoció con dulzura. La muchacha de cabello cobrizo y ojos ámbar que se marcho regresaba como una hermosa mujer acompañada de un hombre alto, musculoso de cabellos y ojos castaños, de mirada franca y sincera. El tipo de hombre que llegaba a ser un héroe luchando por lo que creía.

-Mi Señora. Hemos venido aquí para ofrecerle a nuestro primer hijo. –El niño en sus brazos apenas comenzaba la vida –Deseamos que este bajo su protección y que pueda crecer como un hombre de bien, el oráculo de Delfos nos ha dado la predicción de que tiene un gran destino por delante pero que solo podrá alcanzarlo sí está iluminado por la sabiduría. –Aricia abraza con fuerza al pequeño que heredo el color de cabello de su padre.

Athena se sorprende momentáneamente, extrañada de que Apolo no le comentara nada respecto a una profecía que la involucraba o quizás tenía intención de hacerlo antes de que terminaran en la incómoda situación en la que se encuentran. Extendió las manos como señal para que le dieran al niño que en ese momento clavo sus ojos del color de las arenas del desierto en los suyos, quedo maravillada apenas se encontraron.

Sintió que su corazón se salto varios latidos para retomar su ritmo habitual, el bebé la miraba con tanta inocencia y dulzura que la desarmo por completo. Su manito se elevo hasta entrar en contacto con la piel de su mejilla con curiosidad y su tacto la lleno de sentimientos, la diosa no dudo en abrazarlo contra su pecho donde ya se había infiltrado.

En ese momento en un extraño evento, la luna se adelanto y se mostro brillante en un lado del horizonte acompañando el descenso del astro rey.

Sol y Luna en un mismo cielo.

Supo que Artemisa perdió su otra mitad en más de un sentido pero que aun acompañaría siempre a su hermano en un lazo irrompible a diferencia de ella que por primera vez en siglos se sentía completa.

-¿Cuál es su nombre? –Pregunto sin dejar escapar ninguno de sus sentimientos.

-Panthea, Mi Señora. –Contesto Aricia con una reverencia. "De todos los dioses", pensó en el significado del nombre solo para que un sentimiento de posesión naciera en ella "pero es solo mío". –Se que Panthea le servirá con la dedicación como ningún mortal lo ha hecho, porque la ama tanto como lo hago yo y la adora tanto como mi esposo.

-Será un honor para mí aceptar a este niño que es sangre de tu sangre y carne de tu carne como parte de mi cortejo. Si su destino es la grandeza lo guiare para obtenerla. –Declaro. Pocas veces sus sacerdotisas se marchaban pero cuando lo hacían siempre le consagraban a sus hijos y ella los recibía con brazos abiertos pero este niño era diferente.

Un alma pura y recién creada habitaba ese cuerpo mortal.

Ligado de una forma imprecisa al viento indomable y adaptable como el agua. Si Apolo dicto un gran futuro para él no podía menos que prepararlo para afrontarlo.

Porque se acababa de dar cuenta de que el niño era un ladrón y le había robado el corazón.

Luna creciente.

La luna estaba casi llena en el cielo, se mostraba más orgullosa, más brillante. Su color y resplandor llamarían la atención de cualquiera con ojos, no era fácil ni tan común ver la luna rojo carmín. Los más ilusos intentarían fotografiarla con las cámaras de sus celulares esperando obtener una imagen en HD del suelo lunar para solo obtener un punto rojo a la lejanía que difícilmente identificarían con la luna.

Pero la joven princesa del imperio Kido no podía admirarla como le hubiera gustado, siempre alerta de los cambios del ciclo lunar porque en ese momento intentaba cumplir con éxito su misión.

-¿Están seguro de que está bien así? –Pregunto la muchacha visiblemente ofuscada. La mitad de su camisa blanca de la cual aun dudaba porque había elegido ese color estaba manchada de negro por no decir nada de su cuello, hombros, frente y parte de sus brazos.

-Sí, creo que sí. –Contesto Shun tomando uno de los empaques para leer las instrucciones rápidamente, sus manos también estaban manchadas –Dice que debe dejarse un rato sin mojar para que no se caiga tan rápido.

-¿Puedo limpiarme ya? –Cuestiono nuevamente intentado no moverse para que su cabello no tocara mas partes de su piel.

-Podemos probar con toallitas húmedas. –Propuso Hyoga pasándole unas cuantas para ayudarla, estaba pulcramente limpio porque se negó en todo momento acercarse demasiado.

-Solo lo empeoro. –Comento Shiryu al ver aun mas regado al color negro por la pálida piel de Saori que parecía no saber decidirse si sentirse divertida o frustrada, aunque si se sentía un poco extraña, los cinco estaban reunidos en su baño privado.

-Te ves bien. –Le dijo Seiya con una sonrisa. ¿Cómo fue que termino más sucio que ella? No tenía idea pero sonrió cuando se inclino para besarla en los labios machándose con los mechones de su frente. Las risas de Hyoga no tardaron en aparecer al tiempo que el muchacho lo ignoraba –Creo que tendremos que lavarnos bien para poder quitarnos esto.

El que usara el plural solo logro que se escuchara con un doble sentido que en un primer momento solo Hyoga y Shiryu –si el educado Shiryu –agarraron en el aire pero un par de carcajadas limpias después, Seiya enrojeció balbuceando intentado explicarse, empeorando solo aun más el asunto.

Shun y Saori no llegaron a enterarse de lo que pasaba –santa inocencia –el primero seguía buscando en la caja la forma quitarse el tinte sin dañar el duro trabajo que les tomo teñirle su larga cabellera a la muchacha y la segunda solo pensaba que si la idea era pasar desapercibidos en el festival lo mejor sería no parecer dálmatas errantes.

-¡Ya verán! –Grito Seiya al tomar el residuo del tinte negro y marcar el rostro completo de Hyoga y parte del de Shiryu, los dos lo miraron con instinto asesino pero él fue más rápido y regreso para abrazarse de la cintura de Saori que permanecía sentada en el borde de la tina.

No había lugar más seguro para él en el mundo que no fuera en los brazos de ella.

Nota: Ahora si puedo dar por finalizado el reto, esta historia un poco mas basada en mi idea de la Era del Mito, habla de una Athena más solitaria con algunos problemas para comprender las emociones sin dejarse llevar por su pensamiento lógico (hasta este punto pensé en Sheldon de "the bing bang theory") que de pronto conoce el amor a primera vista en el pequeño niño que llega a sus brazos.

En todo caso, Attie es una versión modificada de Athena, y Naia es "La que fluye, ninfa", son parte de su "cortejo", Aricia significa "Princesa real de la sangre de Atenas".

Me confieso culpable en mi gusto por la pareja de Athena y Ares (las versiones netamente mitológicas), la versión del mito de Artemisa es donde Apolo la engaña para que en un reto de arquería mate al cazador, en este ella estaba enamorada de Orión.