Entre el amor y el odio
Por: Wendy Grandchester
Epílogo
La iglesia vestía sus mejores galas, todos los bancos estaban adornados por un lazo floral blanco con rosas blancas y lavanda. El altar lucía las más finas cortinas blanco perlado y lavanda, confeccionadas y acomodadas a la perfección. Cada quién ocupada su lugar en el banco. Albert estaba junto a Terry en el altar, novio y padrino eran los más apuestos, altos y elegantes del lugar. Terry estaba inquieto, los nervios lo estaban matando y Albert se reía. También estaban Susana, Anthony y los demás empleados de la empresa así como toda la familia, era algo sencillo, como los novios lo habrían solicitado, pero hermoso, había magia en el ambiente. El pequeño y adorable Ángel de ocho meses estaba en brazos de Susana, hermoso y guapo como su padre y con su pequeño smokin estaba simplemente comible. Todo un muñeco ahora que su pelo se había oscurecido un poco más y fulminaba con esos ojazoz azules, era la réplica perfecta de su padre, hasta el carácter. Hubo lucha para que se desprendiera de Candy y la dejara arreglarse.
Sonó la marcha nupcial y desfiló Annie, la madrina, con su vestido blanco y lavanda que dibujaba su figura escultural a la perfección. Seguida de ella iba Daisy en un traje lavanda completamente, strapless y vaporoso en la falda que llegaba a medio muslo, a Albert se le salieron los ojos cuando la vio. Las novias de Stear y Archie las siguieron, Amanda y Samantha, dos jóvenes muy guapas y simpáticas. Luego de ellas pasó la mini pareja de novios, Lucy y el hijo de Neil quienes desfilaban orgullosos, ella con su trajecito de novia y su ramo y el con su elegante smokin, conmovieron a todos los presentes. Desfiló también la hermosa Angie y también Willie que portaría los anillos.
Entonces llegó el momento más esperado. Candy comenzó a caminar como toda una reina, iba de los brazos de Stear y Archie, ambos llevaban a su adorada cuñada al altar. Su traje era digno de una princesa. Blanco, strapless con corte de sirena, réplicas de diamantes incrustrados en el hermoso velo que caía por su elaborado y elegante peinado que llevaba diminutas y delicadas florecillas en su pelo tejido y recogido, los mismos diamantes portaba la cola de su vestido como ella lo había querido. Aretes y gargantilla en diamantes, eran una reliquia que habían pertenecido a la madre de Terry. Su maquillaje era perfecto e impecable, sus ojos llevaban un hermoso tono de lavanda y el rimel y delineador resaltaban sus hermosos ojos, sus labios estaban pintados de un rosa discreto, casi del mismo tono de sus labios, el rubor y todos los demás trucos de belleza habían sido aplicados a la perfección.
Desfilaba con una sonrisa hermosa, orgullosa de haber llegado a ese sueño tan anhelado, escoltada por sus adorables y elegantes cuñados, no se sabía cual de los tres o de todos estaba más orgulloso. Había que ver la gracia con que el trío andaba, el gesto de ensoñación en la cara de Terry mientras contemplaba el andar de su furtura esposa y el orgullo en los de Albert al ver el porte con que sus hermanos menores la llevaban.
Finalmente la entregaron justo al lado de Terry y se quedaron ellos de pie en otra esquina del altar. El cura comenzaría su ceremonia.
-Amados hermanos, estamos aquí por la voluntad y gracia de Dios, nuestro Señor para celebrar la unión en sagrado matrimonio de Candice y Terrence.- Ambos se contemplaban con adoración, como si fuera increíble que al fin estuvieran así. El cura hablaba, pero ellos flotaban, como si no hubiera nadie más. Albert sentía su pecho hinchando de orgullo, su amado hermano y su cuñada estaban cumpliendo su sueño más grande y él tenía la dicha de ser testigo, de ser partícipe de la unión más anhelada.
Hoy hacemos pacto tú y yo
comprometemos nuestras vidas ante Dios
prometemos amarnos en gozo y dolor
unidos por siempre en amor
-Terrence Robert Grandchester, acepta como esposa a Candice para amarla, cuidarla y honrarla en la salud y la enfermedad, en la dicha y la tristeza, en la riqueza y la pobreza hasta que la muerte los separe.
-Acepto.- Dijo con voz alta y firme y el orgullo y felicidad plasmado en esa simple palabra.
Hoy mi corazón está feliz
un sueño que se hace realidad
y frente a estos testigos
te voy a aceptar
y por siempre te voy a amar
-Candice Edith White, acepta como esposo a Terrence para amarlo, cuidarlo y honrarlo en la salud y enfermedad, en la dicha y la tristeza, en la riqueza y la pobreza hasta que la muerte los separe.
-Acepto.- Respondió con la voz perfectamente audible, sonriendo mientras sus ojos brillaban por las lágrimas contenidas de su alegría inmensa.
Hoy te llamaré esposa
princesa mía, amada mía, eres mi esposa
preciosa, me entrego a ti
y hoy te llamaré mi esposa
en el jardín eres la rosa más hermosa
preciosa, me entrego a ti
mi dulce esposa
-Los anillos, por favor.- El apuesto Willie pasó con la almohadilla que portaba los anillos y ambos simbolizaron su unión.
-Los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.
En la salud o enfermedad
en bendición o en necesidad
este es un pacto que jamás se romperá
Con un beso intenso sellaron el pacto ante los ojos de Dios y lo que Dios unió, el hombre no lo separará jamás.
Un año después
Tal vez lo natural hubiera sido que Terry y Candice buscaran un nuevo hogar para vivir, pero realmente, todo el amor, el calor y los seres que más amaban se encontraban en esa casa, en ese legado que Richard había dejado para sus hijos. Y todos eran felices. Terry y Candy eran realmente felices, con sus discusiones por tonterías, como siempre y los celos de Terry por los innumerables pretendientes de Candy, pues a sus veintitrés años era hermosa, joven y atractiva, aunque él a sus treinta y uno no se veía nada mal, al contrario, estaba más guapo cada año y lo cierto era que se adoraban con locura y eran felices, con su precioso hijo que jugaba en armonía y gozaba del amor y cariño de sus primitos mayores, sin contar el de sus padres y todos sus tíos. Nadie tenía el valor de mudarse a parte, porque esa unión en esa casa era mágica y eran felices juntos, apoyándose todos en cada momento de sus vidas.
Albert se había casado con Daisy pocos meses después y habían sido bendecidos con una hermosa niña, Eleanor, llenando la vida de ambos, como una bendición luego de tanto esperar para disfrutar al fin de su amor. Albert se desvivía por ella y por sus hijos. Los pequeños Willie y Angie habían encontrado en ella a la madre que siempre habían soñado, ya no sentían ese vacío y esa necesidad y sentimiento de abandono, ella tenía mimos especiales para ellos también y sobre todo, para Albert era una esposa amorosa y entregada que se ganaba el mundo que él había puesto a sus pies.
Stear y Archie, vivían su vida al máximo, el primero se había graduado de ingeniero y se dedicaba a innovadores inventos que habían tenido éxito e incluso fama en el ámbito industrial. Su tiempo libre lo pasaba con la familia, aunque más bien con su novia, una estudiante de contablidad. Archie por su parte se había graduado en administración de empresas y mercadeo, trabajaba junto a Terry y finalmente había sido flechado por la hermosa estudiante de moda y diseño.
Annie se había vuelto más inseparable de Candy, ya que ambas conservaban sus empleos y estaban casadas. Annie le había dado el sí a Neil en el altar con un embarazo de ocho meses y ahora disfrutaba el placer de la maternidad con su pequeña Nicole y su hermanito mayor no cabía de la emoción, se mostraba siempre cooperador y sopreprotector con la pequeña, de hecho, adoraba tanto a Annie como Neil, se peleaban por su amor y atención.
No podemos olvidar a Susana. Muy atrás había quedado esa depresión que la había hecho aumentar de peso descontroladamente luego de un fracazo amoroso. Había buscado ayuda y con mucha fuerza de voluntad y por no perjudicar su salud, hizo una dieta saludabe y una rutina de ejercicios que la llevaron a su peso ideal, ya que nunca tuvo una mala figura, ahora estaba en forma y tonificada, una mujer de veinticinco años, hermosa y que se había robado el corazón de Anthony y después de bastante insistencia por su parte, por fin se dio otra oportunidad en el amor con él.
-No sé si deba hacerlo, Terry... pero siento en mi corazón que esto me hará liberarme de las heridas que aún sangran dentro de mí.
-Entonces debes hacerlo. Es bueno que demuestres que no eres igual. Siempre he amado tu destreza para amar y perdonar. Además, ¿quién no se derretiría con el encanto de este galán?- Dijo él tomando a su sonriente hijo que estaba pronto por cumplir sus terribles dos, como decían. Los dos hombres de la vida de Candy eran uña y carne. Pero también era cierto que ambos reñían por la atención de ella, Ángel era tan celoso como su padre y su madre era simplemente suya, si él quería, se la prestaba a Terry.
-Es que estoy tan nerviosa... Seguro me rechazará...
-Es probable. Pero que eso no te detenga. Al menos tendrás la tranquilidad de que tú sí pusiste de tu parte para arreglar las cosas y sacar todo el resentimiento de tu corazón. Y recuerda, Candy, me tienes a mí. Yo seré siempre tu primera opción. Nunca lo pienses para elegirme a mí.- La sostuvo con cariño de la cintura y le dio un tierno beso que la llenaron de ánimo.
-Tienes razón. Contigo soy capaz de todo.- Le dijo con un nuevo brío y dejando atrás la inseguridad. Cargó a su angelito que le extendía los brazos y con Terry se dirigió al auto. Durante el trayecto, mientras más se acercaban, más tensa se ponía Candy y Terry no perdió detalle de eso, apretó su mano en muestra de solidaridad.
Finalmente llegaron. Los nervios de Candy se dispararon. Ese lugar le daba grima y apretó más fuerte la mano de Terry entrelazada a la suya mientras seguían al oficial que los dirigía al área de visita.
-Eliza White. Tiene visitas.- Dijo el oficial con voz grave e impersonal. Candy y Terry se ubicaron en una mesa y el guardia desapareció. Eliza estaba sorprendida, nadie nunca había ido a visitarla en casi tres años, caminó con intriga, pero más sorprendida aún estuvo cuando vio a su visita.
Tanto ella como Candy se paralizaron a medio andar. Esos tres años habían causado en su madre el efecto de diez. Tenía el pelo corto y canoso, sus líneas de expresión se habían endurecido y acentuado. Estaba más delgada y el vestido color caqui de su uniforme de presidio le sumaba más edad aún. Candy la miraba con sus ojos aguados, como si no la reconociera y al mismo tiempo siempre hubiera sido la misma.
-Hola, mamá.- Pudo decir Candy luego de minutos de incómodo silencio.- La señora la miró y Candy pudo ver por primera vez los ojos de su madre aguarse, pero el temple de su orgullo era tan fuerte que no se permitió llorar.
-Hola.- Contestó con gesto indiferente, pero Candy sabía que su presencia le había afectado y además no quitaba los ojos de Ángel que le sonreía inocentemente en los brazos de Terry.
-Él es mi esposo Terrence. Y éste es nuestro hijo, Ángel.- Le dijo nerviosa y tratando de romper el hielo, de romper la tensión en el abiente que podía cortarse con una tijera.
-Se casaron finalmente, felicidades.- Le dijo tratando de sonar irónica, pero realmente estaba sorprendida.
Se sentaron, quedando la señora frente a la pareja y el niño.
-Gracias, mamá. ¿Cómo estás?- Se atrevió a preguntarle y Eliza la miró con cierto desdén, pero luego su rostro se suavizó.
-Mejor que nunca. En la mejor suite de este hotel cinco estrellas.- Sonrió con los dientes un poco deteriorados y amarillentos, allí no había disminuido su vicio por el cigarrillo. Candy sonrió también por lo que podía llamarse una broma. Su madre jamás bromeó con ella ni le sonrió, así que eso era un buen comienzo.
-¿Qué edad tiene?- Preguntó señalando con un levantamiento de quijada al niño.
-Quince meses. Es adorable. Un poco traviezo, sí, pero...
- Y muy guapo, como su padre.- Añadió Eliza y Terry parpadeó varias veces un poco sonrojado. Candy rió.
-Sí, creo que yo me quedé dormida mientras lo hacíamos.- Esta vez la sonrisa de Eliza fue genuina, una que Candy jamás le hubiera visto.
-Es inquieto como tú. Y muy hermoso. Mira, hasta tiene tu sonrisa.- Con ese comentario Candy se sorprendió y sus ojos se aguaron. No pensó que su madre guardara un mínimo detalle de su infancia o de su personalidad. Siempre demostró que ella y todo lo que implicaba con ella la molestaba.
-Seguro se porta mejor de lo que me portaba yo.- La señora sintió una punzada de remordimiento y sus ojos volvieron a cristalizarse.
-Sabes, Edith, tú siempre fuiste adorable y preciosa. Pero no todas nacimos para ser madres. No todas tenemos la voluntad para salir adelante luego de que las alas se nos truncan. Tal vez no te amé como una madre debe amar a su hija, pero... no podía simplemente deshacerme de ti y creo que ese fue mi mayor error. Fui egoísta, no podía amarte, pero tampoco te di la oportunidad de que encontraras una familia que te quisiera y te condené a vivir con mi amargura y la crueldad que me envolvió...
-No estoy aquí para reclamarte nada, mamá. No hubiera tardado tres años para eso. Sólo vine para compartir mi felicidad, porque soy muy feliz, mamá, inmensamente feliz, lo único que me faltaba para sentirme completa era... encontrarte y no para exigirte una disculpa, sino para disculparte yo y así poder continuar y seguir siendo feliz.
La señora luchó con un par de lágrimas, pero al final la vencieron y tuvo que derramarlas. Terry permanecía en silencio y controlando a Ángel que se había escapado de sus brazos y estaba correteando por el área. Cuando Terry lo llamó, el niño volvió corriendo a sus brazos. Le sonreía a la señora que desconocía que era su abuela y hasta le ofreció una de sus galletitas, desarmándola por completo ante la mirada de sus ojazos azules.
-Gracias, guapo.- Le dijo tomando la galletita y luego el niño con su pícara sonrisa le extendió todo el paquete.
-Tal vez sí naciste para ser abuela.- Dijo Candy sonriente y la señora le devolvió la sonrisa.
-¿Estás llamándome vieja, Edith?
-Sí continúas llamándome Edith, le diré a todas tus compañeras que eres su tatarabuela.- Ambas rieron y el guardia avisó que había finalizado el tiempo de visitas. Candy se puso de pie junto con Terry y el pequeño.
-Adiós, Ángel.- Dijo y el niño le hizo la seña con su mano y su deslumbrante sonrisa desde los brazos de Candy.
-Es hermoso tu hijo, Edith. Cuídalo mucho.- Dijo al final con sus ojos aguados y a los pocos segundos las lágrimas se soltaron.
-Lo haré. Hasta pronto, mamá.
...
-Terry... ¿A dónde me llevas?
-Al paraíso, señora Grandchester.- Respondió él quitándole la venda de los ojos y cargándola hasta la cama de la lujosa cabaña vacacional en Isabela.
-Terry... la compraste...
-Claro. Usted dijo que quería una casa en la playa y como yo estoy aquí para cumplir los deseos de la dama... no tuve más remedio que adquirirla. Feliz aniversario, mi amor.
Y se dejó de cuentos para comenzar a besarla ardiente y desenfrenadamente. Aprovechando ese momento de soledad e intimidad. Un fin de semana para ellos solos que tanta falta les hacía.
-Nunca, Candy, nunca me dejaré de fascinar con tu desnudez.- Le dijo besándole el cuello mientras su vestido caía a sus pies. Recorrer la ruta de su piel siempre era lo más delicioso y excitante que había. Cuando toda ropa se despojaba y dejaba tanta piel al descubierto, cuando lo único que los vestía era el amor y el deseo que daban el irresistible paso a la lujuria.
-Mi cuerpo siempre va a delirar por tus caricias, Terry. Tócame, te deseo tanto...- Le murmuró encendida y colgándose a su cintura. Él no se hizo de rogar. Comenzó a recorrerla entera mientras la besaba hasta hincharle y enrojecerle los labios. Sus manos apretaban su trasero, sus caderas, arañaban su espalda. La vio tan ávida que la recostó en la cama para tocarla y chuparla entera como ella había solicitado.
-¿Dónde quieres que te toque, mi amor?- Le preguntó con voz ronca al oído mientras le lamía el cuello. Ella lo tomó de la nuca y le llevó la boca a uno de sus pechos que él inmediamente se ocupó de sastifacer con sus besos, su lengua y el roce de sus dientes.
-Yo creo que esto va a gustarte más.- Y fue hacia su lugar más sensilbe y secreto. Lo abrió más para él, separando sus labios totalmente para acariciarla con un dedo mientras daba ardientes y suaves lamidas a su clítoris palpitante y alterado.
-¡Oh sí! Me encanta cuando me haces... ahh... oh...- Ni hablar podía, no cuando esa boca se encontraba ahí haciendo maravillas. Cuando podía llegarle tan adentro y hacerla delirar de placer.
-Ahora... Terry... por favor... te necesito dentro ya... ohh...
-Todavía no, preciosa. Sabes lo que tienes que hacer primero.- Le dijo para torturarla mientras se la comía sin saciedad ahí, sin hacer caso a sus súplicas.
-Vamos, amor, dámelo todo para poderte complacer... muy pronto estaré dentro de ti...
-Es que... ohh... ahhh... mmm...- Finalmente Candy pudo llegar al goce y derramar toda la escencia que Terry había estado esperando.
-Ahora, linda, me toca a mí.- Se puso de pie y la arrastró para que quedara en cuatro apoyando las manos sobre el colchón mientras él tiraba de su pelo al entrar en ella de una fuerte estocada.
-Ohh...
-¿Te gusta así o más fuerte, princesa?
-Como tú quieras, hazme lo que quieras... ohhh... ahhh.
Y él hizo como quiso. Dio riendas sueltas a su deseo y se hundió en ella más fuerte, más rápido. Le dio suaves nalgadas que la enloquecieron, agarraba sus pechos desde la espalda como si la abrazara, pero sin dejarla de embestir. Mientras entraba en ella fuerte, le dio una sutil mordida en una de sus nalgas. Ambos estaba eufóricos. Él no podía parar y ella le rogaba que no lo hiciera.
-Eso es mi amor, otra vez... estás corriéndote otra vez... ohh...- Esa vez fue él el que no resistió y explotó dentro de ella de una manera tan grande y abundante que ella se sintió bañada entera por él. Ella cayó tumbada de espalda y él sobre ella. Aún jadeaban y estuvieron así por largos minutos hasta que finalmente se dieron un baño y volvieron a la cama.
-Usted es una amante increíble señora Grandchester.
-Y usted todo un semental señor Grandchester.
Nueve meses después
-Son preciosas, Candy. Preciosas.- Dijo Terry llorando mientras cargaba a sus recién nacidas gemelitas. Dos bellezas de cabello castaño rizado y fuminantes ojos verdes, dos pecositas idénticas.
Ángela y Angélica Grandchester llegaron al mundo para completar la dicha de sus padres y llenar de compañía a Ángel que ya estando en casa todos, las comtemplaba con adoración y cierta curiosidad.
-¿Viste que preciosas son, mi amor?- Se dirigió Candy al niño cargándolo mientras Terry y Albert sonstenían cada uno una gemela y los demás tiraban miles de fotos.
-Sí. ¡Son mías! Dijo el niño con reclamo a su padre y su tío que las sostenían. Ahí estaba lo celoso y posesivo, otro rasgo que Ángel no pudo evitar heredar y Candy sonrió resignada de su encantador hijo de dos años y par de meses.
Daisy se encontraba embarazada de unos gemelos, era de familia ese gen, sólo que ella esperaba dos varoncitos. Annie esperaba otra niña y como madrina de las gemelas, estaba ahí presente tomando también incontables fotos.
-Ahora sí, todos a sus posiciones. Foto familiar.- Dijo Lucy que amaba la fotografía y colocó la cámara en un trípode y la programó en automático.
-Digan cheese.- Gritó y todos en familia salieron en la hermosa fotografía.
Fin
Hola, princesas hermosas:
Ya pudimos poner un final para esta historia, espero que les haya gustado. Lo he realizado con todo el cariño del mundo para ustedes. Siento una gratitud tan inmensa, jamás pensé recibir tanto apoyo, tanto cariño, tanto aliento y sobre todo, tanto ánimo y aceptación. Ustedes se han convertido para mí en un segunda familia, agradezco eso también a Fanfiction por unirnos a travez de tantas partes diferentes del mundo, pero con un solo sentimiento, el amor por Candy & Terry.
Les mando un beso enorme y todo mi cariño. Como siempre he dicho, no permitan que nadie ni nada nunca les quite el sueño ni renuncien a lo que aman si no van a ser felices, el que las quiere y acepta, las aceptarán como ustedes son y no las intentará cambiar, así que sean lo que quieran, pero sean ustedes mismas. Al final, el secreto del éxito está en ser uno mismo, en no perder nuestra alma, lo que se le pone el corazón, se logra.
Para las que aún no lo saben, ya dejé mi nuevo fic: "La pasión tiene memoria". Esperaré su apoyo como siempre lo han hecho y su compañía en esta nueva aventura.
Un beso enorme, su amiga
Wendy Grandchester