Aviso que este fanfic lo hago sin fines de lucro, los personajes de Inuyasha no me pertenecen… U.U
Re-editado. Con ayuda de la beta Claudia Gazziero
YA NO QUIERO
Prólogo: Sólo déjame ir
Es una tranquila tarde, cierro las ventanas y doy un último vistazo a esta casa, en la cual fui realmente feliz durante un tiempo, y donde también pasé uno de los momentos más horribles de mi vida. En este lugar hubo mucho amor, pero también dolor, un gran dolor… Y las heridas que dejó en mí duelen demasiado como para continuar aquí, y no lo digo por las cicatrices en mi cuerpo, me refiero a las que quedaron en mi alma.
Antes de irme limpio todo y lo dejo en orden, como si aquí no hubiese sucedido nada, aunque de todas formas se pueden notar diferencias en la casa si la comparamos con la de hace una semana. De hecho, falta un jarrón que se rompió… o mejor dicho, qué él rompió…
Tomo uno de los portarretratos. Es la primera fotografía que nos tomamos juntos, la primera en donde yo era su pareja oficial. Éramos felices, no nos preocupaba absolutamente nada en ese entonces. Suspiro y la dejo en el mismo sitio. Pienso en tirarla al tacho de la basura, después de todo está roto el vidrio del portarretratos, al igual que la mayoría de las cosas que están aquí. El resto de las fotografías adornan la casa y rememoran los momentos que fueron importantes para ambos, pero que a él no le importaron al momento de…
Me aguanto las ganas de llorar, él no se merece mis lágrimas. Ni una sola, él mató todo sentimiento que pude sentir por él alguna vez. Voy hacia la puerta y me mantengo firme en mi decisión. Me he propuesto dejar todo mi pasado atrás y comenzar de nuevo, especialmente todo lo relacionado con él. No pienso llevarme nada de este lugar, ni tampoco dejar una nota con la que me pueda ubicar. Espero que tampoco me busque, sin embargo y conociéndolo, sé que precisamente eso será lo primero que hará al leer lo que le mandé con su abogado. ¿Cómo pudo dudar de mí? Me pregunto una y otra vez, sabiendo que ya no debería hacerlo porque nada me mantiene unida a él. Él acabó con todo, lo mato todo…
Cierro la puerta y me marcho de ese lugar a pie. No quiero ese lujoso auto que me dio, obligándome a dejar él mío, diciendo que no podía andar con un carro viejo como el que tenía. Continúo pasando calles y cuadras enteras, y observando cosas que me hacen recordar los viejos tiempos con él. Tiempos en los que solucionábamos de forma tranquila cualquier pelea. Nunca nos excedíamos de una palabra hiriente y jamás habíamos llegábamos a los golpes. Antes de lastimarnos con las palabras, decidíamos alejarnos y pensar, nos enojábamos a lo más un día o dos, pero nada más. Sonrío tristemente por los buenos momentos que quedaban atrás, aquellos en los que era dulce conmigo y me decía que me amaba, que era todo para él y que no necesitaba nada más. Me hacía tan feliz escuchar eso… aunque haya sido una mentira.
¡Rayos! Por más que quiero olvidarlo no puedo hacerlo. Todo me recuerda a él y a los momentos felices que pasamos juntos. Quiero darme golpes contra la pared para que me de amnesia y olvidarlo para siempre, como las telenovelas. Miro al cielo y me pregunto… ¿Por qué no lo puedo olvidar? ¿Por qué me cuesta tanto dejarlo atrás?
La primera respuesta que viene a mi mente es que todo lo sucedido es muy reciente, y la segunda, es que probablemente todavía lo amo, algo que debería ser imposible después de todo lo que viví.
Entonces recuerdo lo que pasó, repaso cada momento para entender dónde cambió todo. Me veo en la clínica, recuperándome de golpe más duro que he recibido en mi vida, sin mencionar lo doloroso que es. Hasta cierto punto, creía que era mi culpa por darle a entender otras cosas. Sin embargo, sabía que nada justificaba la golpiza que me había dado la noche anterior.
Me siento vacía en esa solitaria habitación de Hospital y me pierdo en la remota nada, sin encontrarle sentido a mi vida. Él no se había dignado a visitarme, ni siquiera había aparecido para disculparse. Era como si supiera que lo que había hecho no tenía perdón. Ni siquiera había sido capaz de llevarme a la clínica después de acabar conmigo. Esa noche, cuando recuperé la conciencia, yo misma había tenido que llamar a emergencias. Estaba desolada, sabía que no importaba lo que sucediera conmigo; tenía una responsabilidad mucho más grande en ese momento…
Al despertar, me encontraba completamente sola en la habitación blanca. Un médico toca la puerta y entra sigilosamente. Luego de un largo rodeo me informa sobre lo sucedido y me da la devastadora noticia…
—Adelante —digo sin emoción alguna. No sé quién es la persona que entrara por la puerta; si es él o alguno de mis familiares. Dudo que sea la segunda opción, ya que había hecho que toda mi familia se alejara de mí. El desgraciado había dado la orden de que no dejaran entrar a nadie, y de que no informaran a mi madre sobre mi estado. ¡Para eso sí que tenía tiempo!
—Buenas tardes, señora Tadao. Soy el abogado de su esposo —se presenta con desdén un hombre pulcramente vestido con un terno de color negro, camisa blanca y una corbata de azul. Su mirada destila un completo y profundo desprecio hacia mí, a pesar de no haber hecho nada en contra suyo.
—Buenas tardes… —Lo saludo con el mismo tono que él usa conmigo—. ¿Qué es lo que desea?
—Vengo a traerle la solicitud de divorcio, ya que en este momento el feto no existe y no hay nada que impida que usted firme, a menos que invente alguna excusa absurda… —me dice el muy desgraciado sin nada de tacto, aunque ese sujeto es lo de menos, ya que el verdadero maldito y condenado culpable de todo esto es él.
Habían pasado sólo unas horas desde que el médico me había dado la trágica noticia, y él me mandaba a su abogado para recordarme que aquella criatura inocente ya no estaba y que nunca lo vería nacer. ¡Además tenía el descaro de pedirme el divorcio! Trato de calmarme, lo único que me queda es mi dignidad, no debo quebrarme frente a esa escoria de abogado, lacayo de ese ser miserable que alguna vez llamé como mi esposo.
—Firmaré con una condición… —le informo.
—No está en posición de ha… —No lo dejo terminar. Le dedico la más fría mirada que puedo, indicándole que se calle la boca. No iba a ser pisoteada por un desconocido.
—Quiero una prueba de ADN. Entonces yo firmaré gustosa el divorcio…
—Está bien… —responde tragando saliva y se va con el rabo entremedio de las patas. Sé que a él no le gustará nada mi condición, pero tengo la esperanza de que eso lo torturará por el resto de su vida.
Al recordar aquel momento siento un dolor calar en todo mi ser. Sólo ha pasado una semana desde aquella discusión con el abogado y luego de eso no lo he visto. Él ni siquiera se ha acercado a la que fue nuestra casa para disculparse, lo que me convence aún más de que ésta es la mejor decisión que he tomado.
Trato de que esta situación no me de rabia. Me enfurece que él crea que todos son de su misma calaña. Estoy segura de que en este preciso momento está con su amante. Me había demorado en creerlo, pero ahora lo doy por hecho: él es capaz de eso y mucho más. Él es como la Luna, tiene un lado oscuro que nadie conoce, excepto yo, un lado siniestro, violento y sin compasión alguna. Recordarlo me pone la piel de gallina. ¿Cómo pude estar tanto tiempo con alguien como él?
Intento reprimir mis lágrimas, no quiero que me vean llorando en la calle. Miro a mi alrededor y veo algo que me rompe el corazón en mil pedazos: una pareja sentada en una banca del parque. Ella luce una voluminosa barriga y él la besa con mucho cariño y ternura. La escena me rompe el corazón, llevo automáticamente mis manos hasta mi vientre vacío y me pregunto, ¿por qué él no pudo ser así?
Me limpio las traviesas lágrimas de mi rostro y continúo mi camino, falta todavía un largo trecho para llegar al que fue mi antiguo apartamento. No puedo regresar a casa de mi madre después de todas las tonterías que acepté por parte de él, incluyendo el alejarme de ella sólo por complacerlo. Hice a un lado a mis amigas y amigos un capricho a mi marido, y así, perdí mi autonomía. Él decía que ellos no encajaban con nuestro estatus, y jamás dejaba de lado sus espantosos celos. También deje mi trabajo, ya que como la señora Tadao, no podía ser una asalariada. Para eso estaba él, además mi trabajo en un jardín de infantes no era muy sofisticado…
Después de todo, nuestro matrimonio debía ser perfecto: yo debía esperarlo cuando él llegara, con una cena deliciosa y la casa impecable; y de tener niños, debía hacerme cargo de ellos y de su educación. Ahora eso me suena exageradamente machista, no sé cómo pude estar de acuerdo; por estar enamorada dejé que hiciera todo eso conmigo… Soy una tonta, pero ya no más. Lo decidí esta misma tarde cuando llegó su abogado a la casa.
Yo estaba descansando cuando tocaron la puerta, cuando salí a recibir al visitante descubrí que se trata del mismo abogado de la clínica. Ésta vez no me veía con el mismo desdén de antes, sonreía. Por mi parte, no dejé de mirarlo fríamente, esperaba que se disculpara por la ofensa de la vez anterior.
—Buenas tardes, señora Tadao. De ante mano quiero dis… —No lo dejo terminar.
—A diferencia de usted, yo no tengo tiempo que perder con tonterías como esa, así que discutamos el tema del divorcio. He de suponer que tiene los resultados de la prueba.
—Sí —asiente, y luego me los muestra.
—Bien, espero que se los entregue a su cliente. Voy a firmar el divorcio, por favor infórmele que no quiero nada de su asqueroso dinero. ¡Ah, se me olvidaba! Dígale con estas mismas palabras que estoy usando: "que no me joda en toda mi vida". Gracias.
—Por supuesto… —me dice, dándome los papeles para finalizar el proceso. Los firmo donde me indica y respiro más tranquila. Todo ha terminado.
—Gracias, fue un placer conocerlo. Ahora, le pido que se retire, tengo cosas que hacer… —Lo corro evidentemente de la casa para nunca más volverlo a ver.
Ya me encuentro frente al que fue mi antiguo apartamento, luce igual a como lo recordaba y es de esperarse; no ha pasado mucho tiempo, un año aproximadamente. Busco la llave en mi bolsillo, abro la puerta del edificio y entro como si nada. Voy al ascensor, marco el octavo piso y siento una sensación rara. Otra puerta se cruza en mi camino hacia la liberación, pongo la otra llave y abro la puerta, dejando entrar en mi nariz el viejo aroma que destilaba mi antiguo refugio, el olor de la paz y la libertad.
Adentro no se encuentra tan sucio, sólo algo de polvo. Verifico el interruptor y la llave del fregadero, hay luz y agua. ¡Es bueno saber que repusieron los servicios básicos! Voy por la escoba y un basurero para dar una limpieza al lugar, meto la ropa y las sábanas en la lavadora, a pesar de que tengo unas nuevas aún en su envoltura.
Mientras hago todo esto oigo el ringtone de mi celular, primero son llamadas insistentes, dejan de sonar por un momento y luego escucho el sonido de mensajes llegando. Sé quién los envía, pero no pienso leerlos ni mucho menos contestar.
Es irónico que ahora sea él quien me busca, quien me llama y quien me escribe. Me cree sólo porque su abogado le mostró las pruebas de ADN. Ahora sabe que yo no le mentí jamás, y que sus acciones fueron injustificadas. Sabe que mató a nuestro hijo.
Me concentro más en mi labor, no quiero llorar de nuevo, debo terminar pronto. Además, ¿qué busca ahora? ¿Cree que lo perdonare y regresaré con él sólo porque está arrepentido? ¡Qué gracioso! Se remueve mi corazón en su lugar. Quizás aún siento algo por él, pero lo que hizo duele tanto que me es imposible perdonarlo. Él mató todo lo bueno que podía salir de mí para él.
Quito la batería del celular, quiero dejar de oír ese maldito timbre. Pasan un par de horas y siento el timbre de mi apartamento. No hay forma de que oculte mi presencia aquí, es de noche y he tenido que prender las luces. No le doy acceso al departamento y no pasa mucho tiempo hasta que se rinde. A menos, eso parece.
Cinco minutos después oigo que tocan insistentemente otra vez, con la fuerza suficiente para tumbar la puerta. ¡Desgraciado! ¿Es que no podía dejarme en paz e irse a torturar a otra?
—¡Kagome, abre ahora mismo! —me ordena enfurecido, lo ignoro—. ¡Kagome Tadao, te he dicho que abras la puerta! ¡Tenemos que hablar!
Tengo miedo, sé de lo que es capaz. Él cambia repentinamente su estrategia. —Kagome, mi amor… por favor —Continúa, pero de una forma más dulce—. Sé que me equivoqué, soy un tonto. —Al oírlo decir aquello siento un no sé qué, quiero abrirle.
—Kagome, ¡maldita sea, abre! —grita de pronto. Me invade el miedo nuevamente. Voy a la cocina por un sartén para defenderme de él—. Kagome, a mí también me duele la perdida, lo lamento… Ábreme —repite con esa voz dulce, pongo seguro a la puerta y la abro un poco.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto duramente.
—No hagas preguntas tontas, Kagome. Sabes que quiero hablar contigo.
Trago saliva. —No hay nada que decir. Ya firmé el divorcio, eres libre…
—Ese papel no importa… Te quiero a mi lado, eres mi mujer y no pienso dejar que te vayas con otro —Da un golpe a la puerta para empujarla y luego se encoleriza otra vez—. ¡Abre la puerta de una maldita vez!
—¡No! —respondo, empujando la puerta para que se cierre.
—Kagome, te he dicho que abras. No querrás verme molesto… —me amenaza. Todo mi cuerpo se entumece del miedo. No quiero verlo molesto… otra vez.
—¡Vete! —le ruego.
—¡Tú no me das órdenes! —Empuja más la puerta, comienzo a desesperarme.
—¡Vete, por favor!
—¿Eso quieres?
—Sí...
—Bien —dice, y dejando de empujar la puerta se retira.
Cuando estoy cerrando siento un fuerte impacto y la madera se rompe violentamente. Caigo al piso producto de la fuerza del embiste. Me golpeo la cabeza contra el suelo. Duele… No entiendo del todo lo que ha sucedido, es demasiado confuso, todo se ve borroso.
—Tu eres mía, Kagome. —Escucho su voz.
—¡No! —me opongo con un leve gemido, tratando de incorporarme.
—Sí, lo eres. Te hice mi mujer en nuestra noche de bodas… Llevaste a mi hijo y por tu debilidad lo perdiste —aclara, tomando mi rostro.
—¿Soy débil? —pregunto confundida.
—Eres débil —me responde—, pero no importa. Te perdono por perder a mi hijo.
—¡No! —lo aparto un poco más lucida. Trato de alejarme de él.
—¿No quieres mi perdón? —se indigna.
—Fuiste la bestia… un monstruo que me golpeó sin importarte nada —le recrimino con repulsión—. ¡Eres un asesino! Tú lo mataste. ¡Tú, no yo! Por más que te pedí misericordia por nuestro bebé… por mi bebé, no la tuviste… ¡Seguiste golpeándolo hasta asesinarlo!
—¡Estás loca, mujer! Fuiste tan tonta que te caíste y te golpeaste, ¡tú lo perdiste por tu torpeza! —insiste, acercándose nuevamente. Como puedo, trato de incorporarme para huir de él, pero no puedo, me duele mi tobillo—. ¿Por qué tratas de escapar? —Continúa—. Sólo quiero que las cosas sean como antes, eres mi mujer y como tal tienes responsabilidades que cumplir… —Musita ya en mi oído.
—Por favor, vete… Tú pediste el divorcio te lo di… ¡Déjame en paz, yo no pienso molestarte más! —Me arrastro hasta chocar contra la pared, él se pone frente a mí y me mira con esos ojos dorados desconocidos para mí. Son tan diferentes a los del hombre del cual me enamore, tragó saliva aterrada.
—Tranquila, si eres buena te trataré bien… —dice mirándome directamente a los ojos y poniéndose encima de mí para…
—¡No quiero hacerlo, por favor. Vete! —chillo empujándolo, lo cual lo enfurece tanto como para darme puñetazo en la cara.
—¡Cállate, perra! Sé que te gusta, así que no te resistas más —escupe molesto, arrancándome la blusa de un solo tirón.
—¡No, detente! —le ruego, mientras sus asquerosos labios rozan mi piel—. ¡AUXILIO! —grito repetidas veces, atorándome con mis propios alaridos.
—¡Cállate! —Me golpea de nuevo y se vuelve más agresivo. Me arranca más ropa, como si mis gritos le dieran placer. No debo darme por vencida…
Entonces, llega un punto en el que pierdo la conciencia de lo que sucede a mi alrededor, mi cerebro no funciona bien, no entiendo qué sucede, no siento nada. ¿Es mi muerte? Esta es la segunda vez que me encuentro en una situación tal, nada ha cambiado. No, no es cierto; la vez anterior había una razón para resistir, algo por lo cual debía mantenerme con vida, esta vez no hay nada. Me rindo y cierro los ojos, quiero reunirme con mi pequeño. Siento paz y libertad. Él ya no puede hacerme daño.
CONTINUARÁ…