Los Personajes no son Míos, pertenecen a Stephany Meyer

Las historia es una Adaptación así Que tampoco es Mía

Publicare el nombre de la autora al final de la historia


Capitulo 7

—Podéis ayudarme con ello —le indicó Isabella, asintiendo firmemente con la cabeza. Forcejeó para empujar el pesado caldero fuera de la lumbre y colocarlo en el suelo—. Si queremos hacerlo bien, necesitaremos agua y lejía.

—Hay un pozo en el patio —replicó Alice con una amplia sonrisa—, y un montón de lejía en la despensa.

—¿En la despensa? —Isabella sacudió la cabeza con consternación—. ¿Junto a la comida?

—No sabíamos dónde ponerla. —Alice se encogió de hombros.

Isabella tenía la ligera sensación de que la criada se había quedado atrás por algo más que para ayudarla. ¿Sería aquella atractiva mujer la amante del duque? Alice era una de las criadas más guapas tendría sentido que el duque intimara con ella. Un latigazo de celos le golpeó el pecho de pronto, al pensarlo.

Tampoco es que quiera ocupar su puesto.

Isabella se obligó a sonreír, temerosa de que la piel de su tirante rostro se rompiera con el esfuerzo.

—Ayudadme a llevar esto junto al pozo —ordenó Isabella. De pronto, descubrió que quería estar en compañía de la joven. Agarro un asa y observó a la criada, expectante.

Alice asintió y agarró la otra asa, obviamente sorprendida de ver a una dama de su alcurnia ensuciarse las manos con las tareas del hogar. Las dos mujeres se abrieron paso con dificultad en silencio. Alice señaló con la cabeza hacia un punto pasado el huerto de verduras y hierbas.

La brisa le llevó el fuerte aroma a salvia, perejil y camomila al pasar por ahí apresuradamente. Era un huerto pequeño y tenía un tosco banco de piedra, junto al que alguien había dejado una cesta llena de verduras frescas: apio, cebollas, calabazas. Pasado el huerto junto a la pared de piedra negra, había un gigantesco roble que parecía algo descolocado en aquel huerto, pero Isabella llegó a la conclusión de que estaba allí porque, sencillamente, el señor del castillo se preocupaba de ello.

Caminaron apresuradamente con la pesada carga, aproximándose al pozo del patio. Con cada paso que daban, sus esbeltos brazos se tensaban un poco más. Se les acercaron varios perros al verlas llegar tratando de olisquear lo que portaban. Alice trató de apartarlos de su falda de una patada, y a punto estuvo de caerse al suelo en el proceso. Isabella observó asqueada cómo uno de los chuchos entraba en la cocina.

Las mujeres estaban colocando el caldero en el suelo con gruñidos de esfuerzo cuando un fuerte y musculoso caballero se les acerco. Se apartó el largo oscuro cabello que le caía por el rostro y sus jóvenes labios se curvaron en una sonrisa picara, pese a que parecía hacerlo sin querer.

—Dejad que os ayude con eso —se ofreció el caballero con galantería. Parecía que acabara de volver de realizar sus ejercicios matutinos, pues su espalda, desnuda y morena, brillaba de sudor. Sonrió como un chiquillo a Alice y se giró hacia Isabella para hacerle una reverencia—: Mi señora, soy Jasper. Si alguna vez necesitara algo...

—Muchas gracias, Sir Jasper —le interrumpió Isabella agradecida. Asintió la cabeza hacia el guapo joven y ocultó su sonrisa mientras observaba a Alice por el rabillo del ojo. Las mejillas de la criada se habían teñido de un atractivo rosa, y la joven suspiró bellamente al ver que Jasper les quitaba el caldero de las manos y se lo llevaba sin esfuerzo, sonriendo tímidamente a la criada.

Isabella vio las miradas de deseo que se dirigían y trató de no reírse, sintiéndose en cierto modo aliviada pues, aunque Alice fuera la amante de Edward, a la joven no parecía gustarle el duque en exceso.

—Su ayuda es bien recibida, señor.

—¿Dónde quiere mi señora que lo deje? —preguntó, moviendo su cabeza de chiquillo.

—Junto al pozo —respondió Alice por Isabella. La criada se puso de puntillas para señalar en la dirección obvia del agua. Chupándose los labios, miró tímidamente hacia otro lado.

Jasper se puso delante de ellas asintiendo con la cabeza y cargó el caldero sin problemas hasta el pozo. Isabella se giró para observar a Alice, pero la joven estaba sumisa en su ensoñación del atractivo caballero de ojos Azules. Miró al frente para seguir a Jasper y suspiró exasperada al ver a un perro hambriento persiguiendo a una gallina, y se hizo la nota mental de que habría que construir un corral aparte para las aves de corral. No le atraía la idea de que el ganado la abordara cada vez que tratara de dar una vuelta por el patio.

Hasta ahora, el castillo de Cullen no había impresionado a Isabella demasiado. Aunque parecía tener mucho potencial, no se había aprovechado bien. Los criados lo habían descuidado demasiado, aunque ahora ya sabía que en parte se debía a que el duque no se había encargado de encomendarles las labores a hacer.

No sabía mucho acerca del castillo y las propiedades de alrededor; lo poco que sabía era lo que había oído decir durante las conversaciones políticas que mantenía su padre a la mesa.

Cullen era uno de los ducados más pequeños y más recientes de Wessex, pues se había nombrado ducado el año anterior. El castillo era pequeño, especialmente para un duque. La casa de su padre, que no era más que un conde, era mucho mayor y tenía más tierras a su alrededor. Recordaba haber oído decir a su padre que era un escándalo que se pusiera a un monstruo extranjero en una posición de tanto poder, cuando los hombres leales como él no obtenían títulos mayores.

—Decidme, Alice. —Isabella se detuvo e hizo señas a la criada para que hiciera lo mismo. Y, cuando Jasper estuvo fuera del alcance, continuó—: ¿Por qué sabéis que mi señor es un prisionero?

—Porque lo es, mi señora. —Alice la miró sorprendida, sacudiéndose el hollín de las manos en el delantal y dejando una mancha negra sobre la lana gris. Dirigió a Jasper una última mirada anhelante antes de centrar toda su atención en Isabella.

—¿Pero, por qué? Posee todo esto. ¿Cómo va a ser esto una prisión? —preguntó Isabella sorprendida—. Es cierto que se trata de una morada sucia, pero aún así le han dado tierras. En mis viajes he visto cosas mucho peores que estas. Al menos la casa está hecha de piedra, y no de madera, que prende. Así que, decidme, ¿cómo puede un duque con tales privilegios ser un prisionero?

—Es un prisionero del rey Carlisle, mi señora. En realidad, Cullen pertenece al rey; al menos eso es lo que pensamos la mayoría. En cuanto los vikingos comiencen una nueva guerra, el rey desterrará al duque. —Los enérgicos ojos verdes de Alice se agrandaron, intimidados. Parecía sorprendida de que Lady Isabella no conociera la historia. Las mujeres emprendieron despacio el camino hacia el pozo—. El rey del Danelaw le concedió el título de duque después de que viniera a Wessex como prisionero. Su rey, Aro, le envió para asegurar la paz entre los vikingos y nosotros. Se dice que el rey Aro hizo un pacto con el Diablo y, a cambio, le dieron al duque. Después, el rey envió al demoníaco lord aquí para que esperara a que llegara el momento de acabar con Wessex.

—Tonterías. —Isabella alzó una ceja, escéptica, pero no ordenó a la criada que dejara de contarle la historia. Le avergonzó recordar que ella también había creído eso del duque. Había oído a su padre hablar acerca de un tratado entre Wessex y los vikingos, pero en su momento no se había parado a pensarlo demasiado, pues los hombres se pasaban la vida haciendo y deshaciendo tratados—. ¿Un demonio?

—Sí, mi señora —dijo Alice con suavidad. La criada puso una mano en el brazo de Isabella para que se detuviera. Observó a su alrededor antes de decirle en un susurro apresurado—: ¿No habéis visto sus espantosas cicatrices? Son las marcas del infierno. Yo las he visto, de cerca, y dan verdadero miedo.

—Sí, una vez —respondió Isabella distraídamente. Sólo le había visto una vez, aquella vez en el oscuro pasillo, y la mayoría de lo que había visto no había sido con los ojos, sino a través del tacto. Se tocó los labios y enrojeció. Edward se había marchado la mañana siguiente a su beso; Carmen no había querido decirle adonde, y ahora se preguntaba si los criados sabrían dónde estaba el duque.

La mañana posterior al beso, a Isabella la había trasladado de aposentos, tal y como le había prometido. Su nueva habitación era maravillosa, en comparación con su primera prisión. La cama era gruesa y estaba cubierta de pieles nuevas. Estaba contenta con el cambio, aunque su primera orden hubiera sido mandar limpiar los aposentos.

—Entonces sabéis que es cierto: lleva la marca del infierno —asintió Alice—. Le he visto desnudo, mi señora, y la visión es espantosa.

Isabella tembló ante su confesión y trató de no parecer decepcionada. Era plenamente consciente de que era muy normal que los nobles se acostaran con muchas de sus criadas. Su propio padre había conquistado la cuestionable virtud de todas las de su castillo. ¿Por qué no iba a hacer lo mismo el duque?

Isabella recordó sus desagradables palabras al ver las cicatrices de la mano del duque. ¿No le había dicho algo parecido? Pero al ver que un relámpago de dolor atravesaba sus encantadores ojos, se había arrepentido de haberlo dicho. Durante aquel corto periodo de tiempo, vio a un hombre que no se parecía en nada a un monstruo. Aquel simple recuerdo podía hacerle olvidar todas las amenazas que había pronunciado contra ella.

—Lleva la marca del fuego, no del infierno -—le corrigió Isabella, apretando el paso—. No es lo mismo.

—No, es el fuego del infierno —insistió Alice, tratando de seguirla.

—¿Ha hecho daño a alguien de aquí? —Isabella se limpió los dedos en el delantal, simulando examinar el tejido. Le temblaban las manos.

—No, aún no, pero sólo lleva aquí un año. —Alice sonrió a Jasper, quien asintió desde lo lejos. Había dejado el caldero junto al pozo y ahora volvía lentamente hacia el campo de prácticas. Alice se sonrojó al ver que el caballero le guiñaba un ojo—. Ya os lo he dicho, aguarda a que llegue el momento.

—¿Cómo se hizo las heridas? ¿Alguien de aquí sabe la verdad? — Isabella se recordó que no debía parecer demasiado susceptible en cuanto a la reputación de Edward. Los criados creerían lo que quisieran de él, poco importaba que se interpusiera.

¿Y por qué iba yo a interponerme?

—No, nadie; tal vez Eleazar. Él y Carmen vinieron aquí con su señoría. También llegaron algunos más, pero Eleazar y Carmen son los únicos a los que tiene completamente hechizados. —Alice se inclinó sobre el pozo y recogió el cubo—. Nos regañan si nos oyen hablar de él.

Trabajaron en silencio durante un rato, vertiendo agua en el caldero. Lo aclararon varias veces, echando su contenido al suelo. Varios de los perros del castillo se acercaron para lamer los restos de comida que caían; Isabella apartó con cuidado a uno de los chuchos que se había puesto junto a su pie.

—Tal vez mi señor no nos haya herido a ninguno, pero no hay duda de que es un demonio... un demonio que aguarda a que llegue su hora. —Alice asintió con la cabeza, como para confirmar su decreto. Sus ojos parecían gritar: "¡prestad atención a lo que os digo!" —¿Qué habéis oído? Decidme lo que sepáis y veré a ver si es razonable.

—Su voz —empezó a decir Alice.

—No, he viajado y he oído muchas formas distintas de hablar. Su acento no es raro.

Bueno, no todo es mentira.

—Sus cicatrices —continuó Alice, asintiendo dubitativamente—. Dicen que sostuvo a su mujer mientras la quemaba. También trató de quemar a su bebé, y la habría matado de no haber sido por su mujer, que no lo permitió. Lanzó al bebé fuera de las llamas y recibió todo el fuego ella para salvar al bebé. Tras la muerte de su mujer, vio a la niña y permitió que viviera, pero ahora la niña también lleva la marca del demonio.

Isabella frunció el ceño.

—Oculta a la niña en algún lugar y se dice que la están instruyendo en las artes oscuras. —Alice se estremeció y se santiguó—. Él la espera, y el día que se reúnan, arrasarán Wessex. La tierra quedará cubierta por ríos de sangre, el...

—Ya basta —interrumpió Isabella, volviendo al trabajo con gesto despectivo. Recordó sus sueños: el cielo que llovía sangre. Tal vez hubiera algo de cierto en aquella historia. Alzó el caldero que habían aclarado para volver a meterlo en la cocina.

—Pero... —protestó Alice, ayudándola a llevar el caldero. Ahora que no quedaban restos de comida en él, pesaba mucho menos—... estaba a punto de llegar a la mejor parte de la historia.

—¿Qué me decís de Sir Jasper y vos? —preguntó Isabella, haciendo caso omiso de la persistencia de la joven. Se moría por cambiar de tema, pues no quería seguir oyendo los desvaríos de la joven. El hombre que Alice le describía no podía ser el mismo que le había besado con tanta pasión.

Alice comenzó a llorar; sus desgarradores sollozos sacudían sus delgados hombros.

—Queremos casarnos, pero el duque se niega a hablar de ello con Jasper. No podemos casarnos sin su consentimiento, pues Jasper es uno de sus hombres y yo soy su criada.

Isabella dejó el caldero y le dio unas palmaditas en el hombro a la dramática y emotiva joven. No sabía qué decirle; por propia experiencia, no podía pensar nada bueno de los matrimonios. Aunque desconocía las razones del duque para no escuchar lo que el caballero tenía que decirle.

—Esperábamos que pudierais hablar vos con él; quizá pudierais convencerle de que acepte. —Alice sonrió a Isabella con los ojos brillantes de esperanza.

—No me corresponde interferir. —Isabella dejó caer la mano—.Soy tan prisionera aquí como mi señor... tal vez más, pues no puedo abandonar Cullen.

—No, vos sois de la nobleza; sois de su misma clase. Si quisiera escuchar a alguien, os escucharía a vos —insistió Alice. Se negaba a abandonar las esperanzas—. Si os pidió que cuidarais de su hogar...

Isabella escuchó lo que la mirada esperanzada de Alice le decía sin palabras.

—Si el tema sale a colación, haré lo que pueda. Pero dudo mucho que mis palabras influyan de ninguna manera en sus decisiones.

—Oh, mi señora, ¡gracias! —exclamó emocionada la criada, y pasó las manos alrededor del cuello de su señora—. ¡Sabía que le convenceríais!

Isabella ignoró su reacción y dejó que la joven la abrazara brevemente antes de apartarse. Las muestras de afecto le incomodaban un poco. Enderezó los hombros y se giró para volver a levantar el caldero.

—Vayamos dentro, o a su regreso el duque no estará de humor para oír nada que no sea su propia cólera.

Alice asintió. Una suave sonrisa de aplomo asomó a su hermoso rostro, como si supiera que Lady Isabella haría realidad su sueño de compartir la vida con Jasper. Isabella deseó estar igual de segura.

Isabella estaba satisfecha de cómo había mejorado el castillo desde su llegada. En cuanto encomendó las tareas correspondientes a los criados, éstos comenzaron a trabajar con más ahínco. Cullen necesitaba alguna pequeña reparación, aunque tampoco se podía hacer demasiado con el color negro de las piedras con que estaba construido. Había tratado en vano de aclarar las piedras con lejía, pero sólo consiguió oscurecerlas aún más.

Le había pedido a Eleazar que organizara a los hombres para realizar las tareas más duras, pues ella no tenía suficiente fuerza, y había solicitado a Carmen que se hiciera cargo de las mujeres, al menos hasta que Edward regresara y aceptara los cambios que se habían realizado; aunque Isabella dudaba que le importara nada de lo que había hecho, pues hasta ahora no se había ocupado demasiado de organizar el castillo. Era como si no le importara lo que sucediera en su casa.

Incluso ordenó a los criados que airearan el cuarto del duque, pese a que tampoco había mucho que hacer allí. Su colcha era de un material interesante, distinto a cualquiera de los que hubiera visto hasta el momento. Deslizó la mano por la suave y sedosa tela con facilidad, hasta que se topó con una hebra de pelo oscuro. Alzando el cabello excepcionalmente largo, suspiró y jugó con él, enredándoselo en el dedo.

Cuando nadie la observaba, no pudo evitar acercar la nariz a su almohada; olía a él. El recuerdo le hizo temblar de nuevo y le impedía mover el rostro de la cama. El mero hecho de pensar en cómo olía hizo que se excitara. Desconcertada, se maldijo por lo que le atraía.

Las sábanas estaban limpias y el suelo barrido y fregado. Habían retirado las telarañas de las vigas. Isabella pensó que sabría más de aquel hombre viendo sus aposentos, pero la habitación era escasa. Tenía una inmensa cama con dosel, cuyas cortinas se podían correr para ocultar lo de dentro, y una enorme chimenea de piedra. Junto a la lumbre había un taburete, y su baúl estaba a los pies de la cama, mas lo tenía cerrado con llave. Era como si no tuviera ningún objeto personal; hecho que la decepcionó enormemente.

Cuando acabó con las habitaciones superiores, hasta las que no se utilizaban brillaban con frescura. Pese a que las camas necesitaban nuevas colchas y los suelos de piedra alfombras, Isabella lavó y dejó todo lo que encontró como estaba. No se atrevió a mandar hacer nada nuevo, pues sabía cuáles eran los verdaderos recursos de Edward. Por su castillo, se veía que no era un hombre rico, y quizá no se tomara a bien que derrochara dinero. Aunque su pobreza poco le importaba, pues lo que más le había preocupado era la limpieza.

Isabella no volvió a la parte del castillo donde la habían mantenido prisionera; se limitó a hacer que las criadas frotaran la parte del pasillo que se veía desde el hueco de la escalera.

También se mantuvo fiel a su palabra y no trató de escapar; aunque eso no impedía que, de vez en cuando, se le pasara la idea por la cabeza. La puerta se dejaba a menudo abierta para que los campesinos entraran y salieran, y Eleazar había llegado a ofrecerle uno de los caballos de los establos para que saliera a dar un paseo. Pero, aunque la idea le atraía, no se atrevía a aventurarse fuera de los muros del castillo de Cullen por miedo a que el duque malinterpretara su acto, y ella había dado su palabra.

Por las noches, rezaba por que sus arreglos agradaran a Edward, pues cuanto menos tiempo pasaba en su compañía, más dudaba del dolor que creyó percibir en él aquella noche en la oscuridad del pasillo. No conocía de su señor más que lo que los criados le contaban; y nada de lo que le dijeran era alentador, salvo lo que decían Eleazar y Carmen. Y hasta su lealtad era, en parte, desalentadora.

Pero había algo en el duque... en su voz, que la hechizaba. Tenía un acento tan tosco y viril; su presencia le hacía estremecerse. No era algo desagradable, sino una mezcla de excitación y miedo. Le había besado en la boca hasta que deseó sus caricias. Algunos habían tratado de besarla antes, pero nunca lo habían conseguido. El beso de Edward había sido dulce, nada que ver con su severa reputación. Había tantas contradicciones en él.

Isabella suspiró; los labios le palpitaban. Se frotó los hombros con la mano, esparciendo el resto de la paja fresca con el pie, y se volvió a Alice.

—¿Habéis oído eso?

—Es la puerta principal, mi señora. —La joven la miró asustada. Los ojos se le habían agrandado y la voz se convirtió en un susurro agudo—. El monstruo ha vuelto.

—Alice, no volváis a llamarle así en mi presencia. —Isabella había entablado una extraña especie de amistad con la joven y le sonrió para suavizar la reprimenda—. El duque no es ningún monstruo

—Sí, mi señora —asintió Alice, aunque sus ojos aún brillaban dudosos.

Isabella sintió como si una oscura nube hubiera cubierto de pronto el castillo. Las caras de los criados, que hasta hacía un momento habían resplandecido con sonrisas, se apagaron de pronto. Dejaron de realizar sus tareas para mirar a su alrededor con ansiedad. Vio que un par de ellos se arrodillaban junto a la paja, tratando de colocarla, sin necesidad, con movimientos frenéticos. E incluso algunos corrían a la cocina, a ocultarse.

Decidió ignorar a los angustiados criados y salió al patio. Pese al miedo que le tenía, no podía esperar a ver a Edward a la luz del día. Tal vez así dejara de parecerle una criatura tan misteriosa. Al moverse, sintió que una mano la tomaba suavemente del codo. Se giró y asintió a Eleazar, quien la escoltó hasta el patio.

—Eleazar —dijo al atravesar la puerta que llevaba fuera. El sol brillaba intensamente en el cielo, haciendo que el hogar pareciera cálido. Pese a ello, Isabella se estremeció. Se centró en la puerta abierta y continuó—: ¿creéis que se enfadará por lo que he hecho?

—¿Y qué es lo que habéis hecho, mi señora?

Isabella se paralizó al escuchar el marcado acento. Una brisa fría la recorrió de pies a cabeza, arrastrando algunas pajas que habían quedado enredadas en su pelo, suelto por la cara. No había pensado que Edward pudiera estar ya dentro del patio. No le gustó la forma en que se dirigió a ella, llamándola "mi señora"; sonaba casi despectivo.

Eleazar le imprimió confianza apretándole el codo antes de soltarla, y se retiró sin decir nada.


Espero que les Guste este Cap!

Como les prometí Aca esta el siguiente cap de Regalo

Me encantan sus Reviews, Son los que me inspiran a seguir esta Historia, Gracias

Nos Leemos en el siguiente Cap! ^^

Kizzes

By: Laura D.