Capítulo XII

"Tormenta de amor"

Permaneció en silencio, sólo observaba desconcertado, más bien completamente atónito a la persona vestida de negro, que permanecía inmóvil junto a la ventana.

Vio que elevaba una mano para quitarse la capucha que ocultaba su rostro. El largo cabello azabache cayó por su espalda en una cascada de empapados rizos, al igual que toda ella, la ropa se pagaba a su esbelto cuerpo, goteando sobre la alfombra.

Inuyasha —musitó dando un paso hacia él. El joven pareció volver a la realidad al escuchar su melodiosa voz.

¡¿Qué demonios haces aquí a estas horas?! —espetó molesto— ¡¿Es que no te das cuenta que está cayendo un diluvio allá afuera?!

Tenía que verte, hablar contigo… explicarte —balbuceó nerviosa. Titubeó antes de dar otro paso, como si temiera acercarse.

¡Maldición, Kagome! —profirió seguido de un gruñido— ¡¿Por qué diablos tiene todo que ser a tu maldita manera?! —alegó dando unas zancadas hasta detenerse frente a ella— ¡¿Conoces el significado de la palabra peligroso? ¿Es que jamás meditas las consecuencias de tus actos? No te imp…

Te amo —declaró de pronto, interrumpiendo la acalorada reprimenda.

Inuyasha enmudeció, y se quedó viéndola aturdido a causa de la inesperada declaración, de hecho olvidó por completo lo que estaba diciendo hacía sólo un segundo atrás.

Tardó un poco en asimilar esas dos impulsivas palabras, que aún parecían resonar en la habitación, y no era que no creyera en ellas, es más, había deseado escucharlas de su boca con un ansia que francamente le avergonzaba. Ninguna mujer en toda su vida le había provocado aquella desquiciante inseguridad. Todas se habían arrojado a sus brazos deseosas, sólo en búsqueda de una momentánea satisfacción, ya que él no estaba dispuesto a ofrecerles otra cosa y era algo que se aseguraba de dejarles muy claro. Sin embargo, con esta imprevisible mujer, todo parecía convertirse en una experiencia nueva y desquiciante para él; podía llevarlo del enojo al deseo en un segundo; todo el maldito control en sí mismo se iba al mismo infierno, y no podía decidir entre estrangularla o hacerle el amor.

Debía admitir que no esperaba que pronunciara esas palabras de forma tan franca y directa en medio del sermón que intentaba darle. Tal parecía que esa jovencita jamás dejaría de sorprenderlo, y de nublar su raciocinio, hasta volverlo completamente loco.

Te amo Inuyasha —repitió mirando con intensidad las dilatadas pupilas ambarinas.

Inuyasha elevó una mano y acarició la sonrojada mejilla, rindiéndose una vez más ante ella. Kagome cerró los ojos unos segundos, disfrutando de la gentil caricia y volvió a fijar la mirada en él.

Kagome… —susurró casi hipnotizado, enmarcando el rostro de la joven con ambas manos.

Se inclinó hacia ella con suma lentitud, hasta llegar a los labios, que lo esperaban entreabiertos. Los rozó saboreando la dulce agonía de la expectación.

Sentía como si hubiesen pasado muchos años, desde la última vez que disfrutara de la dulzura de su boca. Una de sus manos bajó hacia su blanco cuello, hasta llegar a la nuca y enredarse con los cabellos. Mientras la otra ceñía con firmeza la cintura de la muchacha, para acercarla al calor de su cuerpo. Ahondó poco a poco su beso, escuchando un suave suspiro escapar de los labios femeninos.

Se alejaron unos centímetros para observarse intensamente el uno al otro… luego volvieron a besarse con locura, devorándose con una urgencia avasalladora.

Kagome se abrazó a él, acariciando su fornida espalda, a través de la delgada camisa. Mientras Inuyasha la estrujaba contra su cuerpo, bebiendo hasta el último aliento de su boca, saboreando, hundiéndose en tu interior con avidez, completamente hambriento de ella.

Se alejaron respirando entrecortadamente y volvieron a mirarse sin decir palabra.

Inuyasha bajó la vista hacia su humedecida camisa, y de pronto pareció recordar lo enojado que estaba hacía sólo unos instantes.

Maldición… estas empapada —masculló de pronto con la voz enronquecida— Ven acá —ordenó jalándola por el codo, hasta llegar junto a la chimenea— Siéntate junto al fuego. Volveré en un instante —agregó desapareciendo del estudio.

Transcurrieron unos pocos minutos, cuando sintió que la puerta se abría, su cuerpo se tensó en alerta, pero se tranquilizó de inmediato al verlo entrar. Notó que cerró la puerta con seguro y traía consigo unos paños secos y una camisa, a su parecer una enorme camisa.

Quítate esa ropa mojada —ordenó autoritario. La joven lo miró algo perturbada— Puedes ponerte esto mientras se estila tu ropa—agregó ignorando su reacción.

Pero… —musitó avergonzada, sintiendo que sus mejillas enrojecían.

¿Acaso quieres enfermar de pulmonía? —reprendió serio. La sola idea que ella enfermara gravemente o enfrentara la muerte, hizo que se le oprimiera el corazón debido al pánico— Sólo hazlo —volvió a ordenar, dejando claro que no le daba opción de negarse.

Dio media vuelta caminando hacia la ventana. Comprobó que estuviera bien asegurada y permaneció de pie en el mismo lugar, dándole galantemente algo de privacidad para que se cambiara de ropa.

Las manos le temblaban, pero intentaba quitarse las prendas lo más aprisa que podía. Habían compartido un momento de tanta intimidad, pero aún así no podía evitar avergonzarse de su actual situación.

Secó su cuerpo lo mejor que pudo, a causa de la torpeza, y se vistió con la camisa que le había entregado. Le quedaba bastante grande, lo cual era perfecto, ya que la cubría casi hasta la mitad de los muslos. Volvió a sentarse en la mullida alfombra. Y comenzó a doblar una manga para ajustar el largo y cuando iba a repetir la acción con la segunda, y vio unas letras bordadas con hilo dorado en el puño IT. Sintió un estremecimiento y un cosquilleo en todo el cuerpo, tan sólo al pensar que aquella prenda, que cubría su cuerpo desnudo, fue usada anteriormente por él.

Bebe esto —ordenó, sobresaltándola, no había notado el momento en que se acercó. Vio que le ofrecía una copa con un licor ambarino. La tomó con una mano temblorosa— Te ayudará a entrar en calor, aún pareces tener frío —comentó arrugando el ceño. Bien, ahora ella no temblaba precisamente a causa del frío, sino por otro motivo, pero no era algo que tuviera intensiones de aclararle.

Gracias —musitó antes de beber el líquido. Dio un sorbo y tragó. Sintió que le quemaba la garganta, tosió intentando respirar— Esto es horrible —se quejó intentando recuperar el aliento.

Pero te ayudará —afirmó. Había acomodado la ropa mojada, utilizando el respaldo de un par de sillas y el paño sobre un sillón cercano. Agarró el otro que estaba seco y se arrodilló a su espalda. Comenzó a secarle el largo cabello.

Yo… yo puedo hacerlo —protestó la joven con nerviosismo.

Sólo quédate quieta y bebe otro sorbo —ordenó.

Kagome torció graciosamente su boca. Tomó nota mental que el enojo trasformaba a ese hombre en un verdadero ogro autoritario. No había dejado de darle órdenes. Y para su sorpresa ella obedecía cada una de ellas sin protestar.

Bebió otro sorbo del licor, volviendo a toser. Era horrible, pero él tenía razón, sentía como un agradable calor comenzaba a recorrer su cuerpo. Desde luego que él también contribuía, con las caricias que le profesaba a su cabello.

Por un instante se permitió dejar volar su imaginación, fantaseando con la idea de estar viviendo junto a él en aquel castillo, disfrutando de días llenos de armonía y felicidad. Compartiendo momentos de intimidad como el de ahora. Paseando juntos del brazo por los hermosos jardines. Cabalgando al amanecer uno junto al otro a través de las extensas praderas.

Si tan sólo sus vidas hubieran sido distintas, más bien normales. Pero no era así, por eso sentía que debía atesorar ese momento, y los demás que Inuyasha le había obsequiado.

Lo lamento, Inuyasha —dijo de pronto. Rompiendo el agradable silencio. Lo sintió tensarse tras ella, luego las manos se alejaron de su cabello— Jamás me casaría con ese hombre —aseguró. Él permaneció en silencio un largo momento, luego lo escuchó exhalar un hondo suspiro.

Lo sé —dijo finalmente. Volviendo a quedarse en silencio.

Kagome se giró sobre sus rodillas, para quedar sentada de frente a él. Estudió con fijeza el rostro masculino, buscando algún atisbo de enojo.

Lo que menos deseaba era lastimarte —explicó arrepentida— Pero sabía que te opondrías.

Eso es evidente —señaló serio— Ni en esta vida ni en ninguna otra, permitiría que mi mujer se comprometiera con otro. Sin importar el motivo —aseguró con vehemencia.

Muchas personas han salido afectadas por mi culpa —murmuró bajando la vista entristecida— Kojaku, Sango, la anciana Kaede, todas las personas que perdieron sus hogares. Tu padre fue asesinado por mi causa Inuyasha.

No digas eso —exigió

¡Es la verdad! —afirmó con aspereza— Yo… yo lo inmiscuí, lo hice cómplice de mis actos. Lo convertí en alguien visible a los ojos de mis enemigos.

Mi padre te apoyó porque tu causa también era la suya —aclaró— Tú lo conociste bien y sabes que jamás alguien lo habría influenciado para hacer algo en contra de sus deseos. Él era un hombre de claras y rectas convicciones, que por supuesto eran opuestas a las de sus enemigos. Tenía influencias y eso lo convertía en un fuerte obstáculo.

Puede que así sea… en parte. Pero no puedo restarme responsabilidad —murmuró con tristeza— Es por eso que no quería involucrarte en todo esto. Quise mantenerme alejada, pero nada pareció funcionar. A cada instante me veía arrastrada hacia ti. Y al final no pude contra mí misma y mis sentimientos. Por eso me entregué a ti. Sin embargo, en el fondo sabía que no era lo correcto y no hablo de moralidad, sino de tu seguridad. Involucrarte conmigo podría llevarte a la muerte y eso… —se detuvo cuando su voz se quebró— …eso es algo que no podría soportar.

¿Y piensas que yo permanezco tranquilo, mientras tú te arriesgas así? —inquirió tomándola por los hombros— ¿No piensas que yo puedo sentir el mismo pánico de perderte?.

La joven abrió la boca, pero no pudo responder. Casi podía sentir su miedo, tan idéntico al que le atormentaba a ella. ¿Cómo es que no lo había entendido antes?. ¿Cómo es que se había sumergido tanto en sus propios miedos, que desestimó al hombre que amaba, sin considerar siquiera que sus sentimientos se verían afectados?.

Levantó su mano acariciando la tensa mandíbula.

Sango me dijo que no sólo debo luchar por los demás o por venganza, sino también por mi felicidad —le confió levantando su otra mano para enmarcar el rostro masculino— Tú eres mi felicidad… y deseo luchar por ti… con todas mis fuerzas —reveló alzándose de rodillas para alcanzar sus labios, pero el joven negó con la cabeza y la detuvo sosteniéndola por los hombros.

Lucharemos juntos Kagome… por nuestra felicidad —rectificó, tirando de ella para besarla con frenesí.

Kagome le devolvió el beso con la misma vehemencia y rodeó el cuello del joven con sus brazos, ansiando acoplarse al poderoso cuerpo masculino.

Inuyasha anhelaba tenerla más cerca, sentir la calidez y tersura de su piel nívea, emitió un ronco gruñido, al tiempo que la alzaba ligeramente, incitándola a que abrieras sus piernas y se sentara a horcajas sobre su regazo. Ella comprendió al instante y se acomodó sobre sus fornidos muslos. El joven acarició su espalda, recorriéndola para luego abrazarla con fuerza, sintiendo sus senos oprimidos contra su pecho. Aquella fina camisa le permitía sentirla con total detalle, sin embargo sabía que pronto sólo le estorbaría.

Enredó sus dedos en el suave cabello negro del joven, acercando su cabeza para regresarle cada beso, hasta que pensó se quedaría sin aliento. Un gemido escapó de su boca, al sentir las manos de Inuyasha recorrer su cuerpo, parecían quemarla incluso por sobre la tela que la cubría.

La alejó un poco de sí, y se miraron con adoración, jadeantes, pero aún insatisfechos.

Todavía es temprano —murmuró el joven con voz ronca, dando una fugaz mirada en dirección a la ventana. Kagome lo imitó, y luego lo miró pestañeando confundida.

¿Temprano? Pero si amanecerá en un par de horas —musitó con dificultad, debido a la respiración entrecortada.

Me refiero que aún hay tiempo antes que tengas que volver a casa —aclaró con una sonrisa maliciosa y arrolladoramente sensual. Ella comprendió y le devolvió la sonrisa con las mejillas sonrojadas.

Sí… aún hay tiempo —asintió estrechando su abrazo y acercando su frente hasta apoyarla en la de él— ¿Qué tienes en mente? —preguntó traviesa a pesar de su timidez. El corazón le dio un vuelco, y se estremeció cuando él soltó una profunda risa.

Oh, muchas cosas… Pero si las digo se escandalizaría, milady… —respondió con picardía.

Creí que era usted un caballero, milord —murmuró entornando los ojos con severidad y simulando enfado.

Ese es mi secreto… sólo finjo ser un caballero —declaró susurrándole al oído. Kagome soltó una risa divertida, que se transformó en un jadeo cuando él atrapó con sus labios el lóbulo de su oreja, cerró los ojos disfrutando de la excitante sensación.

Inuyasha comenzó a trazar un camino de besos hacia su cuello, escuchando complacido los suaves suspiros de la muchacha. Deseaba tocar su piel desnuda, y ya no podía esperar más. Se retiró un poco para desabotonar la prenda, pero se detuvo y luego la observó con detenimiento, por lo que ella le dirigió un gesto de extrañeza.

Es asombroso cómo también logras hacer de estos momentos algo inusual —murmuró dándole un fugaz beso.

¿De qué hablas? —logró articular.

Bueno… Es la primera vez que deseo tan fervientemente quitar una prenda masculina —contestó con una sonrisa divertida, escuchando su melodiosa risa.

Handorei resultó ser una mujer y la camisa que intentas quitar la lleva puesta una mujer… —murmuró adoptando una falsa actitud pensativa— Eres un hombre con suerte —dictaminó en conclusión, asintiendo con aprobación.

El más afortunado del mundo —afirmó besándola con dulzura.

Reanudó la tarea de despojarla de aquel obstáculo. Alternando la vista entre su labor y los brillantes ojos chocolate que lo observaban anhelantes. Una vez abierta, deslizó sus manos por la cintura femenina, estrechándola contra él. Ahogó el gemido de la joven con sus labios, adentrándose en su boca, recorriéndola, saboreándola, devorándola.

Sin dejar de besarla, deslizó una mano hasta alcanzar uno de sus pechos, lo acarició suavemente, Kagome se arqueó hacia él, aferrándose a sus anchos hombros. Dejó caer la cabeza hacia atrás jadeando, lo que él aprovechó para lamer su cuello, alternando sus labios y su lengua, luego fue descendiendo hasta alcanzar el otro seno, y jugueteó con el erecto pezón lamiéndolo, succionándolo para después mordisquearlo con gentileza.

La muchacha exhaló otro gemido entrecortado, casi enterrando las uñas en los hombros del hombre. Se removió inquieta, rozando las caderas contra la ingle de Inuyasha, percibiendo su gran excitación, lo cual sólo ayudó a incrementar la propia. Lo escuchó emitir un ronco gemido, mientras su boca continuaba atormentando sus senos. Lo detuvo alejándolo un poco observando maravillada el deseo que brillaba en las pupilas doradas, juraría que tenían el mismo color del fuego que crepitaba en la chimenea junto a ellos.

Sin dejar de verlo, deslizó las manos hasta los botones de su camisa y terminó por desabotonarla lentamente, disfrutando de la mirada ardiente e irregular respiración del joven. Cuando terminó su tarea la abrió y acarició el músculo torso, bajando hacia el delineado abdomen. Llegó hasta el borde del pantalón, se mordió el labio inferior al reconocer el bulto de su erección. Volvió a míralo a los ojos. Esta vez no le interesaba esperar su aprobación, pensó sonriéndole con sensualidad.

Retuvo el aliento cuando ella comenzó a abrir el pantalón, no parecía dudar como la primera vez, es más parecía deleitada. Al verla sonreír tan seductora su miembro pareció reaccionar palpitando ansioso de ser acariciado por esas delicadas manos. Se echó hacia atrás apoyándose en ambas manos para facilitarle la tarea. Cerró los ojos y se mordió la lengua para no soltar una maldición, al momento que sus dedos aprisionaron la dureza de su masculinidad, estimulándolo, iniciando una serie de caricias que lo hacían perder la razón. Emitía gemidos alternados con gruñidos, su pelvis se alzaba instintivamente y su espalda se contraía. Exhaló un fuerte bufido, irguiéndose para tomar su rostro y besarla con fiereza, introduciendo su lengua, explorando la boca femenina, arrancándole gemidos apasionados.

Dios… te deseo tanto —jadeó mordisqueando el cuello de la joven.

La chica deslizó sus manos por el pecho hasta los hombros, terminando de quitarle la camisa.

Él imito la acción y también la despojó de la prenda. Ambos gimieron al rozar sus pieles desnudas.

Él seguía arrodillado, con el pantalón a medio quitar, pero la premura de hacerla suya era ya insoportable, por lo que la alzó para acomodarla sobre su hinchado miembro, introduciéndose en ella, la muchacha emitió un grito ahogado, aferrándose a su cuello, besándolo con fervor, acoplándose a su cuerpo.

Alzaba las caderas para embestirla profundamente, mientras ella intentaba resurgir del placer inicial y amoldarse al ritmo de sus fuertes embates. Arqueó la espalda para sentirlo más hondo e intenso dentro de ella.

Gimió con fuerza cuando las enormes manos del joven se aferraron a su trasero. Desesperada se sujetaba a su cuello, hombros o espalda, quería acariciar cada parte de su viril cuerpo.

Inu…yasha… —jadeó incrustando la uñas en los hombros varoniles.

Dime que me amas… —suplicó con voz gutural.

Te amo… —susurraba entre gemidos— Te amo… Inuyasha…

Y yo a ti… Más que a todo… Daría mi vida por ti… —susurró apasionado.

Kagome se aferró a él y ocultó el rostro en su cuello ahogando un grito de placer. Inuyasha la aprisionó con fuerza, penetrándola enardecido hasta derramarse en su interior.

Permanecieron unos minutos en la misma posición, unidos y abrazados, hasta que sus respiraciones poco a poco volvían a una relativa normalidad.

El joven se apartó un poco para recostarse de espaldas en la alfombra, llevándola consigo, apoyando la cabeza de la adormilada muchacha sobre su pecho, acunándola entre sus brazos. La observó con una expresión llena de ternura y amor. El húmedo flequillo se pegaba a su frente, lo hizo a un lado con delicadeza y depositó un entrañable beso en la frente. Sonrió al verla removerse acercándose más a él. Sus labios rojos y sensuales, hinchados a causa de sus besos, se curvaron en una sonrisa satisfecha, y el rubor aún adornaba sus mejillas.

Exhaló un hondo suspiro, aumentando la fuerza de su abrazo.

Cómo desearía que no te marcharas nunca de mi lado —susurró con un dejo de tristeza.

Kagome pareció despertar de su letargo al escuchar el ronco murmullo. Elevó la cabeza para verlo a los ojos.

Siempre estaré a tu lado —musitó acariciando la áspera barbilla masculina.

Sí, pero lo que quiero es tenerte aquí conmigo, día y noche, como mi esposa, unida a mí de por vida —murmuró posesivo.

Inuyasha —dijo mirándolo acongojada.

Lo sé… lo entiendo… me esfuerzo por aceptarlo… es sólo que —la muchacha interrumpió, silenciándolo con un beso.

Pronto estaremos juntos… para siempre —le aseguró.

Kagome —susurró devolviendo el beso con pasión. Reanudando las caricias en el maravilloso cuerpo femenino, y pronto otra vez hambriento de ella.

De… debo irme —jadeó en protesta, pero igualmente excitada.

Después —ordenó apasionado, silenciándola con un beso febril, cubriéndola con su cuerpo para amarla una vez más.

Sentado en un amplio sillón, la observaba en silencio, sin perder detalle mientras ella terminaba de acomodar su atuendo. Se giró ruborizándose de inmediato al encontrarse con la apasionada mirada ambarina. Él esbozó una leve sonrisa, aunque con un dejo de tristeza. Era evidente que ambos odiaban tener que separarse.

Caminó hacia él sentándose a su lado, y descansó la cabeza en su hombro. Él la rodeo con el brazo y la apoyó contra sí.

¿Cuándo nos veremos de nuevo? —inquirió dándole un fugaz beso en la frente.

Pronto —aseguró acariciando el musculoso brazo.

Mañana —urgió.

Ya es"mañana", Inuyasha —aclaró divertida, dando una mirara a la ventana, notando que la oscuridad de la noche perdía su fuerza. Además, la tormenta se había aplacado hacía un rato.

En la noche —insistió besándole el cuello. Kagome cerró los ojos, pero haciendo uso de todo su control, no cedió a los tentadores deseos y se apartó sutilmente.

No puedo, esta noche irá a cenar Ko… —guardó silencio al notar el disgusto del joven— Inuyasha —suplicó conciliadora.

Lo sé —admitió con desgano— Sin embargo, aún no lo comprendo del todo Kagome. No me has explicado, qué es lo que esperas conseguir con ese maldito compromiso —señaló muy serio.

Ya te había mencionado que descubrí una habitación secreta, en el estudio de la casa Breindbill. Allí guardan información muy importante de sus negocios turbios, estoy segura de eso —explicó la joven apartándose un poco para verlo a los ojos— Lo único que pude conseguir antes, fue una breve lista con nombres.

La que le entregaste a Totosai —añadió.

Así es. Pero no logré indagar con más detalle, ya que en ese momento escuché lo que planeaban contra tu padre —aclaró bajando un instante la mirada, acongojada al recordarlo— Debo volver a ese cuarto Inuyasha, tengo la esperanza de que allí encontraré algo que pueda ayudarnos a desenmascararlos. Desde que entré por aquella bolsa el oro, han aumentado la seguridad, si vuelvo como Handorei, lo más seguro es que acaben conmigo. Pero siendo la prometida de Kouga, tendré un acceso asegurado, corriendo el mínimo riesgo.

Sí… puede que eso tenga sentido —admitió poniéndose de pie, pasando un mano con frustración por su cabello revuelto. Se giró hacia ella entornando los ojos— ¿Y si te descubren en ese cuarto?. Dudo que el infeliz de Breindbill se trague una simple explicación.

Si eso sucediera, se me ocurrirá alguna excusa convincente. No te preocupes —lo tranquilizó levantándose, yendo junto a él— Además no tengo intensiones de actuar de manera descuidada. Ingresaré siempre y cuando no corra ningún riesgo. Te lo prometo.

Está bien —asintió acariciando la mejilla de la joven— Hay algo más que necesito me expliques —señaló pensativo.

¿Qué cosa? —inquirió tragando en seco, sintiéndose un poco nerviosa.

Bien… recuerdo que también mencionaste que los Breindbill eran la única pista para descubrir al asesino de tus padres. ¿A qué te referías con eso? ¿Cuál es el nexo entre el asesinato de tus padres con el Gobernador y Kouga? —preguntó arrugando el ceño al verla palidecer.

Eso… eso es algo que te contaré en otro momento —respondió con voz trémula.

¿Después?, ¿Qué impide que me lo expliques ahora? —inquirió extrañado de su reacción.

Ya no hay tiempo —contestó— Está a punto de amanecer y debo regresar cuanto antes —agregó mirando a través del ventanal.

¿Estás segura que sólo es eso? —preguntó entornando los ojos.

¿A qué te refieres? —preguntó a su vez a la defensiva.

No estoy seguro… Tengo la impresión que hay algo que aún no deseas contarme —respondió observándola inquisidor.

No saques conclusiones precipitadas. Ya habrá tiempo para hablar —expresó contrariada— Debo irme —agregó caminando hacia la puerta de vidrio, que daba hacia el jardín posterior del castillo. Inuyasha la alcanzó, agarrándola del brazo, antes que saliera, la observó unos segundos en silencio con una expresión inquisitiva, como si intentara leer sus más secretos pensamientos, pero luego suavizó su expresión.

Te veré pronto —anunció casi como una advertencia— Ten mucho cuidado y no hagas nada arriesgado —solicitó intranquilo, Kagome sólo asintió en silencio— No olvides que eres mi vida —agregó acariciando la pálida mejilla, inclinando la cabeza para darle un beso cargado de sentimientos.

Y, pase lo que pase… no olvides que te amo —le pidió con una mirada suplicante. Se giró saliendo ágilmente, perdiéndose al instante entre la bruma nocturna.

Rato después, cuando la luz de la mañana bañaba hasta el último rincón de su cuarto, Kagome yacía pensativa en su cama. Aunque lo intentara, sabía que sería imposible conciliar el sueño a esas horas, peor aún con las preguntas de Inuyasha, que continuaban retumbando en su cabeza. Exhaló un frustrado suspiro, acomodándose de costado en posición fetal.

Maldición —masculló lamentándose.

Nunca tuvo la intensión premeditada de exteriorizar aquella peligrosa revelación, sólo fue lanzada en un momento de rabia. Sí. Había cometido un grave error y ahora pagaba las consecuencias… No… no era así… más bien pronto pagaría las consecuencias.

Era una información demasiado delicada, la cual había guardado celosamente, durante muchos años. Algo que ni el mismo Conde Taisho supo jamás.

Ese era el último de sus secretos, uno que Inuyasha… no le perdonaría jamás.

Continuará…