9.

Scorpius decidió que lo mejor por el momento era no volver a insistir con Rose. Quizá debía dejar pasar algo de tiempo para volver a intentar hablar con ella… para hacerle entender que lo que sentía era real.

Rose sintió alivio cuando vio que Scorpius ya no se le aparecía de la nada en los pasillos. No sabía qué lo había hecho desistir, y tampoco le interesaba. Sólo estaba feliz de poder olvidar tranquila lo que había sucedido en Halloween, y esperaba que nadie volviera a recordárselo jamás. Sin embargo, pese a que se había librado de Scorpius por el momento, aún debía lidiar con Kevin, quien parecía sufrir de ansiedad cuando estaba junto a ella. Siempre que Rose necesitaba algo allí se encontraba él. Rose quería un libro, Kevin lo traía. Rose necesitaba ayuda para cargar sus cosas, él lo hacía: parecía un cachorro dispuesto a complacer a su dueña, y la falta de espacio que eso generaba irritaba a Rose.

Como terapia para olvidar Halloween y el hecho que Kevin tuviera el mismo entusiasmo que un caniche, Rose dedicó el doble de tiempo a la preparación de sus MHB. Algo que, sin saber, Scorpius también hacía pero por una razón diferente.

Al chico no le quedaba otra cosa por hacer más que leer los textos y apuntes, una y otra vez. Albus seguía enfrascado en su moto por lo que no había otra opción. Si mantenía aquel ritmo de estudio tal vez llegara a superar a Rose en los resultados de aquel año. Albus con suerte podría pasar al sexto año.

A fines de noviembre Scorpius ya había asumido que aquel año sería totalmente aburrido pero, contra todo pronóstico, Albus anunció que la moto estaría lista en unas semanas.

—¿Lo dices en serio? —preguntó Scorpius anonadado, levantándose del suelo en el que llevaba ya dos horas sentado.

La motocicleta lucía como nueva. No quedaban rastros del artefacto viejo, roto y oxidado. Albus había logrado colocar el motor y hacerlo funcionar. El asiento y el manillar se encontraban como nuevos, había mejorado el tablero, y había modificado el depósito de gasolina para que funcionara mediante magia y no necesitara combustible muggle.

—Esa palanca de ahí —explicó señalando con orgullo el objeto—, es la que permite que la moto se eleve. El botón de allí —señaló un botón turquesa, junto a la palanca—, es para que la moto y su ocupante se vuelvan invisibles —agregó—. Se me ocurrió al recordar la historia de cuando mi padre y mi tío robaron el auto volador de mi abuelo para venir a Hogwarts. ¿La conoces? —preguntó, sonriendo. Tío Ron le había contado varias veces aquella historia, claro que a escondidas de tía Hermione.

Scorpius no conocía la anécdota, y en aquel momento no le interesaba saberla. Se dedicó a admirar la moto que parecía recién sacada de una concesionaria muggle. Además de aquel añadido de invisibilidad Albus la había pintado de verde y plateado. Resultaba demasiado evidente que los colores eran en honor a Slytherin.

Ambos amigos la probaron la noche siguiente. Si bien no pudieron tomar demasiada altura (no podían pasar la copa de los árboles del bosque, o corrían el riesgo que algún desvelado los viera si miraba por alguna ventana), la sensación de volarla superó cualquier expectativa. Scorpius amaba montar su escoba, pero la experiencia y comodidad de aquella motocicleta era mucho mejor.

—La sacaremos de aquí en navidad —comentó Albus una vez que volvieron a la cabaña, sonrientes. Habían robado de la cocina unas cervezas de manteca junto a unas tartas, y estaban celebrando—. Tengo todo planeado, y es sencillo.

Por supuesto que ya había pensado en eso, la cabeza de Albus funcionaba a mil por horas como siempre. Scorpius tenía la sensación de que si su amigo hubiera dedicado tiempo a las clases en vez de a desarrollar planes descabellados podría haber tenido las mejores notas. Incluso mejores que las de Rose. Pero Albus no estaba interesado en conseguir logros académicos.

—Volveré a casa, como todos los años —continuó—. Y tú te quedarás como siempre. Durante la noche de navidad, cuando vea que nadie de mi familia presta atención, te escribiré y tomarás la moto. Volarás hacia nuestro pueblo, y te esperaré en tu mansión. ¿Tus padres no estarán este año, no?

Scorpius negó con la cabeza. Pasaba navidad cada año en Hogwarts. Nunca retornaba a su casa, y no hubiera significado mucho que lo hiciera ya que sus padres no pasaban allí la navidad. Para Scorpius era un alivio que en su familia no lo contaran en los planes de vacaciones de navidad: no recordaba haber tenido una celebración decente en toda su infancia. Pese a que en Hogwarts quedaba solo para aquella fecha (Albus siempre se marchaba a casa) el cambio era mucho mejor.

Albus conocía la situación de su amigo, y Scorpius sabía que el chico lo hubiera invitado a su casa si no fuera porque toda la familia de su madre se reunía para el acontecimiento… y entre los Weasley no había lugar para un Malfoy.

Aquel año ambos amigos aprovecharían que la mansión Malfoy se encontraría vacía para esconder la motocicleta. Scorpius estaba más que feliz con poder realizar el primer viaje largo en ella. Algo le decía que Albus le había dado aquella posibilidad como agradecimiento de haberlo cubierto durante el semestre con las tareas.

Rose también comenzaba a soñar con las vacaciones de navidad. En unas cuantas semanas serían libres… y, aunque iba a dedicar el tiempo en seguir repasando ("Yo me relajaré, no pienso tocar un solo libro en navidad", había declarado Lauren), lo haría acompañada de su familia… y lejos de todo el drama que significaban Kevin y Scorpius.


Lo que más le gustaba a Rose de la navidad era la cena con todos los Weasley, y con los Potter claro estaba. Cada año su abuelo Arthur montaba una carpa en el patio de La Madriguera donde podían entrar la veintena de personas que eran, y la decoraba para esperar a sus hijos y nietos. Del techo, además de las velas, colgaban racimos de muérdago y guirnaldas. Pequeños dragones (que en vez de fuego escupían burbujas de colores) volaban toda la noche sobre sus cabezas y eran los favoritos de los más pequeños, que los perseguían intentando atraparlos. Cuando lo hacían, se volvían dulces comestibles. Su abuela Molly esperaba impaciente aquella época donde podía lucirse con sus grandes platos que nada tenían que envidiarle a los de los elfos de Hogwarts.

La diversión se daba cuando todos llegaban: diferentes conversaciones flotaban por toda la mesa, los chiquillos se divertían intentando bajar los dragones de su abuelo (Freddie, el hijo de tío George, la navidad anterior los había bajado uno a uno lanzándole las albóndigas de su plato con increíble puntería para un niño de dos años. Para cuando los adultos se dieron cuenta, la mesa entera se encontraba rociada con comida), y los más grandes aprovechaban a desaparecer de la vista de sus padres cuando las botellas de vino de elfo se vaciaban lo suficiente.

Además de todo eso siempre estaba el pariente que terminaba borracho antes de que se sirviera el postre. Era divertido cuando le tocaba a alguno de sus tíos, como la vez que tío Harry bebió tanto que intentó bailar tap con tía Ginny. Rose jamás lo había visto tan desenfadado, y su tío tuvo que soportar las burlas de sus cuñados durante todo un año, hasta que fue tío Charlie quien montó un espectáculo la navidad siguiente. Sin embargo, no fue divertido para su padre una navidad en la que tomó demasiado hidromiel. Ron quiso dar un discurso, enumerando las mil razones por las que se había casado con Hermione, mientras sus hermanos se revolcaban de la risa al verlo caerse de la silla en la que se había puesto de pie, mientras confundía las fechas de su casamiento con las de los cumpleaños de sus hijos. Aquella noche Ron vomitó sobre unos setos, y quedó dormido en el sofá del living. Hermione volvió a su casa sola con sus hijos y de mal humor: no le gustaba la parte de la noche en la que todos bebían de más y se comportaban como "adolescentes incurables, que se olvidan que ya tienen familias". A Rose le causaba gracia, y todos aquellos factores (desde la decoración de su abuelo, hasta las borracheras del final) hacían que siempre esperara la navidad con ansias.

Sin embargo, semanas antes de navidad se pronunció un anuncio que provocó que los sueños y planes para las vacaciones de todos los estudiantes fueran afectados.

—¿¡Un baile!? —Rose quedó con la boca abierta por el asombro—. ¡Dippet acaba de enloquecer!

No, no lo había hecho. El director no estaba para nada de acuerdo con el baile. De hecho, la idea había sido aprobada por unanimidad sólo por sus colegas, él era el único que había votado en contra. Los demás profesores pretendían darles a los alumnos un espacio en el que resguardarse durante aquellas vacaciones dado el hecho que afuera la situación se complicaban día a día.

Lauren se emocionó al instante y, pese a que aún no tenía pareja, comenzó a buscar por catálogo alguna túnica que ordenar vía lechuza. Rose decidió pasar por alto el anuncio, un baile no iba a cambiar sus planes. Cuando el profesor Flitcwick pasó por las mesas anotando quién se quedaría en el castillo y quién no para navidad Rose no lo pensó dos veces e informó que volvía a su casa.

—Pero… ¿Y el baile? ¿No irás al baile? —Kevin lució desanimado en aquel momento y Rose se alegró de su decisión.

—¿Es en serio? —preguntó, levantando una ceja—. Kevin, ese baile será pura frivolidad. ¿Quién vistió la túnica más linda? ¿Quién recibió más invitaciones? Yo paso, muchas gracias.

A Rose no le gustaban esas tonterías. Lo único que se hablaba por lo pasillos y en los baños de chicas era sobre túnicas y peinados, y a cuáles chicos una debía rechazar o esperar. Sabía que Lauren moría por opinar, pero se contenía al conocer lo que Rose pensaba. Rose no podía creer que estuvieran perdiendo el tiempo con semejante tontería mientras que los MHB se encontraban a la vuelta de la esquina.

Tuvo un gran golpe emocional días después de anunciar que se marcharía de Hogwarts. Su alma cayó destrozada al suelo cuando, durante un desayuno, apareció una lechuza con un paquete y una carta provenientes de su casa.

Lo siento mucho, Rose —comenzaba escribiendo su madre—, pero este año Hugo y tú tendrán que quedarse en Hogwarts. Tu padre y yo nos iremos a un crucero muggle que ha contratado mi madre, creo que será una buena experiencia (aunque espero que tu padre no vomite en el barco) Igualmente, tu abuela Molly está pensando en hacer una cena más pequeña esta vez. Tu tío Harry no irá a la cena tampoco, últimamente en el cuartel de aurores tienen más trabajo que de costumbre y pasarán navidad de guardia. Naturalmente, tu tía Ginny estará con él.

Además, ¿Por qué quieres venir a casa, cuando en Hogwarts ocurrirá algo tan emocionante? De ninguna manera permitiría que pierdas una oportunidad como la de un baile en navidad. Siempre es bueno socializar en eventos así, y siempre recordaré el que hubo en nuestra época, —y, para horror de Rose, agregaba—. Tomé el atrevimiento de comprarte la túnica, la vi en un negocio y creí que lucirías fantástica en ella.

—Es hermosa, ¿por qué no la vi en el catálogo? —preguntó Lauren con envidia—. La mía no tiene gracia al lado de esta.

Sin permiso de Rose, Lauren había sacado del paquete una túnica azul que tenía un bordado plateado en las mangas, escote y falda. En otras circunstancias Rose hubiera admitido que su madre tenía buen gusto, pero en aquel momento se sentía miserable.

—Úsala tú —contestó Rose de mal humor revolviendo con furia su avena. Ya no tenía hambre.

—Pero… ¿Y tú que…?

—No iré al baile —sentenció Rose.

Hugo también había recibido una túnica de gala, y apareció frente a ellas aún más desanimado que Rose.

—El baile es a partir de los de cuarto año —comentó a su hermana, afligido, mientras arrastraba su túnica tras él—. Dime qué chica querrá ir con alguien más joven.

Así que eran los dos únicos Weasley que se sentían desdichados. Uno porque quería asistir al baile pero no alcanzaba la edad, el otro porque de buena gana hubiera vuelto a casa durante navidad.

—Entonces… ¿Estás segura que no quieres ir? —preguntó Kevin por cuarta vez en la semana.

Rose sabía que el chico quería asegurarse de poder invitarla primero si llegaba a cambiar de opinión. Y no era que estaba preocupado en vano, ya Rose había tenido que rechazar a dos chicos de sexto de su casa, y a uno de Hufflepuff del último año.

—Lo siento, no iré al baile —se había limitado a contestar, sin siquiera pensarlo dos veces. Después de un tiempo comprendió que tal vez había sido demasiado cortante al rechazar sin tacto a aquellos chicos.

Lauren tenía muchas más invitaciones que Rose, y eso tal vez le permitió ser demasiado selectiva.

—Ya tengo pareja —decía, cada vez que alguien se acercaba a invitarla.

Y a Rose su forma de rechazar a los chicos le llamó la atención.

—Si realmente quieres ir al baile acompañada—opinó una tarde cuando faltaba sólo una semana— no debes andar esparciendo por ahí que ya tienes pareja.

Entraron al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, Lauren dejó su mochila en el suelo y eligió el asiento junto a Rose.

—No es mentira, ya tengo pareja —informó con total naturalidad.

—¿Ah, si? —Rose se sorprendió. No era propio de Lauren haber conseguido una cita con un chico y no mencionarlo—. ¿Y quién es?

Para su sorpresa, Lauren se ruborizó.

—No se… no se cuánto te agradará saberlo —dijo sin mirarla—. Iré con tu primo.

Rose abrió la boca anonadada. ¿Otra vez? ¿Otra vez Lauren insistía con James? No pudo decirle nada al respecto, porque el profesor de defensa entró justo en aquel momento, y tuvieron que hacer silencio.

Tal vez Rose hubiera amedrentado hasta el cansancio a Lauren con el tema James si esta no se hubiera escabullido en cuanto acabó la clase. Mal humorada por el tema del baile y cansada de los MHB, Rose dedicó aquella tarde a ayudar con sus deberes a un puñado de alumnos de segundo año. Aquella tarea hubiera colaborado en despejar su cabeza, si no se le hubiera presentado el inconveniente que venía temiendo desde que Dippet anunció el baile.

—Rose…

Ya había anochecido y los pocos rezagados de la biblioteca comenzaban a marchar hacia el Gran Salón. Los alumnos de segundo año que Rose había estado ayudando se habían ido hacía un minuto, y ahora ella guardaba el material que necesitaría para aquella noche. Levantó la cabeza para ver quién había susurrado su nombre, y sus tripas desaparecieron al darse cuenta que se encontraba a solas con Scorpius Malfoy.

Haciendo como que no lo había oído se colocó la mochila en un hombro e intentó salir. Scorpius la detuvo en la sección de invisibilidad.

—¡Espera, espera! —dijo cerrándole el paso.

Rose se cruzó de brazos.

—¿No te cansas de perseguirme? —preguntó enojada—. Para mí si es cansador que me sigas, Malfoy.

—Entonces no huyas —Scorpius mostró media sonrisa—. Lo que quiero decirte es corto.

—Hazlo, y esfúmate —aceptó Rose, sabiendo que el chico no descansaría hasta decirle lo que pretendía. Así, podría quitárselo de encima rápido.

—¿Quieres venir conmigo al baile? —preguntó Scorpius con soltura.

Rose quedó impresionada. Una parte de ella había temido que a Scorpius se le ocurriera aquella idea pero pensó que tal vez, después de los resultados de su encuentro en Hogsmeade, desistiría.

—No iré al baile —dijo aparentando naturalidad, y repitiendo lo mismo que a los demás chicos.

—¿No irás? —Scorpius parecía sorprendido y desilusionado, igual que Kevin—. ¿Por qué?

—Porque no me gustas esas tonterías —respondió con mal humor la chica, e intentó seguir camino. Scorpius no la dejó. Fue uno de esos momentos en los que la chica se dio cuenta de otra cosa: lo increíblemente alto que Malfoy era a su lado. Le sacaba una cabeza, y pelear contra él sin una varita para que la dejara ir era correr en desventaja.

—Pero quiero ir contigo…—dijo Scorpius desesperado—. Quiero ir contigo y pedirte disculpas por lo que ocurrió en Halloween.

Rose cerró los ojos, incapaz de mirarlo. ¿Por qué tenía que evocar aquel incidente?

—Escúchame Malfoy —comenzó, reabriendo los ojos, decidida a hacerle frente—. Yo no cederé sólo porque tengas sentimiento de culpa ¿De acuerdo? Y en todo caso, de cambiar de opinión, tengo mejores propuestas.

Empujó a Scorpius con su mochila pesada para que la dejara pasar. Lo dejó solo en la biblioteca, completamente consternado.


Scorpius no se dio por vencido. Quería ir con Rose a aquel evento. Necesitaba ir con ella. Quería pedirle disculpas por lo del beso en Halloween, y creía que el baile era una buena oportunidad para hacerlo. Además, desde que habían anunciado aquella celebración, no pensaba en otra cosa que no fuera en pasar con Rose aquella noche. Era la primera vez que Rose estaría durante la navidad en el castillo, era el primer baile al que asistirían, y no quería perder ni un segundo sin ella.

Tal vez, si no hubiera insistido tanto, Rose no hubiera cometido un error que sería doble.

—Maldito y estúpido baile, no veo la hora de que pase —Rose regresó de muy mal humor a la sala común dos días antes del evento.

—¿Qué ocurrió? —Lauren la miró sorprendida. Se encontraba probando en una compañera la poción alisadora de cabello que utilizaría para el baile.

Rose se dejó caer con furia en un sillón y un fuerte olor a lavanda le impregnó la nariz. Un caldero con poción humeaba frente a ella. Intentó tranquilizarse, que su ritmo cardíaco bajara.

Scorpius Malfoy, eso es lo que me pasa, quería decir, pero no era capaz de admitir que el rubio la estaba enloqueciendo… con literalidad. Porque desde el día que lo había rechazado en la biblioteca no había parado de acosarla. Aquella noche había sido el colmo.

—Si no tienes pareja, ¿Por qué no puedo ser yo? —había preguntado.

—¿Dejarás de acosarme si te digo que ya tengo con quién ir? —le había respondido Rose exasperada.

—Si me dices eso, no te creeré. He visto cómo has rechazado a medio Hogwarts —Scorpius le dedicó una media sonrisa burlona—. Y en estos momentos ya todos tienen con quién ir.

—Pues te equivocas, porque esta tarde alguien me invitó, y por tal que te alejes de mí he dicho que si. Ahora, déjame en paz.

Scorpius quedó pasmado.

—¡Estás mintiendo! —gritó mientras Rose se marchaba enfadada— ¡Dime con quién irás!

Pero Rose no respondió simplemente porque no era verdad. No tenía pareja, pero ahora por eso se encontraba en el problema de tener que hallar a un chico que no hubiera invitado a nadie, o Scorpius la acosaría toda la noche de navidad.

Observaba cómo Lauren alisaba el cabello de aquella chica de sexto año mientras se devanaba los sesos pensando en quién podía ayudarla cuando la respuesta a su problema entró en la sala común cargando varios libros.

—¡Kevin! —Rose pegó un salto y se acercó velozmente al chico.

Kevin la miró asombrado por tan efusiva recibida.

—¿Ya tienes pareja para el baile?

Rose no se detuvo a pensar en aquellas palabras. Si lo hubiera hecho no se hubiera desatado la cadena de eventos que siguió a aquellas sencillas palabras.

—S…¿Por qué preguntas? —vaciló el chico, dejando en una silla los libros. Rose no se percató de que Lauren había interrumpido su tarea para escuchar con atención la conversación.

—Porque…—No sabía cómo responder aquello sin generarle falsas expectativas a su amigo—, es que pensé en ir al final. Y me preguntaba si había algún buen amigo sin pareja aún —recalcó la palabra "amigo".

—No, yo no tengo pareja —se apresuró a responder el chico.

—¡Genial! —Rose sonrió de oreja a oreja—. Es genial poder ir con un buen amigo.

—Ehhh… si…—Kevin también sonrió, algo confundido.

Lauren despidió a la chica de sexto año a la que estaba ayudando y arrastró a Rose hasta la habitación.

—¿Qué diablos te ocurre? —preguntó enojada.

—¿Con qué? —Rose no entendía.

—Has pasado semanas diciendo que el baile es una tontería, entras a la sala común y dices que quieres que se acabe ¿Y le pides a Kevin de ir? ¿Justamente a Kevin? —preguntó Lauren completamente aturdida.

Rose suspiró. Entendía el desconcierto de Lauren.

—Es largo de explicar. Hay un chico que no ha parado de molestarme para que vaya con él, y se me ocurrió que tal vez así deje de insistir —dijo.

—¿Quién? —El enojo de Lauren desapareció momentáneamente.

—Ese bajito de séptimo de Hufflepuff —mintió rápidamente Rose comenzando a revolver su baúl en busca del pijama.

—Ah… creí que ya iba con alguien —Lauren estaba desconcertada—. En todo caso ¿Por qué Kevin?

—Porque fue el primero que se me ocurrió que diría que sí —admitió Rose encogiéndose de hombros, mientras comenzaba a cambiar su túnica por la ropa de dormir—, pero creo que quedó claro que iremos como amigos. Y en todo caso, si no es así, finalmente Kevin va a saber que lo quiero como tal.

—No es por eso que pregunto —dijo con paciencia Lauren sentándose en su cama. Su semblante había cambiado, se encontraba mortalmente seria—. Kevin te mintió, él sí tenía pareja —Rose pasó la cabeza por la remera de su pijama y la miró sorprendida—. Y era Lily, tu prima, y sabes que siempre he sospechado que a ella le gusta Kevin.


Al día siguiente Rose comprendió que los corredores de Hogwarts eran ideales para los chismes. Enseguida se corrió el rumor de que ella iría con Kevin al baile. Hasta antes de la revelación que Lauren le había hecho, a Rose no le hubiera molestado… porque de esa manera Scorpius hubiera sabido que era cierto que ella iba a al baile con alguien. Pero, teniendo en cuenta el dato que su amiga le había dado, el corre-ve-y-dile que se formó en los pasillos fue casi fatal para ella.

—Creí que no irías —fue lo único que se limitó a decirle Lily por la mañana. Llevaban meses sin hablar más que para saludarse, y aunque estaba seria y con una actitud tranquila, Rose sabía que por dentro su prima se encontraría buscando mil y un hechizos para lanzarle.

—¿Cómo iba a saber yo que Lily lo había invitado? —se excusó por lo bajo Rose durante la última clase del semestre de pociones. Kevin había ido a buscar unos ingredientes.

—Y lo que le costó a la pobre reunir valor —suspiró Lauren, consternada—. Es demasiado obvio que a Kevin le gustas, pero cuando vio que tú no irías y él quedaba solo, se armó de valor

—¿Y por qué no me dijo la verdad? ¿No era mejor eso a tener que rechazar a Lily, después de que le había dicho que sí? —preguntó enojada Rose, agregando algunos ojos de tritón de más a su poción sin quererlo— ¡Ahora la villana del cuento soy yo!

La poción comenzó a lanzar unas chispas amenazadoras, pero la chica pudo controlarla. Revolvía con demasiada furia, fallaría en aquella tarea, pero se hallaba demasiado enojada con Kevin como para prestar atención.

—¿Y por qué crees que Kevin lo hizo? ¡Despierta, Rose! —Lauren se frustraba de que Rose no entendiera—. Siempre fuiste su primera opción.

En aquellos momentos volvió Kevin con más espinas de puerco espín, por lo que Lauren sólo pudo agregar por lo bajo:

—La verdad es que no se dónde tienes la cabeza, todo el mundo sabía que ellos dos iban a ir juntos.

Aquellas palabras hicieron que Rose se sintiera aún peor, si eso era posible. Había estado demasiado concentrada en solucionar su pequeño problema con Scorpius como para darse cuenta lo que pasaba alrededor. Era injusto que se enojara con Kevin. Lauren tenía razón: Rose había sido siempre su primera opción, y no iba a desaprovechar la oportunidad. Ahora, por su culpa, el chico estaría haciéndose falsas ilusiones sobre lo que podría pasar durante el baile, y su prima seguramente estaría llorando (y realizando alguna práctica vudú sobre un pequeño trapo parecido a ella) en algún rincón del castillo por haberle arrebatado su pareja de baile… y al chico que le gustaba.

Además, Rose tenía que agregar que ahora todas las chicas de Gryffindor la miraran como la malvada hermanastra de Cenicienta, que intenta colocarse el zapatito de cristal para quedarse con el príncipe. Al menos comenzaba a comprender por qué la prefecta de Gryffindor siempre la había odiado. Ella era muy amiga de Lily, a pesar de ser mayor… y como había dicho Lauren, Kevin no era nada disimulado sobre sus sentimientos. Rose era, a ojos de las Gryffindor, la piedra que evitaba la felicidad de Lily.

Más que nunca deseaba que el baile acabara lo más pronto posible.


Además de las muchachas de Gryffindor había una persona más que apretaba los dientes cada vez que oía los nuevos rumores del castillo.

—Piensa en que si fueras al baile no habría nadie para llevar la motocicleta hasta tu casa, y la noche de navidad es la ideal —intentó animarlo en la cabaña Albus aquella tarde.

—¡Iuju, cambiar a Rose por un vuelo en moto! —festejó irónicamente Scorpius—. En todo caso, podrías haberla llevado tú.

Albus paró su tarea de sacarle brillo a la chapa, y miró vacilante a Scorpius.

—Es que yo iré al baile —dijo para sorpresa de Scorpius.

—¿Y con quién irás? —preguntó interesado el chico.

Albus pareció sufrir de una sordera repentina y no respondió. Estaba demasiado interesado en recoger con cuidado la cantidad exacta de abrillantador.

Aquella noticia amargó aún más a Scorpius. Había creído que por fin pasaría una navidad acompañado, pero resultaba que la chica que le interesaba había preferido ir al baile con el idiota de Kentburry, y su amigo se había sentido atraído por los bailes de la noche a la mañana. La idea de volar la moto ya no lo seducía en absoluto, no cuando en Hogwarts estaría lo verdaderamente interesante. Irónico era que, una vez que algo bueno ocurriría allí en navidad, él tendría que ir a su pueblo.


La mañana del veinticuatro pasó más rápido que ligero, y cuando Rose se dio cuenta todas las muchachas de Ravenclaw comenzaron a alistarse para el baile.

Lauren devolvió la túnica de gala a Rose ahora que ella también iría al baile, y se decantó por usar la rosa pálido que había encargado por correo. Rose se vistió con un gran nudo en el estómago. Cada minuto que pasaba se encontraba más segura que haberle pedido a Kevin que fuera al baile con ella había sido un error. ¿Por qué se había dejado amedrentar por Scorpius?

Rose quería peinar su cabello de una manera simple, pero Lauren le hizo una magnífica trenza hacia el costado que le dejó al descubierto parte de cuello y la espalda. También insistió en maquillarla, y para cuando terminó, Rose no reconoció la imagen que le devolvía el espejo.

—El color de ese vestido te queda tan bello, resalta tus ojos —suspiró Lauren con voz soñadora—. Estás divina.

Rose se sintió incómoda. La chica del espejo, envuelta en una elegante túnica azul y plateada, no era ella.

—Tú también estás hermosa —dijo, y era algo cierto.

Lauren había utilizado en ella la poción que había probado en la chica de sexto año, por lo que sus rizos rubios habían desaparecido, y ahora su cabello parecía una cascada dorada. Le daba un aire menos infantil y más maduro.

Las dos amigas bajaron juntas a la sala común. El lugar estaba repleto de magos y brujas que vestían túnicas de diferentes colores. Las chicas realmente se habían esmerado para aquella ocasión, y los chicos no quedaban atrás. Kevin las esperaba al pie de las escaleras. Rose notó que había abusado un poco del gel para el cabello, quizá en un desesperado intento por verse presentable. Vestía una túnica plateada, por lo que sin quererlo ambos irían a juego.

—Estás preciosa…—susurró embelesado cuando vio a Rose, y la chica se sintió cohibida ante su mirada.

—Gracias —respondió, incapaz de mirarlo a los ojos— Tú también te ves bien.

—Apurémonos, quedé en que estaría abajo a las ocho menos cinco —apremió Lauren.

Kevin tendió un brazo a Rose, quien lo tomó algo recelosa. Para su alivio Kevin fue igual de caballero con Lauren al tenderle el otro brazo.

Todos los alumnos que se cruzaron por el camino iban hacia el mismo sitio, el Gran Salón. Se respiraba un aire festivo y alegre que era contagioso, y Rose por primera vez se sintió entusiasmada ante el evento que acontecería. Tal vez, después de todo, no sería tan malo asistir a un baile por una vez en su vida. Podría divertirse un rato, y al día siguiente volvería a hacer frente a los problemas del quinto año.

Las puertas del Gran Salón se encontraban cerradas cuando llegaron. Los profesores habían mantenido la decoración del interior en completo secreto, por lo que la expectativa era grande. Muchos se arremolinaban alrededor junto a sus parejas, esperando a que abrieran las puertas para ser los primeros en ver la sorpresa. Los que tenían parejas en otras casas las buscaban por sobre los hombros de sus compañeros, como era el caso de Lauren.

—¡Lauren! —Una voz llamó a la chica, y tanto la rubia como Rose se dieron vuelta para ver quién era.

Lauren soltó el brazo de Kevin, a quien aún estaba unida, y se dirigió hacia Albus.

—¡Hasta que apareces! —suspiró tranquila, y arrastró al chico hasta donde se hallaban Rose y Kevin.

Rose miró con recelo a Albus y a Lauren. El chico había intentado peinarse con tanto esmero como Kevin, pero no había conseguido el mismo resultado. Sin embargo presentaba un aspecto muy elegante con su túnica verde. Sonrió de oreja a oreja cuando Lauren aceptó el brazo que le tendió.

—¿Ustedes? —preguntó Rose, incapaz de pronuncias más palabras. Había esperado encontrarse a James allí.

—Oye, te ves genial —Albus se encontraba embelesado con Lauren.

—Gracias, tú también te ves genial —La chica le devolvió una sonrisa.

—Hola Kevin —saludó con amabilidad Albus—. Rose, te ves muy bien.

—Gracias —Rose sonrió por pura amabilidad—. Perdónenme un segundo.

Arrastró a Lauren y se alejaron de sus respectivas parejas, que se quedaron conversando animadamente sobre lo que esperaban encontrar en el Gran Salón.

—¿Qué haces? ¿Y James? —increpó Rose.

—¿James? —preguntó Lauren sin entender, y comenzó a reír— Oh, ya entiendo. Te dije que vendría con tu primo, pero jamás te aclaré con cuál.

—Ja… ja… qué graciosa—se mofó Rose—. ¿Y cómo fue que pasó?

Lauren se encogió de hombros.

—¿Recuerdas la salida de Halloween? Bueno, él tampoco…—comenzó a contar Lauren, pero una voz las interrumpió.

—¿Han visto a Albus?

Rose giró instintivamente para cruzarse de frente con Malfoy, quien miraba sobre el mar de gente.

—¿Qué haces aquí? ¿Has venido a molestar? —preguntó Rose a la defensiva.

—¿Vino contigo, no es cierto? —Scorpius ni siquiera miró a Rose. Se dirigió directamente a Lauren.

—Si, está por allí —Lauren señaló por sobre su hombro, en dirección a Albus—, pero cuando abran el Gran Salón no te dejarán entrar así vestido, es un baile de etiqueta —observó.

Fue en ese momento que Rose notó algo que Lauren ya había visto: Scorpius lucía un simple jean muggle y un buzo. De su mano colgaba un grueso sobre todo, estaba listo como para salir a dar un paseo más que para asistir a un baile.

—No iré al baile, para alivio de algunos —respondió de mala manera, sin mirar a Rose.

Se perdió entre la gente en dirección a Albus.

—¿Qué le ocurrirá? —preguntó Lauren, sorprendida. Había notado la amargura de su voz, igual que Rose.

—No me importa —Rose lo siguió con la mirada—. Mejor vayamos, no quiero dejar a esos tres juntos.

Le aterraba lo que podría llegar a pasar cuando Malfoy se encontrara con Kevin. Para su fortuna, cuando llegaron hasta ellos el chico ya se marchaba.

—¿Qué hizo Malfoy? —preguntó con ansiedad dirigiéndose más a Kevin que a Albus.

—Nada, vino a traerme un mensaje —respondió Albus.

—Parecía más antipático que de costumbre —comentó Lauren.

—Si, lo noté —Kevin estuvo de acuerdo. Agregó, con sequedad—. Me dijo: "espero que disfrutes tu suerte, no siempre se tiene tanta", pero no se qué quiso decir.

El estómago de Rose se contrajo y sintió una punzada de ira. ¿Lo había amenazado por ir con ella?

—Aunque no me importa —Kevin se encogió de hombros—. Es normal que esté así, yo también lo estaría si me encontrara solo un día en el que todos celebran.

Kevin sonrió, y volvió a tomar del brazo a Rose. Rose le devolvió una sonrisa forzada, sintiendo la mirada penetrante de Albus en ella. Su primo no le quitaba los ojos de encima y eso la ponía nerviosa. ¿Cuánto sabría Albus? ¿Estaría enterado de lo que ocurría con Scorpius?

Un "Ohhh" masivo alejó a Malfoy de la mente de los cuatro. Las puertas del Gran Salón se abrieron y por fin pudieron ver el interior.

Los alumnos fueron entrando de a poco, maravillándose paso a paso. Si Rose no hubiera sabido cómo lucía el Gran Salón un día normal, habría dicho que estaba construido con hielo, porque de hecho así parecía. Grandes estatuas fabricadas con gigantes cubos de hielo adornaban el lugar. Cuatro de ellas, ubicadas estratégicamente, tenían las formas de los cuatro animales de las casas de Hogwarts. Un león, un águila, un tejón y una serpiente gigantescos los saludaban desde las cuatro esquinas. Las mesas de las cuatro casas y la de los profesores habían desaparecido, y varias mesitas redondas donde cabían entre seis y ocho estudiantes se hallaban en su lugar, decoradas con tonos perlados a juego con el sitio. Deliciosos manjares ya habían sido colocados sobre ellas. Del techo colgaban guirnaldas y muérdagos (Rose tomó nota de los lugares donde se hallaban estos últimos, para no acabar sin querer debajo de uno con Kevin), y Rose estaba segura que el techo se encontraba bajo algún encantamiento, porque no era normal que hubiera tantas estrellas fugaces en el cielo. Los profesores se habían esmerado de verdad dándole al lugar un aspecto realmente mágico.

—Esto es fantástico…—habían llegado hasta una esquina, y Lauren tocó la estatua gigantesca del león de Gryffindor—. Está encantado para que no se derrita, miren.

Mostró su mano para que vieran que se encontraba seca.

Rose se hallaba tan maravillada que no se percató la mirada dulce que Kevin le dirigía en aquel momento.

—¡Bienvenidos! —la voz de Dippet resonó en el Gran Salón. El director se había colocado en el centro del salón, que se hallaba libre de mesas seguramente para dar espacio a una futura pista de baile. Las conversaciones cesaron al instante y todos giraron para verlo— Espero que disfruten y sepan apreciar esta velada que sus profesores han preparado con tanto entusiasmo. Busquen una mesa y recuerden comportarse correctamente. Ahora si, damos por iniciado esta celebración. ¡Feliz Navidad a todos!

Inmediatamente las conversaciones se reanudaron.

—Siempre tan amable él —se mofó Albus.

—Está mal de la cabeza, por eso nadie lo quiere —comentó Lauren con pesar.

Los cuatro se sentaron en una mesa cerca de la estatua del león. Albus inmediatamente atacó una fuente de pollo frito.

—Pero dicen que Albus Dumbledore también estaba algo mal de la cabeza, y aún así es el director más recordado —comentó Albus con acierto.

—Sí, pero mi padre dice que Dumbledore era justo con los estudiantes. Dippet no lo es —argumentó Rose, mirando en dirección a su director. En aquellos momentos se hallaba al otro lado del salón, solo. Los demás profesores habían elegido una mesa para ellos y se hallaban deleitándose con los manjares de los elfos igual que los alumnos, mientras conversaban y reían, ajenos al director. Rose no entendía cómo una persona podía hacerse odiar hasta por sus colegas.

—Siempre creí que a Dippet no le gustan los alumnos, no se por qué dirige un colegio —observó Kevin con cautela, pasándole una bandeja de mariscos a Rose antes de servirse él mismo. La chica volvió la vista hacia su propia mesa.

—¿Creíste? —preguntó Albus— Dippet odia a los alumnos. Le he oído preguntar a mi madre por qué no se retira.

—El problema es que nadie quiere hacerse cargo de Hogwarts —explicó Rose—. Nadie está lo suficientemente loco como para asumir una responsabilidad así. Hogwarts siempre está en peligro de algo, hay que tener agallas para dirigir este colegio. Si no miren lo que pasó a comienzo de año, con esos estudiantes que se atacaban entre si…

Rose detuvo su argumento allí mismo y miró de reojo a Albus algo asustada. Por suerte, ni Lauren ni Kevin se dieron cuenta de su voz vacilante. Rose encontró de pronto muy interesante su plato.

—Como sea —Albus salió a callar el pensamiento de Rose—, siempre sueño con que a Dippet lo atrape un…

Pero nadie llegaría a saber cómo terminaba la frase de Albus, porque algo captó su atención.

—¡Tú no!

Albus se levantó de un salto, y Rose, Kevin y Lauren lo miraron sin comprender. Para sorpresa de los tres un segundo más tarde James apareció junto a ellos arrastrando a Lily.

—No es cierto —dijo Albus, negando con la cabeza, mirando a Lily y a James.

—¡La encontré con este estúpido! —James, además, arrastraba a un alumno de cuarto año. Zarandeó al chico con brusquedad.

—¡Suéltame, James, me lastimas! —se quejó Lily mientras se retorcía para librarse del agarre de su hermano.

Rose se levantó con tranquilidad. No era difícil suponer lo que había pasado: Lily finalmente había encontrado otro chico con el que ir al baile, y James acababa de descubrirlos juntos. Ahora los traía a ambos ante Albus, buscando algo de apoyo. Para lo único en que Albus y James se ponían de acuerdo era para proteger a Lily… aunque no hubiera que protegerla de nada.

—¡Suéltame te dije! —Lily, sin dejarse apabullar, se soltó de su hermano.

Hubo un confuso forcejeo en el que Lily libró a su compañero del agarre de James. Éste salió huyendo en cuanto se encontró en libertad.

—Cobarde —murmuró enojada Lily— ¡No tienes derecho a decirme nada! —increpó a su hermano mayor— ¡Y tú tampoco! —exclamó en dirección a Albus, cuando éste fue a abrir la boca.

—¡Eres menor de edad para estar acá! ¿Papá y mamá sabían de esto? —dijo Albus, enojado.

—¿Menor de edad? —preguntó Lily con incredulidad, colocando sus manos en la cintura y entornando los ojos peligrosamente— Tú también eres menor de edad. No hay que ser mayor para estar aquí.

—Hay que ser mayor de catorce años —apuntó James, dando golpecitos acusadores en el brazo a Lily—. Y tú aún no los cumples.

—Mayor de catorce años o venir con alguien que lo sea, dijeron los profesores, imbéciles —espetó Lily con mal talante—. Y para que lo sepan, mamá y papá están al tanto. Ellos mismos me enviaron esta túnica.

Lily señaló su propia túnica de gala, de un color dorado. Rose vio cómo los alumnos de las mesas cercanas los miraban interesados. Los tres hermanos Potter daban un pequeño show a la hora de la cena.

—Es mejor que nos sentemos todos y… —Kevin también se había puesto de pie, e intentó apaciguar las aguas. Gran error.

—¡Tu mejor te sientas! —James blandeó un dedo acusador en dirección al Ravennclaw— ¡Fuiste el primer idiota en invitarla, creí que estaba de suerte cuando por fin decidiste ir con Rose!

Kevin se sentó lentamente ante aquellas palabras. Rose apartó la mirada de su prima, quien la miró con intensidad.

—En primer lugar, fui yo quien lo invitó —comenzó a decir Lily con frialdad—, en segundo, ¿Por qué no puedo venir al baile?

—¿Con alguien mayor? —preguntó James—. ¿Y te parece lindo andar invitando a chicos más grandes?

—¡Eres un hipócrita! —Lily comenzaba a ponerse colorada de la ira, algo que no era bueno— ¡Eres un hipócrita machista! —chilló— ¡Has venido con alguien más joven!

—¡No es lo mismo! —gritó James.

—¡Basta! —intervino Albus en el mismo tono de voz para hacerse oír— ¡Lily, vete de aquí! —tomó a Lily del brazo dispuesto a sacarla a empujones del Gran Salón. James colaboró con aquella idea.

Rose estaba sorprendida del escándalo que montaban los tres. Era una fortuna que hasta el momento ningún profesor hubiera ido a ver qué ocurría.

—Se van a matar… —jadeó Kevin al ver cómo los tres hermanos se empujaban y gritaban mutuamente.

—Esto es genial —Lauren estaba entusiasmada—. Es increíble cómo Lily soporta a esos dos.

—Son demasiado pasionales cuando pelean —suspiró Rose. Conocía la situación y sabía que, de no intervenir un adulto pronto, la pelea no acabaría hasta que Lily estuviera fuera del Gran Salón y con el pijama colocado… o hasta que alguno saliera lastimado. Por desgracia, eso último fue lo que ocurrió.

—Voy a detenerlos —Kevin se levantó nuevamente, decidido.

Rose no llegó a decirle que era mejor que no se metiera. Todo ocurrió muy rápido. Lily sacó su varita y apuntó a la estatua más cercana. La cabeza del león de hielo se desprendió con un ruidoso crack y voló en dirección a Albus. El chico blandió con rapidez su propia varita y esquivó por poco el pesado bloque de hielo… pero éste fue a dar de lleno en la cabeza de Kevin.

El Gran Salón en pleno pareció detenerse. Sólo se escuchó el grito ahogado de Lily, Rose y Lauren. Las tres muchachas corrieron inmediatamente hacia el chico, quien se desmayó inmediatamente por el impacto.

—¡¿Qué ocurre aquí?! —Dippet finalmente hizo su aparición ante los tres hermanos Potter.

—¡Yo no hice nada! —James levantó sus manos en señal del rendición— ¡Fueron ellos dos! —señaló a Lily y a Albus.

—¡Lávate las manos cuando quieras! —gritó Albus en dirección a James.

—¡Yo no le tiré ese pedazo de hielo! —se defendió James.

—¡Kevin, reacciona, Kevin! —Rose, mientras tanto, se encontraba acuclillada en el suelo. Lauren se hallaba a su lado. Kevin tenía la cara hinchada a la altura del ojo. Un gran bulto había aparecido en su frente junto a un pequeño charco de sangre.

—¡Lo han matado, lo han matado! —chilló una alumna que se acercó a ver qué ocurría.

En realidad, el Gran Salón en pleno los rodeaba cuchicheando sobre lo que había pasado.

—¡Cállate, no está muerto! —gritó Lauren.

—No, aún respira —corroboró Rose, acercándose a él.

—¡No me importa quién haya empezado ni por qué! —gritó Dippet detrás de ella— ¡Los quiero a los tres en mi despacho, YA!

—Hay que llevarlo a la enfermería —dijo Rose con rapidez. Por el momento no le importaba la suerte de sus primos. Sin embargo, mover a Kevin era imposible para ella.

—Yo los ayudaré —el profesor Longbottom, de Herbología, apareció junto a ellos enseguida.

Neville hizo aparecer una camilla con total tranquilidad y colocaron a Kevin en la misma mediante magia. Rose y Lauren abandonaron el Gran Salón junto a Neville, quien llevaba al herido flotando frente a ellos. Atrás quedaron las decoraciones y las expectativas del baile: para Lauren, Kevin, Rose y los tres chicos Potter, había acabado ya.

—Tus primos son unos salvajes —comentó Lauren camino a la enfermería. Se encontraba realmente pálida—, mira que atacarse así entre ellos —ya no le parecían tan divertidos.

—Yo avisé, sus peleas sobrepasan lo pasional —suspiró Rose—. ¿Kevin estará bien? —preguntó a Neville.

—Si, ha sido un golpe duro pero la enfermera lo arreglará —respondió el profesor. Hablaba con tranquilidad, como si hubiera visto muchas peleas entre hermanos que terminan con una cabeza de león de hielo incrustado contra el cráneo de un compañero.

—¿Y Albus, Lily y James? —preguntó con ansiedad Lauren—. ¿Qué va a pasar con ellos?

Neville vaciló antes de responder.

—El profesor Dippet es duro, pero no puede hacer más que gritarles buena parte de la noche y mandarlos a dormir con un buen castigo —dijo al fin.

Lauren y Rose cruzaron miradas intranquilas.

La enfermera se sorprendió que fuera Kevin el herido.

—¡Otra vez este muchacho! —exclamó— ¡Ha pasado por aquí ya tres veces este año!

Les aseguró que Kevin estaría bien, pero era mejor que se fueran porque aún así no podrían verlo hasta la mañana. Ambas amigas igualmente se sentaron en la puerta de la enfermería a esperar.

¡Menuda noche! Era increíble que hasta hacía dos horas atrás hubiera estado deseando que ocurriera alguna catástrofe para que el baile no se llevara a cabo… claro que Rose jamás pensó en algo así. Sentía pena por Kevin. El chico realmente estaba ilusionado con ir al baile... Igual que Lauren, quien ahora se hallaba a su lado. La pareja de una había terminado en la enfermería, la de la otra estaba siendo gritada por Dippet en aquellos momentos.

Lauren suspiró.

—Creo que mejor iré a esperar afuera del despacho de Dippet. Tendremos noticias antes de Albus que de Kevin —Rose asintió—. Es mejor que te vayas, no vale la pena esperar aquí —Lauren se levantó del suelo.

—Te veo en la sala común —se despidió Rose poniéndose de pie a la misma vez que Lauren, quien se despidió con un gesto vago de la mano. Ambas marcharon en dirección contraria.

Caminó por los pasillos desiertos del colegio. Todos se encontraban festejando en el Gran Salón. Para aquellas alturas la cena debía de estar acabando (seguramente el comentario de la noche había sido el espectáculo de los Potter), y empezaría el baile propiamente dicho. Rose se encontró maldiciendo, una vez más, al de la idea de aquel evento.

Se encontraba a metros de la torre Ravenclaw cuando una pequeña bola de fuego apareció frente a ella, y de la misma surgió un trozo de pergamino que cayó en sus manos. Sorprendida, lo desdobló.

Estoy en apuros. Dippet quiere expulsarme. Ven a ayudarme, estoy en la torre más alta. A-


Rose leyó la nota sorprendida, y el corazón se le estrujó. Eso tenía que ser de Albus ¿Qué había hecho ahora?

El mal humor de Scorpius fue creciendo a medida que faltaban cada vez menos horas para el baile. El entusiasmo que se respiraba en el castillo ensombrecía su actitud. Se encontraba alejado de todo ese espíritu de festividad que se respiraba entre los estudiantes.

Pasó la tarde previa al baile encerrado en la cabaña del hermano de Hagrid. No tenía ganas de ver cómo todos se preparaban para aquel estúpido evento, y mucho menos quería verla a ella del brazo de aquel patán. No lo soportaría.

—¿Me has oído?

Albus pasó por allí un rato antes de encontrarse con Lauren: a Scorpius no le había costado adivinar que finalmente se había armado de coraje y la había invitado. En aquellos momentos llevaba una sencilla túnica de gala verde que le daba cierta envidia a Scorpius. Había desviado su camino al Gran Salón para ver a su amigo antes del baile.

—Te… he… oído —respondió Scorpius de mal humor poniéndose de pie con cansancio y enfrentando a Albus—. Me has dado mil recomendaciones, como si nunca hubiera salido de este castillo a escondidas.

Albus llevaba días torturándolo: que recordara poner el silenciador al caño de escape; que se volviera invisible antes de volar la moto; que siguiera la brújula que le había instalado, porque sólo había una ruta de escape posible, ya que sobre Hogwarts había cientos de hechizos para que nadie traspasara sus límites en ningún tipo de transporte volador: de no seguir ese punto ciego, saltarían todas las alarmas y los profesores se encontrarían alertados de la fuga.

—Tu querida moto estará a salvo, no soy tan idiota —agregó enojado.

—No he dicho que seas idiota —Albus lo miró sorprendido del mal humor que destilaba.

—Pues pareciera que eso piensas, no paras de molestar —resopló Scorpius.

—Si tanto te molesta que de recomendaciones para sacar MI moto de este castillo —comenzó a decir irritado Albus—, entonces no lo hagas. Cuando termine el baile lo haré yo mismo.

Albus se dirigió a la puerta con fastidio, y la abrió de un golpe. Scorpius lo siguió con la mirada.

—Por cierto —Albus se giró y lo enfrentó de nuevo—. No es mi culpa que Rose no haya ido al baile contigo, así que deja tu mal humor de lado conmigo.

Albus cerró la puerta con fuerza al marcharse, y Scorpius cayó sobre la cama sintiendo un vacío en su estómago.

Albus tenía razón. Toda la culpa de que Rose lo rechazara una y otra vez era de él mismo, pero descargaba su frustración sobre los demás. Es que imaginarla del brazo con Kentburry le hacía arder la sangre. ¿Por qué iba con él? ¿Acaso le gustaba? Sabía que sus oportunidades con Rose eran casi nulas, pero aún así quería saber… aún así quería disculparse con ella por el beso, por ser un idiota, por todo. Aún así, quería estar cerca de ella. Pero no era posible…

—Y tampoco será posible volar esa moto —se dijo apenado mientras contemplaba el techo. Había acabado con su única oportunidad para distraerse aquella noche.

Se levantó de un salto de la cama y tomó el sobre todo negro que había preparado para el viaje. Iría a pedirle disculpas a Albus antes que empezara el baile y llevaría él la moto, le diría que el plan seguía siendo el mismo. Pero… ¿era necesario que fuera a decírselo? Podía simplemente tomar la moto, marcharse, y que Albus supusiera sólo lo que Scorpius había hecho… No, lo que él en el fondo quería realmente era ver a Rose. Aunque fuera de lejos, quería verla.

Recorrió el bosque con agilidad. Era increíble cómo se iba acostumbrando a aquel sitio. Ya conocía cada nudo y raíz de cada árbol que había en el camino a la cabaña. No tenía tanto miedo como al inicio.

Salió del bosque sin ningún tipo de reparo, todos estaban en el castillo, nadie vigilaba los terrenos. Atravesó el patio cubierto de nieve y entró al colegio. Lo invadió una ola de calor y colores que lo apabullaron. La entrada al Gran Salón ya estaba repleta de estudiantes que vestían túnicas elegantes y conversaban animadamente. Se deslizó entre ellos, buscando a Albus. Entonces, a lo lejos, la vio.

Para él, Rose estaba más linda que nunca, casi irreconocible. Sus ojos azules se acentuaban gracias al color de su túnica, que le quedaba casi pegada al cuerpo, revelando unas curvas siempre ocultas por el uniforme del colegio. Su cabello recogido en una trenza dejaba al descubierto su cuello y espalda, mostrando la cantidad de pecas que inundaban su piel. Se le cortó el aire, la respiración se le volvió difícil. ¿Por qué no había sido capaz de llevar a esa chica al baile? Su mal genio creció –si eso era posible– ante aquella imagen, que a sus ojos era perfecta.

Rose hablaba por lo bajo con una chica rubia, a la que Scorpius tardó unos segundos en reconocer como Lauren.

—¿Han visto a Albus? —preguntó acercándose a ellas.

No miró a ninguna de las dos en particular, se dedicó a buscar a su amigo por sobre el mar de gente. Creía que si miraba a los ojos a Rose, perdería la cordura y se la llevaría de allí, lejos de Kevin.

—¿Qué haces aquí? ¿Has venido a molestar? —Rose saltó a la defensiva. Claro que iba a estar molesta de verlo, después de la cantidad de veces que la había abordado los últimos días.

—¿Vino contigo, no es cierto? —Scorpius giró su cabeza hacia Lauren, haciendo caso omiso a Rose.

—Si, está por allí —Lauren señaló por sobre su hombro, en dirección a Albus, y finalmente Scorpius dio con él. Sintió que una bluddger le pegaba en el estómago al verlo conversar con Kentburry—, pero cuando abran el Gran Salón no te dejarán entrar así vestido, es un baile de etiqueta —observó Lauren, y el chico volvió a mirarla.

Scorpius ni se había molestado en colocarse una túnica cualquiera. Estaba ya vestido para ir al mundo muggle.

—No iré al baile, para alivio de algunos —respondió con amargura, sin mirar a Rose. Sabía que la muchacha lo estaba fulminando con la mirada, y devolvérsela hubiera sido devastador para él. No quería ver bronca en sus ojos.

Scorpius se marchó de allí, en dirección a Albus. Los metros que lo separaban de su amigo le sirvieron para alejar momentáneamente a Rose de su cabeza. Lo tomó del brazo cuando lo alcanzó, para dar aviso de su presencia.

—Iré yo —susurró a su oído, vigilando que Kentburry no escuchara. El chico lo miraba asombrado por su brusca aparición. Albus captó enseguida a qué se refería Scorpius, y asintió con la cabeza lentamente—, vacía la sala común para la una como acordamos, y avísame que puedo volver.

Albus volvió a asentir ligeramente. Scorpius se apartó de él y quiso seguir su camino, pero su mirada se cruzó con la del chico que había llevado al baile a Rose. No podía entender por qué Rose lo había elegido.

Sus celos fueron más fuertes que él.

—Espero que disfrutes tu suerte —escupió con amargura—, no siempre se tiene tanta.

Finalmente, se marchó, y salió nuevamente hacia los terrenos.


El mal humor de Scorpius se debía a que no había podido conseguir pasar con Rose la noche de navidad. Sin embargo, su suerte pronto cambiaría y una pequeña y pícara idea surgiría en su cabeza, animándolo nuevamente.

Se encontraba pegado a la ventana del Gran Salón mirando hacia adentro, esperaba a que comenzara el baile. Llevaba un cigarrillo encendido, algo que no se daba el lujo de hacer desde hacía tiempo. Ya la adrenalina que le proporcionaba hacer cosas ilegales comenzaba a embargarlo, sólo quería que estuvieran todos lo suficientemente distraídos como para no alertar que una moto salía volando de los terrenos del colegio, si es que fallaba su plan de seguir la ruta adecuada. Fue entonces cuando su suerte cambió, lo vio todo:

James Potter arrastró a su hermana (y a un muchacho) hasta la mesa donde se encontraba Albus. Estaban algo lejos como para que Scorpius estuviera seguro, pero parecía que los hermanos discutían, y fuerte. Kentburry se puso de pie. La pequeña de los Potter sacó su varita y, para sorpresa de Scorpius, arrancó la cabeza del león de hielo que estaba próximo a ellos. La cabeza voló hacia Albus, quien la esquivó con un ágil movimiento de varita… y fue a dar de lleno y de una manera espectacular contra la cabeza de Kentburry. El muchacho cayó al suelo, y Scorpius no pudo ver nada más porque un centenar de alumnos se congregó alrededor del herido.

Con el corazón en un puño por lo que había pasado, Scorpius sólo tuvo un pensamiento: Rose ya no tenía pareja para el baile. Aquel hubiera sido el momento ideal para escapar del colegio, pero olvidó por instantes su verdadera misión. Atravesó el bosque corriendo para llegar hasta la cabaña en el menor tiempo posible. Sacó la moto del lugar, encendió el silenciador y, cuando se subió, apretó el botón de invisibilidad. Tanto él como la moto desaparecieron al instante. Hizo que la moto ascendiera como un corcho, esquivando ramas, y se dirigió hacia la ventana de la enfermería.

Pegado a la ventana del lugar, invisible, y gracias a las orejas extensibles Weasley (cortesía de Albus, quien siempre conseguía artículos en la tienda de sus tíos) corroboró que, tal como había supuesto, Kentburry pasaría el resto de la noche en la enfermería. Eso dejaba libre a Rose… Aunque era una desgracia lo que había ocurrido al chico (por una vez no tenía la culpa de su accidente), no pudo evitar sonreír.

¿Por qué viajar solo hacia su pueblo? ¿Por qué no llevar un poco de compañía?

Con una increíble velocidad, su mente ideó el plan para salir de allí con ella. Lo primero, era hacer que fuera por propia voluntad a la torre de Astronomía. Y, conociendo los acontecimientos de aquella noche, sólo iría hasta allí por una causa.

Rose decidió ir a la torre más alta a ver qué quería Albus. Tenía el corazón en la boca. ¿Realmente iban a expulsarlo? ¿Por qué se hallaba en aquella torre? ¿Acaso había sido tan bobo de salir corriendo del despacho de Dippet?

La torre estaba desierta cuando llegó. El frío gélido de la noche la azotó enseguida, se protegió con su propio cuerpo del mismo.

—¿Albus? —susurró, buscando a su primo— ¿Albus? Aparece, no es gracioso. Pueden expulsarnos a los dos, esta torre no…

La puerta que había a sus espaldas se cerró de golpe, producto de una brisa inesperada, y el ruido ahogó sus últimas palabras. No pudo evitar sentir algo de miedo.

—¿Albus? —volvió a preguntar, con voz temblorosa.

—Me temo que aún debe estar siendo gritado por Dippet —una voz conocida salió de la nada, provocando un sobre salto en Rose.

Scorpius Malfoy se materializó en el aire, frente a ella, casi de manera teatral. Se encontraba sentado, con una gran sonrisa en el rostro, sobre una gigantesca motocicleta que volaba. Rose lo miró atónita por la situación. El chico aterrizó el vehículo cerca de ella y descendió.

—¿Qué… qué diablos es eso? —preguntó asombrada Rose.

—Una moto, creí que sabías reconocer transportes muggles —respondió Scorpius, una sonrisa aún cruzaba el rostro. Se apoyó contra la moto y se cruzó de brazos, en una postura completamente relajada.

Rose parpadeó varias veces, tal vez intentando entender si lo que acababa de ver había sido real.

—¡Pero está encantada! —exclamó.

Scorpius fingió sorpresa y se alejó de la moto, como si ésta fuera a hacerle daño.

—¡No me había dado cuenta! —dijo, y no pudo evitar reír.

—¿Cómo…? ¿Por qué…? —En la mente de Rose habían aparecido mil preguntas. Estaba realmente asombrada.

—Albus la consiguió, era del padrino de su padre o algo así —informó Scorpius—. Se encontraba en mal estado, pero la arregló él solito.

Rose abrió aún más la boca.

—¡Esto es increíble!

¿Es que acaso su primo no tenía límites? La moto que se encontraba estacionada frente a ella era la prueba final de que no, Albus no poseía límite alguno. Y tampoco la persona frente a ella.

—¿Tu crees? —preguntó Scorpius risueño, mirando el artefacto con admiración—. Tienes razón, es increíble.

—¡Me refiero a que no poseen límites! —exclamó enojada Rose. Scorpius la había mal interpretado—. Encantar objetos muggles es ilegal —le reprochó, enfrentándolo—. ¿Me vas a decir que pasaron todo el semestre rompiendo reglas?

—Todo el semestre, y desde primero a cuarto también —respondió Scorpius sonriente, era evidente que aquella situación le causaba gracia.

Rose suspiró, indignada. Albus había perdido el primer semestre de su quinto año (¡el año de los MHB!) encantando una moto para que volara. En el camino, habría violado más de una docena de normas del colegio, sin contar las leyes ministeriales que estaba pasando por encima. ¡Menuda forma de perder el tiempo! Y hablando de Albus…

—¿Dónde está? —preguntó de golpe.

—¿Dónde está quién? —Scorpius levantó una ceja, mirando alrededor, igual que ella.

—Albus —respondió Rose, pero la verdad la golpeó de pronto en la cara—, ¡Tu escribiste esa nota!

La sangre comenzó a hervirle al ver que Scorpius mantenía su estúpida sonrisa, como si él fuera la persona más lista del castillo.

—Quería invitarte a dar una vuelta, pero no aceptarías si sabías que era yo quien escribía —dijo el chico, encogiéndose de hombros—, entonces, fingí que Albus necesitaba ayuda. Sabía que vendrías por él.

Lo que estaba sucediendo era increíble. ¿Tanta arrogancia cargaba aquel chico, que se creía con el derecho de hacerle eso?

—Yo no iré a ningún lado contigo —dijo, temblando de la bronca—, menos en esa endemoniada moto —señaló despectivamente la moto con la cabeza. Le aterraba la idea de acercarse siquiera.

Scorpius parecía dispuesto a no rendirse.

—Pero no tienes nada mejor que hacer —dijo con paciencia—, hasta te has quedado sin pareja para el baile.

Rose no pudo evitar sentir un dejo de burla en su voz. Entre cerró los ojos peligrosamente, y se acercó al chico, blandiendo un dedo acusador.

—¿Cómo sabes lo de Kevin? —preguntó, casi en un chillido— ¿Por ti tuvo ese accidente?

Scorpius se alejó de ella, y su en su rostro apareció verdadera consternación ante la acusación.

—¡Esta vez no tuve nada que ver! —se defendió igual que un chiquillo que está acostumbrado a ser atrapado in fraganti, pero que por una vez no fue él quien rompió algo. Aquella acusación tan injusta le dolió—-. Simplemente estaba viendo todo cuando ocurrió —explicó—, y pensé que…

Scorpius no terminó de hablar. Rose pegó media vuelta, consternada. No quería escucharlo. Sabía que la acusación había sido injusta, la había lanzado sin pensar realmente. Ella misma había visto cómo Kevin había salido herido por una pelea entre sus primos. Scorpius no había tenido nada que ver. Aún así, estaba furiosa con el chico, por haberla hecho ir hasta allí a perder el tiempo. Por haberla hecho ir hasta un lugar prohibido para mostrarle un objeto ilegal.

Rose tiró con fuerza del picaporte… pero la puerta no abrió. Volvió a tirar. Nada. Forcejeó un rato, hasta que se dio cuenta que debía estar viéndose como una tonta, y que Scorpius debía estar disfrutando de lo lindo. Humillada, y comprendiendo que el chico la había encerrado mediante magia, sacó la varita.

—¡Alohomora!

Nada. La puerta siguió cerrada. Cerró los ojos para tranquilizarse y no partirle la cara de una cachetada al chico. Pegó media vuelta en su dirección y habló:

—Ábreme —era una orden.

—Ay, Rosie… —En los ojos de Scorpius había burla—. Si fueras un poco más amable…

—Ábreme —repitió Rose, dando un paso hacia él, en forma amenazadora. El chico no retrocedió. Claro, ella no le inspiraba miedo.

—No puedo —respondió con seriedad, para sorpresa de ella.

—Ábreme Malfoy, o empiezo a gritar —amenazó Rose

El chico sonrió de golpe, divertido.

—Hazlo, y tendrás que explicar qué haces aquí arriba… sola…—dijo burlonamente—. Porque yo tengo como salir de aquí sin ser visto.

Scorpius dirigió una mirada a la moto, y Rose comprendió que él tenía razón: gritar no era una opción. Rose se sintió con la boca seca. ¿Qué pretendía? Scorpius miró la hora, y anunció:

—Yo tengo que irme —se subió a la moto, para demostrar que era cierto—. Tienes dos caminos: o esperas a que alguien se de cuenta que faltas, te congelas mientras te buscan, y luego das explicaciones…—dijo, encendiendo el motor, y el terror se apoderó de Rose ante aquella idea—. O te dejo en el suelo…con esta moto.

Rose no sabía a qué le temía más, si a la idea de que la encontraran allí en medio de la noche, o a subirse a una moto con Scorpius Malfoy. Ambas ideas rebotaban en la cabeza de Rose rápidamente, ninguna la convencía.

—Creo que ya decidiste, adiós —Scorpius ascendió rápidamente, y Rose ahogó un grito ante la desesperación de encontrarse sola en ese lugar.

—¡No te vayas! —gritó, y el semblante del chico se mantuvo serio, pero en su interior sabía que por Rose por fin había caído en su trampa— Bájame, pero cuando lleguemos al suelo más te vale que desaparezcas de mi vista porque no existirá maldición de la que te salves —lo amenazó.

Scorpius rió ante aquella amenaza tan vaga. Sabía que Rose no era capaz de hacerle nada. Descendió nuevamente, y le tendió una mano para ayudarla a subir. La chica miró con temor la moto por unos segundos. Era aquello, o quedarse allí arriba. Tragó saliva, juntó coraje, y se subió a la parte trasera.

—Odio volar —confesó cargada de temor.

—¿Enserio? —Scorpius cayó en la cuenta que jamás la había visto sobre una escoba—. Tranquila, esto es seguro. Sujétate a mí.

Rose quedó paralizada ante el pedido del chico.

—No me sujetaré a ti —dijo con testarudez. Ni siquiera quería pensar en la idea de abrazarse a Scorpius.

—Entonces sí será peligroso —Scorpius ascendió con brusquedad, y Rose lanzó un grito ahogado cuando vio que subían cinco, diez, quince metros. Se aferró sin proponérselo a la ropa del chico —¿Has visto? —se mofó él.

Rose cerró los ojos para no sentir vértigo.

—A propósito —escuchó que decía Scorpius—. Si hubieras sido más amable, la puerta se hubiera abierto. Observa —Rose abrió los ojos a tiempo para ver—: ¡Puerta, por favor, ábrete! —exclamó Scorpius en dirección a la puerta de la torre, que estaba debajo de ellos.

Con horror Rose vio cómo la puerta se abría. Scorpius lanzó una carcajada. ¡Le había tomado el pelo! El chico se inclinó hacia delante y la moto arrancó.

—¿¡Qué haces!? —gritó horrorizada Rose al ver cómo la moto iba hacia adelante, y no hacia abajo como ella había pensado.

La moto atravesó los jardines del castillo a una velocidad alarmante… y luego las rejas que dividían el colegio del exterior… y luego se iban… se iban… y se iban… Y Scorpius no hizo caso a los gritos de Rose.


Rose paró de gritar cuando comenzó a dolerle la garganta. El frío aire de la noche la golpeaba violentamente, y no tardó en comprender que Scorpius no la bajaría hasta llegar a donde sea que la llevara. Se sentía traicionada, humillada. Había sido engañada vilmente. ¿Por qué no se había quedado en la comodidad de su sala común? ¿Por qué había accedido a ir al baile? Su plan original había sido hacer caso omiso a aquel evento… pero desde que había aceptado ir todo había salido mal. Había defraudado a su pobre prima, Kevin se encontraba en la enfermería, Albus podía ser expulsado… y ella volaba hacia un sitio desconocido en una moto encantada, y nada más ni nade menos que con Scorpius Malfoy.

Scorpius no había hecho caso a los gritos de Rose por dos razones. La primera, debía concentrarse en atravesar el límite del colegio justo donde Albus le había dicho. La segunda, porque sencillamente no iba a bajarla hasta llegar a destino.

Dejar el colegio volando en una moto era excitante, hacerlo con Rose le daba un condimento especial. La chica terminó abrazándose a él. Tal vez por miedo a caer, tal vez por el frío glaciar que los azotaba sin piedad. Como fuera, sentir sus manos alrededor de su cintura abrazándolo fuerte, poder sentir su cuerpo… no tenía precio… Estar con ella así era un sueño increíble, aunque ese sueño se rompiera en cuanto aterrizaran, y Rose lo maldijera tal como había prometido.

Ambos volaron durante un par de horas, en dirección al sur. La moto alcanzaba grandes velocidades. En un par de oportunidades Scorpius descendió totalmente y siguió por la carretera muggle, sólo para cerciorarse de estar tomando el camino correcto.

Rose llegó a creer que aquel viaje no acabaría jamás, que Scorpius simplemente había enloquecido y que no se detendría hasta que ambos cayeran congelados. Su pensamiento pesimista era tan grande que fue por eso que prácticamente ni notó cuando descendieron definitivamente. Rose tenía los ojos apretados y aún sujetaba a Scorpius con fuerza por el miedo a caer. El chico rió con ganas al notar que no lo soltaba.

—Si fuera por mi me quedaría así toda la noche, pero en algún momento tendrás que soltarme —fue su comentario, y recién ahí Rose notó que estaban en suelo firme.

Abrió primero un ojo para verificar que no era un sueño, que aquella pesadilla había acabado. Abrió los dos de golpe al comprobar que finalmente se hallaban estacionados sobre una capa de nieve. Rose se bajó con brusquedad de la moto, por el impulso y por sus piernas débiles cayó al suelo.

—¡Eres un miserable! —le dijo a Scorpius. Quiso demostrar lo enojada que se encontraba pero su voz salió débil.

Scorpius la miró y comenzó a reír. Su rostro desencajado, sus ojos chispeantes y su cabello todo despeinado por el viento le causaron gracia.

—¡A mi no me parece nada divertido esto! —chilló Rose desde el suelo. La túnica de gala comenzaba a empapársele por la nieve. El frío que sentía ya era indescriptible. Odiaba a Scorpius—. ¡Lo que has hecho se llama secuestro!

—Tú te has subido a la moto por voluntad propia, nadie te obligó —le recordó el chico.

—¡No me diste opción! —recordó ella.

Scorpius, quien aún se hallaba montado en la moto, se bajó y le tendió una mano para ayudarla a parar. La chica la rechazó y se levantó del suelo temblando por el frío. Se alejó unos cuantos pasos de su captor tambaleándose. Miró a su alrededor algo asustada. No había montañas alrededor de ellos por lo que debían de estar ya a cientos de kilómetros del castillo. Jamás había salido del colegio en época de clase. No tenía idea dónde podían estar.

—¿Dónde… a dónde me trajiste? —preguntó intentando que su voz no sonara preocupada, aunque no lo consiguió.

—¿No reconoces el lugar? —se asombró Scorpius.

Rose miró mejor. Se hallaban en alguna especie de parque completamente vacío. A unos metros de ellos había un pequeño lago congelado. Un pequeño puente más allá lo atravesaba, y unos cuantos bancos de piedra se encontraban distribuidos por el lugar. Todo estaba decorado para la ocasión. Las farolas, los árboles y el pequeño puente lucían guirnaldas y luces de navidad. A lo lejos había unos cuantos juegos muggles para niños. Rose finalmente reconoció el sitio.

—¡Estamos en nuestro pueblo! —exclamó sorprendida.

De pequeña su madre y su padre solían llevarla a ella y a Hugo a jugar a los juegos que había más allá. Scorpius sonrió.

—¿Pero qué hacemos aquí? —Rose se encontraba realmente asombrada por la elección del chico.

—Tengo que dejar la moto en mi casa, había que sacarla de Hogwarts en algún momento —explicó Scorpius con tranquilidad. Se acercó a Rose unos paso sin que ésta retrocediera.

—¿Por…?

—Albus no puede esconderla en la suya, sus padres la encontrarán —Scorpius se encogió de hombros—. A los míos les interesa poco lo que haya en mi habitación.

Así que toda aquella aventura había sido simplemente para sacar del castillo aquella moto ilegal. Genial. Albus y Scorpius la habían metido, una vez más, a realizar actos ilícitos. Eran muy considerados los dos.

Mirando alrededor una duda la asaltó.

—¿Y cómo volveremos si la moto queda aquí? —preguntó con voz más aguda de la que pretendía.

—¿Y quién dijo que regresaremos? —preguntó a su vez Scorpius con malicia. El rostro de desesperación de Rose lo hizo hablar con seriedad—. Tengo un plan, descuida. Albus vaciará la sala común y me avisará cuándo pueda volver mediante la red flú.

Rose lo miró con dureza. ¿Hablaba en serio?

—O sea que Albus y tú quedaron en que él vaciaría la sala común y tú aparecerías por la chimenea —repitió ella con paciencia. Intentaba no perder la calma—. A ver, genio…—dijo, hablando despacio— ¿No te has puesto a pensar en que tu querido amigo está siendo castigado?

Por primera vez en toda la noche Scorpius no se mostró ufano. De golpe palideció. Claro, no había pensado en eso.

—Mi madre me va a matar —dijo Rose, comenzando a entrar en pánico. Empezó a ir y venir por el lugar con paso histérico. Scorpius quedó de pie en un mismo punto, intentando pensar—. Peor, Dippet nos va a expulsar, y antes de los MHB —siguió Rose casi híper ventilando—. Se acabó, todo lo que he hecho en estos años no ha servido para nada.

Scorpius comenzaba a ponerse nervioso él también. La perorata de Rose no lo ayudaba en nada.

—¡Para! —exclamó, y la sujetó para que dejara de caminar. Su pesimismo lo enloquecía. La llevó hasta un banco y la obligó a sentarse—. No nos van a expulsar —le dijo intentando tranquilizarla. Colocó las manos sobre sus hombros y la miró fijamente—. Albus no va a estar detenido toda la noche. En algún momento volverá a la sala común y nos avisará —razonó.

—¡Más te vale que me saques de ésta! —chilló Rose liberándose de su agarre. Scorpius retrocedió—. ¡Si estoy aquí es porque me raptaste!

—¡Podrías haberte negado a subir a mi moto! —exclamó Scorpius indignado. No le gustaba nada el rumbo que estaba tomando su pequeña aventura. Él la había llevado hasta allí para conversar tranquilos, para poder hablar con ella al fin, pero Rose estaba empecinada en odiarlo con todas sus fuerzas.

—Pero me hiciste creer que no había otra salida… ¡Eres un maldito manipulador! —gritó la chica.

Era una suerte que aquel parque estuviera vacío. Después de todo eran dos simples adolescentes, ella vestida con una túnica de mago y él llevando a cuestas una moto que volaba. No iba a ser sencillo dar explicaciones a los muggles.

—Cállate o vendrán muggles —le pidió—, y ahí sí estaremos en apuros.

Rose volvió a caminar por el lugar nerviosa. Scorpius se sentó con gesto cansino en el lugar que ella dejó.

—No se qué hago aquí —murmuró enojada—. Podría enviar una lechuza a Hogwarts, decir la verdad, y que me vengan a buscar. Si convenzo a todos que realmente me raptaste tal vez salga de ésta sólo con un castigo.

Scorpius estiró sus piernas entumecidas por el viaje, escuchando despreocupadamente la amenaza implícita de delatarlo.

—Sabes que Dippet te expulsará igual —dijo, tirando por la borda el plan de Rose. La miró ir y venir—. Estará encantado de poder echar a alguien, más después de la noche que tiene. Así que no te quedará otra que esperar aquí conmigo a que Albus esté libre.

Rose detuvo su caminata frente a él y lo fulminó con la mirada. Se cruzó de brazos. Abrió la boca para decir algo pero decidió que ningún insulto haría justicia para ese momento, ni existía aún una maldición tan grande como la que Scorpius se merecía.

Resignada y aceptando la derrota Rose se dejó caer en el banco junto a Scorpius.

Estuvieron un rato así, callados y distantes. Rose intentaba entender la locura que había sido aquella noche para ella. No tenía ni pies ni cabeza. Lo peor era que aún no había terminado, y que al volver al colegio tendría que colarse en la sala común de Slytherin.

Pero, por sobre todas las cosas, lo que más le costaba entender era la obsesión que Scorpius tenía con ella.

—¿Por qué lo hiciste? —Rose rompió el silencio que había entre los dos. Miraba un árbol bellamente decorado que se hallaba cerca de ellos.

—¿Al qué? —Scorpius la miró.

—Raptarme del colegio —respondió ella.

Scorpius sopesó su respuesta y dijo, mitad en broma mitad verdad:

—Porque una cita es más emocionante así.

Rose se giró bruscamente a verlo y abrió la boca para decir que aquello no era una cita, que jamás aceptaría tener una con él y que, además, estaba mal ir secuestrando por ahí a la gente. Sin embargo sus palabras se perdieron en su garganta. Decidió que era inútil discutir eso con él.

Scorpius, a su lado, suspiró y decidió decir la verdad.

—No se por qué, simplemente surgió. Realmente no lo planeé —se encogió de hombros—. Vi que estabas sola y se me ocurrió.

Así que, básicamente, Rose estaba en aquel aprieto con él por un simple capricho.

—¿Y por qué me trajiste a este lugar? —Rose no quería conversar, pero sentía que si no se distraía con algo moriría congelada. Ya comenzaba a castañear los dientes. Estaba segura que por la mañana tendría que afrontar un terrible resfriado.

—Hasta el pueblo, porque mi casa está cerca y es donde dejaré la moto: ya te lo dije —explicó el chico—. Y hasta este parque, porque es uno de mis lugares favoritos. Solía escaparme de chico durante la navidad para venir a ver las decoraciones. Lo hace un lugar casi mágico.

Y Rose tenía que admitir que era cierto. Las luces colocadas sobre los árboles y sobre los senderos nevados convertían aquel lugar en un sueño. Ella jamás había estado allí en navidad.

Se dio cuenta de que en la frase de Scorpius había habido algo extraño.

—¿Y tus padres? —preguntó—. ¿No se daban cuenta que venías solo?

Rose se sorprendió de escucharlo proferir una carcajada cargada de amargura. Al girar para verlo se dio cuenta que su rostro se había endurecido.

—Les importaba tan poco a los ocho años como les importo ahora —respondió con frialdad y Rose se estremeció.

Lamentó haber sido tan tonta como para preguntar aquello. Un recuerdo del último verano apareció en su memoria: Scorpius siendo golpeado por Draco Malfoy frente a todos. El chico en ese momento la había mirado humillado por lo que le habían hecho frente a tantas personas. Además, al día siguiente, Rose descubriría que Draco había vuelto a golpear a su hijo salvajemente. No entendía qué ocurría con aquella familia, y le daba escalofríos sólo pensar en preguntar.

Pensó en sus padres (que la hubieran matado de saber que estaba fuera del castillo). Ellos habrían enloquecido de la angustia si hubiera desaparecido a los ocho años en plena navidad.

—No entiendo cómo unos padres pueden dejar a su hijo solo en navidad —fue el comentario que se atrevió a hacer, contemplando sin ver un punto a lo lejos.

Scorpius la miró con una sonrisa torcida, en sus ojos había ternura.

—Es porque tus padres son distintos. Tu familia entera lo es —observó—. Ustedes son como debería ser una verdadera familia… o como la idea que yo tengo de una.

Rose se sintió incómoda ante aquel comentario. Había sido franco, directo, y había hablado con una ternura infinita. A Rose se le formó un nudo en el estómago, y sintió un poco de pena por él. Scorpius debía haber sufrido mucho para hacer un comentario como aquel. Se preguntó cómo podía estar tan seguro de cómo era su familia, aunque no era nada difícil imaginar que Albus debía haber hablado con él tanto de los Potter como de los Weasley.

No pronunciaron nada por un buen rato. Rose era conciente que él la observaba pero no fue capaz de girar el rostro para mirarlo. Tenía miedo de lo que pudiera encontrar en su mirada… porque no era la primera vez que sentía que aquellos ojos la escrutaban de una manera distinta a como lo hubiera hecho cualquier otra persona.

Scorpius sentía que habían colocado una bolsa de plomo en su interior. Acercarse a ella era mucho más difícil de lo que le hubiera gustado, pero no por eso podía dejar de sentir lo que sentía. Con sólo tenerla sentada a su lado, aunque ni quisiera mirarlo y menos acercársele, su respiración se cortaba y su estómago se agitaba.

Rose se estremeció y Scorpius se percató que sólo llevaba la túnica de gala. No tenía abrigo, él no le había dado tiempo a nada. Se quitó su tapado y se lo pasó. Aquel gesto fue suficiente para que Rose finalmente girara a verlo. Lo miró con ojos calculadores.

—Toma.

—No, está bien —Rose volvió a girar la cara, demasiado orgullosa tal vez para aceptar algo que viniera de él, ni siquiera cuando se estaba muriendo de frío.

Scorpius se colocó el saco nuevamente y la contempló por largo rato. Conociéndola, debía estar muerta de miedo además de frío. Sabía que las normas para ella eran importantes y que le temía hasta a un simple llamado de atención por parte de un profesor. Era conciente que lo que acababa de obligarla a hacer era el máximo reto de su vida.

—Perdóname —se rindió Scorpius al fin.

Rose volvió a girar sin comprender.

—¿Por qué? —preguntó con voz temblorosa.

—Por haberte sacado así del castillo —aclaró el chico, ahora era él quien no podía mirarla sin sentir culpa—, y porque se que no soy tu primera opción como compañía.

—Ni la primera, ni la segunda —respondió Rose con demasiada seguridad—. Pero aceptaré tus disculpas sólo si logras meternos al castillo de nuevo sin que nos expulsen.

Scorpius sonrió ante aquella frase y finalmente la miró. Los ojos de Rose eran duros pero sus palabras sinceras.

—Hecho —dijo—. Te meteré al castillo sin que siquiera nos quiten puntos.

Claro que para poder cumplir con aquella promesa primero tenían que esperar a que Albus avisara que no habría moros en la costa… y si no lo hacía Scorpius se vería en la obligación de retornar al castillo nuevamente como habían llegado hasta allí… Aunque dudaba que Rose quisiera volver a subirse a la moto.

Y ahora que la situación se encontraba calmada… Scorpius no pudo evitar iniciar la conversación por lo que la había llevado hasta allí.

—Perdóname.

—Ya te dije que te iba a perdonar —En la voz de Rose había exasperación.

—No por eso —corrigió Scorpius—. Sino por lo que pasó en Halloween.

Observó cómo la chica se erguía a su lado, tensa. De pronto se concentró aún más en el árbol que miraba. Aunque no dijo nada, Scorpius sabía que lo estaba escuchando.

—Sé que te molestó que te besara, fue un impulso —siguió, arrepentido. No lamentaba el hecho de haberla besado en sí (jamás lamentaría haber sentido sus labios), sólo el haberlo hecho tan repentinamente— ¿Me perdonas?

La boca de Rose se había secado de golpe. Allí estaba otra vez recordando el último Halloween. Comenzaba a comprender que Scorpius no dejaba ir un tema que le obsesionaba… Recordó sus palabras: "me gustas", y la había besado. Rose no entendía qué había en ella para que le gustase al chico. Pero, fuera lo que fuera, ejercía un poder importante sobre él como para necesitar su perdón.

—¿Es tan importante para ti que yo te perdone? —preguntó.

—Si —respondió rápidamente él.

—Te perdono si no lo vuelves a hacer —Rose lo miró de golpe, otra vez su mirada se había endurecido. Sólo quería asegurarse que él no se atreviera a hacerlo de nuevo.

—No puedo prometer eso, me gustas —la boca de Scorpius se torció en una especie de sonrisa pícara.

Rose suspiró incapaz de creer en cuánto podía insistir aquel chico.

—Entonces yo no puedo perdonarte —le avisó—. No debes ir por ahí besando a la gente sin su consentimiento.

—¿Entonces si tengo tu consentimiento puedo volver a besarte?

La pregunta de Scorpius la tomó por sorpresa. Era un experto en volver las palabras de la gente en contra de quien las pronunciaba.

Se miraron con intensidad por una fracción de segundos. Él no desistiría. Ella tampoco.

—Dudo que lo de —le dijo con frialdad.

—Pero entonces es un sí, podría volver a besarte si tu me dejas —Scorpius sonrió genuinamente.

Rose lo miró con resignación.

—¿Por qué te gusto? —la pregunta fue directa y clara, Rose quería entender de una vez qué había visto en ella para no darse por vencido.

El corazón de Scorpius comenzó a latir con fuerza. No estaba preparado para una pregunta tan contundente. Sin embargo, podía dar las razones y lo haría con gusto.

—Por muchas cosas —dijo, hablando despacio—. Me gusta todo lo que haces, me gusta cómo eres, me gusta que seas tan inteligente y tan buena con todos los que te rodean.

—Casi ni me conoces —argumentó ella intentando desanimarlo—. Nunca hemos cruzado más de dos frases seguidas.

Eso no era del todo cierto. Claro que siempre que habían conversado habían terminado peleando o disgustados por algo. Como en Halloween.

—Te conozco más de lo que crees —aseguró el chico, manteniendo su voz calmada y pausada. La miró a los ojos fijamente pidiendo con todas sus fuerzas que Rose le creyera—. Sé que por las mañanas desayunas un jugo de naranja, y que te gusta leer la sección política de El Profeta mientras lo haces. Sé que tu materia favorita es Encantamientos y que te gusta Estudios Muggles porque estás a favor de sus derechos, igual que tu madre. Sé que nunca has desaprobado un examen y que tu calificación más baja ha sido un nueve. Sé que tu lugar favorito para estudiar es la biblioteca, en la mesa de al lado de la ventana, porque allí te da el sol… y que cuando el sol te toca, el azul de tus ojos se intensifica —Rose lo miraba entre horrorizada y conmovida. ¿Cuánto tiempo llevaba Scorpius gustando de ella? ¿Cuánto tiempo llevaba observándola sin que se diera cuenta?— Y sé también que te gusta relajarte a orillas del lago… —Scorpius sonrió risueño, y sus ojos se iluminaron—. Aunque también sé que no sabes nadar, lo que es un alivio, porque no es normal que una persona tenga tantas habilidades —continuó—. Pero eso me lleva a saber que eres humilde, porque jamás te he visto vanagloriarte de tu inteligencia. Sé que te encanta ayudar a los demás en sus tareas, especialmente a los de primer año. Y sé también que lo más importante para ti son tu familia y tus amigos, que harías todo por ellos, lo que te convierte en una gran persona…

—Para ya —Rose lo cortó en seco. Un nudo se había formado en su garganta. Se puso de pie y se alejó un par de metros de él, aún tiritando de frío. La cantidad de cualidades que Scorpius había mencionado sobre ella, algunas de las cuales ni era conciente, la habían puesto nerviosa. Scorpius no se ofendió por su interrupción, sino que siguió mirándola dulcemente con aquel brillo que Rose comenzaba a reconocer en sus ojos grises.

—¿Por qué? —preguntó el chico con la misma tranquilad que había enumerado todo lo que le gustaba de ella.

—Me incomodas —admitió Rose sin mirarlo a los ojos otra vez.

No podía hacerlo. Scorpius había pronunciado aquel discurso con una intensidad que Rose jamás había escuchado en nadie. Se encontraba confundida, no sabía si creer en lo que estaba diciendo o si aquello era una broma bien preparada, y Scorpius un gran actor.

—Todo eso que… todo eso que mencionaste son puras superficialidades —dijo con la voz quebrada.

—No lo son —aseguró Scorpius. Se puso de pie y se acercó a ella lentamente, midiendo la reacción que la chica podía tener ante aquel gesto—. Todo eso es suficiente para que me gustes. Suficiente para que cualquiera se fije en ti, porque se que hay más gente que lo ha hecho —Y confesó—. Pierdo la cabeza de solo pensar que te puedes fijar en alguien antes de darme una oportunidad.

—¿Oportunidad de qué? —preguntó Rose sin entender, mirándolo al fin. No se había percatado de que el chico se había ido acercando lentamente, estaba a escasos centímetro y la situación la puso nerviosa.

—De conocerme, de salir contigo —Scorpius se encogió de hombros—. O de ser tu amigo, si así lo prefieres.

Rose reflexionó un poco en sus palabras.

—No quiero ser tu amiga —sentenció.

Para su sorpresa, Scorpius rió y una sonrisa auténtica se dibujó en su rostro.

—Yo tampoco quiero, no en realidad.

Rose sintió un dejá vú. Ya antes habían tenido una conversación parecida, a la orilla del mar. Claro que en ese momento no había entendido el sentido de sus palabras, pero ahora estaban claras. Volvió a bajar la mirada. No había nada que hacer, ya estaba segura que no habría palabras suficientes para que Scorpius desistiera de aquella locura.

—Se que me he portado como un idiota —continuó Scorpius dispuesto a llenar el silencio entre ambos—, pero puedo mostrarte que todo lo que has visto de mi hasta ahora no es verdad. Dame la oportunidad de mostrarte quién soy —pidió.

—No se si quiero —Rose sabía que se estaba comportando como una niña caprichosa. Scorpius solamente le estaba pidiendo perdón por todo lo que le había hecho en algún momento, le estaba pidiendo ser su amigo.

—¿Por qué? —Scorpius parecía desilusionado.

—No lo se —admitió ella en un susurro.

Tal vez tenía miedo de descubrir que siempre había estado equivocada respecto a él. Tal vez tenía miedo de descubrir que era alguien extraordinario, como aseguraba Albus. Después de todo su primo no lo hubiera elegido de amigo si realmente fuera tan malo como aparentaba ser. O tal vez… porque la intensidad que parecían tener sus sentimientos hacia ella la atemorizaban.

Scorpius acortó los pasos que los separaban con decisión. Comenzaba a ponerse ansioso por la situación, por la terquedad de Rose… y porque aquel "no lo se" lo había desconcertado.

—Sé que aquel beso te molestó —le dijo, decidido a no acabar con el tema. Rose no lo miraba a pesar de estar a tan escasos pasos—, pero déjame decirte que para mi fue único —y confesó—. En realidad, fue el único de toda mi vida.

Rose levantó la mirada sorprendida. Scorpius le estaba confesando que no había besado a nadie antes que a ella. Cada palabra que pronunciaba el chico la confundía aún más. Era una noche muy extraña, de eso no cabía duda alguna.

Scorpius no podía controlar su impaciencia. Rose se encontraba más irresistible que nunca para él. Su cabello aún seguía desordenado por el viaje, la elegante trenza que había armado para el baile ya no estaba, y sus labios lejos de encontrarse morados por el frío eran de un color rosado. La cercanía con ella (quien esta vez no se había alejado ni un centímetro) lo llevó a perder la cabeza.

—Sé que no quieres que vuelva a besarte, pero no puedo evitar desearlo.

Antes que Rose pudiera impedirlo Scorpius acortó la distancia que quedaba entre ambos atrayéndola por la cintura. El chico apoyó sus labios sobre los de ella una vez más.

En cuanto Rose sintió los labios de Scorpius sobre los suyos intentó zafarse. Lo empujó, pero el chico estaba preparado y no cedió. El corazón de Rose latió con violencia. Pese a que le había pedido que no lo hiciera ahí estaban otra vez. Apoyó una mano en su hombro para indicarle que parara pero su intento fue un tanto débil. Tuvo la sensación de que el suelo desaparecía bajos sus pies. Hubo algo hipnótico en la manera en que Scorpius atrapó su labio superior para luego introducir lentamente la lengua en su boca y explorarla con suavidad. Una de sus manos aún la sujetaba por la cintura, con menos fuerza, porque Rose había dejado de luchar contra él. Con la otra le acariciaba la mejilla. Todos sus gestos fueron lentos, pausados, y trasmitieron una dulzura infinita, algo que a Rose no le costó dudar. No pudo responder al beso, no porque no quiso, sino porque realmente se encontraba aturdida con el mismo.

Si el primer beso había sido un sueño para Scorpius, el segundo era el paraíso mismo. No sabía por qué, pero ella había dejado de poner resistencia y eso le agradaba. No sabría cuánto tiempo hubiera pasado allí, besándola, si no los hubiera distraído una luz rojiza aparecida del medio de la nada. Scorpius se separó de ella a regañadientes. Rose quedó plantada en el lugar con los ojos fuertemente cerrados y la boca ligeramente abierta. Se había ruborizado.

Scorpius atrapó la bola de fuego en el aire. Rose salió de su trance en ese momento.

Sala común despejada en treinta minutos. A-

—Es Albus —comunicó Scorpius mostrándole la nota. Sonrió —. Te dije que nos ayudaría a regresar.

La chica simplemente asintió con la cabeza y bajó la vista, su rostro se encontraba colorado. Scorpius iba a decirle que volver a besarla había sido un verdadero placer, pero creyó que hacerlo sería tentar demasiado a su suerte. Aquella vez no se había mostrado agresiva, y era mejor no provocarla.

—¿Vamos? —preguntó. Rose asintió y lo siguió en silencio.

Al llegar a la moto (a la que habían dejado olvidada en aquel lugar desierto) Scorpius se quitó nuevamente el tapado y se lo entregó con decisión a Rose.

—Iremos caminando —dijo—, pero aún así terminarás de congelarte. No quiero que me odies mañana por la mañana cuando te encuentres enferma.

Rose lo miró a los ojos por primera vez después del beso y sintió una sacudida en el estómago. Scorpius siempre hablaba con seguridad. Tomó el abrigo del muchacho y se lo colocó en silencio sintiendo un alivio instantáneo sobre su pobre cuerpo congelado. Emprendieron la marcha hacia la mansión Malfoy dejando atrás el parque. Scorpius llevaba la moto a su lado. El perfume que había en la ropa de él la siguió todo el camino, turbando sus sentidos aún más si era posible.

Por fin aquella noche espantosa acabaría. Se colarían por la chimenea y aparecerían en el castillo. Claro, a Rose aún no le hacía gracia tener que aparecer en la sala común de Slytherin, pero era el mejor plan que tenían.

El chico caminaba al lado de Rose relajado, mirando hacia el frente, mientras atravesaban las calles del pequeño pueblo. Rose sabía que la mansión Malfoy quedaba a las afueras del mismo pero no sabía exactamente en qué lugar. Se dejaba guiar por él. Los esperaba una mínima distancia, iban casi codo a codo. En otro momento Rose hubiera cruzado de vereda por tal de no ir a su lado. Miró a Scorpius y su semblante sereno y no pudo evitar pensar...

La mayor locura de aquella noche había comenzado con un secuestro (porque lo era, aunque Scorpius dijera que no) y había terminado de una manera casi impensada. Jamás había creído que el chico pudiera mostrar tanta sensibilidad como la que había desplegado. Era impensado para ella que precisamente él pudiera ser sensible y tierno. Porque lo había mostrado al hablar de sus familias, porque lo había reafirmado cuando le confesó todo lo que le gustaba de ella… y porque se lo había confirmado con ese beso, aunque aún Rose estuviera buscando si había habido alguna trampa en el mismo.

Quizá… quizá sí estaba siendo injusta con Scorpius. Quizá el chico comenzara a comportarse de manera distinta con ella y con los que la rodeaban si le daba una oportunidad de conocerlo.

—Creo que podemos ser amigos —dijo rompiendo el silencio, antes de arrepentirse.

Scorpius la miró sorprendido sin detener la marcha.

—No quiero ser simplemente tu amigo —le recordó.

—Es lo único sincero que puedo ofrecerte —respondió ella sintiéndose algo abochornada. No podía hacer más. Scorpius no le gustaba, no podía estar a la altura de lo que él parecía sentir por ella. El chico evaluó la situación. Era mejor eso que nada, se dijo. Si aquella noche de locura había servido para, aunque sea, volver al castillo siendo amigo de Rose, había valido la pena. Y mucho.

Sólo que… A Scorpius había algo que lo carcomía por dentro, que le revolvía las entrañas. Era lo único que lo atormentaba de verdad y lo hacía morir de celos.

—Si Kentburry te propusiera ser su novia, ¿aceptarías?

—¿Qué? —respondió Rose con incredulidad. Rose no esperaba aquella pregunta. Casi tropezó al oírla. ¿¡Acaso había terminado de enloquecer!?

—Lo que oíste —Scorpius arrastraba la moto a su lado sin quitarle los ojos de encima. Brillaban con la intensidad que tanto confundía a Rose. Al ver que ella no respondía, agregó—. En otras palabras, ¿Te gusta?

Rose se cruzó de brazos, indignada. ¿Por qué siempre encontraba la forma de hacerla enojar? ¿Por qué siempre arruinaba todo? Acaba de decirle que podían ser amigos, estaba dispuesta a intentar entablar una amistad con él ¿Y así respondía? Definitivamente le costaba entender a Scorpius.

—No tengo por qué responderte eso —dijo con frialdad, cruzándose de brazos.

—A un amigo se le cuenta todo —canturreó Scorpius.

—¿No era que no querías ser mi amigo? —preguntó ella sin entender

—Puedo intentarlo —dijo él, divertido.

¿Por qué le hacía esa pregunta? ¿Qué tenía contra Kevin? Estuvo por preguntarlo, pero creyó que a aquellas alturas la respuesta iba a ser obvia: Scorpius simplemente estaba celoso. Quería asegurarse que el chico no fuera una competencia para él. Bueno, se lo dejaría en claro. No quería que Scorpius siguiera amedrentando al pobre Kevin por su culpa.

—No, Kevin no me gusta —dijo con seriedad—. ¿Satisfecho?

—Si —admitió—. Sé que le gustas, y me enloquece pensar que puedan estar juntos.

Rose bufó indignada.

—Déjame decirte que él no es una mala persona… —informó con severidad, detestaba el tono con el que Scorpius se refería a Kevin—, pero no por eso voy a salir con él. Es mi amigo. Y no creo que pueda salir con un amigo.

—Menos mal —suspiró aliviado Scorpius, y por su rostro cruzó una sonrisa que Rose no entendió—. Entonces realmente no me conviene aceptar tu amistad.

Rose eligió pasar por alto aquel comentario. Otra vez Scorpius había utilizado sus palabras a su favor.

Continuaron en silencio. Habían dejado atrás el pueblo sin que Rose se diera cuenta. Ya casi no había casas a la vista. Comenzaba a preguntarse cuánto faltaría cuando doblaron un recodo y apareció frente a ellos una gran mansión.

A Rose su simple fachada le resultó imponente pero tétrica. Se encontraba protegida por unas altas rejas (que atravesaron sin problemas) y en el frente había una gran fuente de agua que se encontraba vacía por época del año. El edificio, que poseía tres plantas y una pequeña torre, era de un gris oscuro que le daba un aire de misterio. Tenía las ventanas cerradas con postigos y todas las luces apagadas, dando la impresión de encontrarse vacía.

Scorpius subió los escalones de la entrada y abrió la puerta. Hizo una seña a Rose para que entrara, pero la chica dudó por un instante. El interior parecía tan oscuro como la noche, y de pronto tuvo miedo: recordó las historias que su padre siempre le había contado sobre la familia Malfoy. El abuelo de Scorpius solía guardar objetos tenebrosos en su mansión, le había dicho una vez. ¿Y si se encontraban con algo peligroso? Pero el peor recuerdo que le vino a la mente fue la historia sobre la tortura que había sufrido su madre durante la segunda guerra mágica. La había torturado un familiar de los Malfoy… en la mansión ellos… Y ella misma había visto que Draco Malfoy no era ninguna seda con su propio hijo. No…No eran buena gente, no eran de fiar. Se dio cuenta que le tenía más miedo a aquellas personas de lo que había imaginado.

—¿No quieres calentarte un poco? —preguntó Scorpius al ver que Rose dudaba.

—¿Y… tus padres? —preguntó recelosa.

—No están —aseguró Scorpius—, por eso vine.

Rose se dio un poco de valor a sí misma y entró. En cuanto Scorpius pasó la moto por el umbral y cerró la puerta unas luces se encendieron. Rose no pudo evitar pegar un chillido.

—¡Amo Scorpius! —exclamó una voz aguda, y Rose al bajar la vista comprendió que quien había encendido unas antorchas era un elfo doméstico.

La entrada a la mansión quedó completamente iluminada y Rose vio por primera vez el interior de la casa de Scorpius. Se hallaban en un gran hall que se encontraba decorado con tapices antiguos. No había nada más que tres sillas elegantes pero que parecían tan viejas como los tapices, y un mueble que poseía más o menos la misma antigüedad que el resto de las cosas. Tanto a la derecha como a la izquierda había dos grandes arcadas que llevaban a dos nuevas salas. Al fondo se alzaba una imponente escalera de mármol.

—¿Cómo estás, Boubock? —saludó gentilmente Scorpius.

—Muy bien, señorito Scorpius —El elfo hizo una profunda reverencia—. A sus órdenes.

Scorpius, quien había mirado a Rose avergonzado por el rabillo del ojo ante el saludo del elfo, murmuró:

—Deja de llamarme así, Boubock.

—Como ordene, señorito —insistió el elfo haciendo otra reverencia.

—No hay caso —Scorpius miró a Rose con desesperación—. No quiere entender.

Por primera vez fue Rose quien miró a Scorpius con una ceja levantada y una sonrisa sarcástica. Le causó mucha gracia que hubiera alguien que lo llamara "señorito", como si se encontraran aún varios siglos atrás.

—Boubock —Scorpius se agachó para quedar a la altura del elfo—, ella es Rose —le dijo con amabilidad, señalando a la chica—. Me ha acompañado para traer algo pero ya nos vamos. Nadie debe saber que estuvimos aquí, tú no nos has visto. ¿De acuerdo?

El elfo asintió haciendo rebotar sus grandes orejas.

—Si, amo Scorpius.

El chico se puso de pie para dirigirse a Rose pero el elfo tiró de su pantalón y Scorpius volvió a agacharse, sorprendido.

—¿Puedo hacer una pregunta indiscreta, señorito? —susurró el elfo, pero Rose igualmente llegó a oír.

—Hazla —Scorpius se sorprendió con la pregunta del elfo.

—¿Es la misma Rose a la que le regaló la rosa durante el verano, señorito? —Por más que el elfo quería hablar bajo, no le salía. Rose apartó la mirada de la escena poniéndose colorada.

—Si, Boubock —susurró de manera audible Scorpius, riendo—. Es la misma, pero creo que el regalo no le gustó.

Rose sintió un zumbido en sus oídos. La hermosa rosa debía estar aún olvidada en el cuarto de su casa. Encontró muy interesante la textura y el trazado del tapiz de la pared.

—Oh, es una pena —se lamentó Boubock por lo bajo—, en todo caso, ella es muy bonita amo Scorpius. ¿Es su novia?

—No, porque aún no me cree que la quiero —Scorpius parecía divertido con aquella conversación. Rose estaba muy abochornada. Scorpius se enderezó nuevamente y habló con normalidad—. Boubock, ¿Puedes llevar a Rose a la sala y hacerle compañía mientras subo al cuarto?

—Claro que si, será un placer amo Scorpius —dijo el elfo haciendo otra reverencia.

Rose, quien se encontraba fingiendo que no había oído nada, se sobresaltó al sentir cómo el elfo tiraba de ella. La chica sintió un ligero ataque de pánico al ver como Scorpius se alejaba por las escaleras y la dejaba sola en aquella gran y oscura mansión.

El elfo la guió por la arcada de la izquierda iluminando a todo a su paso. Llegaron a una gran sala de estar donde la decoración parecía de la era victoriana. Boubock se dirigió hacia una gran chimenea llena de ornamentos y la encendió. Rose no tardó en acercarse para entrar en calor.

Mirando alrededor se puso a pensar en qué diría su padre si se enterara a dónde había ido a parar. Seguramente le daba un infarto de llegar a saber que su querida hija había pisado la mansión Malfoy.

Se dio cuenta que era observada.

Boubock la miraba con gran interés, con sus manos en la espalda, meciéndose de adelante hacia atrás. Rose se aclaró la garganta.

—Tú… ¿eres el elfo de la familia? —no se le ocurrió nada más estúpido ni obvio que preguntar. Sólo quería romper el silencio incómodo para que Boubock dejara de mirarla como a un mono de circo.

—No exactamente, señorita —respondió el elfo para su asombro—. Sólo el del señorito Scorpius, señorita.

A Rose volvió hacerle gracia que lo llamaran así.

—¿Scorpius tiene un elfo para él solo? —preguntó asombrada.

¡Vaya manera de vivir! Si eso no era ser presuntuoso, no sabía qué lo era.

—Si, señorita —corroboró el elfo. Parecía contento de entablar una conversación—. Todos en la familia tienen su propio elfo —explicó, asombrando a Rose—. Mitty es de la señora Astoria, y Lilko es del señor Draco. Y están Motty y Plonky que ayudan con la limpieza.

—Pe… pero…¿No es excesivo? —observó. Había más sirvientes que amos.

El elfo sacudió la cabeza golpeándose con las orejas.

—La casa es muy grande, señorita —explicó.

Rose se encontraba boquiabierta. Si su madre se enterara de semejante barbaridad le daba un ataque al corazón con toda seguridad: no estaba a favor de que la gente utilizara elfos domésticos. En su juventud Hermione había redactado muchas leyes a favor de ellos. Claro que muchos magos se habían escandalizado, y gran parte de los elfos se habían sentido ofendidos por eso.

—Boubock no se puede quejar, señorita —dijo el elfo, tal vez dispuesto a defender a sus amos—. Boubock tiene al mejor amo, señorita. El amo es muy bueno con él y todos los meses le envía dos galleones como pago —explicó.

—¿Scorpius te paga dos galleones? —preguntó asombrada Rose.

—Si señorita —dijo con orgullo la criatura—. El señorito quería pagarle a Boubock diez galleones pero a Boubock le pareció demasiado. Además, el señorito Scorpius ya se encarga de pagarle al resto de los elfos.

Rose lo miró extrañada por lo que acababa de decir.

—¿Pero por qué lo hace él? ¿No deberían pagarte Astoria y Draco Malfoy? —preguntó.

El elfo sacudió la cabeza con fuerza.

—Los señores no están de acuerdo con pagarnos a los elfos, señorita —explicó, abriendo grande los ojos—. Si los señores supieran que somos de los elfos a los que les gusta que nos paguen nos echarían. El señorito Scorpius es muy bueno en pagarnos de lo que a él le dan —siguió—. Ya le dije que Boubock es el que más suerte tiene de nosotros.

Rose se sorprendió de la manera en la que el elfo hablaba de los padres de Scorpius, y como cambiaba al referirse a él. Era evidente que Boubock sentía un gran respeto por el chico. Scorpius apareció en la sala en ese momento.

—Gracias por encender la chimenea, Boubock —dijo. Se encontraba sonriente. Miró a Rose y dijo—. Ya es la hora.

Rose asintió mirándolo fijamente. No le costaba creer lo que le había dicho el elfo. Si Scorpius había sido capaz de poner su vida (y su estadía en el colegio) en peligro por salvar a unos cuantos alumnos que no conocía, ¿por qué no podía ser cierto que tuviera consideración con sus elfos, cuando su familia no? Aunque claro, siempre cabía la posibilidad de que hubiera mandado al elfo a decir todo aquello para quedar bien con ella. Rose sacudió la cabeza para alejar aquella idea. Era muy enredada. ¿Por qué ponerse a inventar esas cosas?

—¿Te encuentras bien? —Scorpius había notado su seriedad.

—Si —se apresuró a decir Rose.

Scorpius se acercó a la chimenea y tomó una bolsita que había encima de la repisa.

—Ten cuidado y no vayas a caer en cualquier otra chimenea que no sea la de Slytherin —pidió—, o estarás en serios problemas.

—Lo se —Rose tomó un puñado de polvos flú de la bolsa que Scorpius le ofrecía. Su último deseo era caer en la chimenea de otra casa, o en la del mismísimo Dippet.

Se dirigió a la chimenea decidida a marcharse de allí por fin, pero Scorpius la tomó por la muñeca para detenerla. Rose lo miró sin entender. El chico la observaba nuevamente con ansiedad. Su mano en su muñeca prácticamente le quemaba.

—¿Podrás perdonarme por haberte sacado así del castillo? —preguntó verdaderamente arrepentido.

Rose sabía que aquello era importante para él, así que contestó:

—Si, te perdono —dijo.

Scorpius aún no la soltaba.

—¿Y me perdonas por haberte vuelto a…?

Rose no lo dejó terminar.

—También te perdono —dijo bajando la vista—. Nada ha ocurrido. Comenzaremos todo de nuevo siendo amigos, ¿de acuerdo? —preguntó.

—De acuerdo —contestó Scorpius con una media sonrisa casi tímida.

Sintió cómo se acercaba a ella y creyó que la besaría de nuevo. El corazón de Rose se detuvo por un instante al tenerlo tan cerca. Cerró los ojos. Se sorprendió al sentir cómo Scorpius plantaba un simple pero dulce beso en su mejilla.

—Creo que es mejor que nos marchemos —dijo el chico, y Rose salió de su trance avergonzada por lo que creía que iba a pasar. Se acercó a la chimenea sin rodeos y exclamó, arrojando los polvos flú—. ¡Sala común de Slytherin!

Unas grandes llamas verdes la devoraron, y Rose dejó atrás la gran mansión, al elfo, y a Scorpius. Giró y giró por la chimenea. Su cabeza daba tantas vueltas que no parecía ser producto del viaje. Mientras veía pasar las chimeneas a gran velocidad no podía parar de pensar. Todo había comenzado con ella, Lauren y Kevin yendo al baile; Kevin había acabado herido por una pelea de los tres Potter; Scorpius la había secuestrado vilmente del castillo; los ojos de Scorpius (y su beso) le habían dicho que sus palabras eran sinceras.

De una manera casi increíble, aquella noche se le había revelado que Scorpius tal vez poseía una faceta totalmente diferente a la que ella conocía. Una faceta que sí valía la pena conocer.

Comenzó a ir cada vez más lento y Rose vislumbró una sala con decorados en verde y plata donde una persona esperaba de pie. La chimenea la expulsó con fuerza y unos brazos la ayudaron a levantarse.

—¿Rose? —era Albus, quien la miró completamente asombrado de encontrarla allí, despeinada, cubierta de hollín, y usando el tapado de su amigo.


Concluyo un capítulo que por mucho tiempo esperé poder escribir. Espero que la longitud no haya sido un problema, porque para cuando me di cuenta ya no valía la pena separar todos los acontecimientos en varios episodios.

Espero que les haya gustado. Saludos!