Mi ventana estaba abierta apenas por unos centímetros, el aire fresco que entraba se mezclaba perfecto con el calor que emanaban nuestros cuerpos. Llegó un momento en que pude saborear la cereza que se había traspasado desde mis labios a los de él, en ese momento supe que mi labial ya debía de haber desaparecido de mi boca. Los labios de Simon eran tersos, envolvían los míos a la perfección, y hacían movimientos delicados en el beso. Mis manos apretaron su remera desde los costados y metí las manos para trazar líneas con mis uñas a los costados de su abdomen. Su piel era cálida, aunque no estaba tan tibia como la mía, es decir, sentía el contraste de temperaturas entre nuestros cuerpos, por más leve que sea.
Estaba acostumbrada los movimientos bruscos, a las manos desesperadas y a los besos duros. En cambio, Simon, era puro tacto delicado, labios suaves y movimientos lentos. No era mi rutina, definitivamente, pero sentaba mejor de lo que pensaba.

Las gafas de él estaban por algún lugar del suelo y sus manos habían ocupado el lugar en mis bolsillos de atrás. Aunque cuando retrocedía para caminar al lugar dónde se hace lo que todos sabemos, él tiraba de mí y me dejaba aplastada a su cuerpo, que seguía dándole la espalda al armario. Me paré sobre sus pies, teniendo más alcance a su altura y rodeé su cuello con mis brazos, su cuerpo se estremeció contra mí.

Le mordí el labio inferior y tiré, él gimió en mi boca, aunque lo hizo tan despacio que si no hubiera estado pegada a él, no lo habría escuchado. Las voces de mi familia se escuchaban lejanas, el cuarto de al lado de mi hermano hacía cortos sonidos de golpes como si estuviera moviendo algo y, a veces, escuchaba pequeñas risas que entraban por la ventana y inundaban mis oídos, pero luego, estaba yo aquí con este nerd buenísimo contra el armario, sin que nadie supiera lo que estaba por hacer con él, y mi cuerpo se llenaba de adrenalina y emoción. Tirarme al inocente con la casa llena de gente, fue algo que siempre quise hacer. Era la emoción de saber que alguien podría descubrirte en cualquier momento la que condimentaba todo el clima.

— ¿No crees que sería más cómodo ir a la cama? —le pregunté.

Él se separó de mi rostro y me miró con ninguna expresión en los ojos, luego se estremeció y sus ojos se tornaron oscuros e intensos, aunque como era de esperar, apartó la mirada de mí.

— ¿Quieres hablar de algo? —me preguntó. Alcé las cejas y tiré mi cabeza hacia atrás, ¿lo decía en serio?
— ¿Hablar?
— Hablar. ¿No? —me miró y dejó un silencio entre nosotros por unos segundos—. No. En realidad, creo que debería irme. No puedo volver tarde a casa —se separó de mí sacudiéndose la ropa.

Y por supuesto que me ofendí. ¿Estaba hablando en serio? Le acabo de decir que continuemos en la cama a un chico que probablemente no tiene ninguna interacción con una chica aparte de mí, sin contar esa chica pelirroja con la que siempre anda.
Me hice para atrás y me llevé la mano a los labios, luego miré los de él: hinchados y rojos, en los labios y alrededor, seguramente por mi labial. Entonces, entrecerré los ojos y me invadí de humillación y enojo.
— ¿Eres gay?
Sus ojos se abrieron de par en par y se volvió a acercar a mí, no como recién pero lo hizo.
— ¡No! ¡Claro que no!
—Entonces, tienes novia.
—No tengo novia. No salgo con nadie. ¿Qué te hace pensar todo eso? —una expresión de horror le recorrió la cara— ¿Qué tipo de persona crees que soy?
— ¡Y porqué no quieres acostarte conmigo!

Me quedé mirándolo con seriedad y él no apartó la mirada de mí en ningún momento, pero estaba avergonzado, lo supe cuando el rojo le cubrió la cara. En realidad, no quería decirlo así, pero le había dicho que continuemos en la cama! ¿Qué tan poco obvio era eso? Hasta él sabía de lo que estaba hablando.
Sacó el celular de su bolsillo y leyó algo, pero sabía que no había nada en la pantalla. Puse las manos en mi cintura y me quedé esperando a su respuesta. Simon se guardó el celular y se agachó a recoger sus gafas.
—Tengo que irme.
—Conveniente, por supuesto. —Caminé a la puerta y la abrí de un tirón, claramente enojada—. Vete.
—Isabelle, no es como piensas.
—Lo único que pienso ahora es que quiero que te vayas. Y entre nosotros no pasó nada.

Me miró casi suplicándome entender algo que no sabía de que trataba y yo aparté la mirada de él, sosteniendo la puerta y dándole a entender que estaba esperando a que cruce la puerta. Entonces él lo hizo y yo cerré de un portazo apenas salió. Me quedé unos segundos en silencio, tratando de averiguar que pasaba por mi cabeza y después arrojé un almohadón con fuerza. Cerré las persianas y me hundí en mi cama, con el maldito perfume de Lewis pegado a mi ropa.

Desperté cerca de las once de la noche. Estaba tapada con las mantas de mi cama, vestía solo mi ropa interior y el olor de Simon se sentía solo en la ropa doblada al pie de mi cama. Miré el reloj y mi estómago sonó, seguramente mi mamá no me había despertado para que pueda hacer reposo por mi desmayo. Mis persianas se agitaban levemente así que deduje que las ventanas seguían abiertas, mi cuarto estaba a oscuras y mi puerta cerrada; me levanté vistiéndome con tan sólo el suéter que llevaba por la tarde y prendí la lámpara que descansaba en la esquina de mi cuarto. Abrí la puerta y vi que gran parte de la casa estaba a oscuras, bajé las escaleras y pasé directo a la cocina, comí unos chocolates y me acosté en el sofá prendiendo la televisión.
La persiana junto a mi hondeó con el viento y me levanté a cerrar la ventana, abrí las persianas al todo y me puse de puntillas para cerrar la traba de arriba. Luces parpadearon desde la ventana de al lado, la casa de Simon, y vi que estaba viendo una película. De inmediato sonreí, era Star Wars. Cerré todo volviendo al sillón pero dejé las persianas abiertas, y en vez de centrarme en la televisión, me centré en la vista de mi vecino volviéndose loco por la batalla de las galaxias. Sonreí leve viendo sus reacciones a las escenas y entonces vi, no estaba solo. La pelirroja amiga que tenía se sentó junto a él y se apoyó sobre su hombro. Me levanté con la sonrisa borrada, cerré las cortinas de un tirón y me acosté en el sofá, quedándome dormida en algún momento de la noche.

Estaba soñando, aún sentía mi cuerpo pesado anclado al sofá, el calor de la leña prendida en la estufa y los colores de la televisión estampando mis párpados cerrados. Luego lo vi a Simon, lo vi acercándose a mí y levantándome de donde dormía, lo seguí y desaparecimos en una oscuridad, no lo veía pero aún sentía la calidez de su áspera mano y sus finos dedos entrelazándose con los míos. Cuando me giré a tratar de distinguirlo con la oscuridad, el sonrió y el blanco de su dentadura iluminó todo su rostro, entonces yo sonreí tan amplio como él.
Aparecimos en el Wollman Rick. El hielo de la pista estaba pulido e impecable, lo suficiente para ver tu propio reflejo sobre él. Todo el Central Park se veía vacío desde donde estábamos.
Me apoyé en el borde de la pista y Simon me sonrió mientras soltaba mi mano, me incliné hacia adelante y él me detuvo, observé que llevaba patines en sus pies y se deslizó hacia atrás con elegancia, me miró permanentemente y cuando llegó al centro de la pista, su sonrisa se fue, su mirada se heló y su piel bajó su color. No llevaba lentes, sus ojos se veían oscuros desde donde estaba y envolvió una bufanda en su cuello, dejando su nariz y su boca tapadas. Tomó carrera desde el centro hasta la punta de la pista y entonces comenzó a recorrer los costados de la pista, de un lado a otro, dando elegantes giros y pasando por mi lado como un auto de carreras. Sus manos subieron mientras se deslizaba, y una tela cubrió su cabello, dejando sólo los ojos a la vista. Saltó dando un triple giro y su ropa se tornó negra: pantalones cortos que le llegaban un poco más abajo de las rodillas y una camiseta manga corta. De ahí en adelante, los ojos de Simon dejaron de mirarme, el paisaje del Central Park desapareció y lo único que distinguía era una brillante pista de hielo y a Simon patinando sobre ella.
Simon se me acercó lentamente mientras patinaba y yo me pegué al borde donde me apoyaba. Sus ojos ahora se veían casi negros, y no del marrón chocolate que tenía esta tarde. Un brazo de él se apoyó a cada costado de mi cuerpo dejándome encerrada y mi respiración se agitó lentamente, a medida que él se acercaba. Su rostro tapado estaba casi pegado al mío, la tela de algodón de la bufanda calentaba mi nariz cada vez que la rozaba y su cuerpo emanaba frío al igual que la pista alrededor de mí. Subí las manos a su rostro y le bajé la bufanda, pero antes de verlo, él ya había inclinado la cabeza hacia mí. Mis labios cálidos tocaron los fríos de él, apenas rozándolos; luego su nariz se deslizó por mi mejilla y sus labios no se detuvieron hasta llegar a mi cuello, toda mi piel se puso de gallina. Deslicé mis brazos en la cintura de él y lo sentí sonreír contra mi piel, abrió los labios dejando que su aliento me deje grogui al hacer contacto con una parte tan sensible de mi cuerpo y su boca se aplastó ahí, dándome un beso. Algo me rozó el cuello desde su boca. Demasiado duro para ser sus labios y demasiado frío para ser su lengua, pensé en sus dientes y la locura que sería verlo morderme en el cuello, pero igual descarté la idea porque lo que me rozó, me hizo dos líneas sobre la piel, algo que los dientes no podían hacer a menos que tuviera colmillos de 7 centímetros.
Cerré los ojos y suspiré.
—Simon...
—No dolerá, lo prometo —susurró—. Jamás podría dañarte, Isabelle.

Y entonces mordió, realmente me mordió y dos cuchillos filosos me atravesaron la garganta, dándome el mismo dolor agudo que me había dado el sueño de la otra vez.

Un sacudón me despertó y encontré a Max sacudiéndome violentamente por los hombros, mis ojos se cerraron y parpadearon acostumbrándose a la sala iluminada. No entendí lo que había significado ese sueño. Sólo sabía que mi cuello dolía.

¿Era entonces, Simon, el demente que patinaba sobre el hielo cuando Beca me acompañó al Wollman Rick?, o, era la misteriosa sombra que irrumpió mi cuarto en esa extraña pesadilla del día anterior?