Hola! Sigo el avance de la historia, y como jurado en el capi anterior, prometo esta vez sí actualizar rápido y terminar definitivamente con esto que ya ha llevado mucho tiempo (2 años!) Si ya en el capi 9 les deseaba felices fiestas, lo vuelvo a hacer.

Disfruten!

Queonda


La puerta del interrogatorio se abrió. Chichi estaba completamente arreglada, sólo le faltaba maquillaje en los ojos y una tapa— bolsas, además de la ropa adecuada. Pero su cabello permanecía recto y largo hasta su cintura, maravillando la vista de Goku al verla pasar. Por supuesto que, a su angelical imagen de mujer, él le hubiera quitado las esposas de sus muñecas pequeñas. Pero no iba al caso; una vez que hubo pasado ella por delante de sus ojos, fue su turno de sentarse bajo la luz blanca, frente a los ojos inquisidores de su hermano.

La incomodidad que ambos sentían al ser puestos uno enfrente del otro en la falsa soledad que otorgaba un vidrio opaco, podía percibirse en el aire. Ninguno sabía qué decir primero o cómo seguir, sin remover asperezas del pasado o comenzar con el pie izquierdo una conversación que era, para Goku, de suma importancia. Debía dejar de lado por un momento el tema familiar y centrarse en sacar a Chichi de ese agujero. Entonces, colocó en su rostro la mirada más seria posible, y cuando estuvo cerca de pronunciar palabra, su hermano habló primero.

— ¡El tiempo que te llevó reconocerme, hermanito mío! — exclamó Raditz con una sonrisa que rozaba el límite entre la felicidad y la burla. El rostro de Goku estaba descolocado; había perdido completamente el foco. — Supe que eras tú desde el día que llegué a la escena del crimen. Aún no puedo creer que hayamos estado viviendo en la misma ciudad y nunca nos hayamos cruzado. ¿Cómo estás?

¡Acaso otra pregunta menos adecuada! A Goku le surgieron desde lo que parecía ser el estómago un conjunto de emociones que pasaban de la rabia al desconsuelo, de la soledad a la alegría, del amor a querer golpear a Raditz hasta que se desmayara. Aunque las emociones y su propia cabeza hubieran logrado expresar mejor lo que sentía, su boca sólo pudo titubear un murmullo ininteligible.

— ¿Te sientes bien? — le preguntó su hermano, ahora con curiosidad.

— ¿Hace… hace cuánto que estás en la ciudad? — se atrevió a preguntarle. Su plan ya se había ido, aunque no por mucho, de su mente.

—No demasiado. Tres, cuatro años cuanto mucho. Es realmente una maravillosa ciudad, no deja de sorprenderme...

— ¿Por qué te fuiste? — lo interrumpió. Su voz había pronunciado las palabras con decisión, aun así, dejando entrever una profunda tristeza que había sabido llevar en su interior, ignorada completamente pero no olvidada por completo. Raditz sintió el dolor y el abandono. No admitió que recordaba, en sus noches más deplorables, esa madrugada en que se había marchado, dueño de un egoísmo que no había menguado con los duros años que le siguieron a esa decisión.

—No podía soportarlo más. Necesitaba acción, viajar, conocer, sentirme superior a alguien y ser libre de tomar mis decisiones sin que estas implicaran arriar el ganado. —pronunció lo último con desdén. — Tú no lo sabías porque eras muy pequeño, pero cuando papá fue expulsado de la ciudad, pasé de la libertad de ser un joven pleno a ser un asqueroso campesino. Cómo lo detestaba. — presionó sus puños, dándole la espalda a su hermano menor. —Luego, me resolví a huir a la ciudad sin apellido ni pasado, para no ser tachado como traicionero, al igual que papá. Por supuesto, me topé con los tipos equivocados, que me pintaron un futuro y me envolvieron en un círculo vicioso del que me llevó años salir. Trabajé de subordinado del Ministro hasta que llegué a la mayoría de edad, cuando pude librarme de esa sabandija.

Raditz no mencionó una palabra acerca de las atrocidades que le había tocado vivir al lado del Ministro Freezer. Pero sí había sonreído con más satisfacción de la que creía posible cuando había visto su ajusticiamiento la noche anterior.

—Luego de eso— mencionó Goku, como un dato curioso. —, papá se volvió furioso. Tuve que tomar todos tus trabajos durante años.

— ¿Cómo está él?

—Vive, si es lo que preguntas.

Hubo un silencio después de eso. Raditz estaba impresionado con la forma en que Goku se tomaba las cosas. No sentía odio por su hermano; estaba lejos de algún sentimiento parecido. Aún podía ver en sus ojos el destello infantil de antaño que él ya había perdido. Se sentía diferente de ese hombre con el que tenía algún parentesco sanguíneo. Sin embargo, sabía que, en el fondo, tenían una similitud que el tiempo no lograría quitar: ambos habían tenido que avanzar solos. Las formas, podían cuestionarse; el sentimiento era el mismo. S notaba que Goku, en su eterna simpatía, había visto las cosas desde el lado más brillante a diferencia de Raditz.

El ahora policía carraspeó para cortar la incomodidad y seguir el protocolo. — Como sea. Lo que necesito saber es tu versión de los hechos. ¿Por qué entraste aquí? ¿Por qué, para ti, Chichi es inocente?

Lo pensó unos instantes. — Ella me dijo que las pruebas están a su nombre, cuando con mis propios ojos vi a Bulma Briefs tocando el cuerpo. Y sé que esas cosas son imposibles de cambiar, pero hace varias noches yo estuve aquí dentro. Sólo tenía curiosidad, quería ver cómo actuaban en caso de un crimen. Entonces vi meterse por la puerta trasera al novio de Bulma Briefs y lo atrapé con las manos sobre las evidencias. Sabía y sabe dónde están, bien pudo haberlas cambiado para ocultar su propia culpabilidad. La de él y la de su mujer. Chichi me ha dicho que encontró en su departamento algunas carpetas sospechosas con algunos nombres interesantes. Deberían allanarlo. — Raditz levantó una ceja. — Es… una sugerencia. — se rascó la nuca. — Y puedo decirles algo más: deberían de interrogar al calvo de nuestro edificio, creo haberlo visto enfrente nuestro, donde Chichi mencionó ver una redada.

— ¿Es todo? — preguntó Raditz, algo atónito por la confesión de su hermano. Parecía no conocer los alcances de la ley.

—Sí— afirmó con decisión. —Gracias por permitirnos este interrogatorio. —Se levantó de la silla y se dispuso a marchar. Antes, volteó para mirar a su hermano mayor a los ojos. — ¿Sabes algo? Nunca te tuve rencor por marcharte. Es más, siempre te he tenido afecto. Imaginaba que ibas a estar en un trabajo honorable, salvando a una ciudad. No estaba tan lejos de la realidad, ¿cierto?

Cuando salió, dos policías lo interceptaron y le leyeron sus derechos. Estaba arrestado por allanamiento de la estación de policía más de una vez. Dentro del salón, Raditz estaba perplejo, pero sin dudas que esa pequeña frase le había sacado una sonrisa real, como no tenía desde que era niño.


Chichi estaba sentada esperando a que Goku saliera. La habían liberado una vez declaró él, pero no pudo entender por qué, cuando el joven salió del interrogatorio, aún no le habían sacado las esposas. Al acercarse, notó con horror que le leían sus derechos. Rápidamente se interpuso entre ambos hombres uniformados e intentó detenerlos.

— ¿Qué pasa aquí?

—Nada, Chichi— respondió Goku. — Sólo que estoy arrestado. Te llamo en la tarde, ¿sí?

Se lo llevaron sin más. Se lo veía confiado e incluso feliz. Le dedicó una última sonrisa antes de ser arrastrado. Ella no sabía qué hacer. Decidió confiar en él, a lo que miró a varios lados antes de precipitarse a la calle y tomarse el primer taxi hasta el edificio.


Vegeta abrió los ojos lentamente y fijó su mirada al techo. El cansancio sumado al colchón de plumas bajo su cuerpo lograron adormecerlo. Hacía tanto tiempo que no sentía una paz similar, que creía ser capaz de dormir veinticuatro horas de corrido. Giró a un lado y deslizó su mano por sobre la sábana buscando una almohada a la cual abrazarse por un largo tiempo. Lo primero que sus dedos sintieron fue el suave brazo de Bulma, que yacía a su lado de costado, dándole la espalda. No le importó —siquiera se le pasó por la cabeza— lo que ella pensara, y se abrazó a su cintura y dejó reposar su mejilla sobre el hombro femenino hasta volverse a dormir. Ella se removió con alegría ante el calor humano y se acercó al otro cuerpo.

Durmieron dos horas más, hasta que un teléfono celular comenzó a sonar intempestivamente. El tono delataba ser el teléfono de Vegeta. Se acostó boca arriba sin abrir los ojos y prontamente sintió los senos de Bulma sobre su torso desnudo. Ignoró el sonido y se relajó profundamente en la almohada, con ambas manos detrás de su cabeza. No se negaba ni resistía a los cariñosos besos que ella le daba en la frente y en las mejillas al son de las caricias que ella realizaba con las uñas de sus dedos sobre su pecho. El teléfono dejó de sonar, y cuando el silencio volvió a la habitación, él quitó sus brazos de la almohada y la abrazó. Entreabrió los ojos y se encontró con los grandes orbes celestes de la peli azul mirándolo con atención. Ella apoyó su nariz contra la de él y besó sus labios rápidamente. Un sentimiento extraño molestaba su abdomen cada vez que ella le daba un beso. No sabía lo que era, pero sí que lo había hecho disfrutar como nunca la noche anterior.

Estaba por pedirle otra ronda como las que habían disfrutado cuando la Luna iluminaba la calle, cuando el móvil volvió a encenderse. Indefectiblemente, debía atender. Rodó hacia un lado de la cama y se incorporó perezosamente. La luz del mediodía que entraba por el ventanal lo estaba dejando ciego. Avanzó con los ojos cerrados por la habitación siguiendo el sonido taladrante hasta llegar a una cómoda símil madera color blanco donde reposaba de forma ordenada la ropa que llevaba puesta la noche anterior. Buscó el celular sin abrir los ojos hasta lograr tenerlo en sus manos. Atendió como pudo y lo acercó a su oreja. Mientras, tomó su ropa y la llevó hasta la cama, donde se sentó para comenzar a vestirse.

— ¿Qué quiere?

—" ¡Vegeta! ¡Gracias al cielo!"— se podía reconocer la voz de Raditz al otro lado, tan grave como solía.

— ¿Para qué me llamas? Olvido bloquea tu número.

—" Suerte entonces que no lo has hecho, porque te tengo una noticia que te hará desear haberme atendido antes."—Vegeta comenzó a calzarse los calcetines. Bulma estaba aún recostaba, cubierta ligeramente por una impoluta sábana blanca. Sacó un pie de entre los jirones de tela y lo posó sobre el hombro del hombre ocupado. Comenzó a llamar su atención tocando su nuca y tirando suavemente de sus cabellos con los dedos.

—Escúpelo.

—" Adivina dónde estoy."

—No tengo tiempo para tus estupideces.

—" En tu departamento con una orden de allanamiento" — a Vegeta se le heló la sangre. — "Chichi y Goku declararon esta mañana en tu contra, y el comisario pidió una orden al juzgado."

Rápidamente se levantó y ajustó el cinturón. Cortó la comunicación y guardó el celular en el bolsillo trasero.

— ¡Vegeta! ¿A dónde vas? — preguntó la dama. Él la ignoró por completo y, con la camiseta a medio vestir, salió del cuarto. Unos segundos después, había salido de la casa. Ella refunfuñó y se arrojó en la cama. — ¡Hombres!

No llevaba su billetera, por lo que corrió, atravesando la ciudad, hasta llegar al edificio. Su corazón y presión sanguínea corrían peligrosamente rápido cuando sus ojos confirmaron lo que temía: las patrullas estaban paradas frente al establecimiento. Estrelló la puerta de entrada contra Yamcha y subió al ascensor antes de que cerrara. Durante el proceso de subida, los ruidos de pasos y radios sonoras aumentaban. El ascensor parecía ir cada vez más lento, y los pisos parecían ser eternos. Arrastró sus dedos por entre sus cabellos hasta que las puertas se extendieron de lado a lado. No les dio tiempo de abrirse, forzó la apertura con su cuerpo y tuvo la intención de precipitarse por el pasillo hasta su cuarto. Pero cuando se abrió, sus ojos se toparon con los azabaches escondidos bajo un fleco color negro. Chichi se petrificó por unos instantes, cuando Vegeta simplemente salió y corrió hasta su departamento. Ella se introdujo incómodamente en el ascensor y tocó repetidas veces el botón de Planta Baja. La mirada de Vegeta estaba impregnada en su ser.

Él llegó y lo primero que encontró fue la puerta abierta, la cerradura destrozada a un lado. Dio el primer paso dentro de la habitación y asomó su cabeza a los lados. Había dos hombres en la cocina, uno en el baño y otros dos en la sala de estar. Uno de ellos, el que poseía una libreta en donde anotaba detalles, era Raditz. Cuando hicieron contacto visual, la mirada asesina le erizó la piel al chico de cabello largo. Pero, de todas maneras, Vegeta mantuvo su forma y, en una actitud de completo desconcierto, se acercó al oficial junto a Raditz.

— ¿Qué está pasando aquí?

— ¿Usted es Vegeta? — comenzó el oficial, quien le doblaba la altura y poseía un rostro aguileño que dejaba mucho que desear.

—Por supuesto. ¿Cuál es el inconveniente?

—Tenemos una orden de allanamiento para su casa en busca de pruebas. Me temo que, si encontramos algo, deberemos llevarlo detenido, así que por favor espere aquí.

Vegeta exhaló simulando tranquilidad y se paró en el centro de la sala. Examinó con la vista los lugares donde los policías habían puesto la mayor de las atenciones: su armario, los cajones de la cocina, los escondrijos entre los muebles. Incluso habían sacado algunos cuadros y posters alusivos a sus bandas favoritas, esperando encontrar alguna caja secreta con documentos que delatarían la culpabilidad de Vegeta. Él se limitó a esperar parado pacientemente durante más de dos horas hasta que habían revisado cada mísero rincón de su precaria vivienda.

Entre ellos se comunicaban la falta de hallazgos importantes en ese lugar, desestimando completamente la denuncia de Chichi. Por otro lado, la investigación sobre el asesinato de Freezer marchaba sin rumbo: no había sospechosos, para la perplejidad de toda una sociedad.

Varios de los uniformados ya se habían marchado, sólo quedaba Raditz junto a su intimidante compañero.

—Supuse que no encontraríamos nada. Esa chica está loca. Aun así, deberá acompañarnos. No estará más que unas horas adentro, me temo.

— ¿A qué se debe? ¿No es suficiente la invasión a mi privacidad?

—Lo lamento, señor, pero un testigo lo ha acusado de allanamiento a propiedad policíaca. Sin embargo, y por la comprobada falta de veracidad de sus declaraciones, lo suyo será sólo un paseo de rutina. — Seguido a esto, apoyó su mano sobre el hombro de Raditz y lo miró, condescendiente. — Siento que tu corazonada haya sido falsa.

Vegeta y el policía se marcharon, no sin que antes el primero le enviase una mirada enigmática al joven de cabello largo.

Raditz, una vez que se escuchaban lejos de su piso, entrecerró la puerta y se acercó al centro de la habitación, coincidentemente donde Vegeta había estado parado los pares de horas pasadas. Removió sin cavilar demasiado el alfombrado y se encontró con un compartimiento repleto de documentos, fotos, datos específicos. Sólo ojeó algunas fotos, ya sabía de antemano qué eran. Haber compartido su vida junto a Vegeta durante su servicio al mando de Freezer no lo había privado de obtener ciertas confidencialidades con ese sujeto. Ciertamente eran confidentes, aunque en las palabras de Vegeta siempre hubiera un insulto por delante.

Luego de haber escuchado a Chichi confesar haber visto ese pequeño compartimiento con todos los detalles que eso implicaba, su mente había maquinado hacia diferentes lugares. Todos llevaban al mismo centro: no podía permitir que una de las únicas personas que alguna vez se había preocupado, aunque fuese por sólo unos momentos o de la manera más ínfima posible, por su bienestar fuera arrestado bajo su tutela. Lo sentía casi como una traición a su propio ser. En cierta forma, actuaba con la plenitud de su egoísmo, pero aun así buscaba el bien para una persona que, sabiendo hacer el mal, no lo merecía.

Como el soplar del viento en verano o la caída de un árbol en medio de la nada, la frase que su hermano le había dicho anteriormente sonó en su cabeza. "Imaginaba que ibas a estar en un trabajo honorable, salvando a una ciudad. No estaba tan lejos de la realidad, ¿cierto?" Cualquiera consideraría que lo que él había hecho era una traición a su propio hermano, quien parecía idolatrarlo equívocamente. Pero Raditz no. De hecho, esas palabras alguna vez pronunciadas con orgullo por parte de Goku, en su mente sonaban vacías. Tan vacías.


Casi las dos de la madrugada denostaba el reloj de muñeca cuando Chichi terminaba con el papeleo y esfuerzo económico que había significado pagar la fianza de Goku. El taxi la dejó en la puerta del edificio. Estimaba la llegada de Goku para el mediodía del corriente día. Se había tomado parte del mediodía para dejar ordenada su habitación y limpia su ropa, para luego internarse en su estudio la tarde entera. Lamentaba la forma en que había tratado a su ayudante Chaoz, dejándolo exhausto por todos los movimientos que había tenido que hacer. Pero el trabajo era el trabajo, la herramienta que le permitiría algún día volver a comprarle un castillo a su padre y vivir junto a él, alejados de ese ruido típico de una ciudad atestada de gente.

Una vez llegó a su piso, sacó las llaves de su bolso mientras caminaba bajo la luz tenue que iluminaba el pasillo. Llegó a su puerta y colocó la llave en el cerrojo. Giró la perilla y empujó la puerta casi sin prestar atención al interior. Tanteó con las yemas de sus dedos la pared áspera hasta llegar al interruptor. Lo tocó rápidamente y entró al cuarto. Al mirar hacia adelante, sus pies no pudieron moverla del marco.

El sillón principal estaba dado vuelta y el televisor tenía ensartado en el centro de la pantalla lo que parecía ser uno de sus más preciados tacones de punta aguja color rojo. Las paredes estaban sucias, incluso algunas se encontraban víctimas de serias abolladuras hechas, a juzgar por la forma, con un mazo; le costaría un dineral la reparación. La pequeña mesa estaba partida a la mitad y las cortinas envolvían lo que parecía ser el horno, ahora ubicado en el centro de la sala. Desde esa posición, ella pudo apreciar que su dormitorio carecía de una cama —o estaba lejos de su mirada—, y la ropa estaba desparramada sobre el suelo, ante un armario sin puertas. Sobre la alfombra, se podía leer, escrito con alguna comida de desagradable olor, un mensaje que rozaba lo mafioso: "Fíjate con quién te metes".

El grito de desesperación de Chichi comenzó callado hasta volverse lo suficientemente sonoro como para que algunas luces en las ventanas del edificio de enfrente se encendieran.

Sólo dos horas antes, Bulma Briefs conducía un auto deportivo color rojo a través de la ciudad. Frenó frente al departamento de policías. Sin siquiera mirar a su lado, se limitó a escuchar a Vegeta abrir la puerta y subirse. Pisó el acelerador y dejó que el polvo borrara sus huellas.

—Vegeta…

—Cállate. — interrumpió él. No era tan idiota como para no ver que lo que había sido la "maravillosa idea de Bulma" de truncar la investigación con un cambio de nombres se había vuelto completamente en su contra, casi costándole la credibilidad de su persona y su libertad. Si Raditz no hubiera estado ahí… le parecía increíble haber dependido de ese pusilánime, como solía llamarle.

Bulma sabía lo que había pasado y sólo podía culparse a ella por eso. Ni dejando su orgullo de lado, sabía, Vegeta la perdonaría. Esa clase de rebajas él no soportaba, y ella deseaba recomponer esa parte de la relación que esa misma mañana parecía tan recuperada, fértil como una planta en primavera. Ahora se veía como una hiedra necesaria de extirpar. Ninguna cosa superficial repararía el daño a su moral. Incluso podía percibir de él una energía que la ponía nerviosa, la volvía temerosa de echarle un vistazo.

—Vegeta…

—Antes de que empieces por lo mismo— volvió a interrumpir. — Dejaré esto claro: Si quieres hacer algo bien por una vez en tu vida, cierra tu maldita boca y déjame a mí ocuparme. Ahora esta causa se encuentra completamente lejos de nosotros o de ellos. — Notó que ella se mordía los labios y evitaba mirarlo. Inesperadamente, metió su pie en el freno y Bulma chocó su cabeza contra el vidrio. — ¡Si se te ocurre meter tus asquerosas manos de uñas postizas dentro de mis asuntos para salvar tu trasero pálido…! — No acabó la amenaza. Ella lo miró fijamente a los ojos, con los ojos humedecidos en lágrimas por una razón que aún costaba entender. Esa agresión le había dolido, pero la creía merecida.

Miró decididamente hacia adelante y siguió el camino. Ella destacó esa vez como la única en la que no había retrucado con un insulto contra su agresor. La incomodidad rodeaba el aire, y un sentimiento de… ¿acaso era arrepentimiento lo que el joven sentía moderadamente en su ser?

Llegaron a la calle de su vivienda y Vegeta se dispuso a bajar. —Acompáñame—, ordenó.

Bulma lo vio quedarse en la puerta de entrada. — ¿Qué?

— ¿Pero qué esperas? ¿Que se haga de media mañana?

La peli azul bajó corriendo y lo siguió con cautela, tomándolo del brazo al verlo caminar lentamente por el hall hasta llegar a la puerta de la habitación de Yamcha. La abrió lentamente, ignorando las uñas sobre su brazo y el constante e irritante susurro de ella preguntando una y otra vez qué era lo que él se proponía. En la oscuridad del cuarto, él agradeció saber de antemano la profundidad de la habitación para saber dónde estaba lo que él precisaba. Se acercó al pie de la cama de Yamcha y se agachó. Bulma observaba aterrada la sombra que se movía por el cuarto.

Vegeta comenzó a mover su mano por debajo del colchón. Tomó el mango de lo que parecía ser una herramienta, pero la sintió pegajosa. Quitó rápidamente su mano, sin atreverse a oler la palma, se limpió con la sábana y volvió a meter la mano. Logró palpar un objeto macizo y frío, y lo removió al instante. Se lo cargó sobre el hombro y salió victorioso. Sin siquiera mirar a la mujer, subió al ascensor. Ella lo persiguió hasta estar a su lado.

— ¡Por Kami! ¿Qué planeas hacer? — su mente ya le jugaba una mala pasada imaginando los peores y más sanguinarios escenarios.

—Venganza. Será divertido. — La vio quedarse sin aire, su piel se tornó de un color enfermizo. —No te voy a asesinar. Si fuera a hacerlo, obviamente no sería aquí. De hecho, no te darías cuenta de lo que te estaría por hacer hasta que fuera tarde. — Él sonrió tranquilo. En cambio, ella no sabía cómo interpretar ese intento de justificación.

Se abrieron las puertas y él avanzó hasta la habitación A. Le pidió una horquilla, logrando abrir el cerrojo. La puerta estaba finalmente abierta. Esperó a que ella entrara, encendió la luz y volvió a cerrar. Era una habitación ordinaria sin ninguna especialidad. Bulma recorrió con curiosidad las dos habitaciones separadas y la cocina, sin modificar desde que habían decidido alquilar allí.

— ¿Y ahora? — preguntó inocentemente ella.

Vegeta, con una sonrisa que a los ojos de la dama se veía hermosa, levantó la herramienta desde el mango y la estrelló contra la pared que se encontraba a su lado, logrando un pequeño hueco. Lo escuchó reír cuando ella gritó de sorpresa repentina.

— ¿¡Qué haces!?

—Estoy harto de estos dos inmiscuyéndose en mis asuntos. Ahora, ayúdame un poco, ¿o tengo que pedir por "favor"?

Bulma reaccionó y corrió como niña pequeña al cuarto más femenino, abrió el armario y cargó sus manos de la ropa más anticuada que había visto. Lo llevó a donde Vegeta se encontraba y comenzó a arrojar las prendas como si lloviera. Esa noche tuvo las mejores carcajadas desde su niñez. Tomó los zapatos de Chichi y los tiró contra los muebles hasta atinarle con un tacón al televisor.

— ¡Mira, Vegeta! ¡Qué puntería! — le echó un vistazo al hombre y lo que vio la distrajo completamente.

Él balanceaba el mazo de un lado a otro con la fuerza de un herrero. Sus prominentes músculos se contraían al realizar la fuerza bruta, y su abdomen trabajado podía apreciarse al hacer fuerza contra la pared. Sus enteras facciones denotaban un momento de puro placer y de éxtasis que la embelesó. Ese hombre era un Adonis, la perfección que había bajado a la tierra para mostrarle el espectáculo de su belleza frente a sus ojos. Su actitud machista y decidida, su falta de temor y su disposición a hacerlo todo lo complementaban, pieza por pieza. Ella se dejó caer de rodillas. Estaba enamorada y, por primera vez, lo admitía.

— ¡Te amo! — le gritó ella. A Vegeta se le resbaló el mazo y salió disparado por una ventana. Volteó completamente desesperado y la miró.

— ¿Qué?

Bulma maldijo esos sincericidios que solía tener.


Ya había pasado una semana. Chichi y Goku habían logrado recomponer casi por completo su habitación e iniciaban con lentitud sus primeros días como lo que sólo puede ser caracterizado como "tortolitos", esa mezcla de amor nuevo y juvenil lleno de novedades y descubrimientos libres de diferencias en donde ambas partes suelen ceder por cortejar a sus respectivas parejas.

Por otro lado, Bulma no lograba que Vegeta atendiera sus llamados. El susodicho yacía recostado sobre su cama con los ojos cerrados, dejando que la contestadora se ocupara de los asuntos que él no quería tocar.

Intempestivamente, mientras Krilin se ocupaba de limpiar el mostrador — soplaba los mechones de cabello que caían frente a sus ojos—, ya aburrido de esa vida mundana que estaba llevando, tan repetitiva como un reloj de pared, dos hombres vestidos de traje negro lo interrumpieron. Notó cómo lo miraban de arriba a abajo y se sintió intimidado.

— ¿En qué puedo ayudarlos?

—Somos de las Fuerzas Especiales, estamos buscando a un hombre calvo que solía vivir enfrente del presente edificio. No sé si podría usted ayudarnos.

Quedó paralizado en el mismo lugar donde estaba parado.


Si mal no calculo, además del 15 en proceso, serán dos, maximo 3 capis antes del grand finale (ignoren eso ultimo)

por todo lo demás, feliz navidad y prospero año nuevo... por segunda vez en este fic n.n""""