Este capítulo fue Beteado por Day Aguilar, Beta de FFAD, grupo en Facebook, groups/betasffadiction.

Capítulo 1

Año 2003

En su despacho, Edward Cullen gritaba furioso, acaba de tener otra de sus monumentales peleas con su ex esposa por todo el asunto del divorcio.

Le iba a dar casi la mitad de toda su fortuna, lo único que tenía que darle a cambio era la custodia de Edward, pero ella quería la única cosa que no podía entregarle: la mansión de los Cullen. Esa era una reliquia de más de trescientos años, que estaba conservada bastante bien.

Su pobre bebé de un año tenía que sufrir por su culpa. Sabía que eso estaba sucediendo. Por lo que sus fuentes le dijeron, el bebé no dejaba de llorar, estaba acostumbrado a ser tratado bien y esa mujer… Demonios, ni siquiera sabía que le hacía a Edward para que llorara así. Le partía el alma.

El día era muy ajetreado en la oficina, muchos contratos y todos para hoy. Sin lugar a dudas, no era un gran día, pero se complicó mucho más cuando terminó su trabajo. Ya estaba obscuro cuando recibió la llamada de su ex mujer. Una llamada que lo dejó helado y al borde de la histeria.

….

Año 2014

Era de noche y Bella acababa de salir del trabajo. El agua caía sin parar. Era una noche bastante lluviosa, se lamentaba. No le gustaba manejar en esas condiciones; el suelo se ponía resbaloso y, con lo patosa que era, seguro se metía en algún tipo de problema. Vivir en New York era complicado, pero su carrera estaba en la flor de la cúspide, no tenía de que quejarse. Trabajar en el bufete más prestigioso, sin lugar a dudas, era lo mejor de la vida. Era envidiada por muchas personas, pero le faltaba algo que nunca pudo encontrar: el amor de su vida.

Manejaba por las calles, tratando de estar al pendiente de todos los semáforos y los autos que circulaban, mientras el agua caía en su parabrisas. Lo único que deseaba era llegar y prepararse un chocolate caliente o un café, cualquiera de las dos bebidas estaría bien… Sintió que alguien se cruzaba. Pisó el freno a todo lo que dio, pero fue imposible no tocar a la persona.

—¡Malditos irresponsables! —gritó.

Se bajó del carro, dispuesta a gritarle insultos a la persona que se había cruzado, pero, cuando vio que sólo era un niño, se le fueron de golpe todas las ofensas que planeaba darle. El niño comenzaba a incorporarse. Bella vio sus ropas y supo que era un indigente. Estaba mojado, pescaría un resfriado si no hacía algo.

—¿Estás bien? ¿Te hiciste daño? ¿Te duele algo? —preguntó rápidamente, sin siquiera respirar. Se relajó un poco cuando el niño murmuró un escueto: estoy bien. Pero, aún así, seguía preocupada—. ¿Dónde está tu madre, pequeño?

—No tengo —decía, quejumbroso.

—¿Y tu padre?

—Estoy solo, no tengo a nadie…

—Entonces, ¿a dónde te llevo?

—A cualquier parte, yo duermo dónde me pille la noche.

Ella miró para todos lados, no sabía que hacer, pero su corazón no le permitía dejar al niño en cualquier parte. Con un suspiró, lo ayudó a subir al coche, previamente colocó una chaqueta para que no se mojara demasiado el asiento. Estuvo conduciendo largamente, mientras colocaba algo de música para aclarar sus pensamientos. Si su padre estuviera le diría que estaba loca por llevar a un desconocido a su casa, aunque fuera un niño.

—¿Cómo te llamas?

El niño, que hasta ese momento había estado mirando por la ventana, dirigió su vista hacia ella. Luego de unos instantes observándola en silencia, respondió:

—Edward… ¿Y usted, cómo se llama?

—Isabella, pero me puedes llamar Bella. ¿Tienes apellido? —Siguió interrogando.

—No, sólo Edward. ¿A dónde me lleva?

—A mi casa, pasarás allí la noche. Está lloviendo, no quiero que te refríes.

Él se quedó en silenció unos minutos.

—Gracias —dijo, por fin, conmocionado.

…..

En otra parte de la ciudad, un hombre llegaba a su casa después de un largo día de trabajo. Sólo quería tirarse a la cama y no despertar jamás. Había fallado, tanto en la vida como a su hijo. Nunca debió haber dejado que ese monstruo se lo llevara, pero, ahora, ella estaba en el lugar donde siempre tuvo que estar: la cárcel, y se encargaría de que estuviera un buen tiempo allí, quizá toda la vida. Aún recordaba con satisfacción como le rogaba que no la encerrara en ese lugar y, luego, como le decía que nunca encontraría al bastardo. De eso, hace unos diez años atrás. Pero, de qué le servía… Nunca dijo en dónde lo había dejado. Si ella iba a sufrir, era justo que él también sufriera, según sus entandares de justicia.

Sus padres venían a verlo de vez en cuando, pero él no quería ver a nadie, mucho menos cuando venían sus hermanos con sus sobrinos. Sufría demasiado al ver que su hijo no estaba para compartir su piscina o jugar con ellos. Sin quitarse la ropa, se durmió en la cama, con lágrimas en los ojos, soñando con su bebé.

En el departamento de Isabella, ella buscaba ropa para prestarle al niño. Encontró unos boxer que se le habían quedado a Jacob, suponía que la última vez que estuvo en la casa y un pijama gigante, que perteneció a Jasper, su querido amigo, quien se fue a un pueblo perdido siguiendo al amor.

Luego de tomar las cosas, llevó al niño al cuarto de baño, le preparó la bañera, a una buena temperatura, y lo dejó solo, para que tuviera privacidad.

En su vida él pensaba que esto le hubiese pasado, se sentía tan feliz... Metió la mano en la bañera y ronroneó de felicidad. Agua caliente. Nunca había tenido un baño de agua caliente y menos en una bañera tan grande. Se sacó la ropa, impaciente por meterse ahí, pero, no sabía qué hacer, ¿cómo debía bañarse?

—¿Quieres que te ayude, Edward? —Escuchó una voz. Vaciló antes de responder.

—No sé…

—En el lado izquierdo hay un bote blanco, échalo al agua, saldrá espuma, así no veré nada que no quieras que vea.

Obediente, tiró ese líquido al agua, viendo como la espuma subía y subía, por un momento pensó en gritar, quizá le había echado demasiada.

—Listo señorita Isabella. —Le dijo con timidez.

Bella entró al cuarto de baño colocando una silla junto a la bañera, sacó un shampoo y comenzó a pasarlo por el cabello del niño, haciendo espuma en él.

—Me disculparás, pero no tengo de varón. Olerás a fresas. —Le informó con una sonrisa.

—No tiene importancia. —respondió él.

Con los ojos cerrados pensando que si tuviera una madre y ella estuviera lavándole el cabello no le importaría oler a fresas. Además las fresas olían bien, no entendía por que no le gustaría oler a eso. Cuando estuvo listo, e incluso le pasó una cosa extraña por los brazos y piernas, lo cubrió con una toalla y lo llevó a un cuarto para secarle el cabello.

—Bien, colócate esa ropa de allí, te quedará grande, pero espero que pronto se seque la tuya.

—Le aseguro que me he colocado ropa más grande, a veces, en los albergues, no alcanza la ropa de mi talla y me tengo que poner de adultos.

Bella hizo una pequeña mueca al escuchar eso, pero se recompuso rápidamente.

—Te dejo para que te sientas cómodo.

Fue a la cocina. Tenía muchas ganas de llorar. ¿Cómo podían abandonar en la calle a un niño tan lindo como Edward? Bueno a cualquier niño. Su cabello rubio, con toques cobrizos, y esos ojos verdes lo hacían ver realmente muy guapo y allí fuera había un montón de pervertidos. Sabe Dios que le harían a ese niño si lo agarraran.

Preparó un café para ella y un chocolate para él, gracias a Dios tenía unas galletas para darle. Cuando apareció por la puerta se veía adorable con el pijama colgando, antes de que se cayera, le arregló las piernas para que no tropezara.

Se sentaron en silencio, Edward se tomaba todo el tiempo del mundo, disfrutando eso, que no sabía que era, pero olía y sabía delicioso.

—¿Qué es esto? Me gusta. —Se atrevió a preguntar.

—Chocolate caliente, para abrigar el cuerpo.

—Está muy rico.

Continuaron bebiendo en silencio, hasta que Bella no pudo contenerse más.

—¿Me quieres contar tu historia?

—No hay mucho que contar señorita Isabella, me abandonaron cuando tenía un año en un orfanato y a los cinco años escapé porque me trataban mal. Desde entonces vivo en donde me pille la noche. Pero mi lugar preferido es debajo del puente, aunque últimamente se ha vuelto peligroso así es que los menores hemos huido de ahí.

Isabella se quedó en silencio, no sabía que decir, así que optó por cambiar de tema.

—Ya pequeño, es hora de dormir, acompáñame. —Lo guío hacia el cuarto.

Los ojos de Edward se abrieron cuando vio la cama gigantesca que lo esperaba, Bella lo ayudó a acomodarse en ella.

—Si te sientes incómodo puedes sacarte los pantalones —Le dijo, sonriendo—. Nos vemos, Edward.

—Hasta mañana señorita Isabella.

Cuando se fue, Edward se aseguró de que estuviera lejos y comenzó a saltar en la cama. Nunca había sido tan feliz como ahora. Sabía que sería no sería permanente, pero disfrutaría su momento de alegría.

….

Al llegar la mañana, Isabella no sabía qué hacer, por el momento sólo iba a despertarlo para desayunar. Entró al cuarto, se veía tan bien, parecía un ángel.

Eddie a tomar el desayuno. —Lo sacudió levemente.

Mmmh, está bien…

Bella sonrío. El cabello del niño estaba desordenado apuntando a todas las direcciones. Quien sabe desde cuando no se bañaba.

—Voy al baño primero. —dijo, apurado.

—En un vaso hay un cepillo nuevo, puedes usarlo.

—Un… ¿Qué?

La chica sintió una pequeña punzada en el pecho al pensar que el niño ni siquiera sabía lo que era un cepillo.

—¿Alguna vez te has cepillado los dientes? —preguntó, imaginando la respuesta.

—No. ¿Cómo es eso?

Bella sonrió, resistiendo las ganas de llorar.

—Ven, te enseñaré.

Lo colocó en frente de un espejo, agarró un cepillo, le puso pasta e hizo que imitara lo que ella hacía. Luego empezó a mover el cepillo de arriba hacia abajo, por los costados y por debajo de los dientes, después, escupió, haciendo que el niño hiciera lo mismo. Repitió el procedimiento dos veces más y se enjuagó la boca. Edward repetía cada uno de sus movimientos.

—Es algo complicado.

—Se supone que lo tienes que hacer al menos tres veces al día: antes del desayuno, después de almorzar y antes de irte a dormir.

—¿Me lo puedo quedar? —preguntó, esperanzado. Bella le sonrió.

—Es completamente tuyo.

Como era de esperarse, Edward pidió chocolate caliente, se había convertido en su bebida favorita. Bella tomó un café bien cargado para poder resistir toda la mañana, tenía casos muy difíciles y no sabía qué hacer con el niño.

—¿Me puedes dejar en la fábrica que está cerca de donde me encontraste? —pidió el pequeño.

—Claro —Aceptó insegura—. ¿Qué haces ahí?

—Me gano algunos dólares ayudando en la construcción.

—Está bien, vámonos entonces.

Para Bella, el día se vio ocupado, pero no podía quitarse la imagen de ese niño de largo cabello rubio y ojos verdes que la miraban con mucha vulnerabilidad. En fin, mientras él se gana la vida haciendo Dios-sabe-qué ella igual debía hacer lo mismo.

….

Edward tenía una junta con su cuñado, Emmett, tenían que ir a ver cómo estaban las construcciones del edificio que se suponía sería el departamental más grande de New York. Habían vendido la mitad del edificio, faltaba vender el resto.

—¡Hola cuñado! ¿Cómo va todo? —Le habló Emmett voz alegré.

—Como siempre, Emmett. ¿Estás listo? Mi auto está esperando.

—Listo como siempre, hasta el infinito y más allá. —bromeó el grandote.

—¿Podrías comportante como adulto y no como niño de diez años? Me exasperas.

Edward caminaba rumbo a los estacionamientos donde lo esperaba su chofer. Se fueron en silencio. Emmett no hablaba de nada, estaba feliz, su hija participaría en un acto en la escuela, pero no podía contarle a Edward, lo pondría de mal humor y sería cruel hablar de niños frente a él…

Cuando entraron a la construcción no notaron al niño que cargaba unas carretillas con arenas, ni tampoco cuando fue a comprar en la camioneta algunas herramientas junto con uno de los obreros.

Edward y Emmett salieron de la construcción y se fueron a la mansión Cullen para la cena. Al cobrizo no le gustaba ir, pero no había encontrado una excusa cuando su madre lo llamó para invitarlo.

….

Bella salió a eso de las nueve de la noche, se tuvo que quedar hasta más tarde, necesitaba arreglar unos asuntos con unas demandas. Necesitaba a Jasper, él era experto en estos casos, quizá lo llamaría para que le diera su opinión y así podría preguntar por sus ahijados, los gemelos Cullen.

Encendió su carro, escuchando a Bruno Mars. Tarareaba la canción que sonaba en ese momento cuando vio a un niño comprando café en uno de los carros. Estacionó el carro frente a él.

—Eddie, sube al carro.