Hola! Tengo el placer de presentaros una adaptación al sasusaku del libro "Un hombre que promete", de Adele Ashworth. Espero que lo disfruten.

Los presonajes de Naruto no son míos, pertenecen a Masashi Kishimoto.

Capítulo 1

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Sur de Inglaterra, 1849

El gélido viento de finales de noviembre le azotó la cara y sacudió las vaporosas faldas del vestido contra sus piernas mientras Sakura Haruno se apeaba del carruaje de alquiler en Winter Garden. La joven respiró hondo para llenarse los pulmones con el vivificante aire vespertino, cerró los ojos durante un momento mientras giraba el rostro hacia el sol y se arrebujó bajo la capa de viaje para protegerse de ese frío al que no estaba acostumbrada.

Inglaterra. Por fin había regresado a Inglaterra. El olor de los fuegos de leña de los hogares y de esa tierra rica y fértil no se había borrado ni de sus sentidos ni de sus recuerdos. El susurro de los árboles y el repiqueteo de los cascos de los caballos a lo largo del camino de grava que serpenteaba a través del pueblo despertaban tiernos recuerdos referentes a la familia, al lugar al que pertenecía. Ése era el país de su padre (aunque a ella también le gustaba considerarlo el suyo) y, de haber podido elegir cualquier lugar del mundo para vivir, se habría instalado allí para el resto de sus días.

Por desgracia, era francesa, y la vida no era tan sencilla.

Cuando le hizo un gesto con la cabeza al cochero, éste dejó sus cosas (un par de baúles, nada más) junto a ella a un lado del camino, y después regresó a su asiento para dirigirse a la siguiente parada. El hombre no había podido acercarse más a la casa con el carruaje debido a la estrechez del sendero, y puesto que ella no podía llevarlas sin ayuda, sus posesiones tendrían que quedarse donde estaban. No importaba. Los baúles estaban cerrados con llave y Sasuke Uchiha, su nuevo colega y un hombre al que pronto conocería, podría ir a buscarlos en cuestión de minutos.

Las instrucciones que había recibido el día anterior eran de lo más claras. Durante las semanas siguientes trabajaría y viviría en la parte sur del pueblo, en la última casita de la derecha: Hope Cottage. Desde donde se encontraba en esos momentos, alcanzaba a ver la cerca de madera que rodeaba la propiedad, una estructura que le llegaría a la altura de la cintura y que estaba pintada del color de los narcisos en primavera. Sakura se colocó la holgada capucha sobre la cabeza y metió los mechones de cabello que el viento le había soltado bajo el oscuro ribete de piel. Tras sujetarse el cuello de la capa en la nuca con una de las manos, utilizó la otra para alzarse las faldas y recoger la pequeña bolsa de viaje antes de comenzar a avanzar por Farrset Lane.

Esa misión había sido toda una sorpresa para ella. No había dejado de hacerse preguntas al respecto desde que recibiera el mensaje urgente de sir Sasori Akasuna, su superior inmediato, diez días antes. Dicho mensaje no daba ningún detalle, tan solo decía: «Te necesitan en casa. Ven rápido, y sola». Y lo había hecho sin rechistar, porque a decir verdad le venía bien cualquier excusa para volver a Inglaterra; pero sobre todo porque en eso consistía su trabajo, y su trabajo era lo único que tenía, lo único que apreciaba en el mundo.

No obstante, sir Akasuna no había añadido mucho a la limitada información que ella ya conocía. Había pasado muy poco tiempo con él en Londres el día anterior, ya que no se había descubierto nada aparte de ciertos rumores acerca de una extraña operación de contrabando que o bien se estaba llevando a cabo en ese diminuto y encantador lugar de retiro invernal, o bien utilizaba el pueblo como ruta de paso. Curiosamente, el contrabando era su especialidad, y ésa era la razón por la que sus superiores la habían elegido para colaborar en la investigación. También era bastante probable que necesitaran a una mujer para el trabajo, ya que enviar a otro hombre podría haber resultado extraño, o incluso sospechoso, para los habitantes del pueblo. La identidad que había asumido el señor Uchiha, la de un licenciado retirado, correría menos peligro si ella fingía ser su acompañante o su enfermera… o cualquier otra ocupación verosímil. Dejaría la decisión en manos del hombre, y él le proporcionaría los detalles que necesitaba. Estaba ansiosa por conocerlo, y no tardaría mucho en hacerlo.

Sakura, con su aspecto mundano, sofisticado y elegante, trabajaba como espía para el gobierno británico. Llevaba ejerciendo como tal casi siete años, y se le daba extraordinariamente bien. No había muchas personas que reunieran sus características, y lo sabía muy bien. Eso también la convertía en alguien muy valioso. Parisina de nacimiento, solía trabajar para Inglaterra desde la singular ciudad de Marsella, donde tenía su residencia actual. Su falsa identidad como la joven viuda del mítico Naruto Uzumaki (un comerciante de té perdido en los mares) era aceptada por todos los que la conocían. Su trabajo estaba relacionado con distintos asuntos, aunque la mayoría de las veces consistía en revelar los entresijos, tanto locales como nacionales, del vasto y a menudo peligroso reino del contrabando. Los altos cargos del gobierno inglés la habían instalado en una bonita casa, cerca del centro de la ciudad mediterránea en la que más se la necesitaba, y desde allí enviaba toda la información pertinente a sir Akasuna. Por supuesto, esa misión en Inglaterra era un acontecimiento sin precedentes para ella, tanto por la escasa información referente a los incidentes que le habían proporcionado como por el hecho de que nunca antes había puesto a prueba sus habilidades fuera de Francia.

Sabía muy poco sobre ese pueblo, Winter Garden. Estaba localizado a unos cuantos kilómetros de la ciudad costera de Portsmouth, anidado entre las pequeñas colinas que lo rodeaban por todos lados y que lo protegían en cierta medida del frío invernal. La vegetación exuberante y las temperaturas suaves que mantenía durante todo el año convertían esa localidad en un paraíso para la aristocracia inglesa, de modo que la mitad de la población estaba formada por aquellos miembros de la clase alta que viajaban allí solo durante los meses de invierno y lo utilizaban como una especie de retiro estacional. Ese hecho en sí mismo era de lo más inusual si se tenía en cuenta la época de dificultades económicas que atravesaba el país. Al igual que en Francia, la mayoría de los pueblos ingleses estaban habitados por campesinos, debido a que las condiciones de vida eran duras y deprimentes. Sin embargo, Winter Garden gozaba de una reputación diferente y Sakura entendió muy bien por qué en cuanto lo vio por primera vez. Allí estaba rodeada de belleza; la elegancia recorría las calles. Pese al frío que hacía, aún había algunas plantas en flor. Jamás nevaba en Winter Garden, o eso tenía entendido.

Aun así, debía recordar que ese aspecto de serenidad no era más que una ilusión; de lo contrario, no la habrían enviado allí. Bajo la superficie tranquila del pueblo hervía un escándalo a punto de rebosar. Y sería ella quien lo destapara con la ayuda de Sasuke Uchiha, un hombre de quien sabía menos que de la propia misión. La única información que le habían proporcionado sobre él decía que era un hombre muy alto, de treinta y nueve años, que había trabajado para el gobierno los últimos diez y que llevaba ya varias semanas en Winter Garden, aunque todavía no había averiguado mucho sobre actividades ilegales. Había solicitado ayuda y el gobierno le había enviado a Sakura.

Se acercaba ya al final del sendero cuando divisó por fin la casa. La luz del sol matinal iluminaba la fachada de lo que parecía ser un pequeño edificio de dos plantas, encantador en su sencillez y construido a base de limpios ladrillos blancos. Los postigos amarillos, a juego con la verja, estaban abiertos para permitir que los rayos de sol penetraran en el interior a través de las grandes ventanas biseladas. Las jardineras vacías, pintadas en distintos tonos de rosa y azul, eran el único motivo de decoración, aparte de las lilas y los letárgicos rosales que rodeaban la propiedad, recordatorios constantes de la cálida primavera que estaba por llegar.

Sakura le quitó el cerrojo a la puerta de la verja y siguió el sendero de piedra hasta el porche, parcialmente cubierto por un enrejado de hiedra. Dejó la bolsa de viaje en el suelo a su lado, llamó un par de veces a la puerta principal y dio un paso atrás para comprobar su aspecto y alisarse las faldas mientras se sacudía la capa con la palma de la mano. Era una estupidez preocuparse por eso allí, pensó; pero su apariencia había sido la mayor de sus ventajas, y quería causarle una buena impresión al hombre en cuya compañía tendría que pasar bastante tiempo.

Esperó unos momentos, pero nadie abrió la puerta, ni algún servicial criado ni el propio señor Uchiha; eso la dejó un poco desconcertada, ya que sabía que la esperaban. Un instante después escuchó los chasquidos apagados de alguien que cortaba leña detrás de la casa. Dejó la bolsa en el porche, se alzó las faldas hasta los tobillos y bajó con mucho cuidado hasta la hierba con la intención de seguir los sonidos.

Toda la propiedad estaba rodeada por altos pinos que protegían su intimidad de las posibles miradas indiscretas de los vecinos. Las lilas crecían junto a las paredes de ladrillo de la casa. Cuando dobló la esquina, se dio cuenta de que tanto el jardín como el huerto habían sido arreglados recientemente y aguardaban latentes la llegada de la próxima estación. Era un lugar recluido y encantador, con extensas zonas que servían como refugio del calor en verano y de las gélidas ráfagas de viento en invierno; unas zonas especialmente diseñadas para alejarse un poco de las pesadas cargas de la vida diaria.

Fue entonces cuando vio al hombre.

Sakura se detuvo en seco y lo contempló con la boca abierta. Comprendió de inmediato que ésa era una reacción ridícula por su parte. No obstante, y pese a las muchas y variadas experiencias de su vida, jamás había conocido a alguien semejante. Los vividos pensamientos sexuales que la inundaron de pronto la dejaron por completo anonadada.

El hombre se encontraba junto al límite posterior de la propiedad, a menos de tres metros de distancia. De espaldas a ella, desnudo de cintura para arriba y con las piernas ligeramente separadas, alzaba el hacha con aparente facilidad para descargarla sobre los arbustos en un intento por deshacerse de la maleza. Era altísimo, con músculos que resaltaban en sus amplios hombros, sus esculpidos brazos, a ambos lados de la columna y en la esbelta cintura, que desaparecía bajo unos pantalones ajustados negros rematados por botas altas de cuero. A juzgar por el brillo del sol que se reflejaba en sus hombros, era evidente que estaba sudando a causa del ejercicio; y aunque allí fuera hacía bastante frío para convertir el aliento en escarcha, él no pareció notar el gélido aire otoñal cuando se agachó para agarrar una rebelde planta con una de sus enormes manos mientras cortaba la base con la otra.

La palabra «grande» no bastaba para describirlo, fue lo primero coherente que se le ocurrió a Sakura cuando recuperó el control de sí misma. Sir Akasuna se había quedado bastante corto en su descripción, algo que parecía hacer con mucha frecuencia y sobre lo que tendría que discutir con él. O tal vez sir Akasuna no había creído necesario aclarar que «grande» significaba fuerte, alto y musculoso; y no orondo, como ella había imaginado. Viendo su musculosa espalda, nadie diría que ese hombre era un intelectual de treinta y nueve años.

Una ráfaga de brisa le arrojó sobre los ojos el suave ribete de piel de su capucha. Sakura alzó la mano para colocárselo, y fue en ese preciso instante cuando el hombre se percató de que estaba detrás de él.

Se puso rígido, con el hacha en lo alto. Acto seguido, dejó que el mango se deslizara entre sus dedos y que la hoja descansara sobre su puño. Respiró hondo y alzó el rostro hacia la puesta de sol. Transcurrieron cinco segundos. Diez. Después, giró la cabeza hacia un lado y ella pudo observar su perfil mientras le hablaba por encima del hombro.

—Llevaba mucho tiempo esperándola, Sakura —dijo por encima del hombro.

Su voz, suave y profunda, parecía expresar una especie de… anhelo poético. Sus palabras, en cambio, solo expresaban la irritación que le causaba que hubiera llegado tarde.

—Señor Uchiha —replicó ella con serenidad, aunque tenía las manos entrelazadas y se apretaba los dedos con fuerza.

El hombre se enderezó y se giró hacia ella muy, muy despacio.

Sus ojos, del color del carbón y enmarcados por abundantes pestañas, la estudiaron con detenimiento. Sin embargo, fue la visión de su rostro y de su impresionante porte lo que la dejó sin aliento. Sakura no lo habría calificado como apuesto en el sentido clásico. De hecho, no lo era. Era brutalmente atractivo.

Su piel bronceada brillaba a causa del sudor; su cabello, abundante oscuro, se elevaba hacia atrás con unos picos que desafiaban la ley de la gravedad. En su rostro recién afeitado, que tenía una estructura ósea perfectamente proporcionada en ángulos fuertes y pronunciados, llamaba la atención una cicatriz vertical de unos cinco centímetros que llegaba justo hasta la comisura derecha de su hermosa y bien definida boca. Ese hombre parecía un guerrero aguerrido e indómito, y las muestras de su soberbia virilidad eran tan claras como las señales de humo en un día despejado.

No obstante, lo que la hizo sentirse incómoda en su presencia no fue su descomunal estatura, sino la inmediata y explícita indiferencia que mostró por sus encantos femeninos. No estaba acostumbrada a eso. El hombre que tenía delante se limitaba a mirarla a los ojos sin pestañear. No observó su figura, ni echó siquiera un vistazo a sus pechos. Clavó esa mirada hechizante en ella, dentro de ella, con una expresión indescifrable en sus rasgos fuertes, duros y cincelados. Una mirada hipnotizante. Sakura se estremeció sin poder evitarlo.

Pasó un largo instante sin que ocurriera nada. No se dijeron más palabras ni se expresó ningún otro pensamiento. Después, por fin, el hombre bajó la vista y dejó el hacha en el suelo, a su lado.

—La esperaba a mediodía.

Ella recuperó la compostura al ver que parecía de mejor humor.

—El tren salió tarde de la ciudad esta mañana, y perdí el primer carruaje. Acabo de llegar —Se humedeció los labios—. Es un pueblecito encantador. —Vaya un comentario más ridículo… Era una profesional y estaba allí para trabajar con ese hombre. Algo bastante sencillo y, sin embargo, ese hombre la ponía nerviosa.

Él estiró el brazo para coger la camisa blanca de algodón que colgaba de la rama de un árbol, y se la pasó por la cabeza para cubrirse el cuerpo cubierto de sudor. Incapaz de apartar la mirada, Sakura observó sus movimientos y se fijó en el vello húmedo de su pecho, que brilló a la luz del sol cuando los músculos de su torso se flexionaron.

—Tiene un marcado acento —señaló él, resaltando lo evidente.

Ella estuvo a punto de sonreír.

—Pero hablo su idioma a la perfección.

—Sin duda —El hombre estudió con detenimiento sus labios—. Una combinación que puede resultar de lo más seductora.

Sakura comenzó a moverse con nerviosismo. Era la primera vez en su vida que una insinuación, por más ronca y deliberada que fuera, conseguía que se sintiera incómoda.

El hombre se apoyó las manos en las caderas y la miró a los ojos una vez más.

—Eso podría servirnos de ayuda.

Primero un comentario sugerente y después otro de lo más franco… Sakura se limitó a parpadear, incapaz de formular una réplica adecuada. No obstante, ese hombre no se había movido de donde estaba, no había respondido a sus preguntas y, aunque parecía bastante sincero, estaba claro que no se sentía atraído por ella en el sentido físico. Y no estaba segura de si eso la molestaba o no.

Dio un paso hacia él.

—Señor Uchiha…

—Sasuke.

Ella se detuvo y asintió con la cabeza.

—Sasuke, ¿le importaría recoger mis baúles? Solo he traído dos, pero el cochero no pudo acercarse más a la casa y tuve que dejarlos al lado del camino.

Los sombríos rasgos de su rostro se contrajeron lo suficiente para que ella notara su indecisión. ¿O acaso era fastidio? No estaba segura. De haber tenido que elegir una palabra para describirlo, esta habría sido «poderoso», y esa fuerza más que evidente le permitiría acarrear sus pertenencias sin ninguna dificultad. Con todo, parecía reacio a hacerlo.

Recogió el hacha del suelo una vez más. Después, con un único movimiento de la mano, la clavó en la tierra que había a sus pies.

—Iré por ellos —dijo con un tono reservado—. Después, entraremos en la casa y hablaremos.

—Gracias —El radiante sol bañaba sus mejillas con una luminosidad engañosa, pero el viento gélido que aullaba a su alrededor se le introducía por la nuca y por debajo de las faldas. Iba a ser un invierno muy frío, tanto en el interior de esa casita como fuera de ella.

Sasuke la miró de nuevo a los ojos antes de dar unos cuantos pasos hacia ella y fue entonces cuando Sakura comprendió a la perfección por qué se mostraba reacio.

Su pronunciada cojera la sorprendió tanto que era probable que él se diera cuenta. O que lo esperara. A primera vista, no parecía causada por una herida reciente en vías de curación. Sasuke favorecía su pierna derecha, aunque ambas parecían afectadas. Por su forma de moverse, dedujo que se trataba de una antigua lesión que habría dejado cicatrices.

—Sasuke…

Él se detuvo de inmediato para interrumpirla, pero no encaró su mirada.

—No pasa nada, Sakura —replicó en un ronco susurro.

Acto seguido, pasó tan cerca de ella que Sakura sintió el calor de su cuerpo y se apartó instintivamente a un lado. Él prosiguió su marcha sin prestar atención a la inusual preocupación que ella mostraba por su condición física y dobló la esquina para dirigirse al camino principal.

Sakura, que se enorgullecía de su aplomo y su atención constante a los detalles, se descubrió avergonzada hasta lo más hondo tras esa conversación. Mucho más que él, pensó. Las reacciones que había mostrado ante ese hombre no eran propias de ella y, por lo general, jamás metía la pata con tan poco tacto. Su primer encuentro había sido de lo más extraño. Y, cuanto más lo pensaba, más le molestaba que sir Akasuna no le hubiera mencionado que su nuevo compañero de trabajo estaba discapacitado. Sin duda, debería haberlo sabido.

Con los hombros erguidos y las mejillas ardiéndole, volvió sobre sus pasos y atravesó la hierba antes de seguir el costado de la casa. Sasuke no había esperado a que lo siguiera, y ya había desaparecido de la vista por el camino principal. Sakura se dirigió hacia el porche y aguardó en silencio, con las manos entrelazadas junto al regazo. Se negaba a observar cómo ese hombre le traía las cosas, aunque sentía una inexplicable necesidad de hacer eso mismo… y no porque la intrigaran sus lesiones, sino porque la intrigaba todo lo demás.

Unos minutos más tarde escuchó sus pasos irregulares sobre la grava. Sasuke apareció de entre los árboles que flanqueaban el camino instantes después; llevaba los baúles en las manos, uno encima del otro, como si no pesaran más que un par de kilos. Una fuerza extraordinaria, sin lugar a dudas.

Sakura desvió la mirada hacia los enrejados recién pintados cuando él atravesó la puerta de la verja y se adentró en el sendero de piedra.

—¿Me abre la puerta? —le pidió con una voz firme que carecía de toda señal de agotamiento.

Por el amor de Dios, ¿qué narices le ocurría? Ya debería haberla abierto. No deseaba comenzar su relación laboral dando a entender que era una francesita estúpida y atolondrada. Sin duda, él ya se estaría cuestionando sus aptitudes.

Se obligó a mostrar un aplomo que no sentía en absoluto y cogió la bolsa de viaje con una mano mientras giraba el picaporte con la otra. Cuando la puerta se abrió con suavidad, se hizo a un lado a toda prisa para permitirle el paso.

Cuando lo siguió hacia el interior de la casita, se dio cuenta a simple vista de que el edificio era mucho más espacioso de lo que parecía desde fuera. Dejó atrás el pequeño recibidor, vacío salvo por un perchero de pared de latón, y se adentró en la sala de estar, que estaba decorada en tonos verdes y marrones y que según parecía era la única estancia de recreo. En el centro, de cara a la chimenea situada en la pared oeste, había un rústico sofá tapizado en brocado de un suave color verde azulado. Al lado de este había un único sillón revestido del mismo material, con el respaldo alto, un acolchado generoso y un escabel a juego justo delante. No había cuadros sobre el papel de estampado floral que cubría las paredes, aunque las grandes ventanas ocupaban la mayor parte del espacio desde la pared norte hasta su derecha. Los suelos de madera también carecían de adornos, a excepción de una alfombra oval marrón que se extendía desde el sofá hasta la chimenea y que se mantenía en su lugar gracias a una robusta aunque magnífica mesita de té de roble. Entre el sofá y el sillón, encima de una mesa auxiliar muy similar, había un maravilloso juego de ajedrez, hermosamente tallado en mármol de color coral y castaño… la única cosa que había en la estancia, a excepción de unas cuantas macetas y unos pocos libros que demostraban que allí vivía alguien.

Una vez dentro, Sasuke dobló la esquina hacia la izquierda y siguió un corto pasillo antes de desaparecer en una habitación que imaginó sería la de ella. Sakura notó que justo a su izquierda había una estrecha escalera que subía hasta la segunda planta y, bajo ella, al lado del recibidor, había una puerta que conducía a la cocina. Permaneció en silencio donde estaba, a la espera de que la invitaran a sentarse, aunque sabía que aquel era ya también su hogar.

Era una casa mucho más pequeña que la de Marsella, y no veía a ningún sirviente, otra de las cosas a las que se había acostumbrado demasiado. En Marsella no tenía más que una doncella personal, la eficiente Hinata Hyuuga, quien también se hacía cargo de las comidas, de la casa y de su guardarropa. Por lo general, Hinata viajaba con ella, pero las instrucciones que había recibido de sir Akasuna se lo habían impedido en esa ocasión. Tendría que apañárselas sin ayuda en Winter Garden.

Sasuka regresó instantes después, y tuvo que agacharse para evitar golpearse la frente con la parte superior de la puerta, puesto que su cabeza llegaba casi hasta el techo. No obstante, parecía hacerlo sin darse cuenta, ya que volvió a clavar la mirada en ella de inmediato.

—La habitación de la derecha es la suya —explicó con tono quedo—. Beth Barkley, la hija del reverendo, viene todos los días para preparar la comida, limpiar y recoger la ropa sucia. Le pedí que pusiera sábanas limpias en su cama esta mañana.

—Bien —Comenzó a tirar de los guantes de cuero azul para quitárselos; por razones que no entendía muy bien, todavía se sentía incómoda. Su único consuelo era que él no parecía darse cuenta del mal trago que estaba pasando—. Y ¿dónde duerme usted, Sasuke?

El hombre se detuvo a un metro de ella con los brazos en jarras, sin encontrar al parecer ningún significado oculto tras la pregunta.

—Yo he elegido la habitación de arriba, así que dispondrá de toda la intimidad que necesite. El retrete está cerca de su dormitorio, al final del pasillo. No tenemos bañera, pero en la posada local no hay que pagar más que una ínfima cantidad para utilizar la suya, y está limpia.

Sakura intentó esbozar una sonrisa y comenzó a desabotonarse la capa.

—Gracias.

Deseaba que él dejara de mirarla con esos ojos duros y escrutadores, como si no se diera cuenta de lo femenina que era y en cambio le resultara… era un poco contradictorio, ¿no? Estaba claro que sir Akasuna le había dicho lo que debía esperar de ella. Sin embargo, parecía estudiarla con detenimiento en lugar de admirarla.

—¿Le gustaría tomar un té? —preguntó con cortesía, interrumpiendo sus pensamientos.

—Sí, por favor —respondió ella a toda prisa mientras se apartaba la capa de los hombros.

Sin hacer comentario alguno, Sasuke estiró el brazo para cogerla junto con los guantes, y echó una mirada rápida a su figura, ataviada con un sencillo vestido de viaje de muselina azul celeste. A continuación, se dio la vuelta y desapareció por el pasillo una vez más.

Sakura se reprendió a sí misma y respiró hondo en un intento por relajarse. Debía luchar contra el cansancio, contra el dolor de cabeza y contra la presión de las ballenas que oprimían su cintura desde hacía ya diez horas. Necesitaba mantener la mente despejada y recordar cuál era su objetivo. Estaba allí por asuntos gubernamentales, y también él. Lo que pensara de ella, la impresión que le hubiera causado, era irrelevante. A decir verdad, tampoco ella se entendía muy bien en lo que a él se refería, ni las reacciones que había experimentado al verlo por primera vez. Por lo general, cuando elegía compañía masculina prefería caballeros de buena familia apuestos y sofisticados. Nunca antes se había sentido atraída por los hombres como Sasuke Uchiha, y ese hecho en sí mismo la intrigaba.

Escuchó el tintineo de los platos en la cocina, pero no se dirigió hacia allí. ¿Qué podría decirle? Tenían un montón de cosas que discutir, desde luego, pero se sentiría más cómoda dejando que él iniciara la conversación, algo que sin duda haría mientras tomaban el té. Además, estaba demasiado inquieta para retirarse a su habitación tan temprano.

En lugar de eso, Sakura se adentró en la sala de estar. Le agradaba la sensación de amplitud que se respiraba en la estancia; aunque los muebles eran oscuros y las ventanas estaban al norte y al oeste, la habitación parecía luminosa y desahogada. Las brasas de la chimenea estaban a punto de apagarse, pero pronto se avivarían y se añadiría más carbón a fin de calentar la casa para la noche que se avecinaba. Por encima del fuego, en la repisa, había un reloj dorado que marcaba casi las cuatro, y al lado se encontraba lo que parecía ser una caja de música de madera. Sasuke se preguntó si esas cosas, o cualquiera de las que se encontraban en la estancia, eran de él. Estaba claro que el juego de ajedrez sí lo era. No lo sabía a ciencia cierta, pero la dureza de las piezas y la soledad que sugería parecían encajar con lo que sabía de él.

Se detuvo frente al tablero, cogió un caballo de mármol marrón y lo hizo girar entre los dedos. Era una talla pesada, fría y robusta. Sí, el ajedrez le pertenecía.

Levantó la mirada al escuchar los pasos masculinos sobre el suelo de madera. Sasuke entró en la estancia con una bandeja plateada que contenía una tetera de porcelana, tazas y platillos a juego, un azucarero y un cuenco de nata. La miró a los ojos de nuevo con una expresión neutra e indescifrable.

Sin dejar de mirarlo, Sakura se dejó caer muy despacio en el sofá e intentó sofocar la risa que le provocaba la imagen que tenía ante sí: un enorme semidiós guerrero, moreno y sensual, con una bandeja de té en las manos, preparado para servírselo personalmente. Consiguió mantenerse impasible y le formuló una pregunta.

—¿A quién le pertenece esta casa, Sasuke?

Él arqueó un poco las cejas.

—No estoy seguro —Dejó la bandeja en la mesita, cogió la tetera y sirvió las dos tazas antes de colocar una delante de ella—. Sir Akasuna solo me dio las llaves y la dirección. Las pocas cosas que hay aquí son mías, lo que traje de mi casa. Los muebles de los dormitorios y de la cocina ya estaban aquí cuando llegué.

Sakura se alisó las faldas y las colocó de forma que él pudiera tomar asiento en el sillón de al lado sin pisarlas. Sasuke sujetó el platillo y la taza y se sentó con cierta rigidez.

—Entonces no es usted de aquí —comentó ella con los ojos fijos en su rostro.

—Soy de Eastleigh, una localidad a varias horas al norte de aquí —replicó él de inmediato y sin afectación—. Vine un par de veces a Winter Garden de vacaciones, aunque han pasado seis o siete años desde la última vez que estuve aquí. No conocía a nadie cuando llegué esta vez, pero he logrado conocer a algunas personas y establecer ciertas amistades durante las últimas semanas.

—Supongo que eso nos será de cierta ayuda en nuestra misión —respondió ella con aire pensativo.

—Mmm…

Se produjo un incómodo momento de silencio. Sakura volvió a echar un vistazo a la pieza de mármol que aún tenía en la mano.

—¿Juega al ajedrez, Sasuke?

Él se llevó la taza a los labios y dio un pequeño sorbo del humeante té.

—Juego a menudo, sí. Me ayuda a pensar y, en ocasiones, a relajarme.

Su tono se había hecho más grave al responder a la pregunta personal, pero ella decidió pasarlo por alto.

—En ese caso, supongo que jugará con alguien del pueblo, ¿no?

El guardó silencio durante tanto tiempo que Sakura se vio obligada a volver a mirarlo a los ojos. Su expresión se volvió sombría e intensa casi al instante.

—Juego solo, Sakura —respondió con un susurro grave y ronco—. Hace bastante tiempo que no tengo a nadie con quien jugar.

Sakura no tenía la menor idea de cómo tomarse aquello, pero notó que la cercanía del hombre y la intensidad de su mirada le provocaban una súbita oleada de calor. ¿Tenía idea de lo sugerente que resultaba esa respuesta? Parecía un comentario íntimo y sensual entre amantes. A Sakura no le cabía la menor duda de que, de haber estado con diez personas más en la habitación, ella habría sido la única que le habría encontrado una connotación erótica a la observación. ¿Pensaría él lo mismo?

Él se limitó a observarla con los párpados entornados y una leve expresión desafiante en sus hermosos labios. Sakura notó que se le tensaban los músculos del vientre, pero no podía echarse atrás. Sí. Él lo sabía. Era muy consciente de lo que había dicho y sabía a la perfección cómo lo había interpretado ella.

—¿Usted juega? —preguntó Sasuke con una voz ronca y queda.

Sakura parpadeó con rapidez y se enderezó para dirigir la mirada hacia el tablero que tenía al lado antes de colocar con mucho cuidado el caballo de mármol en su lugar.

—Sé jugar, pero hace mucho que no lo hago —admitió con una timidez que la sorprendió incluso a ella—. Supongo que a usted se le da bien, Sasuke.

—A mí se me da muy bien.

Ella titubeó.

—¿Suele… ganar?

—Hasta el momento, mis habilidades nunca me han fallado.

Aunque ni siquiera la había tocado, sentía las punzadas de esa mirada… descarada, inquisitiva y arrogante.

—Creo que disfrutaría con el desafío —confesó ella en voz baja al tiempo que volvía a mirarlo a la cara con fingido candor—. Pero debe usted saber que yo también juego para ganar.

El hombre se arrellanó en el sillón y extendió la pierna para apoyarla sobre el escabel que había delante.

—¿Y lo consigue?

—¿Ganar?

Él asintió con indolencia.

Sakura se movió con incomodidad en el sofá y se pasó la mano húmeda sobre el muslo cubierto de muselina.

—A menudo —admitió con un nudo en la garganta.

Durante un efímero instante, le pareció que Sasuke había sonreído, algo que hasta ese momento no le había visto hacer. Acto seguido, se llevó la taza a los labios con lenta y calculada precisión y dio un largo sorbo sin apartar los ojos de ella.

—Estoy seguro de que estará de acuerdo conmigo… —dijo unos segundos más tarde—… en que cuando ambos contrincantes tienen la oportunidad de ganar, el juego… resulta mucho más divertido —Hizo una pausa antes de añadir en un suave susurro—. Creo que resultaría fascinante observar la expresión de satisfacción de su rostro cuando lo consigue, Sakura.

No podía creer que él hubiera dicho aquello, y no pudo soportarlo más. De repente, el ambiente de la habitación le pareció viciado, cargado de una tensión que no acertaba a describir. Deseó tener un abanico a mano, a pesar de que estaban casi en pleno invierno. El calor que sentía provenía de su interior, y lo había provocado un hombre al que apenas conocía con palabras inocentes cuya connotación sexual era muy evidente para ambos. Y todo disimulado en una sencilla charla sobre ajedrez.

Sakura dio un respingo cuando el reloj de la repisa marcó las cuatro. Apartó la mirada y estiró la mano rápidamente en busca de su té antes de servirse el azúcar y la crema con dedos inusualmente torpes. Se fijó en los intrincados detalles de los diminutos tulipanes morados grabados al aguafuerte en las delicadas tazas de porcelana.

—¿Le gustaría saber algo más acerca de nuestra misión?

Temblaba como un flan, pero él parecía haber recuperado de nuevo su comportamiento indiferente, casi formal. Se le daba muy bien hacer eso, pensó Sakura, y estaba claro que era un experto a la hora de ocultar sus pensamientos, sus sentimientos y, a buen seguro, sus emociones. Se había dado cuenta de eso al instante. A ella también se le daba bien, pero ese hombre parecía llevarle ventaja en lo que a recuperar la compostura se refería. Al menos, él no se había ruborizado como ella, y tenía la certeza de que ése era un hecho que Sasuke no había pasado por alto. Se preguntó por un momento si a él lo había excitado tanto la conversación como a ella, pero dado que no tenía forma de averiguarlo, trató de no pensar en ello.

—Desde luego, por favor —contestó al tiempo que dejaba la cucharilla sobre el plato.

Él colocó la taza y el platillo sobre la mesa y volvió a reclinarse en el sillón antes de apoyar el codo sobre el acolchado del brazo.

—¿Qué es lo que sabe ya?

Sakura se encogió de hombros y se concentró en la taza de té humeante mientras se la llevaba a los labios para dar un pequeño sorbo.

—Solo que corren ciertos rumores sobre actividades contrabandistas que tiene lugar desde o a través de Winter Garden. Nada más.

—¿Qué le contó sir Akasuna sobre mí? —preguntó él con mucha cautela.

Ella lo miró de reojo a través de las pestañas y dio otro sorbo al té. Los últimos rayos de sol que se colaban a través de la ventana que daba al oeste iluminaban su cuerpo y su rostro, destacando la cicatriz de la boca. Un oscuro mechón caía sobre su frente, pero él no parecía notarlo y permanecía curiosamente concentrado en ella.

Tras dejar la taza y el plato sobre la mesa, Sakura se giró para enfrentarse a él y entrelazó las manos sobre el regazo en un intento por apartar todo pensamiento sexual de su cabeza. Algo que al parecer él ya había conseguido.

—Solo me dijo que usted era un hombre «grande» de treinta y nueve años. Y que llevaba viviendo aquí varias semanas sin averiguar nada. Me comentó que había solicitado ayuda y que sería usted quien me proporcionaría todos los detalles necesarios. Eso es todo. Apenas estuve unos minutos con él ayer.

—Entiendo —Se frotó la barbilla con el dorso de los dedos y se rascó la piel con la barba incipiente—. ¿Sabe qué es lo que se está pasando de contrabando?

Sakura enarcó las cejas.

—No, aunque supongo que debe de ser algo importante o valioso. Jamás me habrían pedido que viajara desde el sur de Francia hasta aquí por un asunto trivial.

—Opio —reveló él con voz queda.

Sakura se sintió atravesada por una gélida y sombría oleada de emociones que la dejó paralizada. De todos los recuerdos infantiles que le habían dejado una amarga huella, sus experiencias con los efectos del abuso de opio eran las que le causaban un mayor dolor. Pero él no tenía por qué saberlo.

—Opio —repitió con suavidad—. ¿Cómo se puede pasar de contrabando algo que es legal y que puede adquirirse de la manera apropiada?

—Robándolo antes de que sea tasado y distribuido —Se quedó ensimismado mientras recopilaba la información necesaria para continuar—. Nuestras sospechas comenzaron hace dieciocho meses, cuando nos enteramos de que estaban desapareciendo pequeños cargamentos poco después de su llegada a Portsmouth. El servicio secreto no inició una investigación de inmediato porque las cantidades robadas, en un principio, no merecían tal esfuerzo. Sin embargo, durante los últimos cuatro o cinco meses las cantidades robadas se han incrementado hasta tal punto que ya no pueden pasarse por alto. Las pérdidas son cada vez más cuantiosas. Así pues, se emprendió una investigación oficial, pero tras unas cuantas semanas sin descubrir nada, se tomó la decisión de enviarme aquí para que me integrara en el pueblo y trabajara en secreto.

Intrigada, Sakura se inclinó hacia delante, con los antebrazos apoyados sobre los muslos y las manos entrelazadas.

—¿Creen que el opio se pasa de contrabando desde Winter Garden?

Sasuke se acercó a ella por encima del brazo del sillón con los ojos brillantes y el rostro tenso.

—El rastro conduce hasta las inmediaciones de Winter Garden, donde se desvanece. En condiciones normales, ya deberíamos haber detectado alguna señal de actividad o haber averiguado algo útil gracias a la vigilancia y a los rumores, pero hasta ahora no hemos conseguido nada —Entrecerró los ojos de manera astuta—. Creo que el opio se trae hasta este lugar porque el pueblo no está bajo sospecha, y una vez aquí, se divide y se transporta hacia el norte de Inglaterra para su venta y distribución. Las razones no están claras, y no sabemos nada acerca de sus medios, pero creemos que quienquiera que se esté arriesgando a hacerlo lo vende para que sea fumado, y no bebido, y que él (o quizá ella) está ganando una fortuna vendiéndoselo a una clientela de lo más selecta. Creo también que la operación está dirigida, o al menos organizada, por alguien que tiene su residencia permanente aquí, ya que los cargamentos se han recibido durante los meses de verano. No obstante, aún nos queda por descubrir quién es esa persona y cómo logra llevar a cabo la distribución en absoluto secreto.

Sakura cogió de nuevo la taza de té; comenzaba a sentir el suave aguijoneo de la anticipación, como siempre que le asignaban un nuevo caso.

—Puesto que el opio es robado, está claro que la operación resulta de lo más lucrativa para el distribuidor —especuló en voz alta al tiempo que observaba la mesa que tenía enfrente—. De lo contrario, esa persona no se habría arriesgado tanto; y dado que no se necesita una inversión inicial, la venta no le proporcionará más que beneficios. Pero no trabaja sola. El proceso es demasiado complicado —Dio un largo sorbo de té—. Está al tanto de los envíos que llegan a puerto, organiza el robo y consigue de algún modo que lo traigan hasta aquí; y después lo embarca de nuevo para vendérselo a aquellos que lo necesitan, ya sea a un precio económico o a cambio de su discreción. Puede que ambas cosas. Y si sus clientes son adictos y adinerados, los beneficios deben de ser de lo más sustanciosos —Volvió a mirarlo a los ojos con un brillo intenso en la mirada—. Una operación impresionante. Brillante.

—Y también muy peligrosa.

Ella asintió para mostrar su acuerdo.

—De lo que se deduce que esa persona o bien es muy arrogante, o bien está desesperada. ¿Algún sospechoso?

Sasuke se reclinó en el sillón una vez más y se relajó mientras la estudiaba.

—Tengo dos sospechosos, pero ninguna prueba, y no se muy bien cómo conseguirlas. Por esa razón solicité ayuda.

—Ya veo —Sakura apoyó los hombros sobre el respaldo acolchado del sofá y apuró el contenido de su taza, que se estaba quedando frío—. ¿Quiénes son?

—Lady Claire Childress, una viuda cuyo marido murió en misteriosas circunstancias dos años atrás, y Richard Sharon, el barón de Rothebury.

Los labios de Sakura se curvaron en una sonrisa.

—Una dama y un barón… dos miembros de la aristocracia.

—¿No cree que los miembros de la clase alta puedan ser tan estafadores y avariciosos como todos los demás, Sakura?

Ella sonrió de oreja a oreja al escuchar la pregunta y, por primera vez desde que se conocieran, comenzó a sentirse cómoda en su presencia.

—Sé por experiencia que pueden serlo, Sasuke. De hecho, los miembros de la aristocracia suelen tener una mayor ambición de riquezas (en especial si nacieron con dinero y lo perdieron de algún modo), ya que tienen muchas más oportunidades de conseguirlas. Bien es cierto que cualquiera puede comprar láudano por poco dinero, pero no todos los de buena familia desean que su adicción sea del dominio público. Es muy probable que el contrabandista esté vendiendo el opio entre los miembros de su misma clase social.

Él inclinó la cabeza para dar a entender que estaba de acuerdo con sus deducciones.

—Eso es exactamente lo que yo creo.

Una cálida sensación de entendimiento se estableció entre ellos.

—¿Por qué esos dos?

Sasuke hizo una pausa para meditar.

—Lady Claire es… cruel. Entenderá a qué me refiero cuando la conozca. A mi parecer, está perfectamente capacitada para dirigir a un grupo de contrabandistas. No hace mucho que comenzó a restaurar su propiedad, aunque sus únicos y escasos ingresos proceden de lo que le dejó su fallecido marido. No sé de dónde saca el dinero necesario para hacerlo —Frunció los labios mientras reflexionaba y después añadió en voz baja—. Creo también que es adicta.

La sonrisa desapareció de los labios de Sakura. Desvió la mirada hacia la mesita de té y dejó con delicadeza el platillo y la taza vacía sobre ella mientras los pensamientos y los recuerdos que durante tanto tiempo había mantenido enterrados en su cabeza emergían con una intensidad que ella creía haber aplacado.

—¿Y el barón? —continuó con voz firme, sin revelar nada.

Sasuke bajó la pierna del escabel y plantó ambos pies en el suelo para inclinarse hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas y los dedos entrelazados.

—El barón es un sospechoso más probable —anunció antes de apartar por fin la mirada de ella para clavarla en la chimenea—. En parte porque es un misterio y tan escurridizo como una anguila. Solo lo he visto una vez. No le caí muy bien, aunque no estoy seguro de por qué.

—Tal vez lo intimidara —señaló ella, más en serio que en broma.

—Está claro que Rothebury no se parece en nada a mí —reconoció con cierto matiz molesto—. Es apuesto, encantador y siempre está de buen humor. Las damas lo adoran. Tiene treinta y dos años, está soltero y se le considera el mejor partido de Winter Garden.

Sakura lo observó abiertamente.

—¿Cree que me enviaron aquí por esa razón, Sasuke?

Él giró la cabeza con rapidez y clavó la mirada en ella.

—No.

La vehemencia de esa única palabra la pilló un poco desprevenida. A decir verdad, en todos los años que llevaba trabajando para el gobierno, jamás había utilizado su cuerpo como un medio para conseguir información. Sus encantos sí, pero nunca su cuerpo. Había estado con un buen número de hombres, pero nunca para conseguir ningún tipo de beneficio, ya fuera personal o profesional. La alivió un poco saber que Sasuke Uchiha no esperaba eso de ella, y que incluso lo había molestado de alguna manera que lo mencionara.

—Está aquí para trabajar conmigo, Sakura —explicó con frialdad—. Necesito la ayuda de un profesional, y el hecho de que sea una mujer tiene dos ventajas. En primer lugar, podrá evaluar con más perspicacia a lady Claire. En segundo lugar, el barón se mostrará más agradable con usted. Coquetee si quiere hacerlo, pero no tiene el deber de ir más allá. No merece la pena.

La preocupación que mostraba por ella resultaba abrumadora, aunque del todo innecesaria.

—Sé muy bien cómo cuidar de mí misma —afirmó con calma al tiempo que se enderezaba—. Creo que podré apañármelas con el barón.

Él continuó mirándola un instante más y después volvió a contemplar la chimenea; al parecer, no iba a discutir ese tema.

—Puede empezar con lady Claire —dijo al fin—. Si logramos descartarla como sospechosa, podremos concentrar todas nuestras energías en el barón.

—¿Y usted?

—Yo me centraré en la propiedad de Rothebury y en su casa, y podré acercarme más a ambos si logro pasar desapercibido. Quiero averiguar qué es lo que hace, quién lo visita regularmente y a qué hora.

—Espiarlo en lugar de entrar a formar parte de su vida —dijo Sakura con aire pensativo—. ¿Lo considera prudente, dadas las circunstancias?

Los labios masculinos se curvaron en una leve sonrisa.

—Nunca hemos llegado a ser amigos, si es a eso a lo que se refiere, de modo que no puedo acercarme a él de ese modo. El barón carece de amigos íntimos y mantiene a los lugareños a cierta distancia, salvo cuando organiza fiestas multitudinarias a las que acuden muchos de ellos. Hasta ahora me he mantenido en un segundo plano y me he limitado a familiarizarme con la zona y con la gente; pero, puesto que ahora cuento con su ayuda, creo que ya podemos intervenir y plantearnos un enfoque un poco más agresivo.

Eso era lógico, decidió Sakura, aunque el riesgo de ser descubierto siempre era mayor cuando se trabajaba en las sombras que cuando se hacía mediante una confrontación abierta y amistosa.

—¿Ha pensado ya qué identidad debo adoptar?

Él vaciló lo suficiente para que ella comprendiera que lo había hecho, y que se sentía incómodo al respecto. Eso acicateó su curiosidad.

—¿Sasuke?

Él apoyó las manos en los muslos y se puso en pie con serias dificultades; a Sakura no se le pasó por alto la mueca que se dibujó en las comisuras de sus labios ni la rigidez de su mandíbula. Las heridas le dolían; quizá no demasiado, pero le dolían.

—Lo he pensado mucho, Sakura —replicó en voz baja mientras caminaba muy despacio hacia la repisa. Clavó la mirada en la caja de música y recorrió los bordes de madera con la yema de los dedos. Un instante después se giró hacia ella—. ¿Y usted?

Sakura no había esperado que se lo preguntara. Había imaginado que él ya lo tendría todo planeado y estaba dispuesta a aceptar lo que le dijera. Sin embargo, Sasuke parecía interesado en conocer su opinión, y tal vez pudieran decidirlo juntos.

Enfrentó su mirada con calma.

—Había pensado que podría ser algo así como una ayudante —murmuró—, pero es usted demasiado… robusto para necesitar ayuda. Ahora que lo conozco, ya no me parece plausible.

Las mejillas masculinas se tensaron en una mueca de diversión.

—No.

Ella le respondió con una pequeña sonrisa antes de recorrer su enorme cuerpo de arriba abajo con la mirada. Su mitad superior se encontraba en perfectas condiciones, pero cojeaba, una lesión que sin duda los lugareños habrían advertido. Podría presentarse como su enfermera, aunque a decir verdad no creía que encajara mucho con el perfil. Aun así, era lo mejor que se le ocurría.

—¿Su amante? —sugirió en un grave susurro.

No tenía la menor idea de dónde había salido aquello. Y tampoco él. De hecho, parecía atónito.

Sakura se llevó una mano al cuello con la esperanza de que él no advirtiera los intensos latidos que notaba bajo la yema de los dedos y se rodeó la cintura con el brazo libre a modo de protección. Con todo, no apartó la mirada de su rostro.

Él entrecerró los ojos y ella sintió una vez más esa extraña atracción. La tensión del ambiente era casi palpable.

—Me parece que no se lo creerían, Sakura —susurró con voz ronca, muy despacio.

Estuvo a punto de preguntar por qué, ya que a ella le parecía perfectamente razonable, pero él se le adelantó con una cuestión mucho más lógica.

—Además, eso nos acarrearía ciertos problemas sociales, y debemos estar libres de compromisos para aceptar otras invitaciones.

Debería haber pensado en eso antes de hablar. Los rumores de que vivían juntos sin más compañía se extenderían como la pólvora, y la gente al final sospecharía que existía una relación más íntima entre ellos. Estaba claro que él sí lo había pensado.

—Tiene razón, por supuesto —convino con una pizca de azoramiento. Dejó escapar un suspiro y su ánimo decayó un poco—. ¿Tiene alguna otra idea, Sasuke?

Él la miró a los ojos con evidente reticencia. Luego soltó un gruñido y levantó una mano para frotarse la cara con fuerza.

—Participé en la guerra del Opio, Sakura —reveló con seriedad—. De allí vienen mis lesiones —Se movió con inquietud sobre la alfombra—. Tal vez podría pasar como la traductora de mis memorias.

Sakura se sintió invadida por una oleada de compasión. Comprendía a la perfección el dolor que provocaba un pasado que jamás podría cambiarse.

Era evidente que él no había deseado decirle que había luchado en una guerra de méritos cuestionables ni que había recibido heridas que lo habían dejado incapacitado. Y la guerra del Opio había terminado seis años atrás, lo que significaba que si sus piernas no se habían curado a esas alturas, tendría que vivir con ese sufrimiento durante el resto de su vida. Trágico, aunque él había salido adelante después de las desgracias, al igual que ella.

—A decir verdad, no tiene mucha pinta de traductora —continuó al ver que ella no hacía comentario alguno—, pero no se me ocurre nada mejor. Desde luego es mejor que hacerse pasar por mi ayudante, y es más probable que se lo crean.

Tiene razón, pensó Sakura mientras enlazaba las manos a la espalda presa de una creciente confusión. No parezco ni una ayudante ni una traductora. Parezco una amante. ¿Por qué no te has dado cuenta de eso, Sasuke?

—Estoy de acuerdo en que es lo más razonable de todo y en que será lo bastante convincente —comentó en voz alta con cierta sensación de derrota—. Seré su traductora francesa.

Sasuke se encontraba a un metro escaso de ella; lo único que los separaba era la mesita de té. Él estudió su expresión en silencio durante un rato y después bajó la mirada muy despacio hasta sus pechos, demorándose allí el tiempo suficiente para que ella se sintiera acalorada a causa de la caricia visual.

—Debe de estar hambrienta —dijo de pronto—. Iré a ver qué ha preparado Beth, y cenaremos pronto —Sin más comentarios, se dio la vuelta y se alejó en dirección a la cocina.

Sakura observó su espalda hasta que desapareció de su vista y solo entonces se permitió una enorme sonrisa de satisfacción. Si albergaba alguna duda sobre si había malinterpretado las insinuaciones sexuales anteriores, ya había desparecido. Por fin había quedado claro que él la veía como una mujer.

El viento había adquirido tal intensidad que las ramas de los árboles arañaban las paredes de ladrillo de la casa y los postigos golpeaban contra las ventanas. Sasuke era ajeno a todo ello.

Yacía tumbado de espaldas sobre la cama, desnudo bajo las sábanas, y se había colocado las manos detrás de la cabeza mientras contemplaba el techo con la mirada perdida. Llevaba en esa posición cerca de una hora, demasiado inquieto para relajarse, demasiado concentrado para moverse. Lo más probable era que ella ya estuviese dormida, ya que le había parecido muy cansada durante la cena y apenas había comido. Habían hablado de trivialidades: de su hogar en Marsella, de su viaje a Inglaterra, de las diferencias climáticas entre ambos países… Después ella le había dado las buenas noches y se había retirado a su habitación a descansar. Él se había quedado sentado frente al fuego durante un buen rato, escuchando sus pasos en el dormitorio, imaginando cómo esos dedos de uñas perfectas desabrochaban los botones del vestido y cómo se deslizaban las enaguas por ese largo y esbelto cuerpo. Había escuchado los crujidos de la cama cuando se tumbó sobre ella. Se había preguntado qué se ponía para dormir, si es que se ponía algo; si se habría trenzado el pelo o si lo llevaba suelto; si yacía estirada entre las sábanas, como si esperara a un hombre, o acurrucada para protegerse del frío, como una gatita en busca de caricias.

Dios, qué hermosa era… Aunque eso ya lo sabía antes de que llegara; de hecho, sabía mucho más sobre ella que ella sobre él. Sakura Haruno había nacido veintinueve años atrás; era la hija ilegítima del capitán Frederick Stevens, de la Marina Real británica, y de Eleanora Bilodeau, una actriz francesa sin mucho talento y adicta al opio. Se había convertido en espía del gobierno británico a petición propia, aunque los incrédulos ingleses no la habían aceptado como tal hasta que consiguió evitar la fuga de dos prisioneros políticos franceses informando a sir Akasuna antes de que se llevara a cabo. A lo largo de los años, había demostrado su valía con creces. En Inglaterra era admirada por todos aquellos que la conocían; en Marsella, la adoraban; y en el resto del continente se la consideraba una de las grandes bellezas de la época.

No sabía cuánto tiempo había estado detrás de él en el jardín esa tarde antes de que se percatara de su presencia. Había estado observándolo, de eso estaba seguro. La brisa había llevado su aroma hasta él y lo había mezclado con esa particular esencia propia de la mujer, y eso había bastado para excitarlo y hacer que su corazón latiera desbocado. Había tardado unos instantes en recuperar el control necesario para poder mirarla. Cuando reunió por fin las fuerzas necesarias para hacerlo, ella lo hechizó al instante con ese lustroso cabello de un peculiar color rosa recogido en gruesas trenzas alrededor de las orejas; ese rostro en forma de corazón que mostraba una expresión interrogante; y esa piel de alabastro que parecía suplicar sus caricias. Y esos ojos… Unos ojos verdes que hacían añicos toda resolución y que de algún modo eran su rasgo más sensual. Unos ojos capaces de rasgar y herir profundamente, o de derretir a un hombre cuando brillaban con excitación o esperanza.

Sí, se había sentido atraído por ella de inmediato, como le habría ocurrido a cualquier otro hombre. ¡Y esa conversación sobre ajedrez, por el amor de Dios! ¿Cómo había comenzado eso?

Dejó escapar un largo y lento suspiro antes de girarse por fin hacia un lado y meter el brazo bajo la almohada. Contempló los árboles que se mecían junto a la pared iluminada por la luna. Aunque no tenía intención de mostrarse tan audaz con ella, Sakura había percibido su estado de ánimo y había sido lo bastante perspicaz para captar el significado oculto tras sus palabras. Sabía que ella había perdido la virginidad muchos años atrás y que había pasado tiempo en compañía de otros hombres mucho más encantadores y atentos que él; hombres mucho más excitantes y merecedores de una belleza como la suya. Pero había respondido a sus insinuaciones sexuales y lo había mirado con una desconcertada fascinación que no había podido ocultar; y después había evaluado su reacción, excitándolo sin proponérselo, logrando que su cuerpo sucumbiera a ese delicioso palpitar que no había experimentado en años.

Se sentía atraída hacia él. Lo sabía, y ese conocimiento lo llenaba de deleite y de asombro. Sakura Haruno, la beldad de Francia, la niña bonita del gobierno británico, la mujer inteligente, refinada y cautivadora que se había sentado frente a él durante la cena y se había lamido la miel de los dedos con tanta sensualidad, se sentía atraída hacia él. Hacia él: Sasuke Uchiha, un hombre corriente; Sasuke Uchiha, el enorme e imponente ermitaño; Sasuke Uchiha, el lisiado.

Se sentía atraída hacia él.

Con una sonrisa, Sasuke cerró los ojos y, por primera vez en muchos años, se sumió en un sueño profundo y reparador sin dolores en el cuerpo, sin sed en el alma y sin heridas en el corazón.

Espero que les haya gustado leerlo tanto como a mi adaptarlo. Personalmente me encanta esta escritora, y adoro este libro, por lo que disfruto reescribiéndolo para que la gente pueda leerlo.

Espero veros en el siguiente capítulo!