Al notar que la Fic no era muy popular, decidió renovar el primer capítulo, ya que en mi parecer era muy pobre y no expresaba bien nada de lo que yo quiero para la Fic. Espero que a las que recién siguen la historia no les moleste... Y a las que recien están comenzando, espero que les guste.
Unas oscuras botas, refinadas y elegantes, se aproximaron con paso lento hacia las arenas de la playa, en donde por unos centímetros se hundieron, debido al gran peso del hombre que las portaba. Su vestimenta era tan elegante como su calzado, y su cabellera, pelirroja y ardiente como el mismo fuego, estaba cuidadosamente cuidada y peinada. No había ni una sola alma por donde allí caminaba, de eso se había asegurado bien.
Lo que había ido a hacer allí iba a poner su vida en un enorme riesgo; un claro suicidio. Pero no podía hacer otra cosa; las órdenes que tenía no podía seguirlas. No podía repetirse la misma historia de nuevo. No podía hacerse de nuevo eso a si mismo. No podía intentar volver a hacerle eso a ella.
Se había prometido eso, desde el día que su barco zarpó hacia su reino.
Hacia sus tan amadas y al mismo tiempo, odiadas, Islas del Sur.
Su mirada revisaba su redor, en un desesperado intento por encontrar algo. El amanecer apenas estaba haciendo acto de presencia en el cielo, y si no se daba prisa, los habitantes del reino pronto despertarían y allí lo verían. No podía permitirse eso. Se acercó entonces un poco más a la orilla, dejando que el agua salada mojara sus caros zapatos. No era que le importara demasiado; el amor y la importancia que le daba a la cosas materiales ya había quedado muy atrás, en el pasado. La marea estaba baja, y las olas estaban tranquilas; bañaban sin recelo las rocas que allí se apilaban y donde aquellas magníficas pupilas verdes vislumbraron a una figura que allí reposaba. Su cabello platinado, brillaba bajo los primeros destellos del día, y se acurrucaba contra si misma, mientras un pequeño charco de sangre la rodeaba, manchando su celeste vestido. Su blanca piel, como la nieve, era inconfundible. Allí estaba.
Presuroso, se acercó casi de un salto hasta ella, no dudando en sostenerla entre sus brazos con un simple y rápido movimiento, acurrucándola contra su pecho. Su mirada se angustió al verla completamente herida; cortes de todo tipo y tamaños decoraban y manchaban sus brazos, y piernas, e incluso aquel perfecto y delicado rostro que el tanto adoraba, se veía desfigurado a causa del terror por el que ella había pasado. No queriendo esperar más, caminó en paso decido hasta su hogar, hasta su castillo, donde buscaría que la atendieran de la mejor manera posible. Contaba con que toda su familia y nobles del reino estaban ausentes, ya que se habían desplazado hasta una gran boda que se celebraría por todo lo alto en un reino muy lejano.
Todos los barcos del reino habían sido utilizados para esto, por lo tanto, nadie podría salir del Reino. Se preguntaba si eso sería bueno o malo.
Tuvo la suerte de encontrar el camino de vuelta libre de curiosos; agradeció eso. Siguió aproximándose a las puertas del castillo, donde, por las ventanas, los sirvientes se habían acumulado para observar lo que sucedía. Todos se encontraban sorprendidos, emocionados y al mismo tiempo anonadados de ver al joven príncipe con aquella mujer en los brazos. ¿Quién sería ella? ¿Qué le había sucedido? ¿La habría salvado de algo? Todo el barullo se vio aplacado cuando las puertas del castillo se abrieron, y vieron al joven que se dirigía escaleras arriba, sin siquiera mirarlos. Ya estaban acostumbrados a que él los ignorara. No los hería. Uno de ellos, una mujer, Margaret, decidió junto con las otras chicas de la cocina, seguir al muchacho para asegurarse de que no necesitara nada. Aunque, era muy claro que viendo la situación en la que estaba envuelto era obvio que la necesitaría. Llegaron hasta la habitación del mismo, donde lo vieron, posar a la mujer sin más en un sofá que era, un poco pequeño como para acostarla allí, pero nadie quiso decir nada.
El rostro de la recién llegada les parecía bastante conocido, sobretodo a Margaret; por lo que cuando observó al príncipe, con los ojos repletos por la interrogación, el, comprendiendo a lo que se refería, solo asintió.
Con otro gesto de su rostro, ordenó a las mujeres a traer algunos utensilios de primeros auxilios, con los que rápidamente comenzó a curar a la joven. A Elsa.
Su primera preocupación, fueron sus piernas, donde permanecían las heridas más grandes; era profundas y inmensas cortadas en su pierna derecha que sangraban considerablemente. Este buscó entonces limpiar las heridas, para luego encargarse de coserlas. Ella podría estar inconsciente, pero parecía sentir dolor de todas maneras. Fue vendando y cuidando, bajo la insistente mirada de las chicas. Estas a veces cuchicheaban entre si, curiosas por lo que sucedía. Pero él no alzó la cabeza, ni mostró ninguna señal de escuchar algo de lo que hacían; solo se levantó de el banco en el que se había sentado frente a ella, cuando había finalizado de curarla lo mejor que podía. Su siguiente petición fue muy sencilla; necesitaba que llamaran al doctor del reino, lo más pronto posible. Él podría saber mucho de medicina, pero no era un experto.
Al verse obedecido cuando una de las chicas por la puerta desapareció, se limitó a quedarse observando a la rubia, apoyando su espalda en una pared, lo suficientemente alejada del sofá, observando con detalle su aspecto; su vestido estaba tan destruido como su aspecto, repleto de algas y de sal que parecía carcomerse poco a poco la tela. Verla así lo hacía sentirse la peor basura del mundo; más bien, era la peor basura del mundo.
Pero fue peor como se sintió, cuando finalmente, y poco a poco, la observada finalmente despertó un par de horas más tarde. Estaba confundida y adolorida, pero su expresión no tardó en horrorizarse, cuando lo primero que sus ojos pudieron detectar y reconocer fue a él. Al hombre pelirrojo que alguna vez había intento asesinarla. Quitarle su reino. Manipular y dejar morir a su hermana. Al príncipe. A Hans.
Un grito no tardó en salir de su garganta, apuñalando secretamente el corazón del príncipe que tanto se había encargado de cuidarla. Pero no la culpaba. Entendía perfectamente la reacción que tenía y que estaba apunto de tener.
-¿¡HANS!? – Fue su nombre el que se oyó por toda la habitación, desgarrando los oídos de los presentes, mientras que, por el estado emocional en el que se encontraba la reina, una gruesa y peligrosa capa de hielo comenzó a cubrir los suelos y las paredes de la habitación. Margaret y las otras chicas que había permanecido allí, fieles al príncipe, se vieron sobresaltadas ante el incidente, mientras retrocedían para no ser atacadas por los puntiagudos filos que se alzaban en el suelo. El no se movió, pero sabía que si hacía algo, ella se pondría peor. Sus enormes ojos azules lo miraban alterada, cambiando de ves en cuando de dirección para poder reconocer el lugar en el que se encontraba.
Pero no podía; su mente se burlaba de ella al ponerle tan solo una imagen en blanco ante las preguntas que se hacía, buscando recordar, buscando una explicación a lo que sucedía. Sentía dolor en todo su cuerpo, y la peste a sal la estaba ahogando. Todo estaba sucediendo demasiado rápido; todo la estaba enloqueciendo. Algunas partes de su cuerpo se encontraban entumecidas e incapaces de moverse, por lo que sus intentos de levantarse fueron inútiles. Mas bien, se vio estampándose contra el suelo al resbalarse a causa del hielo que cubrió el mueble. Hans al ver aquello, se aproximó para ayudarla a levantarse; pero esta empezó a chillar como si estuviera intento asesinarla o algo.
-Majestad, por favor, le aconsejo que conserve la calma. Está en un estado muy delicado, y tiene graves heridas. Si no se queda quieta podría…
-¡NO! –Otro grito fue lo que obtuvo por respuesta, dejándole claro que ella no cedería. Estaba histérica, fuera de sí.
El frío comenzó a helar los huesos de todos, por lo que vio entonces la necesidad de marcharse. Si el continuaba allí, solo causaría que ella se hiciera más daño, e incluso podría lastimar a alguien. Dejando a Margaret y a las demás a cargo, se despareció por la puerta, alejándose del lugar. Las cocineras se encargaron entonces de levantar a la mujer y esta vez, acostarla en la cama de suaves sábanas, donde estaría más cómoda. Al ver lejos al pelirrojo, esta fue poco a poco recobrando la calma y la cordura, y el hielo con ello fue desapareciendo.
Una de las mujeres, la más mayor del grupo según ella pudo reconocer, se aproximó a ella, sonriéndole con amabilidad. Notó que las demás, que eran tan solo unas jovencitas, hablaban entre si con algunas risitas, lo cual en otra situación, la habría incomodado. Pero prefirió realmente prestarle atención a la más anciana, que parecía querer decirle algo. Algo en su mirada le dejó claro que podía:
-Bienvenida a las Islas Del Sur, su alteza.
Busqué mantener el alma del primer capitulo original, aunque creí adecuado poner algo de la perspectiva de Hans. Para entenderlo mejor supongo.
Las que recien están leyendo esto, por favor, dejen un Review. Me haría muy feliz.
Xoxo;
La Bruja Violet