Smiles


Disclaimer: Percy Jackson y los olímpicos no me pertenece, es de Rick Riordan.


A Rachel le encantaría decir que había explotado al máximo su último día como oráculo, pero no era cierto. Debido a la fiesta de la noche anterior y su desvelo prolongado ella había dormido hasta las tres de la tarde. Con el estomago vacío y las piernas temblando ella se levantó de la cama. Bostezando con pereza llevó una de sus manos a su cabello y trató de peinarlo con los dedos mientras caminaba hacia el baño.

Podría estar muerta de hambre, pensó, pero estaba demasiado sucia para ir a almorzar así. Se duchó rápidamente para estar somnolienta, y el agua pareció despertarla por completo. Salió de la ducha y desenredó su cabello rojizo frente al espejo. Pensó que esa sería la última vez que se bañara allí como parte de su rutina. Dejó de cepillarse con el peine aún entre sus mechones y sus ojos tomaron un matiz triste.

Su último día finalmente había llegado.

Abandonó el baño y se vistió con unos jeans azules y una remera sencilla antes de salir en búsqueda de comida. Casi todo el campamento estaba inactivo para esas horas ya que Quirón les había dado el día libre. Rachel fue hasta las cocinas de donde obtuvo un abundante plato de comida que agradeció infinitamente. La noche anterior apenas había probado bocado y había bailado hasta que sus pies se resintieron al respecto.

Sentada en su mesa, como siempre, no esperaba que ésta se llenase de los pocos campistas que estaban en pie. Muchos de ellos se sentaron y conversaron con ella deseándole suerte en lo que fuese que emprendiera. Las hijas de Deméter, las más cariñosas con ella, la abrazaron y besaron impidiéndole comer de a ratos. Algunos chicos de Apolo hacían bromas y le prometían considerarla siempre parte de ellos. Dos jóvenes de Hefesto tímidamente se unieron a la conversación.

No eran ni siquiera diez personas, pero eran quienes de verdad le habían apreciado de entre los nuevos campistas. Tachándose de sentimental Rachel disimuló cuando se le aguaron los ojos, emocionada. Ella siempre había pensado que eran muy escasos quienes la extrañarían, pero allí estaban, levantados sólo para despedirla. Sonriente les prometió volver de visita cuando lo creyera prudente, a verlos. Sus pensamientos giraron en torno a ellos, y pronto el lugar se llenó de anécdotas. Ellos eran lo más cercano que había tenido a amigos allí.

Faltaba sólo Tom, pensó tristemente.

— ¿Ya has preparado todo? — Preguntó una de las chicas de Hefesto, Belle.

— Sí, están todas las maletas hechas.

— ¿Y es mucho? Eres una chica, así que es tonto preguntar. — Caleb, de Apolo, preguntó.

—No en verdad, sólo dos valijas y una mochila. No es nada, considerando que una entera tiene únicamente libros, pinturas, pinceles y cuadernos.

Rachel bromeó y conversó animadamente más o menos media hora, mientras comía y bebía abundantemente. Al final logró convencer a su compañía para dejarla ir a hablar con Quirón a solas. Quería despedirse especialmente de él, su fiel consejero y amigo. De modo que abandonó a los campistas y se dirigió a la casa grande. Allí estaba él, como si estuviese esperándola, mirando en su dirección con una sonrisa melancólica en el rostro. Ella se sintió mal por abandonarlo, como tantos otros semidioses, pero se dijo a si misma que era como un padre que ve a su hija más amada irse: tarde o temprano iba a suceder. Y era algo que ambos tenían aceptado.

Por ello mismo cuando terminó se subir los escalones del pórtico se lanzó a los brazos del centauro, quien se inclinó debido a la diferencia de estaturas y le palmeó la espalda en medio del abrazo. Le acarició el cabello paternalmente y suspiró en su oreja.

— Finalmente partirás, querida Rachel: oráculo de Apolo, recipiente del espíritu de Delfos, querida amiga mía. — Murmuró a su oído y las lágrimas que Rachel retenía no pudieron ser detenidas. — Finalmente, te irás.

— ¡Ay, Quirón, sólo los dioses sabrán cuánto voy a echarte de menos! — Exclamó, aferrándose a su cuello. — Voy a extrañarte mucho.

Quirón la guió dentro de la casa grande, al salón, donde bebieron té y conversaron. Rachel no había conversado tanto en años, con tanta gente, en tan pocos días. Era como si de repente todos quisieran cruzar palabras con ella aunque habían tenido años para hacerlo. Sonreía y reía, siempre contenta de pasar tiempo con el centauro, y trataba de olvidarse que sería la última vez que lo vería en algún tiempo indeterminado.

— Siempre serás bienvenida como una grata visitante, señorita Dare. — Él le recordó, caminando hacia la puerta. — Pero el atardecer se acerca prontamente: el campamento controla en clima en él, pero no la duración de los días.

Rachel dejó la cuarta taza de té que tomaba en su plato correspondiente y se levantó. Igualmente tendría que regresar para hacer el traspaso del espíritu, pero sabía que tenía cosas por terminar. Darle un último recorrido al campamento e ir a revisar si todo lo que quería llevarse estaba correctamente empacado. Ella lo siguió y le dio una sonrisa amplia pero llena de sentimientos confusos antes de irse. Quirón había sido lo más cercano a un padre para ella, y si algún día se casaba quería que él la llevase al altar; aunque fuera en silla de ruedas.

Su padre nunca la había hecho sentir tan apreciada y llena de comprensión como aquel milenario centauro, que le veía irse con un profundo sentimiento de pérdida que le era familiar.

Mientras caminaba a través del campamento, con la actitud de un nacionalista que se despide de su patria, procuró guardar en su memoria sólo los buenos momentos allí vividos. Dejó atrás la soledad, el miedo, los rencores, las miradas llenas de odio, la desconfianza y el abandono. Se encontró pronto a sí misma en la entrada al campamento y allí miró al horizonte. En primer lugar pensó que estaba viendo mal, pero luego enfocó mejor la vista y finalmente se dijo que, en verdad, sus ojos no le engañaban.

Corriendo hacía ella, perseguidos por una hidra pequeña que sin embargo los seguía velozmente atacándolos, estaban tres mestizos. Ella pegó un grito de alerta que atrajo casi de inmediato a otros seis campistas que rondaban cerca de ella y expandieron el aviso. Rachel se encontró allí sola agitada e inquieta, sin poder hacer nada porque ella era débil y no sabía defenderse de ese modo.

Los seis campistas que habían acudido al grito lograron, entre todos, distraer y matar a la hidra hasta que ésta desapareció en un grito terrible y polvo plateado que se desvaneció con el viento. Entonces ella corrió hasta donde los tres campistas recién llegados estaban y vio con alivio que eran los mismos que había enviado en una misión. Estaban heridos, cansados y sucios, pero estaban los tres. Sumamente tranquila, ya que ellos eran su mayor preocupación, se inclinó hasta Sam y le sonrió invadida por el alivio.

— Llegan tarde, la fiesta fue ayer. — Fue lo único que se le ocurrió decir.

Tuvo el efecto esperado y Sam se echó a reír, abrazándola y estrujándola fuertemente. Ese día a todos se les daba por abrazarla hasta que sentía que le quebrarían un hueso. No sería nada ilógico, considerando que era descendientes de dioses y eran más que sólo fuertecitos. Cuando él la soltó estaba muy sorprendida y reía, torpemente, muy feliz de verlos sanos y salvos de nuevo en la seguridad del campamento.

Ella ayudó a Sam a caminar ya que no podía apoyar del todo su pierna derecha, y juntos cruzaron de nuevo el sendero que los llevaba al interior del lugar. Él procedió a contarle su larga travesía y la forma en que la profecía había tomado espacio.

"El fuego quemará en trémula espuma,

la sed torturará en el palacio de niebla."

Al inicio de su aventura, su primera dificultad yacía mientras iban en bote en plena oscuridad tratando de llegar al otro lado de un lago. Las náyades no habían querido colaborar con ellos y, enojadas por un comentario de Esmeralda, les hacían difícil salir del mismo. Ellas jugaban con las corrientes y no les permitían avanzar. Harry, su compañero de la cabaña Ares, estaba sumamente enfadado. Por eso, cuando una de las náyades fue a burlarse de él en su cara, lanzó sin pensarlo una de sus municiones de fuego griego, que ardía incluso sobre el agua.

La náyade comenzó a quemarse y las demás, asustadas, al igual que ella decidieron tomar forma de espuma. Incluso entonces el fuego seguía ardiendo. Decidieron abandonar el lago pronto, ya que éstas tomarían represalias en cuanto en fuego se extinguiera.

Su segundo reto se dio cuando Sam, enamorando a una ninfa del bosque, logró obtener una pista sobre el espejo. Ella les dijo que en el palacio de Noto, Dios del viento del sur, encontrarían una clave. Cuando llegaron a su palacio, oculto entre grandes y húmedas ventiscas, éste no parecía dispuesto a colaborar. No se llevaba bien con Afrodita, aparentemente, y no veía necesidad de ayudarles en una misión para ella.

Entonces Esmeralda, bonita y educada, propuso un trato. Ellos le ayudaban a cambio de su posterior ayuda. Noto pareció pensarlo y aceptó, pero él insistió en ponerles un reto. Pidió que eligieran al mejor para ello, sin decirles de qué se trataba, y estuvieron a punto de mandar a Harry: fuerte como un león. Pero a último momento fue Esmeralda quien decidió aventurarse. Aparentemente, el Dios tenía debilidad por ella.

No se equivocaron cuando la eligieron ya que el reto consistía en permanecer un día entero en una habitación de su palacio. Ellos no sabían que Noto era también el dios de la niebla. Dentro, según relató la misma campista, había una tormenta constante, vientos arrebatadores, y un calor insoportable. No pasaron tres horas antes de que ella hubiera transpirado como en un desierto, y pronto se sintió agotada y cansada. Confusa por el viento e incapaz de levantar la mirada, se sentó a llorar en medio de la tormenta, muriéndose de sed.

Pasaron seis horas más antes de que ella comenzara a delirar tirada en el suelo de la habitación, con la cara oculta entre los brazos. Noto, conmovido por la valentía y el sufrimiento de la joven accedió a ayudarles a cambio de que ésta prometiera volver a su palacio luego de reintegrado el espejo a su dueña. Tímidamente, y sonrojada hasta lo inimaginable, ella terminó jurándolo. Noto, desconfiado, la hizo jurarlo sobre el río Estigio. Ella volvería.

La pista fue clave, sin embargo.

El Dios confesó que él mismo había llevado el espejo a través de sus vientos más al sur, al límite del Estado, y que lo había entregado a una sirena muy bella como un obsequio. La sirena, amante del Dios, lo observó y quedó encantada con él. Pronto los tres partieron en busca del espejo, nuevamente, y tardaron horas largas de viaje hasta llegar a la clara laguna donde se ocultaban las sirenas. Éstas al verlos no tardaron el ofrecerles tratos y retos. Harry, temperamental y obtuso, las desafiaba. Las sirenas no perdían la calma y lo instaban a hundirse con ellas para demostrar su valía, ya que se presumía hijo del Dios de la guerra. Sam, conocedor del mito de las mujeres con cola de pez, apenas pudo contenerlo.

Finalmente él logro dialogar con las sirenas mientras Esmeralda trataba de disuadir a Harry de matar a las sirenas con su espada. Sam les propuso un reto entonces a las vanidosas sirenas, siempre mirándose en sus reflejos. Él tomó una gorra de la mochila de su compañero y lo colocó sobre la cabeza de la hermosa sirena ocultando la diminuta corona de plata y zafiros que ésta llevaba puesta. Todas las sirenas iban coronadas con diferentes tipos de joyería. Entonces preguntó "¿Cómo es la corona de esta sirena?"

Todas, confusas porque nunca se habían mirado entre sí concentradas en su belleza, no pudieron responder. Frustrada, la amante del Dios Noto había impuesto su reto. Ellos debían elegir de entre cientos de recipientes el correcto y podrían encontrar la llave del lugar que encerraba su espejo.

Como dentro de la profecía estaba dicho que ni el arma, supusieron que significaba Harry, ni el Sol, clara alusión a Apolo, y eso los llevaba a Sam lo lograrían; los dos hombres miraron a su compañera femenina, sabiendo que ésta debía resolver el problema. Había, en total, ocho tinajas. Ella las miró una a una sin saber qué hacer. Ninguna parecía especial a sus ojos. Entonces las levantó, una tras de otra, y decidió ir por lo inteligente: la persuasión.

"Seguramente ella lo quería para verse mejor que en el agua, sólo ella, sin incluirlas a ninguna de ustedes, que también son bellas y tienen el mismo derecho a contemplarse en él." Le dijo a las sirenas restantes. "¡Desafiar a la mismísima Afrodita, ella podría convertirlas en feas náyades o peor aún si se entera! Y pensar que iré a conversar con ella muy pronto… podría contarle sobre su osadía… a menos que colaboren, claro."

Las sirenas se habían vuelto locas, muchas de ellas empezaron a temblar y sus apariencias mutaban sin control ninguna más bella que la anterior. Pronto una de ellas gritó la respuesta y otras la corearon, indecisa ya que sólo contaba con una oportunidad, las retó a hacerlo ellas mismas. Pelándose una contra otra, las sirenas lanzaron una única tinaja al suelo y de ella salió una llave diminuta. La sirena que se presumía dueña del espejo gritó en ira y desapareció bajo el agua.

Una vez con la llave, necesitaban encontrar el lugar al cual pertenecía. Sólo entonces volvieron su vista a la llave detenidamente, y ésta decía en griego "Maestra". Ninguno pareció entenderlo hasta que Esmeralda dio un grito de alegría. Era una llave maestra, gritaba. Sam y Harry se veían sin comprender nada hasta que una hora después ella metió la llave en una cerradura cualquiera. Sam trataba de decirle sin herir sus sentimientos que en aquella casita abandonada en el bosque no podría encontrarse el espejo cuando, ante sus ojos incrédulos, ella abría la puerta y dentro aparecía un largo pasillo que no debería caber en la casucha.

La muchacha siguió por el pasillo y mientras avanzaban, ella debía resolver enigmas y problemas cuya dificultad iba subiendo a medida que seguían caminando. El último problema le tomó mucho tiempo resolverlo, pero sus compañeros nada podían hacer ya que éstos parecían ser sólo resueltos por ella. Finalmente, y según ella más bien por pura suerte, logró resolver el rompecabezas de cuatro mil piezas cuya imagen final no era sino la respuesta a la inscripción que acompañaba el reto: "Y el amor te iluminará." Era una imagen de Sam, detrás de ella, sonriendo. Sólo Esmeralda sabía que estaba enamorada de él.

Sobre la última parte, quedaban dos líneas cuando finalmente habían obtenido el espejo y volvían a casa.

Al final cinco nacerán de tres.

Uno la lógica debe guardar."

La primera línea se había aclarado cuando encontraron a la hidra y la joven, asustada, había rebanado dos de sus tres cabezas y éstas se duplicaron, quedando cinco. Luego, mientras luchaban contra ella demasiado hambrientos, fatigados y exhaustos, Sam gritó que corrieran hasta el campamento, que era inútil luchar en un estado tan deplorable. Todos corrieron hasta el campamento, donde Rachel los había visto y dio un grito de alerta que los salvo de ser asesinados por una hidra bebe en crecimiento.

Aparentemente, lo más lógico sí había sido correr.

Rachel los abrazó a los tres mientras los acompañaba a la enfermería, rebosante de dicha al verlos volver a su hogar. Apenas llegaron los campistas de Apolo la echaron, como a todos los demás, para poder proceder adecuadamente en la curación. Ella volvió a sus aposentos para terminar sus maletas y cuando finalmente terminaba de cerrarlas, Nico apareció detrás de ella sin decir una palabra. Pero con el tiempo Rachel había aprendido a sentirlo, en especial la forma en que la temperatura bajaba un breve instante cuando aparecía.

— ¿También te despertaste tarde? — Ella preguntó, girándose.

— No, tenía asuntos que arreglar. — Él dijo, sentándose en la cama. — ¿Has empacado todo?

— Claro, y es menos de lo que pensé. — Bromeó, enseñándole el equipaje. — ¿Y tú?

Nico señaló un bolso mediano a un lado de la puerta, con una correa para que pudiera ser acarreado. Ella se dijo que llevaba mucho equipaje en comparación porque casi todo era elementos de dibujo o libros. No era tan cierto, pero era su único argumento para justificar la diferencia. Pero le restó importancia, decidiendo que era una chica y tenía derecho a usar eso como excusa al menos una vez en su vida.

— Fuera hace frío. — Le recordó, al ver que ella aún tenía su atuendo veraniego. — ¿Traes…?

— Ropa para cambiarme, sí. — Lo interrumpió. — Ya han regresado los chicos de la búsqueda.

Por el tono de alivio y felicidad que embargaba las cuerdas vocales de la pelirroja, él supo que era algo bueno. Una búsqueda que había terminado bien y con los tres campistas a salvo, eso era estupendo. Habiendo presenciado y realizado búsquedas casi suicidas, él sabía lo que eso significaba para el oráculo.

— Va a atardecer pronto. — Comentó, mirando por la ventana.

— ¿Qué? ¡Pero si es…! Oh. — Ella se cortó a sí misma, mirando por la ventana.

No podía creer que el relato de la misión la hubiese entretenido tanto tiempo. Como Nico había indicado el cielo ya comenzaba a tomar una coloración rojiza. Y como si el tiempo apremiara, unos golpes en la puerta llamaron la atención de ambos. Nico se levantó de su lugar y abrió la puerta. Frente a él se encontraba Marie vestida con su mejor ropa, toda perfumada y arreglada, buscando a Rachel. Di Angelo nunca sintió tanto rechazo por alguien en su vida, no por un mortal poco importante para él, como por esa muchacha. Y eso se debía a que esa actitud equivalía a echar a Rachel, a apurarla para irse. A despreciarla.

No lo perdonaba.

— ¿Qué? — Espetó, fastidiado.

— Ya es hora. — Sentenció, intentando no temblar ante la voz de Nico. — Apolo nos espera en el ático, debemos ir solas.

Eso último no era cierto, Apolo nunca había puesto ese requisito, sin embargo Marie no quería a Nico cerca de ella. Por eso, apenas hubo dado el mensaje se dio la vuelta sin decir adiós y emprendió su camino hacia la casa grande. La pelirroja le tomó el hombro a Nico, quien aún no cerraba la puerta, y negó con la cabeza. Ella tenía razón, ya era hora. La joven apretó los labios y luego lo besó tiernamente. Él respondió y volvió a besarla un par de veces antes de que ella asintiera y suspirase.

— Espérame en la entrada del campamento, no quiero prolongar las despedidas más. — Pidió, saliendo de la cabaña. — Nos veremos pronto.

El hijo de Hades asintió y la observó irse de su cabaña camino a la casa grande. Rachel trataba de parecer segura y confiada, pero podía ver detrás de eso. Estaba asustada y nerviosa, muerta de la ansiedad. Estaba completamente acertado, porque Rachel apenas podía controlar su respiración mientras caminaba. Todos los campistas se arremolinaban a su alrededor para verla caminar hasta el ático como si fuera una marcha fúnebre de una sola persona.

Cuando finalmente llegó, Quirón como siempre la esperaba. Él solemnemente le hizo señas para subir, y ella no se giró a darles una última mirada a sus campistas para no enseñarles sus nervios. Valientemente, abandonó a Quirón a los pies de las escaleras y subió hasta el ático. Allí, tal y como Marie había prometido, estaban ésta última y el Dios del Sol: Apolo. Él le sonrió como si no pasara nada y sus nervios se fueron. No pasaba nada, sólo sería un traspaso del espíritu y nada más. Algo de rutina para el Dios.

— Pónganse una frente a la otra, señoritas. — Les indicó. — ¿Procedo?

La pregunta iba para Rachel, pero Marie se apresuró a asentir. Rachel se limitó a sonreír.

Apolo colocó sus manos sobre sus cabezas y ambas perdieron momentáneamente la conciencia, permaneciendo de pie. Aunque ninguna lo recordaría, ambas abrieron sus bocas y una espesa niebla verde llenó toda la habitación y procedía de Rachel. Parecía niebla pero se sentía como agua helada al tacto. Una voz susurrante que parecía tararear una tétrica canción salía de aquello y envolvió pronto a Marie. La estrujó y se introdujo en ella mientras la voz moría y los ojos de la menor se encendían con la característica luminiscencia verduzca. Cuando Apolo levantó sus brazos sólo Rachel quedó de pie, puesto que el dios se inclinó para impedir que Marie se cayera fuertemente al suelo. La muchacha de ojos verdes observó alarmada al nuevo oráculo.

— ¡¿Qué le pasa, Apolo?! — Chilló.

Marie parecía convulsionar y retorcerse al mismo tiempo, su cara y cuerpo tenían un color pálido semejante al de la cera nada natural con su normalmente tostada tez. Sus ojos se movían descontroladamente bajo los parpados cerrados y sus dedos se estiraban y contraían como en una auténtica película de terror. Ella se lanzó al suelo al lado de Marie y le tomó la mano. Estaba fría como una muerta y se asustó terriblemente.

— ¡Apolo, dime qué le pasa!

— Se está adaptando al espíritu, le tomará unas horas. — La tranquilizó. — No todos son tan compatibles como tú, querida. Tú parecías hecha para el espíritu… ella no tanto. Dale tiempo. De haberla rechazado ya estaría incinerada.

A pesar de que el Dios trataba de tranquilizarla, Rachel no podía dejar de pensar en la figura de Marie retorciéndose en el suelo. Entonces Apolo la tomó por los hombros, irguiéndose con ella, y le acarició el rostro. Rachel no entendía nada, furiosa; porque él ignoraba a su nueva oráculo retorciéndose entre los tablones del suelo, y menos aún cuando él se inclinó y la besó con fuerza.

Había olvidado que él le había prometido ser el primero en besarla cuando no poseyera al espíritu de Delfos. Apolo era un dios, y era sensual y atrayente por excelencia, pero aún así ella había aprendido a resistirse. Así que el Dios tuvo que forzarla a quedarse quieta y ella era incapaz de luchar contra la fuerza de un ente divino. Apolo le mordió la boca y luego se alejó de ella tomando a Marie en brazos.

— ¡No era negociable! — Esperó Rachel, iracunda por tal falta de consideración.

— Lo sé, pero nunca dije que lo tendría en cuenta. — Se burló. — Mi obsequió llegará mañana, con el sol.

Dicho aquello despareció. Fue Quirón quien la sacó de allí cuando Apolo se llevó a Marie a la enfermería y ella se quedó insultándolo a gritos. Al centauro le tomó un buen tiempo convencerla de que aquello era normal y sucedía a menudo con las oráculos. Que era raro el caso en el cual estallaran en fuego o lo aceptasen sin más. Ella había sido un caso muy raro, le comentó.

Una vez calmada, abrazó por última vez en el día a Quirón y éste le besó la coronilla antes de obsequiarle una pulsera de bronce celestial. Él le explicó que había negociado con Dionisio por ella, y le concedía entrada automática al campamento, pero respetando el plazo del día. Ella debía salir siempre antes que entrara la noche. Y eso estaba muy cerca, el centauro añadió.

De nuevo ella salió de la casa grande y Quirón no la dejó en el pórtico. El señor Dionisio no estaba y por ello no había podido despedirse, pero dejaba sus respetos hacia él. Acompañada por el entrenador de héroes caminó hasta la entrada al campamento con los ojos de todos puestos en ella. Muchos jóvenes asentían y le sonreían, otros sólo se habían juntado para verla irse sin más. Cuando visualizó a Nico varios metros más allá de la entrada, medio oculto por la maleza, ella se volvió a dar una última mirada al campamento. Se sentía avergonzada por el beso que Apolo le había dado, incluso aunque luchó, y dudó sobre contárselo a Nico. Él entendería, se dijo, debía hacerlo.

Quirón le palmeó la espalda y ella les dio un adiós general a los campistas con un gesto de la mano y una sonrisa sincera. Luego se giró y caminó contando los pasos hasta pasar la salida del campamento mientras el día moría. Ella no podía dejar de pesar, abrumada por la realidad, que ella era, finalmente, libre.


Hola, gente. Si tengo que ser honesta, estás últimas tres semanas sí escribí y tenía listo para subir este y otros capítulos más, cuatro en total. Pero no lo hice por una razón: no estaba ya tan segura del camino que estaba tomando el fic. Sí, ya los incluye en Italia y como se desarrolla su relación allí por tres meses. En teoría, me faltaría un último capítulo para llegar a los veinte. Pero como no sabía si me gustaba del todo, pensé dejarlo hasta decidirme y escribir el último capítulo, el faltante. No lo hice. Subo esto ahora porque decidí borrar los otros cuatro capítulos y reescribir uno o dos más. Incluso pensé en concluirlo acá mismo.

Por el momento me pondré a escribir ahora mismo. He decidido sólo agregar un epílogo. Es decir, los hice y me obligué a esperar para nada. Agradezco su paciencia y espero disculpen la demora.

Un beso enorme, gracias por sus ánimos.