Nota: Comparto con ustedes este two-shot Kenyako. La primera parte está narrada desde el punto de vista de Miyako, y la segunda, que voy a publicar en estos días (¡se los juro!) estará narrada desde el punto de vista de Ken. Hope you enjoy it! :)
Nota II: Obviamente Digimon no me pertence en absoluto y estas palabras fueron escritas sin ánimo alguno de lucro, solo por diversión.
Broken.
Parte I – Miyako.
No hablamos más después de esa noche.
Supongo que fue igual de difícil para los dos. Después de todo, éramos buenos amigos y nos conocíamos desde los diez u once años. Recuerdo que en esos tiempos yo estaba loca por él, incluso antes de conocerlo en persona.
Con el tiempo, ese sentimiento infantil desapareció y comencé a sentir por él un cariño casi fraternal. No nos veíamos muy seguido, pero mantuvimos el contacto principalmente gracias a Daisuke: él siempre se encargaba de que Ken asistiera a las reuniones de Niños Elegidos. Así fue hasta que yo cumplí dieciocho años.
Cuando empecé la universidad me vi sumida en el caos de las responsabilidades y la vida semiadulta, y dejé de ver a los demás, que seguían en el bachillerato. No voy a mentir que me sentí mal, porque la verdad es que apenas tenía tiempo para extrañarlos.
Simplemente, era lo normal. Es en ese momento de la vida en donde uno se empieza a separar de los amigos. Los diferentes caminos se empiezan dibujar y el día a día se vuelve más fuerte que las viejas amistades. Mis compañeros de la Licenciatura en Sistemas llenaron parcialmente ese vacío.
En mi primer año de la universidad, ni siquiera asistí al Odaiba Memorial Day. Era pleno verano, pero estaba realizando unas prácticas en una importante empresa de telecomunicaciones y no pude pedirme el día libre. Quizá fue el único día en donde realmente lamenté no estar ahí.
Por eso mismo fue surrealista encontrármelo aquel día, en plena calle, un día muy fresco de noviembre a las cinco y diez de la tarde. Al principio, no lo reconocí. Su figura se me hizo extrañamente familiar, pero tardé unos seis o siete segundos en entender que Ken Ichijouji caminaba hacia mí. No hablé con él sobre ese momento, pero por su expresión me pareció que a él le sucedió exactamente lo mismo.
Estaba cambiado. O quizá no. Estaba igual que siempre, sólo que ya era un hombre. Sus rasgos se habían endurecido, su ropa era más formal. Lo único que parecía intacto era su mirada: un mar azul tensamente calmo.
Los dos reflejamos nuestra sorpresa. No nos habíamos visto en casi un año y de repente nos cruzábamos inesperadamente en la calle, entre decenas de desconocidos que nos esquivaban como autómatas. Hicimos un breve resumen de nuestras vidas. Él había comenzado a estudiar Criminología y ahora no vivíamos tan lejos como antes. Me comentó lo mucho que extrañaba a Daisuke, que hacía unas semanas se había marchado a Estados Unidos, y me sentí muy triste por él. Era su único amigo, en el sentido más estricto de la palabra.
Ambos teníamos prisa, y aunque no queríamos separarnos, tuvimos que hacerlo. Como él no parecía dispuesto a proponer nada, le dije que esa misma tarde le enviaría un correo electrónico para coordinar un encuentro. Había que aprovechar el hecho de que ahora no estábamos tan lejos, le dije. Me pareció notar cierta conformidad en medio de su rostro inexpresivo.
Aquella noche, cuando llegué a mi casa, me sentí feliz y triste al mismo tiempo. Feliz porque fue agradable encontrarlo por casualidad, saber qué fue de la vida de un viejo amigo y tener la esperanza de verlo pronto. Triste porque la nostalgia se apoderó de todo mi cuerpo y mi alma. Recordé que alguna fui una niña de once años viviendo aventuras en el Mundo Digital; todo eso que ahora parecía un sueño. Sí, seguía teniendo a Hawkmon a mi lado, pero tristemente, aunque me doliera, a veces lo veía simplemente como una mascota parlante.
Me propuse en ese momento remendar eso, e invité a Ken y a Wormmon a casa dos domingos después. Horneé galletas de chocolate especialmente para la ocasión, aunque nunca fui buena cocinera. No obstante, nadie se quejó. Hawkmon y Wormmon también se divirtieron mucho durante esas tres horas y no disimularon su tristeza cuando Ken anunció que era hora de marcharse.
Por otra parte, en lo que respecta a Ken y a mí, noté la existencia de una química especial, de la que nunca me había percatado antes. Quizá porque rara vez tuvimos la oportunidad de hablar tanto tiempo solos, antes al menos siempre estaba Daisuke en el medio. O tal vez, simplemente estábamos en sintonía: viviendo momentos similares, sintiéndonos vacíos pero plenos al mismo tiempo, expectantes hacia el futuro pero añorando demasiado el ayer.
Él me habló de los estudios, de su padre y de su madre, de Daisuke y de la novia que había dejado en Tamachi (cuya existencia yo desconocía y al oír la historia no pude evitar sentirme inexplicablemente celosa). Expresó demasiados sentimientos como para ser el Ken que yo conocí, pero aún así, sentí todo ese tiempo la inquietante sensación de que faltaba una parte de todo lo que me contaba. En ningún momento me mencionó a Osamu, ni a su pasado como Emperador, nuestro principal antagonista cuando conocí el mundo de los Digimons. Sí, quizá de eso hacía mucho, tanto, que no valía la pena recordarlo. Igualmente, me habría encantado conocer su visión de los hechos siendo ya un adulto, saber cómo había sanado sus heridas, si las había sanado. Cuando nos veíamos de adolescentes, en grupo, rara vez hablábamos de asuntos serios.
Me gustó pasar tiempo con él. Y supe que a él también, a juzgar por una tímida pero sincera sonrisa que lo vi esbozar cuando nos despedimos. Insistió en que ahora era su turno de organizar un encuentro, y así fue.
Desde entonces, nos veíamos muy a menudo, unas cuantas veces al mes. Todas las semanas nos encontrábamos a tomar un café después de nuestras respectivas obligaciones. Para mí, Ken era todo lo que yo deseaba: el nexo entre mi vida anterior y mi vida nueva. A él le podía contar anécdotas de mis compañeros de facultad, comentarle lo bien o lo mal que me fue en los exámenes, y a la vez hablarle de Hawkmon, de Odaiba, hacer referencia a nuestras aventuras de la infancia e incluso recordar con cariño a nuestros viejos amigos.
Se volvió, sin darme cuenta, parte de mi rutina. Me acostumbré a tenerlo cerca, me hacía sentir a gusto. El hecho de que fuera condenadamente guapo era, sinceramente, totalmente secundario. Nunca pretendí dar un paso más en la relación, aunque no puedo negar que en algún momento llegué a pensarlo, como una posibilidad más entra tantas que puede llegar a plantear la vida.
Por eso, los acontecimientos de esa noche se sucedieron de forma espontánea, sin que mediara intención alguna de mi parte.
Fui a su apartamento ese viernes por la noche como lo había hecho tantas veces en los últimos meses. Charlábamos, bebíamos, veíamos televisión. A veces nos acompañaban Wormmon o Hawkmon, otras veces preferían quedarse en el Digimundo. Muchos digimons solían hacer eso, quizá para brindarle cierta privacidad a sus compañeros, quizá porque extrañaban su verdadero entorno.
Nunca hubo nada fuera de lo normal en nuestros encuentros. Sin embargo, solo me bastó con mirar su rostro durante un instante para darme cuenta de que esa no era una noche normal.
Ken, durante toda su adolescencia, estuvo rodeado de un aura de tranquilidad casi sobrenatural. Nunca parecía enojado o abatido, aunque tampoco demasiado feliz. No era que no tuviera emociones, porque sus ojos las reflejaban al menos parcialmente. Simplemente, no podía o no quería expresarlas de forma notoria.
Cuando me abrió la puerta y lo miré, parecía que esa aura se había esfumado, dejando a Ken en contacto directo con el mundo exterior. Su mirada estaba ligeramente desorbitada, y su rostro demacrado, como si no hubiera dormido en toda la noche anterior.
Fue tanta mi impresión que antes de decirle «hola» le dije:
—¿Estás bien?
Él me observó unos segundos como intentando entender qué le había dicho, pero finalmente esbozó una sonrisa muy impropia de él, entre triste e irónica.
—Sí, no te preocupes —dijo—. Sólo dormí poco.
Me invitó a pasar. La pequeña sala de estar, que tenía una vista muy interesante hacia una calle relativamente céntrica, estaba menos pulcra que de costumbre.
Ken estaba intranquilo, hasta una persona que no lo conocía tanto como yo se daría cuenta. Sin embargo, no me atreví a preguntarle qué le sucedía. Con los años había aprendido que consolar o hacer sentir mejor a las personas no era mi punto fuerte. Generalmente, debido a mi falta de tacto, las ponía peor. Ese era el trabajo para muchachas dulces y delicadas, como Hikari. Yo, en cambio, me ponía nerviosa y comenzaba a soltar incoherencias.
Empecé a hablar con más ímpetu que de costumbre. Por alguna razón, no quería dejar espacio para silencios, como si eso pudiera hacer sentir peor a Ken. Él parecía demasiado interesado en su bebida como para prestarme atención, pero a mí no me importó en absoluto. Evidentemente estaba ocupado en alguna lucha interna.
—Y entonces le dije que…
El celular de Ken sonó. Él lo tomo con su mano derecha mientras sonaba, contempló la pantalla un instante, y luego rechazó la llamada.
Yo quedé desconcertada.
—Eh, puedes atender si quieres —dije, confundida.
El negó con la cabeza.
—Era Daisuke —comentó sin inmutarse—. Estuvo llamando todo el día.
Yo me alarmé aún más.
—¿Y no lo atendiste?
Negó con la cabeza.
—No me apetece hablar con él.
Yo me quedé anonada. Lo único que se me ocurrió es que quizá se habrían peleado por algo.
De repente se instaló ese silencio que yo tanto temí. Pero él no pareció incómodo, al contrario.
—Miyako…—comenzó a decirme—. Es un día horrible.
Se sentó a mi lado y tomó mi mano. Sentí que cada nervio de mi cuerpo se enloquecía. Que el tomara la iniciativa en lo que respecta a contacto físico era simplemente extraño. Completamente impropio.
—Sí, me di cuenta —le contesté, sin soltarle la mano.
Él bajó la mirada.
—No quiero pensar. No quiero sentir —me dijo—. Nada que tenga que ver con él.
Entonces clavó su mirada en mí. Era profunda y azul. E irresistible.
No hice preguntas, aunque me moría de ganas de saber qué había pasado y si Daisuke era él.
Nos observamos fijamente. Pensé en que quizá lo correcto sería averiguar qué le sucedía e intentar ayudarlo. Pero entonces recordé que yo era mala consolando gente y que él no deseaba hablar sobre ello.
Y solo hice lo único que podía hacer: lo besé. Él aceptó mi beso. Y esa noche no hablamos más.
Cuando me desperté, Ken ya se había levantado. Lo fui recordando todo poco a poco. Me sentí principalmente avergonzada y aturdida. Pero estaba acostada en su cama, en su apartamento, y en algún momento tendría que salir. Por eso, me armé de valor y procuré no pensar en lo que había sucedido hasta estar tranquila y despejada en mi casa.
No me sorprendí cuando reparé en que la mitad que yo no ocupaba de la cama estaba ya tendida, y que todas mis prendas de ropa reposaban allí. Ken siempre fue muy ordenado y atento.
Me vestí y fui al baño. Sentí ruido de platos y vasos en la cocina, y noté también que la televisión estaba prendida.
Lamenté no haber llevado mi cepillo de dientes, pero jamás hubiese imaginado que sería necesario. Afortunadamente, no me costó trabajo encontrar un enjuague bucal sabor menta. Más animada, me peiné, suspiré profundamente y salí.
Ken me dedicó una sonrisa cohibida cuando entré en la diminuta cocina. Mientras se ocupaba de calentar el agua, noté cómo se ruborizaba. Por un momento me pareció ver al muchachito tímido que había sido casi una década atrás.
Sonreí a pesar de la incomodidad que reinaba en el ambiente.
Me senté. Esa ligera sonrisa en sus labios desapareció completamente. Él cerró los ojos, suspiró, y habló.
—Escucha, Miyako…
Supuse lo que seguiría. No tenía ánimos para hablar de lo que había pasado aún, y sinceramente, no lo consideraba oportuno. Había pasado muy poco tiempo.
—Hablaremos de eso después, otro día, ¿de acuerdo? —lo interrumpí—. Ahora me apetece desayunar en paz.
Y le sonreí ampliamente.
Él parecía confundido, pero aliviado al mismo tiempo.
Me apresuré a sacar el infalible tema del clima: parecía que pronto iba a llover. Ken no dudó un minuto en seguirme la corriente.
Ese día llegué pronto a casa, me duché, y volví a salir. Odiaba hacer las compras, pero en ese momento tener tantos recados por hacer resultó un alivio. No hubiese soportado quedarme encerrada, pensando.
Al mediodía un intenso chaparrón irrumpió en la ciudad. Afortunadamente, había llevado mi paraguas y no tuve que caminar más de seis cuadras en ese estado.
Cuando regresé, milagrosamente había logrado olvidar de forma parcial todo lo sucedido la noche anterior, o al menos lo necesario para continuar tranquilamente con mi rutina. Ni bien llegué, encendí mi adorada laptop y mientras iniciaba me preparé un café.
Vi que tenía ocho correos electrónicos. Supuse que serían notificaciones sin importancia de diversas redes sociales o promociones especiales. Sin embargo, aunque estaba en lo correcto para la gran mayoría de ellos, cuando leí el remitente del último me quedé sin aire.
(sin asunto) Ken Ichijouji 13:40 PM
Dudé un instante. Por un lado, me moría de ganas de leer lo que él había escrito, por el otro, temí la naturaleza de su contenido. Tardé unos dos minutos en ahorrar el valor suficiente para hacer click y abrirlo.
Me llené de paciencia y lo leí, línea por línea.
De: Ken Ichijouji
Para: Mí
Fecha: 18 de junio de 2011, 13:40 PM
Asunto: (sin asunto)
Querida Miyako:
Primero que nada, quiero disculparme por no plantearte esto personalmente, pero realmente siento que no sería capaz de explicarme lo suficientemente bien de esa forma. Siempre me costó relacionarme con la gente, tú lo sabes.
Soy una persona horrible.
Al leer esa línea sentí un escalofrío y me detuve. Lo decía en serio, es decir, él realmente sentía lo que estaba escribiendo. Otro quizá lo diría para llamar la atención, pero yo sabía que lamentablemente él lo decía sinceramente. Continué leyendo.
Debí haberte sido sincero ayer. Siempre me pongo así los 17 de junio. Es el aniversario de la muerte de Osamu.
Sentí náuseas, pero hice un esfuerzo para seguir.
Creo que solo mis padres lo saben, pero desde que me "recuperé", Daisuke siempre me acompañó este día y lograba mantenerme tranquilo, al menos. Me acompañaba al cementerio y luego andábamos por ahí, sin rumbo, hasta que acababa el día.
Ayer fue la primera vez que él no estuvo. Llamó insistentemente todo el día, pero no lo atendí. Creo que en cierta forma estaba enojado con él por haberse marchado, pero fue una actitud infantil. El problema es que recién ahora puedo darme cuenta.
Debería haberte dicho que no vinieras. O quizá haberte contado lo que sucedía desde el principio. Pero no quería. Desde que llegaste supe lo que realmente deseaba, supongo que sentí que cualquier actitud estaba justificada por la fecha. Obviamente no es así, pero era como si tuviera una venda de dolor en los ojos.
En fin, mi idea no era dar tantas vueltas y explicaciones. Sólo quería decirte que entiendo que ayer me comporté mal. Primero, no te fui sincero. Segundo, no debería haberte siquiera insinuado ir más allá, se supone que somos buenos amigos. Sólo quería alejarme un rato de esos pensamientos oscuros, pero con esa actitud, me acerqué más.
Te ofrezco mis más sinceras disculpas. Y si no las aceptas, lo entiendo. Y si no quieres verme más, también.
Con cariño,
Tu amigo Ken I.
La cabeza me daba vueltas. Intenté releer el mensaje pero no pude ir más allá de las primeras dos oraciones.
Supuse que ese mensaje ameritaba una respuesta inmediata, pero no tenía los ánimos para escribir. Cerré la laptop y sin pensarlo, me dirigí a mi habitación y me hundí en mi cama.
Dicen que una buena siesta lo arregla todo. Dudo que mi siesta fuera capaz de tomar una forma humana y escribir un e-mail por mí, pero fue lo mejor que se me ocurrió en aquel momento.
Me dejé apresar por el sueño, mientras que, extrañamente, la palabra "amigo" -que había leído minutos antes- seguía clavada en mi pecho.