¡Hola a todos y todas! Soy nueva escribiendo en este fandom, hasta ahora solo había escrito fics de manga/anime, pero como la mayoría soy una enamorada más de esta trilogía maravillosa y siento una especial atracción hacía esta pareja tan especial. No he podido aguantar las ganas de escribir una historia sobre el chico del pan y la chica en llamas. Por eso espero que os guste mucho.
Disclaimer: Los juegos del hambre no me pertenecen.
Advertencia: lemons en los futuros capítulos.
DISTRACCIÓN
[Capítulo 1] El pájaro herido.
−¿Hoy tampoco vas a comer?
Considero seriamente contestarle o no. Agacho la cabeza y miro el plato, el estofado de Sae debe de estar ya frío. No sé cuánto tiempo he estado con los brazos cruzados mirando por la ventana hasta que Peeta me ha hablado.
Bastante borde por cierto.
−Yo siempre como.
Es mentira. Él lo sabe, Sae lo sabe y hasta Buttercup lo sabe. Pero es lo único que se me ha ocurrido contestar.
Peeta me mira con los ojos entrecerrados, como aburrido. Espero a que me suelte algo más pero se queda callado. Como tampoco quiero empezar una discusión me como el estofado. Frío, por supuesto.
Siento su mirada sobre mí hasta que por fin doy el último bocado. Lo recoge y seguidamente ayuda a Sae a fregar.
Vuelvo a cruzarme de brazos giro la cabeza y veo a Buttercup lamerse las patas. Ha pasado casi un año desde la rebelión y solo un par de meses desde que Peeta se presentó en el jardín para plantar las prímulas.
Y no puedo decir que nuestra relación sea la mejor del mundo.
Ha cambiado. Todo. Él, yo… nosotros. No somos los de antes. Ni yo soy ya tan fuerte, ni él es ya tan amable. Al menos no tiene esa mirada lúgubre de antes, ni parece que vaya a cogerme del cuello en cualquier momento. Pero le noto más distante y más frío. En el pasado, en esta misma situación, él me habría animado a comer y habría mostrado preocupación. Ahora solo se impacienta para que coma rápido, poder fregar y largarse.
Sin embargo estoy demasiado metida en mi mundo cómo para que eso me afecte.
Cuando terminan de fregar, secar y colocar los platos en su sitio, Sae se despide y me recuerda que va a venir a la hora de cenar antes de marcharse. Yo me despido con la mano sin prestarle atención realmente.
Peeta y yo nos quedamos a solas.
−¿Necesitas algo más? −me pregunta por pura formalidad más que como un ofrecimiento.
Niego con la cabeza aún sin mirarle. Luego, oigo la puerta cerrarse. Me levanto y vuelvo a mi mecedora, no sin antes recibir un bufido de Buttercup.
−No me mires así. Podrías cazar más ratones en vez de hacer culo en el sofá –le suelto mientras me cubro con la manta.
Es casi verano, pero aún hay aire frio en el ambiente. O puede que no, puede que sea mi casa que es fría. O yo, que ya no siento ni frío ni calor. Considero salir a cazar, últimamente lo he estado haciendo pero muy puntualmente. Hace poco, con el tiempo primaveral, había días que podía ver los animales desde la ventana de mi casa, cogía mi carcaj y mis flechas y me iba de al bosque. Me sentía yo misma otra vez, pero brevemente. No es lo mismo sin Gale, lo admito. Por lo menos ahora el distrito tiene el Nuevo Quemador y en estos tiempos no me niegan ni una ardilla.
Como puedo, intento dormirme con la comida aún en el estómago.
Todos mis días son así.
[]
Es tocar las sábanas y saber que voy a tener mil pesadillas.
Cada vez que me levanto, repito lo mismo "Ya no puedo más, es insoportable".
Ahora mismo estoy sentada en el borde de mi cama, con mi pijama sudado y mis manos cubriéndome la cara. Hace un rato que Sae y Peeta se han ido tras la cena. Sabía que la siesta de esta tarde me quitaría el sueño, pero mi cuerpo está tan cansado y débil de tan solo respirar que no es difícil dormir otra vez.
Lo difícil son las pesadillas.
Quiero morirme.
Es lo que más me repito. Pero no. Aún sigo aquí.
Todas mis noches son así.
[]
La primavera se va esfumando y el verano llega. Poco a poco, son más las veces que decido salir a cazar e ir al pueblo. A veces me siento en un banco a contemplar la gente pasar, aunque más bien ellos me contemplan a mí, lo hacen por curiosidad. Yo, por terapia. El doctor Aurelius dice que observar cómo la gente hace su vida normal me ayudará también ¿A qué? No lo dijo exactamente. Algo de que debo ver la calma tras la tormenta.
Veo muchas cosas, sobretodo obras. Los unos a los otros ayudándose a reconstruir el 12, hogares donde vivir, nuevos comienzos. He oído que van a cerrar las minas y van a abrir una fábrica de medicinas, pero eso lleva tiempo. Cuando creo que ya he terminado de "observar la vida normal" me vuelvo a casa.
Al cabo de unas horas, el sonido del timbre me despierta de mi breve siesta post—caza. Al abrir me encuentro con Peeta sosteniendo una caja.
−¿Qué?
−Buenas a ti también −responde irónico−. El doctor Aurelius ha traído esto para ti.
Cojo la caja y ya entiendo su extraña expresión. Él es el encargado de traerme estas cosas. Bueno mejor dicho, de traerme las cosas que llegan del tren para mí. Es como si el doctor Aurelius quisiera cerciorarse de que recibo lo que me envía. Sé lo que son.
Medicinas. Y no medicinas normales.
Hace tan solo una semana, le dije que estaba dispuesta a empezar otro tipo de tratamiento. No me gustan las pastillas, sobre todo desde que me dejé de tomar las de dormir que únicamente aumentaban mis pesadillas. Pero como noto que sigo sin mejorar, le propuse que me recetara algo para… el humor. No estaba muy seguro, pero como periodo de prueba aceptó.
Frunzo el ceño. Peeta tiene la misma caja que yo.
−¿El doctor Aurelius también te ha mandado algo a ti? −pregunto con curiosidad.
−Eso parece.
Nos miramos a los ojos sin decirnos nada. No nos preguntamos qué tal nuestro día, ni cómo estamos, como nuestras conversaciones normales y antiguas. Simplemente, hola y adiós. Tras un par de segundos así, asiento con la cabeza en señal de despedida y entro en casa.
Abro la puerta del salón y me tiro en mi cama con la caja en la mano. No es que no quiera seguir teniendo este tipo de relación vaga con Peeta, es que tampoco sé cómo me siento respecto a volverle a tener a mi alrededor. ¿Feliz? ¿Triste? ¿Culpable? No lo sé. No hago más que sentirme patética cada vez que pienso en ello.
Aprieto la caja con fuerza. Odio esta situación. Me paso los días compadeciéndome, odiándome, culpándome o simplemente me quedo en blanco.
Lo he perdido todo.
Todo.
Y entonces es cuando empieza el discurso interno que hace que me ahogue con mis lágrimas.
¿Valió todo la pena? Hay tantas preguntas que me hago durante el día, la que me hago ahora no es diferente. ¿Estaré siempre así? A no ser que haga como Haymitch y olvide con la bebida no sé qué más hacer.
La situación es la de siempre. Estoy sola. Sin hermana, sin madre, sin mi mejor amigo y aunque tenga a Peeta a dos casas es como si no estuviera aquí. Solo tengo a un Peeta nuevo que no sabe cómo actuar conmigo.
Quiero dejar de llorar.
Abro la caja y veo un par de pequeños botes azules. Al abrir uno de ellos un olor a dulce me invade la nariz. Se nota que están hechas en el Capitolio, la forma parece la de un caramelo de menta pero por dentro tiene como bolitas amarillas. Es una forma bonita de presentar un antidepresivo.
Me leo las instrucciones por encima y me llevo uno a la boca.
[]
Por fin encuentro algo que hace que la relación entre Peeta y yo alcance un ligero cambio. Cuando le comenté la idea del nuevo libro mientras comíamos no estaba del todo segura de que fuera a aceptar, pero tras meditarlo, afirmó con la cabeza alegando que le apetecía dibujar.
Esto ha sido bueno no solo para mí, sino también para él. No sólo me sienta bien recuperar recuerdos bonitos, sino que también ayuda a Peeta con los suyos perdidos que aún están poco definidos tras el secuestro.
Me alegra ver que de una idea mía ha salido algo bueno.
Lo admito, también me gusta verle garabatear de nuevo. Su cara de concentración, sus ojos fijos en el papel, sus manos volviendo al delinear grácilmente un dibujo.
Sin embargo, noto algo raro. Algo raro en mí. A pesar de recordar los buenos momentos, y de ver a Peeta dibujar de nuevo, noto que me falta algo.
−¿Sigues aquí?
Su voz me saca de mi ensimismamiento, me habré quedado mirando el suelo fijamente sin darme cuenta. Me pongo a la defensiva y niego con la cabeza.
−Solo recordaba, creo que… me he mareado un poco.
−¿Te llevo a la cama?
−Puedo andar −le respondo fríamente, aunque esa no es mi intención.
Peeta hace un chasquido con la lengua y vuelve a lo suyo, por su cara está claro que no le ha sentado muy bien.
−Callado estoy más guapo.
−No es eso, es que no eres mi niñera.
Me muerdo el labio. Sé lo que me pasa. No me enfada el hecho de que me trate como a una enferma, sé que sus intenciones no son malas, lo que pasa es que sé que no son "verdaderas". No siento que lo haga porque quiere sino porque debe. Y eso me escama.
−A veces lo parezco.
Ahora es la lengua lo que me muerdo, de mi boca quieren salir "si tanto te molesta no vengas más" pero me detengo y sé que muy en el fondo tiene razón.
−Yo no te pido que lo hagas.
Parece que quiere decirme algo más, pero en vez de eso suspira pesadamente y vuelve a lo suyo. Él también se traga sus palabras porque no quiere llevar esta conversación más allá.
Vuelvo a lo mío, reconociendo que "lo nuestro" iría para largo. Claro que iría para largo… este no es el Peeta con el que quiero recuperar lo que teníamos antes. Puede que no lo recuperara nunca.
Cuando me despierto, estoy en mi habitación. Hay un vaso de agua en mi mesita de noche y Buttercup duerme a mis pies. Peeta debe de haberme subido a mi cama… al final lo ha hecho.
[]
Los días siguientes Peeta no aparece. Sae me pregunta en las comidas si nos hemos peleado o algo parecido, yo me encojo de hombros y le contesto "no que yo sepa". Aunque debería de volver porque tenemos el libro a medias y es algo que de verdad quiero hacer. Sin embargo, si no viene porque no quiere verme no puedo hacer nada, como mucho terminarlo yo sola, aunque sin dibujos no sé cómo hacerlo.
Es la segunda semana que me tomo las pastillas. Y funcionan. No, no es que me sienta más feliz. Simplemente me siento como "neutral". No me enfado, no me pongo triste, tampoco me rio… en general, nada. Debería de preocuparme pero sentir nada es mejor que sentirse mal todo el día.
Pasan unos días en los que Peeta no aparece, pienso seriamente ir a buscarlo a su casa pero sé que no debo hacerlo. Sin embargo, el tema hace que me hierva tanto la cabeza que decido hacer cualquier cosa para evitar esa incómoda situación. Cualquier cosa… como llamar a Johanna.
Alguna que otra vez llamaba a Johanna. Pocas veces, pero me gustaba hablar con ella. Me hablaba de cómo estaban Annie y el pequeño Finn y de cómo iban las cosas por el Distrito 4. Ella ya se va recuperando de su problema con el agua, poco a poco, ya consegue ducharse.
—Vaya, descerebrada, creía que no me llamarías hasta final de año.
—No has tenido esa suerte.
—¿Y bien? ¿Qué te cuentas?
—No mucho, la verdad… como siempre…
Al principio me cuesta saber para qué la he llamado exactamente. Ella enseguida sabe que me pasa algo y que no sé cómo decirlo. Tras unas preguntas más, le digo que estoy buscando algo nuevo que hacer.
—Podrías venir a verme, insultarte todo el día es entretenido.
—Quiero entretenerme yo, Johanna, no a ti —digo con cansancio.
—Eh, aquí en el Distrito 4 hay bastantes cosas emocionantes ¿Has peleado alguna vez contra un delfín?
—No. ¿Tú sí?
—En mis tiempos… Era emocionante saltar al agua desde las rocas más altas –cuenta con nostalgia y con un deje de tristeza en sus palabras. Me siento muy culpable por provocarle ese estado de ánimo.
Sin embargo sí que hay un sitio en el que puedo hacer eso. El lago. Quién sabe, a lo mejor podría sacarle provecho y…
La voz chillona de Johanna me sacó de mi idea.
—Pero oye, bonita, ¿acaso tú no tienes ya una "distracción" ahí en el Distrito 12?
No entiendo por qué Johanna había usado ese tono tan…
—¿Cazar?
—No mona, no. Ya sabes.
—¿Que ya sé qué? —respondo un poco nerviosa.
—Esa cosa con patas y… rabo
Levanté una ceja.
—¿Buttercup?
—¡PEETA! ¡Descerebrada! –grita en mi oído seguido de unas cuantas carcajadas.
Parpadeo y espero pacientemente a que Johanna deje de reírse. Dudo seriamente si colgar en ese momento.
—¿Me pillas? –Pregunta cuándo para de reírse.
—No sé si quiero pillarte —respondo lentamente. No quiero saber cómo va a terminar esta conversación.
—Tienes ahí a un tío que bebe los vientos por ti desde que era un crio. Que a pesar de todo está a tu lado.
El corazón se me encoje ante sus últimas palabras.
−Peeta no me habla.
−Bah, sólo se hace el duro —responde con normalidad, una respuesta bastante rara para lo que me había imaginado.
—Ya. Pues no sé para qué —contesto bruscamente—. No sé qué consigue no hablándome.
—Querrá llamar tu "atención".
—No sé qué te pasa hoy que usas un extraño tono en ciertas palabras —digo chasqueando la lengua.
—Ya, se llama "doble sentido". Hice bien en ponerte el mote de "descerebrada". Mira, mona, te lo voy a decir claramente, si lo que buscas es una distracción para olvidarte de tu "mierda de vida" te doy una medicina que ha servido a más de una para olvidarse de todo.
¿Medicina? ¿Acaso el doctor Aurelius también le estaba recetando antidepresivos a Johana Mason? No podía ser.
−Tú,el panadero, un sofá, velas, o una cama… baño incluso…
−Espera —por un momento siento que había dejado de respirar—, ¿estás insinuado que me… haga "eso" con Peeta? –algo en mi estalla— ¿De qué sirve eso? ¿No has oído que no me habla?
−Mi inocente Katniss, dudo mucho que Peeta esté sin hablarte para siempre. Tarde o temprano se le quitará la tontería. Los chicos son así –aunque no puedo verla, sé que se está encogiendo de hombros.
Aunque quiera que sus palabras fueran ciertas, no sé qué finalidad le ve a que vuelva a tener ese tipo de relación con Peeta, nos habíamos besado millones de veces y no recuerdo que eso me hiciera olvidar las amenazas de Snow.
Bueno, sí… hubo veces que sí.
Recuerdo el beso en la cueva. En ese instante me olvidé de donde nos encontrábamos… también la playa, en la que me abstraje de todo. O el beso en el Capitolio donde deseé con todas mis fuerzas que volviera a ser el mismo. ¿Se estaría refiriendo a eso Johana?
−Y me estoy refiriendo a un nivel más… "avanzado"… algo que de verdad haga que dejes de pensar y te sientas libre.
—Johanna no te ofendas pero creo que debo colgar —Estoy empezando a sonar como una de esas novelas rosas que leía mi madre hace siglos.
—Muy bien, como tú veas—suspira —. No estás preparada para esta conversación, lo pillo. Cuando lo estés, ya sabes mi número.
—Vale gracias y hasta…
—Ah, y por si no lo habías pillado, te estaba insinuando que echaras un buen polvo con Peeta.
−¿Un buen pol…? Vale, déjalo.
Cuelgo.
[]
Notas de la autora: el ritmo de los primeros capítulos seguramente sean introductorios, no quiero hacerlos pesados más bien serán para mostrar la situación en la que se encuentran Katniss y Peeta y como las llevan. Aún así espero que los disfrutéis.
¡Y bueno, si os ha gustado dejadme un review por fa y si no, también!
¡Bollos de queso para todos y todas!