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Disclaimer: Sailor Moon y sus personajes son propiedad de Naoko Takeuchi, pero si hubiera un especial navideño, para mí sería más o menos así...:)


"Christmas Tales"

Por:

Kay CherryBlossom

1. Deseos

(Lita)

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Había una palabra que se usaba mucho en época de fiestas y que definía indudablemente a la sailor de Júpiter, y ésa era la palabra esperanza. Primero, por el color verde. Mucha de su ropa era de ése color, su traje de guerrera, los halos que rodeaban a su planeta y hasta sus ojos. Después, su personalidad. Lita era una chica noble, demasiado soñadora e idealista, que siempre creaba escenarios supuestos de felicidad a cada cosa que le ocurría. Si se encontraba una flor perdida, sabía que alguien la había dejado para ella, si la galleta de la fortuna decía que tendría buena suerte, le atribuía su alegría a ella, si un muchacho la dejaba pasar antes en el tren o le sonreía ¡ni qué decir! Algo había visto en ella, y ya se imaginaba portando un vestido elegante de satén, y bailando con ése desconocido en un salón deslumbrante mientras se veían fijamente a los ojos... el encuentro ideal...

Y aunque muchas de ésas anécdotas no eran más que casualidades o inventos suyos, Lita no perdía la esperanza de que un día no lo fueran. Quería magia, suspenso romántico y drama.

Lita debería ser novelista.

El problema es que así como se le encendía la chispa de la ilusión, así se apagaba como cuando soplas una vela cuando la realidad aparecía. Con los años había tratado de mostrarse más realista y madura, había aprendido a no adelantarse tanto a las teorías románticas donde no había más que un gesto de cortesía en ése chico número ciento dieciséis que, para variar, se parecía a su ex novio. Se había esforzado por no ver cada encuentro agradable como un arreglo de las hadas. Sin embargo, muy dentro de ella, aún guardaba recelosa sus secretos y deseos que leía o veía en sus películas favoritas.

Deseaba por un día ser la protagonista y no la espectadora.

Pero más allá de estar permanentemente en el limbo de la fantasía y la esperanza, Lita tenía otro alter ego igual de soñador, pero habituado a su modo práctico. Cualquiera que la conociera sabía que tenía habilidades mucho más impresionantes que cualquiera de su edad. De hecho, si estuviéramos en el siglo XVII, Lita sería la esposa que cualquiera pelearía por tener, no al revés. No sería la chica que rechazan en el baile por ser demasiado alta o que evaden por miedo de su fuerza física. Nada de eso. Sería sencillamente la esposa perfecta. Tenía un carácter generoso y amigable, era extraordinariamente ordenada y limpia, y además tenía muy buen gusto para decorar la casa. Y ni que decir de su especialidad: la cocina. Desde una sopa casera hasta un sofisticado plato italiano o un pastel, la chica guapa de pelo castaño podía hacer lo que sea, y todo sabía igual de delicioso. Además le encantaban los niños.

Sí, Lita sería la esposa perfecta... el sueño de cualquier hombre.

Un autobús pasó a toda velocidad a su costado y le hizo pegar un brinco, volviendo a la realidad. Soltó una de sus bolsas del mercado, y suspiró, porque acababa de regar todas las verduras por el pavimento.

No estábamos en el siglo XVII, si no en el XXI, y particularmente, en un año modernista y odioso que no apreciaba ninguna de sus cualidades. Podían servir, pero no las admiraba nadie, con excepción de sus amigas. Eso la hacía feliz, y disfrutaba ver sus caras satisfechas cuando probaban sus platillos, pero todas ésas caras eran femeninas. No por eso valían menos, y llenaban su corazón, pero no su alma. Se sentía incompleta.

A sus costados, un montón de piernas y zapatos la esquivaban para no tropezar. Todos iban presurosos a sus fiestas de trabajo, a las tiendas o a encargar a las pastelerías el famoso Christmas Cake. A ella le salía espléndido el Christmas Cake, por cierto. Y por cierto también, ése año no lo cocinaría. Eso la hizo suspirar otra vez.

Al llegar a su casa, no cambió su ánimo aunque todo el ambiente cálido le inspirara a lo contrario. Sabía que ése árbol artificial (preciosamente adornado) no lo vería más que ella, y todos ésos regalos envueltos con esmero para sus amigas mañana no estarían, y el árbol se quedaría igual que cuando lo puso y nada más. Prepararía alguna cosa rica, pero en porciones individuales, y se sentaría resignada a mirar alguna película temática en la TV. Mientras dormías o 12 citas de Navidad parecían buenas opciones dada la... situación.

Hablando de éso, ¿no era horrible su situación?

Todas las chicas ya tenían planes. Su última esperanza había sido Mina, que hasta hace un poco rato le había avisado muy contenta que había "resuelto" su inconveniente, y no podría acompañarla, que la disculpase. Así soltó todas sus expectativas para ésa noche de fiesta y empezó a mentalizarse para lo que le avecinaba. Una solitaria Nochebuena, y luego, una deprimente Navidad.

No todo el día pensó eso. De hecho, cuando se levantó, estaba feliz, pues un milagro ocurriría aquél día. ¿Por qué? Pues fácil, porque después de rumiar mucho en detalles y coincidencias, estaba noventa por ciento segura que había alguien que pensaba en ella. Que imaginaba su sonrisa y que suspiraba cuando la veía pasar. Su amiga Mina se lo había dicho. Todos tenemos un amor imposible, pero también todos somos el amor imposible de alguien. Y hace dos meses, cuando vio a aquél muchacho subir sus cajas a un apartamento del piso de arriba, se imaginó toda clase de escenas melodramáticas con él. No era coincidencia que se haya ido a presentar formalmente con ella, ni tampoco que le haya alabado tanto su pudín de chocolate que le dio como bienvenida (antes que enamoradiza, Lita era muy acomedida) y mucho menos que haya ido a buscarla alguna vez con el pretexto de entregarle unas cartas que supuestamente por error estaban en su buzón y no en el de ella.

¡Qué tímido era, pero qué encantador! ¡Justo como le gustaban!

Todo marchaba viento en popa (bueno, en realidad no había pasado nada), hasta que se lo encontró esta mañana antes de salir, en el recibidor. Lita tartamudeó y se puso colorada, entabló una conversación casual con él, esperando el momento justo en el que él se acercara y le propusiera cenar. Ella se haría la difícil un poquito, fingiría que tenía otras cosas que hacer, pero al final accedería muy contenta. No había por qué caer en los extremos, ¿verdad?

Pero el chico no sólo no dijo nada, si no que se disculpó y le dijo que llevaba mucha prisa. Y se fue.

Nuevamente en tiempo presente, cuando terminó de guardar los víveres, Lita oyó el timbre. Abrió la puerta de modo desganado, desgano que se transformó en una inexplicable emoción cuando vio a la persona que estaba tras el umbral. Un muchacho mayor que ella, que rondaba los veintidós, de aspecto intelectual pero no por eso menos apuesto. Sonreía encantadoramente. ¡Era él! Era su vecino guapo. Todas las chicas solteras tienen un vecino guapo. El de Lita no sólo era guapo, era divino, y su amor platónico desde que lo vio: exactamente un mes, tres semanas, seis días, y catorce horas...

Tampoco llevaba los minutos, ¡no era tan loca!

—Kino-san, ¿verdad? —preguntó con voz suave.

Lita ni siquiera captó que el muchacho dudaba de su nombre. Estaba muy ocupada viviendo su alucinación:

Se imaginó en el salón de un hotel lujoso de paredes de espejos, rodeada de cientos de personas lujosamente ataviadas caminando de un lado a otro. Riendo, hablando por los rincones. Al centro se levantaba un enorme árbol natural que refulgía con miles de luces que reflejaban su brillo en las esferas y adornos, que cegaban a la vista. Charolas de delicias calientes y frías, champán... y aquél joven con un esmoquin llevándola del brazo, presentándola a todos como su novia ¡no, mejor su prometida!

—¿Kino...san? —preguntó de nuevo su vecino, que ya no sonreía. De hecho, parecía preocupado —¿te encuentras bien?

Lita pareció abofetearse mentalmente, y reaccionó.

—¡Sí, por supuesto! —respondió hinchando los cachetes rojos —. ¿Q-qué se te ofrece? ¡Oh, feliz Navidad, Kotaro-san!

Él rió, y a Lita le pareció que su risa eran como cascabeles navideños.

—Igualmente —devolvió haciendo una pequeña reverencia —. Verás... te vi subir con tus bolsas, y pensé...

Lita amplió su sonrisa mientras sus ojos brillaban con antelación... sí, seguramente él también había notado ésos choques accidentales, ésas miradas en las escaleras, sus sonrisas intercambiadas en el buzón o al salir o cerrar la entrada principal... ¡era tan obvio! Y hoy era Nochebuena, el día que se cumplen los deseos. Podía ser, ¿por qué no?

—Pues pensé... en ti, y en lo buena que eres siempre —continuó él soltando galanterías. Bueno, ella era una vecina ejemplar, y Lita ya se sentía flotar, esperando la propuesta para una cita esta noche. ¡Podría cocinar! ¡Aún tenía tiempo e improvisaría algo delicioso! ¡Se pondría su blusa de seda verde! ¡Podría ser besada por fin por el chico de sus sueños! — y como es Navidad, pues... me preguntaba si tú podrías...es decir, si quisieras...

—¡Sí quiero! —se adelantó.

—...prestarme unos cuantos huevos.

Lita parpadeó mientras perdía el color. El salón y el baile de gala se destruyeron. La cena romántica fue sustituida por los tallarines prefabricados y la televisión. La blusa verde por su bata de pijama... y el beso... No había beso. Más que el que le daría Sandra Bullock a Bill Pullman.

Y ella no era Sandra Bullock.

—¿Huevos? —preguntó Lita en un gemido —. ¿En serio...?

Él no pareció notar su cambio de actitud. Se ruborizó un poco mientras contaba:

—¿Sabes? Estoy preparando una receta nueva y no medí bien la cantidad, de modo que si salgo ahora al supermercado, que seguro estará abarrotado, tardaré demasiado y no estará listo aquí para cuando llegue mi novio.

—¿Tu... novio? —preguntó otra vez, horrorizada.

—Sí —sonrió, con esa expresión que siempre hace la gente que ama —. Le conoces, ¿no? Nos hemos topado en el pasillo.

Sólo había algo peor que tener un vecino guapísimo y no poder tener una cita con él, y eso es tener un vecino guapísimo gay. Claro que se lo había topado. Era otro Adonis igualito pero en rubio, y no era demasiado raro que dos amigos estuvieran estudiando juntos casi todos los días, pero cuando lo vio adoptar dos gatos debió ser suficiente pista... pero no para ella, que siempre quería ver señales donde no las había e ignoraba las evidentes.

Lita agachó la cabeza y se dirigió al frigorífico, mientras volvía a ser la vecina ejemplar que todos amaban, y la solterona que ella odiaba ser.

Trató de distraerse con cosas que nadie hacía en un día de fiesta. Ordenó la alacena, separó los abarrotes por tipo o nombre. Sacó ropa de su armario para donarlo a los desprotegidos, dejó las ventanas relucientes (aunque el pronóstico del tiempo había indicado que nevaría), aspiró la alfombra dos veces, lavó su ropa de cama... y luego, se tiró en el sofá a mirar el techo. Sin embargo, para cuando terminó eran apenas las seis y media de la tarde, y entró en ansiedad. ¡Todavía le quedaban otras cinco o seis horas para que terminara el día! Se puso unos botines, cogió un abrigo y salió a caminar.

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Fue peor que permanecer en casa. Todo el ambiente era alborotado y le mareaba, aunque disfrutó de un desfile de muñecos de nieve y otras figuras del estilo que al perecer promocionaba un centro comercial. Un hombre vestido de duende le obsequió un bastón de caramelo, y Lita se metió en el primer sitio abierto que encontró para tomar algo, porque ya estaba empezando a titiritar. No había nadie en la cafetería, salvo un un hombre con pinta de detective y par de ancianitos que discutían acaloradamente sobre un tema que no entendía, y probablemente que tampoco entendían entre ellos. Se gritaban porque no oían bien y luego reían. Cosas de la edad. Lita se quedó viendo con mala cara el único regalo que había recibido y lo dejó a un lado en la mesa, luego de que se cansó de jugar con él.

Una taza grande con un líquido caliente y humeante se depositó sobre su mesa. Lita levantó los ojos.

—No ordené ésto.

—Lo sé, tienes media hora mirando el menú.

—Andrew —reconoció ella sorprendiéndose —,¿trabajas hoy?

Él sonrió de modo cálido.

—Cambié el turno con un compañero. Digamos que lo necesitaba más que yo.

—Oh.

Lita acercó la taza a sus manos. Era agradable y olía delicioso, a cacao casero.

—¿De verdad que me lo puedo quedar?

—Claro. Mi hermana dice que el chocolate caliente resuelve todos los problemas.

—¿Parezco una chica problemática? —bromeó. No tenía ganas de bromear, pero igual salió.

—No, pero pareces triste, y eso puede ser un problema. Sobre todo en Nochebuena.

Lita se encogió de hombros, abstraída. No le gustaba exponerse tanto a los demás, no solía ser dramática como Mina o visceral como Rei. Tampoco era una tumba como Ami, pero le gustaba reservarse sus sentimientos profundos y lidiar con ellos sola. Después de todo, ella creía y se había repetido hasta el cansancio que tenía que ser una chica fuerte, la más fuerte del grupo pues sus amigas la necesitaban. Quizá su apariencia no concordaba con su interior. Era algo increíble que Andrew lo hubiera notado.

—Estoy bien. Las fechas me ponen sentimental —le sonrió con un tinte dulce. Luego probó el chocolate y lo saboreó deshacerse en la boca, era un manjar líquido —. Está muy rico. ¿Qué le pusiste?

—Un poco de canela, a veces ayuda a nivelar el azúcar.

—No se me habría ocurrido ponerle canela —observó interesada —, pensé que sería amaretto o algo más dulce. Creo que es perfecto para acompañar el Christmas Cake, que es más sobrio...

—Sabes mucho de cocina, ¿verdad? —indagó el chico, y tomó asiento frente a ella. Después de todo, la cafetería estaba prácticamente vacía.

Los ojos de Lita traslucían una emoción inefable, brillaban con sólo hablar de ello.

—Me encanta. Cocino desde que soy niña.

—Qué vergüenza, yo he sobrevivido la universidad gracias a sopas instantáneas y pizza.

Ella rió. La primera risa sincera del día.

—Puedo enseñarte un día... si quieres —y... enseguida se arrepintió de la propuesta. Ya había estado en ése mismo lugar proponiendo la misma cosa con el mismo chico que después resultó que tenía una novia muy guapa e interesante, y también supuso que seguiría siendo la misma; así que compuso sus palabras —, quiero decir, te puedo prestar un libro para principiantes que tengo. Te ayudaría.

Andrew sonrió como un colegial tozudo.

—No te ofendas, pero no creo que lo lea nunca.

—¡Pero no puedes vivir de empaquetados! No es saludable —le riñó haciendo un gesto de madre joven.

—Por hoy puedes dejar de preocuparte, comeré un poco de sobras de la cafetería —explicó el universitario. Lita volvió a entornar los ojos, sin entenderle muy bien. Él rió un poquito y amplió su explicación —. Bueno, ésta noche deberé hacer la guardia, alguien debe esperar a unos proveedores a medianoche y cambié el turno con mi compañero, ¿recuerdas que lo mencioné?

—¿Vas a quedarte solo...aquí...en Nochebuena? —preguntó Lita nuevamente, como si le hubieran dado una noticia funesta.

Él se encogió de hombros.

—Él tiene a alguien en casa. Yo... pues nadie me echará de menos, así que puedo con ello. Tal vez Santa Claus me premie mi buena obra, ¿no crees?

—¿Y tu hermana?

—Está de vacaciones con sus amigas.

—¿Y tus padres?

—Oh, vamos. Sabes que sólo somos nosotros dos.

—¿Y tu novia?

—Eres una chica muy preguntona, ¿verdad?

Lita enrojeció, y para disimular, le tomó a su chocolate. Andrew no se lo tomó mal, apoyó las manos sobre la mesa, de pronto con tintes curiosos.

—Está bien. Sólo bromeo... la verdad es que no hay tal. La hubo, la conociste... pero... —Ella aguardó al filo del asiento, igual que si esperara el final del capítulo de una telenovela —. Digamos que socializó mucho allá, no creo que vuelva...

Lita se le quedó mirando, mientras él, simplemente fijaba los ojos en la ventana con aire nostálgico. La gente deambulaba por las calles con obsequios, con la atmósfera navideña que ella tanto deseaba tener. Sin hacer muchas deducciones, entendió que Andrew era un espejo de ella misma. ¿No estaban en la misma situación acaso? No quería volver a empezar con ideas absurdas, pero no podía tampoco negar lo que veía. Ambos estaban solos, en el mismo lugar. Y en Navidad, se esté en donde se esté, en cualquiera de las circunstancias, debería ser un día en el que hay que pasarla bien.

Se acabó de un trago el chocolate, dejando unos graciosos bigotes de espuma por los que a Andrew no le dio tiempo siquiera de reír, porque la muchacha se puso de pie de un salto y le dijo con convicción:

—Muy bien, ¿a qué esperas? Pon el letrero de cerrado, porque hoy no comerás sobras. Ni tú ni yo. Nos merecemos una cena de verdad.

La cocina del Crown's era para Lita como Disneylandia para cualquier niño. Era enorme, llena de utensilios y tantos aparatos variados y modernos suficientes como para preparar un banquete de bodas sin problemas. Se puso un delantal prestado de una tal "Niki", y Lita iba de aquí para allá, sacando cosas, improvisando, moviéndose ágil como pez en el agua. Andrew la miraba admirado, no queriendo interrumpir.

Lita lo notó.

—¿Pasa algo?

—No, es que se te ve muy...doméstica.

Ella frunció el ceño.

—Nunca nadie me había acusado de eso, señor.

—Me gustaría ayudarte.

—No hace falta, tú puedes sentarte y esperar.

—En verdad quisiera hacerlo —insistió, y parecía sincero. Lita accedió con una sonrisa, aunque no le gustaba que nadie interviniera en sus recetas.

—Puedes picar los pimientos.

Andrew miró con suspicacia la tabla de picar y el cuchillo, y sus mejillas adquirieron un tono rosado, pareciendo más niño.

Lita se rió con ganas, captando la indirecta.

—¿No sabes picar?

—No te burles de mí —murmuró avergonzado —. Yo sólo hago y llevo el café, no hago nada de ésto.

—¿Nunca cocinaste con nadie?

Se limitó a negar con la cabeza. Mientras Lita seleccionaba los vegetales, pensaba en eso. ¿Acaso su ex novia nunca le preparó algo? Vaya, no se imaginaba siendo así. Para ella, el lenguaje del amor se expresaba con la comida. En mirar las caras placenteras de la gente que quería, degustando lo que con tanto empeño y afecto había hecho para ellos.

No quiso juzgar, pero no pudo evitar alegrarse de que ésa chica estuviera a un continente de distancia.

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Lita le enseñó, igual que había enseñado a otros novatos antes. Mina y Serena fueron causas perdidas, pero le produjo gran satisfacción corroborar que Andrew no era una de ellas. Se puso a ello de modo cuidadoso, aunque demasiado lento para su gusto y pensó que a ése ritmo, estarían cenando por la madrugada. Lita juntó los ingredientes necesarios para un simple wok de pollo y verduras condimentadas.

Pero pasados unos minutos, Andrew torció los labios y soltó el cuchillo. Parecía algo enfadado.

—Vale, ya está bien.

La chica de pelo castaño puso en pausa su acción de rallar el queso mozarella, muy cautelosa.

—¿Qué pasa?

—No podemos hacer ésto así. No está bien.

Oh, no...

Ya sabía. Sabía que nada podía salirle bien, aunque sea una vez...

—Esto es incorrecto —siguió diciendo Andrew. Lita bajó los ojos hacia su pollo marinado, y su estómago se revolvió con pesadez. Había sido rechazada por muchos chicos, pero no por el mismo dos veces seguidas, eso ya era rayar en lo patético —. ¿No estás de acuerdo? ¿Lita?

—Sí, yo... —balbuceó sin atreverse a mirarlo —. Lo siento... fue mala idea.

—No es tu culpa, es mía por orillarte a hacer las cosas así —farfulló Andrew —. Míranos, estamos actuando como robots. Como en ése canal de cocina de TV por cable, que por cierto, ahora sé porque tiene la misma audiencia que nosotros. Cero.

Lita pestañeó, sin entender nada.

—¿Eh?

Entonces él sonrió y sus ojos parecieron chispear. Saltó de su banco y sacó de un anaquel una pequeña bocina y luego la conectó a su teléfono móvil. Enseguida, la voz fiestera de Farrel Williams resonó por todo el lugar. Luego él se aproximó hacia donde estaba, y tomó su mano.

—¡Es Nochebuena, Lita! ¡Y nos comportamos como dos jubilados que cocinan después del trabajo que odian! No somos así.

Lita le sonrió un poco, aunque seguía algo perdida.

—Se supone que ésto debe ser divertido. Ven, vamos a bailar.

—¡P-pero el pollo...!

De un jalón, el muchacho comenzó a moverse con ella, dándole unas cuantas vueltas o meneándose, siempre alegre y despreocupado. Lita notó admirada cuan más alto era que ella, algo a lo que no estaba muy acostumbrada. Tampoco sabía que podía bailar, aunque lo hacía de un modo desordenado, sin coordinar bien los pasos. Era una canción que hablaba de la felicidad, y de inmediato se contagió de todo eso, y rió. Se rió mucho.

Después, la preparación pasó a segundo plano. Todo el rato estuvieron chocando, gastándose bromas inocentes con toques ya no tan inocentes, y pasándola fenómeno. Lita no pudo disimular quedársele mirando a las curiosas pecas que tenía en la nariz o lo más fuerte que lo encontraba que hace unos años. ¡Ay, no aprendía! Y tampoco le importaba aprender o no.

No usaron las mesas. Comieron sentados en la barra de la fuente de sodas, balanceando sus pies. Andrew no dejaba de elogiar la comida, mientras comía voraz. Luego simplemente se quedaron charlando y tomando un poco de sidra espumosa, aunque en cómicos vasos que eran para malteadas porque no encontraron otros.

—Lo siento, hizo falta algún postre —comentó Lita algo ansiosa.

—Seguro que hay helado. ¿Quieres un poco? —ofreció.

—Yo iré. ¿Dónde está?

—En el horno, por supuesto —le dijo Andrew sonriendo.

Lita le puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar suspirar internamente. No solamente él era guapo y agradable. Tenía sentido del humor.

Luego del helado de vainilla, cuando pareció que se quedaron sin tema de conversación, sobrevino un silencio prolongado. Lita miraba las burbujas de ésa bebida que le había adormecido agradablemente la garganta.

—Creo que ya es momento de seguir adelante —irrumpió el silencio la voz ronca y baja de Andrew. Lita le miró su perfil. Torcía el labio, como reprimiendo una sonrisa amarga —. Ya lo sabía, pero no me había caído la realidad encima, hasta que te lo dije a ti. Ella no volverá...

Lita le miró con compasión. Aunque no se le notaba deprimido, más bien sosegado.

—Andrew...

—Y hoy me di cuenta de algo más también...

La miró, y algo dentro de ella le decía que debía emocionarse, aunque no sabía por qué. Intuición, o el anhelo de un simple deseo navideño.

Lo deseó, y afuera, las campanas y coros de alguna iglesia que marcaban la media noche opacaron la melodía comercial que los acompañaba de fondo.

—¿Qué? ¿qué cosa? —preguntó ella, sintiendo saltarín todo el estómago.

—Creo que no sólo puedes enseñarme a cocinar, Lita...

Todas las implicaciones de su frase permanecieron suspendidas entre ellos, mientras ella, muda y arrobada, trataba de asimilar la idea. Las palabras de Andrew no parecían una propuesta, si no más bien una decisión suya.

—Pero ya habrá tiempo —murmuró como para sí mismo. Soltó una risa juvenil y aliviada, como si lo que hubiera estado pensando se hubiera esfumado completamente de su mundo. Dio un salto de la barra y luego le extendió una mano —. ¿Podemos bailar otra vez? Un pajarito me dijo que lo haces estupendamente y yo tengo dos pies izquierdos que quiero corregir.

Lita sonrió de oreja a oreja y tomó su mano sin chistar, con un regocijo interior al que ahora no estaba dispuesta a renunciar, al igual que el resto de sus deseos. Porque el más simple y llano se acababa de cumplir, ya tendría que cumplir todos los demás... nada era imposible.

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Canción: Two Ghosts by Harry Styles.


Notas:

¡Hey, people! *u*Me emociona publicar algo nuevo, y antes de que se me confundan, les explico: Son cinco OS, cada uno protagonizado por una sailor y abrimos telón con Lita, así iré subiendo los demás durante todo el mes de diciembre. Me encanta la época y así mantenemos viva la llamita de las festividades :) Oh, por cierto, las canciones que vayan viendo al final, son las que me inspiré para escribir el shot o que lo ambientan, como prefieran verlo.

Al grano, ¿qué les pareció? Siempre he pensado que ésta chica es taaan linda como para tener tan mala suerte en el amor... no me parece.

En Japón no se estilan las convivencias familiares como en occidente, Navidad en general es una fecha para pasarla en pareja o con alguna cita o con amigos. Digo, para aclarar el por qué tienen los planes que tienen.

Si te gustó porfis dale favorite, follow y un REVIEW! Vamos, que es época de dar y recibir. :p La próxima semana tienen actualización. Pinky promise!

Besos pre-navideños,

Kay