Al amparo de la noche

Epílogo - Hace tiempo, bajo el cielo de Venecia

Ese cabeza de chorlito tenía muchas ideas locas en la cabeza, pero aquella se llevaba la palma. Sin venir a cuenta, un día, le había mandado un mensaje a su teléfono móvil de última generación, cortesía de una de las compañías de telefonía más influyentes de su casa, mientras se encontraba leyendo un dosier con más de cincuenta páginas, el cual amenazaba con proporcionarle uno de los mejores comas mentales que últimamente había experimentado. En dicho mensaje, le decía que cancelara todos sus planes para aquel fin de semana, que tenía en mente algo grande y que seguro que estaría recordando durante siglos. Conociéndole como le conocía, sabía que aquello no necesariamente tenía que ser bueno, ya que sus conceptos diferían en ocasiones.

Por lo tanto, dejó todo lo que estaba haciendo, cogió el teléfono fijo y le llamó. La idea era ir a Venecia a pasar un fin de semana: champán, jacuzzi y quizás hasta velas, todo en un hotel de lujo. El gasto le producía ligera inquietud, pero cuando a ese tontorrón se le metía algo entre ceja y ceja, era imposible sacarlo de ahí. Así pues, él susodicho le preguntó lleno de ilusión:

— ¿Qué te parece entonces? Vas a venir, ¿verdad? No vas a dejar plantado a este pobre hombre que tanto te aprecia, ¿verdad? Le he dedicado mucho tiempo a planear cada detalle, anda...

Sus ojos miraron la pared fijamente mientras aún sostenía en su mano derecha el teléfono, apoyado contra la oreja. Si algo sabía era que si le decía que se había esforzado una cantidad, seguramente lo había hecho el doble. Además, negarse a salir con él lo único que le iba a ganar era que éste empezara a llamarle día sí y día también hasta que aceptara. Para terminar, tampoco encontraba un motivo por el que decirle que no. Hacía prácticamente tres semanas que no se veían y últimamente el tiempo que pasaban en ausencia del otro se hacía más difícil de aguantar. Sí, quién lo diría.

— Ahora tengo mucho trabajo que hacer, pero envíame los detalles sobre la hora a la que salimos y desde dónde. Me parece buena idea.

Notó inmediatamente el cambio en su voz, cómo había subido unos cuantos decibelios y se había acelerado, presa de la ilusión que le hacía que hubiese aceptado. Sonrió, enternecido, y con palabras calmadas intentó que se tranquilizara un poco. Con lo loco que era en ocasiones, era capaz de volar hasta su casa sólo para abrazarle. Después del tiempo que hacía que se conocían, podía leer con suficiente facilidad a Francis Bonnefoy, ese hombre al que desde hacía cosa de tres meses llamaba —o quizás no lo usaba tanto, pero es que aún se hacía extraño— novio.

Mientras preparaba el viaje se dio cuenta de un pequeño detalle, uno ínfimo que no sabía si debía tan siquiera mencionar, pero que apareció de repente en su cabeza y se negaba a marcharse. O al menos es lo que había ocurrido hasta que, de repente, le vio en el aeropuerto, con una maleta a sus pies, con el brazo elevado en el aire y agitándolo para llamar su atención. España sonrió y entonces se dio cuenta de lo mucho que le había echado de menos. Corrió hacia él, provocando con su ímpetu que se tambaleara la maleta violentamente mientras la arrastraba, y se le abrazó. Escuchó que Francia reía y pronto los brazos del mismo le habían rodeado, para asegurarle y así no perder el equilibrio. Sólo faltaría que los dos cayeran al suelo. Posó sus labios sobre su frente, en ese gesto amistoso que tenía para con él desde tiempos inmemorables, y de esta manera captó la atención de Antonio, quien se inclinó y le besó directamente. No podía mentir, le gustaba ver que el hispano ya tomaba la iniciativa con aquel tipo de cosas. Cuando habían empezado a tontear, básicamente era Francia el que tenía que irle detrás y robarle los besos siempre que Antonio estaba sobrio, así que el cambio era agradable.

¿Quién le iba a decir que tanto esfuerzo iba a merecer tanto la pena? No hubiese pensado antes que llegarían a estar de esa manera. ¡Novios! ¡Eran novios! Aún había mañanas en las que se despertaba, se quedaba mirando al techo fijamente, y se asombraba al recordar que tenía como novio a un español con un cuerpo de infarto y un culo perfecto. Le sonrió cortés, conquistador, y le arrebató la maleta a España, dispuesto a llevarla por él.

— ¿Me has echado de menos? —le dijo con ese aire de don Juan. Se fijó en el gesto de Antonio, el cual sonreía algo azorado para, después, bajar la mirada. Después de un largo segundo, se atrevió a volver a posar la vista en él. Sus hombros se encogieron durante un segundo y, aunque no dijo una palabra, suficiente sabía de él para entender que eso era un sí. Tenía la esperanza de que en un futuro se lo dijera, sin tapujos. El día que ocurriera, Francis temía que le daría un coma mental y que pasaría segundos en blanco.

Tampoco era el momento de provocarle, aunque era tentador presionar hasta que se sonrojara un poco. El hotel lo había mirado por internet y cuando llegaron se encontraron con que era igual que en las fotografías. Merecía la pena haberle dedicado más de dos horas sólo por ver la cara de fascinación de España, que trataba de ocultar aquella curiosidad como la de un niño pequeño. Pero no era la única sorpresa que había: nada más entrar había un carrito con champán esperándoles. Antonio era incapaz de mantenerse serio y de vez en cuando reía, demasiado contento por aquellos detalles tan típicos de Francis. Después de tomarse un par de copas y de brindar, porque el rubio se emperró, empezó el tour por la habitación.

Lo que llamó la atención de España fueron dos cosas: En primer lugar el lecho, que estaba cubierto con pétalos de rosa roja. El segundo detalle fueron los dos trajes llamativos que descansaban sobre éstos. Mientras miraba esos disfraces, Francia se había ido acercando a su espalda, como el guepardo en plena caza, silencioso. Entonces Antonio se giró, para preguntarle algo, y eso fue lo que necesitó antes de lanzarse sobre él y abatirle contra la cama. Se sentó encima de él, con las rodillas a cada lado de su cuerpo, mirándole con una sonrisa traviesa. España, echado sobre un lecho con pétalos de rosa era una escena bastante agradable, aunque éste le mirara con una ceja arqueada, preguntándole en silencio que a qué demonios venía eso. Posó la mano izquierda sobre la del hispano, la elevó ligeramente, hacia su propia cabeza y entonces se inclinó hasta besarle de nuevo lentamente.

Antonio no se resistió; es más, después de un segundo le correspondió con cariño, el cual siempre mataba las pocas neuronas vivas del galo. Como se dio cuenta, el de cabellos castaños se apartó del beso e intentó esquivarle. Era de suponer que Francia no iba a rendirse a la primera de turno, así que empezó a meterle mano. España se rió y se movió hasta estar de lado y se hizo un ovillo, cuidando de cubrir con sus brazos las zonas que eran más sensibles y que más pronto sentían las cosquillas.

— ¡Venga, para! ¡Aún no me has explicado a qué vienen esos trajes que estamos chafando con nuestro peso! —sintió un mordisco en la oreja y eso le hizo quejarse. Rápidamente fue a cubrírsela—. ¡Eres un tramposo! Deja a mi pobre oreja en paz, que ella no te ha hecho nada.

— ¡¿Es que estás hecho de piedra?! —exclamó indignado el francés, dándose por vencido al ver que no se lo estaba tomando en serio—. ¡Hace casi un mes desde la última vez! Tengo muchas, muchas ganas de hacerte muchas cosas. ¿Es que te da igual?

Ahora era uno de esos momentos en los que el rubio se arrepentía de hacer ese tipo de preguntas, más que nada porque de repente Antonio le miraba perplejo y se quedaba segundos en silencio. Ese rato era una de las peores cosas que había experimentado. No sabía si se iba a reír de él o le iba a decir que era tonto. Era como tener una pistola con una sola bala en la mano y que tuviera que pegarse cuatro de los cinco tiros. El estrés era demasiado grande y a veces desearía que España pensara con más rapidez y le dijera las cosas directamente.

— No, claro que no me da igual —dijo Antonio. Ni siquiera fue consciente de lo que sus palabras habían provocado en el cuerpo de su novio francés—. Pero sé que como empecemos a caminar por ese sendero, entonces no saldremos de aquí hasta que se haya terminado el fin de semana. Suena tentador, pero me gustaría hacer también otras cosas contigo, como pasear por ahí, tomar algo. Luego, por la noche, podemos hacer muchas cosas.

La sonrisilla de Antonio, juguetona, le mató por dentro. Maldito fuese ese hombre, tan perfecto él. Le podía cuando le decía ese tipo de cosas. Era como si supiera en cada momento preciso qué era lo que quería escuchar. Pero no siempre se lo decía, no, esperaba a instantes concretos para entonces desarmarle por completo. Lejos de calmarle, aquello sólo le había calentado más. Le arrancaría la ropa con los dientes de ser posible, pero sabía que España quería esperar, así que intentaría aguantar. No obstante, eso no quería decir que no se fuera a cobrar su incentivo antes, así que posó la mano en su mejilla, con el pulgar tiró levemente del mentón y entonces le besó con lengua, posesivamente, lleno de deseo y pasión que logró que esta vez Antonio se moviera contra él, buscando su cuerpo. Cuando decidió que había tenido suficiente por las próximas horas, se separó y dibujó una sonrisa socarrona. Ahora era el español el que se arrepentía de haber aplazado ese encuentro.

— Está bien, te lo explicaré —dijo haciéndose a un lado. Una cosa era que hubiera resuelto comportarse, otra cosa era que pudiera lograrlo si seguía encima de él—. Éstos son los disfraces que vamos a llevar para el Carnaval. Se ha convertido en costumbre que los locales y gente adinerada de otros países paseen en este tipo de atuendos. Las máscaras son completas, pero tengo otras para la tarde-noche. Son de alquiler, lamentablemente, porque no quería que me miraras asesinamente si te decía cuánto habían costado. ¿Te apetece salir por ahí a llamar la atención de todo el mundo? Sería tu escolta~

Los ojos verdes le observaron, perplejos, y al final le sonrió. Bueno, no sonaba tan mal tampoco. Así pues, se levantaron los dos de la cama y empezaron a arreglarse para salir a pasear por las calles. Ese tipo de ropa, con mangas anchas y bombachas, de terciopelo, le traía muchos recuerdos de otras épocas. Los ojos de Francis prácticamente le habían violado, mirando con fijación cómo se quitaba cada prenda de ropa.

— ¡Que se te van a salir los ojos de las cuencas! —exclamó risueño Antonio.

— No puedes ni imaginarte las guarradas que acabo de reproducir en mi mente mientras veía ese cuerpazo tuyo~ —dijo Francis con aire ensoñador y una sonrisa idiota.

— Pues como no te apresures y te arregles, este cuerpazo se va a ir sin ti —concluyó.

Era curioso ver que siempre que usaba una "amenaza" por el estilo, Francia dejaba atrás sus delirios sucios y se apresuraba. Muchas veces le había dicho que si lo hacía era porque no quería dejarle ir por ahí solito, que a saber quién podría encapricharse de él. Siempre le hacía sonreír, enternecido. Era un posesivo de lo peor, pero de alguna manera podía ver que era porque realmente le quería. Se esforzaba mucho para hacerle feliz, de eso también se daba cuenta. De hecho, ¿cuánto hacía que ni siquiera mencionaba lo bueno o buena que estaba algún hombre o mujer? Últimamente los piropos iban dirigidos únicamente a él y eso le agradaba. Sí, le gustaba estar medianamente comprometido con Francia, porque la cosa iba mejor de lo que hubiera imaginado.

El paseo por la calle fue bastante entretenido y un montón de turistas les iban pidiendo fotos. Había unos cuantos que se quedaban algo chocados cuando veían que eran dos hombres solos, pero unos cuantos les habían mirado con fascinación cuando Francis, para la pose, había agarrado a Antonio por la cintura. Entre la comida, las fotos, y el paseo por la ciudad, pronto les sorprendió la noche. Pasaron por el hotel para quitarse la máscara blanca que les cubría toda la cara y pasaron a una más ligera, negra, con adornos sencillos. No tenía nada que ver con aquellas que habían llevado hacía mucho tiempo, pero curiosamente el tema del pasado no había salido y ninguno de los dos lo mencionaba, por si acaso.

Volvieron a salir, hacia la Plaza de San Marcos, donde esa víspera se celebraba un baile. Según le había contado Francia, era una especie de homenaje a los inicios del festival, e iban a tocar canciones de la época y a emular un poco ese ambiente. Aunque en un principio les detuvo y les hizo pensar en el pasado, recordaron que ahora la situación era muy diferente y que era una oportunidad para disfrutar. Encerraron las memorias y se centraron en divertirse, en bailar y en tomar cerveza de jarras de cerámica. Así pues, las horas fueron pasando hasta que, de repente, la banda, la cual iba disfrazada, empezó a tocar canciones lentas para empezar a echar, de manera indirecta, a la gente hacia sus casas.

La mano derecha del francés rodeaba cariñosamente la del hispano y la izquierda asía su cintura y le dejaba cercano a su propio cuerpo. El brazo izquierdo de Antonio reposaba sobre el hombro de su pareja de baile y, aprovechando la proximidad, lo que hizo fue apoyar el mentón en el mismo y su cabeza contra la del galo. Mientras seguían moviéndose al ritmo de la música, lentamente.

— ¿Te acuerdas de aquellas noches hace siglos? —preguntó de sopetón Francis, incapaz de callarse durante más rato sus pensamientos—. Fue hace bastante tiempo.

— Sí, claro que las recuerdo. Para algunas cosas tengo muy buena memoria, me vienen a la cabeza bastantes detalles de hecho. Puedo rememorar a la perfección la manera en la que me agarrabas, muy similar a cómo lo haces ahora, o cómo me mirabas, como si temieses que fuese a desaparecer en cualquier momento.

Lo que alivió a Francis fue que, ante la mención del tema, Antonio no es que pareciese muy resentido. Le había dado miedo sacar aquello a la palestra y que supusiera una pelea. Le había invitado porque quería verle y de paso resarcirse por algo.

— ¿Puedo disculparme aunque hayan pasado tantos siglos? —preguntó Francis. Después de haberlo hecho, movió su cabeza y rozó con cariño la del hispano—. Sé que no tiene mucho sentido, pero también dicen que más vale tarde que nunca, ¿verdad? Fui muy estúpido, claro que era un adolescente, ¿y qué otra cosa puedes esperar de alguien así?

— No tienes que pedirme perdón a estas alturas. Es algo que queda en el pasado. A mí lo que me importa es el presente ahora mismo. Con la de años que vivimos, anclarnos con fuerza a un recuerdo de hace mucho tiempo atrás es lo peor que podríamos hacer.

— ¿Sabes qué me pasaba entonces? ¿Quieres saberlo? —preguntó Francis, hablando en tono íntimo.

— Sí, quiero saberlo. ¿Qué es lo que te pasaba? —inquirió el español después de apartarse lo suficiente como para poder mirarle a los ojos.

— Quiero que tengas en cuenta que suena como el capricho de un niño, pero es que entonces era un joven idiota. Siempre veía que le prestabas atención a todo el mundo menos a mí, que hablabas de Romano, de Austria y que daba la impresión de que yo no te importaba nada. Así que, además de querer ser igual de fuerte que tú, quería llamar tu atención, quería que fijaras tus ojos en mí y quería que me admiraras. En aquel momento no pude decirlo por culpa del orgullo, porque era idiota y porque pensaba que de esta manera saldría mejor parado pero, para mí, aquello dejó de ser pronto un juego. Intentaba convencerme a mí mismo de que no tenía otro significado... —apoyó la frente contra la del hispano, con los ojos cerrados, disfrutando del momento íntimo y además liberando esos pensamientos que recientemente habían vuelto a su cabeza—. Pero lo cierto es que cuando pude estar contigo me di cuenta de lo mucho que te echaba de menos, de lo mucho que quería estar a tu lado y siendo Francia no te valía, porque me odiabas, así que fingí ser otro, aunque luego me dolía ver todo lo que hacías con mi otro yo y compararlo con cómo me tratabas a mí. Era terrible pensar que te agradaba mi personalidad pero lo que odiabas era que fuera yo. Igualmente, no fui agradable contigo, te traté mal al final, intentando salir indemne el primero de todo aquello, y te pido disculpas —ladeó el rostro y sus labios se posaron cariñosamente sobre su mejilla—. Lo siento, España.

Aunque fuera una explicación tardía, una disculpa que ya no tenía demasiado sentido, Antonio percibía su corazón latiendo algo más rápido en su caja torácica. Estaba experimentando una felicidad tenue al descubrir que Francia realmente no jugó tanto con él, simplemente deseaba estar a su lado entonces y no supo enfocarlo. Recordaba que él tampoco era mucho mejor entonces y que encontraba algo que despreciar en todas sus acciones, aunque éste no hiciera nada con mala intención.

— No te preocupes, ya es agua pasada. Aunque te agradezco la explicación, de alguna manera me ha hecho sentirme un poco mejor.

— Aún puedo recordar cuando me dijiste que me odiabas —murmuró Francis sonriendo con resignación—. Creo que eso, junto a tu expresión de traicionado, fue lo que más me dolió de todo lo que había ocurrido. Seguramente hubiese necesitado más puñetazos de aquellos —comentó ahora, tras reír brevemente.

— Bueno, puede. Pero en aquel momento no tenía ganas de pegarte, ¿sabes?

El tema murió en ese instante y Francis, incapaz de pensar en aquello por más tiempo, se inclinó y le besó lentamente, aún danzando con lentitud al ritmo de la música. Soltó la mano del francés y entrelazó las suyas en su nuca, mientras le correspondía al gesto. No podían comparar la situación de aquel turbulento año con la que tenían ahora mismo. Les iba bien, mejor que nunca, estaban muy unidos y no parecía que aquello fuera a cambiar próximamente. Si fuesen al pasado y pudieran hablar con sus yos adolescentes, estaban seguros de que ninguno les creería si les dijeran que ahora formaban una pareja que estaba enamorada, que disfrutaba de pequeñas tonterías que les llenaban de felicidad y buenos recuerdos hasta que se volvían a encontrar. Viendo que los besos no tenían intención de cesar, fue Antonio el que tomó la voz de la razón y se apartó. El galo hizo un puchero cuando sus labios percibieron el fresco de la noche contra ellos. España rió al verle poner esa cara y como premio, le dio un corto beso.

— Venga, no pongas esa cara. Volvamos al hotel, ¿de acuerdo? Ya se hace tarde y no se me olvida que las callejuelas de Venecia no son tan seguras por la noche.

No le quedó más remedio que seguir su voluntad, porque tenía razón. De hecho, muchos lugares del mundo se tornaban sumamente inseguros por la noche, incluso en sus casas. Afortunadamente, no tuvieron que lamentar ningún suceso y llegaron sanos y salvos al hotel, donde pronto se retiraron las máscaras. Antonio se echó un momento sobre la cama y miró al techo, pensativo. Mientras tanto, Francis estaba peleando con los puños del disfraz, hasta que finalmente venció y los desabrochó. Se quitó la parte superior del traje hasta que sólo le quedaba la camisa encima y entonces, cuando España se incorporó en la cama de nuevo, le miró curiosamente.

— Oye, tengo una pregunta que me ha estado rondando por la mente desde entonces. De vez en cuando, al recordarlo, siempre volvía a preguntármelo. ¿Por qué? Cuando te marchaste de casa de Feliciano, ¿por qué estabas llorando? Puedo entender que lloraras por perder lo que creías que era un buen amigo; pero tu rostro, tu expresión corporal, era como si el sufrimiento fuese muy intenso.

— Porque yo entonces también tenía un secreto, ¿sabes? —le respondió, con una sonrisa que se le antojó misteriosa al galo.

— ¿Un secreto? ¿Qué tipo de secreto? —inquirió, cada vez más intrigado por la situación. Quería saber, necesitaba conocer la verdad de una vez por todas.

— Lo que Feliciano casi te dijo, pero que yo le prohibí con la mirada; ése era mi secreto. Fue lo que más me dolió, lo que me hizo explotar, lo que me hizo mandar a asesinar a alguien sólo por querer verte sufrir un poquito de lo que yo había sufrido. Verás, yo... —hizo rodar la vista, inseguro. Se le atascaban las palabras en la garganta y había aún una parte de sí mismo que se resistía. Vamos, tampoco es como si actualmente no le hubiera dicho algo similar—. Empecé a enamorarme de Robert. En resumidas cuentas, empecé a enamorarme de ti en aquel entonces.

La expresión facial se le había caído del rostro a Francis, el cual le observaba con los ojos algo más abiertos de lo normal. De todas las cosas que había esperado, aquella sin duda no era una de ellas. Sin embargo, todo le cuadraba en ese momento: las reacciones de España, la manera en que le miraba, cómo siempre le esperaba, cómo fue a por él y cómo, cuando después todo se descubrió, le hizo daño. No lloraba la pérdida de un amigo, lloraba por el descubrimiento de que su amor había sido una farsa.

— ¿Estabas enamorado? Dios... Antonio, no tenía ni idea. Ahora me siento fatal al saberlo. Encima te dije aquellas tonterías y no era cierto ni por asomo. Tú eras el que más en serio te lo estabas tomando de los dos, no era ningún juego para ti. Si lo hubiera sabido... —suspiró y se frotó la sien, turbado por el descubrimiento—. Si lo hubiera sabido, entonces quizás todo hubiera sido diferente.

— Tú no estabas dispuesto a renunciar al poder y yo tampoco, así que no sé realmente si hubiera sido muy diferente. De cualquier manera, estuve una temporada resentido y luego seguí adelante. Es curioso porque ahora, a pesar de que puedo rememorar el dolor, recuerdo con más intensidad los buenos momentos que tuvimos: el paseo en góndola, el baile en San Marcos... —comentó con una sonrisa ensoñadora—. Pero lo más curioso de todo es que nunca hubiera imaginado que acabaría de nuevo enamorado de mi primer amor.

— ¿Fui tu primer amor...? —preguntó Francia, ahora aún más en blanco que antes.

Con una sonrisa jovial, lleno de energía y claramente feliz, Antonio asintió lentamente con la cabeza. No tenía ya miedo a reconocerlo: la nación gala había sido su primer amor y muchos, muchos años después, había terminado siendo su única pareja. No era un novio que tuviera por conveniencia, como por ejemplo los matrimonios concertados, era alguien con quien quería estar porque a su lado se sentía cómodo, querido, dichoso. Francis quiso abrir la boca, declarar que en su caso era igual, pero fue incapaz de articular ni un solo vocablo. En ese momento era tan feliz y estaba tan emocionado que pensó que daba hasta miedo. España era ese tipo de persona, en cualquier momento soltaba algo que podía estremecerte por completo.

Apoyó una mano en la cama y se arrimó al español, en un movimiento rápido. Antonio miró cómo Francis se inclinaba sobre él y cómo sus labios se aproximaban hasta rozar los suyos. Si se acercaba ligeramente podría besarlos, sin embargo prefirió esperar ya que el francés parecía ir a decir algo en cualquier momento.

— Pues lamento anunciarte algo, Espagne: ahora es tarde para hacerte atrás con todo esto. Cada cosa que sale de tu boca, cada palabra, cada gesto de cariño, logra que me enamore más y más de ti. Y llegados a este punto, sólo sé una cosa —murmuró rodeando su cintura con sus brazos, lentamente acercándose hacia él, provocando que el hispano se inclinara hacia atrás. Sintió las manos de Antonio sobre sus mejillas y los ojos fijos en él, prestándole toda la atención del mundo—. No pienso dejarte ir.

A partir de ese momento, las palabras eran innecesarias y los besos, las caricias, los jadeos, las miradas e incluso los gemidos significaban un mundo para ambos. Hacía siglos, ambos eran demasiado jóvenes para entender lo que significaba para ellos la presencia del otro. Pero, por sorpresa, después de pasar por momentos buenos y malos, España y Francia habían descubierto que no hacía falta mirar a tierras lejanas para encontrar a alguien que les entendiera. Sí, habían tenido años oscuros, años en los que se habían odiado y en los que se habían deseado la muerte. Sin embargo, una vez éstos terminaban, ante ellos se abría un nuevo camino que les hacía unirse, que les hacía encontrarse hasta que, al final, sus sendas se habían fusionado hasta formar una sola, por la que ahora andaban, agarrados de la mano, y sobre la cual danzaban, admirando la belleza de ese mundo en el que podían estar juntos, al igual que aquella noche en Venecia.

La única diferencia era que esta vez no había máscaras, esta vez no había secretos o mentiras. Esta vez sólo estaban ellos dos.

FIN.


Pues este es el final del fanfic. No quise centrarme mucho en el después directo porque hay historia de guerra y muchas peleas por territorio. Pero, como me quedó un gusto amargo en la boca, me entraron ganas de hacer algo más placentero para el final. Si os ha quedado alguna duda, enviádmela o a mi askfm (miruchan) o hacédmela llegar en review firmado, así os puedo contestar.

Paso a comentar los review:

Hethetli, hahaha pues sí, era Francia~ Me encanta todo tu momento entre qué risa y qué pena XD Lo malo de todo eso era que Antonio no podía tomárselo en broma. Estaban en guerra y él sentía cosas reales por él y el otro le daba a entender que no había significado nada más que sexo para él. Bueno, ya has visto que se ha terminado dando cuenta. He querido dar un salto grande, no hablar de cómo se intentaron putear tras eso ni nada, necesitaba algo bonito XD Me ha encantado que te haya traumado como para releer partes y verlo desde otra perspectiva XD Era el objetivo ouo me haces feliz. Y ya te dije, que me mataste con ese dibujo que hiciste ;v; Gracias!

Maruychan, No eres tú, soy yo *XD*. No es personal, lo juro owo. Adoro a Antonio, por eso le trato así *?* No sé, es raro xDDD Déjame, que yo me entiendo. Me destruyo a mí misma pero, en el fondo, estoy más tranquila porque luego le doy un final en el que es feliz y eso me hace feliz ouo xDD Le he dejado que le dé amor, me remito al epílogo encima de todo esto XD

Guest, Hola ouo! Gracias, me alegra que te haya gustado. Sí, sí que contesto preguntas en ask, pero no recibo ninguna normalmente xD Si te apetece hacerlas, no te cortes. Me gusta recibirlas, me hace pensar un rato y me gusta ver qué le da curiosidad a la gente ouo

Guest número 2, te he puesto número dos porque tu review llegó más tarde XD y no sé cómo distinguiros. ASDF me hace feliz que no te lo esperaras realmente XD Alguna persona ya me había dicho (mi beta reader y algunos por los review) así que me agrada que te hayas quedado así, sin palabras ouo. Espero que te guste el epílogo. ¡Saludos~!

Mikuday-chan, jajajaja En el fondo yo creo que quedaba muy obvio. Mucha gente me había dicho: si fuera otra persona que no fuera Francia, no hubieras detallado sus escenas tanto. Y en el fondo es cierto XD Lo siento uvu Espero que este epílogo sane tus heridas y que lo recuerdes al final como algo que leíste y te gustó~

¡Pues eso es todo! Muchas gracias a todos los que habéis leído este fic (ya sea aquí o en AO3) y gracias mil a la gente que ha dedicado unos minutos a dejar un preciado review. Contestaré a los reviews firmados y a los anónimos, como no puedo, os mando muchos besos y os doy mil gracias por dejar esos hermosos reviews

Nos vemos en el próximo fic.

Saludos

Miruru.